Capítulo 8

Emmett se llevó la mano a la cara con expresión de incredulidad. Y Linda se habría pateado a sí misma por haberle dicho que estaba llorando. A ningún hombre le gustaba que le dijeran una cosa así. Pero a veces su boca parecía ser mucho más rápida que su cerebro. Emmett se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

– No sé si esconder la cara o besarte -dijo con voz ronca.

Alargó la mano para atrapar una lágrima que se deslizaba por el rostro de Linda y ella le besó la palma de la mano.

– Yo prefiero que me beses -susurró.

Emmett le alzó la barbilla con un dedo y presionó los labios contra los suyos con la suavidad de las alas de una mariposa. Después, deslizó la mano por su seno desnudo con inmensa delicadeza. Linda bajó la mirada, sorprendida por su desnudez. La sábana debía de haberse resbalado sin que hubiera sido consciente de ello. Era algo que le ocurría a veces, tenía la cabeza tan ocupada pensando en algo que se olvidaba de todo lo demás.

Pero en aquel momento toda su mente estaba concentrada en ese instante. Contemplaba absolutamente hechizada la enorme mano de Emmett sobre su piel; el pulgar acariciando su pezón endurecido.

– Tienes que continuar respirando, cariño -le dio Emmett.

Linda alzó los ojos hacia los suyos; hacia la llama que iluminaba el iris verde de sus ojos.

– No sé si voy a acordarme de cómo se hace -susurró, y supo que Emmett era consciente de que no se refería a respirar.

– Deja que sea yo el que se preocupe por eso -respondió Emmett, recostándola contra la almohada-. Te refrescaré la memoria cuando crea que lo necesitas, ¿de acuerdo?

– De acuerdo -contestó Linda, retorciéndose de manera que sus pezones rozaran su pecho.

Emmett gimió.

– ¿Te ha dolido? -preguntó Linda, toda inocencia-. ¿Ya he hecho algo mal?

Emmett descendió hasta su boca.

– Eres una provocadora. Pero yo también sé jugar a eso.

Y, desde luego, jugaba muy bien. Presionó ligeramente los labios contra su boca, una, dos veces, y después una tercera, hasta que Linda se obligó a seguir sus labios buscando besos más largos, más profundos, más intensos. Pero aquella tentadora boca ya estaba deslizándose por su cuello, lamiendo la piel de detrás de su oreja y el valle que separaba sus senos.

Tomó después con la mano uno de sus pechos y Linda contuvo la respiración, esperando el delicioso regalo de su boca, pero Emmett prefirió acariciar con la mejilla el pezón erguido, haciéndola estremecerse de la cabeza a los pies. Cuando se desplazó hacia el otro seno, Linda tensó los músculos. Quería sentir su boca. Y quería también el cosquilleo de su barba. Quería más.

Recorrió su rostro con la mirada y esperó para ver lo que iba a hacer a continuación. Emmett se cernió entonces sobre su seno izquierdo y comenzó a sacar la lengua. La miró y alzó la cabeza.

A Linda le entraron ganas de empezar a suplicar, a llorar. Y Emmett debía de saberlo. A sus labios asomaba una tímida sonrisa.

– Creo que ya va siendo hora de que te refresque la memoria. Puedes pedirme lo que quieras.

– Palabras… -Linda tragó saliva-. No siempre me resulta fácil encontrar las palabras adecuadas.

– Entonces, demuéstramelo.

Linda hundió entonces los dedos en su pelo y le hizo acercar los labios a su seno. Emmett entreabrió los labios sobre el pezón y succionó para encerrarlo en el húmedo calor de su boca.

– Sí -se oyó jadear Linda-, sí, sí, sí…

Emmett se apoderó del otro pezón, dejándolos ambos endurecidos, húmedos y tan sensibles que el cuerpo entero de Linda se arqueó cuando Emmett los rozó con las yemas de los pulgares.

– Ahora es cuando te quito las bragas -le dijo-, para verte completamente desnuda.

Las caderas de Linda parecían encajar perfectamente bajo sus manos mientras deslizaba aquella prenda por sus piernas.

Asaltada por un repentino pudor, Linda apretó con fuerza las piernas. El sol se alzaba en el cielo y la luz de la mañana iluminaba la habitación.

– Yo sólo he hecho el amor a oscuras -dijo, sin estar muy segura de por qué estaba nerviosa otra vez.

– Entonces, yo seré el primer hombre con el que lo hagas a la luz del día.

El primer hombre con el que haría el amor a la luz del día, sí. El sombrío y atribulado Emmett, que vivía aterrado por sus propios demonios, había vuelto a la luz con su ayuda. Quizá cada uno de ellos pudiera llevar el sol a la vida del otro.

Linda entreabrió entonces las piernas.

– Por favor…

Emmett se quitó rápidamente los calzoncillos, se colocó el preservativo y se hundió entre sus muslos. Linda cerró los ojos, deleitándose en su calor, en su peso, en la sensación exquisita de su cuerpo, tan masculino y duro, contra el suyo.

– Voy a refrescarte la memoria -susurró Emmett contra sus labios-. Abre los muslos un poco más, cariño, e inclina las caderas.

– Oh.

La erección de Emmett se deslizó en los pliegues sensibles del sexo de Linda y se hundió en ella un poco más. Después permaneció allí, apoyándose en los codos.

Linda se retorció ligeramente, pero él no se movió.

– Para refrescarte la memoria -dijo Linda con voz tensa y un tanto desesperada-, no te detengas ahora.

– Sólo estaba disfrutando de las vistas. En este momento, tus ojos están inmensamente azules. Preciosos. Tienes las mejillas sonrojadas y los pezones y la boca son del color de las fresas -se inclinó para lamerle el labio inferior-. Delicioso.

Linda le agarró la cabeza y le hizo bajarla para darle un beso como era debido y Emmett deslizó la lengua en su interior en el mismo instante en el que otra parte de su cuerpo se hundía plenamente dentro de ella.

Linda gimió estremecida ante aquella lenta penetración. Era maravilloso, pensó, absolutamente maravilloso. Emmett separó los labios de los suyos para susurrarle al oído:

– Ahora ya lo recuerdas todo, ¿verdad? Recuerdas que tenemos que intentar prolongarlo todo lo que podamos, continuar provocándonos el uno al otro, dejar que crezca la tensión.

Linda asintió, aunque pensaba que nunca había experimentado nada parecido. Era imposible, puesto que aquélla era la primera vez que Emmett estaba en sus brazos, en su cuerpo, que su firme erección formaba parte de ella y presionaba aquel botón diminuto que representaba la cúspide del sexo.

Emmett dio media vuelta en la cama y Linda se descubrió de pronto sobre él. No, estaba segura de que nunca había vivido nada parecido, porque la habitación estaba bañada por el sol que acariciaba el torso de Emmett y la envolvía a ella mientras permanecía sentada sobre él. Emmett cubrió sus senos con las manos y arqueó las caderas hacia ella.

No, nunca había experimentado nada igual, porque cada una de las embestidas de Emmett hacía crecer su excitación, la lanzaba más alto, hacia un lugar en el que nunca había estado. Cerraba los ojos y veía todos los colores del arco iris mientras intentaba mantenerse erguida sobre aquella erótica tensión.

Se oyó gemir maravillada y ya no sabía qué paso dar a continuación, cómo permanecer en aquel paraíso, ni qué ocurriría cuando se cayera desde aquellas alturas.

– Linda…

Abrió los ojos. Emmett la estaba mirando; la misma pasión que la dominaba a ella había endurecido sus facciones. Posó una mano en su pecho y la otra en su vientre.

– Vuelvo a refrescarte la memoria -le dijo, acercando la mano hacia el rincón en el que se unían sus cuerpos-. Ya es hora de alcanzar el clímax.

Presionó ligeramente con la mano y Linda tembló mientras se sentía descender en caída libre por aquel arco iris y oía los gemidos de Emmett al alcanzar el orgasmo.


Jason salió a tomar café, llevando en el bolsillo parte del dinero conseguido con el secuestro de Lily Fortune. Uno de los mayores problemas de aquel juego del gato y el ratón era que tenía que llevar el dinero encima. No podía dejarlo en un banco, ni siquiera utilizando su falsa identidad, porque la cámara podía atrapar su imagen. Además, no podría disponer del dinero cuando quisiera. Y él quería tener acceso a su dinero durante las veinticuatro horas del día.

Recorrió unas cuantas manzanas hasta llegar a un café, ignorando un Starbucks en el que ya había estado otras mañanas. La gente solía acordarse de los clientes regulares y él quería pasar desapercibido. Cuando encontró otro establecimiento de la misma cadena, entró y se puso a la cola. Una mujer vestida de ejecutiva miró hacia él y sonrió.

– Todas las mañanas me digo que debería ahorrarme el dinero y los quince minutos de cola, pero todas las mañanas vuelvo a venir y a hacer la cola otra vez.

Jason le sonrió. Las mujeres le gustaban. Siempre le habían gustado.

– Entiendo lo que quiere decir. Pero se soporta con más facilidad cuando tienes tus propias acciones en la compañía.

– ¿De verdad?

– Sí, cada vez que tomo una taza de café, tengo la sensación de estar ganando algo de dinero.

La mujer estaba ya ante el mostrador y Jason se adelantó un paso.

– Yo pagaré lo de los dos. ¿Qué va a tomar? -le preguntó.

Tomaron juntos el café. Ella le explicó que apenas tenía tiempo antes de volver al trabajo. Jason pensó que, de esa manera, cualquiera que los viera podría pensar que eran una pareja, de modo que despistaría a cualquiera que estuviera buscándolo. Además, era una mujer atractiva, y no había vuelto a hablar con una mujer atractiva desde que había matado a Melissa.

– ¿Y a qué te dedicas? -le preguntó la mujer. Se llamaba Joanne y era arquitecta.

– Soy investigador privado.

– ¡Estás bromeando!

– No, ahora mismo estoy intentando encontrar a una persona desaparecida -no podría dejar el país hasta que hubiera encontrado y neutralizado a su hermano.

– Es fascinante, absolutamente fascinante.

Lo miraba con tanta admiración que Jason se alegró de haberse hecho pasar por detective. Donde fuera que terminara, tendría que hacerse una documentación nueva. Pensó en el nombre que figuraba en su pasaporte, Francis Dixon. Sí.

Frank Dixon, detective privado. A las chicas les encantaría.

– ¿Por qué elegiste ese trabajo? -le preguntó Joanne.

– Mi esposa… -musitó Jason, con fingida tristeza-, mi esposa murió asesinada -y era cierto. Aunque había sido él quien la había matado.

– Oh, cuánto lo siento -alargó la mano hacia él.

– Supongo que no necesito decir que la experiencia fue desoladora. Por eso ahora estoy… comprometido con la justicia.

– ¿Y cómo es el trabajo de un detective? ¿Es como aparece en la televisión? Supongo que también implica mucho trabajo de ordenador y papeleo.

– A veces. Pero, sobre todo, consiste en hacerle a las personas indicadas las preguntas oportunas. El hombre al que estoy buscando estaba alojado en un hotel de Red Rock, pero lo dejó hace un par de semanas.

A Jason le fastidiaba sobremanera no haber considerado la posibilidad de que Emmett dejara la zona del rancho.

– ¿Y qué estás haciendo para intentar localizarlo?

– En cuanto supe que mi objetivo había desaparecido del hotel, llamé para preguntar si había dejado alguna dirección.

– ¿Y pueden proporcionarte esa clase de información por teléfono?-Joanne parecía encontrarlo escandaloso.

– Les dije que necesitaba enviarle algo desde Washington de gran importancia.

– ¿Entonces ahora sabes dónde está?

– Me temo que las cosas no son tan fáciles. Dejó una dirección, pero resultó ser la de una empresa.

Una empresa que Jason conocía muy bien. Las oficinas de Fortune TX. Meses atrás, Jason trabajaba en ese mismo edificio y pensaba utilizar su puesto para arruinar a Ryan.

– Así que era una estratagema.

– No, en realidad tiene relación con esa empresa, así que supongo que en algún momento aparecerá por allí. Está en San Antonio y yo también, así que lo encontraré.


Emmett despertó de un profundo sueño. Le resultaba extraño, porque él tenía un sueño muy ligero. Abrió los ojos y advirtió dos hechos inusuales al mismo tiempo: la luz que indicaba que era bien entrada la mañana y la sonrisa que se descubrió en el rostro.

Lo segundo lo aterró. Se pasó las manos por la cara para borrar aquella expresión mientras se acordaba de lo que había estado haciendo la noche anterior. Había disfrutado de una magnífica noche de sexo. Pero tenía que tener cuidado de que Linda no se llevara una idea equivocada.

El bulto que había a su lado bajo las sábanas se movió y aterrizó una mano en su pecho desnudo. Inmediatamente, el bulto se quedó paralizado y comenzó a palparlo, como si estuviera intentando adivinar lo que estaba tocando. La sábana resbaló de la cabeza de Linda y ésta se quedó mirando fijamente a Emmett, con el pelo convertido en un amasijo de oro. Sin saber muy bien por qué, Emmett volvió a sonreír.

– Para refrescarte la memoria -le dijo Emmett al ver su expresión de aturdimiento-. Nosotros… eh… -¿cómo definirlo sin utilizar una palabra que podía inducir a error, como amor, u otra tan burda como sexo?-, ahora también nos conocemos físicamente.

Linda se aferró al borde de las sábanas.

– ¿Físicamente?

Las ganas de sonreír desaparecieron. Emmett no podía ver la expresión de Linda y no estaba seguro de lo que quería que sintiera. Que se sintiera satisfecha, por supuesto. Pero, más allá de eso, no sabía nada. No debería haberle contado tantas cosas sobre sí mismo durante las horas oscuras del amanecer. Posiblemente, Linda se sentiría inclinada a cargar de significado lo que habían hecho después de aquellas revelaciones.

La vio sentarse en la cama, aferrada a las sábanas y con la boca entreabierta. Y se preparó para el comentario que pudiera hacer a continuación.

– ¿Eso significa que tú harás el café mientras yo me ducho?

Emmett se dirigió a la cocina sacudiendo la cabeza. Estaba sonriendo otra vez, maldita fuera. Allí estaba él, preparándose un discurso sobre la falta de futuro en su relación y Linda demandaba de pronto su dosis de cafeína. Lily Fortune tenía razón. Al parecer, no estaba interesada en ningún tipo de relación permanente.

A los treinta minutos de haberse levantado, la mañana transcurría como todas las que hasta entonces había pasado en la casa; estaban los dos sentados a la mesa de la cocina, saboreando el café y compartiendo el periódico. Emmett se decía a sí mismo que se alegraba, por supuesto, pero, de alguna manera, le resultaba extraño. Aunque quizá fuera porque era la primera vez que desayunaba con una mujer con la que había tenido una aventura de una noche.

Se aferró con fuerza al periódico. ¿Era eso lo que Linda esperaba de él? ¿Una aventura de una noche? La oyó suspirar y alzó la mirada hacia ella.

– ¿Por qué suspiras? ¿En qué estás pensando?

– En el futuro.

A Emmett le dio un vuelco el corazón. Se aclaró la garganta.

– ¿Y qué piensas sobre el futuro?

– Estaba pensando en mi futuro empleo.

Emmett parpadeó. Linda había vuelto a sorprenderlo. Bebió un sorbo de café y desvió la mirada hacia la sección del periódico que estaba leyendo Linda: anuncios clasificados.

– ¿No buscan agentes secretos contables? -le preguntó-. No sabía que tuvieras tantas ganas de retomar tu trabajo.

– Mi antigua carrera profesional terminó. Hay muchas razones por las que no me dejarían regresar al Departamento del Tesoro. La primera y la más importante, que demostré una falta absoluta de criterio al enamorarme de Cameron Fortune.

Emmett bebió un sorbo de café, intentando disimular su reacción ante la mención de Cameron. Odiaba a aquel hombre con todas sus fuerzas. Ryan le había hablado de la clase de hombre que había sido y estaba convencido de que Cameron había seducido a Linda haciendo uso de una experiencia para la que ella no estaba preparada.

– Tampoco a mí me hace mucha gracia la idea de que vuelvas a trabajar allí -se oyó decir a sí mismo.

Linda lo miró estupefacta.

– Por Ricky -contestó, intentando explicárselo también a sí mismo.

– Sí, tienes razón, por supuesto. Ahora tengo un hijo pequeño, una responsabilidad que tomarme en serio. Tengo que conseguir un trabajo que no ponga mi salud en riesgo y me permita estar disponible para Ricky cuando él me necesite -volvió a fruncir el ceño-, si es que me necesita.

La tristeza de su rostro tuvo un efecto inmediato en el pecho de Emmett.

– Espero no estar metiéndome en un terreno demasiado personal, pero tengo entendido que Ryan te ha dejado en una situación económica que te permitiría vivir sin trabajar.

Quizá sí fuera un terreno demasiado personal, porque la vio fruncir el ceño y mirarlo con los ojos entrecerrados.

– Espero que no te lo tomes como algo demasiado personal, pero creo que también a ti Ryan te dejó una buena cantidad de dinero, y no te he oído decir que vayas a pasarte el resto de tu vida descansando.

– Yo… la verdad es que no creo que vuelva al FBI -era la primera vez que lo pensaba. ¿No iba a volver al FBI?

– ¿Por qué?

No tenía ni idea. ¿Por qué no iba a volver al FBI?

– Cuando trabajas para el FBI, tienes que tener esperanza -dijo lentamente-. Yo la he perdido. Y tienes que preocuparte por los demás. Y yo ya no creo que pueda preocuparme por nadie.

– Tu problema es que te preocupas demasiado.

– No-no era cierto. Y tampoco quería que lo fuera-. De todas formas, tengo la carrera de Derecho, así que probablemente termine haciendo algo relacionado con las leyes.

Linda se quedó en silencio; parecía completamente perdida en sus pensamientos.

– Tengo una idea -dijo al cabo de unos segundos.

– ¿Sobre tu trabajo?

– No, sobre el tuyo.

– ¿El mío?-ni siquiera sabía que estuviera buscando trabajo.

– No te enfades, sólo estoy pensando en tu futuro.

– No me enfado.

Pero sí, sí estaba enfadado. Porque Linda parecía estar tirando de la alfombra que tenía bajo sus pies. Se había despertado preocupado, pensando que tendría que dejarle claro que para ellos no había futuro y, de pronto, allí estaba Linda, intentando decirle lo que debería hacer durante el resto de su vida.

– ¿Quieres saber lo que se me ha ocurrido?

– Supongo que vas a decírmelo de todas formas.

– Bueno, en eso tienes razón. He estado pensando en Ryan, y en que los dos le debemos muchas cosas. Y estaba pensando también en todas las personas a las que Ryan ha ayudado a lo largo de su vida. Lily me contó que a Ryan le habría gustado crear una fundación benéfica, pero que no tuvo tiempo de hacerlo. El caso es que tú puedes hacer algo para remediarlo: puedes sacar adelante la fundación. Ryan te dejó dinero. Sólo hace falta conocer los mecanismos legales. Podría funcionar, Emmett, y estoy segura de que a Lily le parecerá una gran idea.

Emmett apenas podía creer lo atractiva que le parecía la idea.

– Eso significaría quedarme aquí, en Texas -reflexionó.

– Sí, supongo que sí -Linda se sonrojó ligeramente.

¿Porque eso significaba que vivirían en el mismo estado? ¿Estaba pensando en la posibilidad de un futuro para ellos?

– Una fundación como la que estás sugiriendo necesitaría un agente secreto contable. Bueno, a lo mejor no un agente secreto, pero seguro que un contable sí.

Linda alzó la mirada de la taza. Su expresión era insondable. Abrió la boca y Emmett se preparó para oírle pronunciar las palabras que más temía. ¿Qué estaba de acuerdo? ¿Qué no estaba de acuerdo?

Llamaron a la puerta en ese momento y apareció por la ventana el rostro de un niño. Era Ricky.

Gracias a Dios, pensó Emmett, al tiempo que lamentaba la interrupción.

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