Capítulo 11

Mientras Molly se vestía para ir a ver a Ty y a Lacey, pensaba en lo mucho que habían cambiado las cosas entre Hunter y ella durante los dos últimos días. Desde que él había descubierto que Molly le había mentido con respecto a su padre y Sonya, se había vuelto frío. Se comportaba como si no hubieran hecho el amor. Como si sus cuerpos no hubieran estado completamente unidos.

Haciendo caso omiso del dolor de cabeza, que iba en aumento, se puso sus botas de vaquero rojas para tener buena suerte. Esperaba que la visita de los amigos de Hunter le mejorara el humor. Ty y Lacey venían desde Albany para visitarlos y darles la información sobre el motel de Atlantic City. Hunter le había pedido a Ty que siguiera la pista después de que Sonya le dijera que nunca había oído hablar del lugar que se anunciaba en la caja de cerillas.

También le había sugerido que había un lugar donde Paul se alejaba cuando estaba fuera de la ciudad, no por negocios, sino con su amante. Molly se estremeció al recordar la objetividad con la que había hablado de aquel tema. Claramente, conocía las infidelidades de su marido y Molly se entristeció al pensar en vivir con alguien en quien no se podía confiar. Lo cual la llevaba de nuevo al error que había cometido con Hunter.

Él tenía razón en una cosa: todas las decisiones que ella tomaba estaban dictadas por el miedo a perder a su nueva familia. Sin embargo, Daniel se equivocaba al pensar que ella no confiaba en él, o que había elegido a su padre por encima de él. Las cosas no eran tan sencillas, pensó Molly con frustración. Estaba muy disgustada.

Lo único que podía hacer en aquel momento era seguir adelante y esperar que Hunter lo superara también. Se pasó los dedos por el pelo para atusárselo, se aplicó brillo labial de melocotón y decidió que estaba lista.

Tomó el bolso y bajó las escaleras.

– Siento haberte hecho esperar -le dijo a Hunter, que estaba paseándose por el vestíbulo.

– Ha hecho un agujero en la alfombra -dijo la comandante, que estaba sentada en una butaca, en la sala de estar, obviamente, haciéndole compañía-. Es cosa de hombres. Se arreglan demasiado rápidamente, y después tienen que esperar mientras una mujer se pone guapa. ¿No está preciosa, Hunter?

Molly se ruborizó. Tenía la sensación de que se había ruborizado para toda la vida durante los pocos días que Daniel llevaba allí.

– Vamos a una reunión de trabajo, comandante.

– Bueno, si yo pudiera meter las piernas en unos vaqueros tan ajustados y en unas botas como ésas, podría elegir a cualquier hombre a diez kilómetros a la redonda.

Hunter se volvió hacia Edna.

– Aún puede elegir a cualquier hombre, y que nadie le diga lo contrario -afirmó con una sonrisa.

En su mirada había auténtico afecto, y su tono tenía calidez.

Molly se arrepintió de lo que había ocurrido, y se prometió que recuperaría de algún modo su cariño.

– ¡Me voy rápidamente al centro de mayores a conseguir un novio! -dijo Edna con una carcajada, aunque no se levantó de su asiento.

– Sólo por el hecho de que un hombre guapo te haga un cumplido, no te enamores de la primera cara bonita -le dijo Molly a su abuela, y le dio un beso en la mejilla-. Tienes que encontrar a alguien activo. Jessie se está haciendo mayor y ya puedes viajar de nuevo, si quieres.

Edna arqueó una ceja.

– ¿Te estás ofreciendo voluntaria para cuidarla?

Molly sonrió.

– Pronto, pero todavía no. Tendremos que esperar a caerle un poco mejor.

– Pero habéis progresado, y eso es todo lo que yo pido -afirmó Edna. Después tomó su libro y se acomodó entre los cojines-. Bueno, que os divirtáis -les dijo, haciéndoles un gesto con la mano para que salieran de casa.

– Vamos a trabajar -le recordó Molly.

– Eso no significa que no puedas divertirte.

– Que pase buena noche, comandante -le dijo Hunter a modo de despedida.

Aún no se había dirigido directamente a Molly. No había respondido al cumplido de su abuela sobre lo guapa que estaba. Molly creía que él sólo se había dado cuenta de que llegaba tarde.

Lo cual no era cierto. Hunter se había adelantado por impaciencia.

Molly lo siguió hacia su moto, donde él desató los dos cascos y le entregó uno. Ella lo aceptó animosamente, intentando no dejar que su dolor de cabeza le amargara el paseo en moto.

– Gracias. ¿Puedes guardar esto en algún sitio? -le preguntó ella, y le mostró su bolso.

Él lo metió en el maletero que había tras el asiento sin decir nada. Molly tampoco habló. Se subió a la moto, tras él, poniéndole las manos bajo la chaqueta intencionadamente, de modo que las palmas de las manos quedaran planas contra su estómago.

Él se puso tenso, pero no dijo nada. Se limitó a arrancar la moto.

Molly se agarró con más fuerza. Era otro modo de romper su reserva sin palabras, y les quedaba un trayecto de diez minutos que ella podía aprovechar.


Hunter dejó la moto en el aparcamiento y apagó el motor. Quería matar a Molly. Durante todo el camino hacia el restaurante, ella había tenido las manos bajo su cazadora, sobre su pecho. Aunque se agarraba con fuerza por seguridad, tenía las manos muy traviesas. Primero movía una, y después la otra. Él tenía los antebrazos apretados contra los costados, pero las palmas de las manos de Molly y sus dedos tenían voluntad propia, y lo habían acariciado y frotado hasta que había conseguido excitarlo por completo.

De algún modo, Molly había adivinado cuál era su debilidad. Sus caricias, mezcladas con la vibración de la moto y la adrenalina de la velocidad, habían estimulado su deseo como ninguna otra cosa. Ni siquiera la ira que aún sentía importaba, porque ella estaba tras él, pegada a su cuerpo, con la mejilla apoyada en su espalda y jugueteando con su cuerpo sin piedad.

Molly fue la primera en bajar de la moto y él la siguió, tenso, excitado.

Ella se quitó el casco y se pasó las manos por el pelo. Tenía las mejillas rosadas del viento, y los ojos brillantes de picardía y diversión. Había disfrutado de la libertad del paseo en moto tanto como él. Qué endemoniada mujer…

Daniel tomó los cascos y los aseguró con un candado a la moto, ninguneándola durante el tiempo suficiente como para recuperar el control de su cuerpo. Más o menos. Tenía la sensación de que iba a permanecer duro como una piedra durante el resto de su vida.

– Ha sido muy estimulante -dijo Molly atusándose el pelo una última vez.

Parecía que acababa de estar disfrutando en la cama de un hombre, y aquellas botas rojas la hacían aún más atractiva. Él entrecerró los ojos y la miró con el ceño fruncido.

– Ahí está el coche de Ty. Será mejor que nos demos prisa.

– De acuerdo. Espero que tenga noticias que nos proporcionen una buena pista.

– Eso ha dicho. Vamos a entrar.

Él dio unos pasos hacia la entrada del local, caminando rígidamente, con la esperanza de que nadie se diera cuenta de que tenía una erección provocada por la bruja que caminaba a su lado.

– ¿Molly?

– ¿Mmm? -ella se puso a su lado. Los tacones de sus botas resonaban en el camino de entrada.

– Tu abuela tenía razón. Estás preciosa.

Pronunció aquellas palabras antes de poder contenerse, y después de decirlas se habría mordido la lengua.

– ¿Sí?

– Sí -dijo él con la voz ronca, infinitamente molesto consigo mismo. Se detuvo durante un segundo y la miró.

Ella tenía una sonrisa de satisfacción.

– Bueno, como le he dicho a mi abuela, tú eres un chico muy guapo, y también tienes muy buen aspecto esta noche.

Molly comenzó a colocarle el cuello de la cazadora de cuero negra, y en el proceso, le rozó la mejilla.

Aquel roce provocó una corriente eléctrica que llegó directamente a las entrañas. Por instinto, él le agarró la muñeca.

– Pero eso no cambia nada.

Ella ladeó la cara.

– ¿Hunter?

– ¿Sí?

– Cállate y disfruta de la cena con tus amigos, ¿de acuerdo? Tenemos mucho trabajo que hacer en este caso, y será más fácil si no nos agredimos. Además, me he disculpado más de una vez, así que déjalo ya.

Se encogió de hombros, lo rodeó y entró en el restaurante, dejándolo con la boca abierta y sin nada que decir.


Hunter sufría bajo el escrutinio de Ty. Su amigo se había inclinado hacia él y lo estaba observando con suma atención.

– Bueno, está claro que has vuelto a afeitarte, que parece que estás durmiendo bien y que has dejado de beber. Sin embargo, sigues siendo un tristón. Entonces, ¿qué ocurre? ¿La señorita Molly te lo está haciendo pasar mal? -le preguntó Ty con una sonrisita. Después se echó a reír.

Molly se había excusado para ir al servicio, y Lacey la había acompañado. Hunter y Ty se habían quedado a solas durante unos minutos, pero Hunter no quería hablar de su vida personal.

– Estoy bien.

– Y un cuerno -dijo Ty. Su amigo siempre había sabido cuándo mentía.

– Es el caso, que me está volviendo loco.

Ty le hizo un gesto al camarero para que les sirviera otra cerveza.

– Lo dudo. Tú nunca has tenido un caso con el que no pudieras. Yo creo que es por Molly. ¿Puedo darte un consejo?

– No.

– Cuando conoces a la mujer, y ya sabes a lo que me refiero, ríndete. Tu vida será mucho más fácil si lo haces -le dijo Ty. Después se rió, pero sus carcajadas cesaron cuando el camarero les llevó la cerveza.

Al quedarse solos de nuevo, Hunter sacudió la cabeza.

– Tío, quién hubiera pensado que ibas a terminar domesticado.

– Y quién iba a pensar que tú eres tan tonto. ¿No te das cuenta del premio que tienes ante la nariz?

Hunter se frotó los ojos con las manos y después se inclinó hacia delante.

– Sólo voy a explicártelo una vez, y eso es todo, y después te vas a callar la boca y a dejarme en paz. Ella me la ha jugado otra vez. Vine a ayudar a su padre, averigüé que no había superado lo de Molly tal y como pensaba y caí en la tentación. Entonces, ella me traicionó otra vez. Nadie que no sea idiota lo intentaría de nuevo.

Ty lo miró con incredulidad.

– Explícamelo.

Hunter le contó lo que había sucedido, le habló de la falta de confianza de Molly en él, y le dijo que ella estaba demasiado supeditada a la necesidad de tener una familia como para permitirse tener una relación verdadera.

Ty lo escuchó atentamente.

– ¿Y por eso crees que no le importas? ¿Que no confía en ti? He visto cómo te mira. Esa mujer está loca por ti, amigo.

Hunter hizo un gesto negativo.

– La prueba está en sus actos. Está claro que siempre elegiría a su familia por encima de mí.

Ty miró por encima del hombro de Hunter.

– Vuelven, así que escúchame. Ya has tenido suficientes traumas en tu vida, y los pasados ocho meses sin Molly han sido nefastos para ti. Te sugiero que lo pienses antes de alejarte de la mejor mujer que va a quererte nunca sólo porque tengas un estándar imposible que ella no puede alcanzar.

Hunter frunció el ceño.

– Eso es una idiotez. El hecho de querer ser lo primero para ella y que confíe en mí no es un están…

Ty le dio una patada en la espinilla por debajo de la mesa.

– Hemos vuelto -dijo Lacey al mismo tiempo, con una voz demasiado alegre.

Probablemente habían oído el final de la conversación. Demonios, pensó Hunter. Aquello no hacía más que mejorar.

De todos modos, se alegraba mucho de ver a sus amigos. Parecía que estaban muy felices juntos.

– Bueno, cuéntame lo que tu fuente ha averiguado en Jersey -dijo Hunter.

Pensó que sería mejor concentrarse en el caso, la única cosa que le proporcionaba equilibrio aquellos días.

Molly se sentó en su sitio, junto a Daniel, lo suficientemente lejos como para que sus cuerpos no se rozaran, pero lo suficientemente cerca como para que él percibiera la fragancia de su pelo.

– Y por favor, danos buenas noticias -le pidió Molly a Ty.

– Creo que sí lo son. Según Ted Frye, cuya familia es la propietaria del hotel Seaside Inn, en Atlantic City, y que trabaja allí la mayoría de los días, Paul Markham era un asiduo visitante -explicó Ty. Se sacó una libreta del bolsillo trasero del pantalón y pasó unas cuantas páginas-. Lo identificó por la fotografía de carné que me enviaste, porque Markham usaba un nombre falso. Se hacía llamar Paul Barnes, pagaba en efectivo y normalmente se encontraba con una mujer, al menos durante una noche. Según Ted, una pelirroja.

– Lydia McCarthy, la secretaria de Paul. Tenían una aventura -dijo Molly

– Hay algo que no entiendo. ¿Por qué la policía no investiga todo esto? -preguntó Lacey.

– Eso es fácil. Ya tienen a su culpable, y no les importa lo que hiciera o dejara de hacer Paul. A nosotros sí. Nos parece importante averiguar qué pasó con el dinero. Quizá nos conduzca hasta alguien que tuviera móvil y oportunidad para perpetrar el asesinato.

Molly sonrió.

– ¿Veis por qué lo quería del lado de mi padre?

Ty le lanzó a Hunter una mirada significativa.

– Bueno, ¿y qué significa esta información para tu caso? -preguntó Lacey.

Molly se encogió de hombros y miró a Hunter para que respondiera.

Él gruñó.

– Significa que vamos a ir a Atlantic City.

Molly vio la expresión de dolor y reticencia de Hunter y se dio cuenta de que ir a Atlantic City con ella no estaba en la lista de cosas que más deseaba hacer. Parecía que también sabía que no le iba a permitir ir sin ella. Molly hubiera deseado que la perspectiva le hiciera un poco más feliz. La cabeza le dolía cada vez más, y aquella batalla con Hunter no la estaba ayudando. Durante la cena, al contrario de lo que ella esperaba, la migraña se había intensificado.

Después de terminar, Ty y Lacey les sugirieron tomar unas copas en la barra del bar del hotel. Molly no quiso decepcionarlos, así que sonrió y asintió.

Hunter y Ty se fueron hacia el billar, mientras Lacey y Molly se sentaban en una mesa cercana a la zona de juegos. El viaje en moto hasta el hotel no había mitigado la migraña de Molly, y una vez sentada pidió un refresco de cola con la esperanza de que la cafeína la aliviara un poco.

Lacey y ella tomaron sus refrescos mientras observaban jugar a Ty y a Hunter.

– No puedo creer que estemos aquí todos juntos después de tanto tiempo -dijo Lacey, sonriendo-. Por supuesto, desearía que no hubieran acusado a tu padre, pero sé que Hunter lo exculpará.

Molly miró al cielo.

– Espero que tengas razón. De hecho, tengo todas mis esperanzas puestas en eso -dijo.

Tomó un largo trago de su bebida mientras observaba a Hunter, incapaz de negar el apetito que despertaba en ella. No había llegado a ningún sitio con él pese a sus esfuerzos por coquetear y obligarle a que la perdonara. Necesitaba una amiga, un hombro en el que apoyarse, alguien que le diera un consejo.

– ¿Puedo hablar contigo? -le preguntó a Lacey, con quien siempre había tenido una relación especial de entendimiento.

Lacey asintió.

– Sabes que sí. No voy a contarles a Ty ni a Hunter nada de lo que me digas. Lo prometo -le aseguró.

Molly asintió. Su mirada viró hacia Hunter. Estaba inclinado sobre la mesa de billar, preparado para jugar, lo cual le proporcionaba a Molly una vista perfecta de su prieto trasero cubierto de vaquero desgastado. Sin poder evitarlo, exhaló un suspiro de admiración.

– No tengo que adivinar cuál es el tema -dijo Lacey, riéndose.

Molly sacudió la cabeza y sonrió.

– No -dijo, sin apartar la vista de los suaves movimientos de Hunter-. Es bueno -murmuró.

– Es el mejor, Molly. Pero tú ya lo sabes. ¿Cuál es el problema?

Molly se recostó en el respaldo de la silla, concentrándose en Lacey.

– El problema es que, por cada paso hacia delante que damos, después retrocedemos dos. Cuando creo que estamos avanzando en nuestra relación, lo estropeo de nuevo. Esta vez fue porque no le dije algo importante sobre el caso. Estaba protegiendo a mi padre, pero él no lo ve así.

Lacey sacudió la cabeza.

– Hunter es un gran abogado. El mejor que hay, de hecho. Sin embargo, por dentro siempre será un niño herido, no deseado. Cuando alguien lo enfada o le hace daño, sobre todo alguien a quien quiere, la única razón que encuentra para ello es que no está a la altura.

Lacey miró hacia los dos hombres, que seguían jugando, riéndose e insultándose como dos hermanos.

– Ty y yo somos las únicas personas que podemos insultarle y librarnos de su ira, porque hemos pasado por el infierno a su lado.

Molly tragó saliva. Tenía un duro nudo en la garganta.

– Yo no puedo aliviar esa clase de dolor. Sólo soy humana. Voy a cometer errores, y si nos fijamos en el pasado, parece que voy a cometer muchos.

– Pero quieres a Hunter, y Hunter te quiere a ti. Con eso lo superaréis todo.

– Nadie ha dicho nada sobre amor.

Lacey se encogió de hombros.

– Nadie tiene que decirlo. Es evidente. Sólo tienes que ser consciente también de lo que él necesita.

Molly cerró los ojos, deseando que las cosas fueran tan fáciles. Cuando los abrió de nuevo, la cabeza le daba vueltas.

– ¿Te importaría que nos fuéramos ya? Tengo una migraña que me está matando.

Lacey la miró con preocupación.

– Claro. Voy a avisar a los chicos.

Molly posó la cabeza entre las manos y esperó a que volviera la caballería.


Hunter insistió en que Molly volviera a casa con Ty y Lacey, en su coche. Claramente, debía de dolerle mucho la cabeza, demasiado como para discutir con él, porque subió al asiento trasero sin protestar y se abrochó el cinturón de seguridad.

Cuando llegaron a la casa, las luces del porche estaban apagadas, así que decidieron no invitar a pasar a Lacey y a Ty. Ellos prometieron llamar al día siguiente, antes de emprender el viaje de vuelta, y después de darles las gracias y despedirse de sus amigos, Hunter se concentró en Molly.

La ayudó a subir hasta su habitación con cuidado de no hacer ruido y no despertar a nadie. Mientras subían, ella tuvo que apoyarse en él, y por primera vez en su vida, Hunter vio en Molly una señal de vulnerabilidad.

Él no necesitaba aquello justamente en aquel momento, cuando sus defensas debían estar en el grado máximo de alerta. Aun así, la ayudó a tumbarse en la cama y, siguiendo sus instrucciones, le dio una camiseta antigua para cambiarse. Incluso la ayudó, apretando los dientes cuando notaba que le rozaba la piel desnuda con las manos, y al atisbar sus pezones bajo el sujetador de encaje.

Ella cayó sobre el colchón, y al darse cuenta de que no le quedaba otro remedio, Hunter le bajó la cremallera de los pantalones y los deslizó por las piernas largas de Molly. Cualquier hombre tendría que ser un santo para que no le afectara su piel blanca y su esencia seductora. Él no era un santo, pero Molly estaba enferma, y por eso se contuvo.

– Bueno, claramente he estropeado la noche con tus amigos -le dijo Molly a Hunter con la voz llena de dolor.

– Puedo verlos en cualquier momento. Supongo que esto es una migraña.

– Sí -respondió ella. No había movido un centímetro la cabeza desde que se había tumbado-. ¿Puedes hacerme otro favor?

– Claro.

Cuando Lacey había interrumpido su partida de billar para decirles que Molly no se encontraba bien, su instinto de protección se había activado. De estar enfadado y dolido, había pasado a sentir preocupación y una imperiosa necesidad de cuidarla.

– Hay un frasco de pildoras en el primer cajón de la mesilla. Son una receta especial. ¿Puedes darme una pastilla y un vaso de agua?

– Por supuesto -respondió él, y cumplió su petición en tiempo récord.

La ayudó a incorporarse para que pudiera tomar la medicina. Después la tendió con delicadeza sobre la almohada.

– ¿Apagas la luz? -le pidió con los ojos ya cerrados.

Él sonrió.

– Mandona. ¿Necesitas algo más?

– No, pero gracias por todo.

– De nada -respondió él. Se le había enronquecido ligeramente la voz. Sentía una ternura que no reconocía-. Bueno, ahora intenta dormir -le dijo, y comenzó a levantarse de la cama.

– Quédate conmigo, por favor.

Él no pudo negarse.

– Claro.

Se quitó los zapatos y subió las piernas al colchón para tenderse junto a ella.

– ¿Por qué no me hablas un poco de esas migrañas? -le pidió a Molly.

– No es nada, de verdad. Las tengo desde que soy pequeña, pero últimamente han mejorado. La de hoy es la primera más fuerte que he tenido en mucho tiempo.

– Seguro que es debido al estrés.

Y él no estaba ayudando.

Molly se estaba enfrentando a la posibilidad de perder a su padre, un hombre al que había encontrado recientemente, y Hunter la estaba castigando por las decisiones que había tomado con respecto a aquel hombre. Demonios. Quizá Ty tuviera razón cuando le decía que se había fijado un estándar imposible de cumplir por cualquier persona.

Hunter no era un hombre a quien le gustara equivocarse. Tampoco le gustaba admitir sus errores. Gracias a Dios, Molly no estaba en condiciones de mantener una conversación larga en aquel momento. Lo cual, sin embargo, no significaba que no tuviera que compensarla de algún otro modo.

Hunter se desabrochó el primer botón del pantalón para estar más cómodo y se acercó a Molly.

– Ven aquí -le dijo.

Ella se acurrucó contra él y apoyó la cabeza en su hombro con un suspiro de satisfacción. Hunter, sin embargo, no estaba muy complacido. Inhaló su fragancia y disfrutó del hecho de sentirla acurrucada contra su cuerpo. Disfrutó del hecho de cuidarla. Demasiado.

Permanecieron así tumbados, en silencio, y pronto, la respiración de Molly se suavizó. Se había quedado dormida; para Hunter, por el contrario, aquélla iba a ser una noche larga de vigilia.

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