Quizá la caída en la colchoneta podría haberlos llevado a alguna parte, pero Ricky eligió ese momento para llamar a la puerta. Estaba a punto de ir al colegio y pasaba por casa para despedirse. Lo había estado haciendo últimamente y aquel día quería que su madre le firmara el permiso para una salida escolar.
– ¿Permiso para qué?-preguntó Linda, mirando el papel con el ceño fruncido.
– Vamos a ir a una librería para oír la conferencia de un escritor. Será muy aburrido, pero si no voy, tendré que quedarme otra vez con los de tercero haciendo multiplicaciones todo el día.
– ¿Cinco por tres?
– Quince.
– ¿Siete por ocho?
Ricky elevó los ojos al cielo.
– Cincuenta y seis.
– Muy bien, puedes ir a la librería.
Ricky se quedó un rato por allí. Linda le ofreció una tostada, pero él prefirió cambiar la manzana que llevaba en la cartera por uno de los plátanos del mostrador. Tomó a escondidas un par de galletas, pero Linda fingió no verlo.
Al final, lo acompañó hasta la puerta y lo observó marcharse con la actitud confiada de un niño que llevaba dos galletas extras en el bolsillo y tenía una excursión al día siguiente.
– Podría haberle pedido el permiso a Nan, ¿sabes?-le comentó Emmett.
Linda se volvió hacia él.
– ¿Tú crees?
– Sí, está comenzando a aceptarte. Linda, voy a salir, ¿quieres que te traiga algo?
Aquélla podía ser una manera de enviarle señales a un hombre, se le ocurrió pensar a Linda. Le pediría que fuera a unos grandes almacenes y le comprara algo realmente sexy, algo que no se pareciera a ninguna de sus prendas.
Inmediatamente se enfadó. No podía hacer eso. No podía pedirle a Emmett que le comprara ropa interior de encaje y satén. Y tampoco podía pedírselo a Nan.
– Tengo que conducir. Necesito recuperar mi carné de conducir para tener cierta independencia.
Emmett parpadeó y retrocedió ligeramente.
– No sabía que te estaba agobiando.
No, no, no. Linda se frotó la frente, intentando encontrar la manera de acabar con ese malentendido. Pero en el interior de su cabeza reinaba el desorden.
– Necesitas la medicación.
Emmett se dirigió a grandes zancadas al cuarto de baño y a la cocina y regresó con las pastillas y un vaso de agua.
Aquello sólo sirvió para aumentar el enfado y la frustración de Linda.
– No necesito una niñera. Lo que necesito son clases de conducir -dijo con evidente decisión.
– Estupendo -le tendió las pastillas- empezaremos en cuanto vuelva de las oficinas de Fortune TX.
Jason permanecía escondido en un coche destartalado, vigilando la entrada de Fortune TX. Llevaba días en aquel lugar, sin dejar el coche siquiera para aliviar sus necesidades fisiológicas. Pero nada importaba si conseguía vengarse de Emmett. Metió la mano en el bolsillo y sintió el frío metal del teléfono. Podría hacerle una breve llamada, aunque sólo fuera para hacerle saber que continuaba tras él. Pero no. Prefería hacerle sufrir.
La espera estaba siendo mortalmente aburrida. Él estaba acostumbrado a ser el centro de atención. Como con esa arquitecta a la que había conocido en la cafetería. Le gustaba que lo mirara con los ojos abiertos como platos por la admiración. Pero probablemente fuera tan falsa como todas las mujeres. Pensó en Melissa. Había empezado un doble juego, intentando tener una aventura con Ryan. Pero él la había matado antes de que lo consiguiera.
Se removió inquieto en el asiento. No volvería a permitir que ninguna mujer se interpusiera en sus planes.
Paró un coche en la entrada de Fortune TX. Jason lo observó con los ojos entrecerrados, para asegurarse de ver bien al conductor. Y, ¡bingo! Acababa de encontrar al hombre que estaba buscando.
Emmett tardó un par de horas en volver a salir, pero Jason no dejó que el tiempo lo abrumara. Y cuando Emmett abandonó por fin las oficinas, estaba preparado para seguirlo. Emmett se dirigió hacia el centro de la ciudad, haciendo algunas maniobras para sortear el tráfico. Conducía cada vez más rápido y Jason tuvo que pisar el acelerador para poder seguirlo.
– ¡Maldita sea!-exclamó, girando bruscamente.
Tenía que concentrarse. Había estado a punto de perderlo.
El problema era que tenía que hacerlo de lejos, porque el tráfico era cada vez menos denso. Estaban en un barrio residencial, plagado de mansiones. ¿Qué demonios hacía su hermano en un barrio tan lujoso? Jason se vio obligado a hacer una serie de giros para no perderlo. Lo siguió, lo siguió…y de pronto, Emmett desapareció. Su hermano se había esfumado.
Linda no había mejorado de humor varias horas después, mientras Emmett la llevaba a las afueras de la ciudad en busca de una zona en la que pudiera enseñarle a conducir.
– ¿Cómo ha ido la reunión?-le preguntó a Emmett.
– Bien.
No le preguntó sobre qué habían tratado, imaginando que si quisiera que lo supiera, lo compartiría con ella. Y aquello la llevó a pensar que, quizá, no quisiera compartir nada con ella. Y volvió a asaltarla la frustración. Y la desilusión. Y el enfado.
Cuando Emmett se detuvo en el aparcamiento de una nave industrial, apenas soportaba mirarlo.
– ¿Estás lista?-le preguntó Emmett.
– Claro.
Intercambiaron asientos y Emmett le explicó cómo debía adaptar el suyo con la actitud fría de un profesional.
– Pon el coche en marcha.
Por mucho que deseara aprender, Linda volvía a estar nerviosa otra vez. Respiró y se frotó las manos sudorosas en los muslos. El coche cobró vida en cuanto giró la llave.
– Nunca he conducido un coche tan grande.
– Empieza intentando avanzar. Acelera un poco.
El pedal era muy sensible. Linda creía estar siendo delicada, pero el coche avanzó bruscamente hacia delante. Pisó el freno con fuerza y ambos salieron lanzados hacia el parabrisas.
– Maldita sea -musitó Emmett-. Ve más despacio, ¿vale?
– Eso intento.
– Hazlo otra vez. Y recuerda que apenas hay que acelerar.
– Muy bien -Linda tomó aire y volvió a pisar el pedal.
En aquella ocasión, consiguió avanzar prudentemente hacia delante.
– Bien -musitó Emmett-. Ahora intenta rodear el perímetro del garaje. No hay ningún objeto del que tengas que preocuparte, salvo ese poste de en medio.
No debería haber dicho eso. Fuera cual fuera la función de aquel poste, de pronto parecía haberse convertido en un imán. Linda giraba alrededor del aparcamiento en círculos cada vez más pequeños y, aunque intentaba ampliar el radio, cada vez más cerca de aquella enorme pieza de metal.
– No lo estoy haciendo tan mal -dijo, mirando a Emmett de reojo.
– Mira adelante, ¿de acuerdo? No me mires a mí.
Linda elevó los ojos al cielo, pero continuó conduciendo, intentando ignorar la tensión de su acompañante. Pero le vio hacer una mueca de terror cuando consiguió evitar, una vez más, el poste. Frenó bruscamente y le encantó ver la cabeza de Emmett golpeándose con el reposacabezas.
– Mira, si no quieres enseñarme a conducir, no me enseñes, pero no soporto verte aterrado pensando que voy a chocarme con el primer objeto inanimado que se cruce en mi camino.
– Sólo estoy un poco tenso.
– ¡No podrías estar más tenso!
Emmett musitó algo ininteligible.
– ¿Has dicho algo sobre las mujeres al volante?-le preguntó Linda, furiosa.
– No he dicho nada de eso. Lo que he dicho es que me estás volviendo loco, que es muy distinto.
– ¿Ah, sí?-se cruzó de brazos indignada.
– Sí, sí -imitó su gesto-. Según tú, estoy juzgando a todas las mujeres que conducen. Pero el problema…
– Es que sea yo la que está detrás del volante.
– No, el problema eres tú en general -suspiró-, tras el volante, en la colchoneta, en la cocina, en el dormitorio… Me pones tenso estés donde estés.
– ¿Ah, sí?
– Te deseo cada minuto del día y estoy librando una batalla perdida para no hacer algo al respecto.
Linda lo miró como si se hubiera vuelto loco.
– Así que realmente te enloquezco.
– Por lo menos algo ha quedado claro durante esta clase de conducir.
– No sé por qué me has hecho esperar tanto tiempo -musitó Linda.
Emmett la vio aparcar el coche y apagar el encendido.
– ¿Esperar para qué?
Linda se abalanzó hacia él y se sentó en su regazo, empujándolo contra la puerta. Le rodeó el cuello con los brazos y Emmett oyó el inconfundible clic del cinturón de seguridad al ser desabrochado.
– Espera, espera.
La agarró de la cintura para levantarla, pero no pudo hacerlo, porque la cadera de Linda estaba acariciando ya su firme erección.
– He estado esperando por nada -dijo Linda, rozándole la mejilla con la melena.
El beso comenzó con dulzura. Emmett no creía que Linda fuera capaz de hacer nada sin aquella dulzura que lo abrasaba. Y en aquel instante, no se le ocurrió un solo motivo por el que no debiera besarla. Hundió la lengua entre sus labios y deslizó las manos por su cintura hasta alcanzar sus senos.
Y le encantó el gemido que escapó de su garganta. Le acarició los pezones con los pulgares. Y ella deslizó los dedos por su nuca; unos dedos que Emmett sintió tensarse en el momento en el que localizó el primer botón de su camisa.
– ¿Emmett?
No había nadie cerca, pero desde que había salido del edificio de Fortune TX, Emmett tenía la sensación de que alguien lo observaba. Por un instante, se arrepintió de haber dejado sus armas en el armero de Ryan antes de mudarse a casa de Linda. Estaba convencido de que lo habían seguido aquella tarde a casa, de que no lo habían seguido a aquel aparcamiento y de que no podía esperar ni un segundo más para hacer el amor con Linda.
– Chss, cariño, tranquila. Te gustará, te lo prometo.
Le abrió la camisa para descubrir el sujetador casi transparente que llevaba debajo. Y tardó sólo unos segundos en desabrocharle el cierre delantero y bajarle los tirantes.
Desnuda hasta la cintura y sentada en su regazo, Linda lo miró con aquellos enormes ojos azules. Emmett sonrió mientras deslizaba la mirada por su bello rostro; la bajó después hasta su cuello. Los pezones estaban a sólo un paso de allí y los vio endurecerse bajo la presión de su mirada.
– Hace mucho calor -susurró Linda.
– Sí, lo sé.
Comenzaba a anochecer, pero al haber apagado el encendido, se había apagado también el aire acondicionado del coche. Emmett presionó el botón de las ventanillas y una brisa cálida se filtró en el coche.
– ¿Ya estás mejor, cariño?-le preguntó a Linda con voz ronca.
Linda sacudió la cabeza; la melena descendía en cascada por sus hombros y ocultaba sus senos.
– Tengo más calor todavía.
– Yo te ayudaré.
Alzó con el dedo las puntas de su melena para descubrir los pezones erguidos. Se inclinó hacia delante y deslizó la lengua por la tensa cumbre de su seno izquierdo.
Linda gimió.
Emmett alzó la cabeza y sopló suavemente sobre la húmeda punta. Linda, a horcajadas sobre él, tensó los muslos. Y, sabiendo lo que necesitaba, Emmett bajó la cabeza hacia el otro seno, lamió el pezón y volvió a soplar.
– Emmett…
– Estoy aquí, cariño.
– No tengo suficiente -se le quebró la voz-, quiero más.
Emmett sonrió para sí. También él necesitaba más. Pero aquello era delicioso. Deslizó los pulgares por las húmedas puntas y Linda echó la cabeza hacia atrás.
Emmett volvió a besarle los senos; tomó uno de ellos con los labios mientras acariciaba el otro con los dedos. Linda se mecía en su regazo, rozando su erección con el vértice de sus muslos. Emmett la agarró de las caderas.
– Tenemos que volver a casa -le dijo con la voz descarnada por el deseo-. Tenemos que esperar hasta que lleguemos a casa.
Pero Linda continuaba meciéndose sobre él.
– No puedo esperar, Emmett.
– Sí, sí puedes.
Ambos podrían. Eran adultos. Tenían camas, y una casa entera para disfrutar del sexo a sólo unos minutos de allí.
– No me hagas esperar.
Emmett gimió y volvió a tomar los pezones con los dedos, aplicando justo la fuerza necesaria para provocarle un inmenso placer.
– De acuerdo, cariño, de acuerdo.
Sintió el calor de Linda contra sus genitales, tomó uno de los pezones con la boca y succionó. Linda volvió a gemir; el movimiento de sus caderas era cada vez más salvaje. Y el fuego del deseo corría por la sangre de Emmett.
Jamás había estado con una mujer que fuera tan abierta en sus respuestas. Que no se reservara nada. Y resultaba tan condenadamente seductor…
Linda se aferró a su camiseta y comenzó a tirar de ella.
– Quítatela…-le suplicó.
– No, no tengo por qué quitármela.
Emmett miró a su alrededor. No había nadie en el aparcamiento vacío, pero estaba intentando mantener el control y sabía que sentir la caricia de Linda sobre su piel desnuda daría al traste con sus buenas intenciones.
– Emmett, por favor…-la ronca súplica de su voz fue su perdición.
Se agarró él mismo la camiseta y se la quitó por encima de la cabeza.
Con un pequeño suspiro, Linda se presionó contra su torso. Emmett gimió. Aquello no estaba bien. El corazón le latía salvajemente contra el pecho y el calor sedoso de la piel de Linda estaba encendiendo fuego en la suya.
Posó las manos en su cintura para hacerla incorporarse, pero en ese mismo instante Linda se apoderó de sus labios con otro de sus besos. Emmett hundió la lengua en su boca, ella la succionó con fuerza y él estuvo a punto de llegar allí mismo al orgasmo. Había perdido el control. Ya no podía soportarlo más.
Se desabrochó la cremallera del pantalón con manos temblorosas y liberó su sexo erguido y más que dispuesto a hundirse en el tierno centro de su cuerpo. Hacia allí lo dirigió con una mano mientras posaba la otra en su hombro. Pero cuando estaba a sólo unos centímetros del paraíso, se quedó paralizado.
– No pares ahora -le suplicó Linda.
– Cariño, no tengo preservativos.
– ¿No tienes preservativos?
– No.
– Desde que llegué al centro de rehabilitación -le explicó jadeante-, estoy tomando la píldora. Pensaban que era lo mejor. Además, me han hecho todos los análisis que se le puede hacer a un ser humano.
– Y a mí también, pero no deberías hacer caso a un hombre en esta situación, cariño. Podría estar mintiéndote, podría no importarle hacerte daño.
– ¿Me estás mintiendo, Emmett? ¿Vas a hacerme daño?
– No.
– Entonces ámame, Emmett.
Emmett gimió y dejó que Linda volviera a colocarse sobre él, postergando las preocupaciones para más adelante. En aquel momento, lo único que le importaba era sentir la perfección absoluta de su cuerpo rodeando el suyo. Aquél no era momento para controlarse. Era el momento de Emmett y Linda, desnudos el uno para el otro. Vio la admiración brillando en sus ojos y oyó el grito con el que acompañó el clímax. Y él la siguió.