CAPÍTULO 23

Julian entró tambaleándose por la puerta de la cripta, llevando a Portia como a una niña en brazos. Su cabeza colgaba sobre su brazo, sus negros rizos se derramaban hasta sus caderas. Sus ojos estaban cerrados, su piel mortalmente pálida, tan pálida que no había error posible en el par de gemelas incisiones que estropeaban la cenicienta perfección de su garganta.

Un desgarrado sollozo escapó de los labios de Caroline. Las rodillas de Vivienne cedieron y Larkin se dejó caer con ella, abrigándola en sus brazos para amortiguar sus sollozos contra su pecho.

Su cara era incluso más hermosa y terrible que la de un ángel guardando el sepulcro, Adrian buscó dentro de su capa y sacó una estaca de madera.

Empezó a apartarse, pero Caroline le agarró el brazo, contemplándolo.

– No, Adrian -susurró ella con fiereza, clavando sus dedos en su manga-Mira su pecho. ¡Está viva!.

Aunque el movimiento era casi imperceptible, el pecho de Portia subía y bajaba rítmicamente.

Julian se tambaleó hacia ellos, sus lágrimas mezclándose con la lluvia. Caroline jadeó, sin darse cuenta hasta ese momento que él se veía incluso más cerca de la muerte que Portia. Sus ojos estaban huecos, sus mejillas hundidas, su piel tan pálida como el pergamino. Sus dientes se veían espantosamente blancos en comparación a sus azulados labios.

Su voz era poco más que un ronco graznido.

– Solo tomé lo que necesitaba para sobrevivir -Bajó la mirada a la cara de Portia con desgarradora ternura- no lo habría hecho si la pequeña obstinada idiota no hubiese insistido. Intenté advertirle que era demasiado peligroso, que no confiaba en mí mismo para detenerme antes de que fuese demasiado tarde, pero no escuchó.

Cuando se derrumbó sobre sus rodillas, todavía acunando a Portia contra su pecho, todos ellos se pusieron en movimiento. Larkin cogió gentilmente a Portia de brazos de Julian con la ayuda de Viviene mientras Adrian ponía a Julian sobre su regazo.

– Nunca quise que me vieras así otra vez-farfulló Julian a través de sus castañeantes dientes. Se aferró a Adrian, su cuerpo se sacudió con incontrolables temblores- No quiero que nadie ve-e-vea lo que Victor me hizo. Que descubran el terrible m-m-monstruo que soy.

– No eres un monstruo. -Adrian acarició con cuidado el pelo empapado de sudor apartándolo de su cara, su propia mano temblaba.- Si lo fueras, Portia estaría muerta ahora mismo.

Julian parpadeó ante él.

– Si no soy un monstruo, ¿Entonces que soy?.

– Eres lo que siempre has sido y lo que siempre serás -Adrian apoyó su frente contra la de Julian y cerró los ojos, pero no antes de que Caroline pudiera ver las lágrimas brillando en ellos – Mi hermano.

– ¿Cómo está? -susurró Caroline, quedándose en el umbral de la torre sur varias horas después.

Adrian estaba recostado en una silla al lado de la cama en mangas de camisa y pantalón, sus largas piernas extendidas frente a él y su barbilla apoyada sobre su palma. Aunque sus ojos se le cerraban de agotamiento, el brillo de la vela revelaba que no habían perdido nada de su vigilante brillo.

Había insistido en subir a Julian él mismo por esos cinco pisos de escaleras e instalarle en su propia cama. El amanecer se estaba acercando y las pesadas cortinas de terciopelo de la torre habían sido corridas para asegurarse que no había riesgo de que un simple rayo de luz de sol se colara en la habitación.

– Está descansando bien -dijo Adrian cuando Caroline se acercó a la cama. Su cariñosa mirada descendió sobre el dormido rostro de su hermano.- Volverá a criticarme por llevar las corbatas torcidas y me dará una paliza al ajedrez en no mucho tiempo.

Los labios de Julian habían perdido su tono azulado y el color estaba regresando lentamente a sus mejillas. Caroline apartó sus ojos de la copa que descansaba sobre la mesa al lado de la cama, sabiendo que no tenía que preguntar si contenía vino tinto.

– ¿Cómo está Portia? -Preguntó Adrian.

– Positivamente insufrible -le aseguró Caroline.-Continúa exigiendo vasos de agua fresca y pastel de riñones y regodeándose, en que ella y el Dr. Polidori tenían razón, todo este tiempo, acerca de la existencia de los vampiros. Vivienne insistió en hacerse cargo de Portia por un ratito, y no osé negarme.-Hizo una mueca ante el destrozado dobladillo del vestido de Eloisa. – Además, no podía esperar para quitarme este vestido y pedir un baño de vapor.

– ¿Estás segura que no quieres que llame al Dr. Kidwell para que la examine? Puedo encargarme de algunas preguntas embarazosas si tengo que hacerlo. Especialmente con Alastair de mi lado. Las autoridades locales probablemente estarían bastante impresionadas con un policía londinense.

– No, gracias -replicó ella estremeciéndose.- El doctor probablemente solo querría sangrarla.

Adrian vaciló.

– ¿Portia ha hablado acerca de lo que sucedió en la cripta?

Caroline negó con la cabeza antes de decir suavemente.

– No creo que vaya a hacerlo nunca. -Estudió la atractiva cara de Julian, pensando en lo infantil e inocente que parecía en reposo.- Venera el suelo por el que anda. Habría hecho cualquier cosa por él.

Caroline descansó su mano sobre el hombro de Adrian, recordando ese terrible momento cuando éste creyó haber observado como su hermano había asesinado a su hermana…y cualquier esperanza de futuro que quizás hubiesen compartido.

Esperó que Adrian cubriese su mano con la suya. Pero en cambio se levantó de la silla, dejando que su mano pendiese torpemente en el aire.

Caminó hacia las puertas francesas y apartó a un lado las pesadas cortinas, observando en el interior de la menguante noche.

– ¿Qué hay acerca de Duvalier? -preguntó, el nombre un venenoso juramento en sus labios.- ¿Qué ha dicho Portia acerca de él?

Caroline sintió como se le endurecían los rasgos.

– Me dijo que la había raptado antes incluso de que pudiese llegar a la fiesta, que la mantuvo atada en alguna cueva toda la noche, que la arrojó a aquella cripta con Julian como si no fuese nada más que una pedazo de carne cruda.

Adrian soltó un juramento.

– Desde que empezó todo esto, ese bastardo, no se ha atrevido ni una sola vez a enfrentarse conmigo cara a cara. Debería haber sabido que esta vez no sería diferente. Probablemente ahora mismo esté a millas de aquí.

– El día de ajustar cuentas llegará, Adrian. Responderá por cada vida que ha destruido, cada preciosa alma que ha robado, incluyendo la de Julian. Juntos, nos aseguraremos de eso.

Adrian continuó observando la noche.

– Tan pronto como Portia esté lo bastante fuerte para viajar, quiero que la cojas a ella y a Vivianne y dejéis este lugar.

– Estoy segura que el Policía Larkin estaría más que dispuesto a ver a mis hermanas volviendo a la seguridad de la casa de la Tía Marietta.

– Alastair ya ha acordado escoltaros a vosotras tres a Londres.

Caroline sonrió.

– Así que los dos habéis estado conspirando a nuestras espaldas ¿eh? Eso no es muy deportivo de tu parte. Simplemente tendrías que haberle dicho al bueno del policía que no voy a ir a ningún lado sin ti.

– Sí, lo harás. Vas a volver a Londres y vas a pretender que los últimos quince días nunca sucedieron.

Su sonrisa decayó.

– No puedes pedirme eso.

– No te lo estoy pidiendo.-Adrian se volvió para enfrentarla, sus ojos se encontraron con los de ella por primera vez desde que había entrado en la torre. Lo que vio en sus desoladas profundidades la estremeció hasta el hueso.

A pesar de su creciente aprensión, consiguió reírse débilmente.

– Pensaba que ya habíamos aclarado que no tienes derecho a darme órdenes. Eso solo puedes conseguirlo con una licencia especial del Arzobispo.

Él sacudió la cabeza antes de decir suavemente.

– Me temo que no pueda permitirme adquirir esa licencia. No cuando esto podría costarnos tanto a los dos.

– Ese es un precio al que estoy más que dispuesta a pagar.

– Pero yo no. Cuando Julian salió tambaleándose de esa cripta con Portia en sus brazos, ambos medio muertos, me di cuenta que había sido un tonto en creer que yo podría protegeros a alguno de vosotros. Eso es por lo que tienes que irte ahora… antes de que sea demasiado tarde.

– ¿Cómo puedes admitir que me quieres, y al siguiente aliento pedirme que te deje?.

Indicó con un dedo la forma inmóvil de Julian.

– Porque podrías ser tú la que estuviese tendida en esa cama ahora mismo. O peor aún, tendida en tu tumba. Nadie a quien ame estará a salvo hasta que Duvalier esté destruido. Y hasta ese día, no puedo afrontar ninguna distracción más.

– ¿Eso es todo lo que soy para ti?-murmuró Caroline-¿Una distracción?

Avanzó hacia ella, su cara tensa con la angustia.

– Si digo que sí, ¿Te irás? ¿Qué pasa si te digo que la noche que pasamos juntos no fue más que una agradable diversión pasajera? ¿Que eres más fácil de seducir que la mayoría? ¿Que encuentro tu falta de experiencia aburrida y que prefiero mucho más las expertas caricias de una prostituta y bailarinas de ópera que tus torpes manoseos y sobreexcitadas declaraciones de amor?.

Caroline le dio la espalda alejándose de él, incapaz de dejar de estremecerse bajo el látigo cruel de sus palabras.

La cogió por los hombros, sacudiéndola.

– ¿Es eso lo que quieres oír de mis labios? ¿Si te digo que mi única intención desde el principio era seducirte, después descartarte, me odiarías lo bastante para dejarme?.

– No -susurró, mirándolo a través de un velo de lágrimas.- Eso solo me haría amarte más, por que sabría que me amas lo bastante para poner tu propia alma en peligro por decir tan descarada mentira.

Conteniendo un inarticulado juramento, Adrian la liberó y se apartó unos cuantos pasos.

– Quizás tú estés dispuesta a arriesgar tu propia vida para quedarte conmigo, ¿Pero que pasaría si traemos un niño al interior de toda esta locura? ¿Estarías dispuesta a arriesgar su vida, su alma, también?

Caroline se llevó una mano a su estómago.

– ¿Has olvidado que podría ya estar llevando a tu hijo?

Adrian quizás fuese capaz de ocultar su amor por ella detrás de una máscara de decisión, pero no podía disfrazar el desesperado anhelo en sus ojos cuando miró su vientre. Sólo entonces ella se dio cuenta de que había cometido un error táctico.

– Más razón para que te vayas -dijo él suavemente, elevando lentamente los ojos para encontrarse con los suyos.

Sintió las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

– Si haces esto, Adrian, entonces Duvalier ya ha ganado.

Y ella había perdido. Ese conocimiento sabía tan amargo como la ceniza en la boca de Caroline.

Decidida a demostrar que podía ser tan despiadada como él, se paró frente a Adrian.

– Si fuese una prostituta o una bailarina de ópera, me deberías al menos un último beso -Ahuecando su cara en sus manos, se puso de puntillas y presionó sus labios contra los de él, al igual que había hecho esa mágica noche en el Vauxhall donde le había ofrecido tanto su beso como su corazón sin darse cuenta.

Él estaba incluso más impotente para resistirse a lo que le ofrecía ahora. Cuando sus labios se separaron para darle la bienvenida al meloso barrido de su lengua, sus brazos la rodearon, amoldando sus curvas a los duros planos de su cuerpo. Cuando empezó a hacerla retroceder, tirando de ella hacia el biombo del vestidor del otro lado de la habitación, ella se unió de buena gana al baile.

Se hundió sobre el taburete que había tras el biombo y la sentó en su regazo, sin abandonar jamás la codiciosa reclamación de sus labios. Caroline reconocía la urgencia en su beso por que era la misma que corría por sus venas, una desesperada hambre celebraba la vida en el tierno remolino de su lengua a través de su boca, el cálido aliento de su suspiro, el irresistible pulso que golpeaba donde sus cuerpos dolían por unirse. Esto era un rechazo a la muerte y oscuridad y a toda la corte de sombríos horrores cometidos por un monstruo como Duvalier.

Mientras tiraba hacia abajo del corpiño de su vestido con una mano, la boca de ella se entretuvo en la audaz curva de su mandíbula, saboreando el salado dulzor de su piel, el sugerente roce de sus patillas contra sus sensibles labios.

Ella levantó la cabeza para encontrar las marfileñas curvas de sus pechos expuestas a su entrecerrada mirada. Sus pezones estaban ya maduros y rosados como frescas cerezas.

– Tu hermano…-jadeó, liando los dedos en su pelo.

– Estará muerto para el mundo durante horas, -le prometió, arrastrando su pezón al interior de su boca y chupándolo con una feroz y tierna hambre que la dejó jadeando con necesidad y apretando juntos sus muslos contra un presuroso líquido de deseo.

Cambiando su posición en el taburete, pasó una de sus piernas sobre las de él, de modo que ella se sentase a horcajadas sobre el crecido bulto rígido que tiraba de la suave piel de mantequilla de sus pantalones.

Caroline reprimió un quejido, solo ese exquisito placer bastaba para enviar temblores de anticipación a través de su bajo vientre. Esos temblores se convirtieron en estremecimientos cuando la mano de Adrian desapareció bajo su falda, sus hábiles dedos se deslizaron en la profunda suavidad de su muslo para buscar la estrecha abertura en sus calzones de seda. Cuando ella había espiado a los amantes en el Vauxhall, se había preguntado que podría haber estado haciendo la mano del hombre bajo la falda de la mujer para hacerla retorcerse y gemir tan desvergonzadamente. Ahora lo sabía.

Desde que ya estaba goteando de deseo por él, no había necesidad de que Adrian la preparara para lo que iba a comenzar. Todavía sus dedos se entretuvieron contra su ansiosa y temblorosa carne, obrando su habilidosa magia hasta que se vio obligado a capturar su salvaje grito de abandono en su boca. Todavía besándola como si fuese la única muestra del cielo que podría conocer jamás, se abrió la solapa frontal de sus pantalones y se condujo a sí mismo a través de la abertura de los calzones de ella y a su interior.

Esta vez no se contentó con dejarla mantener el ritmo. Ahuecando su trasero en sus grandes y fuertes manos, la levantó del taburete. Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura, aferrándose a él, impotente, mientras la apoyaba contra la pared más cercana y se hundía en ella una y otra vez, sus largas y profundas embestidas golpeaban la misma boca de su útero mientras su lengua forzaba su boca con igual crueldad.

Justo cuando Caroline pensó que no podría aguantar otro segundo de placer sin dejar escapar un grito lo bastante alto para despertar a los muertos, Adrian se retiró para un embate final que amenazaba con partir su cuerpo y corazón en dos.

Ella se derrumbó contra su garganta, todavía empalada por su estremecedora longitud. Deseó que pudieran quedarse de esa manera para siempre con sus corazones latiendo como uno, sus cuerpos unidos y palpitando con alivió. Adrian se deslizó lentamente por la pared, todavía acunándola en sus brazos.

Ya no podría fingir indiferencia. Cuando su voz sonó en el oído de ella, estaba ronca con urgencia y pesar.

– Una vez que estés a salvo de vuelta en casa y nosotros estemos fuera de Inglaterra y volvamos sobre el olor de Duvalier, te escribiré. Te enviaré dinero, todo eso que tú y Portia posiblemente necesitéis. Nunca tendrás que depender otra vez de la caridad de nadie. Ya he empleado a Alastair para que maneje algunos de mis asuntos en Londres así Vivienne nunca tendrá que preocuparse de donde vendrá su próxima comida.

Caroline sintió que cada gota de calor en su alma se helaba. Cuidadosamente se levantó de su regazo, poniéndose en pie. Con toda la dignidad que pudo reunir, se subió el corpiño y se ajustó la falda. Estaba bastante perdida sobre como proceder desde allí hasta que Adrian alcanzó uno de los estantes cercanos y le tendió uno de sus pañuelos. Dándole la espalda, realizó las abluciones necesarias.

Cuando se volvió hacia él, su cara estaba compuesta como si hubiese sido ella la que había estado en el umbral del gran recibidor y pretendiese ser Vivienne.

– Si crees que voy a esperarte, entonces estás equivocado.-Le informó ella.-Me temo que no seré capaz de fingir que esos pasados quince días nunca sucedieron. Ahora que me has dado una muestra de los placeres que una mujer puede encontrar en los brazos de un hombre, dudo que me contente con pasar el resto de mi vida en una fría y vacía cama. No necesitas preocuparte en mandar dinero. Si no puedo encontrar un marido, entonces quizás pueda encontrar algún hombre bueno y generoso que estaría dispuesto en convertirme en su amante.

Adrian se abotonó el frente de sus pantalones, sus ojos tan tempestuosos y peligrosos como los había visto siempre.

– ¿Exactamente quién va a ir al infierno por mentir ahora?

Caroline alisó la arrugada falda del vestido de Eloisa, continuando como si él no hubiese hablado.

– No quiero más que lanzar este vestido al cubo de la basura, pero haré que los sirvientes lo laven y lo planchen y te lo devuelvan. Quizás te consuele cuando solo tengas a tus fantasmas para mantenerte caliente por las noches.

Con eso, se volvió y lo dejó. Con Julian durmiendo, no tuvo siquiera la satisfacción de cerrar de golpe las puertas francesas tras de ella.

Caroline se apresuró a bajar los peldaños de piedra y empezó a cruzar el puente, arrojando calientes y furiosas lágrimas que caían por sus mejillas cuando caminaba. Las estrellas se estaban desvaneciendo y la lluvia se había detenido, dejando el mundo reluciente con la promesa de un nuevo amanecer. Pero sin Adrian, sabía que estaría atrapada por siempre en alguna deprimente noche de las almas.

Aminoró el paso cuando alcanzó la cima del puente. No tenía ninguna prisa por volver a su solitario dormitorio. Allí no había nada que pudiera hacer excepto lavarse el aroma de Adrian de su piel por última vez y empezar a empacar.

– Estúpido, hombre imposible-murmuró, dándose la vuelta para reclinar sus manos sobre el parapeto del puente. Clavó sus uñas en la áspera piedra, dándole la bienvenida al potente picor. El viento mesó su pelo, intentando secar sus lágrimas antes que pudieran caer.- Debería haberle atravesado el corazón con una estaca cuando tuve ocasión.

– A Adrian le gustan últimamente las mujeres sanguinarias, ¿no es verdad?.

Caroline se volvió para encontrar una figura encapuchada y con capa de pie en medio del puente, bloqueándole el paso hacia su dormitorio. Podía haber jurado que no lo había visto allí segundos antes.

– ¿Cómo ha hecho para llegar aquí? -preguntó, su corazón tambaleándose a un ritmo irregular.

Se echó atrás su capucha para revelar una caída de pelo negro y una sonrisa totalmente abierta que era tanto cruel como sensual.

– Quizás volé.

Caroline se esforzó por tragarse su creciente temor.

– Espero que no espere que crea tal sentido, Monsieur Duvalier. Julian ya me dijo que los vampiros no pueden convertirse en murciélagos.

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