Capítulo 20

La mujer moderna actual que esté en situación de tener que poner fin a un romance, deberá hacerlo de una manera limpia y rápida. Por descontado, eso es algo que se consigue más fácilmente si su corazón no está implicado en el lance.


Guía femenina para la consecución

de la felicidad personal y la satisfacción íntima.

Charles Brightmore.


Más tarde, esa misma noche, Nathan se paseaba una y otra vez por los confines de su habitación. Cuando se acercó a la chimenea, echó una mirada al reloj colocado encima de la repisa. Había pasado menos de un minuto desde la última vez que había lanzado una mirada asesina a aquel reloj esmaltado, lo cual significaba que no solo su ceño más potente no bastaba para que el tiempo pasara más deprisa, sino que todavía tenía que sufrir durante otro cuarto de hora para que llegara la medianoche. Hasta que saliera de su habitación y se reuniera con Victoria en la de ella.

Pasándose las manos por el pelo, volvió dando grandes zancadas a la ventana al tiempo que la seda del batín aleteaba contra sus piernas desnudas. ¿En qué demonios había estado pensando cuando se había mostrado de acuerdo en esperar hasta la medianoche para reunirse con ella? Se había retirado hacía veinte minutos, dejando a Victoria, a lady Delia y a su padre en el salón. Le había llevado unos buenos diez minutos desvestirse, lavarse y ponerse el batín. A partir de entonces había empezado a pasearse por la habitación, frustrado ante su falta de sangre fría, pues hasta el momento se había tenido siempre por un hombre muy paciente. Pero no había nada de paciente en la necesidad, en ese deseo de estar junto a ella, tocándola, que clavaba sus garras en él.

Se detuvo en la ventana y miró al jardín bañado en un halo plateado de luz de luna. Cuando a punto estaba de volverse, un movimiento captó su atención. Mientras seguía observando la escena, una figura vestida de oscuro con una bolsa al hombro emergió de las sombras y se alejó sigilosamente por el césped hacia la espesura del bosque. Durante un instante, la luna brilló directamente sobre la figura y Nathan se quedó de una pieza al reconocerla. Segundos más tarde, la oscuridad se tragó la silueta furtiva y Nathan, con la mente transformada en un torbellino de preguntas, siguió con la mirada fija en el lugar donde la figura había desaparecido.

¿Qué demonios tramaba Colin?

No tenía sentido salir tras él… jamás lograría dar con su hermano en el bosque con esa oscuridad. Sin embargo, eso no significaba que no tuviera intención de buscar respuestas. Cogió la lámpara de aceite de la mesilla, salió de la habitación y echó a andar por el pasillo. Cuando llegó a la habitación de Colin, entró y cerró la puerta tras de sí.

Sostuvo la lámpara en alto y se paseó despacio por la habitación a oscuras, supervisando la zona con ojos atentos. Poco era lo que había cambiado desde la última vez que Nathan había visto la habitación, tres años atrás. Los mismos muebles de madera de cerezo, la misma alfombra Axminster de diseños en tonos verdes oscuros y los mismos cortinajes de pesado terciopelo. A primera vista, todo parecía en perfecto orden, pero en una segunda inspección Nathan se dio cuenta de que uno de los extremos de la alfombra situada delante del hogar estaba ligeramente arrugado, una falta que la criada en ningún caso habría dejado de corregir.

Se acercó a la mesa redonda de caoba que estaba junto al armario, donde vio una licorera de brandy y una copa de cristal sobre una bandeja de plata. Se llevó la copa a la nariz e inspiró. El olor a potente licor seguía todavía impregnando el cristal. Sostuvo entonces la copa contra la luz y percibió las gotas de pálido oro que quedaban en el fondo. ¿Un rápido estimulante para tu carrera por el césped, Colin?, pensó.

Cruzó la estancia hasta los ventanales y reparó con una triste sonrisa en que estaban cerrados por dentro.

– Pero si eres todo un experto en cerrar las puertas por el otro lado -murmuró-. Y en abrirlas, claro, pues sospecho que no habrás entrado alegremente por la puerta principal y habrás subido hasta aquí por la escalera.

Abrió los ventanales y salió al balcón. Se dirigió a la balaustrada de piedra y levantó la linterna para examinar detenidamente la piedra. Directamente en el centro de la barandilla encontró lo que buscaba: trozos de fibra de cuerda.

– Ahora sé cómo has entrado… pero ¿qué buscabas?

Bajó la lámpara y barrió con la mirada el balcón de piedra hasta detenerla en el pálido objeto que tenía junto a los pies. Se agachó y cogió la marfileña hoja de papel vitela doblado. Una sensación de espanto le recorrió al tiempo que desplegaba lentamente el papel con la esperanza de no ver lo que sospechaba que estaba a punto de contemplar. Segundos más tarde, sus peores sospechas quedaron confirmadas.

Era la carta y el mapa falsos que Nathan había dibujado en su momento. Los mismos que le habían robado.

Demonios. Presa del más absoluto desasosiego, regresó apresuradamente a su propia habitación. Después de entrar en ella, se dirigió al armario y cogió el par de botas de montar que tenía en el rincón más alejado de la puerta. Hizo girar con destreza el talón de la bota izquierda y palpó el compartimiento oculto. Como había sospechado, estaba vacío.


– Me han robado la carta y el mapa -dijo Nathan en cuanto cerró tras de sí la puerta de la habitación de Victoria-. También nuestro mapa cuadriculado.

Victoria clavó la mirada en la expresión adusta de Nathan y el corazón se le encogió al ser partícipe de la noticia.

– ¿Cuándo?

– Debe de haber sido esta noche durante la cena. -Se mesó los cabellos-. Debería haberlo sospechado, tendría que haber imaginado que haría algo así, pero no quería creer que pudiera ser tan estúpido.

– ¿Quién?

Victoria se quedó inmóvil ante la mirada torturada que vio en los ojos de Nathan.

– Colin -respondió él con la voz impregnada de angustia-. Ha estado aquí. Esta noche. Le he visto en el césped, yendo hacia el bosque. Cuando he registrado su habitación, he encontrado esto.

Victoria cogió el papel vitela que él le ofrecía y frunció el ceño al ver las palabras y el dibujo que no logró reconocer.

– ¿Qué es esto?

– El mapa y la nota falsos que nos robaron.

Victoria sintió que se le desorbitaban los ojos al ser consciente de lo que aquello quería decir.

– Eso significa que Colin…

– Está implicado. Solo hay dos maneras de que haya podido hacerse con la nota. Una, que contratara a aquel bastardo para que la robara. O dos que se la robara a aquel bastardo.

Victoria escudriñó su mirada.

– ¿Y cuál crees tú que es la acertada?

– Que Colin se la robó a nuestro ladrón -dijo sin dudarlo-. Mi hermano, entre sus múltiples talentos, es un formidable ladrón. Muy útil durante nuestra época de espías. Y, al parecer, todavía lo es.

Victoria daba vueltas a aquellos retazos de información mientras seguía mirando el papel vitela.

– Es decir, que crees -dijo despacio- que Colin se cruzó con nuestro ladrón, le robó la carta y el mapa y ha estado desde entonces intentando encontrar las joyas… aunque empleando para ello la información incorrecta… -Levantó los ojos y su mirada y la de Nathan se encontraron-. Ahora no solo tiene la carta y el mapa auténticos, y por consiguiente la información correcta, sino también nuestro mapa cuadriculado en el que aparecen señaladas todas las zonas que ya hemos cubierto.

Los rasgos tensos de Nathan se relajaron un poco y una inconfundible admiración brilló en sus ojos. Extendió el brazo, tomó la mano de Victoria y se la llevó a los labios, depositando un cálido beso en sus dedos.

– Mi querida Victoria, ¿te he dicho alguna vez que adoro tu capacidad para abrirte paso entre la niebla más espesa e ir directamente al meollo de la cuestión?

Victoria contuvo el aliento al ver la intensidad que hervía en la mirada de él y negó con la cabeza.

– No creo haberte oído mencionarlo.

– Pues dalo por mencionado. -Tras depositar otro breve beso en sus dedos, le soltó la mano y empezó a pasearse delante de ella.

Victoria le observó en silencio durante un minuto entero. Era tanta la preocupación que vio en la expresión de Nathan que no pudo por menos que sufrir por él. La siguiente vez que él pasó por delante de ella, tendió la mano y se la puso en el brazo, deteniéndole.

– Estás pensando que Colin tuvo algo que ver con el fracaso de la misión hace tres años -dijo con delicadeza. Le apretó suavemente el brazo en un gesto de compasión-. Lo siento.

Nathan negó con la cabeza, ligeramente sorprendido.

– De hecho, no, no es eso lo que pienso. Cualesquiera que sean las faltas que Colin pueda cometer, es un hombre de honor e integridad. Desgraciadamente, también tiene tendencia a ser muy audaz. Lo que creo es que, de algún modo, se habrá enterado de la verdad sobre lo que ocurrió hace tres años y, en vez de contármela, ha decidido solucionar las cosas sin ayuda de nadie.

– Pero ¿por qué no iba a explicártela? ¿Por qué no contar con tu ayuda?

Un músculo se contrajo en la mandíbula de Nathan.

– Tan solo puedo aventurarme a imaginar, pero diría que es porque hace tres años dudó de mí. Creo que, durante estos últimos tres años, por mucho que él quisiera creer en mi inocencia de cualquier fechoría, seguía manteniendo esa sombra de duda. Cuando descubrió lo que de verdad había ocurrido, y se dio cuenta de que yo no había traicionado la misión… -Dejó escapar un largo suspiro-. Estoy seguro de que le pudo el sentimiento de culpa. Conociéndole como le conozco, creo que está actuando por cuenta propia respondiendo a una especie de penitencia autoimpuesta. Es una forma de compensarme por su falta de fe en mí. Quiere encontrar las joyas, descubrir al traidor y limpiar mi nombre.

Victoria escrutó su mirada.

– Eso es lo que sientes porque es eso exactamente lo que tú harías por él.

– Sí. Lo haría.

– Apenas conozco a tu hermano, de modo que en calidad de observadora objetiva me siento en la necesidad de apuntar que, aunque podrías estar en lo cierto… es igualmente posible que estés equivocado. Puede que Colin sea el responsable de todo lo ocurrido.

– Cabe la posibilidad de que tengas razón, pero no me equivoco. Y eso significa que Colin podría estar en un grave peligro. -La tomó de la mano y la condujo hacia el escritorio de cubierta inclinada de caoba situado junto a la ventana-. Voy a reproducir la carta descifrada y la cuadrícula, y quiero que tú vuelvas a dibujar el mapa. Luego los estudiaremos hasta que descubramos lo que se nos ha escapado. Hasta que averigüemos cuál es el mejor lugar donde buscar. El instinto me advierte de que no tenemos mucho tiempo. No creo que podamos registrar las cinco cuadrículas que todavía nos quedan en el mapa.

Durante los treinta minutos siguientes, el único sonido que se oyó en la habitación, además del crepitar de la madera que ardía en la chimenea, era el rasgar de las plumas sobre el papel vitela. Victoria ocupó las dos horas siguientes en estudiar al detalle la serie de garabatos que había dibujado. Pa recían un auténtico galimatías. Hizo girar despacio el papel vitela, mirando las líneas desde todos los ángulos hasta que se le irritaron los ojos.

– He intentado una docena de códigos distintos, pero no logro descifrar nada más -dijo Nathan con la voz cargada de frustración-. ¿Has encontrado algo en el mapa?

– No… aunque acaba de ocurrírseme una idea. -Victoria irguió aún más la espalda y miró fijamente las líneas-. Hasta ahora hemos dado por hecho que, por las palabras «formación rocosa» que aparecen en la carta, este dibujo describía la formación particular en la que estaban escondidas las joyas. Pero ¿y si en realidad describe otra cosa?

– ¿Como qué?

– No lo sé. ¿Quizá un montículo cubierto de vegetación en la costa?

Nathan acercó su silla a la de ella y miró el dibujo con atención.

– En tal caso, o bien hemos pasado por alto las joyas o la información de Baylor era errónea. -Deslizó hacia ellos el mapa cuadriculado que había reproducido y señaló las zonas todavía inexploradas-. Todos los sectores restantes están situados en el interior, demasiado alejados del mar. Aunque creo que quizá tengas razón cuando dices que puede que esto no sea un dibujo que refleje la formación rocosa en sí.

Ambos estudiaron las líneas con atención, y Victoria musitó:

– ¿Y si se trata de una serie de caminos, o de senderos?

Nathan asintió y señaló luego un punto donde las líneas se encontraban.

– Podrían ser tres caminos que convergieran aquí.

Victoria le miró con una creciente sensación de excitación.

– ¿Conoces algún lugar así en la propiedad? ¿Donde converjan tres caminos junto a una formación rocosa?

Nathan se levantó y se paseó por la habitación con las cejas unidas en un profundo ceño. Obligándose a guardar silenció para no interrumpir sus pensamientos, Victoria casi podía ver cómo giraban las tuercas en su cabeza mientras él escudriñaba mentalmente la vasta extensión de terreno de la finca.

– Cerca de la zona situada más al norte -masculló Nathan. Acto seguido, meneó la cabeza-. No, allí no hay rocas. -Se detuvo junto al escritorio y volvió a estudiar el mapa cuadriculado-. Hay tantos caminos… -Sacudió la cabeza en una clara muestra de frustración-. Pero no se me ocurre nada. Tendría que pensarlo con detenimiento… -Se detuvo de pronto y volvió la vista a los garabatos que Victoria había dibujado-. Agua -dijo-. No son caminos de barro, sino agua. Arroyos. -Repitió la palabra «arroyos» en media docena de ocasiones, cada vez más y más excitado. Luego señaló en el mapa cuadriculado uno de los sectores que todavía no habían registrado y que cubría el extremo noroeste más alejado de la finca.

– Aquí. Hay tres arroyos que convergen aquí. Esto señala la frontera entre la propiedad de mi familia y la finca de Alwyck.

– ¿Hay alguna formación rocosa allí?

La mirada de Nathan buscó la de Victoria.

– Están las ruinas de una pequeña casa de campo de piedra. Apenas tres paredes semiderruidas, sin techo… Por Dios, ¡creo que tiene que ser aquí! -El entusiasmo que revelaba su voz y sus ojos era del todo inconfundible. Tomó el rostro de Victoria entre sus manos y le plantó en los labios un beso raudo y apasionado para luego soltar una carcajada breve y triunfal-. Eres un genio.

– ¿Yo? Pero si lo has descubierto tú.

– Pero tú me has dado la idea. La inspiración. -Le acarició las mejillas con las yemas de los pulgares-. Diría que hacemos un equipo «insobrepasablemente» maravilloso.

Hubo algo en su tono de voz, en la repentina seriedad de su mirada, que prendió en Victoria una serpenteante oleada de calor, robándole todo pensamiento. Tardaría una semana en dar con una respuesta a la altura del comentario, pero por el instante se limitó a asentir. «La semana siguiente lo más probable es que estés de regreso en Londres», le susurró su voz interior. Ante aquel indeseado recordatorio, todo su cuerpo se tensó.

Se aclaró la garganta.

– ¿Salimos de inmediato hacia la casa abandonada o prefieres esperar al amanecer?

Nathan frunció el ceño.

– Victoria, quiero que te quedes aquí.

Ella retrocedió y las manos de Nathan se despegaron de sus mejillas. Victoria se plantó las manos en la cintura y le lanzó una mirada airada.

– ¿Que me quede aquí? ¿Mientras tú recuperas las joyas? Me temo que no.

Él tendió los brazos hacia ella, pero Victoria volvió a dar un paso atrás, esquivando sus manos.

– Victoria, necesito estar seguro de que estás a salvo…

– Y yo necesito saber que tú también lo estás.

– Ahora que ni la carta ni el mapa auténticos están en mis manos, podría pasar cualquier cosa. No me arriesgaré a ponerte en una situación potencialmente peligrosa. -Esta vez, cuando tendió las manos hacia ella, la tomó por los hombros-. Después de lo ocurrido con el bastardo aquel del cuchillo… -Cerró brevemente los ojos con fuerza y tragó saliva-. Tu padre me encargó que te protegiera y no pienso volver a fallar.

Victoria alzó las manos y las cerró alrededor de los fuertes antebrazos de Nathan.

– No fallaste la primera vez, Nathan. En lo que a mí respecta, donde más a salvo estoy es contigo. He llegado hasta aquí en la búsqueda y me niego a que se me impida seguir en ella hasta su final. Hemos sido compañeros desde el principio y seguiremos siéndolo. Además, si buscamos juntos, terminaremos mucho antes. -Al ver que Nathan estaba a punto de seguir discutiendo, añadió-: Y será mejor que estés de acuerdo, porque de lo contrario me limitaré a seguirte. De modo que la única cuestión que queda por resolver es si crees que es mejor que salgamos ahora y efectuemos nuestra búsqueda al amparo de la oscuridad o que esperemos hasta el amanecer.

– Me sorprende que accedas a dejarme a mí esa decisión -masculló Nathan en un tono disgustado.

Victoria bajó la mirada con actitud recatada.

– Tienes mucha más experiencia en esto que yo.

– Cierto. Precisamente por eso…

– Elegirás cuándo es el momento más adecuado para que ambos emprendamos la búsqueda.

Un músculo se contrajo en la mejilla de Nathan.

– ¿Siempre has sido tan testaruda?

– Creo que sí, aunque hasta hace poco lo he mantenido en secreto.

– Pues creo que deberías haberlo mantenido oculto un poco más.

– No es cierto. Me dijiste que era positivo descubrir nuevos aspectos de mi naturaleza. Me acuerdo perfectamente de que dijiste que mis experiencias pasadas no me han permitido la libertad suficiente para conocer mi auténtica naturaleza. Que siempre he hecho lo que se esperaba de mí, en vez de lo que mi corazón deseaba. Que expresar mi voluntad, ser fiel a mis impulsos, puede resultar muy liberador. Y que debería ser libre de decirte todo lo que me apetezca.

Nathan masculló algo, y Victoria, quien creyó entender que decía: «… piedras sobre mi propio tejados, se mordió el interior de los carrillos para no sonreír ante la expresión disgustada que vio en él.

– Bajo ningún concepto te alejarás de mí.

– Lo juro, Nathan. Y no olvidemos incluir la pequeña pistola en la bolsa de las herramientas. No dudaría en utilizarla si se da la ocasión -dijo, rezando para que sus palabras fueran ciertas.

Las palabras de Victoria no animaron a Nathan tanto como ella había imaginado. Lo cierto es que el ceño de el se perfiló aún más.

– Pero quizá no estés a tiempo de coger la pistola, y no quiero que la lleves encima. Puede que dispares a alguien.

– ¿Y no sería esa la idea?

– Me refiero a ti. O a mí.

– Oh. En ese caso me limitaré a llenar mi bolso de piedras y a tenerlo a mano.

Nathan se pellizcó el puente de la nariz y meneó la cabeza.

– ¿Un bolso? ¿Lleno de piedras?

Victoria alzó el mentón.

– Sí. Seguro que dice algo de eso en tu Manual Oficial del Espía.

– Te aseguro que no.

– Pues debería. Un bolso es pequeño y de fácil manejo, y no parece un arma. Y no dudaré ni un instante en aporrear a cualquier rufián, créeme. -Arqueó una ceja-. Espero que, no me obligues a empezar por ti.

Creyó oír rechinar los dientes de Nathan de puro fastidio.

– Saldremos al amanecer -dijo él con una voz semejante a un gruñido.

– Esa habría sido también mi elección.

– Qué maravilla que esta noche podamos ponernos de acuerdo en algo.

– Apuesto a que podríamos ponernos de acuerdo en algo más.

– No estés tan segura. No puedo decir que esté de buen humor.

Victoria le rodeó el cuello con los brazos. Poniéndose de puntillas, se pegó a él y le mordió levemente a un lado del cuello.

– Apuesto a que podríamos ponernos de acuerdo en que hay formas más interesantes de pasar las horas antes del amanecer que dedicándonos a discutir. ¿No te parece?

Las manos de Nathan se deslizaron alrededor de su cintura al tiempo que el calor que desprendían sus palmas le caldeaban la piel a través del fino satén del camisón.

– No sé. -Un gemido sordo rugió en su garganta cuando Victoria empezó a mordisquearle el lóbulo de la oreja-. Voy a necesitar que me convenzas un poco más.

Victoria deslizó una mano por su pecho, pasando por el abdomen y descendiendo aún más hasta toquetearle descaradamente sobre el batín de seda. Nathan inspiró brevemente mientras sus ojos brillaban como un par de braseros.

– ¿Mejor que discutir? -susurró Victoria, acariciando la prolongada dureza de su miembro.

– Estoy convencido -respondió Nathan, aplastándola contra su cuerpo.


Salieron de la casa en silencio justo cuando las primeras pinceladas malvas teñían el cielo. Con el corazón palpitándole de ansiedad, Victoria avanzaba apresuradamente junto a Nathan, quien la portaba de la mano en un gesto cálido y reconfortante. En la otra mano, ella llevaba su bolso de terciopelo azul marino… lleno de piedras.

– Prefiero caminar que coger los caballos -dijo Nathan con voz queda en el momento en que dejaban a un lado los establos-. Eso nos permitirá examinar más fácilmente la zona que rodea las ruinas sin arriesgarnos a que nos descubran.

Victoria asintió en señal de acuerdo y se concentró luego en el sendero que tenía delante. Se movieron apresuradamente, pasando junto al lago y siguiendo después por un camino que se desviaba a la derecha. Victoria estimó que habría pasado una media hora hasta que Nathan aminoró la marcha. Una hosca pátina de gris veteaba el cielo, y el aire fresco y pesado anunciaba la llegada de la lluvia, cada vez más próxima. Pudo oír el gorgoteo del agua sobre las rocas, indicando un arroyo cercano. Nathan tiró de ella y la ocultó tras un olmo inmenso. Rodeándole los hombros firmemente con el brazo, señaló.

– Las ruinas -le susurró al oído.

Al mirar con atención entre los árboles, Victoria vio el trío semiderruido de paredes sin techo. Notó la tensión de Nathan y supo que todos y cada uno de sus sentidos estaban alerta mientras su mirada escudriñaba cuidadosamente la zona. Por fin, a todas luces satisfecho y convencido de que estaban solos, la guió hacia la casa.

Se adentraron en la U formada por los tres muros de la ruina. Nathan supervisó lentamente la zona y señaló entonces los restos de la chimenea situada en el muro central.

– Empecemos por aquí -dijo, sacando los cinceles y martillos de la bolsa de las herramientas-. Las piedras están colocadas en un diseño más irregular, con lo cual resulta más fácil disimular que alguna esté fuera de su sitio. -Le dio las herramientas a Victoria con una sonrisa desolada-. Tú empieza por la derecha y yo me ocuparé de la izquierda… y buena suerte.

Durante más de una hora, los únicos sonidos además de los habituales trinos de los pájaros y del murmullo del arroyo fueron los chasquidos de los martillos al golpear los cinceles. Una densa niebla gris saturaba el aire, empapándoles la ropa. Victoria reparó en que Nathan había dejado de martillear y le miró. Se había vuelto de espaldas a la chimenea. Su mirada, entrecerrada y alerta, escudriñaba la zona que les rodeaba. A Victoria se le encogió el estómago al ver la tensa expresión en su rostro.

– ¿Ocurre algo?

– No. Es solo que no me gusta esta niebla tan espesa. No creo que la lluvia tarde en caer. Una o dos horas como mucho.

– No me da miedo mojarme, Nathan.

Él la miró y esbozó una pequeña sonrisa.

– Lo sé, mi valiente guerrera. Pero la lluvia nos volvería vulnerables. Facilitaría que cualquiera nos sorprendiera.

– Bueno, en ese caso, encontremos las joyas de una vez y salgamos de aquí antes de que lo hagan.

Sin esperar la respuesta de Nathan, se volvió de cara a la chimenea. Un cuarto de hora más tarde, arrodillada en el suelo, dio con el cincel en un fragmento de argamasa que rodeaba una piedra colocada cerca del suelo y el yeso se deshizo de forma distinta a como lo había hecho hasta entonces.

– Nathan -dijo con un susurro excitado-. Creo que he encontrado algo. La argamasa que rodea esta piedra me parece más blanda.

Nathan se arrodilló junto a ella y miró la piedra que le indicaba.

– Y la argamasa tiene un color ligeramente distinto -observó él.

Juntos cincelaron la zona que rodeaba la piedra. Cuando por fin la aflojaron, Nathan metió los dedos en las estrechas aberturas laterales y tiró, moviendo la piedra adelante y atrás, arriba y abajo. Despacio, muy despacio, fue tirando de la pesada piedra hacia él hasta que cayó al suelo con un golpe sordo. Introdujo entonces la mano en la oscura abertura y Victoria contuvo el aliento. Cuando Nathan sacó la mano, sostenía una valija de cuero gastado y cubierta de barro.

Victoria, que había contenido hasta entonces la respiración, dejó escapar un jadeo sobrecogido.

– ¿Están las joyas dentro?

Nathan abrió la valija y las cabezas de ambos se toparon al mirar el contenido. Ni siquiera la niebla gris podía deslucir su reluciente brillo. Introduciendo en ella una mano vacilante, Victoria sacó con gesto reverente el primer objeto que encontraron sus dedos: un exquisito collar de perlas. Volvió entonces a introducir la mano y saco un collar de esmeraldas enredado con un brazalete de zafiros.

Inclinó la mano para que las joyas volvieran a deslizarse al interior de la valija y se volvió a mirar a Nathan.

– Aunque lo estoy viendo con mis propios ojos, no puedo creerlo.

– Yo tampoco. Pero ya nos ocuparemos de eso más tarde. -Cerró la valija y se la colocó debajo del brazo-. Recojamos nuestras cosas y larguémonos de aquí.

Mientras Nathan metía a toda prisa los martillos y los cinceles en la bolsa de las herramientas, Victoria buscaba su bolso lleno de piedras en el suelo. Lo localizó a unos metros de ella. Cuando estaba a punto de ir a por él, una voz situada a su espalda dijo:

– Victoria.

Antes de que pudiera ni siquiera parpadear, se vio empujada tras Nathan, que sostenía su pequeña pistola delante de él.

– Detente, Nathan -gritó Victoria, rodeándole apresuradamente-. Padre -dijo, mirando presa de una absoluta perplejidad al hombre de cabellos grises que estaba de pie a unos seis metros de ella. Y antes de poder proferir un solo sonido más, un disparo rasgó el aire.

Victoria vio horrorizada como su padre se desplomaba boca abajo en el suelo.

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