Capítulo 21

La mujer moderna actual debe ser consciente de que no todos los romances tienen un final feliz.


Guía femenina para la consecución

de la felicidad personal y la satisfacción íntima.

Charles Brightmore.


A pesar de que Nathan era plenamente consciente de que Victoria salía corriendo hacia donde estaba su padre y caía de rodillas junto a él, su atención estaba totalmente concentrada en la zona boscosa situada al otro lado de la casa en ruinas. Le alertó un leve movimiento procedente de detrás del grueso tronco de un árbol. Se arrodilló entonces para convertirse en un blanco más dificultoso y apuntó al árbol con la pistola.

– No te levantes, Victoria -le ordenó con voz queda.

– Suelta el arma, Nathan. -La orden procedía de algún punto situado detrás del árbol. Durante un instante, Nathan se quedó helado al oír esa voz conocida. Luego un fulgurante arrebato de ira le recorrió de la cabeza a los pies. «Bastardo…» Antes de que pudiera dar una respuesta, la voz prosiguió-: Tengo una pistola con la que estoy apuntando a Victoria a la cabeza. Si ella se mueve, la mato. Si no sigues mis indicaciones al pie de la letra, la mataré. Ahora deja la pistola en el suelo y empújala lejos de ti.

La mirada de Nathan se posó en Victoria, quien en ese, momento apretaba la herida sangrante de su padre con el dobladillo de su vestido. Miró a Nathan con ojos húmedos y horrorizados.

– Mantén toda la presión que puedas sobre la herida -dijo Nathan hablando en voz baja y firme-, pero no te muevas.

Despacio, para no dar en ningún momento la sensación de estar actuando con brusquedad, Nathan dejó la pistola en el suelo y la apartó luego a un lado.

– Bien -dijo la voz-. Ahora haz lo mismo con el cuchillo que llevas en la bota. Y no te molestes en fingir que no lo llevas, sobre todo porque fui yo quien te lo regaló. Por tu cumpleaños, hace cinco años, si mal no recuerdo.

Nathan se quitó el cuchillo de la bota y lo apartó también a un lado.

– Ahora levántate y ponte las manos sobre la cabeza.

Nathan permaneció inmóvil como una estatua al tiempo que su mirada abrasaba al hombre que emergió de detrás del árbol. Con una pistola en una mano y la otra sobre la empuñadura de un cuchillo envainado y metido en la cintura de los pantalones, Gordon se acercó.

– Muy amable de tu parte encontrar las joyas por mí, Nathan -dijo Gordon empleando un tono coloquial al tiempo que su mirada terminaba deslizándose hasta la valija de cuero gastado que estaba a los pies de Nathan-. Sabía que si te seguía, tarde o temprano me llevarías hasta las joyas. No puedes ni imaginar lo dificultoso que ha resultado intentar encontrarlas durante los últimos tres años.

A Nathan la cabeza le daba vueltas. Maldición, necesitaba tiempo, una distracción. Sin embargo, si existía alguna esperanza de poder salvar a lord Wexhall, no podía andarse con evasivas durante mucho tiempo.

– Nos traicionaste hace tres años -dijo Nathan con una mueca de desprecio-. ¿Por qué? ¿Por qué arriesgarte cuando ya lo tenías todo?

Un odio feroz ardió en los ojos de Gordon.

– ¿Todo? No tenía nada. Mi padre había dilapidado en las mesas de juego toda mi herencia, salvo las propiedades del legado. Me dejó media docena de casas que yo no podía mantener y que tampoco podía vender debido a las obligaciones implícitas en el legado. Necesitaba dinero, mucho dinero, y urgentemente.

– Mi hermano podría haber muerto por culpa de tu codicia.

Gordon hizo una mueca.

– Supuestamente, tu hermano debería haber muerto. Y supuestamente yo solo tendría que haber recibido un mero rasguño.

Nathan comprendió entonces y entrecerró los ojos.

– Y supuestamente yo tendría que haber resultado ileso, haciendo caer sobre mí todo el peso de la culpa. ¿Cuánto pagaste a Baylor para que traicionara la misión?

– Demasiado. Y el maldito bastardo lo echó todo a perder. Se largó con mi dinero y con las joyas. En cuanto me recuperé de la herida de bala, le busqué por todas partes. Y cuando ya había perdido la esperanza de encontrarle, a él o a las joyas, apareciste tú. En cuanto me enteré de que Wexhall enviaba a su hija a Cornwall, supe que algo estaba en marcha.

– Fuiste tú quien registró las pertenencias de lady Victoria.

– Sí. Desgraciadamente, no encontré lo que buscaba.

– Y tú quien contrató a aquel rufián que nos robó en los bosques.

Gordon rió entre dientes.

– Qué inteligente de tu parte llevar encima una nota falsa, Nathan. Inteligente, pero exageradamente molesto. Desperdicié toda una semana yendo tras las pistas falsas.

La mirada de Nathan se desvió brevemente hacia Victoria, quien le miraba con ojos solemnes.

– El bastardo al que contrataste a punto estuvo de matar a lady Victoria.

Desafortunadamente, Gordon no siguió la dirección de su mirada, tal y como Nathan había esperado.

– Si eso te hace sentir mejor, debes saber que nunca volverá a hacer daño a nadie.

– Me quitas un tremendo peso de encima -murmuró Nathan-. No es posible que esperes salirte con la tuya.

– Al contrario. Estoy convencido de que así será. Nadie contradecirá la palabra del barón de Alwyck.

– Yo lo haré.

Una desagradable sonrisa curvó los labios de Gordon.

– Los hombres muertos no pueden contar historias, Nathan. Ahora dame las joyas.

– Si vas a matarme de todos modos, ¿por qué debería hacerlo?

– Porque si haces lo que te digo, dejaré vivir a tu padre. Si no, me temo que le espera un trágico accidente. Ahora coge las joyas muy despacio y tíramelas. Después, vuelve a ponerte las manos sobre la cabeza. Tendrás una sola oportunidad de ejecutar un suave y certero lanzamiento que me llegue a las manos sin problemas. Si fracasas en el intento, lady Victoria habrá espirado su último aliento.

Nathan cogió del suelo la valija de cuero y se la lanzó ágilmente a Gordon, quien la atrapó con la mano que tenía libre. Levantó la valija arriba y abajo varias veces, comprobando su peso, y una lenta sonrisa le curvó los labios.

– Por fin -dijo-. Y ahora…

– No había necesidad de disparar a lord Wexhall -se apresuró a decir Nathan, agarrándose las manos sobre la cabeza.

Una mirada de absoluto fastidio asomó a los rasgos de Gordon.

– Tiene exactamente lo que se merece. Sabe Dios lo que estaría haciendo hoy aquí. Buscándote, sin duda. De los tres, tú siempre fuiste su favorito. Nunca comprendí por qué. Nunca comprendí por qué te dio a ti la oportunidad de recuperar las joyas.

Nathan se encogió de hombros.

– Porque creyó que yo necesitaba el dinero. De haber estado al corriente de tus dificultades económicas, estoy seguro de que te habría dado a ti esa oportunidad.

– Ahora ya no importa. Tengo las joyas.

Nathan bajó la mirada.

– Hum, sí. Sí, es cierto. -Dio una ligera patada a un lado con la punta de la bota.

Gordon bajó también la mirada y sus ojos quedaron prendidos en la sucia bolsa de terciopelo azul que Nathan tenía junto a la bota.

– ¿Qué es eso?

– Nada -respondió, apresurándose un poco demasiado en la respuesta.

Un jadeo escapó de labios de Victoria.

– No, Nathan -dijo en un siseo apenas audible-. Esas no.

Los ojos de Gordon se entrecerraron sobre Nathan.

– ¿Así que ocultándome algo, Nathan?

– No.

– ¿Otra bolsa de gemas?

– Estas piedras son mías -dijo Victoria con voz temblorosa.

– Qué codiciosa es usted, lady Victoria -dijo Gordon, chasqueando la lengua. Se colocó la valija de cuero bajo el brazo y señaló a la bolsa de terciopelo azul-. También me llevo esas, Nathan. Despacio y con suavidad, como antes.

Nathan dobló lentamente las rodillas, estirando el brazo hacia el suelo sin apartar en ningún momento la mirada de Gordon. Cuando se levantó, un espeluznante alarido de angustia salió de labios de Victoria. Distraído durante una décima de segundo, la mirada de Gordon se desvió hacia ella. Eso fue todo lo que Nathan necesitaba. Con la velocidad del rayo, lanzó el bolso de terciopelo azul lleno de piedras contra Gordon. La pesada bolsa le acertó en la sien con un repugnante golpe sordo y Gordon se desplomó. Nathan echó a correr, arrancándose el pañuelo del cuello.

– Mantén la presión sobre la herida, Victoria. Ahora mismo voy.

Ató con fuerza las manos de Gordon a su espalda con el pañuelo por si recuperaba la conciencia. Luego, después de quitarle la pistola, se volvió hacia Victoria y su padre.

– ¿Estás bien? -preguntó a Victoria, arrodillándose a su lado.

– Yo sí. Pero papá…

– Déjame ver. -Nathan apartó con suavidad las manos con las que Victoria seguía presionando el hombro de su padre-. Necesito que me traigas mi cuchillo. Luego quiero que recojas las joyas y nuestras herramientas.

Victoria, aunque tambaleándose, se levantó rápidamente y segundos después regresó con el cuchillo de Nathan, quien colocó a su padre boca arriba y le tomó el pulso. Fuerte y firme. Utilizó el cuchillo para desgarrar la chaqueta y la manga de la camisa ensangrentadas. Examinó a continuación la herida rezumante que tenía en el hombro y dejó escapar un suspiro de alivio.

– Es una herida superficial. -Miró el cardenal violáceo que lord Wexhall tenía en la frente-. Al parecer ha perdido el conocimiento al golpearse la cabeza contra el suelo.

– ¿Se pondrá bien? -preguntó Victoria, arrodillándose a su lado con los brazos llenos de las pertenencias de ambos.

– Sí. La herida no es más que un simple rasguño, y tiene la cabeza más dura que conozco. Sospecho que va a tener una espantosa jaqueca durante las próximas veinticuatro o cuarenta y ocho horas.

Como dando fe a sus palabras, Wexhall soltó un gemido. Victoria y Nathan bajaron la mirada.

– Ohhh, tengo un espantoso dolor de cabeza -murmuró lord Wexhall. -Parpadeó varias veces e intentó después esbozar una sonrisa a su hija-. Victoria -susurró.

– Estoy aquí, papá -dijo ella con voz contenida.

Nathan oyó entonces el sonido de cascos de caballos. Volvió a empuñar el arma y se asomó a mirar por la esquina del muro semiderruido. Segundos más tarde, Colin apareció a lomos de su caballo, seguido por un hombre al que Nathan identificó como el magistrado local.

– ¿Llego demasiado tarde? -preguntó su hermano, desmontando antes incluso de haber detenido del todo su caballo.

Nathan sonrió.

– Justo a tiempo.

Varias horas después, Victoria estaba de pie junto a la cama de su padre, tomándole la mano. Lord Wexhall, apoyado en un montón de mullidas almohadas, lanzaba miradas asesinas al grupo que estaba alrededor de la cama.

– Os agradecería que dejarais de mirarme así -gruñó-. Estoy perfectamente. -Más que sus palabras, fue la impaciencia contenida en su voz la que permitió a Victoria asegurarse de que decía la verdad-. Si no me creéis, preguntádselo a mi médico -prosiguió, señalando a Nathan con la barbilla-. Me han bañado y vendado como a una momia, y me han dicho que tengo que echarme una siesta. Mis heridas solo parecen graves por culpa de estos malditos vendajes que me han puesto. Un cabestrillo para el brazo, vendas de algodón alrededor de la cabeza… menuda ridiculez. Pero si solo tengo un rasguño en el hombro y un golpe en la cabeza.

– Pues a mí me parece que con las vendas estás imponentemente guapo -bromeó Victoria-. Y del todo… indefenso.

– Justo como me gusta que me vean -gruñó su padre.

– Considérate afortunado, no sea que me vea tentada a darte tu merecido por haberle ocultado a tu hija tu vida secreta de espía.

– O a tu hermana -se quejó tía Delia.

– Victoria, Delia, no podía en ninguno de los casos contaros algo así. Era imperativo que mi identidad permaneciera en el más absoluto de los secretos. -Suspiró-. Naturalmente, ahora ya lo sabéis todo. Y eso me hace pensar que voy a jubilarme.

– Entiendo que no pudieras contarlo, papá -dijo Victoria, inclinándose para besarle la mejilla-. Estoy muy orgullosa de ti.

El color tiñó las pálidas mejillas de lord Wexhall.

– Gracias, querida. Y yo de ti. Ningún padre podría desear una hija mejor. -Cuando tía Delia se aclaró la garganta, el padre de Victoria añadió apresuradamente-: Ni una hermana mejor.

Todos rieron entre dientes y el padre de Nathan dijo:

– Bueno, yo personalmente estoy ansioso por saber exactamente cómo ha ocurrido todo esto.

– Creo que quizá debería empezar Colin -dijo Nathan-. Me interesa sobremanera saber los detalles de cómo encontró esto. -Sacó una hoja de amarfilado papel vitela del bolsillo del chaleco y tentó con ella a su hermano.

Las cejas de lord Sutton se arquearon bruscamente.

– ¿Dónde has encontrado esto?

– En el balcón de tu habitación. Debiste de perderlo durante tu visita nocturna de anoche.

Una mirada avergonzada cruzó el rostro de lord Sutton. Luego sonrió.

– Menudo descuido por mi parte.

– Sí. ¿A quién se lo robaste?

Nathan y su hermano intercambiaron una larga mirada. Luego lord Sutton dijo, bajando la voz:

– ¿Nunca has dudado de que se lo haya robado a alguien? ¿Nunca has creído que ordené que te lo robaran a ti?

– No.

– Tu fe en mí es más de lo que merezco.

– No estoy de acuerdo, pero podremos discutir eso después. Ahora, dime: ¿a quién se lo robaste?

– A un tipo llamado Osear Dempsy. Hace una semana estuve en una taberna de Penzance donde oí a un bruto sentado a la mesa contigua que fanfarroneaba de haber robado a un «medico y a una damita» un mapa del tesoro que planeaba vender por un buen precio. Por ser el caballero increíblemente inteligente que soy, sospeché que se refería a Nathan y a lady Victoria. Invité al tipo a varias rondas, dejé que me contara la historia de cómo los había acorralado en los bosques y de cómo había hecho a la damisela un pequeño corte con su cuchillo como recuerdo. Durante el relato, decidí liberarle de su mal adquirido botín. Me ausenté brevemente, atribuyendo mi ausencia a… hum… necesidades personales, y rápidamente copié la nota y el mapa. Cuando volví a reunirme con él, volví a meterle la nota en el bolsillo sin que se diera ni cuenta.

– Muy ingenioso -murmuró Nathan.

– Eso me pareció. Tenía intención de seguir a Dempsy para ver a quién le vendía la carta y el mapa, pero desgraciadamente estalló uno de esos alborotos típicos de las tabernas y en el barullo perdí al tipo. Prácticamente no me ausenté de la taberna durante los cuatro días siguientes, pero el hombre jamás regresó.

– Está muerto -dijo Nathan con una voz fría y monótona-. Gordon le mató. Probablemente ni diez segundos después de que el tipo le diera la carta. -Miró a su hermano-. ¿Por qué no acudiste a mí con esta información?

Lord Sutton se enfrentó a la mirada de su hermano.

– En cuanto me enteré de que de verdad eras tú a quien Dempsy había robado y lady Victoria a quien había herido, me di cuenta de que había cometido un error terrible al dudar de ti. ¿Por qué ibas a contratar a alguien para que te robara? Y supe, sin ninguna duda, que jamás harías nada que pudiera poner en peligro a lady Victoria. Decidí entonces que tenía que reparar la terrible injusticia que había cometido contigo.

Nathan miró a Victoria, quien asintió. Había estado del todo acertado sobre los motivos que habían llevado a su hermano a actuar como lo había hecho.

– Prosigue -dijo Nathan.

– Cuando decidí que Dempsy no iba a volver, a partir de la información que encontré en la carta y en el mapa que había copiado, cogí un barco que me llevó a las islas de Scilly e hice allí algunas investigaciones, aunque sin resultado. Me sorprendió encontrar allí a Gordon, sobre todo sabiendo como sé que se marea cuando viaja por mar y que odia el trayecto a las islas. Charlamos, pero lo encontré evasivo y, por supuesto, también yo lo estuve. Él regresó a Penzance conmigo y, aunque nos despedimos amigablemente, había levantado mis sospechas. Decidí regresar a casa anoche y dedicarme a escuchar un poco en secreto a ver de qué me enteraba. Quería saber si habías encontrado las joyas o si estabas cerca de lograrlo.

– Sin duda te enteraste de algo que te llevó a registrar mi habitación -dijo Nathan.

– Sí. Te oí mencionar el mapa cuadriculado. Cuando lo descubrí en el talón de tu bota (un buen escondite, por cierto), junto con la carta y el mapa, supe que había estado tras la pista equivocada.

– ¿Qué había en la bolsa que llevabas cuando saliste a hurtadillas de la casa? -preguntó Nathan.

Lord Sutton sonrió de oreja a oreja.

– Ropa limpia.

– Hum. ¿Y qué ocurrió después de que escucharas en secreto y de que robaras mis pertenencias?

– Volví a la posada de Penzance y me pasé toda la noche estudiando ese dibujo, aunque no logré descubrir dónde buscar. Pero entonces el destino decidió actuar en la persona de lord Wexhall. Esta mañana, justo después de desayunar, entró paseándose en el comedor. Se sorprendió tanto de verme como yo de verle a él.

El padre de Victoria retomó entonces el relato.

– Llegué anoche a Penzance con la idea de fisgonear por la zona antes de darme a conocer.

– Quien ha sido espía… -dijo Nathan con una sonrisa.

El padre de Victoria sonrió.

– Sí, es difícil cambiar los viejos hábitos. En cualquier caso, después de una breve discusión, Sutton me habló de su plan para recuperar las joyas y limpiar el nombre de Nathan. Saqué entonces la réplica del mapa que había escondido en el equipaje de Victoria… -Levantó la mirada hacia ella y esbozó una sonrisa avergonzada-. Lo siento, querida mía. -Tras aclararse la garganta, prosiguió-: Sutton me mostró la carta, el mapa y la cuadrícula que se había llevado de la habitación de Nathan. Enseguida quedó claro que, por alguna razón, su mapa era indudablemente distinto del mío.

La mirada de Nathan se clavó en Victoria, por cuyo rostro ascendió una oleada de calor.

– Ya te dije que no era buena pintora -dijo en defensa propia-. Y fue tu cabra la que se comió el original.

– ¿Una cabra? -preguntó su padre, arqueando una ceja.

– Te lo explicaré después -dijo Victoria-. Prosigue.

– Sutton estudió mi mapa -prosiguió su padre- y el de Nathan. Con el dibujo adecuado, no le llevó mucho tiempo adivinar que el bosquejo describía tres arroyos. Y que conocía ese lugar que todavía no había sido marcado en el mapa cuadriculado. Comparamos ideas y teorías y nos dimos cuenta de que, puesto que ni él ni yo habíamos traicionado la misión y ninguno de los dos creíamos que Nathan lo hubiera hecho, solo quedaba una persona que pudiera haber sido capaz… Gordon.

– En cuanto nos dimos cuenta, pasamos a la acción -dijo lord Sutton-. Vinimos a caballo para decirles a Nathan y a lady Victoria lo que sabíamos, pero ya no estaban aquí. Comprendimos que debían de estar buscando las joyas y, dado que al parecer habían salido de la casa muy temprano, supusimos que probablemente habrían descubierto el lugar correcto donde buscar. Como no sabíamos dónde estaba Gordon y teníamos que encontrar enseguida a lady Victoria y a Nathan para avisarles, lord Wexhall y yo nos separamos. Yo fui a Alwyck Manor para enfrentarme a Gordon y le indiqué a lord Wexhall cómo llegar a las ruinas situadas junto al arroyo. Al ver que Gordon no estaba en casa, fui de inmediato a buscar al magistrado y de allí a las ruinas. Cuando casi habíamos llegado a las ruinas, oímos un alarido espantoso y sobrecogedor. -Miró a Victoria y le guiñó el ojo-. Buen trabajo.

– Gracias. -Victoria se volvió a mirar a Nathan-. Y un diestro lanzamiento de mi bolso lleno de piedras.

Con una mirada avergonzada, Nathan inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.

– Me encargaré personalmente de escribir un añadido al capítulo de «armas útiles» del Manual Oficial del Espía. Sin duda eres un genio. -Tosió modestamente-. Aunque debo reconocer que tengo una puntería «insobrepasablemente» excelente.

– Estoy de acuerdo. Y no se merecía menos. Ya le dije que esas piedras eran mías.

Nathan le sonrió.

– Cierto es. Y debo felicitarte por tu magnífica representación. Entendiste mi ardid a la perfección.

– ¿Dónde está ahora lord Alwyck? -preguntó tía Delia.

– El magistrado se lo llevó -dijo Nathan-. No volverá a ver la luz fuera de la celda de una cárcel. -Miró al padre de Victoria-. Y ahora, puesto que ya lo sabe usted todo, y como médico, debo insistir en que descanse.

– Está bien… -dijo el padre de Victoria a regañadientes-. Estoy de acuerdo en que necesito descansar, sobre todo si quiero marcharme mañana.

Sus palabras parecieron aspirar todo el aire de la habitación.

– ¿Mañana? -repitió débilmente Victoria.

– ¿Mañana? -dijeron al unísono tía Delia y lord Rutledge.

– Mañana -repitió con firmeza lord Wexhall-. Mi médico me ha dado permiso para viajar.

La mirada de Victoria voló hacia Nathan, quien la miró con una expresión del todo indescifrable.

– ¿Es eso cierto? -preguntó-. ¿De verdad puede viajar en su estado? Estoy segura de que sería mejor que esperáramos un poco.

– Yo también opino que sería mejor -dijo Nathan-, pero sus heridas son tan superficiales que viajar no le supondrá ningún peligro.

– Tengo que volver a Londres cuanto antes y entregar las joyas a Su Majestad -dijo lord Wexhall. Alternó su mirada entre Victoria y tía Delia-. Saldremos inmediatamente después de desayunar, ¿de acuerdo?

– De acuerdo -susurró tía Delia.

Incapaz de confiar en su propia voz, Victoria se limitó a asentir.

– Bien, ahora que eso está ya decidido -dijo Nathan- debo pedirles a todos que salgan para que mi paciente pueda descansar.

– Desearía hablar en privado con mi hija, Nathan.

Las miradas de Nathan y de Victoria se cruzaron y, una vez más, ella fue incapaz de leerle el pensamiento.

– Por supuesto. -Nathan fue el último en salir de la habitación, y cerró despacio la puerta tras de sí.

Lord Wexhall volvió la cabeza sobre la almohada y estudió la mirada de su hija.

– ¿Has disfrutado de tu estancia aquí?

Al instante, el calor inundó las mejillas de Victoria.

– Sí.

– A pesar de que no lo esperabas.

– Para serte sincera, no. Pero me he llevado una agradable sorpresa.

– Eso sospechaba. Siempre va bien cambiar de aires antes de tomar decisiones importantes.

– ¿Decisiones importantes?

– Como por ejemplo, con quién casarte. Vi a Branripple y a Dravensby la noche antes de salir de Londres. Ambos me pidieron que te diera recuerdos.

Lord Branripple y lord Dravensby. Dios del cielo, hacía días que no se acordaba de ellos.

– Pareces haber forjado una gran amistad con Nathan -dijo su padre.

Victoria lo observó con atención, pero los ojos de lord Wexhall eran tan inocentes como su tono de voz.

– Sí.

– Me alegro. Es uno de los mejores hombres que conozco. Y también uno de los más valientes. De una gran brillantez a la hora de descifrar códigos. Me impresionó la primera vez que me fijé en él.

«Sé exactamente a lo que te refieres», pensó Victoria.

– Ha sido muy amable conmigo -dijo en cambio, encogiéndose por dentro ante palabras tan absolutamente insuficientes.

– ¿Y qué me dices de su hermano, lord Sutton? Otro gran hombre. Tiene la presencia de un caballero y las manos de un ladrón. Excelente combinación para un espía.

– Lord Sutton ha estado ausente durante gran parte de mi visita, pero he disfrutado de su compañía mientras estaba aquí.

– Bien, me alegro. Sé que no querías venir, querida, pero sabía que te haría bien. -Le dio unas palmaditas en la mano-. Un padre siempre sabe lo que es mejor en este orden de cosas.

Antes de que ella pudiera preguntar a qué se refería lord Wexhall con «este orden de cosas», él añadió:

– Me alegro de que hayas disfrutado de tu visita, aunque imagino que estarás ansiosa por regresar a Londres. Volver a la temporada y concentrarte en considerar las ofertas de matrimonio.

– Yo… Sí, naturalmente.

– Apuesto a que veré a mi hija casada antes de fin de mes.

A Victoria el estómago le dio un vuelco. Incapaz de dar voz a su acuerdo, se limitó a asentir.

– Excelente. Bueno, que duermas bien, querida. Te veré durante el desayuno.

Sintiéndose como aturdida, Victoria se inclinó y besó la mejilla de su padre. Tras darle las buenas noches, salió de la habitación.

Se dirigió apresuradamente a su dormitorio, acelerando el paso hasta que echó a correr por el pasillo. Después de cerrar tras de sí la puerta, apoyó la espalda contra el panel de roble. Con el pecho constreñido y respirando laboriosamente, cerró los ojos.

Se marchaba al día siguiente. Para volver a su vida de Londres. A sus pretendientes. A sus veladas y a las tiendas. A elegir marido. Tendría que estar colmada de felicidad. De impaciencia. De alivio. En cambio, se sentía presa de una horrible sensación de pérdida. Un sentimiento de espanto enfermizo. Un dolor desesperado ante el que tuvo que llevarse la mano al punto repentinamente hueco donde solía morar su corazón.

Las confusas emociones que bullían a fuego lento bajo la superficie que había ignorado despiadadamente y que había apartado a un lado durante la última semana la oprimieron con una intensidad tan abrumadora que Victoria no pudo seguir ignorándolas. La sensación de desolación que la embargó nada tenía que ver con dónde estaba, sino con la idea de marcharse. Y de dejar a Nathan.

La toma de conciencia de que no deseaba marcharse de ese lugar donde se había negado a ir de forma tan vehemente la aturdió. E inmediatamente tropezó con la verdad que su corazón no podía seguir negando.

Se había enamorado de Nathan.

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