Capítulo 9

Menos de una hora después, Emmett observaba a Linda a través de la ventana de la cocina, jugando al fútbol con Ricky. El niño era un buen jugador y Linda era pésima, pero ambos resolvían con gracia la situación. Bebió otro sorbo de café. A pesar de sus preocupaciones, Linda iba a ser una gran madre. Ya era una gran madre, de hecho.

Sin pensar siquiera en lo que estaba haciendo, sacó el móvil del bolsillo y marcó un número familiar, pero al que rara vez llamaba. Le contestó una voz dulce y la culpa estuvo a punto de atragantarlo.

– Hola, mamá. Soy yo.

– ¡Emmett! ¡No sabes cuánto me alegro de oírte!

– Por no decirme que ha sido toda una sorpresa, ¿verdad, mamá?-la imaginaba en la cocina, preparándose una taza de té.

– Sí, quizá haya sido una sorpresa, pero eso no elimina el placer de oír tu voz.

A pesar de la voz animada de su madre, Emmett sabía que estaba sufriendo salvajemente por la pérdida de sus dos hijos: Christopher, muerto asesinado, y Jason, cuyos crímenes nadie podía excusar ni explicar.

– ¿Qué tal estás, mamá?

– Intento seguir viviendo, como diría tu padre -suspiró-. Hemos fundado una beca con el nombre de tu hermano en vuestro antiguo instituto.

– Me parece magnífico. Yo estoy pensando en crear una fundación en recuerdo de Ryan.

– ¿Vas a dejar el FBI?

– Sí, creo que sí. ¿No te parece una buena idea?

– Todas tus ideas me han parecido siempre buenas. Eres muy bueno en tu trabajo, pero me preocupa lo que haces. Ahora más que nunca.

– Nunca he estado en peligro, mamá.

– Pero me preocupan tus sentimientos, tu corazón. La oscuridad en la que a veces te has sumido.

– Ya.

Y, por supuesto, su padre le habría contado que lo había encontrado meses atrás en las montañas, intentando ahogar su dolor en alcohol.

– Así que me alegraré de que dejes el FBI.

– Antes voy a encontrar a Jason -cerró los ojos con fuerza, desando no haber tenido que pronunciar el nombre de su hermano.

– También me alegraré de que lo encuentres. No soporto pensar que pueda hacer daño a alguien más.

– No ha sido culpa tuya, mamá, supongo que lo sabes.

– A estas alturas, deberías saber que las madres cargan siempre con todas las culpas, además de repartirlas a diestro y siniestro.

Emmett se echó a reír. Su madre era una mujer increíble. Su dolor era profundo, pero también lo era su amor.

– Me gustaría que conocieras a otra madre muy especial.

– ¿Una mujer especial o una madre especial?-preguntó Darcy Jamison.

– Las dos cosas.

– Supongo que te refieres a Linda, la chica que Ryan te pidió que cuidaras.

– No es una chica, es…-una mujer, le gustaría haber dicho. Pero su madre podría extraer toda clase de detalles de una declaración de ese tipo-. En realidad es mayor que yo. Y su hijo… su hijo te encantaría.

– Parece que a ti te gusta.

– Sí, y supongo que es normal. Tiene diez años, está en el equipo de fútbol, participa en la patrulla de tráfico del colegio y deletrea mejor que yo. Le gusta la pizza hawaiana y llevar las manos sucias.

Su madre se echó a reír.

– Las dos últimas cosas que has dicho me recuerdan a alguien.

La risa de su madre era como un bálsamo para las heridas de los últimos meses. La noche anterior, Linda había comenzado a sanarlas, pero aquel reencuentro con su madre también le estaba ayudando.

– Deberías venir a hacerme una visita. Lily está organizando una gran reunión familiar para fin de mes.

– Oh, Emmett, no estoy segura.

– Tienes que venir, mamá, quiero que conozcas a Ricky. A él le vendría bien una…

– ¿Abuela?

Emmett se quedó helado. ¿En qué estaba pensando? Si su madre era la abuela de Ricky, entonces, él sería… su padre. ¿Y de verdad estaba considerando aquella posibilidad?

El niño irrumpió en aquel momento en la cocina, seguido por Linda. Emmett se apoyó en el refrigerador mientras fijaba en ella la mirada. Para ser padre de Ricky, antes tendría que ser… marido de Linda. ¿Pero en qué demonios estaba pensando?

– ¿Emmett?-era la voz de su madre.

Emmett sacudió la cabeza.

– Sí, sigo aquí, mamá.

– ¿Cuál es la tarta favorita de ese niño?

– No lo sé, espera -le tendió el teléfono a Ricky-. Tienes una llamada, campeón.

– ¿Yo?

– Sí, quieren hacerte una pregunta sobre tartas. Y procura ser educado, porque vas a hablar con mi madre.

– ¿Diga?-preguntó el niño en cuanto tomó el teléfono.

Linda estaba mirando a Emmett.

– ¿Qué es todo esto?

Aquello era lo que podría terminar pasando entre ellos. Lo que él todavía no se atrevía ni a imaginar que podría pasar entre ellos. Pero allí estaba, sonriendo otra vez, y se descubrió caminando hacia ella, agarrándola de la barbilla y haciéndole alzar el rostro para darle un beso.

– ¡Que está Ricky!-susurró Linda asustada.

Pero Ricky estaba de espaldas a ellos, hablando de tartas de manzana y de melocotón.

– En este momento está muy concentrado -contestó Emmett, buscando otro beso-. Tardará años en poder pensar en postres y en besos al mismo tiempo.

Linda retrocedió. Parecía confundida. Y la verdad era que también él lo estaba. No se había sentido tan contento en toda su vida.

Ricky le tendió el teléfono sonriendo.

– Dice que no sólo no sabías deletrear, sino que tampoco hacías muy bien las camas.

– Dame eso -le quitó el teléfono-. Mamá, no deberías contar mis secretos.

Su madre estaba riendo otra vez.

– Es encantador, Emmett. Y tendré que esmerarme con la tarta de melocotón. Hace años que no la hago.

– A Ricky ya se le está haciendo la boca agua.

– ¿Y Linda? ¿Cuál es su tarta preferida?

Emmett deslizó la mirada por su melena.

– La de manzana. Linda es una chica de tarta de manzana.

– Yo pensaba que habías dicho que era una mujer -replicó su madre entre risas-. Estoy deseando conocerla a ella también.

La llamada terminó con unas cuantas promesas y grandes dosis de buen humor. Emmett se guardó el teléfono y se descubrió a sí mismo canturreando.

Aprovechando el buen humor, llamó a su primo Collin y quedó para comer con él en Red Rock. Decidieron almorzar en el Emma's, un café situado en la plaza de la localidad. Típico de ambos, llegaron al mismo tiempo al aparcamiento; veinte minutos antes.

Emmett le estrechó la mano con firmeza a su primo.

– Me alegro de verte, primo.

– ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi primo, ese hombre de corazón de hielo?

– Cierra el pico.

– En serio. El Emmett al que yo conozco no había vuelto a sonreír desde que me ganó en una pelea cuando tenía diez años.

– ¿Todavía lo recuerdas?-preguntó Emmett sin dejar de sonreír.

– Sí, pero después crecí varios centímetros y el verano siguiente estuve pateándote el trasero cada vez que tenía una oportunidad.

Se sentaron a una de las mesas de la terraza del restaurante. En cuanto les sirvieron el té frío, Emmett le dijo a su primo:

– Hoy he hablado con mi madre.

– Me alegro. Necesita que la llames más a menudo.

– Lo sé. Y está considerando la posibilidad de venir a la reunión que está organizando Lily. Y traerá unas tartas, una de melocotón para Ricky y otra de manzana para Linda.

– Así que tartas, ¿eh? Tartas para Ricky y para Linda. Suena todo muy familiar.

Les sirvieron las hamburguesas completas que habían pedido. Collin fue el primero en hablar mientras Emmett se llevaba una patata a la boca.

– ¿Hasta qué punto es familiar la relación?

Emmett dejó la patata para beber un gran sorbo de té.

– ¿Qué tal está mi estudiante de Medicina favorita?

– No vas a conseguir distraerme hablando de Lucy, amigo.

– Bueno, pues quizá esté siendo una situación muy familiar. O, por lo menos, hacia allí va.

– Estás bromeando.

– No. A lo mejor. No estoy seguro. Ella tiene algo que…

Collin le dio una palmada en el muslo y sonrió de oreja a oreja.

– ¡Aja! ¡Me temo que has caído!

– ¿Nunca te han dicho que no está bien burlarse de los demás? Creo que a mí no me viste reírme de ti cuando estabas haciendo el ridículo con Lucy. Además, yo no estoy enamorado de Linda. Yo no voy tan lejos -tomó el bote de ketchup.

Él era su protector y había una fuerte atracción sexual entre ellos. Era natural que pensara en la posibilidad de prolongar aquella situación durante algún tiempo. Pero ni siquiera podía pensar en la palabra matrimonio. No, todavía no.

– Muy bien, así que es una relación muy familiar, pero no hay amor.

– Estoy empezando a arrepentirme de haberte invitado a comer.

– ¿Por qué lo has hecho, por cierto?

Emmett miró a Collin a los ojos.

– Deberíamos hablar de Jason.

– ¿Se sabe algo nuevo?

– No ha habido más noticias después de que me llamara hace quince días.

Collin, agente especial de la CÍA, tenía un talento especial para comprender el funcionamiento de la mente retorcida de un asesino.

– ¿Crees que se habrá marchado?

– Vuelve a contarme lo que te dijo en esa llamada -le pidió Collin.

– Parecía molestarle que yo hubiera aparecido en el testamento de Ryan. Me preguntó que por qué había tenido que recibir yo dinero de los Fortune cuando él llevaba tanto tiempo trabajando para recuperarlo. Después me dijo que me mantuviera vigilante porque iba detrás de mí -miró fijamente a su primo-. Jason no ha abandonado esta zona del país, ¿verdad?

– Tú tienes tanta experiencia como yo en este tipo de casos.

Emmett movió los hombros, como si quisiera desprenderse de la pesada carga que llevaba sobre ellos.

– Te juro que lo atraparé. Le prometí a Ryan que atraparía a mi hermano, pero no estoy haciendo muchos progresos.

– Lo único que Ryan te hizo prometerle fue que cuidarías a Linda y a su hijo, y lo estás haciendo.

– Aun así… ninguno de nosotros será completamente libre hasta que metamos a Jason entre rejas. Mi madre ha dicho que vendrá a la reunión que está organizando Lily, pero tanto tú como yo sabemos que no lo hará si Jason continúa libre. Y mi padre… sé que cada día se siente más culpable.

– ¿Y tú, Emmett? ¿Cómo te sientes tú?

– Como si no hubiera hecho nunca lo suficiente. Como si debiera haberme imaginado lo que iba a pasar desde que éramos niños. Jason odiaba a Christopher, odiaba todo lo que tenía que ver con él.

– Nadie podía predecir que Jason iba a convertirse en un asesino.

– Lo sé, y aun así, no puedo dejar de pensar que debería haberlo hecho. Quizá por eso piense que puedo terminar con esta situación deteniéndolo.

– Ésa es una labor del FBI.

– Yo soy del FBI.

– Ahora mismo estás de permiso y, además, nadie está obligado a buscar a un miembro de su familia.

– Hace un par de meses, tanto tú como yo estábamos haciendo eso exactamente -le recordó Emmett-. ¿Debería pedirte disculpas por haberte arrastrado a esto?

– Diablos, no -Collin le dirigió una sonrisa-. Gracias a eso conocí a Lucy, ¿recuerdas? Pero ambos sabemos que Jason no tiene escrúpulos. Es capaz de hacer cualquier cosa, y no quiero que te haga ningún daño.

– No podrá conmigo.

– ¿Y qué me dices de Linda y de Ricky?

– He pensado en ellos desde el primer momento, pero mi hermano no tiene ningún motivo para saber de su existencia, ni para saber que estoy en casa de los Armstrong. De todas formas, estoy tomando precauciones. Jamás he vuelto a su casa sin haberme asegurado antes de que no me seguían.

Pero el miedo comenzaba a envolverlo, asfixiando el optimismo de aquella mañana.

– Debería ponerle freno a todo esto -musitó.

– ¿Te refieres a Linda?

– Jason se cierne sobre mí como una nube oscura. Y no sé si tengo derecho a acercarme a una mujer conociendo tanto dolor como he conocido.

– Lo único que yo sé es que me gusta verte hablar de tu madre, y de tartas, y de ambientes familiares en los que incluyes a una mujer y a su hijo.

– Podré ser ese hombre otra vez en cuanto atrape a Jason.

– Y hasta entonces, ¿te vas a quedar esperando a que aparezca?

– Por supuesto que no. Voy a buscar la manera de hacerle aparecer.

Collin asintió lentamente.

– Sabiendo lo que sabemos sobre tu hermano, eso podría funcionar. No puedes ser demasiado obvio, por supuesto. Pero si consigues cierta publicidad que tenga que ver con tu herencia, o con una buena obra con la que estés relacionado, por ejemplo, seguro que conseguiríamos sacarlo de su escondite.

Emmett tamborileó con los dedos en la mesa.

– Una buena obra… la herencia…

– ¿Se te ocurre algo?

– Se me está ocurriendo algo brillante -Emmett se terminó el té de un solo trago.

– ¿Y qué piensas hacer con ella?

– ¿Con quién?

– ¡Con Linda! ¿Acaso te has olvidado ya de ella?

No, no había podido olvidar a Linda ni medio segundo.

Pero procuraba mantenerla en un segundo plano, y allí la mantendría hasta que hubiera encontrado a Jason. No habría promesas sobre el futuro todavía. No habría más besos ni mañanas cálidas hasta que su hermano estuviera entre rejas.


Hoy es lunes. Hiciste el amor con Emmett hace tres días, pero desde entonces apenas te habla. No te pongas en ridículo y no te muestres demasiado amistosa. ¡Y deja de usar su jabón!


Linda revisó lo que había escrito en su libreta antes de dirigirse a la cocina. Aquella mañana, en el cuarto de baño, había procurado acordarse de no tocar las cosas de Emmett. Bueno, reconocía que había abierto el champú para apreciar su fragancia, pero había vuelto a cerrarlo rápidamente. Las tentaciones no le sacaban lo mejor de sí misma. Pero incluso una persona que había sufrido una lesión cerebral tenía su orgullo, y Emmett había dejado muy clara su postura con su actitud: ya no la deseaba.

Pero ella necesitaba un café, así que cuadró los hombros y se dirigió a la cocina. Como era habitual, encontró a Emmett sentado a la mesa, leyendo el periódico de San Antonio. Le dirigió la más radiante de sus sonrisas.

– ¡Buenos días!

Emmett le contestó con un hosco gruñido. No se había afeitado y tenía el ceño fruncido. Linda cerró los ojos con fuerza y se alejó de él.

– ¿Te duele la cabeza?-le preguntó Emmett.

– ¿Qué?

– He visto que apretabas los ojos y he pensado que a lo mejor te dolía la cabeza.

Linda tenía la sensación de que ni siquiera había levantado la mirada del periódico.

– No, no me duele la cabeza. Estoy un poco nerviosa, eso es todo.

– Últimamente no hemos hecho ejercicio.

No, no habían hecho ejercicio. Y Linda imaginaba que era porque Emmett prefería mantenerse todo lo alejado de ella que le resultara posible. Pero no iba a preocuparse por eso. Tenía cosas más importantes en las que pensar.

Emmett se llevó la taza a los labios. Los músculos de sus brazos se tensaron bajo la camiseta y Linda los observó fascinada, preguntándose lo que sería sentir aquellos músculos contra su boca… Hacer el amor con él parecía haberle mejorado la memoria. No podía olvidar lo maravilloso que había sido sentirlo bajo sus manos, sentirlo en el interior de su cuerpo…

– ¿Linda?

Linda parpadeó y advirtió que Emmett la observaba preocupado.

– ¿Sí?

– ¿Quieres que hagamos unos ejercicios de autodefensa esta mañana?

– Claro, ¿por qué no? ¿Qué te parece si empezamos ahora?

Se encontraron frente a frente en la colchoneta. Linda sólo había tomado media taza de café, pero había sido más que suficiente para poner todo su cuerpo en tensión.

– ¿Estás preparada?-le preguntó Emmett.

Linda lo fulminó con la mirada, irritada por lo atractivo que lo encontraba y lo mucho que le molestaba que él no se sintiera atraído hacia ella.

– Intenta venir por mí.

Emmett la miró con el ceño fruncido.

– ¿No te he dicho que no tienes que adoptar esa actitud agresiva? Lo primero que tienes que hacer es evitar las situaciones peligrosas.

Era una pena. Porque en aquel momento se sentía de lo más agresiva. Un hombre no debería decirle a una mujer que era su luz, hacer el amor de una forma perfecta y después comportarse como si fuera un desconocido. Inclinó ligeramente las rodillas y cerró los puños.

– Ven por mí -repitió.

– Detecto cierta hostilidad, ¿qué te pasa?

– Sabrás lo que es la hostilidad cuando intentes tirarme, Emmett. Estoy de humor para ello.

Estaba herida, confundida, desilusionada, frustrada. Sí, realmente frustrada. Pero si él podía comportarse como si nada hubiera pasado, ella también podría.

Emmett se encogió de hombros.

– Muy bien.

Se abalanzó hacia ella con un rápido movimiento, la agarró de la coleta y tiró. Linda recordó lo que tenía que hacer, a pesar de la subida de adrenalina. No retroceder, seguir el movimiento de su atacante y girar hacia él. De modo que se volvió para no perder el equilibrio y, al mismo tiempo, le clavó el codo en las costillas. Emmett gimió y la soltó.

– ¿Qué tal lo he hecho?-preguntó Linda jadeante.

– ¿No te han dicho nunca que eres una mujer muy huesuda?

– Quejica. ¿Cómo lo he hecho?

– Genial -reconoció Emmett.

– Entonces vamos a hacerlo otra vez.

– ¿Habré creado un monstruo?-se preguntó Emmett, mirándola de reojo.

– Vamos, Emmett.

Emmett rodeó la colchoneta y ella se tensó, pendiente de lo que podía estar planeando. Estaba orgullosa de sí misma y quería demostrarle que podía ser tan dura y fría como él. Emmett jamás podría imaginar que, si se lo permitiera, le bastaría con observar el juego de sus músculos bajo la camiseta para perder la concentración.

Pensar en sus músculos fue su perdición, porque Emmett, con un movimiento rápido, le pasó el brazo por debajo de la cabeza y tiró de ella hacia abajo.

Linda sabía que no tenía que resistirse a su atacante, sino aprovechar la dirección de su fuerza a su favor. La técnica consistía en seguir el movimiento. De modo que colocó ambas manos entre su propio cuello y el brazo de Emmett. Tenía que lanzarle el brazo hacia delante para aflojar la presión que ejercía sobre su cuello.

La teoría estaba bien. La había probado en otras ocasiones. Pero en aquel momento se quedó helada en medio de su abrazo, estrechada contra la dura pared de su pecho. Oía los latidos de su corazón contra su oído. Su esencia, aquel jabón que ella había utilizado y el champú que le gustaba oler en la ducha la envolvían con la misma fuerza de su brazo. Le encantaba el olor de Emmett.

– ¿Estás bien?-le preguntó Emmett, aflojando el brazo.

– ¡No me sueltes! Dame un minuto, puedo hacerlo. Estoy segura de que puedo apartarme de ti.

Pero, ¿y si no quería hacerlo? ¿Y si lo que le apetecía era continuar abrazada él, sintiendo cómo la rodeaban su calor y su fuerza?

– Emmett…

– Linda…

Hablaron los dos al mismo tiempo. Emmett comenzó otra vez.

– Quizá no deberíamos…

– Puedo hacerlo -claro que podría.

Tensó el brazo de Emmett sobre su cuerpo mientras intentaba empujarlo de un codazo. Pero Emmett no se movió. Frustrada, intentó empujarlo con el hombro, con un movimiento espontáneo que no tenía nada que ver con las técnicas aprendidas. Pero, de alguna manera, funcionó, porque consiguió hacerle perder el equilibrio. Cayeron los dos en la colchoneta.

– ¿Te has hecho daño?-le preguntó Emmett.

– Yo no, ¿y tú?

– Tampoco.

Pero ninguno de ellos se movía. Linda no tenía la menor idea de por qué Emmett permanecía tumbado, pero estaba realmente estupefacta, porque había una cosa de la que, en aquella postura, tenía una certeza absoluta: Emmett no era tan inmune a su contacto como pretendía.

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