La mujer moderna actual debería buscar sus propias experiencias vitales en cualquier oportunidad, aunque siempre es aconsejable escuchar a las demás mujeres que, gracias a su propio arrojo, han obtenido conocimiento sobre tales cuestiones íntimas. Un tiempo dedicado a conversar con esas mujeres que están versadas sobre tales temas puede resultar reconfortante e instructivo, y ofrecerá una guía de gran utilidad. Además, siempre es más divertido poder disponer de una compañera de travesuras.
Guía femenina para la consecución
de la felicidad personal y la satisfacción íntima.
Charles Brightmore.
Victoria dejó a un lado la bandeja de la cena y recostó la espalda contra las almohadas con un suspiro satisfecho.
– La sopa de pescado estaba deliciosa.
Sonrió a su tía, quien, tras ayudarla a acomodarse y a ponerse un camisón de algodón limpio, también había ordenado que le subieran una bandeja con la cena.
– ¿Crees que la cocinera estaría dispuesta a darnos la receta?
– Bueno, si no nos la da ella, sin duda el doctor Oliver podrá sacársela. -Observó a Victoria por encima del borde de su copa de vino-. Deja que te diga que de haber sido otro quien me hubiera dado la noticia de tu espantosa experiencia, a buen seguro me habría desmayado. Sin embargo, el doctor Oliver tiene… algo especial. Es un hombre muy seguro de sí mismo. Y tranquilizador.
– Sí, lo es. -Y muchas otras cosas, pensó. Cosas que la excitaban y la deleitaban. Aunque la confundían y la inquietaban a la vez.
– Y tan condenadamente atractivo… -prosiguió tía Delia-. Y fuerte. ¡Pero si te ha traído en brazos a la casa! -Fingió abanicarse con la servilleta-. Desde luego, es de un vigor admirable. Y se preocupa mucho por ti, Victoria.
Una oleada de calor trepó al rostro de Victoria desde el cuello de su camisón.
– Naturalmente que estaba preocupado. Es médico. Se preocupa por todos sus pacientes.
Tía Delia dejó su taza de té en el plato con un decidido tintineo.
– Mi querida niña, llevas toda la cena evitando con gran destreza hablar del doctor Oliver, y ya es hora de que dejes de hacerlo. -Tenía los ojos colmados de preocupación-. Querida, si de verdad crees que sus desvelos son simplemente los de un médico por su paciente, sin duda necesitas algún reconstituyente más fuerte. No me cabe duda de que te das cuenta de que siente una fuerte atracción por ti. Y hasta un ciego podría ver que tú sientes lo mismo por él.
Victoria se estremeció ante su más que evidente transparencia.
– Dado lo apuesto que es, estoy segura de que muchas mujeres le encontrarían atractivo.
– Sí. Pero eres tú la única que me preocupa. -Tía Delia se levantó del sillón y se acomodó en el borde de la cama de Victoria-. Te veo preocupada. ¿Por qué no me cuentas lo que te tiene así?
Victoria se agarró del edredón. La necesidad de compartir con alguien la plétora de sentimientos encontrados entre los que se debatía la abrumaba. Pero no podía confiar a su tía la sensual naturaleza de esos sentimientos, de su encuentro con Nathan. No podía compartir los escandalosos deseos, la torridez, las necesidades que él inspiraba en ella. Su pobre tía se desmayaría ante semejante escándalo. Peor aún, una admisión de esa naturaleza sin duda significaría que su tía no le permitiría disfrutar de un solo instante más a solas con Nathan. Mientras que su voz interior le decía que eso era lo más conveniente, su corazón se mostraba en desacuerdo. Además, ¿cómo podía esperar compartir algo que ni siquiera ella comprendía?
Forzó pues una sonrisa y dijo:
– Agradezco tu ofrecimiento, tía Delia, pero estoy bien.
– Entiendo. Crees que desfalleceré del susto, aunque te aseguro que estás muy equivocada. -Puso una mano cómplice sobre la de Victoria-. Entiendo completamente, querida. Siempre te ha gustado planearlo todo. Pero si hasta cuando eras niña planeabas tus fiestas, y de jovencita hacías lo mismo con tu ropa hasta el último detalle. Planeabas los diez próximos libros que pensabas leer. Durante la temporada, has planeado con absoluta precisión a qué fiestas deseabas asistir y qué caballero preferías para cada baile. Has planeado exactamente el tipo de hombre con el que deberías casarte y sabes exactamente la clase de anillo de boda que quieres… planes que tienes intención de poner en marcha en cuanto llegues a Londres. Viniste a Cornwall con un plan definido en mente: soportar durante el menor tiempo posible esta visita en la que tu padre tanto había insistido, para luego regresar a Londres y decidir qué marido tomar. Y ahora estás completamente perdida porque el devastador atractivo del doctor Oliver y las inesperadas emociones que inspira en ti han desbaratado del todo tus detallados planes.
La descripción que había hecho su tía de la situación era tan certera que Victoria tan solo pudo clavar en ella la mirada.
– ¿Cómo sabías todo eso?
– Por dos motivos. En primer lugar, porque mi intuición es (y lo digo con la mayor de las modestias) formidable. Y, en segundo lugar, porque tú y yo somos muy parecidas, y porque así es precisamente como yo reaccionaría en tu situación. Creo que estás empezando a entender que el problema de hacer planes es que carecen de espontaneidad.
– No me gusta la espontaneidad.
– Al contrario. Creo que, muy a tu pesar, estás descubriendo que te encanta. Simplemente crees que no te gusta porque hasta ahora la desconocías. Es casi como decir que no te gusta la tarta de arándanos cuando jamás la has probado. -Su mirada estudió la de Victoria durante varios segundos-. Ni Branripple ni Dravensby te afectan de este modo.
No tenía sentido negarlo. En realidad, era un alivio poder reconocerlo.
– No. Y no entiendo por qué. Los dos son apuestos. Y sin duda son mucho más adecuados para mí que el doctor Oliver.
Las cejas de tía Delia se arquearon bruscamente.
– ¿Ah, sí?
– Por supuesto. Lord Branripple y lord Dravensby no solo son candidatos socialmente superiores, sino que tengo con ellos muchas cosas en común.
– ¿En serio? ¿Y no te parecen… aburridos?
Mortalmente aburridos, como bien se daba cuenta Victoria. Sin embargo, en vez de ayudar, la conversación estaba empezando a confundirla aún más.
– No entiendo. Creía que te oiría abogar en contra de un hombre como el doctor Oliver.
– ¿Contra un hombre afectuoso y apuesto que está claramente prendado de ti y que hace brillar chispas en tus ojos?
– Un hombre que no posee ningún título. Que vive en una humilde casa de campo, que se gana modestamente la vida y que evita la alta sociedad.
– Nada de lo cual lo convierte en inadecuado, querida. Puede que no sea el heredero, pero aun así es hijo de barón.
– ¿Y qué pasa con la seguridad de mi futuro? Una boda con Branripple o con Dravensby me convertiría en condesa. Garantizaría mi posición social. Las decisiones que tome ahora afectarán al resto de mi vida.
– Muy cierto. -Tía Delia le apretó cariñosamente la mano-. Aunque debes sin duda saber que tu padre jamás te dejaría en la miseria.
– Papá espera que haga un buen matrimonio.
– Por supuesto. Pero cuando dice «buen matrimonio» se refiere a que quiere verte feliz. -Su tía respiró hondo y prosiguió-. ¿Y qué me dices de lord Sutton y de lord Alwyck? Tienes a un vizconde y a un barón al alcance de la mano y está claro, después de las dos noches que hemos pasado en su compañía, que ambos te encuentran sumamente atractiva. Me costaría Dios y ayuda tener que decidir cuál de los dos es más apuesto, pues ambos son extraordinariamente guapos.
– Sí, es cierto. -Pero ante ninguno de los dos el corazón le daba un vuelco ni se le detenía el pulso. Ninguno despertaba en ella el deseo de estar cerca de él para no perderse una sola de sus sonrisas ni una sola palabra de sus labios. Con ninguno sentía ese hormigueo en los dedos de puras ganas de tocarle. Nathan provocaba en ella todas esas cosas simplemente… siendo él mismo-. Pero tanto sus propiedades como sus vidas están aquí, en Cornwall. Y, a pesar de que esto no ha resultado ser el espantoso lugar que yo había imaginado, jamás podría vivir tan lejos de la ciudad. De la civilización. Además, apenas les conozco, mientras que hace años que disfruto de la compañía de Branripple y de Dravensby.
– Tampoco hace mucho que conoces al doctor Oliver -dijo tía Delia con voz queda-, lo cual no hace más que probar que la duración de una relación no es una medida precisa con la que mesurar nuestros sentimientos. -Desvió la mirada hacia el fuego de la chimenea y a sus ojos asomó la remembranza-. A veces, una persona que acabamos de conocer puede prender una chispa, un deseo y un anhelo que alguien al que conocemos desde hace años jamás ha prendido.
Parpadeó dos veces, pareció entonces volver en sí y se volvió a mirar a Victoria.
– Estoy convencida de que tanto Branripple como Dravensby serían unos maridos corteses y aceptables que te darían pocas preocupaciones. Pero escucha tu corazón, Victoria. La vida puede resultar recatada y aburrida o puede por el contrario ser una magnífica aventura. La vida con un hombre recatado y aburrido no será más que eso. Por otro lado, la vida con alguien que da alas a tu corazón… -Soltó un suspiró soñador como Victoria jamás había oído salir de sus labios-. Esa vida podría ser una gloriosa aventura.
– Quizá. Pero tenemos que comer mientras disfrutamos de esa magnífica aventura.
– Cierto. Aunque no es necesario disfrutar de la mejor de las cocinas a diario para satisfacer el apetito.
– No basta con sentirnos físicamente atraídas por alguien. No tengo nada en común con el doctor Oliver.
– ¿Ah, no? Su padre me ha hablado mucho de él, y, a juzgar por lo que me ha dicho, tenéis un buen número de intereses similares.
– ¿Como por ejemplo?
– El amor por la lectura. La pasión por el conocimiento. La afición por los cuentos de hadas. A ambos os gustan los animales.
Victoria puso los ojos en blanco.
– Nathan no tiene animales normales como el resto de la gente.
Su tía se encogió de hombros.
– No es un hombre como el resto de la gente. Los dos sois inteligentes, y está claro que él reconoce ese rasgo en ti y que lo admira. Una mujer lista sin duda impresionaría a un hombre como el doctor Oliver.
– Quizá no desee impresionarle.
– Bah. Cualquier mujer con un mínimo de aliento en sus pulmones desearía impresionar a un hombre tan divino como él. ¿Quieres saber lo que pienso?
Aunque no estaba segura, Victoria asintió.
– Por supuesto.
– Creo que tienes miedo de impresionarle. Que estás intentando mantener cierta distancia entre él y tú, mantener en pie las barricadas que has logrado levantar entre ambos.
– Sin duda, dada nuestra situación, es lo mejor. Cuando regrese a Londres, voy a elegir a otro hombre como esposo. Y no soy la clase de mujer que el doctor Oliver desea. Me tiene por una engreída flor de invernadero.
– Quizá no desee desearte, pero sin duda te desea con todo su ser. -Tía Delia frunció los labios y escudriñó a su sobrina durante varios segundos. Entonces, lo que pareció una chispa de satisfacción destelló en sus ojos-. Te ha besado.
El fuego abrasó las mejillas de Victoria. Antes de que pudiera dar una respuesta, su tía dijo enérgicamente:
– Ya veo que sí. Y que sabe besar a una mujer.
Divertida ante semejante muestra de franqueza por parte de su tía, Victoria negó con la cabeza.
– ¿No te escandaliza? ¿Ni te sorprende?
– Querida, lo que me sorprendería es que no lo hubiera hecho. Y, francamente, sería una verdadera desilusión. Sería una auténtica pena que un hombre no fuera fiel a la promesa que se anuncia en ese malicioso brillo que asoma a sus ojos -Pero en ese instante su mirada se tornó penetrante-. Y ahora tu curiosidad femenina ha despertado.
Victoria se mordió el labio inferior y asintió, apartando de su mente la imagen de un Nathan mojado y desnudo.
– Mucho me temo que del todo.
– ¿Te ha confesado sus sentimientos por ti?
– No.
– Teniendo en cuenta que es un hombre de absoluta franqueza, está claro entonces que está tan confundido como tú.
– Seguramente porque no hay ningún sentimiento del que hablar.
Tía Delia desestimó las palabras con un gesto de la mano.
– Está enamorado de una mujer que sin duda nada tiene en común con la clase de mujer a la que está acostumbrado.
En la mente de Victoria surgió una imagen… de Nathan desnudo, excitado, bajando la cabeza para besar a una mujer. Una mujer que no era ella. Sintió que la atravesaba una abrasadora punzada de celos.
Una lenta sonrisa curvó los labios de tía Delia.
– Eso debe de molestarle muchísimo. Y la idea de que vayas a casarte con otro… no creo que le haga ninguna gracia -Su sonrisa se desvaneció y clavó los ojos en Victoria-. La cuestión es: ¿qué piensas hacer con esta atracción? ¿Qué plan tienes?
¿Plan? No tenía ninguno. Sus planes de venganza de dar un beso a Nathan que lo atormentara y marcharse sin más se le antojaban ridículamente inocentes. Y eso la dejaba, por primera vez desde que tenía uso de razón, sin un plan. Se había convertido en una pluma a la deriva en un mar embravecido, lanzada de un lugar a otro, sumida en el abandono y sin destino a la vista.
Victoria se aclaró la garganta.
– Me temo que todavía no he hecho ningún plan. Lo cierto es que me siento… bastante perdida.
Tía Delia asintió, pensativa.
– Lo creas o no, Victoria, también yo me he visto en circunstancias idénticas. Y tienes razón: las decisiones que tomes ahora afectarán al resto de tu vida. Por eso es imprescindible que elijas acertadamente. -Se levantó-. Tengo una cosa en mi habitación que quiero mostrarte. Volveré dentro de un momento.
Salió de la habitación. Victoria ni siquiera había empezado a asimilar el asombroso giro que la conversación con su tía había experimentado ni las cosas inesperadas que tía Delia le había dicho cuando la dama regresó con una bolsa marrón cerrada con un cordón borlado.
– ¿Qué es eso? -preguntó Victoria mientras la señora volvía a tomar asiento en el borde de la cama. Como respuesta, su tía desató el lazo de cordón e introdujo la mano en la bolsa. Sacó del interior un ornado anillo de oro con diamantes incrustados. -Mi anillo de boda.
Victoria reconoció la pieza, aunque hacía años que no la veía.
– Ya no lo llevas.
– Me lo quité el día que murió Geoffrey, y desde entonces no he vuelto a ponérmelo.
La compasión se adueñó de Victoria ante el tono poco expresivo de su tía. Tío Geoffrey había sido un hombre adusto y carente de sentido del humor, con debilidad por la bebida y según se rumoreaba, también por los burdeles. Tía Delia en raras ocasiones le mencionaba.
Victoria miró el anillo que su tía sostenía en la palma de su mano. Supuso que a algunas mujeres les habría gustado, dado su obvio valor, aunque no era para nada una pieza de su gusto.
– ¿Por qué me lo enseñas?
– Porque quiero explicarte lo que representa para mí. Es un símbolo contradictorio que encarna todo lo que creí desear y todo lo que llegué a deplorar. Cuando vuelvo la vista atrás, cuando me doy cuenta de lo absolutamente inocente que fui al casarme con Geoffrey… -Meneó la cabeza-. No sabía nada de nada. Nada del mundo. Y, como no tardé en descubrir, nada sobre mí. Era del todo inocente, y cuando accedí a un matrimonio que, según me pareció, respondía a mis intereses, creí que mi inocencia me sería de gran ayuda.
Miró a Victoria dando muestras de experiencia y de tristeza en sus ojos azules.
– Pero no, de nada me sirvió. Cuando ahora pienso en m: matrimonio, lo único que se me ocurre es: «Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora…».
– ¿Qué? -preguntó por fin Victoria en voz baja al ver que el silencio se prolongaba, interrumpido tan solo por e tictac del reloj colocado en la repisa de la chimenea. Contuvo el aliento, temerosa de decir algo más, de romper con sus palabras la atmósfera de intimidad y que su tía decidiera no compartir con ella esas confidencias profundamente personales.
La expresión de su tía dejó de ser desapacible para tornarse feroz.
– No habría elegido como lo hice, Victoria. Habría optado por escuchar el dictado de mi corazón, de mi alma, y determinar así cuáles eran mis verdaderos deseos… no solo los que creía atesorar únicamente porque mis planes, mis gustos, jamás se habían visto desafiados. Entonces, cuando hubiera decidido lo que quería en verdad, lo que realmente era importante para mí y para mi felicidad, habría elegido en función de lo que deseaba. Y no de lo que los demás esperaban de mí. En función de lo que me complacería a mí… y solo a mí. E, independientemente de la batalla que eligiera lidiar, me habría asegurado de ir bien armada y de saber lo que podía esperar. Thomas Gray propugna en su poesía la idea de que «la ignorancia es la dicha», a lo que simplemente puedo responder que ese hombre era un estúpido. En lo que a mí respecta, la falta de conocimiento no es ninguna fuente de dicha… sino el caldo de cultivo del desastre. -Entregó la bolsa de seda a Victoria-. Quiero que te lo quedes.
Confusa y curiosa, Victoria metió la mano en la bolsa y sacó de ella un libro delgado. Lo miró durante unos segundos y se quedó inmóvil. No estaba segura de si le sorprendía más que su tía tuviera aquel ejemplar o que hubiera decidido dárselo. Pasó unos dedos vacilantes por las discretas letras doradas de la cubierta de cuero marrón. Guía femenina para la consecución de la felicidad personal y la satisfacción íntima, de Charles Brightmore.
– Lo conoces, naturalmente -dijo tía Delia-. Quién no. Es la comidilla de Londres desde hace meses. Y con razón, pues su provocativo consejo va mucho más allá de lo que cualquiera calificaría de decente. Pero ofrece instrucciones e información que me habría encantado tener a mi disposición cuando era joven. Está lleno de información que quiero que tengas, Victoria. Que necesitas tener. Para que no cometas los mismos errores que yo cometí. Para que dispongas del conocimiento necesario que te permita elegir sabiamente. Este viaje a Cornwall te ha proporcionado la posibilidad de aprender sobre ti misma, lejos de los ojos curiosos de la sociedad. Es una oportunidad que me habría encantado tener y que me niego en redondo a negarte.
Victoria apartó la mirada del libro y levantó la mirada. Los ojos azules de tía Delia estaban colmados de amor y de preocupación. Entendió en ese momento por qué su tía no se había mostrado más diligente en sus tareas de acompañante.
Sin una sola palabra, metió el libro en la bolsa de seda y se lo devolvió a su tía.
– No puedo aceptarlo.
El sonrojo tiñó las mejillas de tía Delia.
– Te he escandalizado. Lo siento. Es solo que…
– Porque no podría bajo ningún concepto privarte de tu ejemplar cuando ya tengo el mío. -Se aclaró la garganta-. Un ejemplar que he releído en varias ocasiones.
Tía Delia parpadeó y rápidamente recuperó el aplomo.
Dedicó a Victoria una amable sonrisa llena de una muestra tal de comprensión que la joven sintió al verla un nudo en la garganta.
– Entonces, vive tu aventura, querida. Disfruta de tu vida al máximo. No dejes que tu sexo determine tu destino. Deja mejor que la mano de este te acaricie. Deja algo a la suerte. Sigue los dictados de tu corazón, a ver adonde te conducen Siempre contarás con mi apoyo incondicional. -Se llevó al pecho la bolsa de seda que contenía el libro y una expresión decidida se apoderó de sus rasgos-. Sigue a tu corazón -reitero en voz baja-. Es lo que pienso hacer yo.
– ¿A qué te refieres?
– A que quiero oír cantar mi corazón y mi alma. Merezco vivir una gran pasión, la felicidad que se me negó en mi juventud, y si tengo la oportunidad, no dejaré que nada me impida hacerlo. También tú te mereces esa pasión y esa felicidad, querida.
Victoria apenas podía creer lo que oía. No podía ser que tía Delia estuviera sugiriendo que… Aunque sin duda daba la sensación de que la estuviera animando a que…
Tomara a Nathan como amante.
Cielos. La simple idea la envolvió en una oleada de calor que amenazó con convertir en cenizas sus buenas intenciones. No había permitido que esa posibilidad tomara forma en su mente por temor a que la arrollara. Pero en ese momento sintió la idea firmemente arraigada. Y creciendo a un ritmo alarmante.
Llamaron a la puerta y ambas se sobresaltaron.
– Pase -dijo Victoria.
La puerta se abrió para revelar la presencia de Nathan. El corazón de Victoria empezó a latir a un ritmo distinto. Más potente, más rápido. La mirada de él la recorrió, intensa, penetrante, dejándola sin aliento. Con unos pantalones negros, camisa blanca y chaleco de color marfil, tenía un aspecto fuerte y masculino. Y absolutamente apuesto. Una mata de pelo oscuro que como ella bien sabía era como la seda entre los dedos le caía sobre la frente, cosa que habría resultado infantil en otro hombre. Pero es que nada en el ser que en aquel instante cruzaba la habitación podría haber sido descrito como infantil.
– Buenas noches, señoras -dijo, abarcándolas a ambas con la mirada. A continuación su atención se centró exclusivamente en Victoria-. ¿Cómo te encuentras?
Sin aliento, pensó Victoria. Y todo por culpa tuya.
– Mucho mejor -dijo en cambio-. La cena estaba deliciosa.
Nathan sonrió.
– Me alegro de que te haya gustado. Confieso que esta no es una visita de orden estrictamente social… Estoy aquí en calidad de tu médico.
Tía Delia se puso en pie.
– ¿Debo marcharme?
– En absoluto. Su presencia servirá como distracción para mi paciente, que ha expresado una clara aversión a los médicos. Por favor, prosigan con su conversación.
La mirada de Victoria voló hasta la de su tía, en cuyos ojos vio brillar una risa y una picardía del todo inconfundibles.
– Muy bien. ¿De qué estábamos hablando, Victoria? -Adoptó una expresión confundida y se golpeó levemente el mentón con el dedo-. Ah, sí. De los libros que hemos leído últimamente. ¿Cuál era el título que acababas de recomendarme?
Victoria tosió para disimular el estallido de risa escandalizada que sintió ascender por su garganta. Cielos, ¿cuándo s había convertido tía Delia en semejante fresca? Rezando para que el calor que notaba en las mejillas no resultara tan visible como ella lo sentía, respondió con tono represivo:
– Hamlet.
Tía Delia fue la cara misma del desconcierto.
– ¿Estás segura? Creía que habías dicho…
– Hamlet -la interrumpió Victoria apresuradamente, debatiéndose entre el horror y la diversión-. Hamlet, sin duda.
Tía Delia parpadeó tras la ancha espalda de Nathan.
– Y yo que creía que era El sueño de una noche de verano.
Nathan levantó una de las manos de Victoria y examinó con suavidad la palma rasguñada.
– ¿Así que es de eso de lo que hablan las damas cuando están solas? -preguntó con voz divertida-. ¿De Shakespeare?
– Sí -se apresuró a responder Victoria antes de que tía Delia pudiera hacer nada por borrar el travieso brillo que había asomado a sus ojos.
Nathan sonrió.
– Y yo que creía que hablaban de hombres.
– Shakespeare era un hombre -dijo Victoria con aspereza, intentando ser valiente y hacer caso omiso del hormigueo de placer que el contacto con Nathan invocaba en ella mientras él le alzaba la cabeza para examinarle el corte.
– Me refiero a los hombres vivos, a los que respiran.
– Oh, también hablamos de ellos -exclamó tía Delia.
– Entre otras cosas -dijo Victoria lanzando a su tía una mirada contenida.
– Mi padre y yo las hemos echado en falta durante la cena -dijo Nathan, apartando el edredón y levantándole el camisón lo suficiente para examinarle las rodillas. Su forma de tocarla y su comportamiento eran del todo impersonales, pero no había nada de impersonal en el calor que el roce de sus manos prendía en la piel de Victoria.
– ¿Tu hermano no ha cenado con vosotros? -preguntó Victoria, espantada al reparar en lo jadeante que sonó su voz al hablar.
– No. Se ha ido a Penzance esta mañana temprano y no volverá hasta tarde. -Le bajó el camisón y volvió a taparla con la sábana. Luego se levantó y le sonrió-. Tus golpes, los cortes y los rasguños tienen buen aspecto. Y ya has recuperado el color. -Su mirada tocó las mejillas de Victoria y le arrugó el ceño-. De hecho, te encuentro bastante acalorada.
Tendió la mano para posarla sobre su frente. Dios del cielo ¿cómo podía decirle ella que tocándola no conseguiría otra cosa que acalorarla aún más?
– No tienes fiebre -dijo Nathan, inconfundiblemente aliviado, retirando la mano.
– Me encuentro bien. De verdad. Creo que el bálsamo que me has puesto ha calmado el dolor.
– Bien. Aun así, mañana seguirás un poco dolorida. Aunque un baño caliente ayudará a mitigar el dolor. -Su mirada deambuló por la habitación hasta la gran bañera de latón que dos lacayos habían colocado hacía un rato junto a la chimenea-. Mandaré que suban el agua. Y cuando hayas terminado de bañarte, deberás acostarte. Necesitas descansar.
Se volvió hacia tía Delia.
– ¿Puedo acompañarla abajo, lady Delia? Mi padre está en el salón y espera poder contar con alguien para su partida de backgammon. -Se inclinó sobre ella y dijo con un teatral susurro-: No le gusta jugar contra mí porque siempre le gano.
– También yo estaría encantada de ganarle -dijo tía Delia entre risas. Se inclinó a su vez sobre Victoria y le dio en beso en la mejilla-. Piensa en lo que te he dicho, querida -le susurró al oído.
Nathan acompañó a la tía de Victoria hasta la puerta. Antes de cerrarla tras de sí, se volvió y sus ojos buscaron los de ella. Una larga mirada se cruzó entre ambos y Victoria oyó palpitar su corazón al tiempo que se preguntaba lo que podría estar pensando Nathan. Algo brilló en los ojos de él cuando el dijo en voz baja:
– Disfruta del baño.
Acto seguido, desapareció.
Aunque resultó del todo imposible olvidarle.