CAPÍTULO 12

La taza de té de Larkin chocó con estrépito contra el platillo. La boca de Portia se quedó abierta. Los dedos de Julian golpearon una discordante nota desafinada sobre el pianoforte. Caroline clavó la aguja en la sensible almohadilla de su pulgar. Todos miraron boquiabiertos a Vivienne, pero ninguno de ellos pudo obligarse a mirar a Kane.

– ¿Tú lo sabías? -susurró Caroline en el torpe silencio que había caído sobre el salón.

– Desde luego -contestó Vivienne, poniendo los ojos en blanco.- Tendría que ser ciega y sorda para no ver las miradas de reojo u oír los susurros siempre que él entra en una habitación.

– ¿Y no te molesta? -preguntó Caroline cautelosamente.

Vivienne se encogió de hombros y deslizó un dedo lleno de gracia por una de las cuerdas del arpa.- ¿Por qué prestaría atención a tales tonterías? ¿No eras tú la que siempre me enseñó a despreciar los chismes?

– Sí.-Caroline se hundió en los cojines de la butaca, avergonzada por las palabras de su hermana. -Supongo que si, ¿no?

Hasta aquel momento, no había comprendido lo cerca que estaba de avanzar sobre aquella desagradable marea de chismes e insinuaciones. No tenía la juventud de Portia o su alocada imaginación para culparlas por su predisposición a condenar a un hombre inocente que no había mostrado nada más que bondad hacia ella y su familia.

Cuando Portia paso la página de la música y Julian reasumió su canción, Caroline echó un vistazo y comprendió que había salpicado sangre por todas partes del prístino lino del dechado. Distraídamente acercó el pulgar a su boca, luego echó una ojeada a Kane, habiendo conseguido finalmente reunir suficiente coraje para calibrar su reacción a las palabras de Vivienne.

No miraba a Vivienne. La miraba a ella. Su fascinada y hambrienta mirada sobre sus labios mientras ella chupaba las gotas de sangre que fluían. La máscara cortes que él tan a menudo llevaba había desaparecido, revelando una necesidad desnuda que le robó el aliento.

Casi podía sentir sus labios curvándose alrededor de su sensible carne. Su boca chupando cuidadosamente todas sus heridas hasta que no hubiera ningún dolor, sólo placer. Su corazón pareció reducir la marcha, creciendo más lleno y más pesado con cada latido hasta que pudo sentir su ritmo primitivo repitiéndose profundamente en su matriz.

Kane lentamente, levantó su mirada de sus labios a sus ojos. En vez de romper el hechizo, el movimiento sólo lo intensificó.

Ven a mí.

Oyó las palabras tan claramente como si las hubiera dicho en voz alta. Tanto una orden como un ruego, le hicieron casi imposible resistirse al tirón hipnótico de su voluntad. Por un momento tan aterrador como estimulante, Caroline pensó que iba a levantarse, cruzar la habitación delante de todos y entrar en sus brazos. Casi podía verse adaptándose a su regazo, entretejiendo sus manos por la brillante seda de su pelo, ofreciéndole su boca y cualquier cosa que él deseara, incluyendo su alma inmortal.

Se levantó bruscamente, volcando su bordado al suelo. Dejando de lado su taza de té y el platillo, Larkin se volvió para recogerlo cortésmente. Cuando se lo dio, con una mirada preocupada fija sobre su cara, ella agarró el arruinado trozo de tela, esperando ocultar el violento temblor de sus manos.

– Qué, gr…gracias, agente Larkin. Si me perdonan, creo que me retiraré. -Evitando cuidadosamente los ojos de Kane, empezó a retroceder hacia la puerta, casi llevándose una mesita en el proceso.- Por favor no me tomen por grosera. Soy una muchacha de campo en el fondo y todavía no me he adaptado a permanecer levantada hasta altas horas de la noche.

– Duerma bien, señorita Cabot, -dijo Larkin después de que ella se diera la vuelta para escapar.

Aunque le dirigió una risa afirmativa, Caroline no estaba segura de que alguna vez volviera a dormir.

Caroline se paseaba de un lado a otro de la torre iluminada por la luna, su camino circular se correspondía perfectamente con el giro de sus pensamientos. La habitación maravillosamente designada ya no le parecía un refugio, sino una jaula. Si no escapaba de sus barrotes dorados pronto, temió que nunca lo haría. Incluso si empaquetaba sus cosas y escapaba esa noche, llevándose a sus hermanas, temía que su corazón permaneciera aquí, prisionero de un hombre que, a pesar de todo su poder, era incapaz de ocultar su deseo por ella.

¿Pero qué exactamente podría un hombre como Kane querer de ella? ¿Era la vista de su sangre lo que había encendido el hambre en sus ojos? ¿O algo aún más inconcebible?

Había visto esa mirada antes. En el rostro de un guerrero medieval en la galería de retratos. El guerrero que Kane había dicho que era sólo un antepasado lejano, aunque fueran casi idénticos, aunque compartieran el mismo diabólicamente incitante lunar sobre su ceja izquierda.

Si aquel hombre la hubiera querido, la habría tomado, y ningún poder sobre la tierra o el cielo lo habría detenido.

Caroline se abrazó sobre su fino camisón, defendiéndose de un temblor mezcla de miedo y deseo. Sintió como si su carne estuviera siendo consumida por una fiebre terrible, un minuto quemando, al siguiente enfriándola hasta los huesos. Su tranquila lógica habitual parecía haberla traicionado. ¿Y qué si Kane mentía sobre los retratos? ¿Y qué si Portia había tenido razón todo el tiempo y él era realmente algún tipo de la criatura inmortal que había existido desde el alba de los tiempos?

No quería creer que los monstruos existieran. ¿Pero cómo podría un mero hombre ejercer una opresión tan despiadada tanto sobre su corazón como sobre su imaginación? ¿Si fuera sólo un hombre, cómo podría tentarla a traicionar la confianza de su hermana con sólo una mirada anhelante?

De reojo vio un parpadeo de movimiento, como si algún tipo de sombra alada se hubiera lanzado a través de la luna. Miró asustada a las puertas del balcón.

De ahora en adelante, podría querer cerrar esas puertas. No siempre puede depender de un elemento tan caprichoso como el viento para ejercer el mejor juicio.

Como las palabras de Kane repetidas en su mente, Caroline recordó como indescriptiblemente solo él había mirado en aquel momento con sus manos apretadas sobre el parapeto y su cara vuelta hacia la noche.

Cruzó de una zancada hasta las puertas, decidida a prestar atención a su advertencia. Pero cuando las alcanzó, vaciló, sus dedos serenos sobre el cerrojo.

Estaba ahí fuera.

Lo sabía con una certeza más allá de la mera intuición femenina. Podía sentirlo, lo sentía como la sombra ineludible de un hechizo sobre su alma. ¿Y si no temía que Kane echara abajo aquellas puertas? ¿Y si temía lanzarse a abrirlas ella misma? Quizás no era el deseo de él lo que temía, sino el suyo propio. Después de todo, era ella la que había pasado seis largos, solitarios años, atrapada en una prisión del deber y la obligación, sofocando sus necesidades, sus deseos. Envejeciendo antes de tiempo y pensando sólo lo que sería mejor para Portia y Vivienne. ¿Era de extrañar que ansiara abrir aquellas puertas de par en par e invitar a la noche a sus anhelantes brazos?

Presionando su frente contra el frío cristal, cerró los ojos frente a una desvalida oleada de anhelo. Fuera Kane un vampiro o simplemente un hombre, temió que si mirara a sus ojos en aquel momento, estaría perdida siempre.

Caroline levantó despacio la cabeza y abrió los ojos.

El balcón estaba vacío, a la deriva en la plateada estela de luz de la luna.

Echó de golpe el cerrojo con dedos temblorosos, luego cruzó de una zancada hasta la puerta de su habitación y se aseguró de que estuviera cerrada también. Subiendo a la cama, corrió las cortinas a su alrededor, cerrándose a la noche y todas sus oscuras tentaciones.

Adrián retrocedió despacio en las sombras del balcón. Ya no deseaba la luz de la luna. Una vez había confiado en ella para guardar sus secretos, pero ahora sus rayos implacables sólo iluminaron la oscuridad en su alma.

Era la luna, la que lo atestiguaba allí con sólo un frágil cristal que lo separaba del arco de alabastro de la mejilla de Caroline, la elevación carnosa de sus labios, la atractiva curva de su larga, esbelta garganta. La luna la que lo había visto levantar sus dedos al cristal, acariciándolo como ansiaba acariciar la suavidad de su piel.

Supo que si ella abría sus ojos en aquel momento, la luna ya no sería su única amante. Entonces se fundió en las sombras y esperó el sonido del cerrojo chocando con su amarre.

¿Si ella no hubiera prestado atención a su advertencia y echado el cerrojo, habría estado contento de colarse en la habitación y mirarla dormir como había hecho la noche anterior? ¿O alguna oscura fuerza lo habría llevado a inclinarse sobre la cama y probarla, cubrirla con su boca y beber profundamente hasta que el hambre que quemaba su cuerpo fuera saciada?

Adrián flaqueó contra la pared y cerró los ojos, cada vez más mareado por el deseo. Sabía que sólo probarla nunca lo satisfaría. Sólo le daría sed de más. Se había negado a sí mismo demasiado tiempo. Si se permitiera un solo sorbo de su dulzor, nunca estaría satisfecho, no antes de que su hambre los hubiera consumido a ambos.

– ¡Caroline! ¡Caro, tienes que abrir la puerta! ¡Te necesito!

Cuando el grito de Portia penetró su aturdido cerebro, Caroline se volvió y abrió los ojos, con miembros pesados por el agotamiento. Era casi el alba cuando finalmente se hundió en un sueño profundo, y el repiqueteo acogedor de la lluvia contra las ventanas de la torre sólo la hacía desear dormir el resto del día. Después de la pasada noche, no estaba segura de poder soportar enfrentarse a Kane o Vivienne.

Sumergiéndose en su almohada, se acurrucó más profundo en el colchón de plumas.

– ¡Caroline!-Su hermana golpeó la puerta con ambos puños.

– ¡Abre la puerta y déjeme entrar!

Caroline suspiró. No era como si Portia en un estado cercano al histerismo fuera causa de alarma.

– ¡Márchate! -gritó, presionando la almohada sobre sus oídos.- ¡A no ser que estemos siendo invadidos por los franceses o el castillo esté ardiendo, quiero estar sola!

– ¡Por favor, Caro! ¡Te necesito ahora mismo!- Aquella súplica lastimera fue acompañada por una renovada serie de porrazos.

– Es suficiente, -refunfuñó Caroline.

Apartando tanto la almohada como las mantas, saltó de la cama y despotricó a través de la torre. Dio vuelta a la llave de la puerta, la abrió para encontrar a su hermana pequeña allí plantada, su pequeño puño preparado sobre la nariz de Caroline.

– ¿Qué ocurre esta vez, Portia? -exigió Caroline con los dientes apretados.- ¿Sirenas en el foso? ¿Duendes bailando una alegre giga sobre el césped de castillo? ¿Zombis saliendo de la cripta de la familia Kane? ¿Una señora pálida flotando por el pasillo con la cabeza de Wilbury metida bajo el brazo? Se inclinó hasta que su nariz casi tocaba la de Portia.- Si quieres saberlo, realmente no me importa si has descubierto una multitud entera de vampiros volando hacia la torre para hundir sus colmillos en nuestras gargantas y convertirnos en sus novias eternas. En realidad, si no me dejas en paz, voy a empezar a morder a la gente por puro rencor. ¡Empezando por ti!

Se disponía a cerrar la puerta de golpe en la cara de su hermana cuando Portia casi susurrando, dijo:

– Es Vivienne.

Caroline parpadeó, notando por primera vez los rizos caídos de Portia, la tez cenicienta, y temblor de sus labios.

– ¿Qué pasa?-preguntó, con su corazón empezando a encogerse por el temor.

– No va a despertar.

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