Capítulo 6

Emmett imaginó que si Linda supiera conducir, algo en lo que estaba trabajando, no habría permitido que fuera él quien la llevara al partido de fútbol de Ricky varios días después.

Aunque habían seguido conviviendo sin discutir y habían vuelto a practicar técnicas de autodefensa, la tensión que había entre ellos era cada vez mayor.

Emmett no sabía si Linda se había sentido rechazada la tarde que habían terminado tumbados los dos en la colchoneta. Pero aunque así fuera, no pensaba desmentir esa impresión. Había que alimentar cualquier cosa que los mantuviera alejados de la energía sexual que latía entre ellos.

Miró hacia ella mientras iba conduciendo.

– Te dejaré allí y después iré a buscar a alguien. Creo que a ella también le gustaría ver el partido.

Linda mantenía la mirada fija en la ventanilla.

– ¿A ella? ¿Vas a traer a una cita?-le preguntó con voz glacial-. Eres muy amable, Emmett, pero, por favor, no pienses que tienes que emplear el tiempo del que dispones para estar con otra mujer haciendo de niñera.

Emmett elevó los ojos al cielo.

– No es…-pero se interrumpió, decidiendo que era mejor no dar explicaciones.

A los pocos segundos llegaron al campo. Linda salió del coche sin decirle adiós y sin darle las gracias.

Emmett tardó sólo unos minutos en ir a buscar a «su cita» y volver al campo. Como Nan y Dean no podían asistir al partido, se le había ocurrido llevar a Lily. No sólo porque serviría para interponerse entre ellos, sino también porque imaginaba que agradecería salir.

– ¡Lily!-exclamó Linda cuando la vio subir a las gradas-. No sabía que ibas a venir -se levantó y le dio un abrazo-. ¿Cómo estás? Me alegro mucho de que estés aquí, y Ricky también se alegrará.

Lily Fortune había enviudado hacía pocas semanas. La tristeza y el sufrimiento de su reciente secuestro habían añadido algunas hebras plateadas a su oscura melena pero, a pesar de sus casi sesenta años, continuaba siendo una mujer atractiva.

Se sentó en las gradas, se puso las gafas de sol y tomó a Linda del brazo.

– Voy superándolo poco a poco, intento mantenerme ocupada, salgo a comer de vez en cuando con amigas, que es la razón por la que estaba hoy en San Antonio, y veo partidos de fútbol en los que juega mi chico de diez años favorito.

Emmett se sentó al otro lado de Lily.

– Y estás organizando todo para la próxima reunión de los Fortune, ¿verdad?

Linda abrió los ojos como platos.

– Dios mío, Lily, tú no puedes ocuparte ahora de un proyecto como ése.

– Es exactamente lo que necesito -respondió Lily con firmeza-. Me mantiene ocupada y me gusta la idea de que por fin volvamos a estar todos juntos. Y no como en el entierro de Ryan, sino que esta vez será una reunión feliz.

Emmett se burló en silencio. A no ser que atraparan a Jason durante las próximas dos semanas, habría demasiadas sombras para que aquél pudiera ser un encuentro feliz.

– Lo atraparé -musitó para sí.

Pero Lily lo oyó.

– Claro que lo atraparás. Pero no dejaré que nadie, ni siquiera Jason, me arruine la fiesta. Es una fiesta que había planeado Ryan, era su sueño.

En el último mes de noviembre, después de que Jason fuera detenido por el asesinato de su novia y hubiera sido acusado también de la muerte de Christopher, Ryan se había puesto en contacto con el padre de Emmett, Blake. Había sido Blake el que le había explicado por qué Christopher tenía la marca de nacimiento que distinguía a los Fortune; el padre de Blake y el padre de Ryan eran hermanos. Ryan había acogido inmediatamente a aquella rama de la familia, a pesar de los problemas causados por Jason, que más, tarde, incluso había llegado a secuestrar a su adorada Lily.

– ¿Emmett?-Lily posó la mano en su brazo-. ¿Estás bien?

Emmett parpadeó para protegerse de la luz del sol y evitó encontrarse con su mirada desviando los ojos hacia el campo. El partido estaba a punto de comenzar. Gracias a su pelo rubio, no era difícil distinguir a Ricky.

– Me parece que en esta parte juega de portero -comentó.

– ¿De portero?-preguntó Linda aterrada-. ¿Juega de portero?

Emmett intentó tranquilizarla.

– Es un portero magnífico, no le pasará nada.

– No es sólo el dolor físico -Linda no podía permanecer sentada-. No puedo quedarme aquí si juega de portero. ¿No te das cuenta de lo que les pasa a los niños cuando juegan de porteros? ¡Si les meten un gol, son ellos los culpables!

– No…

– Sí, lo he visto. Y después todo el mundo mira a la madre del niño -comenzó a bajar-. Tengo que ir a dar un paseo.

Emmett estuvo a punto de seguirla, pero Lily lo detuvo volviendo a posar la mano en su brazo.

– Déjala marchar. Para ver estos partidos, hace falta práctica. Y también unos cuantos paseos.

– Tienes razón -respondió Emmett, volviendo al banco-. Estoy seguro de que tú has tenido que ver unos cuantos.

– Partidos de béisbol, funciones de ballet, partidos de fútbol… Mis hijas, Hannah y María, estaban metidas en todo. Y mi hijo Colé era un gran deportista.

Emmett lo había conocido en el funeral de Ryan.

– Ryan me contó que Colé es hermano de Ricky. Que también Cameron era su padre.

Lily asintió.

– Sí, es cierto. Es una larga historia. Pero Ricky también tiene otros hermanos, los hijos que tuvo Cameron con Mary Ellen, su esposa. Ya has conocido a Holden y a Logan, que trabajan en Fortune TX. Su hermana Edén está casada con el jeque Ben Ramir. Con el permiso de Linda, por supuesto, me gustaría poder presentarles a Ricky en esa reunión.

– ¿Crees que será una buena idea? Hasta ahora se ha mantenido en secreto su existencia por decisión de Ryan.

– Ésa fue una decisión que Ryan tomó hace diez años, cuando no quería que se supiera lo que había hecho Cameron. Pero sus hijos han madurado y saben cómo era su padre. Yo ya le he hablado de ese parentesco a una de mis sobrinas, Susan Fortune, es psicóloga y tiene mucha experiencia en niños. Tanto ella como yo estamos de acuerdo en que a Ricky le vendría bien saber la verdad. ¿No crees que se sentiría mejor sabiendo que forma parte de una verdadera familia?

– Comprenderás que no soy la persona más adecuada para opinar de las relaciones fraternales.

– Oh, querido -Lily lo miró con el ceño fruncido-, ¡no quería traerte recuerdos dolorosos!

Pero allí estaban, siempre a punto de aflorar a la superficie, dispuestos a atraparlo como los monstruos que imaginaba cuando era niño.

– Ahora no estoy de humor para pensar en fiestas, Lily. Lo siento.

La interrupción de una pareja que se acercó a Lily para darle el pésame le evitó contestar.

Emmett tuvo que distanciarse de los sentimientos que lo asaltaban. Sin moverse de allí, se concentró en el juego. Ricky era un gran jugador y Emmett no tardó en sonreír al ser testigo de una gran parada. Buscó a Linda con la mirada. La descubrió en el extremo más alejado del campo, apoyada contra la verja y también sonriendo. Emmett atrapó su mirada y le hizo un gesto con el pulgar. Linda le devolvió la sonrisa, pero discretamente por si acaso, pensó Emmett, Ricky la estaba observando. Al parecer, ya había aprendido que una madre no debía ser demasiado efusiva.

Emmett se echó a reír a carcajadas.

– Llevaba tiempo esperando oírte reír -le dijo Lily con una sonrisa.

– No soy un hombre de risa fácil, Lily. No tengo muchos motivos para reírme -de hecho, ya se sentía culpable por aquellas carcajadas.

– No tienes por qué culparte de nada, Emmett. Y creo que eres suficientemente sensato como para saberlo.

– ¿Y qué me dices de todo lo que ha hecho mi hermano? Debería haber sido capaz de detenerlo.

– Si Ryan estuviera aquí, no le gustaría que perdieras el tiempo lamentándote por cómo deberían haber sido las cosas.

– Y quizá esté perdiendo el tiempo con Linda y con Ricky. A lo mejor debería estar buscando a Jason.

– ¿Tú crees?-se burló Lily-. Yo también tengo mis contactos, jovencito, y sé que estás constantemente en contacto con el equipo del FBI que trabaja en el caso. Ellos me han dicho que Jason te llamó y que te han animado a esperar a que haga otra llamada. El resto de las pistas están agotadas.

– Yo no las he agotado. Y quizá, si…

– Sabes que estás haciendo lo que debes. Incluso tu primo Collin está de acuerdo en eso.

– Collin ya no es capaz de pensar, y la culpa la tiene Lucy. Las mujeres tienen ese efecto en los hombres.

– ¿Ése es el efecto que tiene Linda en ti, Emmett?

– Linda… Linda necesita que la protejan.

– ¿De ti? Lo dudo.

– Hace muchos años que no tiene ningún tipo de relación con un hombre. No me gustaría que se llevara una idea equivocada.

– Vaya, Emmett -le dijo Lily con una sonrisa-, jamás me habría imaginado que fueras tan machista. ¿No la consideras suficientemente inteligente como para saber lo que quiere de ti?

– ¡Yo no he dicho que no sea inteligente!

Claro que era inteligente. Y divertida. Y condenadamente sexy.

– Pero no quiero que piense que voy a quedarme a su lado.

Lila esbozó una sonrisa traviesa.

– A lo mejor tampoco ella está pensando en eso.

– No sé cómo tomarme eso, Lily.

– De la mejor manera, Emmett. Tanto yo como Ryan queremos que seas feliz, que vuelvas a disfrutar de la vida y dejes de revolearte en sus aspectos más desagradables.

– Yo soy…-quería decir feliz, pero no podía.

La felicidad siempre le había parecido algo que estaba fuera de su alcance. Un sueño, una fantasía, algo insustancial.

– ¿De qué estáis hablando?-Linda acababa de volver y los miraba con una sonrisa fresca como la brisa-. Ricky no va a jugar en esta parte del partido, así que ya puedo relajarme un poco.

– Estamos hablando de Emmett -contestó Lily-. Y de cómo debe ir en busca de lo que desea.

Linda se quedó paralizada. Miró a Emmett y volvió a explotar la tensión sexual que vibraba entre ellos.

– Yo también creo que debería ir a buscarlo -dijo Linda, sin apartar la mirada de su rostro-, y descubrir exactamente qué hay allí, justo al final de la yema de sus dedos.

Quizá fuera porque había sobrevivido al partido, o quizá porque Lily parecía tan serena, o quizá por el calor de la tarde… Pero el caso era que Linda se descubría a sí misma llena de la alegría de la primavera. Con una sonrisa en la cara, siguió a Lily para sumarse al pasillo que formaban los padres para que saliera el equipo ganador.

– ¿Alargar la mano y descubrir lo que hay al final de la yema de los dedos?-le susurró Emmett al oído, agarrándola del brazo.

Linda alzó lentamente la mano para tomar la suya. Emmett entrelazó sus dedos con los suyos; la dureza de aquella mano masculina separando sus dedos hizo que Linda se estremeciera.

Los miembros del equipo de Ricky todavía estaban estrechando las manos a sus rivales. Linda miró hacia ellos y volvió a mirar después a Emmett. Se humedeció los labios, repentinamente resecos.

– Ha sido un gran partido, ¿verdad?-comentó Linda.

– Sí, y has demostrado ser muy competitiva, ¿lo sabes? Por un momento, cuando han pitado ese fuera de juego, he pensado que ibas a salir a por el árbitro.

– Pero si yo ni siquiera sé lo que es un fuera de juego. Sólo pretendía serle fiel al equipo.

– El fuera de juego hace referencia a la posición de los jugadores. Tiene que ver con quién va delante de quién antes de meter un gol.

¿Tendría un doble sentido aquella frase? Linda estudió su rostro, intentando averiguarlo. ¿Cuál era la meta? ¿Quién iba delante? La expresión de Emmett no le daba ninguna pista. Pero había algo en aquellas facciones que parecían cinceladas en piedra que la hizo temblar.

Tomó aire y volvió a sentirse como si pudiera volar como los pájaros en un cielo azul brillante. A lo mejor la primavera estaba despertando sus hormonas. Quizá fuera eso lo que explicaba la atracción sobrecogedora que sentía hacia aquel hombre. Después de diez años de sexualidad dormida, por fin estaba volviendo a la vida.

– ¿Linda?

Iba a tener que decírselo; iba a tener que pedirle lo que quería de él…

– Emmett…

Pero sus palabras se perdieron entre el bullicio del equipo de Ricky, que apareció corriendo en ese momento entre aquel pasillo de manos y cuerpos. Las palabras se perdieron, pero no el deseo.

El deseo continuaba latente mientras Emmett los llevaba a casa. Dejó primero a Lily en casa de una amiga y después paró a comprar la pizza preferida de Ricky. Todavía no había oscurecido cuando estaban los tres a punto de cenar en la cocina.

– A lo mejor deberíamos haberte dado una ducha antes de cenar -dijo Linda, mirando a su sudoroso hijo.

– Tengo las manos limpias. Me las he lavado, ¿lo ves?-Ricky se las mostró.

Sí, las tenía limpias, siempre que no mirara más allá de la muñeca.

– Pero tienes los codos sucios y barro en el cuello.

– No voy a comer la pizza con los codos ni con el cuello.

– Ricky -bastó que Emmett pronunciara su nombre para que el niño se corrigiera.

– Lo siento -dijo-. ¿De verdad quieres que me duche?

Con el estómago sonándole y una pizza caliente en la mesa, Linda no tuvo valor para mandarle a la ducha.

– No, supongo que no vas a comer la pizza con los codos, ¿verdad?

– No -buscó en la caja y sacó un pedazo de pizza-. Me ducharé después de cenar. Y después puedes hacerme unas pruebas de deletreo.

Se suponía que Linda debería ser capaz de deletrear, pero aquella petición la desanimó.

– Claro.

Mientras se inclinaba para servirle un vaso de té frío, Emmett le susurró a Linda al oído:

– Bien hecho.

Linda sintió que le subía varios grados la temperatura. Lo miró de reojo, pero no pudo adivinar si Emmett era consciente de cómo la afectaba sentir tan de cerca su aliento. En cualquier caso, no creía que fuera mejor con los hombres que como madre, pensó con tristeza, y le dio un brusco mordisco a la pizza.

Emmett le acarició entonces la mejilla con el pulgar.

– ¿A qué viene tanta fiereza?

Linda se volvió hacia él y, al hacerlo, el pulgar de Emmett terminó en la comisura de sus labios.

– Está rezumando la salsa de la pizza…

Rezumar. Una palabra muy apropiada, pensó Linda, y observó a Emmett mientras se lamía la gota de tomate del pulgar. Con lesión cerebral o sin ella, el deseo se desbordaba por los poros de su piel.

– Quiero…-se interrumpió al instante, recordándose que estaban cenando y que su hijo compartía la mesa con ellos.

– ¿Quieres…?-la animó Emmett.

Linda desvió la mirada.

– Ya te lo diré -contestó Linda, y continuó devorando la pizza.

Después de cenar, ya no pudo seguir retrasando el momento de hacerle a Ricky las pruebas de deletreo. Siendo completamente consciente de que Emmett estaba leyendo el periódico en la cocina, a sólo unos centímetros de distancia de ella, Linda se aclaró la garganta y echó un vistazo a las palabras que le había entregado su hijo. Ricky esperaba con el bolígrafo y el papel en la mano.

– ¿Qué tengo que hacer?

El niño le dirigió una de aquellas miradas con las que parecía querer decirle que no sabía hacer nada, pero contestó de buenas maneras.

– Di una palabra, utilízala en una frase y después vuelve a decir la misma palabra.

– Ah, muy bien, yo también lo hacía así.

– A mí se me da muy bien.

– Yo también era muy buena deletreando -contestó Linda con una sonrisa.

Ambos se volvieron entonces hacia Emmett.

– Yo quedé el quinto.

– El quinto, sí -repuso Ricky con una sonrisa-, pero seguro que no sabías ni deletrearlo.

Linda soltó una carcajada y Emmett la miró con fingida tristeza.

– Controla a tu hijo -le dijo-, perdón, contrólate a ti y controla a tu hijo.

Evidentemente, Linda no pensaba hacerlo. Ricky estaba riendo a carcajadas, ella también reía y en los ojos de Emmett había una luz que hasta entonces nunca había visto. Todos necesitaban aquella risa.

– Muy bien -dijo Linda por fin, mirando la lista que tenía en la mesa-. La primera palabra es cama. Me gusta dormir en la cama. Cama.

Ricky gimió y la escribió rápidamente.

– ¿Y la siguiente?

– Sábana. He puesto las sábanas en la cama. Sábana.

Emmett arrugó ligeramente el periódico. Quizá fuera el sonido, o quizá la mención de la cama, pero el caso fue que Linda volvió a mirar hacia él. Alzó la mirada de la lista de palabras y sus miradas se encontraron.

– ¿Cuál es la siguiente?-la urgió Ricky-. No quiero estar con esto toda la noche.

– Yo tampoco -contestó Emmett suavemente-. Tú tienes que volver a tu casa y nosotros necesitamos…

Linda bajó la mirada a la lista con el corazón latiéndole violentamente en el pecho.

– Relajarse -leyó en voz alta-. Resulta difícil relajarse cuando…

– Hace tanto calor en la habitación -terminó Emmett por ella.

Linda se humedeció los labios e intentó concentrarse en lo que estaba haciendo. Cerró los ojos y los abrió.

– Líquido -dijo-. Me siento como un líquido cuando…

– Nadie se siente como un líquido -la corrigió Ricky.

– De acuerdo, lo siento. El hielo se convierte en líquido cuando… eh…

– Se derrite -completó Emmett por ella.

Oohh. Ella sí que se estaba derritiendo y le resultaba imposible concentrarse. Bajó la mirada hacia la lista. Las letras que en ella aparecían habían dejado de tener sentido. Se la tendió a Emmett.

– Necesito un vaso de agua.

– Excelente -le oyó decir a Emmett mientras se acercaba al fregadero-. El hombre pensaba que con aquella mujer tenía una excelente oportunidad. Excelente.

– ¡No quiero frases de amor! ¡Puaj!-protestó Ricky.

Linda cerró los ojos y sostuvo el vaso contra su mejilla.

– Rápido -leyó Emmett-. El niño tenía que irse rápido a la cama.

– ¿Por qué?-preguntó Ricky mientras escribía la palabra-. A lo mejor hoy me acuesto tarde.

– No. El niño no se va a ir tarde a la cama. No.

– Esa palabra no está en la lista -dijo Ricky con una sonrisa.

– Pero es completamente cierta -Emmett miró a Linda y ésta tuvo que aferrarse al vaso con fuerza para no estremecerse-. Dos palabras más y tendrás que volver a la casa grande.

– Vamos -gruñó Ricky.

– Excitada. Él sabía que ella estaba excitada. Excitada.

– ¿Excitada por qué? ¿Por qué estaba excitada?

Emmett bajó la mirada hacia la lista y le dirigió a Linda una mirada increíblemente masculina.

– La siguiente palabra es explosión.

Y Linda estuvo a punto de terminar convertida en un charquito en el suelo. Pero consiguió dominarse lo suficiente como para desearle a Ricky buenas noches. Después, mientras Emmett acompañaba al niño a la casa principal, corrió hacia el baño y se lavó los dientes. Dos veces.

En aquella ocasión, no había lugar a error. Emmett la deseaba tanto como ella lo deseaba a él. Por primera vez desde hacía diez años, iba a saber lo que era estar en los brazos de un hombre. Y no podía estropearlo.

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