Capítulo 1

La casa del rancho estaba repleta de flores, mesas llenas de comida y una barra con un gran surtido de alcohol. Todo lo necesario para celebrar una gran fiesta, pensó Emmett Jamison desde el rincón en la que permanecía. Eso, en el caso de que el invitado de honor no hubiera muerto.

– No puedo creer que haya muerto -oyó decir a una mujer de pelo cano-. Me cuesta asimilar que Ryan Fortune esté muerto.

Emmett cerró los ojos. Él también preferiría no creerlo. Pero a Ryan Fortune le habían diagnosticado un tumor cerebral y, a pesar de su vitalidad, esa misma mañana su familia y sus amigos habían esparcido sus cenizas por aquellas tierras que adoraba, en el rancho Doble Corona.

A Emmett no le había sorprendido la tragedia. Hacía muchos meses que había perdido el optimismo y la esperanza. No esperaba finales felices. Estaba empezando a acostumbrarse a los entierros.

– ¿Pretendes dedicarte a las pompas fúnebres?-le susurró una voz al oído-, porque tienes la expresión ideal para ello.

– A mí no me molesta tu horrible cara -contestó automáticamente-, así que a ti no debería molestarte la mía.

Aquél no era un insulto fuerte, y menos cuando iba dirigido a su primo, Collin Jamison, que, por lo que todo el mundo decía, era una versión con algunos años más del propio Emmett. Ambos eran hombres altos de complexión atlética, cuya condición física les permitía conservar su trabajo… y su vida. Ambos tenían el pelo oscuro y lo llevaban muy corto, al estilo militar, y los ojos castaños de Collin eran sólo algo más claros que los ojos verdes de Emmett.

– No me molestas, me preocupas. Vuelves a tener esa expresión de estar deseando escapar a las montañas.

Emmett hundió las manos en los bolsillos de los pantalones. Se había refugiado en las montañas de Sandia de Nuevo México tras el entierro de su hermano Christopher y después del trágico final de uno de los casos en los que estaba trabajando como agente del FBI. Allí había intentado poner fin a su último dolor y a todos los anteriores con tequila barato y grandes dosis de soledad. Pero ninguna de las dos cosas había durado lo suficiente. Cuando su padre le había dado la noticia de que Jason, su otro hermano, era el responsable de la muerte de Chris y había escapado de la cárcel, Emmett había vuelto a Texas.

– Cuando mi padre fue a buscarme a Nuevo México, me quitó las llaves de la cabaña y amenazó con quemarla. Así que de momento no voy a volver.

– Estupendo -respondió Collin-. No he visto al tío Blake y a la tía Darcy, ¿están aquí?

– No, yo soy el único representante de los Jamison. Mis padres no se sentían cómodos viniendo, teniendo en cuenta que fue su hijo el que secuestró a la mujer de Ryan hace un par de meses.

Precisamente había sido aquel secuestro el que había llevado a Collin a Red Rock, Texas. Emmett lo había llamado para que lo ayudara a liberar a Lily y a detener a Jason. Pero sólo habían conseguido llevar a cabo la mitad del trabajo.

Collin pareció leerle el pensamiento.

– Vamos a atraparlo, Emmett.

– Voy a atraparlo -lo corrigió Emmett-. Tú ahora tienes que concentrarte en Lucy. Pero pase lo que pase, no permitiré que mi hermano mate a nadie más.

El terrible historial criminal de Jason incluía un agente del FBI, la muerte de Melissa, su propia novia, y la de un vigilante que lo trasladaba de prisión.

– Aunque sea lo último que haga en este mundo, me aseguraré de que Jason pague por todo el daño que ha causado.

– Puedes volver a contar conmigo, y haz todo lo que puedas para meter a Jason tras las rejas, pero no a costa de tu corazón.

Emmett sacudió la cabeza al oírlo. Enamorarse de Lucy había hecho cambiar mucho a su primo.

– El amor te ha reblandecido. Tú ya sabes que no tengo corazón.

No le apetecía continuar hablando. Sin molestarse en poner ninguna excusa, se alejó de su primo, evitando las miradas de todos los que lo rodeaban. Al volverse en una esquina, estuvo a punto de chocar con el caballete que sostenía la enorme fotografía de Ryan Fortune.

«Marido, padre y amigo», habían impreso sobre la fotografía, «todos te queremos».

Emmett posó la mano en el borde del póster. Los ojos de Ryan parecían brillar como si tuvieran vida; de pronto, sintió un extraño calor en el hombro, como si Ryan estuviera posando allí su mano. ¿Para decirle algo, quizá? ¿Para recordarle algo?

Impulsado por aquella rara inquietud, salió rápidamente al vestíbulo y abrió la puerta al frío viento de abril. El cielo estaba tan negro como su humor y olía a lluvia, pero necesitaba aire fresco. Y, sobre todo, necesitaba estar solo. No necesitaba que nada le recordara todo lo que le debía a Ryan.

Querido por todos. Era la misma frase que habían grabado en la lápida de su hermano Chris.

Pero los últimos años le habían enseñado que aquellas frases no resolvían absolutamente nada. Ni hacían más fácil soportar la muerte. Ignorando el frío, se apoyó en una de las paredes de la fachada y fijó la mirada en los maceteros de cerámica que se alineaban frente a él. Algunas flores comenzaban a mostrar su rostro, pero eran las lluvias de abril las que las harían florecer en mayo.

Emmett se preguntó si entonces estaría todavía en Red Rock, pero inmediatamente admitió para sí que, incluso en el caso de que estuviera, quizá ni siquiera se fijaría en ellas.

Procedente de una de las esquinas del porche, llegó hasta él un suave tap-tap que le llamó la atención. Movido por la curiosidad, se acercó a los escalones para ver de dónde procedía.

Era un niño de estatura mediana, vestido con una chaqueta azul marino y unos pantalones de color caqui manchados de barro a la altura de las rodillas. Tenía entre los pies una pelota que lanzaba al aire en tres tiempos antes de dejarla caer para volver a empezar otra vez el ejercicio.

La mente de Emmett retrocedió tres meses atrás, cuatro quizá. Sí, había visto a ese mismo niño en Red Rock, sentado con una pareja mayor y una mujer rubia. Emmett sólo había visto a la mujer de espaldas, pero había podido percibir la tensión del niño.

Un golpe de viento revolvió el pelo del pequeño y arrancó algunas gotas de agua de las nubes. El niño alzó la cabeza y se estremeció, pero continuó jugando. Con el siguiente golpe de viento, comenzó a llover con más fuerza. Emmett retrocedió hasta la puerta de la casa y estuvo a punto de llamar al niño para que entrara pero, al final, se encogió de hombros. Diablos, aquel niño no era cosa suya. Él tenía otras prioridades.

Oyó entonces que se abría la puerta tras él.

– ¿Richard?-llamó una voz de mujer-. Richard, ¿estás ahí?

El niño agachó la cabeza y continuó jugando con la pelota a pesar de la lluvia. Emmett volvió a encogerse de hombros y se volvió hacia la puerta. Él quería aire fresco, no empaparse. Ya era hora de regresar al interior, expresarle a Lily sus condolencias y marcharse.

– ¿Richard?-la voz sonaba más cerca.

Apareció una mujer en una de las esquinas de la casa. Y en ese mismo instante, salió el sol.

Emmett se detuvo a media zancada, mientras los rayos de sol iluminaban a una mujer de rubia melena, vestida de blanco y con un cuerpo esbelto y delicado. Parpadeó asombrado. Aquella mujer era un ángel, una luz, una…

Una señal de que debía dormir más de tres horas por las noches, pensó disgustado. La mujer desvió la mirada de Emmett para fijarla en el niño:

– Richard…

– Ricky, ya te he dicho que quiero que me llames Ricky, Ricky y Ricky.

La mujer contrajo el rostro de tal manera que por un momento Emmett pensó que iba a llorar. Dio un paso hacia ella, impulsado por la repentina necesidad de consolarla, pero entonces ella cuadró los hombros y curvó los labios en una sonrisa.

– Bueno, Ricky, Ricky y Ricky, no deberías estar fuera con esta lluvia.

– Ya no llueve.

Fue Emmett el que lo dijo. E incluso a él le costaba creer que se hubiera entrometido en la conversación de dos desconocidos. Y más increíble le resultaba aquella extraña pulsión que lo empujaba a abrazar a la recién llegada. Definitivamente, necesitaba dormir más.

La mujer lo miró sorprendida y alzó la mirada hacia el cielo. La luz del sol bañaba sus facciones, iluminaba su piel clara, una nariz diminuta y una boca preciosa.

– Sí, supongo que tiene razón, ya no llueve -cerró los ojos y se meció ligeramente, como si hubiera perdido el equilibrio-. Qué sol tan agradable, ¿verdad?

Emmett no se molestó en contestar. Preguntó en cambio:

– ¿Quién es usted?

Inmediatamente fue consciente de que su pregunta debía de haber parecido hostil. Pero aquella mujer lo inquietaba y quería averiguar por qué.

Para su sorpresa, fue el niño el que contestó.

– Es Linda Faraday -dijo-. Y yo soy Ricky, su hijo. ¿Quién eres tú?

Linda Faraday. Y su hijo Ricky. A Emmett se le hizo un nudo en las entrañas. Se había olvidado de ellos desde la muerte de Ryan. Quizá eso explicara la inquietud que lo había asaltado al ver su retrato. Y quizá fuera ésa la razón por la que había reaccionado con tanta intensidad a aquella mujer: su subconsciente la había reconocido y recordaba la promesa que le había hecho a Ryan.

– ¿Quién eres tú?-insistió el pequeño.

Emmett tomó una bocanada de aire y miró a Linda Faraday a los ojos.

– Yo soy el hombre que va a cuidarla.

Una vez de vuelta en el interior de la casa, Emmett no perdió el tiempo. En vez de dedicarse a buscarla, preguntó a la primera persona con la que se encontró si había visto a la doctora Violet Fortune.

Esa persona le indicó dónde estaba y Emmett fue a buscarla al comedor, donde la encontró sirviéndose ensalada de fruta en un plato.

– Necesito que me dediques unos minutos -le dijo.

– Lo que necesitas es descansar más, sentirte menos culpable y hacer un par de comidas decentes. La consulta vale doscientos dólares. Puedes enviar el cheque a mi casa.

– Ja, ja, ja -ni siquiera sonrió-. Quiero hablar contigo sobre Linda Faraday.

– Oh, bueno, no soy su médica, y aunque lo fuera, no podría…

– Ryan te habló de ella, ¿verdad?

Durante más de una década, Linda Faraday y su hijo Ricky habían sido una fuente de culpabilidad para Ryan, por culpa del accidente de coche que había sufrido Cameron al conducir ebrio. Cameron murió en el accidente y Linda sufrió unas lesiones terribles. Ryan había mantenido la existencia de Linda en secreto, salvo para Lily y Violet. El día del accidente, Lily estaba ya embarazada del hijo de Cameron. Ese hijo era Ricky.

Violet asintió ligeramente.

– Hablé con Ryan en alguna ocasión sobre su situación, pero fue algo completamente confidencial y no sé si tengo derecho a…

– Entonces hablemos de las lesiones cerebrales -porque eso era lo que Linda Faraday había sufrido hacía años-, y hablemos de los comas, la rehabilitación y…

– De acuerdo, de acuerdo. ¿Y tenemos que hablar ahora mismo?-Violet le palmeó el brazo-. ¿Qué te parece si nos vemos en el estudio cuando se despierte Peter? Celeste está en casa, así que no pensamos quedarnos mucho tiempo.

Emmett esbozó una mueca. Celeste era la niña que Peter y Violet habían adoptado.

– Dile a tu marido que seré todo lo breve que pueda.

– Nunca has sido un hombre de conversaciones largas.

Lo cual quería decir que era extremadamente brusco. Pero a Emmett no le importó, y menos cuando Violet se reunió con él a los pocos minutos en el estudio.

– La última vez que estuve aquí, Ryan parecía ocupar más espacio que su enorme escritorio -musitó Emmett cuando Violet se sentó.

Violet le tendió una de las dos tazas de café que había llevado.

– Todos estamos intentando asimilar su muerte.

Pero Emmett pretendía hacer algo más; no podía devolverle la vida, por supuesto, pero podía atender la súplica que le había hecho.

– Traumatismos cerebrales -dijo sin más.

– Me encantan tus sutilezas, Emmett -replicó Violet con una mueca. Pero inmediatamente pareció compadecerse de él-. De acuerdo, dejaré de hacerte perder el tiempo. Traumatismos cerebrales -comenzó a decir-: Como bien sabes, son lesiones en el cerebro producidas por un agente externo. Son habituales en los accidentes de coche. El impacto hace que el cerebro choque con el cráneo y después vuelva a su lugar. Eso causa heridas en el cerebro, que posteriormente se inflama. Actualmente, las lesiones cerebrales son la principal causa de muerte entre estadounidenses menores de cuarenta y cuatro años.

Emmett absorbía las cifras, pero en aquel momento sólo le importaba una persona.

– ¿Todas las personas con un traumatismo de ese tipo entra en coma?

– No necesariamente, pero normalmente el tronco cerebral resulta dañado y eso produce un coma que puede durar algún tiempo.

– ¿Pero es normal que un coma se alargue durante años, Violet?

Violet pareció vacilar; ambos sabían que Emmett se estaba adentrando en el territorio específico de Linda Faraday, que había entrado en coma después del accidente. Al poco tiempo, los médicos habían descubierto que estaba embarazada. Había dado a luz sin salir del coma y había permanecido en ese estado hasta un año atrás.

– Lo menos habitual -dijo Violet por fin-, es que un paciente pueda recuperarse suficientemente bien como para llevar una vida independiente después de un coma tan largo. En el caso de Linda… Emmett, no me siento bien hablando de esto.

– Hablemos entonces de casos hipotéticos. Si un hipotético paciente entrara en coma…

Violet volvió a sacudir la cabeza.

– ¿Ella no estaba en coma?

– La definición técnica del coma es un estado de alteración de la conciencia en el que el paciente no puede abrir los ojos, no reacciona al dolor ni a las órdenes en general y no es capaz de pronunciar palabras reconocibles. De modo que consideraremos que, desde el momento en el que nuestra hipotética paciente pudo responder, hablar y reaccionar, ya no estaba en coma, aunque no hubiera recuperado del todo la conciencia. Hay personas que pueden permanecer en ese estado durante el resto de sus vidas.

– ¿Y qué es lo que puede hacer a una paciente de ese tipo recobrar plenamente la conciencia?

– Nadie lo sabe. Y, después de tantos años investigando, la única explicación que se me ocurre es… un milagro.

Emmett frunció el ceño. La palabra «milagro» no formaba parte del vocabulario de un agente del FBI.

– Ryan parecía pensar que Linda necesitaba algún tipo de ayuda. Y yo prometí ayudarla.

Violet abrió la boca, la cerró y suspiró.

– Muy bien. Linda. Hablemos de Linda. Ryan tenía razón, esa chica va a necesitar ayuda. Han pasado diez años desde que tuvo el accidente y el mundo ya no es el mismo que ella recordaba. Tampoco ella lo es. Durante la mayor parte de este año, ha estado en rehabilitación, recuperando viejas habilidades y adquiriendo otras nuevas, pero supongo que para ella no es fácil.

– Ryan quería que la protegiera.

– Muy propio de él, pero tendrás que averiguar si ella quiere que la protejan. Por lo que tengo entendido, irá a vivir a casa de Nancy y Dean Armstrong, la pareja que se ha hecho cargo de Ricky desde que nació.

– No me importa lo que ella quiera, se lo prometí a Ryan y es lo menos que puedo hacer por él.

– No creo que a ninguna mujer le guste que la consideren una obligación.

– No es ninguna obligación, es una…-necesidad.

Recordó entonces el rostro de Linda volviéndose hacia el sol y notó de nuevo el calor de la mano de Ryan en el hombro. Linda lo necesitaba y él iba a hacerse cargo de ella.

– Sencillamente -continuó-, es algo que sé que tengo que hacer ahora.

– En ese caso, espero que seas capaz de convencerla.


Linda consultó la agenda que tenía en la mesilla en cuanto se despertó. Leyó lo que había escrito la noche anterior para ayudarse durante la confusión que la asaltaba nada más despertarse.

Hoy es martes, día dos de mayo. Te han cambiado de dormitorio. Ahora estás alojada en el ala sur. Es por la mañana, así que tienes que levantarte, ducharte y vestirte. Después ir a desayunar. Para llegar al comedor, hay que girar a la izquierda.

Linda se estiró en la cama y alargó la mano hacia la ropa que había dejado preparada el día anterior. Unos pantalones de yoga, una camiseta y zapatillas deportivas. Tenía que ir a fisioterapia aquella mañana. Un año atrás, todavía estaba aprendiendo a caminar, pero ya estaban preparándola para abandonar el centro.

La ansiedad le aceleró el corazón al pensar en ello. Ignorando aquel sentimiento, se dirigió al cuarto de baño. Se sentía muy cómoda en el centro de rehabilitación, pero su psicólogo le había asegurado que ya estaba preparada para volver al mundo.

Pero cuando volviera al mundo tendría que iniciar una nueva vida. Una vida autónoma… Bueno, todo lo autónoma que podía ser una vida de la que formaba parte un niño de diez años, su hijo, Richard. Ricky.

Pensó en él y asomó a sus labios una sonrisa mientras se metía en la ducha. Aquel niño la asustaba, sí, pero también era capaz de hacerla sonreír. Cerró las manos alrededor del jabón y comenzó a acercarlo a su cuerpo.

Y se quedó paralizada.

– Maldita sea, maldita sea -musitó, dejando bruscamente el jabón en su lugar.

Se quitó rápidamente el camisón que se había puesto la noche anterior y que, obviamente, estaba empapado.

Aquel pequeño error le puso de un humor tan pésimo que ni siquiera la luz del comedor y el excelente desayuno pudieron disiparlo. Una de las psicólogas debió de advertirlo, porque se sentó a su lado mientras Linda se estaba tomando su segunda taza de café.

– Linda, ¿Has tenido pesadillas? ¿Te duele la cabeza?

– No, me he duchado en camisón.

– ¿Eso es todo?-preguntó la psicóloga sonriendo.

– ¿No es suficiente? ¿Qué clase de mujer adulta se mete bajo la ducha en camisón?

La psicóloga se inclinó hacia ella.

– No se lo digas a nadie, pero una vez fui a trabajar en zapatillas. Es normal que tengamos despistes cuando tenemos la cabeza llena de cosas.

¿Pero cómo se suponía que iba a ser una mujer independiente si no era capaz de acordarse de algo tan sencillo?

– Has conseguido manejar la situación, ¿verdad, Linda? Has reconocido el error y lo has subsanado.

– Pero sólo era una ducha -musitó-. ¿Crees que alguna vez llegaré a ducharme con normalidad?

– ¿Hay algo que te inquiete, Linda? ¿Algo que te preocupe? Ya sabes que cualquier cosa puede ponerte fuera de juego.

Linda tamborileó con los dedos en la mesa; meses atrás, ni siquiera era capaz de hacer eso.

– Es… es un hombre -admitió.

– ¿Ryan Fortune?-la psicóloga le frotó el hombro-. También es absolutamente normal dejarse abatir por la tristeza.

Linda asintió vagamente. Sí, todavía estaba llorando la muerte de Ryan. Había sido un gran amigo para ella y la única persona a la que había podido aferrarse tras recuperar la conciencia. Ryan le había pagado el centro de rehabilitación y, antes de morir, se había asegurado de que su hijo y ella tuvieran una situación económica holgada durante el resto de sus vidas.

– Pero yo estoy pensando en otro hombre confesó.

Alargó la mano inmediatamente hacia su libreta de notas y la abrió en la página más reciente. En ella había anotado lo que tenía que hacer después del desayuno:

9:00, cita con los Armstrong y Emmett Jamison.

Los Armstrong eran otro milagro en su vida. Después del nacimiento de Ricky, Ryan había conocido a la pareja a través de una asociación de madres en contra de la conducción bajo los efectos del alcohol. Los Armstrong habían perdido a su hija, su yerno y sus nietos por culpa de un conductor borracho. Al enterarse de lo que le había ocurrido a Linda, le habían abierto a Ricky las puertas de su casa y a ella las de su corazón.

Cuando saliera del centro de rehabilitación, querían llevársela a casa y le habían asegurado que Ricky y ella podrían quedarse allí durante todo el tiempo que quisieran. Linda sabía que la querían como a una hija y a Ricky como a su nieto. Los Armstrong no le preocupaban, no. Pero sí Emmett Jamison. Señaló nerviosa su nombre.

– ¿Quién es Emmett Jamison?-preguntó la psicóloga.

– El problema es cómo es -contestó Linda en un susurro.

Era agente del FBI, un hombre duro. Su seguridad la confundía. Y bastaba una sola de sus miradas escrutadoras para alterarla. «Yo soy el hombre que va a cuidarla», le había dicho, y después había desaparecido. El día anterior la había llamado para decirle que había concertado una reunión con los Armstrong. No tenía la menor idea de por qué, y la verdad era que le daba miedo hasta imaginárselo.

– Linda, ¿quién es ese hombre?-la presionó la psicóloga.

– Emmett Jamison es…-alzó la mano-. Emmett Jamison es…

– Emmett Jamison soy yo -contestó una voz profunda desde la puerta del comedor.

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