CAPÍTULO 14

La luz del sol fluyó sobre la pared de piedra que rodeaba el huerto del castillo, transformando las motas de polen en brillante polvo de hadas. Bajo las verdes ramas frondosas de un árbol de tilo, un par de petirrojos brincaban, piando y preocupándose sobre que varitas de leña y trocitos de musgo servirían mejor para los acabados finales de su nido primaveral. Una brisa suave flotó desde el Este, portando en sus alas la fragancia intoxicante de madreselva de la zona.

Mientras Caroline andaba a lo largo del sinuoso camino de guijarros del huerto, deseó girar la cara hacia el sol. Pero su mirada fija continuó volviendo de regreso a la tercera ventana, pasando por alto el huerto. Sólo un cristal dividido por parteluces los separaba, incluso el soleado huerto con su invernadero frondoso y las mariposas podían haber sido un mundo aparte de las sombras del castillo. En alguna parte detrás de esas paredes de piedra de altura imponente, su señor dormitaba sus sueños y sus secretos conocidos únicamente por él.

Kane no había delatado ni un indicio de reproche hacia ella en los días posteriores al ataque de Vivienne. Parecía haber cortado pulcra y cruelmente el cordón invisible que los había atado. Si él todavía sentía su tirón irresistible cuando quiera que ella entrara en un cuarto, entonces lo escondía detrás de una máscara de educada indiferencia. No más contestaciones agudas, ninguna chispa de burla en sus ojos cuando la miraba. Se comportaba con perfecta propiedad, casi como si él fuese ya su cuñado. Uno habría pensado que nunca habían compartido una cita a medianoche en el Camino del Amante o un beso que hacía pedazos el alma.

Aunque ella continuaba cerrando con pestillo de la puerta del balcón cada noche antes de acostarse, Caroline sospechaba que ya no había necesidad de hacerlo. Durmió la noche entera y se levantó sintiéndose despojada, como si alguien querido por su corazón hubiera muerto.

– ¿Por favor, señor, llamarías por algo más de té?

Mientras la voz de Vivienne iba a la deriva hacia sus oídos, Caroline hizo una pausa bajo la sombra del árbol de tilo, su mano se posó en su suave tronco.

Su hermana se reclinaba en un tílburi al pie de la colina, una manta de lana sobre su regazo se plegaba alrededor de sus piernas delgadas. El alguacil Larkin se había levantado de un banco de piedra y se apresuraba hacia la casa. A juzgar por el libro abierto que había abandonado en el banco, aparentemente había estado leyendo en voz alta para Vivienne. Caroline sonrió a pesar de sí misma, preguntándose si él estaba leyendo Tyburn Gallows: Una Historia Ilustrada o quizás The Halifax Gibbet: El Baile De los Malditos.

Desde su ataque, Vivienne ya no estaba contenta con sufrir en silencio. Realmente parecía disfrutar mandando al alguacil cuando el vizconde no estaba presente, preguntándole “¿podría traer mi chal?” o “¿podría hacer el favor de llamar para pedir otro ladrillo caliente envuelto en franela, señor?” Cuando quiera que él parecía relajar su vigilancia.

– ¡Aquí estás, Caro! -gritó Vivienne, divisándola- ¿No vendrás a hablar conmigo mientras el alguacil Larkin va a traer té fresco?

Ella le hizo señas con la mano con la gracia regia de una reina joven, lo que no dio a Caroline ninguna elección excepto obedecer.

– Pareces haber tenido una recuperación milagrosa -comentó Caroline, tomando el asiento que Larkin había desocupado.

Vivienne se acurrucó más profundamente en las frescas almohadas y se cubrió la boca para amortiguar una tos más bien poco convincente.

– Puedo manejarme lo suficientemente bien mientras permanezca alejada de actos desmedidos.

En ese momento, con la luz solar de la tarde sacando destellos dorados de su pelo y la brisa devolviendo el rosado a sus mejillas, parecía resplandecer con buena salud. Si hubiese sido Portia, entonces Caroline la habría acusado de fingir.

– El baile de Lord Trevelyan es mañana por la noche -le recordó Caroline- ¿Estás segura de que vas a estar bastante bien para asistir?

Bajando sus pestañas para poner un velo sobre sus ojos, Vivienne jugueteó con la cadena que había alrededor de su cuello. El camafeo estaba todavía cuidadosamente metido entre los pliegues de su corpiño.

– Seguro que lo estaré. Después de todo, no podría aguantar decepcionar al vizconde después de sus bondades con nosotras.

En ese preciso instante, Portia llegó apresuradamente por el camino de la casa, luchando bajo el peso de una caja de madera que era casi tan grande como ella. Su cara estaba adornada con una sonrisa muy contenta.

– ¡No creerás lo qué uno de los jóvenes sirvientes acaba de entregar en nuestra cámara, Vivi! No podía esperar hasta que regresaras. Sabía que querrías verlo ahora.

Con su curiosidad avivada, Caroline se levantó para que Portia pudiera apoyar su carga sobre el banco.

– ¡Es simplemente la cosa más preciosa que nunca he visto! -proclamó Portia, apartando rápidamente la tapa de la caja con un floreo.

Caroline y Vivienne jadearon al unísono mientras el tul de la sombra más etérea de rosado salió desparramándose de la caja. El tul estaba encortinado sobre una enagua de plata lustrosa.

Portia puso el escotado corpiño de raso del traje de noche bajo su barbilla, guardándose de arrastrar la cenefa rubia de su bastilla festoneada sobre la hierba.

– ¿No es bello?

– Exquisito -murmuró Caroline, incapaz de resistirse pasó la punta del dedo sobre la fila de perlas destellantes que adornaban la banda de raso rosado del traje.

– Es algo que una princesa llevaría puesto -dijo Vivienne, mientras sus labios se curvaban en una tonta sonrisa.

Todavía agarrando el traje de noche como si fuera reacia a dejarlo, Portia se giró de vuelta a la caja para recuperar una tarjeta de papel marfil. Le dio la tarjeta a Vivienne.

– Pude haber abierto la caja, pero no fui tan impertinente en lo que se refiere a leer la tarjeta.

– Es bonito saber que no has perdido tus escrúpulos -dijo Caroline secamente. Portia le sacó la lengua.

Vivienne estudió la tarjeta.

– Es un regalo del vizconde -dijo ella, su sonrisa desvaneciéndose- Me dice que lo lleve puesto para el baile de mañana por la noche.

Caroline quitó la mano como si el traje de noche hubiera irrumpido en llamas, para encontrarse repentinamente pataleando de afrenta.

– ¿Cómo se atreve? ¿Quién piensa que es, haciendo esa ostentación? Regalarte algo tan personal como una gargantilla fue lo suficientemente maleducado, pero esto se eleva a la altura de un nivel enteramente nuevo de impropiedad. Si hubiera sido un abanico o un par de guantes, entonces podría haber podido pasar por alto su insolencia, pero esto… esto…

Ondeó un brazo hacia la prenda ofensiva, sonando incoherente.

Portia agarró firmemente el vestido, como teniendo miedo de que Caroline lo pudiera arrancar de sus brazos.

– ¡Oh, por favor, no le prohíbas a Vivienne que lo acepte, Caro! ¡Ella estará tan pero tan preciosa en eso!

– Estoy segura de que lo estaría, pero simplemente no lo puedo permitir. Si alguien se enterarse de donde viene el vestido, entonces la reputación de Vivienne quedaría destrozada. Es el tipo de regalo que un marido podría dar a su…

La voz de Caroline se desvaneció mientras Vivienne lentamente levantaba sus ojos para encontrar los de ella. Hablando en un susurro, su hermana dijo:

– Puede que hable de más, pero Lord Trevelyan ha estado comportándose más bien raro desde la semana pasada. Creo que él podría haber hecho planes para aprovechar la ocasión del baile para preguntarme si quiero ser su esposa.

Al principio Caroline pensó que el sonido de cristales al romperse que oyó era el sonido de sus sueños imposibles destrozándose en mil pedazos. Luego alzó la vista para encontrar al alguacil Larkin de pie sobre el camino. Sus manos estaban vacías, pero los trozos de vidrio roto de una tetera estaban desperdigados alrededor de él. Aunque su cara podía haber estado cortada en mármol, sus ojos eran un espejo golpeado de los de ella.

Agachando la cabeza, se arrodilló en un charco de té, limpiando el desorden del suelo ineficazmente con su pañuelo.

– He sido terriblemente torpe, señoras. Todo pulgares, me temo. Al menos eso es lo que mi madre solía decir cuándo era un muchacho. Estoy horriblemente apenado. Encontraré a una criada para limpiar el desastre de inmediato.

Sin encontrar ninguna de sus miradas, remetió el pañuelo empapado de vuelta al bolsillo de su abrigo y caminó a grandes pasos hacia la casa.

Caroline se giró para encontrar a Vivienne mirándole con el ceño fruncido.

– Hombre odioso -masculló ella, dando un tirón a la manta de su regazo- Una vez que mi compromiso matrimonial con el vizconde salga a la luz, supongo que él no tendrá más excusas para acosarme.

A pesar de la expresión feroz de Vivienne, Caroline casi habría jurado que vislumbró un destello revelador en los ojos de su hermana.

– ¿Qué es eso, Vivienne? ¿No estás llorando, verdad? -preguntó Caroline, desconcertada por el humor voluble de su hermana tanto como por el suyo propio.

Parpadeando para apartar la humedad, Vivienne levantó su barbilla y sonrió brillantemente.

– Debo decir que no. Mis ojos son todavía un poco sensibles al sol. Si estaba llorando, te puede reconfortar la idea de que lloraba de pura alegría. Lord Trevelyan será un marido espléndido, ¿no crees? ¡Seré la envidia de cada mujer en Theton!

Tiernamente acariciando el corpiño del traje de noche, Portia le echó a Caroline una mirada suplicante.

– Especialmente cuando la vean llevando puesta esto en la mascarada de mañana por la noche.

Examinando las caras esperanzadas de sus hermanas, Caroline suspiró. Su afrenta había sido barrida por una emoción más oscura y aún más peligrosa.

– No puedo pelear con ambas. Mientras nadie averigüe que el traje fue un regalo del vizconde, supongo que no habrá ningún daño.

Repentinamente estaba ansiosa de escapar de la compañía de Vivienne como Larkin había hecho, comenzó a retroceder hacia la casa.

– Creo que volveré corriendo a la casa y me aseguraré de que el alguacil recuerde llamar por una bandeja de té fresco.

Muy al tanto de la mirada fija de Portia, volvió hacia el refugio de la casa, las suelas de sus zapatos crujían sobre la porcelana china quebrada.

Caroline no perdió el tiempo una vez que alcanzó su cámara. Caminó a grandes pasos hacia la cama, se arrodilló al lado de ella, y extrajo la maleta brocada que había guardado cuidadosamente su primera noche en el castillo. Apoyándola sobre la cama, extrajo una pequeña botella de cristal de su interior revestido en seda y la sostuvo a la luz del sol.

– ¿Qué es esto? ¿Has estado guardando licor?

Caroline se giró rápidamente para encontrar a Portia de pie en el portal.

– ¿Alguna vez llamas la puerta? -demandó Caroline.

– No cuando la puerta está ya abierta -señaló Portia, cruzando el cuarto- Estaba preocupada por ti -se excusó- Te comportabas de manera tan rara allá abajo. No tenía idea de que subías aquí para echar un pequeño trago de algo que calme tus nervios.

Antes de que Caroline pudiera protestar, su hermana había extraído la botella de su mano y había sacado el corcho. Dio un olfateo tentativo a su contenido antes de atraer la botella hacia sus labios.

– ¡No lo hagas! -gritó Caroline, arrebatándole la botella.

Portia se congeló, sus labios ya mojados con el líquido claro. Echando a Caroline una mirada herida, se lamió una de las gotas.

– No hay necesidad de sobresaltarme hasta medio morir. Es sólo agua.

A pesar del fisgoneo desvergonzado de Portia, Caroline podía sentir un rubor culpable avanzando a rastras desde su garganta.

Los ojos de su hermana se estrecharon lentamente.

– ¿O no lo es?

Reponiendo cuidadosamente el tapón de la botella y dejándola a un lado, Portia se acercó a la maleta y sacó una cadena de plata. Un llamativo crucifijo de plata colgaba al final, destellando al sol.

– Qué interesante -comentó Portia, mirando a Caroline con ojos brillantes- Antes de que dejásemos Edgeleaf, ¿informaste por casualidad al vicario del pueblo de que creías estar convirtiéndote en una papista?

– Encontré la cadena -contestó Caroline débilmente.

– ¿Y qué tenemos aquí? -alcanzando de nuevo la maleta, Portia extrajo un trozo de madera largo, redondo, suave, esculpido con una punta letal al final- ¿Estabas haciendo planes para ponerte al día con tu costura?

Caroline se sobresaltó anticipadamente mientras el artículo más irrebatible de todos emergía del interior de la maleta, era una copia muy usada de la Nueva Revista Mensual de abril de 1819, la misma que contenía una controvertida historia del Dr. Polidori, "El Vampiro".

– ¡Porque, pequeña acusona miserable! -Portia la miró mientras examinaba rápidamente las páginas de la revista- ¡He estado buscando esto toda la semana! ¿Fuiste tú quien robó pequeñas cantidades de dinero de debajo de mi colchón en casa de Tía Marietta, no es cierto?

Caroline suspiró e inclinó la cabeza, sabiendo que el tiempo para las negaciones y las excusas había pasado.

Portia lanzó la revista a la cama con el resto de su botín mal adquirido, luego apoyó sus manos sobre sus caderas.

– ¡No seas ridícula, Portia! No hay cosas como vampiros -imitó, perfectamente, a Caroline en su tono más imperioso- U hombres lobos. O fantasmas. O sirenas en el huerto. O príncipes bien parecidos que te rescatarán de cada peligro antes de llevarte a su castillo y vivir felizmente desde entonces.

Ella sacudió un dedo hacia Caroline.

– ¡No eres sino un fraude, Caroline Marie Cabot! ¡Deberías tener vergüenza de ti misma!

– No sabes ni la mitad -masculló Caroline, apartándose del camino de su hermana para poner de un tirón el agua bendita, el crucifijo, y la revista de vuelta al saco.

– Pensé que eras la práctica.

– ¿No es prepararse para cada eventualidad ser práctico? -replicó Caroline. Después de vacilar un momento, guardó la estaca en el bolsillo de su falda.

Portia siguió el movimiento, sus ojos ampliándose.

– ¿Qué tienes intención de hacer?

Caroline tanteó brevemente la idea de mentir, pero su hermana ya había probado ser un aliado excelente cuando estaban en materia de subterfugio. De cara a Portia, dijo:

– Voy a registrar cada cámara de este castillo hasta que encuentre al vizconde. Si le puedo encontrar antes de la puesta del sol, quizá pueda echar al olvido todos nuestros miedos.

– Una elección más bien desafortunada de palabras, ¿no crees?

– Si Kane verdaderamente tiene la intención de declararse a Vivienne mañana por la noche durante el baile, entonces ésta podría ser mi última oportunidad para probar que él es simplemente un hombre, un mero mortal como el resto de nosotros. -Ignorando la estrechez sofocante de su garganta, Caroline añadió- Si puedo hacer eso, entonces estaré en libertad para darle a él y a Vivienne mi bendición.

– ¿Estás completamente segura de que quieres hacerlo? -preguntó Portia, escogiendo explícitamente sus palabras con cuidado.

– ¿Qué quieres decir?

Portia mordisqueó su labio inferior un momento antes de contestar.

– Vi tu cara en el huerto cuándo Vivienne mencionó el hecho de convertirse en la esposa de Lord Trevelyan. Tuve miedo de que comenzaras a tener sentimientos hacia él.

– Por supuesto que tengo sentimientos hacia él -dijo Caroline enérgicamente- El tipo de sentimientos que se espera que tenga hacia un hombre que muy bien puede terminar por salvar a tu familia de la ruina.

Reconociendo el destello de luz en los ojos de Caroline, Portia suspiró derrotada.

– ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que vaya detrás de ti, ondeando el crucifijo y rociando con agua bendita?

– Solamente mantén a Vivienne ocupada y fuera de mi camino.

– Deberías haber dado esa tarea al alguacil Larkin. Dudo que una manada de hombres lobos aulladores le pudieran apartar de su lado. Supongo que debería estar agradecida de que al menos Julian no esté enamorado de ella, también -El casual encogimiento de hombros de Portia realmente no pudo encubrir el dolor que oscurecía sus ojos- Por supuesto, él ha dejado perfectamente claro que no está enamorado de mí tampoco.

Caroline negó con la cabeza impotentemente, deseando tener el poder de desenredar las cadenas que amarraban sus corazones.

– No creo que encuentres al alguacil asociándose con Vivienne esta tarde. Por lo que necesito que conserves un ojo en ella hasta que regrese.

Cuando Caroline pasó rozándola, Portia agarró su brazo.

– ¿Tendrás cuidado, verdad, Caro? Aun si el vizconde no resulta ser un vampiro, todavía podría ser peligroso.

Para ser un lugar con tantos secretos, Trevelyan Castle tenía notablemente pocas puertas cerradas. Caroline vagó por los huecos de la sinuosa escalera y los corredores por lo que pareció una eternidad, sintiéndose un poco como una princesa en uno de los amados cuentos de hadas de Portia. Pero estaba por verse si este castillo estaba encantado o maldecido. O si su invisible captor era un príncipe o una bestia.

El castillo ya estaba agitándose con sirvientes que preparaban sus innumerables cuartos para el flujo de invitados que empezarían a llegar en la mañana. Algunos de los invitados del vizconde se quedarían en posadas cercanas, pero muchos de ellos pasarían la noche en el castillo. Pasando fácilmente entre los sirvientes distraídos, Caroline registró cada piso con precisión metódica, encontrando varias cámaras que ella y Portia habían pasado por alto cuando andaban buscando espejos. Después de una búsqueda fútil de los pisos altos, se encontró de pie ante la puerta de la galería del retrato.

Tocó con las puntas de los dedos la manija, deseando resbalarse dentro y ver si todavía poseía el coraje para aguantar de pie cara a cara con ese guerrero cruel que reflejaba la cara de Kane.

Echó una mirada sobre su hombro hacia la ventana ojival en el extremo más alejado del corredor. Su tiempo se acababa. La luz del día decrecía; la luna se levantaría pronto. Volviendo la espalda a la galería del retrato, se levantó las faldas y se apresuró hacia las escaleras, con pasos aligerados por la urgencia.

No fue tan difícil pasar entre los sirvientes de la cocina hacia el sótano. Estaban por todas partes gritando órdenes y haciendo sonar las cacerolas como campanas mientras pelaban verduras y cocían pan para la extravagante cena que debía ser servida después del baile de mañana por la noche. Se movió rápidamente después de un portal arqueado, haciendo una mueca cuando vio un caldero de cobre lleno de grasa que había estado situado bajo un gancho de hierro para atrapar la sangre de desecación de algún trozo sin identificar de carne.

Dudaba en encontrar alguna cosa significativa fuera del laberinto de cuartos que componían la cocina, pero se quedaba sin lugares de búsqueda. Echó una última mirada detrás de ella para asegurarse que no había sido divisada, y se deslizó hacia un corredor estrecho, dejando atrás el alegre caos.

El corredor tenía el piso inclinado y sucio y el techo de roble bajo. Se agachó rápidamente, una telaraña cosquilleaba detrás de su cuello, haciéndola estremecerse. De no ser por los candelabros oxidados colocados a intervalos regulares a lo largo de las paredes picadas, manchadas por la humedad, hubiera jurado que nadie había usado este camino durante siglos. Las velas de sebo echaban más sombras que luz. Caroline no se percató de que el corredor había dado una vuelta hasta que giró la mirada detrás de ella para descubrir que su boca había desaparecido. Había sólo oscuridad atrás y sombras titilantes delante.

Algo salió del suelo detrás de ella, escarbando con garras afiladas en la suciedad. Dejando escapar un agudo aullido poco digno, Caroline dio un salto hacia adelante, golpeándose de cara en una puerta. Frenética por escapar de lo que temía debía de ser una rata grande, hambrienta, traqueteó sin parar la manija de la puerta, solo para descubrir que finalmente había encontrado lo que había estado buscando, una puerta cerrada.

Olvidándose completamente de la rata, retorció la manija otra vez, probándola en busca de cualquier indicio de vulnerabilidad. ¿Qué pasaría si inadvertidamente había tropezado con la puerta de la cripta familiar? ¿O con esa mazmorra tan acondicionada de la que Kane se había jactado tan locuazmente?

Estaba arrodillada para presionar su ojo en el ojo de la cerradura cuando una voz tan seca como el polvo salió de la oscuridad detrás de ella.

– ¿Puedo ayudarla en algo?

Caroline saltó sobre sus pies y giró rápidamente. Wilbury aguardaba detrás de ella, parecía como si él mismo hubiera salido de la cripta familiar. Su cara estaba seca y pálida como una máscara mortuoria a la luz cetrina.

Llevaba puesto un anillo de llaves de hierro en su cintura, muchas de ellas oxidadas por el desuso.

– ¿Qué? buenas tardes, Wilbury -dijo ella, rebuscando una sonrisa agradable.- ¡Qué oportuno es usted! Justamente deseaba que alguien viniese y abriese esta puerta para mí.

– Ciertamente.

Su respuesta desdeñosa la dejó sin elección excepto perseverar en su fanfarronada.

– Su, su señor me envió abajo para coger algo para mi hermana.

– ¿Lo hizo? ¿Y porque solamente no llamó el mismo?

– Porque él sabía que venía por aquí y no tuvo el deseo de molestarle. -La única reacción del mayordomo fue arquear una ceja nevada. Caroline se acercó más y murmuró- Te convendría ayudar a tu señor a complacer a mi hermana, ¿sabes? Algún día puede ser la señora de este castillo.

Mascullando algo bajo su respiración que sonó sospechosamente a “Disparates”, Wilbury comenzó a tocar a tientas su manojo de llaves. Finalmente localizó la que buscaba y la resbaló en el ojo de la cerradura. Caroline cogió una de las velas del candelabro, con la anticipación aligerando su respiración.

Wilbury abrió la puerta, sus huesos aparentemente rechinaban tan ruidosamente como los goznes antiguos. Muy al tanto de que la acechaba tras ella, Caroline avanzó a rastras adelante, manteniendo la candela en lo alto. En lugar de cadenas manteniendo los restos purulentos de jóvenes vírgenes e ingenuas, la modesta cámara lucía mundanos estantes de madera que alojaban filas y filas de jarras, botellas, y bolsas de lona. Sus etiquetas cuidadosamente inscritas no leían Restos de Lobo u Ojo de tritón, sino Nuez Moscada, Jengibre, y Tomillo.

Parecía que había tropezado accidentalmente con nada más que un sótano de especias.

– Respetamos las viejas tradiciones aquí -le informó Wilbury- En tiempos medievales, era usual que el administrador del castillo guardara bajo llave las preciosas y costosas especias.

Eso sólo habían sido tres o cuatrocientos años atrás. Wilbury probablemente había sido un niño entonces, pensó Caroline sin piedad.

– ¡Ah, allí está! -luchando por disimular su desilusión, cogió la botella más próxima del estante sin molestarse en leer su etiqueta y la guardó en el bolsillo de su falda- Estoy segura que este será justo el té que mi hermana toma.

Cuando Caroline pasaba junta a él, Wilbury dijo:

– Podría querer llevarle algo de azúcar además, señorita.

Caroline se giró, parpadeando

– ¿Y por qué?

Él inclinó la cabeza hacia su bolsillo.

– Camuflará el sabor amargo del láudano.


Caroline estaba sentada sobre su cama, abrazando sus rodillas y observando la puesta del sol en el horizonte occidental. Su último día antes del baile pronto estaría terminado y su búsqueda en Trevelyan Castle la había dejado con más preguntas que respuestas. A pesar de sus atrevidas intenciones, no estaba más cerca de descubrir la verdad acerca de Adrian Kane de lo que había estado la primera noche que puso los ojos sobre él.

– Adrian -murmuró, preguntándose como sería tener el derecho de tratarle por su nombre de pila- ¿Te apetecería algo más de morcilla, Adrian? ¿Planearemos una cena de medianoche para tu cumpleaños este año, Adrian? ¿Como te gustaría llamar a nuestro primer hijo, Adrian?

Asediada por una dolorosa puñalada de soledad, Caroline apoyó su mejilla sobre su rodilla y observó las sombras del crepúsculo avanzar a rastras hacia las puertas del balcón. Quizá tentaría al destino esta noche y las dejaría sin el cerrojo.

Caroline se envaró. Levantó la cabeza, su mirada fija agudizándose en las puertas del balcón. Estaba recordando un paso furtivo, una sombra moviéndose rápidamente a través del cielo de la noche, una tenue niebla saliendo furtivamente de la luz de luna. Levantándose de la cama, se deslizó hacia las puertas, con pasos tan medidos como si hubiera caído en algún tipo de trance hipnótico.

Cuando él apareció fuera de las puertas su primera noche en el castillo, Kane había afirmado que no podía dormir. Que había abandonado su cama y había salido a fumar y pasear. Luego se desvaneció como había aparecido.

Abriendo las puertas, Caroline salió un momento al balcón. El aire fresco de la tarde acarició sus brazos desnudos bajo las pequeñas mangas hinchadas de su traje de Cambray [6], poniéndole la carne de gallina. En todas sus andanzas infructíferas de la tarde, ¿por qué no se le ocurrió nunca simplemente volver a trazar sus pasos?

Recorrió con la mirada el horizonte. Tenía poco tiempo que perder. El sol ya había perdido intensidad hasta una incandescencia nebulosa, bordeando la parte inferior de las nubes de dorado.

Caroline cruzó en silencio las almenas del castillo, pegada a la curva de la pared de la torre para no ser divisada por alguien que pudiera acechar en la parte inferior. Sólo podía rezar para que Portia todavía mantuviera a Vivienne ocupada.

A un lado de la torre ya alcanzada por el crepúsculo, finalmente encontró lo que parecía el principio sinuoso de unas escaleras de piedra. Las siguió hacia abajo, donde conectaban con un puente estrecho, que se extendía a lo largo de la abertura entre las torres norte y sur. Mientras se apresuraba a través del puente, el viento azotaba su delgada falda, haciéndola lamentar haber dejado su capa atrás.

La noche que llegó, Wilbury le había informado que su señor había sido muy explícito en sus instrucciones: la señorita Caroline Cabot debía estar alojada en la torre norte. Mientras Caroline alcanzaba el otro lado del puente y comenzaba a subir las escaleras de la torre sur, hizo un intento en no pensar en las oscuras implicaciones de las palabras del mayordomo. Intentando no pensar en lo fácil que sería para los ocupantes de las dos torres tener un encuentro tórrido sin que nadie más del castillo lo supiera. La petición de Kane probablemente había sido completamente inocente. Después de todo, había presenciado los esfuerzos frenéticos de los sirvientes hoy. Quizá en el momento de su llegada, la torre norte había tenido una de las cámaras habitables.

Pronto se encontró de pie fuera de un par de puertas casi idénticas a las de ella. Ahuecó sus manos alrededor su cara y trató de mirar con atención adentro, pero las pesadas cortinas cubrían el cristal. Miró por encima su hombro. Aunque el sol no había terminado completamente su descenso, las estrellas ya comenzaban a brillar intermitentemente contra la paleta de color añil del cielo del este.

No podía demorarse más tiempo. Mientras cerraba sus dedos helados alrededor del tirador de la puerta, se preguntó si Kane había prestado atención a su propio consejo y había echado el pestillo a sus puertas contra el viento. Si lo había hecho, entonces no tendría más alternativa que volver a rastras a su dormitorio donde pasaría una noche más en una agonía de incertidumbre.

Reuniendo coraje, giró el tirador y le dio a la puerta un empujón suave. Ésta se movió sin nada más que un chirrido de protesta, invitándola a la oscura guarida del vizconde.

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