Capítulo 5

Unos días después, Linda se despertó al oír unos ruidos extraños en la cocina. Emmett no era un gran aficionado a la cocina, de modo que permaneció en la cama, pensando si había algo especial aquel día que debiera recordar. Se incorporó sobre un codo y miró la libreta que tenía abierta en la mesilla. «Hoy es domingo», leyó.

No había nada más después de aquella frase, lo que significaba que no tenía planes específicos para aquel día. Y que podía pasar algún tiempo con Ricky. Pero le bastaba pensarlo para sentirse nerviosa e insegura, así que volvió a tumbarse e intentó dormirse de nuevo. Pero los ruidos de la cocina la impulsaron a levantarse y a ponerse la bata. Y estaba a punto de salir cuando alguien llamó suavemente a la puerta.

La abrió y, al no ver a nadie, bajó la mirada hasta encontrarse a Ricky frente a ella con una bandeja en las manos y expresión insegura.

– Feliz Día de la Madre -dijo vacilante.

– Yo… Oh…-Linda intentó disimular su sorpresa-, gracias.

– Se supone que tienes que desayunar en la cama -le advirtió el niño, señalando la bandeja con la barbilla.

– Oh, bueno, yo…-era una prueba, comprendió desconcertada. Era una prueba y estaba fallando la primera pregunta-. Lo siento, no sabía…

– No pasa nada -era Emmett, que apareció en aquel momento detrás del niño-. Vuelve a la cama y así Ricky podrá servirte el desayuno tal como había planeado.

Linda corrió a la cama y se acostó. Después, miró a Ricky, intentando parecer expectante en vez de nerviosa.

– Qué sorpresa tan agradable.

Ricky elevó los ojos al cielo.

– Tienes zumo y café. Emmett me ha ayudado a preparar tortitas y beicon. Ha dicho que te gustarían.

– Claro que me gustan. Y gracias, muchas gracias -levantó la servilleta y descubrió algo hecho con papel y lápices de colores-. ¿Esto qué es?

Ricky se alejó de la cama y clavó la mirada en los zapatos.

– Una tontería que nos hacen hacer en el colegio.

Linda levantó la tarjeta.

– A mí no me parece una tontería.

– Pues es una tontería.

Miró el dibujo. Al parecer, Ricky había heredado su talento artístico, lo cual era una pena, porque ella no tenía ninguno.

Pero por lo menos había utilizado todo tipo de colores para hacer el dibujo. El cielo era de color azul intenso, el sol de un naranja deslumbrante y una de las personas representadas tenía una melena rubia.

– ¿Soy yo?-le preguntó.

– Tú estás muy flaca -respondió Ricky.

– Pero este desayuno me va a ayudar a remediarlo -dijo Linda.

Al alzar la mirada, descubrió a Emmett observándola con un brillo de diversión en la mirada y tuvo que morderse el interior de la mejilla para no echarse a reír. La mala noticia era que aquella figura hecha con un lápiz de colores guardaba un gran parecido con su delgado cuerpo.

Linda dejó la tarjeta a un lado, junto al periódico, se tomó el zumo y el café y después probó las tortitas y el beicon. Ricky la miraba por el rabillo del ojo.

– Está todo muy bueno. Creo que es la primera vez que desayuno en la cama.

– ¿De verdad?-Ricky la miró complacido, pero desvió inmediatamente la mirada-. Ha sido idea de Nan.

– Tendré que darle las gracias. Y a ti por haber madrugado.

– Ha sido mejor que otros años.

Linda tragó un pedazo de beicon.

– ¿Otros años?

– Otros años iba a verte al hospital el Día de la Madre -musitó Ricky sin alzar la cabeza.

A Linda se le encogió el corazón al oírlo.

– ¿Venías a verme el Día de la Madre?

– Todos los años, creo. Pero tú no me conocías. O no me querías.

– Ricky -Emmett posó la mano en el hombro del pequeño-. Ya sabes…

– No, no pasa nada -dijo Linda rápidamente-. Estoy segura de que era eso lo que sentías, que no te quería lo suficiente como para despertarme. Pero no sabes cuánto me gustaría recordar esas visitas.

Ricky se sonrojó al oírla.

– Ha sido una tontería decir eso. Ya sé que no podías despertarte.

– No, no podía. No sé por qué, ni por qué al final lo conseguí, pero me alegro mucho de haberlo hecho, aunque eso haya significado conocerte cuando ya eres prácticamente un adulto.

Ricky sonrió al oírla.

– No soy un adulto.

– Prácticamente, sí.

Quizá fuera una exageración, pero muchas veces Linda pensaba que era demasiado mayor como para que pudieran establecer una relación madre-hijo.

– Prácticamente un adulto -repitió Ricky, como si quisiera oír cómo sonaba.

– Y aunque no me acuerde de tus visitas, guardo los regalos que me llevabas el Día de la Madre.

– ¿Qué regalos?

Linda abrió el cajón de la mesilla y rebuscó entre sus cosas. Nan le entregaba continuamente cosas que pensaba que podrían gustarle: fotografías, trabajos del colegio de Ricky…Al principio había estado a punto de rechazarlas; aquellos dibujos le recordaban lo mucho que había perdido, pero en aquel momento se alegró de no haberlo hecho.

– Mira, aquí están -los sacó-. Tengo todas las tarjetas que me has hecho para el Día de la Madre, pero no sabía que me las habías llevado personalmente.

La sorpresa impulsó a Ricky a dar un paso adelante y sentarse en el borde de la cama. Linda miró a Emmett por encima de su cabeza. Éste estaba apoyado en el marco de la puerta, con las manos hundidas en los bolsillos del pantalón y los ojos clavados en su rostro. Le hizo un gesto de afirmación con la cabeza y Linda sintió que disminuía parte de la tensión. Aquella parte de la prueba estaba siendo más fácil.

Ricky y ella estuvieron revisando las tarjetas, riéndose de la letra que tenía en el jardín de infancia y de lo mucho que entonces le gustaban los brillos. Ricky se lamentó de que las ilustraciones no mejoraran mucho con los años. Al parecer, su amigo Anthony era capaz de dibujar a Spiderman tan bien como aparecía en los cómics.

Linda se inclinó hacia él.

– Es un defecto de los Faraday -musitó-. Somos geniales con los números, pero con el arte parecemos imbéciles.

Al niño se le iluminó la mirada.

– ¡Has dicho imbécil! Nan y Dean no me dejan decir imbécil.

– ¿«Imbécil» es una palabra mala? Oh, Dios mío, claro que sí -no sabía por qué, pero no le importaba. Al parecer, la había ayudado a subir diez puntos-. No se lo digas a Nan, ¿de acuerdo?

– No, no me chivaré, ¿pero yo puedo decirla cuando esté aquí?

– Por supuesto que no -Linda le dirigió a Emmett una mirada suplicante al ver que sonreía con el mismo gesto travieso de Ricky-. Ha sido un desliz y ninguno de nosotros volverá a decirlo otra vez.

– Ah, no eres divertida.

Linda frunció el ceño.

– Bueno, yo…-pero ella quería ser divertida. Se había pasado diez años siendo un vegetal. Y no quería convertirse en la persona que se pasara la vida corrigiéndolo-. A lo mejor hoy podríamos hacer algo divertido.

– ¿Cómo qué?

– Podemos jugar al fútbol. Puedes enseñarme. A mí se me daba muy bien jugar a la pelota cuando era pequeña.

– No, no es lo mismo. En el fútbol americano hay que golpear la pelota con un lateral del pie. Y no se puede tocar nunca con la mano. A no ser que seas portero, por supuesto.

– Vaya, parece que vas a tener que enseñarme muchas cosas.

Ricky pareció considerarlo.

– De acuerdo. Te ayudaré a jugar al fútbol si tú me ayudas a rellenar la ficha del libro que he tenido que leerme.

A Linda le latía a toda velocidad el corazón. Aquello era lo que hacían las madres. Jugar con sus hijos, ayudarlos a hacer los deberes. Pero sabía que si mostraba demasiado entusiasmo, y la verdad era que no sabía hasta qué punto estaba entusiasmada, podría arruinar el efecto. Así que pareció pensárselo.

– No sé, ¿para eso hay que dibujar? Porque como ya te he dicho, los Faraday…

– Son unos imbéciles -Ricky comenzó a reír a carcajadas.

– Eh, espera un momento…

– Lo has dicho tú.

– Pero también he dicho que no deberías repetir esa palabra -miró a Emmett, que en vez de apoyarla, también se estaba riendo.

– Tiene razón, Linda, tendrás que admitirlo.

– Las madres no admiten nada -replicó, intentando parecer firme-. Y si vuelvo a oír esa palabra otra vez, no habrá fútbol y no te ayudaré.

– Tienes que ayudarme -le advirtió Ricky, repentinamente serio-. El libro es Fiel amigo, y a Nan y a Dean no les gustan los libros en los que el perro muere.

– A nadie le gustan los libros en los que el perro muere -intervino Emmett.

– Pero a todo el mundo le gusta hacer bien la ficha del libro de lectura -dijo Linda -Así que dejemos de utilizar palabrotas y vamos a escribir esa ficha.

Ricky se volvió hacia Emmett.

– Está empezando a hablar como una madre -no estaba claro si le gustaba o no.

– Es que lo es.

– Entonces, ¿por qué no continúo en mi papel y te sugiero que vuelvas a casa, desayunes, me des tiempo para ducharme y vestirme y vuelvas después con papel, bolígrafo y el libro?

El niño salió corriendo.

– Lo has hecho muy bien -la alabó Emmett.

– ¿Tú crees? No sé si Ricky me ve como una madre o más bien como… como una hermana mayor o algo parecido.

– Esto sólo ha sido un principio. Y creo que la relación tiene un gran potencial.

¿Pero sería capaz de completar su labor?, se preguntó Linda mientras Emmett entraba en la habitación. ¿Podría llegar a sentirse alguna vez la madre de ese chico?

Emmett se sentó en el borde del colchón y la habitación pareció hacerse de pronto más pequeña, más calurosa.

Hacía días que Emmett no la tocaba; no había vuelto a hacerlo, de hecho, desde el día que la había besado en la cocina. Pero de pronto fue como si el tiempo que había pasado desde entonces se hubiera evaporado. Parecía que sólo habían pasado unos segundos desde que los labios de Emmett habían estado sobre los suyos.

– Linda -comenzó a decir Emmett, con la mirada fija en sus labios-. ¿Deberíamos…?

¿Volver a besarse? ¿Evitarlo? Aquello era una prueba, se recordó Linda. Otra prueba. Y aunque había conseguido superar la de Ricky aquella mañana, no estaba preparada para someterse a otro examen.

Desvió la mirada, intentando romper los incómodos vínculos creados por la atracción.

– Será mejor que me vista -dijo, corriendo hacia el baño.

– Cobarde -creyó oírle decir a Emmett.

Pero eso mismo podría haberle dicho ella.

Emmett salió de casa mientras Ricky y Linda hacían los deberes. Él también odiaba las historias en las que el perro terminaba muriendo. Y ya era una hora avanzada de la tarde cuando regresó. Un tecleo distante le indicó que Linda estaba trabajando en el ordenador que tenía instalado en una esquina del salón. Emmett se acercó hacia allí justo en el momento en el que Linda dejaba reposar sus manos sobre el teclado.

La imagen de la pantalla se fracturaba en piezas diminutas que parecían salir disparadas hacia todos los rincones de la galaxia. Linda inclinó el cuello en un gesto de agotamiento, o quizá fuera frustración. Dejó escapar un largo suspiro.

Al oírla, Emmett retrocedió instintivamente.

Ya había soportado suficiente dolor durante los últimos meses. Y aunque le había prometido a Ryan ayudarla, no necesitaba dejarse arrastrar por los sentimientos. Para ayudarla, para eso estaba allí. Desear abrazarla, consolarla o besarla era un impulso tan estúpido como disparatado.

Sí, había una atracción física innegable entre ellos, pero Linda no parecía dispuesta a explorarla. Y él no quería pensar que se estaba aprovechando de ella. Una mujer que había pasado diez años en coma no debía de tener mucha experiencia en relaciones. Seguramente no estaría preparada para coquetear, y mucho menos para tener una aventura, que era lo único que él podía ofrecerle.

Retrocedió y chocó con una mesita que terminó cayendo contra el duro suelo. Linda se sobresaltó al oírlo y giró bruscamente hacia él.

– ¡Emmett! Me has asustado.

«Tú también me asustas, cariño», pensó él. Aquella melena preciosa, los ojos azules y las delicadas facciones parecían haberse confabulado con el expreso propósito de acabar con sus buenas intenciones. En aquel momento deseaba abrazarla, consolarla, besarla. Pero no iba a hacerlo. Así que se aclaró la garganta y miró hacia la pantalla del ordenador.

– ¿Te ha costado mucho hacer el trabajo del libro?

Linda miró hacia la pantalla.

– No, eso me ha ido bien. Ahora estaba jugando a uno de esos juegos de destreza que me dieron en el centro de rehabilitación. ¿Y a ti cómo te ha ido? ¿Has tenido una tarde agradable?

– He ido al rancho de Ryan -a él mismo le costaba creer que se lo estuviera diciendo.

– ¿Has ido a ver a Lily?

– No, sólo he ido a ver… las tierras.

– Has ido a ver a Ryan.

Emmett se quedó mirándola fijamente. ¿Cómo lo sabía?

– Pero Ryan no está allí -respondió con repentina dureza.

Ryan no estaba en ninguna parte, y tampoco su hermano Christopher, ni Jessica Chandler. El amor no despertaba a los muertos. Eso era lo que le había dicho el padre de Jessica cuando había ido a decirle que la habían encontrado. No, no la habían encontrado, lo había corregido John Chandler. Habían perdido a Jessica para siempre, por mucho que la quisieran y por mucho que lloraran su muerte. El amor no despertaba a los muertos.

– Pero tus recuerdos de Ryan sí están allí, en el rancho.

– No quiero hablar de eso.

– ¿Porque te entran ganas de emprenderla a golpes contra todo? Creo que te entiendo -el pesar que reflejaba su voz reavivó el dolor que Emmett sentía por la muerte de Ryan-. A veces, la lesión me hace sentirme terriblemente impotente. Es como si hubiera una oscura fuerza esperándome fuera, deseando arrastrarme a la oscuridad.

Emmett vivía preso de aquella oscuridad desde que se había enterado de la muerte de Christopher. Y no le deseaba a nadie aquella triste vida entre las sombras.

– A lo mejor podemos hacer algo para aliviar esa vulnerabilidad -le dijo. Recordó que Linda le había dicho que antes era una mujer fuerte y que le gustaría volver a serlo-. Y también hacer algo con tus ganas de dar golpes. ¿Sabes algo de artes marciales? Porque te propongo que nos enfrentemos en un pequeño combate, agente secreto contable.

Linda sonrió al oírlo y, al verla, Emmett también estuvo a punto de hacerlo.

– De acuerdo.

Unos minutos después, estaban ambos sobre la colchoneta que Emmett había comprado, vestidos con pantalones de chándal y camisetas. Linda tenía los ojos brillantes y se había recogido el pelo en una cola de caballo.

– ¿Qué me vas a enseñar? No recuerdo todas las técnicas, pero sé que había muchas. Jujitsu, kárate, taekwondo…

– A pesar de sus raíces históricas, actualmente, casi todas esas disciplinas se utilizan para competir. Pero lo primero que voy a enseñarte es lucha callejera.

Linda abrió los ojos como platos, pero no dijo nada. Emmett se descubrió llenando aquel silencio con todas las advertencias que le habría gustado hacer a todas las víctimas que se había encontrado cuando ya era demasiado tarde para ayudarlas. Hablaba rápidamente, como si tuviera que decírselo todo antes de que aquellas palabras caducaran.

– Cuando vayas por la calle, no camines como una víctima. Los delincuentes procuran evitar a las personas que parecen valientes y decididas, buscan a personas indefensas. Míralos a los ojos, hazles saber que eres consciente de su presencia y que, si tuvieras que hacerlo, podrías identificarlos más adelante. Nunca le des la espalda a alguien que puede ser una amenaza.

Linda se frotaba las manos en el pantalón. Era un gesto de nerviosismo, pero Emmett pensó en todas las personas indefensas a las que había conocido y decidió continuar.

– Cuando llegue alguien a tu casa diciendo que quiere revisar el teléfono o entregarte un paquete, no le dejes entrar. Esas citas se establecen por adelantado. Pide siempre que te muestren su tarjeta de identificación antes de entrar. Y, finalmente, haz caso de tu intuición. Esas campanas de advertencia que oyes a veces en la cabeza no son fruto de una paranoia. Tus sentidos son más poderosos que tú y deberías escucharlos. Pero…

– ¿Pero?

– Pero si te ves atrapada en medio de una situación peligrosa, tienes que ser suficientemente inteligente y fuerte como para salir de ella por ti misma.

– ¿Y una sesión de entrenamiento contigo me ayudará a aumentar las probabilidades de salir con vida?

– Probablemente no, pero me gustaría que todo el mundo conociera algunas técnicas de autodefensa.

– Sí, supongo que a mí también me gustaría.

– Si quieres, podemos intentar hacer una sesión cada día.

Los ataques que preparó para ella fueron los más obvios: empujones, tirones de pelo, llaves de cabeza. Los movimientos de respuesta debían ser fáciles de ejecutar y recordar. Nada extraño.

Emmett se concentró en la simplicidad mientras se los mostraba, recordándole una y otra vez que, en una situación real, probablemente se enfrentaría a alguien más fuerte y agresivo que ella.

Al cabo de quince minutos, Linda ya estaba jadeando, aunque Emmett acababa de demostrarle que la defensa no se basaba en la fuerza, sino en la inteligencia.

– Y después están los pellizcos -le explicó mientras se enfrentaban el uno al otro sobre la colchoneta-. Nunca desestimes los pellizcos.

Le explicó que atrapando un pequeño pliegue de piel de su asaltante podía sorprenderlo lo suficiente como para conseguir los segundos necesarios para escapar. Una de las mejores zonas eran las axilas y la ingle.

Linda hizo una mueca.

– No creo que me apetezca pellizcarte… en ninguna parte.

Pero Emmett pensó que ya era hora de que pusieran algo en práctica y, sin una sola palabra de advertencia, se abalanzó sobre ella como si quisiera hacerle un placaje.

Tras la sorpresa inicial, Linda lo agarró por la cintura con ambas manos. Si Emmett hubiera llevado un cinturón, le habría resultado más fácil, pero aun así, siguió los ejercicios que habían practicado y echó los pies y el cuerpo hacia atrás para aflojar la presión de los brazos de Emmett sobre sus muslos. Aprovechando la fuerza conseguida con aquel movimiento de palanca, se dejó caer sobre la espalda, obligándolo a soltarse y a derrumbarse contra el colchón.

Emmett permanecía tumbado con los brazos a ambos lados de su cuerpo bajo el peso de Linda.

– Muévete -le ordenó con voz dura-. Muévete y aléjate de mí.

Linda se levantó de un salto.

– ¡Oh, Dios mío! ¡Te he hecho daño! ¿Estás bien? ¿Quieres que llame al médico?

– No, estoy bien -Emmett se aclaró la garganta y se sentó-. En cuanto hayas derrumbado a tu atacante, tienes que alejarte de él a toda velocidad. Le estampas la cara contra el suelo y sales corriendo.

Linda se agachó otra vez para estudiarlo.

– ¿Estás seguro de que estás bien?-le palmeó el hombro y el pecho-. ¿No te duele nada?

– Ni siquiera mi ego. Quiero que seas buena en esto, ¿recuerdas?-en realidad le dolían un poco las orejas y su ego quizá estuviera ligeramente dañado, pero Linda no tenía por qué saberlo-. Eres magnífica, Linda.

Linda se dejó caer a su lado y le brindó una sonrisa más radiante que el sol del verano.

– Lo he conseguido, ¿verdad? Te he tirado.

Alzó la mano y le empujó suavemente el hombro. Emmett aprovechó la fuerza del empujón para tumbarse de espaldas arrastrándola con él.

Linda quedó medio recostada contra su pecho. Estaba sonrojada y sus ojos chispeaban; Emmett era consciente de que la había ayudado a mejorar su humor y a aumentar su confianza en sí misma. La había ayudado, sí. Ya no tenía motivos para continuar deseando abrazarla, consolarla, besarla.

Pero estaba en sus brazos y le gustaba aquella sensación, y la necesidad de besarla era cada vez más fuerte.

– ¿Qué has dicho antes sobre esas campanas de advertencia que sonaban en mi cabeza?-preguntó Linda, mirándolo a los ojos-, ¿Qué no eran producto de mi paranoia?

– ¿Te parezco peligroso?-Emmett no pudo evitar una sonrisa.

– No en el sentido al que te referías antes.

Emmett se negaba a tensar los dedos sobre sus hombros. Se limitó a dejar la mano allí, sintiendo el sudor de su piel a través de la camiseta.

– Yo no te haré daño, Linda.

– Estoy segura de que no quieres hacerme daño.

– En ese caso, deberías marcharte -pero ninguno de ellos movió un solo músculo.

– Soy huérfana desde los dieciséis años -le dijo Linda.

– Eso debe de haber sido muy duro. Yo me he distanciado mucho de mi familia desde que me fui de casa. Los acontecimientos de los últimos meses nos han obligado a retomar el contacto, pero ya no estamos tan unidos como antes.

– Creo que fue precisamente por la soledad por la que empecé a trabajar en el Departamento del Tesoro cuando salí de la universidad.

– Yo creía que había sido porque querías ser agente secreto contable.

Linda hizo una mueca.

– Debería haberme imaginado que terminaría arrepintiéndome de habértelo contado. Más que ser agente secreto, lo que yo estaba buscando era formar parte de una familia o algo parecido.

– Es curioso, yo he hecho todo lo posible por escapar de mi familia.

– Sin embargo, cuando comencé a investigar a Fortune TX, me dejaron completamente sola.

– Y fuiste presa de Cameron -Emmett se arrepintió inmediatamente de sus palabras.

– Quizá -contestó Linda pensativa-, no lo sé. Y no creo que lo sepa nunca puesto que no soy capaz de recordar lo que ocurrió entonces y ya no soy la misma que cuando tenía veintidós años.

– ¿Por qué me estás contando todo esto?

– Para decirte que no creo que sepa cómo relacionarme con los hombres.

Emmett parpadeó.

– ¿Adónde quieres llegar, Linda?

Linda tomó aire y exhaló un largo suspiro. Al hacerlo, presionó los senos contra el pecho de Emmett. Ante la reacción de su cuerpo, Emmett agradeció que fuera tan elástica la tela de los pantalones. Con unos pantalones más estrechos, aquello habría sido un infierno.

– Lo que quiero decir, Emmett, es que creo que sé por qué estamos tumbados en el suelo, pero no sé exactamente qué tengo que hacer al respecto y si esto puede conducirnos a algo que resulte satisfactorio para los dos.

¿Se refería al sexo o a una relación? Emmett sabía que podría manejar perfectamente lo primero, pero lo segundo estaba completamente descartado.

Linda se alejó de él y se sentó. Emmett se levantó y cambió bruscamente de tema.

– Bueno, como ya te he dicho, el combate siempre es el último recurso.

– Sí -murmuró Linda mientras Emmett abandonaba la habitación-, exactamente lo que has dicho: ser primero consciente de lo que ocurre y después salir corriendo.

Загрузка...