Tres

En algún lugar, un teléfono estaba sonando. Resultaba profundamente irritante y entrometido, pero la mujer, desnuda hasta la cintura, con el uniforme colocado sobre una silla de una habitación completamente desconocida, no pareció percatarse.

¡Riiing!

Ella dio un paso al frente, echándose la larga melena de cabello rojizo por encima del hombro. Entonces, le dedicó una pícara sonrisa. A continuación, le guiñó el ojo y dijo:

– Venga, vamos vaquero, demuéstrame de qué pasta estás hecho.

Los ojos oscuros le brillaban con un fuego intenso y sugerente y los labios eran gruesos, húmedos y pedían a gritos que se los besara.

Lleno de deseo, él extendió las manos para estrecharla contra su cuerpo y poder perderse en ella.

¡Riiing!

Matt abrió los ojos. Había estado soñando. Con Kelly Dillinger. Y tenía por ello una erección de campeonato. Parpadeó y su imagen desapareció entre las sombras de la noche. Por los pasillos del viejo rancho, el teléfono volvió a sonar. Medio adormilado, miró los números digitales de su despertador. Eran casi las doce. Eso significaba que, fuera quien fuera quien estaba llamando, no lo hacía para despertar a los McCafferty con buenas noticias.

«Randi». El corazón estuvo a punto de detenérsele. Encendió inmediatamente la luz, pero no esperó a que los ojos se acostumbraran. Se puso un par de vaqueros que había dejado extendidos sobre los pies de la cama y se metió una sudadera por la cabeza. Avanzaba descalzo por el pasillo cuando la puerta de la habitación principal se abrió de par en par. Thorne, en calzoncillos, con su escayola y una bata que ni siquiera se había molestado en abrocharse, se dirigía cojeando hacia la escalera.

– Era Nicole, desde el hospital. Alguien ha tratado de matar a Randi -dijo secamente.

– ¿Cómo dices?

– Que alguien le inyectó algo en la maldita vía.

– ¡No! -exclamó Matt. De repente, el cuerpo entero se le había cubierto de un sudor frío-. ¿Está bien?

– Por lo que parece sí -respondió Thorne, frunciendo el ceño.

– ¿Y cómo ha podido ocurrir algo así?

– Nadie lo sabe aún. Se ha armado la de Dios allí. El corazón le dejó de latir. Tuvieron que utilizar las palas de reanimación.

– ¡Hijo de perra!

– Eso es precisamente lo que yo estaba pensando.

Thorne se detuvo frente a la puerta de la habitación de Slade y llamó con fuerza. Cuando la abrió, se encontró al menor de sus hermanos a medio vestir, con el cabello revuelto y los dedos tratando de abrocharse los botones de una camisa de franela.

– He oído que sonaba el teléfono. Me he imaginado que serían malas noticias -musitó Slade.

– Y has imaginado bien -comentó Thorne. Rápidamente, le dio todos los detalles de lo ocurrido. La expresión del menor de los McCafferty se hizo sombría.

– Por el amor de Dios. ¡Les advertimos de que esto podría ocurrir! ¡Esos policías no están haciendo nada! -exclamó, agitando las manos en el aire-. ¿Quién está haciendo todo esto?

– ¿Y por qué? -preguntó Thorne, entornando los ojos lleno de furia.

– Vamos -dijo Slade mientras se metía la camisa por dentro de los vaqueros.

– No podemos ir todos al hospital -observó Thorne al ver que Slade tomaba un par de botas-. Alguien tiene que quedarse aquí con J.R. y las niñas.

– Eso te corresponde a ti -decidió Matt-. Tú vas a ser el padrastro de esas niñas y, de todos modos, no hay mucho que puedas hacer con la pierna escayolada.

– Pero no me puedo quedar aquí y…

– No discutas conmigo. Eso ya lo hemos oído antes -dijo Matt-. Tú crees que estás a cargo de la situación en la que se encuentra Randi, pero no es así, tanto si quieres admitirlo como si no. Tienes dos opciones: despertar al bebé y a las hijas de Nicole y sacarlas al frío de la noche para llevártelas a un hospital que seguramente está sumido en el caos, o quedarte aquí y esperar a que uno de nosotros te llame o venga a buscarte.

Los ojos grises de Thorne se oscurecieron. Entonces, frunció las cejas lleno de frustración.

– Pero yo creo…

– Por una vez, confía en nosotros, ¿de acuerdo? Podemos ocuparnos de todos -dijo Matt, que ya estaba a mitad de camino de su habitación, donde se puso unos calcetines, las botas y un par de guantes. Estaba terminando de hacerlo, cuando Thorne apareció en el umbral de su puerta.

– No me gusta esto.

– Por supuesto que no. No puedes soportar no estar al mando.

– Me sentiría mejor si…

– Por el amor de Dios, déjalo estar, ¿de acuerdo? Yo me sentiría mejor si tú cerraras la boca y te quedaras aquí con los niños, coordinando la situación. Recibiendo y realizando llamadas. Alguien vendrá a relevarte pronto y podrás irte al hospital y hacerte cargo de las cosas, ¿de acuerdo? Hasta entonces, tendrás que ejercer de niñera, tío Thorne. Ahora, apártate de mi camino.

Matt pasó al lado de su hermano mayor, recogió a Slade y los dos bajaron rápidamente la escalera. Allí, se pusieron sus chaquetones y sus sombreros.

Matt se tensó cuando pensó en Randi, completamente vulnerable tumbada en su cama de hospital. Dios, cualquiera habría pensado que allí estaría segura.

En el exterior, la nieve había empezado a caer y hacía un frío de muerte. Matt se sentó al volante de su vehículo y arrancó. Slade se sentó a su lado. Matt hizo que el vehículo se moviera mucho antes de que Slade tuviera tiempo de cerrar la puerta.

¿Quién había tratado de matar a su hermana? ¿Por qué alguien sería capaz de llegar hasta aquel punto para conseguir verla muerta? ¿Acaso había alguien que quería que Randi no hablara? ¿Sería venganza? ¿Tendría algo que ver con J.R. y el padre misterioso de éste?

– ¿Qué demonios está pasando? -gruñó. El miedo y la preocupación lo estaban corroyendo por dentro.

¿Y si Randi no conseguía salir adelante? ¿Y si la persona que había intentado matarla se salía con la suya?

– No sé -admitió Slade-, pero te aseguro que vamos a descubrirlo.

Eso era cierto. Aunque no hiciera otra cosa en su vida, Matt tenía la intención de descubrir quién había sido capaz de hacerle algo así a su hermana. Cuando lo hiciera, se aseguraría de que aquel canalla se arrepintiera hasta el final de sus días.


El Hospital de St. James era una casa de locos. La prensa se había enterado de que un paciente había estado a punto de ser asesinado y ya estaban allí, frente a la puerta, una furgoneta de televisión, un equipo de cámaras y periodistas de dos cadenas. Kelly pudo zafarse de un micrófono que le pusieron delante de la boca con un rápido:

– Sin comentarios.

Cuando entró en el hospital, vio que había otro periodista en el vestíbulo. Kelly se apresuró a tomar las escaleras que la llevaban al tercer piso. El corazón le latía como si fuera un tambor, al ritmo que marcaba el taconeo de sus botas sobre la escalera. En el exterior de la UCI, se encontró con el detective Espinoza, dos ayudantes del departamento del sheriff y una mujer policía.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó.

– Randi McCafferty sufrió un ataque al corazón. Parece que alguien podría habérselo provocado inyectándole algo en la vía.

– ¿Cómo?

– Eso es lo que estamos tratando de averiguar.

– ¿Se encuentra Randi bien?

– Por el momento parece estar fuera de peligro -dijo Espinoza mientras se frotaba la nuca con una mano.

– Dame todos los detalles.

– Una de las doctoras del hospital, Nicole Stevenson, se pasó a ver a la que muy pronto va a ser su cuñada. La doctora Stevenson está comprometida con Thorne McCafferty.

– Lo sé.

– Randi estaba en una habitación privada en la cuarta planta. Cuando la doctora Stevenson salió del ascensor, vio a una persona con una bata blanca que salía de la habitación de Randi. El tipo, aunque podría haber sido una mujer porque la doctora Stevenson no llegó a ver al asesino o asesina con claridad, se dio la vuelta y se marchó precipitadamente por el pasillo para bajar por la escalera de personal. A la doctora Stevenson no le pareció nada del otro mundo hasta que entró en la habitación de Randi. Esta no respiraba. Nicole empezó a reanimarla mientras llamaba a gritos a las enfermeras.

– ¿Y no reconoció a la persona que huía?

– Ya te he dicho que ni siquiera está segura de si era hombre o mujer. Lo único que recuerda es que el sospechoso medía aproximadamente un metro setenta y tenía el cabello castaño, demasiado largo para un hombre y muy corto para ser el de una mujer. De constitución media. No pudo verle el rostro, pero cree que la persona en cuestión podría llevar gafas. No hay mucho más.

– Es mejor que nada.

A continuación, Espinoza explicó a Kelly que un equipo de forenses estaba examinado la habitación en la que había ocurrido el intento de asesinato, aunque estaban seguros de que había pocas posibilidades de encontrar huellas dactilares del asesino o cualquier otro tipo de prueba. También había dos policías comprobando los turnos de los empleados del hospital y habían recibido instrucciones de interrogar a los que estaban de guardia. Por el momento, Espinoza creía que Randi estaba a salvo porque le habían puesto una policía a la puerta de la UCI.

– Creo que quien haya intentado matarla anteriormente, no volverá a intentarlo esta noche. Lo dejará estar durante un tiempo -concluyó Espinoza.

– A menos que no pueda hacerlo. Evidentemente, le preocupa que Randi se pueda despertar y que hable -observó Kelly.

– Estará siempre vigilada -dijo Espinoza-. Si ese tipo es tan estúpido como para volver a intentarlo, estaremos preparados.

– ¿Y cómo está la paciente? ¿Sigue en coma?

Espinoza asintió y miró hacia las puertas de la UCI.

– Hasta ahora. Antes del ataque, un par de enfermeras estaban seguras de que no iba a tardar en despertarse.

– Tal vez por eso el asesino decidió actuar precisamente esta noche.

– Eso parece.

– En ese caso, regresará -afirmó Kelly.

Las puertas del ascensor se abrieron y dos de los hermanos McCafferty salieron de su interior. Kelly se tensó y sintió que el pulso se le aceleraba al ver a Matt.

– ¿Qué diablos es lo que ha ocurrido? -preguntó éste con el rostro desencajado, como si ella tuviera la culpa de algo-. ¿Dónde está Randi?

Miró a su alrededor y, al ver las puertas de la UCI, se dirigió hacia ellas.

– No puedes entrar ahí -le advirtió Kelly. Entonces, extendió la mano para tratar de impedírselo.

– De eso ni hablar -replicó Matt. Su mirada la cortó hasta el alma. Tenía una mano sobre la puerta. Su hermano Slade estaba sólo a un paso de él.

– Ella tiene razón -comentó Espinoza.

– Randi es mi hermana -dijo Matt secamente-. Van a hacer falta mucho más que dos policías para impedirme ver por mí mismo que ella está bien.

Espinoza dio un paso al frente, pero Kelly, al percatarse de que Matt necesitaba asegurarse de que su hermana estaba viva, agarró a su compañero por el brazo y dejó que los dos hermanos McCafferty entraran en la UCI.

– Las enfermeras se encargarán de echarlos -susurró. Efectivamente, a los pocos segundos Matt y Slade volvían a salir al pasillo. Parecían estar más calmados, pero la ira no había desaparecido del rostro de Matt.

– Esto no debería haber ocurrido -afirmó mirándola a ella fijamente antes de centrarse en Espinoza-. La policía estaba sentada sin hacer nada mientras un asesino anda suelto.

– De eso no podemos estar seguros -dijo Espinoza.

– ¿Cómo me puede decir algo así? -rugió Matt poniéndose cara a cara con el detective. Los anchos hombros emanaban tensión, los tendones del cuello estaban estirados al máximo y había flexionado los músculos, como si estuviera preparado para entablar una pelea-. Tal vez antes no estaba seguro, pero yo diría que ahora las dudas han desaparecido por completo.

– Las cosas han cambiado.

– Y tanto que han cambiado. Mi hermana ha estado a punto de morir -afirmó Matt con furia, mirando a los dos detectives con desaprobación-. Ahora, espero que se pongan en firme con la investigación.

– Tal vez deberías dejar que hagamos nuestro trabajo -le espetó Kelly, más por su propia reacción ante el hombre que era que por ser el hermano de una víctima. Estar cerca de él la ponía muy nerviosa. La parte más femenina de su ser, la que tanto había luchado por reprimir, gritaba a voces que la liberaran siempre que estaba cerca de Matt McCafferty. Sus sentimientos estaban completamente revolucionados. Le resultaba casi imposible contenerlos y mantener al mismo tiempo su profesionalidad.

– ¿Hacer su trabajo? Pues espero que me digan cuándo empiezan -replicó Matt.

– Espera un minuto…

– No -rugió él, lleno de furia-. La que tiene que esperar un minuto eres tú. Mi hermana ha estado a punto de morir, ¿verdad? Por segunda vez. No creo que pueda darles permiso para que se tomen todo el tiempo que necesiten.

– Estamos haciendo todo lo posible por averiguar qué es lo que ha ocurrido -dijo Kelly cuadrando los hombros. No estaba dispuesta a ceder ni un milímetro a pesar de que lo que más deseaba era alejarse de él para poder pensar.

– Entonces, ¿qué me dicen del Ford rojo oscuro? Fue Kurt Striker el que descubrió que mi hermana había recibido un golpe de otro vehículo. Las muestras de pintura que él tomó del parachoques encajan con la pintura que se utiliza en los Ford.

– Eso ya lo sabemos y lo estamos investigando -afirmó Espinoza. En aquel mismo instante, las puertas del ascensor volvieron a abrirse y dejaron salir a una mujer menuda, muy bien vestida. Kelly reconoció a una periodista local.

– ¿Cómo ha conseguido burlar a la seguridad y llegar hasta aquí? -preguntó Kelly. Dio un paso al frente y cortó el paso a la mujer-. Va a tener que volver abajo.

– Yo estoy con la noticia. Soy Jana Madrid. De KABO. Ya nos conocemos -replicó la periodista. Kelly ni siquiera se movió-. Sólo quería hablar con alguien para averiguar qué es lo que ha ocurrido. Usted es oficial de policía. ¿Es cierto que alguien ha intentado asesinar a Randi McCafferty esta noche aquí en el hospital?

– No se va a realizar comentario alguno.

– Pero…

La periodista no hacía más que estirar el cuello para tratar de captar algo del interior de la UCI o de lo que ocurría a las puertas de la unidad.

– Veo que Matt McCafferty está aquí.

– ¿Lo conoce? -preguntó Kelly.

– Sí, nos conocemos -respondió Jana-. Eso significa que alguien ha tratado de terminar con la vida de su hermana. Ahora, si me perdona, me gustaría hablar con él.

– Más tarde.

– ¿Qué es lo que ha ocurrido aquí exactamente?

– Señorita Madrid, le ruego que se marche. Ahora mismo -dijo Kelly con firmeza. Sintió que uno de los policías se acercaba para echarle una mano.

– Sólo necesito unos cuantos detalles -insistió Jana-. Venga… Si hay un asesino suelto, el público necesita estar prevenido.

– El departamento de policía realizará un comunicado a su debido tiempo, igual que lo hará el hospital. Hasta entonces, no puedo responder a ninguna pregunta -repuso Kelly. Con eso, apretó el botón de llamada del ascensor.

– Pero la gente tiene derecho a estar informada.

– La gente tiene derecho a estar informada… cuando tengamos algo de lo que informar. Ahora, le ruego que se marche de aquí sola o tendré que acompañarla personalmente a la salida.

– Yo me ocuparé -dijo el policía que había acudido para apoyar a Kelly.

Mike Benedict, de más de un metro ochenta de altura y muy corpulento, era una fuerza a tener en cuenta. La periodista dudó. Empezó a decir algo y luego, al ver que no iba a conseguir nada, frunció el ceño.

– La televisión podría ayudar con la investigación, ¿sabe? Si nos proporcionan un retrato robot del sospechoso, podríamos mostrarlo en pantalla y conseguir que la comunidad se implicara en su búsqueda. El público tiene derecho a estar informado.

– Se lo proporcionaremos cuando llegue el momento adecuado. Ahora, por favor…

De mala gana, la periodista se metió en el ascensor. Las puertas se cerraron inmediatamente. Kelly regresó a su lugar para reunirse de nuevo con Espinoza. Vio que Matt McCafferty estaba a punto de saltar al cuello del policía.

– ¡Dese prisa! Descubra qué es lo que está pasando y arreste al canalla que le ha hecho esto a mi hermana antes de que ella termine muerta.

De soslayo, Kelly vio que una mujer esbelta, con bata blanca, avanzaba decididamente por el pasillo. Llevaba el cabello recogido y tenía la preocupación reflejada en los ojos. Su rostro era hermoso, muy elegante. En la placa de su nombre, se leía el nombre de Doctora Nicole Stevenson.

¿Dónde está Thorne? -preguntó sin preámbulo alguno.

– Dejamos a Thorne en casa, con los niños -respondió Slade.

– Yo creía que iba a conseguir que Juanita o Jenny se quedaran… Oh, no importa. He venido a ver cómo está Randi -dijo Nicole antes de fijarse en Kelly-. Detective Dillinger -añadió, sin esbozar una sonrisa que no sentía. Evidentemente, ella también pensaba que la policía no estaba haciendo todo lo posible por encontrar a los enemigos de Randi o protegerla de sus ataques.

– Hazlo… Ve a ver cómo está Randi -le pidió Slade mientras se mesaba el cabello oscuro con gesto nervioso.

– Regresaré dentro de un minuto -dijo Nicole, antes de pasar por las puertas de la UCI con la tranquila autoridad de un profesional de la medicina en su propio terreno.

– ¿La has interrogado? -le preguntó Kelly a Espinoza. Este asintió-. Creo que voy a charlar un rato con ella.

– Como quieras, pero en realidad no vio mucho. Yo estaré en la cuarta planta, repasando la habitación en la que Randi fue atacada -anunció Espinoza. Con una última mirada a los hermanos McCafferty, se dirigió a los ascensores.

– ¿Cómo va tu hermana? -preguntó Kelly a Matt indicando con la barbilla las puertas cerradas de la UCI.

Unas líneas de irritación resultaron completamente visibles alrededor de la boca de Matt, pero se había calmado un poco y su ira se había aplacado hasta cierto punto.

– Supongo que deberíamos estar agradecidos porque esté viva.

– Sí, pero sería mejor que se despertara. Ideas, pero carecemos de pruebas sólidas y de sospechosos -admitió Kelly-. No tenemos mucho en lo que seguir investigando. ¿Y tú? ¿O tú? -añadió, mirando a Slade-. Os invito a una taza de café en la cafetería.

Matt miró la puerta de la UCI.

– En cuanto hayamos hablado con Nicole.

– Vete tú -le dijo Slade a Matt-. Yo esperaré a Nicole, hablaré con ella y le diré dónde nos puede encontrar.

– Está bien -asintió Matt. Entonces, acompañó a Kelly hasta las escaleras.

Cuando llegaron a la planta baja, Matt se dirigió directamente a la cafetería. Evidentemente, conocía muy bien el camino y lo había recorrido muchas veces mientras que su hermanastra, su sobrino y su hermano estaban allí ingresados. Tomaron su taza de café y se dirigieron a una mesa tranquila que había cerca de la ventana.

– Quiero saber exactamente qué es lo que tenéis -dijo Matt, tras tomar un sorbo de café-. Y no me ocultes ningún detalle. No me voy a creer que nada sea confidencial en este caso o cualquier otra tontería similar. Quiero conocer todos los hechos sobre mi hermana.

Kelly no tenía nada que ocultar. Se tomó un sorbo de café y apoyó los codos sobre la mesa para acercarse todo lo que pudiera a Matt sin tener que levantar mucho la voz.

– Te contaré lo que pueda, pero no voy a comprometer la investigación.

– Soy un familiar, por el amor de Dios.

– Pero ellos no.

Kelly levantó una ceja y examinó las mesas que los rodeaban. Notó que en una de ellas estaban sentadas algunas enfermeras y en otra unos médicos. En una tercera, había varias personas tomando café mientras que otros pululaban cerca de allí. Jana Madrid, la insistente reportera que había conseguido llegar hasta la misma puerta de la UCI, estaba entre ellos.

– La prensa…

– Algunos de ellos. ¿Quién si no andaría por la cafetería a estas horas?

– Diablos.

– Por lo tanto, debemos hablar en términos generales.

– Dispara.

– Como te he dicho, estamos investigando la posibilidad de que tu hermana pudiera haber sido sacada de la carretera por otro vehículo, por lo que estamos investigando todos los vehículos que necesitaron una reparación de chapa y pintura en los días inmediatamente posteriores al accidente, en especial los Ford de color rojo oscuro. Hemos estrechado el cerco hasta un Explorer. También estamos investigando las personas con las que ella trabajaba y los hombres con los que salía…

Kelly se interrumpió al ver que uno de los hombres que había cerca de la mesa de reporteros, un tipo delgado con cabello rubio, bigote recortado y una afable sonrisa, serpenteaba entre las mesas vacías para dirigirse directamente a la de ellos. La reportera menuda no le andaba a la zaga.

– Perdonen -dijo el hombre con una deslumbrante sonrisa-. Soy Troy White, de KAB…

– Lo he visto en televisión -replicó Kelly interrumpiendo la frase del reportero-. Ya le he dicho que no tengo nada que comentar respecto de este caso a una de sus compañeras -añadió señalando a Jana Madrid. Ella tomó la mención de su nombre como una invitación a que se acercara. Kelly miró con reprobación a Troy.

– Simplemente me gustaría hablar un poco con el señor McCafferty. Usted es Matt, ¿verdad?

Matt lo miró como si tuviera muy claro la clase de hombre que era Troy White.

– Sí.

– Si no le importa…

– Me importa -replicó Matt, con la expresión del rostro tan dura como el granito.

– Pero si sólo tardaremos unos cuantos minutos -dijo Jana quien, a pesar de su descaro, estaba un paso atrás de White, como si el pequeño hombre pudiera servirle de escudo. Todos los allí presentes se volvieron para mirar.

– En otra ocasión -dijo Matt. Se puso de pie. Le sacaba a White más de diez centímetros. Estaba completamente preparado para una pelea. Tenía los puños apretados y las aletas de la nariz completamente abiertas.

O el periodista no se percató del estado de ánimo de Matt o no le importó lo más mínimo.

– Simplemente hábleme de Randi. ¿Tiene usted idea de quién pudo atacar a su hermana?

– ¡Ya está bien! -exclamó Kelly poniéndose también de pie-. Tal vez no ha escuchado bien, pero el señor McCafferty le ha dicho que no quiere que lo molesten, así que le sugiero que espere para obtener su entrevista a que el señor McCafferty considere que es un momento más adecuado para él -añadió. Se colocó entre el periodista y Matt y miró a los dos reporteros con desaprobación. Incluyó también al cámara, que estaba cerca de la máquina de café-. Si no tienen más cuidado, yo misma los acompañaré personalmente a la salida.

Troy White se ofendió. El bigote comenzó a temblarle.

– Escuche, señorita, el pueblo estadounidense tiene derecho a conocer…

– Basta ya, Troy -dijo Kelly interrumpiéndolo-. Ya me ha contado Jana todo ese rollo. Los dos tendrán que esperar un comunicado oficial.

Jana frunció los labios.

– Déjalo, Troy -le dijo a su compañero, aunque le resultaba imposible apartar la mirada de Matt. A pesar de su profesionalidad, Kelly sintió un inesperado aguijonazo de celos por todo el cuerpo. Jana Madrid era muy guapa y muy lanzada-. Tenemos material suficiente para las noticias de mañana por la mañana -añadió, antes de esbozar una sonrisa que parecía ir dirigida exclusivamente a Matt-. Gracias por su tiempo.

Troy White apretó los dientes y se limitó a asentir con la cabeza.

– En otra ocasión.

– Llame primero -le advirtió Matt. Con eso, se dirigió a la puerta de la cafetería y salió a la recepción. Kelly lo alcanzó inmediatamente-. Mira, detective. No necesito que nadie me saque las castañas del fuego… y mucho menos una mujer.

– Soy policía -le recordó ella cuando llegaron a los ascensores.

– Mujer policía.

Kelly, muy dolida, apretó el botón de llamada.

– Policía de todos modos -afirmó. Se sentía tan enojada consigo misma como con él por haber dejado que aquel comentario le molestara. La opinión de Matt McCafferty parecía importarle mucho más de lo que debiera.

– No recuerdo haberte pedido ayuda.

– Sólo estaba realizando mi trabajo, ¿de acuerdo? No tenía intención alguna de pisar tu frágil ego masculino, si es eso lo que estás insinuando.

Matt le agarró el brazo.

– Nada de lo que yo tengo es frágil.

Kelly sintió que el corazón le daba un salto y que la sangre le rugía en los oídos mientras observaba un rostro lleno de sentimientos.

Las puertas del ascensor se abrieron. Nicole Stevenson estuvo a punto de chocarse con ellos.

– ¡Oh! ¿Matt? -dijo. Como se detuvo justo delante del sensor del ascensor, las puertas se cerraron para volverse a abrir inmediatamente. Entonces, su sorprendida mirada pasó de observar a su futuro cuñado para mirar la mano de Matt, que seguía agarrada con fuerza al brazo de Kelly.

– Alerta de buitres -dijo Matt, soltando a Kelly como si su brazo fuera un hierro ardiendo-. La prensa.

– No se rinden -musitó Nicole. Entonces, frunció el ceño y miró a Kelly-. Tal vez eso sea algo de lo que vosotros podéis ocuparos.

– Ya lo he hecho.

– ¿Igual que tú y tu departamento os ocupasteis de la seguridad de Randi? -replicó Nicole. Entonces, como si hubiera comprendido el verdadero significado de sus palabras, suspiró y dio un paso atrás para volver a meterse en el ascensor-. Lo siento -dijo-. No debería haber dicho eso. Matt apretó el botón del tercer piso-. Es que estoy muy preocupada, no sólo por Randi, sino también por Thorne.

– Él estará bien. Es más duro que el pedernal -afirmó Matt. Entonces, ofreció a su futura cuñada una sonrisa de ánimo, que, una vez más, indicaba que, bajo su dura apariencia de vaquero, había un hombre más sensible y amable de lo que parecía.

Evidentemente, estaba claro que era mucho más de lo que aparentaba a primera vista. Más de lo que Kelly quería ver. Lo último que necesitaba era rendirse a ninguno de los miembros de la familia McCafferty, en especial a Matt, que era capaz de acelerarle el pulso por razones poco tangibles.

– Eso espero -susurró Nicole.

Todos guardaron silencio hasta que llegaron al tercer piso. Allí, vieron que Slade seguía de pie, apoyado contra una pared cercana a la puerta de la UCI. Era como se hubiera autodenominado guardia de seguridad de su hermana.

– Tu jefe te está buscando -le dijo a Kelly. No había calidez alguna en aquellos ojos azules. Era tan frío con ella como los McCafferty lo habían sido siempre.

– ¿Espinoza?

– Sí. Está en el cuarto piso.

– Gracias. Necesitaré volver a hablar con todos otra vez -anunció Kelly.

– Ya sabes dónde encontrarnos -concluyó Matt.

Kelly sintió la mirada de él sobre la espalda mientras se dirigía a la escalera. Respiró profundamente y se obligó a apartarlo de sus pensamientos. Decidió que ni podía ni pensaría en él más allá de como hermano de una víctima. Nada más.

Subió los escalones de dos en dos. A pesar de que ninguno de los McCafferty se lo creyeran, estaba decidida a descubrir quién había sacado a Randi McCafferty de la carretera y, al ver que eso no la mataba, había tenido el valor de entrar en un hospital para tratar de finalizar el trabajo.

Kelly se moría de ganas por encontrar a aquel canalla. Quería resolver aquel caso porque necesitaba asegurar el bienestar de Randi y porque quería demostrarle su valía a Matt McCafferty.

Загрузка...