Capítulo 8

Molly se sentía mortificada. No podía creer que hubiera dejado a Hunter hacer algo así con tanta gente dos puertas más allá. Y quería que se lo hiciera de nuevo. Se puso las manos en las mejillas que, horas más tarde, continuaban sonrosadas.

Después de la fiesta de Lucinda, Molly y Hunter pasaron la tarde en la pequeña biblioteca del centro. Él estudió los documentos que le habían enviado desde la oficina, y Molly también leyó algunas cosas y apuntó las preguntas que se le ocurrieron. La primera de ellas era qué había sucedido con el arma homicida.

En aquel momento, Molly y Hunter estaban sentados en una mesa de la pizzeria, esperando a que les sirvieran la cena. Molly daba sorbitos a su refresco y, aunque estaba concentrada en el caso de su padre, había cosas que la distraían de vez en cuando. Cosas como los largos dedos de Hunter sujetando una lata de cerveza, y lo que podían hacer aquellos dedos.

Cruzó las piernas, pero en vez de obtener alivio, la intensa presión del deseo comenzó a surgir de nuevo.

– Hablemos -dijo Hunter.

Ella tragó saliva. Hablar. Podía hacerlo.

– Dios, estoy excitada.

Él parpadeó.

Molly se tapó la cara con las manos.

– No puedo creer que lo haya dicho.

Lentamente, alzó los ojos. Esperaba encontrárselo riendo ante aquella admisión tan poco apropiada, pero, en vez de eso, él tenía una mirada oscura y una expresión tensa y seria.

– Si tú estás excitada, imagínate yo -le dijo con tirantez-. Al menos tú ya has…

– ¡Shh! -ella le tapó la boca con la mano-. Sé que yo empecé con esto, pero estamos en público -le advirtió y, lentamente, retiró la mano.

Él se relajó y sonrió.

– Estoy seguro de que tiene que haber un armario en la parte de atrás.

Ella miró al cielo.

– ¡Vaya, eres malvado! Has dicho que habláramos, así que hablemos.

– Creía que eso es lo que estábamos haciendo.

– De trabajo. Hablemos de trabajo. ¿Sabes lo que me molesta de verdad sobre el caso?

– ¿Qué?

– Que no haya aparecido el arma del crimen.

La policía no la había hallado, lo cual era una ventaja para su padre, porque no podían vincularlo directamente con el crimen, pero también hacía que pareciera culpable, porque la autopsia indicaba que la bala que había matado a Paul provenía de una Beretta de nueve milímetros, el mismo modelo que poseía el general.

Hunter asintió.

– Es frustrante que vivamos en la era de la tecnología, pero que la tecnología no pueda ayudarnos en algo así. Según tu padre, le robaron aquella pistola hace quince años de la habitación de un hotel, durante unas vacaciones que estaba pasando con Melanie. Sin embargo, la denuncia está perdida, y como fue en un pueblo pequeño que no había entrado aún en la era de la informática, no tenemos prueba documental de ese robo.

Hunter pasó el brazo por el respaldo de su silla.

– Además, Melanie murió y, por lo tanto, no hay nadie que confirme la declaración de tu padre. Eso va en nuestra contra. La acusación alegará que tu padre seguía poseyendo esa pistola, que la usó para matar a Paul y que se deshizo de ella como el meticuloso militar de carrera que es.

Molly sintió ira al pensarlo.

– Cualquiera que lo conozca sabe que todo eso es absurdo.

– Por desgracia, no vamos a tener un jurado compuesto por doce personas que conozcan y quieran al general. Serán doce extraños que pueden pensar que esa teoría tiene sentido -dijo Daniel.

– Bien -murmuró ella-. ¿Qué más? Sabemos que Paul tenía la misma pistola que mi padre -dijo-. Entonces, no sabemos con qué arma mataron en realidad a Paul, porque esa pistola también ha desaparecido.

– Continúa.

– Así pues, cualquiera que entrara en casa de Sonya y Paul durante los días previos al asesinato tuvo la oportunidad de hacerse con la pistola de Paul. Ésa es otra posibilidad para el jurado -declaró, cruzándose de brazos, satisfecha por su deducción.

– Demonios, me muero de hambre -dijo Hunter. Miró hacia atrás, hacia el mostrador, pero los grandes hornos de pizza aún estaban cerrados y Joe, el propietario del restaurante, estaba hablando con uno de los camareros.

– No parece que esté lista todavía -dijo Molly.

Daniel se volvió hacia ella.

– En este momento, me comería la pizza fría.

Ella se rió.

– No se lo digas a Joe. Sólo sirve sus pizzas ardiendo.

Hunter frunció el ceño.

– Mira, hay muchos problemas acerca del hecho de que Paul tuviera la misma pistola -dijo él, volviendo al tema repentinamente.

A ella se le encogió el estómago.

– Primero, una de las personas que tendría el acceso más fácil a casa de Paul y a su pistola es tu padre. Él mismo dijo que fue a hablar con Sonya un poco antes de que se perpetrara el asesinato. Ése es otro punto a favor de la acusación.

– Sí, pero él no es el único que podía tomarla. Incluso Sonya podía haberse hecho con la pistola, y sabemos que ella no lo mató. Lo sabemos, ¿verdad?

– No he hablado con ella todavía, pero es improbable, porque la mayoría de tu familia dice que la vio durante el tiempo en que mataron a Paul. Sin embargo, eso tampoco significa que el general cometiera el crimen.

En aquel momento sonó una campana al otro lado del restaurante.

– ¡Molly, la pizza está lista! -dijo Joe.

– Gracias a Dios. Me muero de hambre -murmuró Hunter.

Ella intentó no reírse. Un hombre con el estómago vacío era algo peligroso.

– ¿Quieres que la tomemos aquí o nos la llevamos a casa?

– Aquí, claramente.

Molly le hizo un gesto a Joe para que les llevara la pizza a la mesa en vez de meterla en una caja de cartón.

– Buena elección. Papá dijo que iba a un acto benéfico de la Asociación de Veteranos que se celebra en el ayuntamiento de la ciudad -dijo, y miró la hora en su reloj de muñeca-. Y Jessie debería estar saliendo hacia una fiesta de su instituto en cualquier momento. No me gustaría coincidir y tener un drama entre nosotras esta noche.

Hunter asintió.

– De todos modos, es una buena cosa que salga. Mejor que quedarse en casa alicaída.

– Espero que sus amigas la animen un poco.

Joe se acercó a la mesa con la pizza e interrumpió su conversación. Segundos después, el camarero les llevó los platos, los cubiertos y los vasos, y Hunter y Molly comenzaron a comer. En realidad, fue Hunter quien pudo comer, porque no le importaba que el queso estuviera ardiendo. Molly tuvo que esperar hasta que el queso y la salsa de tomate dejaran de borbotear, pero disfrutó viendo cómo Hunter inhalaba su comida, prácticamente, como el hombre fuerte y grande que era. Finalmente, ella pudo disfrutar también de su pizza. Ambos comieron en un silencio cómodo.

Cuando terminó, Molly se limpió los labios con la servilleta y, de repente, se dio cuenta de lo cansada que estaba.

– Estoy llena y exhausta -dijo, riéndose.

– Lo mismo digo -respondió Hunter, y pidió la cuenta.

Ella se levantó de la silla.

– Voy un momento al servicio antes de que nos marchemos.

Quería lavarse las manos para quitarse la grasa y el olor a ajo. Miró hacia el servicio y vio a Sonya Markham. Molly saludó a la otra mujer, que estaba junto al mostrador recogiendo una pizza.

Sonya apartó la vista.

Molly se encogió de hombros.

– Creo que no me ha visto -dijo-. Ahora mismo vuelvo.

Se acercó a la parte delantera del restaurante y se detuvo junto a su vecina.

– ¡Hola, Sonya! -le dijo Molly, complacida de ver a la reciente viuda fuera de su casa haciendo recados.

– Molly -dijo Sonya, y dejó de rebuscar en el bolso. Entonces, sonrió.

Molly se dio cuenta de que tenía la cara demacrada y unas profundas ojeras.

– ¿Cómo estás? -le preguntó con azoramiento.

– No demasiado mal -dijo Sonya-. Pero estoy muy cansada. Me cuesta dormir y no puedo concentrarme en nada.

Molly no se imaginaba cómo Sonya podía enfrentarse a la vida diaria. Carraspeó y dijo:

– Lo siento.

– No te preocupes. Es bueno salir y comenzar a enfrentarse al mundo de nuevo. Además, tu familia y tú habéis sido estupendos conmigo. Sobre todo tu padre.

Durante una fracción de segundo, le brillaron los ojos con una intensidad que Molly no había visto desde antes del asesinato.

– La pizza está lista, señora Markham -le dijo Joe desde detrás del mostrador.

Sonya se volvió y asintió. Después miró nuevamente a Molly.

– Tengo que recoger mi pedido.

– Antes me gustaría presentarte a alguien. Es el nuevo abogado de papá, Daniel Hunter -dijo Molly, y le hizo un gesto a Daniel para avisarlo. Daniel le entregó la tarjeta de crédito a la camarera y se acercó a ellas.

– Sonya Markham, te presento a Daniel Hunter, el abogado defensor de papá.

– Me alegro mucho de que hayas venido -le dijo ella con una expresión de agradecimiento, y le estrechó la mano-. Te juro que, pese a lo que diga la policía, Frank no ha matado a mi marido -dijo, con la voz quebrada al pronunciar las últimas palabras.

– Lo siento muchísimo -respondió Hunter-. Haré lo que esté en mi mano para que todo esto sea lo menos duro posible para su familia.

Molly tuvo un sentimiento cálido ante su tono compasivo. Pensó que Daniel sabía por instinto lo que debía decir. Estaba tan orgullosa de él que apenas podía hablar.

Sin embargo, se concentró en Sonya.

– Ya sabes que si hay algo que yo pueda hacer…

Sonya le dio a Molly un abrazo impulsivo.

– Lo sé. Pero como ya te he dicho, tu familia está siendo maravillosa conmigo. Gracias a Edna tenemos comida casera todas las noches, Robin me llama a menudo desde la universidad y, si no fuera por Jessie, Seth no podría ni siquiera soportar ir al instituto. Y tu padre, bueno, está siendo mi apoyo.

Parecía que se estaba repitiendo intencionadamente, en aquella ocasión para los oídos de Hunter.

Y de nuevo, ante la mención de Frank, a Sonya se le iluminó el rostro con algo más que agradecimiento. Molly se sintió inquieta.

– Vosotros dos sois amigos desde hace mucho tiempo -dijo.

– Voy a tener que hablar con usted sobre la noche del asesinato -las interrumpió Hunter.

– Lo entiendo. Sólo tienes que decirme cuándo.

– Mañana mismo estaría bien.

– Pues mañana -dijo Sonya, y miró la hora-. Bueno, ahora tengo que irme. A mi coche -añadió, aturulladamente-. Llego tarde a… a casa.Tengo que llevarle la cena a Seth. Bueno, me alegro de haberte conocido, Daniel -le dijo.

– Lo mismo digo.

– Nos veremos mañana. Me viene bien a cualquier hora después de las diez de la mañana.

Después, pagó rápidamente, tomó la pizza y salió del establecimiento.

– Es muy agradable -dijo Hunter.

– Sí. Y mi padre la adora. Hoy estaba un poco rara, pero estoy segura de que, dadas las circunstancias, es normal.

– Probablemente. ¿Estás lista para marcharnos, o tienes que…?

– Dame un segundo para que vaya al servicio.

Molly se lavó las manos con un jabón de color fucsia, y un fuerte olor a mora invadió la pequeña habitación. Se acercó al alféizar de la ventana, donde estaban las toallas de papel, y se secó las manos mientras miraba distraídamente hacia el aparcamiento. Entonces, vio a Sonya caminando con la caja de la pizza. Molly pensó que iba a recoger su coche, tal y como había dicho, pero Sonya se quedó inmóvil tras unos segundos.

Mientras Molly la observaba con curiosidad y tiraba la toalla en la basura, vio un Jeep de color azul marino que entraba en el aparcamiento. Su padre tenía un Jeep azul marino. «Como mucha otra gente», pensó Molly.

Sin embargo, sólo la matrícula de su padre era MEL629. Eran las primeras letras del nombre de su difunta esposa y la fecha de su aniversario. Robin le había contado a Molly que era la matrícula del coche de su madre, y que su padre no había podido deshacerse de ella al vender el vehículo. La matrícula pasaba a todos los coches que compraba el general desde entonces.

Al ver a Frank, Sonya sonrió. La expresión de su rostro bajo la luz de las farolas era de pura alegría y placer. ¿Acaso eran algo más que amigos?, se preguntó por primera vez.

No, ninguno de los dos hubiera cometido adulterio. Sonya no traicionaría a su marido, y Frank no traicionaría a su mejor amigo. Y ella no creía que hubieran podido comenzar una aventura en el poco tiempo que había transcurrido desde la muerte de Paul. Ninguno de los dos era tan insensible ni tan frío.

Sin embargo, eso no significaba que no hubiera sentimientos entre ellos. Molly se pellizcó el puente de la nariz, pensando en las mentiras que parecía que le habían contado aquella noche.

Se suponía que su padre estaba en un acto benéfico, no recogiendo a Sonya en el aparcamiento de la pizzeria. Y se suponía que Sonya iba hacia su coche para llevarle la cena a Seth. No obstante, a veces existían explicaciones lógicas para los cambios de planes. Quizá su padre se hubiera aburrido en la fiesta y se hubiera marchado temprano, y quizá Sonya lo hubiera llamado y le hubiera pedido que le hiciera compañía. Además, Sonya no le debía a Molly explicaciones sobre sus medios de transporte.

Allí no había nada malo, pensó Molly, intentando convencerse desesperadamente; pero tuvo la horrible sensación de que estaba reviviendo lo que había ocurrido el año anterior. Justo antes de que dispararan al prometido de su madre y el mundo de Molly se hubiera desmoronado drásticamente.

Comenzó a sentir un intenso dolor de cabeza. Las preguntas le bombardeaban la mente con furia. ¿Por qué había mentido Sonya para verse con su padre? Si eran dos adultos que querían charlar, ¿por qué no podían admitirlo? ¿Por qué se comportaban como si tuvieran algo que ocultar?

Se estremeció y salió del servicio para reunirse con Hunter.Ya lo había tenido esperando suficiente tiempo.

Veinte minutos después, llegaron por fin a casa, después de un día muy largo. Ella no le había contado lo que había visto desde la ventana del baño. Aunque se sentía muy culpable por no darle aquella información, no era capaz de revelar sus sospechas. La unidad de su familia dependía de la defensa legal de Hunter y de su fe en el general.

Ella quería que Daniel creyera que su padre no habría matado a su socio por un desfalco, y aquella noche Daniel había admitido que Frank podía ser inocente. Molly sabía que su padre no asesinaría por dinero, pero…

No podía evitar hacerse la pregunta de si habría matado por amor.


Hunter se dirigió directamente al despacho que le servía de habitación para abrir su maletín mientras Molly escuchaba los mensajes del contestador automático. Había dos.

El primero era de Lucinda, que todavía estaba un poco achispada, pero feliz, y que le daba las gracias a Molly y a su querido amigo Hunter, y también a Edna, que había ido a la fiesta un poco más tarde, por haberla ayudado a hacer de su cumpleaños algo especial.

Molly tenía la sensación de que la fiesta había transcurrido un año antes, y no aquella misma mañana. Le dejó una nota a la comandante para que llamara a su amiga al día siguiente.

El segundo mensaje era de Jessie para su padre.

– Hola, papá, soy yo. Sé que no se te va a olvidar, pero, por si acaso, te recuerdo que tienes que recogernos a Seth y a mí a las once, en casa de Sarah. Y si quieres venir un poco antes, mejor. Seth no está de muy buen ánimo, y a mí tampoco me importa irme temprano.

Molly sacudió la cabeza. Oh, no. No. Verdaderamente, no quería más pruebas de que su padre y Sonya le hubieran mentido con deliberación.

– Creía que Seth estaba en casa esperando la cena -dijo en voz alta. Era la explicación que le había dado Sonya.

Molly se pasó la mano por el pelo y exhaló un largo suspiro. ¿Estaban enamorados su padre y Sonya? Y si aquello era cierto, ¿durante cuánto tiempo podía ocultárselo Molly a Hunter?

En pocos minutos, la comandante llegó a casa con Jessie. Finalmente, no era Frank quien había ido a recoger a los niños a la fiesta, sino Edna. Aquello era una confirmación más del presentimiento de Molly: que había algo entre Sonya y su padre.

Sin embargo, no quería pensarlo en aquel momento. Al día siguiente escucharía atentamente las respuestas de Sonya cuando Hunter la entrevistara, y decidiría la importancia de aquella noticia y si podía mantener el secreto un poco más. Hunter estaba haciendo progresos en el caso, y ella no quería darle motivos para que desconfiara de la integridad de su padre.

Había planeado que aquella noche iba a terminar lo que Hunter había comenzado por la mañana.

Después de que todo el mundo se hubiera acostado, Molly tomó una ducha caliente. Se estaba preparando para la seducción. Ciertamente, no creía que tuviera que seducir mucho a Daniel para que sucumbiera, pero quería estar muy guapa cuando entrara en el despacho.

No tenía ropa interior sexy, pero tenía un camisón muy bonito que le había regalado Liza por Navidad para animarla a que terminara con su patética falta de vida amorosa. Molly no había tenido necesidad de ponérselo hasta aquel momento.

En cuanto a la familia, la comandante dormía como un tronco toda la noche, Jessie nunca salía de su cuarto y su padre… Molly no sabía si estaba dormido o no, pero sabía que estaba en su dormitorio, y dudaba que bajara a molestar a Hunter en mitad de la noche.

Molly contaba con ello.

Загрузка...