Capitulo 4

A la mañana siguiente, Emmett estaba sentado a la mesa de la cocina, con una taza de café en la mano. Había pasado la noche sin dormir por culpa de la llamada de Jason. Iba por él, le había dicho. Como si fuera a quedarse esperándolo.

Jason no le daba miedo. Pero no había duda de que era un hombre inteligente y Emmett tenía otras cosas en las que pensar, además de en él mismo. Sin embargo, Jason no tenía la menor idea de dónde residía en aquel momento y jamás se le ocurriría buscarlo en la casa de invitados de los Armstrong. Jason no sabía siquiera de la existencia de aquella pareja, y tampoco sabía nada de Ricky y de Linda.

Pero, maldita fuera, la verdad era que hasta entonces él tampoco había hecho nada. Al ocuparse de Linda estaba desatendiendo la promesa de llevar a Jason ante los tribunales. Su hermano iba por él y aquello no le gustaba.

– Buenos días.

Alzó la mirada hacia Linda que, aún somnolienta, entraba en aquel momento en la cocina con una bata y la marca de la almohada en la mejilla.

Emmett gruñó algo en respuesta y se aferró a la taza mientras el deseo se disparaba de nuevo en su interior.

Linda entrecerró los ojos y se apartó un mechón de pelo de la cara.

– Eres Emmett Jamison, ¿verdad?

¿Sería otro síntoma de su lesión o estaría bromeando?

– La última vez que lo comprobé, era yo.

– Sí, eso me ha parecido, pero tu forma de saludarme me ha hecho dudar.

– ¿Mi forma de saludarte?

– Sí, ese gruñido tan alegre con el que me has dado los buenos días.

– Oh, lo siento -definitivamente, estaba bromeando.

– No, no tienes por qué disculparte. Yo tampoco suelo despertarme de muy buen humor. Después de salir de… mi situación, me encontraba muchas veces confundida ante un rostro nuevo y desconocido. De modo que aprendí a adivinar si era una persona conocida por la calidez de su respuesta. Y la tuya me ha hecho pensar que eres un completo desconocido.

Era curiosa la capacidad que tenía Linda para hacerle sonreír y sentirse culpable al mismo tiempo. Y se sintió más culpable todavía cuando vio que Linda tenía la mirada fija en la cafetera vacía.

– Déjame prepararte un café -le dijo, y comenzó a levantarse.

– No, no. Yo sé prepararme un café. Ensayé en el centro de rehabilitación. Era como un jardín de infancia, ¿sabes? Jugábamos a las casitas para aprender a hacer las cosas más sencillas.

Comenzó a preparar el café, pero en el momento en el que abrió la cafetera y se encontró con el filtro lleno de posos, se quedó mirándolo fijamente.

Al igual que el día anterior en el supermercado, Emmett percibía la confusión que irradiaba su cuerpo. Estaba tensa, con los hombros rígidos. Y Emmett sintió un extraño dolor en el pecho al verla. Estaba a punto de levantarse cuando Linda le pidió con voz tensa:

– Recuérdame lo que tengo que hacer.

Emmett soltó silenciosamente la respiración que estaba conteniendo involuntariamente.

– Tira los posos y el filtro a la basura, que está debajo del fregadero -le indicó-. Los filtros limpios los dejamos en ese tarro que está al lado del molinillo.

Linda cruzó hasta el fregadero y Emmett sintió una inmensa alegría cuando la vio tirar el filtro antiguo y regresar a la cafetera con el nuevo.

– Lo sabía -le indicó Linda mientras colocaba el filtro-, sabía que había que tirar los posos, pero en el centro sólo practicábamos con cafeteras limpias y este tipo de cosas se me olvida. Soy consciente de que hay algo que debería hacer, pero no recuerdo el qué.

Conmovido por sus palabras, Emmett dijo lo primero que se le ocurrió:

– Admiro que seas capaz de pedir ayuda. No debe de ser fácil.

– No es fácil -terminó de preparar la cafetera y la encendió-. No quiero necesitar ayuda ni admitir que la necesito. Pero hasta que adquiera un poco de práctica, es la única manera de sobrevivir.

Se acercó al horno y puso el temporizador en funcionamiento.

– Son pequeñas estrategias. Así es como consigo sobrevivir. Una de mis estrategias es usar el temporizador del horno. Sé que necesito cinco minutos para hacer un café. Si no fuera por la alarma, podría quedarme aquí esperando todo el día. A menos que lo hubiera apuntado en mi libreta, otro de mis apoyos favoritos.

La naturalidad con la que lo explicaba también era digna de admiración. Aquella mujer no estaba pidiendo compasión.

De modo que, ignorando el dolor de su pecho, Emmett volvió a gruñir algo y leyó la sección del periódico que tenía ante él. No alzó la mirada hasta que sonó la alarma del horno y Linda volvió a la mesa para llenar las tazas.

– Gracias.

– Eso tendría que decirlo yo -contestó Linda-. Soy consciente de que a causa de lo que me ha ocurrido, no he sido muy agradecida, pero ésa es otra de las habilidades que poco a poco voy adquiriendo.

– Tu no…

– Claro que sí, Emmett, estoy agradecida. A ti, a los Armstrong… No sé cómo podré devolveros todo esto…

– Linda…

– No me digas que estoy equivocada, mi cerebro no está tan mal.

– Espera un segundo…

– Oh, vamos…

– Pero…

– Emmett, ¿qué puedes sacar tú de esta situación?

– ¿Aprender a meter baza en una conversación cuando estoy compartiendo la mesa del desayuno con una mujer?

Linda lo miró con sus enormes ojos azules por encima del borde de la taza y, casi inmediatamente, se echó a reír.

– Estoy segura de que no necesitas practicar cómo enfrentarte a las mujeres cuando estás compartiendo con ellas la mesa del desayuno. Seguro que tienes mucha experiencia.

Emmett se inclinó hacia delante para mirarla con atención.

– Además de mi madre, tú podrías ser la primera mujer con la que la he compartido.

– ¿No estás casado? ¿Ni divorciado?-preguntó Linda sorprendida.

– Nunca me he casado ni me he prometido.

– ¿Y has tenido amantes?

– Claro que he tenido amantes.

– Ah…-sonrió-. Pero no relaciones largas. Nadie con quien desear compartir el dormitorio o el desayuno.

– Soy un tipo solitario. Siempre lo he sido.

– ¿Cuántos años tienes?

– Treinta y uno.

– Ah -apoyó un codo en la mesa y se inclinó hacia él-. Soy mayor que tú. A lo mejor puedes aprender algo de mí.

Como, por ejemplo, a controlar el deseo que le estaba haciendo arder por dentro. Al hacer aquel gesto con el brazo, la bata se le había abierto, dejando al descubierto la sedosa piel de su escote. Linda le sonreía y él podía oler su fragancia. Maldita fuera, la misma fragancia que lo hacía enloquecer cada vez que entraba en una habitación en la que hubiera estado ella. Intentando controlarse, echó la silla hacia atrás y se levantó. Linda lo imitó.

– ¿Emmett?-le preguntó, con el ceño fruncido.

Emmett decidió que era preferible estar solo.

– ¿Emmett?-volvió a preguntar Linda.

Emmett se pasó la mano por el pelo.

– Mi hermano…

De repente, le urgía decírselo. Decirle que la promesa de encontrar a su hermano estaba por encima de todo, que era la única manera de mantener a todo el mundo a salvo. Quería dejar aquella casa y salir en su búsqueda. Linda encontraría a otra persona, a alguien más amable y alegre que él, alguien menos libidinoso que la ayudara a hacer el café, a hacer la compra y a no ponerse nerviosa por no saber cómo relacionarse con su hijo.

Linda posó la mano en su brazo.

– ¿Estás preocupado por él? Esta noche te he oído moverte por la casa. Estás nervioso por Jason, ¿verdad?

Emmett bajó la mirada hacia los dedos pálidos que descansaban sobre la piel de su antebrazo. Odiaba que Jason lo controlara. Y, en aquel momento, estaba también a merced de Linda. No había forma de negarlo.

Quería ser el único para ella. Al menos hasta que estuviera preparada para enfrentarse de nuevo a la vida. Sólo hasta entonces.

Se descubrió a sí mismo cubriendo su mano.

– No quiero pensar en él -dijo, dándose cuenta de que también eso era cierto-. Sólo quiero besarte.

Inclinó la cabeza en busca de otro beso. Y, en aquella ocasión, no le importó perder el control.


Con una cuchilla desechable en la mano, Jason Jamison, alias Jason Wilkes, le sonrió al reflejo que le devolvía el espejo agrietado del cuarto de baño de un motel barato, situado en una población cercana a Red Rock. Aunque estaba acostumbrado a mayores lujos, saber que aquella mañana su hermano Emmett se estaba atormentando preguntándose por su paradero era un auténtico placer.

Un solitario y un perdedor, eso era Emmett. Su otro hermano, Christopher, tampoco había tenido la verdadera visión de los Jamison. Jason odiaba la bondad de Christopher desde que eran niños y también desde entonces, había ignorado a Emmett. Pero después de haberse quitado a Christopher de en medio, tenía al estúpido de Emmett en su punto de mira. Y Jason era un gran tirador.

Ésa era una de las muchas cosas que le había enseñado su abuelo, Farley Jamison.

La otra era cómo los Fortune habían estafado a los Jamison. Años atrás, Kingston Fortune, medio hermano de Farley, se había negado permitir que Farley entrara en la escena política de Texas. El abuelo de Jason jamás había superado esa gran decepción y, tras su muerte, Jason había prometido vengarlo. Jason se pasó la cuchilla por la mejilla cubierta de espuma. Aunque la operación de cirugía estética a la que se había sometido tras un accidente sufrido cuando tenía poco más de veinte años le había hecho perder los rasgos de los Jamison, a él nunca le había importado.

Su padre y sus hermanos eran hombres débiles que no tenían su talento para conseguir todo lo que él había conseguido.

Dos millones de dólares. Un pasaporte falso. Tarjetas de crédito robadas. Todo lo que un hombre podía necesitar para salir de Texas y comenzar una nueva vida. Le había hecho pasar un mal trago a Ryan Fortune durante sus últimos meses de vida secuestrando a Lily. Una mujer a la que aquel viejo estúpido quería más que a sí mismo.

Jason nunca había cometido ese error. Por eso no le había resultado difícil matar a Melissa, su novia. Cuando Melissa le había dicho que sería un perdedor como su abuelo, Jason la había estrangulado con sus propias manos. Y se alegraba, maldita fuera, de que no estuviera allí para no tener que compartir con ella los beneficios de su ingenio.

En cuanto se deshiciera de Emmett, ya no quedaría nada que lo separara de su brillante futuro.

Su muerte no formaba parte del plan original, pero un hombre brillante tenía que ser flexible. Y decidido.

Emmett lo irritaba, de modo que tenía que morir. Y Jason no iba a marcharse de Texas hasta que no hubiera llevado a cabo aquella última tarea.


Hoy es lunes. Tienes que comer con Nancy en la casa principal a las doce. Y evitar a Emmett. Con su beso estuvo a punto de hacerte entrar de nuevo en coma hace dos mañanas.

No quieres que Nancy sepa lo mucho que tienes que esforzarte todavía para superar las consecuencias de la lesión.


Linda miró la libreta por última vez y la cerró. Tomó aire, salió del dormitorio y corrió hacia la puerta. Oyó el característico sonido de la máquina de abdominales y se alegró de poder saber dónde estaba Emmett exactamente. No quería volver a llevarse otra sorpresa al verlo aparecer y tener que guardar la compostura delante de Nancy. Nan, se corrigió a sí misma, utilizando la abreviatura que Ricky le había asignado.

Linda quería que Nancy viera que estaba mejorando.

La cocinera de los Armstrong le permitió pasar por la puerta trasera y desde allí la guió hasta el saloncito en el que Nancy la esperaba, sentada frente a unos enormes ventanales que daban al jardín y ante una mesa dispuesta para dos personas.

– Aquí estás -Nancy le dirigió una sonrisa radiante y se levantó para abrazarla.

– ¿Llego tarde?-Linda la besó y ambas se sentaron.

– No, no, pero estaba deseando saber cómo estás.

– Maravillosamente. La casa de invitados es muy cómoda, muy acogedora.

– ¿Y Emmett? ¿Qué tal os lleváis?

– ¿Emmett?-la mención de su nombre hizo aparecer su imagen en su cerebro.

Le había parecido duro y sombrío cuando, dos mañanas atrás, había coincidido con él en el pasillo. Pero después, la había hecho sonreír y más adelante…

– ¿Linda?

Linda la miró sobresaltada.

– ¿Qué?

– Te he preguntado por Emmett y pareces perdida en tus pensamientos.

Linda se sonrojó violentamente. Sus pensamientos se dirigían hacia un terreno peligroso. Otra de las consecuencias de la lesión era que le resultaba difícil concentrarse.

– Emmett está bien -contestó, mirando a Nancy a los ojos-. El viernes me llevó al supermercado y a buscar a Ricky al colegio.

– Sí, ya me he enterado -contestó Nancy, palmeándole el brazo-. Le dije a tu hijo que debería haber dejado que lo trajeras a casa.

Su hijo. Ricky. Tenía que mejorar para él. Tenía que aprender a ser fuerte, a ser una persona completa, porque su hijo era responsabilidad suya. Aunque no lo quisiera. Aquel pensamiento se filtró en su cerebro y no fue capaz de sofocarlo. El amor hacia su hijo llegaría con el tiempo, igual que volvería a aprender a conducir y a hacer todas las cosas que tenía que aprender una vez había recuperado la conciencia. Los ojos se le llenaron de lágrimas y desvió la mirada para ocultárselas a Nancy.

– Linda, cariño…

Pero en aquel momento entró la cocinera con una bandeja con dos cuencos humeantes de sopa. Linda aprovechó la interrupción para recobrar la compostura. Y, mientras comía la deliciosa sopa de pollo, recuperó el optimismo que sólo una sopa casera podía proporcionar. Algunas cucharadas después, le sonrió a Nancy desde el otro lado de la mesa.

– ¿Y tú cómo estás? ¿Irás mañana a jugar al bridge?

– No, iré el miércoles. Mañana es martes, y tengo trabajo voluntario en clase de Ricky -Nan bajó vacilante la mirada hacia su cuenco-. ¿Querrías…?

No. Nancy iba a pedirle que la acompañara. Iba a pedirle que hiciera el papel de madre de Ricky en el colegio. Tenía que cambiar de tema, evitar la pregunta, pensó desesperada.

– ¿Qué sabes de Emmett?

– ¿De Emmett?

Una vez más, volvió aparecer su imagen en su cerebro. Emmett la había besado en la cocina. Y había sido agradable sentir aquel contacto humano. Eso era todo, sí. Pero para ella había sido mucho más. La textura de sus labios contra su boca le había provocado un agradable cosquilleo que había descendido hasta llegar a sus pezones y se había deslizado después hasta sus muslos.

Y luego había experimentado lo que en rehabilitación llamaban una avalancha emocional; de pronto se había visto envuelta en un mar de sentimientos.

– ¿Linda?

Se volvió bruscamente hacia Nancy. Tenía que disimular, se recordó. No podía permitir que se diera cuenta de lo lejos que estaba todavía de su completa recuperación.

– Lo siento, quería preguntarte qué sabías de… del hermano de Emmett. De Jason.

– Jason, ¿por qué me preguntas por él?

Porque le parecía un tema seguro. Desde luego, mucho más seguro que hablar de Ricky o del propio Emmett.

– Salió en una conversación que tuve con Emmett. Recordaba que él era uno de los que había secuestrado a Lily hace unos meses, pero no recordaba los detalles de lo ocurrido.

– Ésta es una de esas historias tristes que no hay forma de explicar. ¿Cómo puede llegar una persona a ser tan terrible, a causar tantos estragos?

– ¿Hizo algo más que secuestrar a Lily? Emmett me contó que había cometido algunos asesinatos. Y que Ryan era pariente lejano suyo. ¿Por eso secuestró a Lily?

– La relación entre los Jamison y los Fortune es una de esas historias que seguramente más de una familia esconde bajo la alfombra. Ryan nos habló de ella a Dean y a mí antes de su muerte y, aparentemente, es una historia que el propio Jason Jamison también conocía y retorció de tal manera en su mente que terminó convirtiéndose en el motor de sus crímenes.

– ¿Cuál es exactamente la relación entre los Jamison y los Fortune?

– Kingston Fortune, el padre de Ryan.

Y el abuelo de Ricky, pensó Linda. Cameron, el padre de Ricky, era el hermano de Ryan y, por lo tanto, otro de los hijos de Kingston Fortune.

– Continúa.

– En Iowa, durante los primeros años del siglo veinte, Travis Jamison, perteneciente a una adinerada familia, dejó embarazada a una joven. Tuvo que salir del estado antes de saber siquiera que la chica estaba embarazada y la desgraciada madre dejó al pequeño en manos de una familia del condado, los Fortune, que fueron quienes le dieron a Kingston su nombre y su apellido. Fue él quien fundó el imperio Fortune aquí en San Antonio y en la zona de Red Rock.

– ¿Y fue él quien volvió a poner a los Fortune y a los Jamison en contacto?

– La hermana de Travis Jamison descubrió la relación. Travis se casó y tuvo dos hijos, murió en mil novecientos treinta. Pero Bonnie, su hermana, adoraba a sus sobrinos, Joseph y Farley. Farley estudió Derecho y se inició en el mundo de la política. Tuvo tres hijos, ninguno de los cuales tuvo nunca tanta ansia de fortuna. Perdió unas elecciones importantes y fue entonces cuando Bonnie le habló de que había descubierto un pariente cuyo paradero nunca habían sabido. Era Kingston Fortune, un hombre con suficiente dinero e influencia como para abrirle a Farley una carrera política en Texas.

El cuenco de Linda ya estaba vacío. Alargó la mano hacia la cesta de los panecillos.

– ¿Y Kingston ayudó a Farley?

Nan negó con la cabeza.

– Ni siquiera llegó a conocerlo. Y cuanto menos dispuesto se mostraba Kingston a colaborar, más se obsesionaba Farley con él. Terminó viviendo en una cabaña en Houston, despotricando de los Fortune de Texas ante todo aquél que quisiera oírlo y, particularmente, ante sus nietos.

– Ante Jason.

– Exacto. El hijo de Farley, Blake, tuvo tres hijos: Christopher, Jason y Emmett. Christopher era profesor…

– Y Emmett es agente del FBI.

– Y Jason…-Nan se encogió de hombros-, en mi juventud, nos referíamos a ese tipo de personas diciendo que eran una mala semilla.

– ¿Qué quería Jason de los Fortune?

– Los periódicos comentaban que arruinar a Ryan Fortune como venganza por no haber ayudado nunca a su abuelo. Pero, ¿quién sabe? La cuestión es que su hermano Christopher lo siguió hasta Texas con la esperanza de disuadirlo y Jason lo mató.

– ¿Mató a su propio hermano?-preguntó Linda estupefacta.

– Exacto. Tiró el cadáver al lago Mondo. Cuando lo recuperaron, descubrieron que tenía una marca de nacimiento en la cadera derecha, propia de los Fortune de Texas.

– ¿También la tiene Ricky?

– Sí, también la tiene él. Cuando identificaron el cadáver, fue Blake Jamison, el padre de Christopher Jamison, el que le puso al tanto a Ryan de las circunstancias del nacimiento de Kingston Fortune.

– ¿Y cómo descubrió la policía que había sido Jason el que había matado a Christopher?

– Hace seis meses, lo detuvieron por haber matado a su novia. Una periodista fue testigo del asesinato. Fue entonces cuando se descubrió su verdadera identidad y su relación con el asesinato de Christopher. Desgraciadamente, Jason escapó cuando lo estaban trasladando de prisión y al poco tiempo secuestró a Lily. Aunque un equipo del FBI rescató a Lily, él consiguió escapar con dinero del rescate, matando a un policía en el proceso.

– ¿Emmett formaba parte de ese equipo?

– Sí, él tiene más ganas que nadie de atrapar a su hermano.

– ¿Y si… y si lo hieren? ¿O si…?

Volvió a inundarla una peligrosa avalancha de sentimientos. Preocupación, miedo y una tristeza que era absurdo sentir por un hombre que todavía estaba vivo. Por un hombre al que apenas conocía. Intentó evocar sentimientos buenos, pero no era capaz de controlarse. Temblaba de la cabeza a los pies y sentía el escozor de las lágrimas en los ojos.

– Nan, yo…-tragó saliva, intentando endurecer la voz para poder expresar una excusa.

Cualquier excusa que le permitiera marcharse de esa casa y alejarse antes de que Nancy pudiera pensar que la recuperación de Linda era, como poco, dudosa.

– ¡Ricky!-exclamó Nancy risueña en aquel momento-. Ricky está en casa. Mira, está allí, en el jardín.

– ¿Ricky? Pero si sólo es la una.

– Hoy sólo tiene clase por la mañana -contestó Nan, mirando por la ventana-. Crece de un día para otro, ¿no te parece?

Linda fijó la mirada en su hijo. Sí, suponía que estaba más alto que antes. Y también tenía las piernas y los brazos más largos. Era un niño muy guapo. Su hijo.

Apenas podía soportar pensar en ello. La avalancha de sentimientos que había estado conteniendo amenazaba con romper las compuertas. Cerró los ojos con fuerza, tomó aire y los abrió.

Y de pronto vio a Ricky mirando sonriente a un hombre de pelo oscuro, a Emmett, que acababa de llegar junto a él y le estaba revolviendo el pelo con un gesto amistoso, tierno y… perfecto. Eran tantos los sentimientos que la asaltaban que cada vez le resultaba más difícil identificarlos. Preocupación, compasión, inseguridad, miedo.

Su hijo sin padre. Emmett con una familia destrozada…

– Linda, querida -Nan le tendió una servilleta-, estás llorando.

Linda se llevó la mano a la cara y desvió la mirada.

– Lo siento, es por culpa de la lesión. Las llaman avalanchas emocionales. Me gustaría no sentir con tanta intensidad, pero no puedo evitarlo.

Nan le sonrió.

– No te sientas presionada, Linda. Nadie espera que seas nada más de lo que eres.

– Pero…

– Pero necesitas recordar que te queremos y que siempre te querremos. Aunque me temo que no me creo que sea ése el motivo de tus lágrimas.

Linda se secó con la servilleta las últimas lágrimas.

– Emocionarse con una historia trágica o al ver a tu hijo bajo la luz del sol no tiene que ver con una lesión cerebral, sino con el hecho de ser una mujer -continuó Nancy.

Ser una mujer. Linda desvió la mirada hacia la ventana justo en el momento en el que Emmett estaba mirando al interior. Linda volvió a sentir entonces sus labios sobre los suyos, la fuerza de su mano en el hombro.

Y pensó preocupada que lo de ser una mujer jamás podría superarlo.

Загрузка...