Siete

Matt no iba a permitir que una mujer, aunque fuera policía, lo superara. Sonrió en la oscuridad de la noche y la atrajo de nuevo hacia él. La luz de la farola brillaba en la nieve que cubría el aparcamiento y se le reflejaba a ella en los ojos.

– No eres tan dura como quieres aparentar, ¿verdad, detective? -le preguntó, aunque sabía que estaba metiéndose en territorio peligroso.

Debería dejarla en paz, pero ver el desafío que ella tenía en los ojos y la desafiante inclinación de la barbilla y la apasionada mujer que había oculta bajo aquel uniforme de policía le llegaba de pleno a su orgullo masculino.

– No me sermonees sobre las tácticas del hombre de las cavernas -le advirtió-, porque podría acusarte de ser una provocadora.

– No creo que eso me afectara mucho.

– ¿No? -le preguntó, agarrándola con fuerza de los brazos-. Me apuesto algo a que eso no es cierto.

– Espera un momento. Yo sólo estaba…

– Simplemente tenías curiosidad, pero te ha salido el tiro por la culata. No eres tan inmune como pensabas. Después de todo, no eres una mujer de hielo.

– Ni tú un caballero.

– Jamás he dicho que lo fuera -replicó él. Entonces, la soltó y se dio media vuelta para dirigirse hacia su furgoneta, que estaba aparcada un par de filas más allá.

Kelly se montó en su coche patrulla y se mordió el labio. Matt tenía razón, maldita sea. Había sentido algo con él. Cerró la puerta y metió la llave en el contacto con dedos temblorosos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido algo con un hombre? ¿Dos años? ¿Tres? ¿Cinco? No lo recordaba, pero ciertamente se trataba de mucho tiempo. Sólo se había enamorado dos veces y en las dos ocasiones, cuando su pareja había comenzado a hablar de matrimonio, ella se había echado atrás.

Tal vez no había estado enamorada.

O podría ser que el amor no existiera.

Sabía que no era así. El matrimonio de sus padres era prueba suficiente de que el compromiso y el vínculo podían existir entre un hombre y una mujer.

Dios santo… ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Qué estaba haciendo pensando en el amor? Sólo porque Matt McCafferty la había besado, no debía precipitarse. Además, cualquiera de los McCafferty, y eso incluía a Matt, estaba fuera de sus límites, no porque fuera el hermano de una víctima, sino porque era el hijo de John Randall McCafferty, el hombre que había conseguido arruinar la vida de su madre.

– Esto es una locura -se dijo mientras lo observaba a través del parabrisas.

Con la habilidad atlética que lo había ayudado a domar a más de un caballo salvaje, Matt se montó en su furgoneta y arrancó. Ella esperó a que él pasara delante y lo siguió hacia el norte de la ciudad, de camino al Flying M.

– Tonta, tonta -se dijo Kelly. ¿En qué había estado pensando? ¿Por qué había tenido que besarlo? Sí, claro. Orgullo profesional y de mujer. Ese era el razonamiento. No le gustaba que ningún hombre tratara de imponerse a ella y McCafferty había estado tratando de enseñarle una lección. Por eso, ella le había devuelto la pelota, pero desgraciadamente le había explotado en la cara.

Matt condujo bastantes kilómetros por encima del límite de velocidad, por lo que Kelly se preguntó si él estaba tratando de desafiarla. Pensó en adelantarlo para demostrarle que podía hacerlo y dejarle claro que no podía quebrantar las leyes impunemente en su presencia, pero decidió no hacerlo. No la llevaría a ninguna parte y ella ya había experimentado bastantes altibajos emocionales aquella noche. Sin embargo… si él arriesgaba demasiado o si aumentaba la velocidad otros diez kilómetros a la hora, haría que se detuviera.


Kurt Striker ya estaba en la casa con una taza de café en las manos. Nicole estaba sentada en el taburete del piano, cerca de Thorne, que estaba en el sillón. Las gemelas y el bebé estaban ya en la cama y la casa estaba completamente en silencio, a excepción del grupo que se estaba reunido en el salón alrededor de una mesa. Kelly, por su parte, estaba de pie al lado de la chimenea. Había aceptado una taza de café de Matt. Él estaba a su lado.

– ¿Creéis que esto es buena idea? -preguntó Thome, mirando a Kelly y a Kurt. Ella sabía a qué se refería el mayor de los McCafferty. Kurt estaba trabajando para los McCafferty como detective privado. Él los informaba a ellos en vez de a la policía. Kelly, por su parte, representaba a la Ley.

– Está bien, mientras que el departamento del sheriff acceda a compartir información -dijo Kurt. Se reclinó sobre su silla y miró a Kelly.

– Nosotros sólo queremos llegar al fondo de lo ocurrido con Randi y posiblemente con Thorne tan rápidamente como sea posible -dijo Kelly-, y, por supuesto, arrestar al homicida y llevarlo a juicio.

– En ese caso, estamos todos en el mismo barco -comentó Thorne.

– Doy por sentado de que la policía ya habrá comprobado mis credenciales -dijo Kurt mirando fijamente a Kelly.

– Por supuesto que sí -afirmó Kelly-. Hemos investigado a todos los implicados en este asunto.

– Bien. En ese caso, pongámonos manos a la obra. Acabo de regresar de Seattle, que era donde Randi trabajaba. Allí, he hablado con el departamento de policía. Todo lo que yo diga aquí esta noche está limpio, es decir, de acuerdo con los procedimientos policiales. No tiene usted que preocuparse de que su profesionalidad pueda quedar comprometida.

– Establezcamos primero las reglas -dijo ella-. Si usted rompió alguna regla, no me lo va a decir y se supone que yo tengo que ignorarlo, no cuestionarlo. ¿Es así?

– Para que conste, no lo hice.

– Tomo nota -replicó Kelly, aunque sospechaba que el detective privado estaba mintiendo. Sacó un bolígrafo y un cuaderno por si acaso él decía algo que ella quisiera comprobar más tarde-. Bueno, ¿qué descubrió usted cuando estuvo en Seattle?

Kurt se metió la mano en el bolsillo.

– Para empezar, esto -dijo. Sacó un CD-. Es una copia. El departamento de policía de Seattle tiene el original.

– ¿Dónde lo encontró?

– Sorprendentemente, la puerta del apartamento de Randi McCafferty estaba abierta. Llamé. No respondió nadie y entré.

– ¿Y encontró un CD que la policía había pasado por alto? -preguntó ella con escepticismo. Quería decirle que mentía, que sabía que había entrado a la fuerza en el apartamento, pero no vio razón alguna para hacerlo. ¿No habría utilizado la misma táctica ella misma? Aunque ella lo haría con su placa de policía, y aquel tipo era un civil. ¿Qué era peor?

– No exactamente. Digamos que allí encontré la llave de una consigna.

– ¿Qué consigna? -preguntó Kelly.

– La de una estación de tren.

– ¿Y el CD estaba en esa consigna?

– Así es.

– ¿Encontró algo más?

– Hasta ahora no.

– ¿Qué contiene ese CD? -preguntó Nicole.

– El principio de un libro. El resumen del contenido y unos tres capítulos.

Thorne se irguió.

– El libro que Juanita no hacía más que mencionar. Yo creía que sólo era una tontería -dijo. Se levantó y se dirigió hacia la estantería-. Desde que era niña, Randi siempre soñó con escribir una novela. Cuando estaba en el colegio, tenía un diario y siempre estaba imaginando pequeñas historias, pero yo creía que se le había pasado todo cuando se fue al instituto y empezó a mostrar interés en los chicos y en el rodeo. Me imaginé que con conseguir su título de periodismo y comenzar a escribir en un periódico le había bastado.

– Sin embargo, creo que ella también escribía artículos para una revista -añadió Nicole poniéndose también de pie-. Estoy segura de que leí uno que era muy de su estilo y que estaba firmado por RJ. Mackay.

– Lo he comprobado. Parece que le gustaba escribir sin que nadie supiera que era ella. De vez en cuando, escribía artículos bajo seudónimo, probablemente porque no quería que su editor lo descubriera y le hiciera pasar un mal rato por ello.

– ¿De qué va el libro? -preguntó Kelly.

– Es el inicio de una novela.

– ¿No se trata de una colección de anécdotas y consejos de su columna en el Clarion? -preguntó Thorne.

– No parece. Hay una historia y yo me apuesto algo a que es una mezcla de ficción y de hechos reales -explicó Kurt.

– ¿Autobiográfica? -preguntó Matt.

– No lo creo. Ciertamente, no se trata de su vida, pero podría haberse inspirado en alguien que le escribió una carta y le pidió consejo, o tal vez en alguien a quien ella conocía personalmente. No lo sé. En este momento, todo son conjeturas. Como he dicho, el departamento de policía de Seattle tiene el CD original y el ordenador.

– ¿Pero usted tiene copias de todo? -preguntó Kelly-. Seguro que ésta no es la única.

La sonrisa de Kurt confirmó la teoría de Kelly.

– He dicho que iba a trabajar con usted, pero no que iba a revelarle todos mis secretos.

Kelly no insistió.

– Lo imprimiré -dijo Thorne.

– Ya lo he hecho -respondió Kurt.

Abrió su maletín y sacó un montón de papeles. Justo en aquel momento, Slade entró por la puerta principal. Tras frotarse las manos, entró en el salón y dio una palmada a Kurt en la espalda. Rápidamente, lo pusieron al día. A los pocos minutos, se sirvió una taza de café y, junto con sus hermanos, Kelly y Nicole, examinó las páginas del libro de Randi.

– ¿Sobre quién es esto? -preguntó Slade.

– No tenemos ni idea -musitó Matt.

Kurt levantó un hombro.

– Yo diría que los nombres han sido cambiados para proteger a los protagonistas.

Kelly estuvo de acuerdo. Los tres primeros capítulos no mostraban la redacción definitiva. La historia parecía girar en torno a un jinete de rodeo algo oscuro al que chantajeaban para que perdiera las competiciones en las que participaba. El personaje principal era un muchacho pobre de una zona marginal de la ciudad que llevaba toda su vida luchando por sobrevivir. Al final, las circunstancias lo obligaban a infringir la Ley y a verse absorbido por un mundo de drogas y crimen. El resultado era que, por mucho que se esforzaba por librarse y salir del círculo vicioso del crimen y de la dependencia, siempre fracasaba.

– Madre mía -comentó Slade, al examinar rápidamente la última página.

– Menudo melodrama -bufó Matt al terminar su parte del manuscrito y pasárselo a Thorne.

Kelly miró a Matt.

– O es una historia real que alguien no quiere que se publique.

– ¿Y quién podría saberlo? -preguntó Kurt.

– Supongo que su agente. Tal vez ya ha empezado a intentar vendérsela a las editoriales -comentó Thorne.

– Tal vez -afirmó Matt-. O tal vez no. El problema es que ninguno de nosotros sabe lo que estaba pasando en la vida de Randi, pero estas páginas no indican casi nada. Estaba escribiendo un libro. ¿Y qué? ¿Que podría estar basado en hechos reales? ¿Y qué? -repitió.

– ¿No ha encontrado ninguna nota? -le preguntó Kelly a Kurt.

– ¿Aparte de lo que había en el CD? No.

– ¿Ni libros de consulta o materiales de investigación?

– Había libros por todas partes. Cientos de ellos y un montón de revistas en una estantería. No vi nada que me pareciera significativo.

Kelly no insistió. La policía de Seattle ya había estado en el apartamento y se les había pasado por alto o no le habían dado importancia al hecho de que Randi estuviera escribiendo un libro. Tendría que comprobarlo cuando se fuera a la ciudad.

Estuvieron hablando del caso hasta que no quedó nada más que decir. Entonces, Kelly decidió marcharse.

– Os mantendré informados si descubro algo -dijo, refiriéndose al grupo en general-, y espero la misma consideración -añadió, dirigiéndose a Kurt en concreto.

– Por supuesto -afirmó, aunque Kelly no estaba segura de que pudiera confiar en él.

– Buenas noches.

Se dirigió a la puerta. Entonces, tuvo una corazonada. Se volvió a Matt y dijo:

– ¿Podría ver su dormitorio?

Matt se encogió de hombros y la acompañó a la planta superior. Allí, abrió la puerta de un pequeño dormitorio que había sido transformado en la habitación para el bebé. El niño dormía profundamente. Kelly sonrió. Matt miró a su sobrino y su rostro se dulcificó.

– Tan pequeño y hay que ver el ruido que hace -susurró. Entonces, arropó cuidadosamente al bebé.

Kelly sintió una profunda ternura. Las enormes manos de Matt parecían completamente fuera de lugar sobre aquella delicada mantita, pero la ternura con la que arropó al bebé resultó sorprendente. Algún día, Matt McCafferty sería un padre estupendo.

Cuando lo miró a él, vio que Matt la estaba observando a ella. Se aclaró la garganta y se apartó de la cuna. Bajo la suave luz de la lámpara de acompañamiento, examinó las paredes de la estancia. Un tablón que colgaba cerca del armario aún tenía algunos de los tesoros de la infancia de Randi: un tocado de flores secas y ajadas, fotografías de sus amigos chapoteando en un arroyo, un par de instantáneas de Randi a caballo, una liga de encaje y varias cintas azules y rojas pegadas sobre el corcho.

En un rincón, había un escritorio. Sobre éste, una estantería mostraba trofeos de varios tamaños, todos dedicados a la hípica. También había un polvoriento sombrero de vaquera adornado con una tiara de piedras brillantes en vez de con una cinta. Kelly tocó las polvorientas joyas.

– Randi era una princesa del rodeo en el instituto -explicó Matt.

– Es decir, tu hermana también tenía la fiebre del rodeo en el cuerpo.

– Lo tenemos en la sangre -admitió Matt-. Todos nosotros, menos Thorne. A él no le gustaba nada que tuviera que ver con el rancho o los caballos ni nada que estuviera relacionado con esa parte de la cultura del Oeste. Estaba más interesado en hacer dinero. De hecho, era su único interés hasta que conoció a Nicole.

– Ella ha cambiado su vida.

– Sí.

Kelly estudió los libros que había sobre el escritorio. Principalmente, estaban relacionados con los caballos y el cuidado de éstos. Con una mirada más, decidió que ya sabía todo lo que tenía que saber sobre la hermana de Matt. Ojalá se despertara… había tantas preguntas que ella sería capaz de responder…

– Supongo que con esto me vale -dijo Kelly. Dedicó una última sonrisa al bebé y se marchó.

– Te acompañaré -comentó Matt. La siguió escaleras abajo y salió con ella hasta el lugar en el que había aparcado su vehículo-. Has estado bastante callada todo el rato.

– Supongo. Quería escuchar lo que Striker tenía que decir.

– ¿Qué te pareció?

– Parece que todo está correcto, pero voy a comprobarlo todo cuando llegue a Seattle.

– ¿Te marchas?

– Durante un par de días. Regalo del departamento. Sé que me vas a echar de menos -bromeó, pero anduvo más cerca de la verdad de lo que Matt quiso admitir.

– Trataré de sobrevivir.

– Hazlo, vaquero.

Kelly sonrió. No hizo falta nada más. Antes de que Matt tuviera oportunidad de pensarlo, la agarró, la tomó entre sus brazos y la besó. Ella abrió la boca por la sorpresa, lo que él aprovechó para profundizar el beso. Se produjo un segundo de resistencia. Los músculos de Kelly se tensaron y, entonces, Matt sintió que ella se deshacía por completo. Cerró los ojos y la estrechó aún con más fuerza.

De repente, se escuchó que una puerta se abría y oyeron voces. Kelly se quedó completamente inmóvil entre los brazos de Matt y luego se apartó.

– No creo que esto sea buena idea -dijo ella mirando al porche. Slade y Kurt estaban allí. Slade había encendido un cigarrillo y Kurt estaba de pie, con las manos metidas en los bolsillos. Los dos hombres los estaban mirando.

– Genial -dijo Matt sabiendo que su hermano menor lo iba a someter al tercer grado.

– Creo que deberíamos mantener esto en el terreno profesional -dijo ella, como si estuviera leyendo los pensamientos de Matt. Abrió la puerta de su todoterreno y se metió en el vehículo.

– Y yo creo que tú eres una mentirosa -susurró Matt-. Admítelo, detective. Me deseas.

– Eres insufrible.

– Eso me han dicho -comentó, con una sonrisa, muy segura de sí misma.

– Buenas noches, vaquero.

Kelly cerró la puerta y apretó los dientes. ¿Qué era lo que tenía Matt McCafferty que tanto le afectaba? ¿Por qué le había permitido que volviera a besarla? Él tenía razón.

Metió la llave en el contacto y arrancó.

«Admítelo, detective. Me deseas», había dicho él.

Si Matt supiera… Aún sentía el sabor de él en los labios. La sangre le latía con fuerza en las venas. Sí, claro que lo deseaba, pero no podía tenerlo. La idea era una locura y completamente fuera de lugar para ella.

Mientras maniobraba para sacar el coche del lugar en el que estaba aparcado, iluminó a Matt con los faros. Él estaba de pie, con las piernas separadas y los brazos cruzados sobre el amplio torso. Kelly metió la marcha y pisó el acelerador.

«Sí, maldita sea. Te deseo», se dijo, «pero no va a ocurrir nada entre nosotros. Tú, Matt McCafferty, eres un completo tabú para mí».


Matt se preparó mentalmente antes de regresar a la casa. Vio la censura que se reflejaba en los ojos de Slade.

– ¿Qué ha sido eso? -le preguntó éste tras tirar la colilla del cigarrillo a la nieve.

– ¿El qué?

– Tú y la detective. No trates de negarlo. Pensaba que estabas vigilando a los del departamento de policía para ver si estaban haciendo su trabajo.

– Y así es.

– ¿Besando a la detective que está a cargo del caso? -se mofó Slade-. Estás intentando acostarte con ella, por el amor de Dios.

– Venga, Slade, déjame en paz… me estoy ocupando del asunto.

– Te estás excediendo. Ella tiene que estar pensando en el caso de nuestra hermana y en nada más, y tú… Tú tienes que mantener la cabeza fría.

– No te preocupes al respecto -dijo Matt.

– ¡Tienes un trabajo que hacer!

Matt agarró a Slade por la pechera de la camisa.

– He dicho que me dejes en paz y lo digo en serio… -dijo. Entonces, tiró de él y colocó el rostro tan cerca del de Slade que sólo con la tenue luz del porche pudo ver cómo la cicatriz que recorría el lateral del rostro de su hermano se teñía de rojo.

– Quietos -les ordenó Kurt, mirando hacia el sendero, hacia el lugar por el que habían desaparecido las luces del coche de Kelly-. Creo que esto podría funcionar.

– ¿Cómo? -preguntó Matt.

Kurt cerró los ojos un instante y se frotó la mandíbula.

– Conversaciones de almohada -les dijo a los dos hermanos.

Slade apretó los labios.

– No me gusta.

– A mí tampoco -estuvo de acuerdo Matt.

Kurt no cedió.

– Antes de que hagas algo que todos podamos lamentar -le dijo-, quiero que me escuches. Todos sabemos que, algunas veces, las mujeres dicen cosas en la cama que no dirían en ningún otro lugar. Esto nos podría beneficiar, y mucho, dado que la detective Dillinger está tan implicada en el caso.

– No se trata de eso.

– Claro que sí. Todos estamos trabajando juntos, ¿no? Para conseguir un fin común. Para descubrir quién demonios está intentando matar a vuestra hermana, y supongo que podemos hacerlo por todos los medios posibles. Besa a esa mujer, acuéstate con ella. No tienes que enamorarte. Ella está aquí y tú vives muy lejos, pero, mientras tanto, podrías divertirte un rato. Además, así podrás descubrir todo lo que la policía podría estar ocultándonos.

– Si es que esa mujer habla -dijo Slade.

– Lo hará con la motivación adecuada. Todas lo hacen.

Dicho eso, Kurt se marchó hacia el lugar donde tenía aparcado su todoterreno, dejando a Matt con un mal sabor de boca.

– No me gusta ese hombre -le dijo a Slade.

– No tiene que gustarte. Sólo tienes que hacer lo que él dice -replicó con la dureza reflejada en los ojos-. Además, quieres acostarte con Kelly Dillinger de todos modos. Ahora ya tienes una excusa.

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