Capítulo 11

– No soy un adolescente -se lamentaba Emmett mientras se deslizaba entre sus piernas-, aunque me comporte como si lo fuera.

Linda se echó a reír mientras alzaba las caderas hacia él. Anochecía y estaban en la cama, haciendo el amor, como habían hecho cada mañana y cada noche desde su encuentro en el aparcamiento. Habían pasado tres días desde entonces.

– He descubierto un nuevo talento -le dijo Linda, cerrando los ojos mientras él le acariciaba los pezones-. Creo que soy buena en el sexo.

Emmett volvió a gemir.

– Eres muy buena en el sexo, sí.

Inició con la boca un delicioso camino desde los labios de Linda hasta su cuello. Ella inclinó la cabeza para permitirle un mejor acceso, diciéndose que no podía ser más feliz.

– ¿Qué haces?

Se incorporó sobre los codos cuando Emmett abandonó su seno para descender hasta su vientre.

– Quiero saborear toda tu dulzura, cariño. Una chica tan buena en el sexo debería saberlo.

En el instante en que su lengua llegó a los sedosos pétalos de su sexo, estalló un intenso placer en el interior de Linda que encontró eco en toda su piel.

– Emmett -el húmedo calor de su lengua asfixiaba cualquier posible protesta-. ¡Emmett!

Emmett le sujetaba las caderas mientras se entregaba a las espontáneas respuestas de Linda. Pero sólo resistió durante el tiempo suficiente para ayudarla a llegar de nuevo al clímax. A continuación, se tumbó a su lado y apoyó la cabeza sobre su seno.

– No me dejes quedarme mucho tiempo en la cama -musitó-. He quedado con un hombre a las nueve.

– De acuerdo -susurró Linda en respuesta, mientras le acariciaba la cabeza.

Alargó la mano hacia la mesilla para tomar la libreta y el bolígrafo.

Hoy es martes.

Emmett Jamison es un hombre tierno y atractivo. Ha pasado otra noche en mi cama. Y estoy enamorada de él.

Pero Linda no se permitió preocuparse por ello. Continuó con la rutina de todas las mañanas: ducha, café y una ojeada al periódico hasta que Ricky llamaba a la puerta antes de ir al colegio. Ya no se molestaba en inventar ninguna excusa. Continuaba robando galletas y Linda fingiendo que miraba hacia otro lado.

Tenía esperanzas.

Como siempre, se despidió de él cuando llegó la hora de marcharse y esperó en la puerta hasta perderlo de vista.

– Buenos días -oyó de pronto una voz desconocida.

Linda volvió la cabeza con los ojos abiertos como platos. Tampoco el rostro del hombre le resultaba familiar. Iba vestido con unos pantalones de color caqui y una camisa informal. Llevaba una bolsa de lona al hombro.

– Estoy buscando a Emmett Jamison.

Linda retrocedió al interior de la casa. Y al hacerlo chocó con Emmett, que posó la mano en su hombro para evitar que perdiera el equilibrio.

– ¿Nolan Green?

– Sí, trabajo como fotógrafo para el San Antonio Express.

Emmett pasó por delante de Linda y le estrechó la mano.

– Ésta es Linda Faraday. Cariño, van a hacerme unas fotografías, ¿de acuerdo? No he tenido oportunidad de contártelo.

Porque habían estado haciendo el amor y después se había quedado dormido. Linda lo había despertado cuando había ido a abrirle la puerta a Ricky.

– De acuerdo.

– ¿Puedes preparar un café?-le pidió Emmett.

– Claro.

Le habría gustado preguntar para qué eran aquellas fotos, pero no quería entrometerse. Que estuviera enamorada de Emmett no quería decir que él también estuviera enamorado de ella.

Se dirigió a la cocina mientras el fotógrafo comenzaba a sacar la cámara. A través de la puerta abierta de la cocina, oía la conversación entre los dos hombres. Nolan Green quería hacer las fotografías fuera.

– Aquí, en el porche, el entorno sería magnífico. Le haría parecer más accesible.

– Normalmente, los abogados no buscan mostrar su lado más amable -respondió Emmett.

– Y tampoco los agentes del FBI -respondió el fotógrafo-. He leído el artículo que ilustrarán estas fotografías. Al parecer, quieres crear una fundación que lleve el nombre de Ryan Fortune. Tenemos algunas imágenes de archivo de Ryan Fortune que aparecerán en el reportaje.

– De acuerdo, pero quiero que aparezca mi fotografía. Y que mi nombre figure en el centro del artículo.

Linda, que se dirigía en aquel momento con el café hacia el porche, se detuvo en seco. ¿Emmett estaba buscando publicidad? Aquello resultaba de lo más extraño. Continuó avanzando hasta el porche y le tendió el café a Emmett.

– Gracias -vació media taza de un solo trago-. Ahora sí que podré sobrevivir un día más.

Había algo en la ligereza de sus palabras que la asustó. Linda tragó saliva.

– ¿Has… has hablado con Lily de la idea que tuve sobre la fundación?

– Sí, el día que fui a las oficinas de Fortune TX -parecía sentirse culpable-. Un periodista del San Antonio Express-News quiere hacer un reportaje.

El fotógrafo continuaba haciendo su trabajo.

– No me lo habías comentado.

– Cuando estoy contigo, pienso en otras cosas -la miró a los ojos.

Y hacía planes de los que no quería informarla. Tuvo la confirmación de sus sospechas cuando Emmett se volvió hacia el fotógrafo:

– Asegúrate de que ella no salga en las fotografías, ¿de acuerdo, Nolan?

Estaba protegiéndola otra vez, ¿pero de qué?

– Estaré también en la rueda de prensa que has convocado. Es el viernes a las doce, ¿verdad?

– Exacto. Se celebrará fuera del edificio de Fortune TX. También irá la televisión.

– Los Fortune siempre son una noticia importante en esta ciudad -vaciló un instante-. En nuestro artículo podríamos incluir alguna referencia a tu hermano, ¿te parece bien?

Emmett le dirigió a Linda una mirada rápida y se encogió de hombros.

– No puedo controlar a la prensa.

Pero tampoco quería hacerlo, comprendió Linda de pronto. Para eso había organizado todo aquello, las fotos, el anuncio de la fundación, la rueda de prensa… Quería aparecer en los medios para llamar la atención. Todo aquello tenía que ver con Jason Jamison.

A Linda se le heló el corazón. Porque Emmett Jamison, agente del FBI, continuaba en activo. Las fotografías y la entrevista formaban parte de su trabajo como agente federal. Estaba decidido a atrapar a su hermano. El hombre del que se había enamorado se estaba colocando a sí mismo como cebo.

Linda no sabía qué hacer. Estaba aturdida y no confiaba en su propia voz, de modo que dejó a Emmett con el fotógrafo y se acercó a la casa principal. La cocinera le preparó una taza de té que le sirvió en la cocina. Linda intentó concentrarse en dominar sus pensamientos: estaba enamorada de un hombre que haría cualquier cosa para atrapar a su hermano, y no sabía qué hacer para detenerlo.

Unos minutos después, entraba Nancy Armstrong en la cocina. Sonrió al ver a Linda.

– ¡Buenos días! Cuánto me alegro de verte, ¿qué estás haciendo por aquí?

– A Emmett le están haciendo unas fotografías para un artículo del periódico, así que he decidido quitarme de en medio.

Nan se sirvió un té y se sentó a su lado.

– Estupendo, porque estoy desesperada por un poco de conversación femenina. Esta semana se ha cancelado la partida de bridge y, con Dean en casa, el día se me hace muy largo. Me paso las horas contestando a preguntas como «¿dónde he dejado los calcetines?» o «¿has visto la mermelada de fresa?», aunque lleven en el mismo lugar cuarenta años.

Linda se descubrió sonriendo al oírla. Nan bebió un sorbo de té.

– Al parecer estás haciendo grandes progresos.

– Sí, es cierto. Los dolores de cabeza son menos frecuentes y ya no duermo tanto. Y unas cuantas clases más al volante y creo que podré sacarme el carné de conducir.

– Y también estás forjando una relación con Ricky.

– Esta semana me ha pedido que le firme un permiso para ir de excursión. Emmett piensa que es una buena señal.

– Sí, te está reconociendo como madre.

Hubo algo en el tono de voz de Nan que hizo que Linda dejara la taza de té sobre la mesa y buscara su mano.

– Oh, Nan. No había pensado en lo duro que está siendo todo esto para ti. Dean y tú habéis sido sus padres durante todos estos años y ahora…

– Sus abuelos -la corrigió Nan-. Siempre lo hemos tenido muy claro y hemos intentado que también Ricky lo tuviera.

– Sois las mejores personas que he conocido nunca. No sabéis lo agradecida que os estoy.

– Por cierto, Linda, ¿qué tal se llevan Ricky y Emmett?

Aquella pregunta hizo que se le iluminara el rostro. Se inclinó hacia delante.

– No sabes cómo se parecen. Les gusta la misma pizza, la misma tarta, los mismos dibujos animados… Creo que Ricky deletrea mejor que él, pero prefiere que sea Emmett quien lo ayude con las matemáticas.

– Sería un padre excelente.

Linda se recostó en la silla. ¿Un padre? ¿El padre de Ricky? ¿Su marido? ¿Era allí donde esperaba llegar?

– Nunca había pensado realmente en ello -musitó.

– Pues quizá deberías hacerlo.

– Yo no… Nosotros… Emmett sólo me está ayudando porque le prometió a Ryan que lo haría…

– He visto cómo te mira, Linda. Tú eres como el sol y él se deleita bajo tu luz.

Ojala fuera cierto.

– Es un hombre sombrío. Ha visto cosas que le han hecho retirarse al mundo de las sombras.

– Sí, tienes razón, pero tú puedes sacarlo de ahí.

¿De verdad podría hacer eso por Emmett? Pero quizá fuera un trabajo que le llevara toda una vida. Una tarea tan aterradora como hacerse cargo de Ricky.

– Da mucho miedo amar a alguien -susurró-. ¿Y si luego todo se estropea?

– La mala noticia es que tienes razón, puede ser aterrador -le dijo Nan con una sonrisa-. Y la buena noticia es que el amor es algo que no se puede elegir.

– ¿Ésa es la buena noticia?

– Le quita angustia a la situación, ¿no crees? Si estás destinada al amor, entonces posiblemente puedas llegar a acostumbrarte a él.

¿Destinada al amor? ¿Dónde encajaba el destino en todo aquello? En alguna parte tendría que encajar, se dijo. Una mujer que había recobrado milagrosamente la conciencia tenía que creer en algo que estaba más allá de sí misma.

En ese momento sonó el teléfono.

– Yo contestaré -le dijo Nan a la cocinera.

Se levantó hacia el teléfono inalámbrico que había encima del mostrador.

– Oh, no…

La angustia que reflejaba la voz de Nan sobresaltó a Linda. Se volvió bruscamente hacia ella, intentando descifrar su expresión.

– ¿En qué hospital?-le oyó preguntar entonces.

¿Hospital? Aquella palabra se le clavó en el corazón.

– ¿Está consciente?

¿A quién se refería? ¿A Ricky? Intentó decir su nombre en voz alta, pero tenía la boca seca, le pesaba la lengua. ¿Le habría ocurrido algo a Ricky? No, no. Miró fijamente a Nan, paralizada por un sentimiento hasta entonces desconocido para ella.

Nan terminó la llamada y colgó el auricular. Linda la miró fijamente, desesperada por oír la noticia.

– Es el hermano de Dean, ha tenido un accidente.

– Oh, lo siento -se llevó la mano al corazón-, ¿qué ha pasado?

– Creen que se ha roto la pierna y que tiene el bazo perforado, pero todavía están haciéndole pruebas. Su esposa quiere que Dean y yo vayamos al hospital.

– Por supuesto -dijo Linda, levantándose de la mesa-. ¿Puedo hacer algo por ti?

– Viven en Utah, tendremos que estar varios días fuera -la miró a los ojos-. ¿Podría quedarse Ricky contigo hasta que volvamos?

– Por supuesto.

Fue una respuesta automática. Era lo que tenía que decir. Pero el corazón volvía a latir con fuerza en su pecho. Si Ricky se quedaba con ella y con Emmett en la casa de invitados… podría ver hasta qué punto podía ser una madre. Y vería si Emmett, Ricky y ella podrían formar una familia.

No estaría a solas con Emmett, y eso le daría tiempo para pensar si debía decirle realmente lo que pensaba sobre su plan para atrapar a su hermano… Era extraño que pudiera estar tan nerviosa y tan aliviada al mismo tiempo…


Jason buscaba lugares cada vez más alejados para tomar el primer café de la mañana. Entró en una pequeña cafetería, pidió un café y se dirigió hacia las mesas. Todas ellas estaban ocupadas, pero teniendo en cuenta las largas horas que iba a pasar a solas en el coche, optó por compartir una de ellas.

El hombre que estaba a su lado estaba leyendo la sección de noticias locales del San Antonio Express-News. Jason dio un sorbo a su café, miró de reojo y se atragantó. En la portada aparecía la fotografía de Emmett. Y la de Ryan Fortune. Las dos personas a las que más odiaba en el mundo.

Se removió en su asiento e intentó leer el texto que aparecía bajo la foto, pero sólo podía distinguir algunas palabras sueltas como «Lily Fortune», «agente federal» o «fundación».

Le sorprendió que el nombre de su hermano apareciera asociado al de su trabajo como agente. ¿Qué clase de agente federal podía ser Emmett? Emmett no había sabido encontrarlo. No sería capaz de encontrar ni su propio trasero.

Orgulloso de sí mismo, se reclinó en el asiento y bebió un sorbo de café. Fuera lo que fuera lo que dijera el artículo, el futuro no cambiaba: iba a acabar con Emmett.

Pero aun así, le picaba la curiosidad. Entrecerró los ojos y volvió a fijar la mirada en el artículo, pero el tipo que sostenía el ejemplar lo miró por encima de sus páginas.

– Lo siento -le dijo Jason sin arredrarse-. Estaba intrigado por ese artículo, ¿dice algo de la familia Fortune?

El hombre dobló el periódico por el artículo en cuestión.

– Sí, la viuda de Ryan Fortune y algunos de sus parientes van a crear una fundación en su nombre.

– ¿Una fundación benéfica? Debe de ser maravilloso tener tanto dinero.

– Son buena gente -respondió el otro hombre-. Compraron los uniformes de la banda de música del pueblo y los instrumentos para los niños.

¡Con todo el dinero que le habían robado a su abuelo! ¡Con todo el dinero que le habían robado a él!

– ¿Y quién va a dirigir esa fundación?-preguntó Jason, a pesar de que ya conocía la respuesta.

– Emmett Jamison. Al parecer tiene alguna relación con los Fortune.

– Ah -Jason asintió-. ¿Y habla el artículo de dónde está viviendo Emmett?

El hombre se encogió de hombros mientras leía.

– Parece que no dice nada al respecto -le ofreció el periódico-. ¿Lo quiere?

– Sí, gracias.

Observó al otro hombre cruzar las puertas del café antes de concentrarse en el artículo. Efectivamente, no hacía ninguna mención a la residencia de su hermano. Jason bajó la mirada hacia la fotografía.

– Maldita sea -musitó.

Tampoco la fotografía le ofrecía ninguna información. Emmett permanecía con la mano apoyada en una barandilla de madera. Lo único que podía resultar especial era la mitad de un caballo de tiovivo que aparecía en el porche.

Tamborileó con los dedos sobre la página. El detective Jason tenía que llevar a cabo una investigación.

Era una mujer la que atendía la sección de anuncios clasificados del periódico. Jason se acercó a ella y sonrió para sí.

– ¿Puedo ayudarlo en algo?-le preguntó.

– Eso espero -le dirigió una enorme sonrisa-. Felicíteme. Acabo de tener una hija. Bueno, no yo, por supuesto, la ha tenido mi mujer.

– Oh, es magnífico, felicidades.

Miró rápidamente tras ella y vio la placa que había sobre su mesa, en la que aparecía su nombre.

– Es perfecta, se llama Catherine.

– ¡Como yo!

– ¡No me diga! Estamos pensando en la manera de abreviarlo…

– Katie, así es como me han llamado a mí desde que salí del hospital.

– Katie -repitió Jason-. Sí, me gusta cómo suena, Katie -buscó en el bolsillo y sacó un cigarrillo de chicle-. Tome, para celebrar el nacimiento de Katie.

La mujer le dirigió una sonrisa de oreja a oreja.

– Gracias. Ahora dígame, ¿qué puedo hacer por usted?

– Verá, después de esta noche, me he dado cuenta de la grandeza que supone dar a luz, algo que yo jamás podré hacer y que me hace admirar profundamente a todas las mujeres. Así que quiero ofrecerle a mi esposa un regalo muy especial.

– ¿Algo que ha visto en la sección de clasificados?

Jason miró a su alrededor, como si no supiera en qué departamento había entrado.

– No sabía que…

– Bueno, aun así es posible que pueda ayudarlo. ¿Es algo que haya visto en alguno de nuestros anuncios?

– No, en realidad es una de las fotografías que acompaña este artículo -sacó la hoja del periódico del bolsillo y la dejó en el mostrador-. Mi esposa vio este caballito de tiovivo y decidió que quería tener uno para Katie. Me gustaría que me dijera dónde se sacó esta foto para poder pedirle a sus propietarios que me lo vendan o, si no quieren, que me digan cómo puedo conseguirlo.

– Se supone que no podemos dar esa clase de información, pero puedo llamar a un amigo mío que trabaja en la redacción -bajó la voz-. Pero no le diga a nadie cómo ha conseguido esta información.

– No se preocupe, ya inventaré algo.

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