Epílogo

Un caballo relinchó suavemente cuando Matt entró en los establos. Encendió el primer interruptor que encontró y permitió que se iluminara la mitad de las bombillas de interior. Yeguas y potros se revolvían en los establos y el viento rugía en el exterior. Diablo Rojo sacó la cabeza por encima de la puerta de su corral y relinchó.

– Sí, sí, yo también me alegro de verte -dijo Matt. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un trozo de manzana que había tomado de la cocina y se lo dio al animal-. Juanita está preparando un pastel, y pensé que no le hacía falta este trocito. Sin embargo, ella podría no estar de acuerdo y, si así fuera, los dos sabemos que me despellejaría vivo. Somos amigos, ¿verdad, Diablo?

El caballo pareció asentir con la cabeza. Sus ojos aún brillaban con un fuego que ningún hombre sería capaz nunca de apagar. Ni siquiera un McCafferty.

– Eso me había parecido.

Rascó la frente del animal y examinó sus caballos. Algunas de las yeguas estaban en un estado de gestación tan avanzado que sus abultados vientres indicaban que muy pronto darían al rancho la siguiente generación de potros.

Sonrió. Adoraba a aquellos animales. En primavera, llevaría allí a sus propios caballos. Para entonces, ya estaría casado y tal vez tendría un bebé de camino.

La puerta se abrió. Era Kelly. Su entrada provocó la entrada de aire frío en el establo. Llevaba copos de nieve en los hombros del chaquetón y en el cabello. Matt sintió que los latidos del corazón se le aceleraban sólo con verla, igual que le había pasado la primera vez que la vio.

– Sabía que te encontraría aquí -dijo. Se acercó a Matt y le dio un beso en la mejilla.

No fue suficiente. Antes de que ella pudiera apartarse, Matt la estrechó contra su cuerpo y le buscó los labios instintivamente.

– Has venido aquí para que podamos tener un poco de intimidad -comentó él cuando por fin levantó la cabeza.

Kelly se echó a reír.

– Bueno, supongo que eso también, pero quería ver cómo estabas.

– Bien. ¿Por qué no lo iba a estar?

– No sé… Quiero asegurarme de que de verdad quieres vender tu rancho -dijo, muy seria-. Es decir, si tú quisieras quedarte con ese rancho, yo podría mudarme y…

– Ni hablar. Aquí está nuestra casa. Hice lo que tenía que hacer. Ya había demostrado que podía salir adelante solo. Ahora, quiero estar aquí. Con la mujer que amo.

– ¿Y de quién se trata? -bromeó ella.

Matt se echó a reír y la apretó un poco más.

– Además, no soy el único que va a hacer sacrificios -dijo. Se refería a la decisión de Kelly de dejar la policía y aceptar hacerse socia de Kurt Striker. Tras airear sus diferencias con el detective, ella estaba convencida de que era lo mejor que podía hacer. Necesitaba más tiempo libre, un horario flexible y menos estrés en su trabajo.

– ¿Cómo se tomó Espinoza la noticia?

– No muy bien.

– ¿Trató de convencerte para que cambiaras de opinión?

– Bueno, me ofreció un ascenso.

– ¿Y lo rechazaste?

– Sí. Además, él sabía que nunca lo iba a aceptar. Había tomado una decisión y creo que se dio cuenta de que no podría hacerme cambiar.

– No obstante, lo intentó -comentó él. Kelly sonrió-. ¿Y tus padres?

– Ellos son otra historia -respondió, riendo y acurrucándose a su lado-. Se están haciendo a la idea. Aunque te agradecen el fondo, no están seguros de que puedan confiar en alguien que tiene el apellido McCafferty.

– ¿Ni siquiera en su hija?

– Ya veremos. Les llevará tiempo.

Matt le dio un beso en la frente. Kelly suspiró.

– ¿Vendrán a la boda?

– Bueno, tendré que obligarlos…

– ¿De verdad?

– No, es broma -dijo ella-. Mis padres no se perderían mi boda por nada del mundo. Karla está muy emocionada por el hecho de ser mi dama de honor, aunque tuvo algunas palabras sobre el matrimonio y los sueños rotos.

– Qué raro. Mi familia está encantada…

– Tu familia está encantada de que por fin te vayas a casar.

– Qué graciosa.

– Pensaban que no iba a ocurrir jamás.

– Y probablemente tenían razón, pero podría deberse también a otra cosa. Podría ser que sencillamente cautivaste a mis hermanos.

– Venga ya… -susurró Kelly, aunque parecía brillar con los cumplidos. Comprobó su reloj y suspiró-. Me tengo que marchar.

– Pero si acabas de llegar.

– Le prometí a Randi que cuidaría de J.R. ¿Tiene ya nombre?

– Según dice mi hermana, «está en ello». Hasta que llegue el momento, todos seguiremos llamándole J.R. A Randi no le gusta mucho, pero no le queda más remedio.

– Aún no he tirado la toalla sobre lo de encontrar a la persona que ha estado amenazándola -dijo Kelly-. Simplemente estaré trabajando con Kurt en vez de con el sheriff.

– Lo atraparemos -prometió Matt-. Juntos, igual que lo haremos todo a partir de ahora.

– ¿Todo? -replicó ella. Sus ojos pardos relucían de aquel modo tan pícaro que a él le resultaba tan embriagador.

– Todo.

Matt lo decía en serio. Para demostrarlo, la apretó contra la pared y le dejó sentir el deseo que tenía hacia ella.

– Oh… oh…

La besó, y Kelly se deshizo por completo.

– ¿Y qué pasará cuando tengamos hijos y el niño necesite comer o cambiarse de pañal a la una de la mañana? -preguntó ella cuando Matt levantó la cabeza.

– No tengo ningún problema con eso.

– Has hablado como un hombre de verdad. ¿Y qué harás cuando tengamos que recorrer con ellos todo el condado porque tengan piano y fútbol y tú tengas que ocuparte de un caballo enfermo o de una vaca que se haya escapado por un agujero de la valla?

– Ayudarte.

– ¿Y cuando…?

– ¿Qué te parece si tú y yo dejamos de preocuparnos por lo que ocurrirá cuando tengamos hijos y nos empezamos a concentrar en hacer uno?

– ¿Ahora? -le preguntó ella mientras Matt le besaba la mejilla.

– Ahora.

– ¿Aquí?

– En cualquier parte.

Matt le rozó los labios suavemente con los suyos. Cuando se inclinó para tomarla en brazos, sintió que la hebilla que su padre le había regalado se le clavaba en los músculos del abdomen.

– En cualquier lugar, en cualquier momento, de cualquier modo… Siempre que seamos tú y yo.

– Tú lo has dicho, vaquero -susurró Kelly.

Entonces, le quitó el sombrero y, antes de colocárselo ella sobre su propia cabeza, lo besó como si no fuera a parar en toda la eternidad.

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