Capítulo 13

Los sentimientos fluían en el interior de Linda: miedo, ansiedad, más miedo. Le impedían pensar y anulaban su intuición. Sólo era capaz de quedarse mirando fijamente a aquel hombre de pelo oscuro que sostenía una pistola contra la cabeza de Ricky mientras ella se sentaba lentamente en la cocina.

– No pasa nada, Ricky -susurró.

El niño recorrió el rostro de Linda con la mirada, como si fuera lo único que quería ver.

– Emmett vendrá muy pronto -susurró.

Jason Jamison sonrió.

– Lo sabía -dijo Jason-. Tu madre miente pésimamente. Ya sabía yo que Emmett no se me escaparía esta vez. Yo siempre gano.

Pero Linda no era capaz de pensar con suficiente claridad como para mentir.

– Estaba diciendo la verdad. Emmett se ha ido para siempre. Puede ir a su habitación a comprobarlo. Se ha llevado todas sus cosas.

– No me lo trago, rubia. Esta misma mañana he llamado a la casa principal y me han confirmado que Emmett vivía aquí contigo.

– Nadie puede haberle dicho…

– Oh, no culpes a nadie de lo que ha ocurrido. He dicho que trabajaba para el FBI y necesitaba su dirección para poder enviarle una prueba fundamental -sonrió-. La buena de Hazel, la cocinera, me ha dicho que se aseguraría de entregarle personalmente cualquier cosa que llegara a su nombre.

Y el que había llegado había sido el propio Jason.

«Piensa, Linda, piensa», se decía. Emmett había empleado mucho tiempo enseñándole técnicas de autodefensa, pero sus enseñanzas parecían negarse a cobrar sentido en su cerebro. No sabía qué hacer. También iba a fracasar en eso.

– Emmett te lo hará pagar -Ricky fulminó con la mirada a su captor.

– Te equivocas, jovencito. Será él quien me las pagará.

– ¿Qué te ha hecho?-preguntó Ricky, ignorando el mensaje que Linda estaba intentando telegrafiarle con la mirada.

– Mis dos hermanos han sido un fastidio durante toda mi vida. El error más grande de mi vida ha sido no hacer algo contra ellos antes. Escúchame, muchacho, uno tiene que ir a por lo que desea en esta vida y quitarse de en medio a la gente que se cruce en su camino.

– ¿Vas a quitártelo de en medio?-preguntó Ricky con los ojos abiertos como platos.

A Linda se le encogió el corazón al ver el miedo en el rostro de su hijo.

– ¿Y vosotros quiénes sois -preguntó Jason-. ¿Qué está haciendo Emmett con vosotros?

– Está asegurándose de que no nos acerquemos a la gente y de que la gente no se acerque a nosotros. Tenemos una enfermedad mortal… Si te acercas a… a tres metros de nosotros se contagia -contestó Ricky.

Jason soltó una risotada.

– ¿Así que tenéis una enfermedad?

– Pero si te vas ahora, a lo mejor no te la pegamos.

– Buen intento -Jason miró a Linda-. Este chico tiene una mente muy rápida. Bueno, y ahora dime qué está haciendo mi hermano aquí.

– Tengo una lesión cerebral -le dijo. En ese momento, sólo era capaz de decir la verdad-. Me está ayudando a recuperarme.

– ¿Sí? Desde luego, parece algo propio del mojigato de mi hermano. Pero tú no pareces una retrasada.

– ¡Mi madre no es una retrasada!-Ricky se levantó de un salto de la silla.

Linda se abalanzó hacia él y lo agarró del brazo.

– No pasa nada, Ricky.

Jason los miró con evidente diversión.

– No intentes sofocar su rabia, rubia. Eso es lo que un niño necesita para salir adelante. La rabia.

– ¿Eso es lo que tú tienes?-le preguntó Linda-. ¿Rabia?

Le pidió a Ricky con la mirada que volviera a sentarse y suspiró aliviada al ver que obedecía. Ella permaneció de pie.

– Sí, tengo rabia. Soy el único de mi generación que la ha heredado. Me viene directamente de mi abuelo, Farley, cuyas ambiciones y talento político lo habrían llevado a ocupar el sillón del gobernador si el mezquino y miserable de Kingston Fortune no hubiera estado tan preocupado por conservar su dinero.

Linda se apoyó en la pared que tenía tras ella y desvió la mirada hacia los mostradores de la cocina. ¿Le daría tiempo a buscar en un cajón y sacar un cuchillo? No, lo que necesitaba era una vieja sartén de hierro.

Recordó entonces algo que le había dicho Emmett en una ocasión: si alguien entraba en su casa, podría utilizar cualquier arma que encontrara en su contra.

Dejó caer los hombros. Aunque tuviera una sartén, tendría que actuar con precaución. Jason eran más grande que ella y por culpa de su lesión cerebral, seguramente también más fuerte. Pero algo tendría que hacer para resolver aquella situación.

– Emmett no va a volver -dijo de pronto.

Jason la miró fijamente.

– No sé por qué insistes en eso.

– Porque es vedad -respondió con voz fría-. Pero me quedaré esperando todo lo que quiera, siempre y cuando permita que Ricky se vaya. A él no lo necesita para nada.

Ricky se revolvió en la silla.

– Yo…

– Chsss. ¡Cállate!-le ordenó Linda.

– Vaya -Jason sonrió-. Una mamá batalladora.

– Por favor, deje que se vaya y esperaremos los dos a Emmett.

Jason parecía cada vez más divertido.

– ¿Pero Emmett va a venir o no?

Linda se frotó la frente frustrada, cercana ya a la desesperación.

– Vendrá, pero Ricky no le sirve para nada.

– Humm. Antes has dicho algo sobre que fuera a ver si están o no las cosas de Emmett en su habitación. Quizá debería hacerlo. En cualquier caso, creo que no está de más inspeccionar el terreno -apuntó a Ricky con la pistola-. Levántate. Nos vamos los tres en misión de reconocimiento.

Jason esperó en el centro de la cocina hasta que Linda estuvo al lado de Ricky.

– Dime dónde está el dormitorio -le pidió entonces al niño.

Y no habían dado un paso cuando oyeron que un coche aparcaba en la puerta de la casa. Se quedaron los tres paralizados.

– Apuesto a que es mi hermano Emmett -susurró Jason con inmenso placer.

Linda también estaba segura. Era el sonido de su coche, pero no sabía si alegrarse o todo lo contrario.

– Deje que se vaya Ricky -le suplicó a Jason. Era lo único en lo que podía pensar-. Deje que se vaya.

– No creo que pueda. Tu hijo es un escudo humano perfecto.

– No, por favor, no…

Jason le hizo un gesto a Ricky, ignorando sus súplicas.

– Ven aquí, chico.

Ricky vaciló. Con el ceño fruncido, Jason se inclinó para agarrarlo.

El tiempo pareció detenerse. Linda fijó la mirada en la mano del hombre, en aquellos dedos que agarraban a su hijo. Su hijo.

Comprendió de pronto que luchar era la única opción que le quedaba; y le parecía factible y mucho mejor que dejar que aquel hombre sin conciencia volviera a tocar a su hijo otra vez.

Linda soltó un grito de furia alimentado por un instinto maternal milenario y se lanzó hacia delante. Jason retrocedió sorprendido por su alarido y por su repentino movimiento. Linda aprovechó entonces para agarrar a su hijo y apartarlo de él. Con la otra mano convertida en un puño, le golpeó a Jason la muñeca con tanta fuerza que le obligó a soltar la pistola.

– ¡Corre!-le gritó a Ricky-. ¡Corre!

Justo en ese momento, Jason la agarró del cuello, atrapándola con una de aquellas llaves que Emmett le había enseñado a combatir sobre una colchoneta. Pero, con la osadía que le proporcionaba la inconsciencia, Linda levantó la mano hasta encontrar la axila de Jason y le pellizcó con toda la fuerza y la voluntad de una madre.

Emmett entró en la cocina, tras haberse cruzado con un desesperado Ricky. Podía percibir el olor a azufre de Jason en el aire. Veía a su hermano de espaldas a él, gritándole a Linda, que estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el refrigerador. Tenía marcas rojas en el cuello y la mirada vidriosa.

Pero al menos estaba viva. Gloriosamente viva.

– Jamás conseguirás acabar con Emmett -la oyó decir.

Vio entonces la pistola; estaba en el suelo. Pero Jason se interponía entre el arma y él.

«Muy bien, Jamison», respira, se dijo a sí mismo. Estando Jason hablando, la mejor estrategia era esperar a que llegara la policía antes de hacer ningún movimiento.

– ¿Qué has dicho?-preguntó Jason.

– He dicho que nunca atraparás a Emmett.

¿Por qué demonios lo estaría provocando?, se preguntó Emmett. Pero la respuesta era muy sencilla: para que Ricky tuviera tiempo de huir.

– Tú mismo dijiste que eres como tu abuelo Farley. Y eres como él porque los dos sois unos perdedores. Unos perdedores patéticos.

– Cierra la boca, rubia. ¡Cierra la boca!

La agarró de la camisa y la levantó.

– Y no intentes pellizcarme otra vez, zorra -y le dio un bofetón.

Emmett se abalanzó entonces hacia él, lo agarró del brazo y le dio un puñetazo en la mandíbula. Jason soltó un grito propio de un rinoceronte furioso y estuvo retorciéndose hasta lograr liberarse de la sujeción de Emmett. Pero en vez de enfrentarse entonces a su hermano, el muy mezquino se volvió hacia Linda otra vez.

Emmett saltó hacia Jason y lo agarró del cuello. Los dos hombres comenzaron a girar, cada uno de ellos con las manos en el cuello del otro, intentando arrebatarse la vida. Pero Emmett no sentía los dedos que su hermano hundía en su cuello. No sentía nada, salvo una determinación implacable.

Quería acabar con Jason por el bate de béisbol y el juego de cartas que les había roto con fría crueldad cuando eran niños; quería acabar con Jason por Christopher. Y por Lily, y por Linda, y por Ricky. Por Ryan y por todos aquellos a los que su hermano había hecho daño. Y por Jessica Chandler y por…

El sonido de un sollozo penetró en sus pensamientos. Alguien lo estaba agarrando del codo. Volvió la cabeza. Era Linda.

– No lo mates -estaba llorando, las lágrimas empapaban su rostro-. Está inconsciente, Emmett, no tienes por qué matarlo.

Emmett parpadeó y miró de nuevo a su hermano. Tenía los ojos cerrados y las manos caídas a ambos lados del cuerpo.

– Si lo matas, jamás te lo perdonarás, Emmett. Por favor…

Emmett soltó lentamente a su hermano y lo observó caer al suelo.

«Si lo matas, jamás te lo perdonarás». Escuchaba en su mente las palabras de Linda. Era extraño. Porque lo que él se preguntaba era si alguna vez se perdonaría no haber matado a Jason.


Unas horas después, Emmett llamaba a su familia para darles la noticia. No sabía quién prefería que se pusiera al teléfono. Cuando oyó la voz de su padre al otro lado de la línea, continuó sin saberlo. ¿Sería más fácil darle aquel tipo de información a su madre?

– Buenas noticias. Tenemos a Jason en la cárcel.

– ¿Está vivo?-preguntó su padre con la voz atragantada.

– Sí, y está confesándolo todo con la esperanza de que puedan rebajarle la pena.

– ¿A qué tipo de acuerdo pueden llegar?

– Como mucho, retirarán la petición de pena de muerte.

– ¿Ha… ha herido a alguien antes de que lo detuvieran?

A Linda, a Ricky, a él.

– No ha muerto nadie. Pero ha aterrorizado a un niño de diez años y a su madre han tenido que llevarla al hospital. Jason venía por mí y ha atacado a Linda, la mujer a la que estaba protegiendo. Ha intentado estrangularla y le ha dado un golpe en la cabeza. Ahora está en el hospital, le están revisando las heridas.

– Esto no va a terminar nunca -dijo su padre con la voz entrecortada.

– No, papá, esto acaba de terminar.

– Esa mujer, Linda, ¿es la misma para la que tu madre ha estado perfeccionando sus recetas?

– Sí, Linda es la madre de Ricky.

– Bueno, pues dile que sentimos mucho lo que ha pasado, ¿de acuerdo? Y dile también que estamos rezando para su perfecta recuperación.

– Se lo diré.

Pero no era cierto. No volvería a hablar con ella nunca más. Su relación con ella también había terminado.

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