Capítulo 14

Sin embargo, Emmett descubrió que solo no se encontraba bien. Aunque se había prometido no volver a ver a Linda, tenía que ir al hospital para asegurarse de que estuviera bien. Llamó a su primo Collin para encontrarse con él allí.

Y fue el rostro de su primo lo primero que vio cuando se abrieron automáticamente las puertas del hospital.

– Es una gran noticia saber que Jason está donde debería haber estado hace mucho tiempo -le dijo su primo mientras le estrechaba la mano con cariño.

– Sí, una gran noticia.

– Lucy se ha adelantado, me ha dicho que Linda está en el tercer piso.

– ¿Y te ha dicho cómo está? Si supiera el diagnóstico, no tendría por qué subir.

Collin se dirigía ya a grandes zancadas hacia el ascensor.

– No me lo ha dicho. Lo único que me ha dicho es que está en el tercer piso y allí es donde vamos.

Emmett hundió las manos en los bolsillos y lo siguió. Sabía que no tenía por qué estar allí, pero sus pies se negaban a dar media vuelta y volver hasta el coche.

La subida en el ascensor fue breve, y el camino por el tercer piso del hospital más breve todavía. En el instante en el que abrió la puerta de la habitación, alguien gritó su nombre.

– ¡Emmett!-un niño corrió hacia él y se abalanzó a sus brazos.

Emmett apenas había tenido tiempo de agarrarlo cuando el niño ya estaba rodeándole el cuello con los brazos como si no quisiera dejarlo marchar.

– Sabía que vendrías. ¡Sabía que vendrías!

Por encima de la cabeza del niño, Emmett se encontró con la mirada de una mujer policía.

– Ya le han hecho un chequeo a Ricky y está perfectamente -le aclaró al ver su expresión interrogante-. Todavía estamos esperando a tener noticias de su madre.

– Ella también se pondrá bien -se descubrió Emmett susurrando contra el pelo del pequeño-. Tu madre se va a poner bien, te lo prometo.

– Eso es lo que han dicho Nan y Dean.

– ¿Están por aquí?

Ricky negó con la cabeza.

– Están intentando encontrar un avión. Han dicho que vendrán mañana por la mañana.

Emmett miró hacia la ventana. Acababa de caer la noche.

– Vamos a sentarnos, campeón -se sentó en una silla, con el niño en su regazo-. Tengo que presentarte a mi primo, se llama Collin y trabaja para la CIA.

– ¿En serio?-el niño alzó la mirada hacia Collin y pareció recordar entonces los buenos modales-. Me alegro de conocerlo, señor -le tendió la mano.

Collin se la estrechó y se sentó a su lado.

– Ya me he enterado de lo que te ha pasado hoy, Ricky. Cuando crezcas, nos gustaría poder contar con hombres como tú. Necesitamos gente capaz de enfrentarse a situaciones peligrosas sin perder la cabeza.

– ¿Sí?-Ricky se volvió hacia Emmett-. ¿A ti qué te parece?

Lo que a Emmett le parecía era que jamás había sentido nada tan agridulce como la mirada de admiración de aquel niño. Dulce porque con aquella mirada le estaba diciendo que podía llegar a quererlo. Amarga porque sabía que era una mirada que no se merecía.

– Creo que cuando llegue el momento de hacerlo, sabrás tomar la mejor decisión, Ricky.

– ¿Tienes hambre, Ricky?-le preguntó Collin-. Mi novia trabaja aquí y sabe lo que está más rico de la cafetería. Si quieres, podemos bajar a comer algo.

– No, tengo que esperar aquí con Emmett. Los médicos van a venir a decirme cómo está mi madre.

– Vaya, ya veo que tendréis que esperar aquí, juntos.

Emmett fulminó a Collin con la mirada.

– A lo mejor puedes localizar a Lucy y ver si puede conseguirnos más información. Collin, me gustaría salir cuanto antes de aquí.

– Pero Emmett, no podemos irnos hasta que sepamos cómo está mi mamá -repuso Ricky, abrazándolo con fuerza.

Emmett no sabía qué contestar a eso.

– De momento me quedaré aquí, Ricky -le palmeó cariñosamente el hombro-. De momento me quedaré aquí.

Collin se levantó y sacudió la cabeza mientras fijaba la mirada en su primo y en el niño que se abrazaba a él.

– Tu madre daría algo por ver una foto como ésta -susurró.

Ricky se acurrucó contra Emmett.

– Me está haciendo una tarta -dijo con voz somnolienta-. A Emmett y a mí nos gustan las mismas tartas.

– A Emmett y a mí -repitió Collin.

– No sigas por ahí -le advirtió Emmett. Necesitaba separarse de aquel niño cuanto antes-. ¿Por qué no vas a buscar a Lucy?

Collin se despidió de él y se marchó. Emmett lo observó, fijándose en sus largas y alegres zancadas. Dios, ¿cómo era posible que su primo, el militar implacable, se hubiera transformado en un hombre tan alegre? Pero la respuesta era más que obvia: amaba y lo amaban.

Él también estaba enamorado de Linda; eso no había cambiado y nunca cambiaría. Pero Linda había sido testigo de la sordidez de Jason. Había sido testigo de su propia sordidez. Emmett sabía que quería mantenerse alejada de él. Y lo comprendía. Él también quería mantenerse a distancia de todo el mundo.

Cambió la postura del niño, que dormía en su regazo. El agotamiento era normal después de una subida de adrenalina. Emmett apoyó la barbilla en su cabeza y cerró los ojos. Sólo descansaría un poco…

Emmett tenía serias dificultades para ver. Y no lo comprendía. La tenue luz no lo ayudaba y tenía que utilizar las manos para orientarse en aquel laberinto de pasillos. El corazón le latía violentamente y tenía la boca seca. Y tenía miedo. No de sí mismo, sino de alguien. Tensó los dedos sobre la pistola, pero sólo sintió el tacto de su propia carne. ¿Por qué no llevaba la pistola? Su ansiedad se redobló y por alguna razón comenzó a correr, chocando contra aquellas paredes que no podía ver. Recordaba que normalmente percibía entonces el olor de la muerte. Pero en aquella ocasión olía a aire fresco. Sí. Y por eso corría hacia allí. Estaba buscando la manera de salir de aquella tumba.

Dobló una esquina y se descubrió en una habitación vacía. Salió una figura de entre las sombras. Era Christopher, pero aquella vez era portador de un aire limpio y fresco. De pronto se encendió una luz tras él. Y le estaba tendiendo algo. ¿Era la cinta? Siempre era la cinta. Emmett intentó retroceder, pero la luz iba creciendo tras su hermano y su calor lo atraía como un imán.

– Christopher, ¿qué está pasando?

Christopher no decía nada. Se limitaba a sonreír y se acercaba cada vez más a él. Cuando Emmett bajó la mirada para ver el objeto que le tendía, tuvo que pestañear para asegurarse de que no estaba soñando. Pero por supuesto que estaba soñando. En una mano, su hermano sostenía un bate de béisbol y en la otra, un juego de cartas sin estrenar. Emmett miró a su hermano, éste sonrió y comenzó a alejarse hacia la luz.

– ¡Christopher!

Su hermano continuaba avanzando.

– Te echo de menos, Christopher, te quiero.

Su hermano se volvió, lo saludó con la mano y se hundió en una luz intensa.

Emmett habría jurado que había una mujer caminando a su lado. Y habría jurado que aquella mujer era Jessica Chandler.

– Emmett -una mano le sacudió el hombro.

Era otro sueño, se dijo mientras intentaba despertar. Estaba soñando que Linda lo despertaba. Le diría que aquello no era otra pesadilla. Y que estaba enamorado de ella.

– ¿Linda?

Pero era Collin. Estaban en la habitación del hospital y tenía una pierna dormida por el peso de Ricky.

Collin se agachó para mirarlo a los ojos.

– Ya puedes ver a Linda.

La puerta de la habitación se abrió y entraron un niño rubio y un hombre de pelo oscuro de la mano. En realidad, era el niño el que se aferraba a Emmett y éste parecía no atreverse a soltarlo. Pero, por su expresión, era evidente que no quería estar allí.

La ansiedad fluía en su interior, intentando dominar su cerebro, pero Linda la contuvo aferrándose a un solo pensamiento con la misma fiereza con la que su hijo se aferraba a la mano de Emmett. Al igual que Ricky, ella tampoco quería que se fuera. Bajó la mirada hacia Ricky y sonrió.

– ¿Podría darme un abrazo el mejor hijo del mundo?

El niño corrió inmediatamente hacia la cama. Su abrazo fue breve, pero absolutamente sincero. Linda tuvo que pestañear para apartar las lágrimas de sus ojos.

– Vaya mamá, menudas heridas.

– Sí, me temo que voy a tener que comprarme unos cuantos pañuelos.

Ricky alzó la mano hacia su rostro, pero se detuvo de pronto.

– Acabo de lavármelas -le advirtió-. Están limpias.

– No me importa que no tengas las manos limpias. Lo único que me importa es que estás aquí.

El niño le acarició la mejilla con una delicadeza infinita.

– Dicen que te has dado un golpe en la cabeza, pero no vas a dormirte otra vez, ¿verdad?

Linda le tomó la mano y se la retuvo con fuerza.

– No, esto no va a ser como la otra vez, te lo prometo -como su hijo no parecía muy convencido, alzó la mirada hacia Emmett-. ¿Podríamos conseguir que viniera el médico? Tengo la impresión de que mi hijo necesita oír el diagnóstico por sí mismo.

– Claro -dijo, y se volvió-. Iré…

– No me refería ahora -repuso Linda precipitadamente.

Tenía miedo de que se alejara de ella. Ya veía suficiente distancia en su mirada.

Emmett se apoyó en el marco de la puerta.

– Ya lo han metido en la cárcel, mamá. Nunca volverá a hacerte daño -comentó el niño mientras manipulaba el mando a distancia de la televisión.

– Y tampoco volverá a hacerte a ti ningún daño.

El niño le dirigió una rápida mirada.

– A mí no me ha hecho daño.

– Físicamente no, pero el miedo también puede dejar heridas, ¿verdad, Emmett?

Emmett se sobresaltó. Linda era consciente de que los había estado mirando a Ricky y a ella como si fueran dos caramelos en el escaparate de una tienda de golosinas. Eso le dio esperanzas. Tenía que tener esperanzas.

– ¿Qué has dicho?

– Le estaba diciendo a Ricky que el miedo también puede dejar heridas.

Emmett parecía sentirse incómodo.

– Sí, claro.

– Emmett no ha tenido miedo. Ha ido corriendo a la casa en cuanto le he dicho que estaba Jason. Y no tenía ni una pistola ni nada. Emmett nunca tiene miedo.

Linda miró a Emmett arqueando una ceja. Parecía sombrío, distante, pero en absoluto asustado. Sin embargo, Linda tenía que recordar que había vuelto a ella. Y tenía que recordar la mirada que había visto en sus ojos cuando había apartado a su hermano de ella. Era la mirada decidida de alguien que no estaba dispuesto a perder lo único que amaba.

– Dime Emmett, ¿es eso cierto? ¿Nunca tienes miedo? ¿No has pasado miedo hoy?

– No he pasado miedo por mí. Aunque en otras misiones, Ricky, sí he tenido miedo de que pudiera pasarme algo. De que me hirieran o algo peor. Así que comprendo lo que es el miedo. Una persona valiente lo es porque es consciente del peligro.

Sería un padre magnífico, pensó Linda. Un padre fuerte y sincero.

– Pero hoy no has tenido miedo por ti. Lo acabas de decir.

Emmett desvió la mirada hacia la ventana.

– Hoy tenía un miedo terrorífico a que pudiera pasarle algo a tu madre. Imagino que es lo mismo que ha sentido ella cuando se ha lanzado a por Jason en la cocina. En ese momento no pensaba en ella. Lo ha hecho porque te quiere.

A Linda se le aceleró el corazón. Y se le aceleró todavía más cuando Ricky volvió la cabeza para mirarla. Linda se aclaró la garganta.

– ¿Cómo te has enterado de eso, Emmett?

– Se lo he dicho yo -contestó Ricky-. Le he contado todo lo que ha pasado. ¿Lo has hecho por eso, mamá? ¿Has luchado con Jason para intentar protegerme?

– Sí.

– ¿Tú… me quieres?

– Claro que sí -abrazó a su hijo con fuerza-. Te quiero y siempre te querré.

Los ojos se le llenaron de lágrimas al comprender que nunca le había dicho aquellas palabras. Pero la verdad era que no las había sentido hasta entonces.

– Yo también te quiero, mamá.

También era la primera vez que él se lo decía y Linda sollozó de felicidad al oírlo. Al final, alzó la cabeza para mirar a Ricky a los ojos. Su familia. Él era su familia. Sonrió.

– Estás muy rara cuando lloras.

Linda se echó a reír.

– Sí, supongo que sí. Lo siento.

Ricky esbozó una mueca.

– Pero no digo que estés mal. Es un raro que me gusta.

– Buena contestación -comentó alguien desde la puerta. Había otro hombre al lado de Emmett que se parecía considerablemente a él-. Es mucho más amable que tú -dijo el recién llegado dándole un codazo a Emmett.

Emmett no cambió de expresión.

– Linda, te presento al insoportable de mi primo, Collin Jamison.

Collin le sonrió.

– Me alegro de ver que te encuentras bien. Tu hijo no quería marcharse de la sala de espera hasta haberlo comprobado por sí mismo, pero he pensado que a lo mejor ahora le apetece tomar una hamburguesa, unas patatas fritas y un batido.

– ¿Qué te parece?-le preguntó Linda a Ricky.

– Tengo hambre, pero…

– Lucy, mi novia, lo ha arreglado todo para que puedas quedarte a dormir esta noche en la habitación de tu madre. Así que puedes bajar a cenar y después subir rápidamente.

– De acuerdo -dijo entonces Ricky.

Y sonrió mientras corría hacia Collin Jamison.

Linda sonrió para sí. Collin y su hijo salieron de la habitación, dejándola a solas con Emmett.

– ¿Te importaría cerrar la puerta?-le pidió Linda.

– De acuerdo. Si es lo que quieres, me voy.

– ¡No!-se aclaró la garganta-. Quiero decir, no, hay algo de lo que quiero hablar contigo.

Emmett la miró con los ojos entrecerrados.

– ¿Y es…?

– Yo… quería disculparme por haberte gritado esta mañana. Por… bueno, básicamente, por haberte pedido que te fueras de casa.

Emmett se encogió de hombros.

– Tengo la sensación de que eso ha sido hace un millón de años.

– De todas formas, perdóname, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

Genial. Ya no parecía haber nada más entre ellos. Ni chispas, ni tensión sexual. Nada, salvo un enorme y torpe silencio. Pero ella tenía que seguir insistiendo.

– ¿Por qué…? Ejem, ¿por qué has vuelto esta tarde a casa?

Emmett parpadeó.

– ¿Qué?

– ¿Por qué has vuelto? ¿Tenías algo que decirme o…?-lo miró fijamente, intentando darle la oportunidad de decirle lo que había visto en su mirada cuando había ido a salvarla de las manos de su hermano.

Pero él se limitó a mirarla en silencio.

Linda cerró los ojos y los apretó con fuerza. Ya no sabía qué hacer.

– ¿Cariño?-el colchón se hundió bajo la presión del peso de Emmett-. ¿Te duele la cabeza? ¿Quieres que llame a un médico?

Linda abrió los ojos y tragó saliva.

– No creo que un médico pueda curar el problema que tengo, Emmett. Y tampoco creo que quiera que lo arregle. Te quiero, Emmett Jamison. Estoy enamorada de ti.

Emmett se quedó helado.

– Pero…-sacudió la cabeza-. No, no puedes.

– Claro que puedo.

– No -frunció el ceño-. Ya has visto lo terrible que es mi hermano. Y no quieres que eso pueda afectarte de ningún modo.

– Tu hermano ya no va a hacerme nada. Jason ha dejado de ser una amenaza.

– Pero tú has visto de lo que soy capaz. Has visto que en mí también hay una parte terrible y oscura.

– Emmett, sé que hay mucha tristeza en tu interior por todo lo que has visto y experimentado. Pero en eso tanto Ricky como yo podemos ayudarte. Nuestro amor, la familia que entre los tres hemos construido, te ayudarán a superarlo.

– Pero tú no sabes… si yo también quiero -desvió la mirada.

– Sé que me quieres. Lo vi en tu rostro cuando intentaste protegerme de Jason. Estabas furioso porque me quieres, Jason, no porque seas malo.

Emmett musitó algo.

– No intentes negarlo. Tú mismo lo has dicho. Le has dicho a Ricky que en la cocina has pasado miedo por mí. Y que pensabas que era lo mismo que había sentido yo cuando había intentado protegerlo… porque lo quería.

– Siempre he sido un bocazas -musitó Emmett.

– ¿Por qué no quieres amarme?

– Porque no quiero ensombrecer tu luz.

– Emmett, yo necesito tu amor. Pensaba que no me lo merecía, que no era una mujer suficientemente completa para ti, pero me equivocaba. Y tú también te equivocas. El amor nunca puede ser una sombra.

Emmett se derrumbó entonces. La abrazó con fuerza.

– Linda, Linda -buscó su boca y las lágrimas empaparon su beso. Al cabo de unos segundos, alzó la cabeza-. Cuando me fui a vivir contigo, lo hice porque pensaba que me necesitabas. Pero la verdad es que soy yo quien te necesita.

Sonriendo, Linda le enmarcó el rostro entre las manos.

– Nos iluminaremos el uno al otro -Emmett sonrió con fiereza-. Durante el resto de nuestras vidas, nos iluminaremos el uno al otro.


Hoy es domingo, el día de la reunión de los Fortune. Levántate, dúchate y ponte el vestido nuevo. Y obliga a Ricky y a Emmett a arreglarse también. Y no te olvides de dar gracias a Dios por haberlos encontrado.


Ricky levantó la mirada de la libreta de su madre. No quería leerla, pero había sido ella la que le había pedido que fuera a buscar el reloj que había dejado en la mesilla y había visto su nombre en la libreta. No creía que le importara. Su madre lo quería y se lo había dicho un millón de veces. Emmett le había explicado que lo hacía porque durante aquellos diez años había perdido muchas oportunidades de decírselo y necesitaba ponerse al día. Y mientras no se lo dijera delante de sus amigos, él era capaz de manejarlo. Pero dudaba que pudiera aguantarse durante la reunión familiar de los Fortune. Ricky suspiró.

Sin embargo, cuando llegaron al rancho, descubrió que los «te quiero» se lanzaban con la misma facilidad que el arroz en las bodas que había visto en televisión. Durante los últimos meses, había habido muchas bodas en la familia, y su madre y Emmett también iban a casarse pronto. Él había dicho que no quería disfrazarse de pingüino, pero su madre se había puesto triste y al final había cedido.

Emmett tampoco quería disfrazarse de pingüino, pero los dos querían que su madre estuviera contenta.

– Ricky, por favor, ven aquí. Quiero que conozcas a alguien -era Lily, que lo miraba sonriente y llevaba unos enormes pendientes de cuentas que brillaban a la luz del sol.

Emmett se acercó a ella y Ricky y su madre la siguieron. Ricky ya sabía lo que iba a pasar en esa fiesta, lo habían preparado para ello, pero aun así, se sentía como el primer día de colegio.

Lily le presentó a su hijo Colé y a Holden y Logan Fortune. Los tres eran hermanos suyos. También tenía una hermana, Edén, que estaba casada con un jeque. Todos le sonreían y le decían que tenían muchas ganas de conocer a su hermanito y él les decía que también se alegraba de conocerlos. Y era verdad.

Había sido muy raro enterarse de su pasado. Su padre biológico, así era como lo llamaba su madre, era Cameron Fortune, que también era el padre de Colé, Holden, Logan y Edén. Lily decía que habían querido que supiera que era un Fortune para que así se sintiera más… seguro. Sí creía que eso era lo que había dicho. Y pronto iría a verlo otra pariente suya, Susan Fortune, que ayudaba a los niños a los que les pasaban cosas extrañas a lo largo de su vida.

El caso era que había mucha gente que lo quería. Nan y Dean, Lily y sus hermanos Fortune. Y su madre, por supuesto, y los padres de Emmett, que también estaban allí. La señora Jamison le había hecho una tarta. Y también estaba Emmett.

Emmett le había dicho que no tenía por qué sentirse bien con todo lo que le pasaba de repente. Y que si se sentía raro, podía ir a hablar con él. Ricky también podría hablar con su madre, por supuesto, pero era genial tener un padre así. Emmett le había dicho que podía llamarle «papá» cuando quisiera y Ricky ya tenía un plan. Empezaría a hacerlo en cuanto se casara con su madre.

– Ricky -aquella vez era su madre-, quiero presentarte a alguien.

Era una niña, una niña con el pelo negro y los ojos marrones. Era más pequeña que Ricky, unos tres o cuatro años.

– Ésta es Celeste -le dijo su madre-. Es la niña de Violet y Peter.

– Hola -lo saludó Celeste.

Ricky asintió.

– Hola.

Su madre le estaba diciendo algo con la mirada y pensó que ya sabía lo que quería. Emmett también le estaba mirando y Ricky hizo un gesto con la cabeza. Emmett decía que él protegía a la gente y Ricky también quería nacerlo. Se sentó al lado de la pequeña.

– ¿Cómo estás?

– Bien. Estoy aprendiendo a andar otra vez. Y mi padre dice que algún día podré volver a correr. Ahora nado. ¿Tú sabes nadar?

– Sí, sé nadar.

No tenían mucho que decirse, pero Ricky continuó a su lado. Había otros niños jugando al escondite por allí. A lo mejor podía jugar con ellos más tarde. Pero de momento, le gustaba estar sentado al lado de aquella niña. Antes de que su madre se despertara, cuando estaba dormida en el hospital, también solía sentarse a su lado.

Pero su madre estaba llena de vida. En aquel momento estaba hablando con la doctora Violet.

Hubo una nueva ronda de besos y abrazos cuando se sumó un nuevo grupo de gente al grupo en el que estaban su madre y Emmett. Ricky ya había renunciado a intentar averiguar cuál era el parentesco entre ellos. La última pareja era la de Vincent y Natalie. Todo el mundo se puso a gritar de alegría cuando Natalie anunció que estaba embarazada. Su marido, Vincent, dijo que ése era el primero de los quinientos hijos que iban a tener. Al oírlo, Ricky miró a Emmett horrorizado.

– ¿Quinientos hijos?-le preguntó moviendo los labios.

Emmett sacudió la cabeza y se inclinó hacia él.

– Es una exageración -le explicó, posando la mano en su hombro.

A Ricky le gustaba sentir aquella mano en el hombro.

Más tarde, durante la barbacoa, Ricky comió montones de maíz y ensalada de repollo. Él pensaba que era el único niño del mundo al que le gustaba, pero su entrenador decía que los futbolistas comían mucha verdura.

Además, así le dejarían tomar dos postres. Tomó una segunda porción de pastel y se acercó a comerlo a una cerca. Se había comido la mitad cuando vio a un señor sentado a su lado. Se parecía mucho a Ryan Fortune; vaya, se parecía muchísimo. El hombre estaba sonriendo, así que Ricky también le sonrió.

– Hola.

– Hola, Ricky, ¿te lo estás pasando bien?

– Sí.

– Me alegro. Hoy es un día muy alegre.

Ricky miró a los reunidos. Había visto algunas lágrimas en un par de ocasiones, cuando alguien había hablado de la ausencia de Ryan, pero Lily había insistido en que quería que todo el mundo estuviera contento.

– Ésta es una familia muy fuerte -continuó diciendo el hombre-. Una familia que sabe estar unida. Y eso es algo digno de apreciar.

– Sí, señor -contestó Ricky mientras comía un pedazo de pastel.

– También es muy importante saber disfrutar de cada segundo de la vida. Lo recordarás, ¿verdad?

– Claro.

Ricky volvió a mirar a los invitados; localizó la melena rubia de su madre y vio a Emmett a su lado, sonriéndole. Se volvieron hacia él y Ricky los saludó con el tenedor.

Vio después a Lily, que estaba sentada cerca de ellos, mirándolo con una sonrisa triste. O a lo mejor estaba mirando al hombre que estaba con él. Se volvió para comprobarlo y vio que el hombre había desaparecido.

Hmm. Miró a su alrededor, intentando localizarlo. No lo vio por ninguna parte. Pero su madre y Emmett volvieron a saludarlo y le indicaron con un gesto que querían que se acercara.

Ricky bajó de la cerca. Él también quería estar con ellos.

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