Capítulo 6

Después de dejar a Molly en el centro de mayores, Hunter se dirigió a la comisaría local para vérselas con el jefe de policía. Era un tipo decente, pero seguía las normas al pie de la letra y creía que había arrestado al culpable. Hunter supo, después de hablar con él, que iba a tener que investigar bien los hechos.

Su ayudante del bufete le había enviado a casa del general, por fax, una copia de toda la documentación relevante sobre el caso. Después de que Hunter hablara con su cliente, le esperaba un largo día comparando la versión del general con la del resto de los testigos. Al pensar en que tenía que concentrarse en un buen caso, que era lo que más le gustaba, la sangre comenzó a correrle con más fuerza por las venas.

Una hora más tarde, Hunter estaba en la sala de visitas de la cárcel, sentado frente a su cliente. Observó atentamente al general, evaluándolo como hombre y como padre de Molly. Aparentemente todavía era un militar. Llevaba el pelo muy corto y tenía un aire de confianza en sí mismo, pese a las circunstancias, que suscitó la admiración de Hunter.

El general también estudió a Hunter.

– Así que eres el abogado a quien ha contratado mi hija. Dice que eres el mejor.

Una gran alabanza por parte de Molly, pensó Daniel. Después inclinó la cabeza.

– Hago todo lo que puedo con las pruebas de las que dispongo.

El general se rió.

– No seas modesto. Sé quién eres. Lo único que no sabía era que mi hija y tú teníais un pasado en común.

– ¿Le ha contado algo de nosotros?

– Es lo que no me ha contado. Además, se me da muy bien conocer el carácter de la gente. Por cómo hablaba de ti, no me ha resultado difícil saber que había algo entre vosotros.

Hunter se ruborizó sin poder evitarlo.

– Sinceramente, no sé qué decir.

– Di que vas a sacarme de aquí. Eso sería un comienzo muy bueno -dijo el general, y puso las manos esposadas sobre la mesa.

Hunter frunció el ceño y le hizo una señal al guardia.

– Quíteselas.

– Pero…

– Soy su abogado y tenemos que hablar. No va a estar sentado así durante una hora. Quítele las esposas.

El guardia obedeció de mala gana. Frank se frotó las muñecas.

– Gracias -le dijo a Hunter.

– De nada. Tenemos mucho de lo que hablar. Es mejor que esté cómodo, porque quiero saber todo lo relativo a la relación que tenía con su socio y a la noche del asesinato -respondió Daniel. Después carraspeó y prosiguió-: Comencemos por el principio. ¿Cuál era su relación con la víctima, aparte de la de amigo y socio?

– Eso es fácil. Nos alistamos al mismo tiempo, hicimos la instrucción básica juntos, ascendimos juntos. También luchamos juntos.

– ¿Vietnam? -preguntó Hunter.

El general asintió.

– Esa fue nuestra primera guerra, y decidimos que la Tormenta del Desierto sería la última.

– ¿Se retiraron con honores?

– En términos civiles, sí. Yo compré una casa en la misma calle en la que vivimos ahora, aunque mucho más pequeña que la actual. Era todo lo que podía permitirme. Sin embargo, cuando el negocio comenzó a prosperar y las niñas crecieron, me mudé a la vuelta de la esquina, y Paul compró la casa de al lado -contó el general-. Mi mujer, Melanie, murió poco tiempo después -añadió con la voz ronca.

– Lo siento -dijo Hunter.

– Gracias. La vida no es justa. Eso lo aprendí hace mucho, y se confirmó cuando mi primera hija apareció en el umbral de la puerta de mi casa. Yo no sabía nada de ella. ¿Cómo se enfrenta un hombre a eso?

Hunter sacudió la cabeza.

– No lo sé.

Podía imaginarse el sentimiento de ira y la traición que había experimentado el general.

– Tuve ganas de matar a la madre de Molly, lo digo en serio. Si no fui a pedirle cuentas a Francie por haberme apartado de mi hija, menos habría matado a mi socio por robar dinero.

Los músculos de las sienes del general se tensaron. Era evidente que el estrés lo estaba abrumando.

Hunter tomó aire e hizo una pausa. No quería tener la misma conversación que había tenido con Molly, la de que su culpabilidad o inocencia eran irrelevantes.

– Sigamos -dijo, en un intento de reconducir la narración-. Entonces, Paul Markham y usted tenían una buena relación y montaron juntos un negocio inmobiliario.

– Exacto.

– Hábleme de la personalidad de Paul. ¿Era una persona tranquila? ¿Se parecía a usted?

El general se rió con aspereza.

– No, en absoluto. Eramos completamente opuestos. Yo pienso bien las cosas antes de hacerlas. Paul tenía un temperamento impulsivo que fue empeorando con el tiempo. Sin embargo, yo nunca me di cuenta de que hubiera una razón que explicara ese cambio. Yo era su mejor amigo, su socio. Debería haber sabido que algo no marchaba bien. Incluso las cosas más insignificantes habían comenzado a ponerle de mal humor.

Hunter había estado escuchando con suma atención todo lo que decía Frank, esperando oír algo que pudiera abrir otra vía de investigación. Algo en favor del general.

Y lo había encontrado.

– Entonces, notó el cambio de conducta de Paul antes de su muerte. ¿Se lo ha dicho a la policía?

– Lo intenté, pero no quisieron escucharme. La policía no quiere saber detalles que puedan hacerles cambiar de opinión sobre mi responsabilidad en la muerte de Paul.

Hunter tomó notas para poder comparar la versión del general con los expedientes del caso.

– Exacto. Paul tenía un lado oscuro incluso cuando comenzamos la instrucción. Sin embargo, durante estos años lo tuvo controlado. Su mujer, Sonya, tiene una personalidad suave que atemperó la de él, al menos durante un tiempo.

Hunter asintió.

– Ahora necesito que me hable de lo que ocurrió esa noche.

– Lo primero que tienes que entender es la naturaleza de nuestro negocio. Yo hacía los tratos, y Paul se encargaba de las finanzas. Yo confiaba en él. No tenía razón para no hacerlo.

– Continúe.

– La rotación de las propiedades que gestionamos es muy rápida, y el dinero pasa de unas manos a otras con agilidad. Nunca habíamos tenido ningún problema. Aquel día, envié a mi secretaria al banco, a recoger unos cheques certificados, y el cajero llamó para informarnos de que no teníamos suficiente dinero en las cuentas para cerrar un trato al día siguiente. Eso no tenía sentido, teniendo en cuenta la cantidad que se suponía debía estar disponible. Le dije al cajero que Paul o yo revisaríamos las cuentas y que volveríamos a llamar.

– ¿Y entonces fue a preguntarle a Paul?

Frank asintió.

– Él estaba en su despacho, más agitado de lo que yo lo hubiera visto nunca. Se paseaba de un lado a otro, maldiciendo entre dientes. Le conté que había un error en el banco. Sin mirarlo, Paul me dijo que no había ningún error -dijo el general, que palideció al recordarlo todo-. Ahora me doy cuenta de que a Paul se le habían acabado los lugares de los que conseguir fondos. Lo admitió todo. Me dijo que llevaba sacando dinero de las cuentas durante años. La mayor parte de las veces cerrábamos un trato al día siguiente y se reponía lo suficiente como para que yo no me diera cuenta.

– ¿Le dijo para qué usaba el dinero?

El general negó con la cabeza.

– No iba a responder preguntas. Acabamos discutiendo a gritos, debo admitirlo. Él se marchó de allí como una furia y yo se lo permití. Quería repasar las cuentas por mí mismo y ver hasta qué punto estaban mal las cosas antes de enfrentarme nuevamente a él.

Por mucho que Hunter intentara siempre mantenerse al margen de las emociones de los clientes, sentía pena por aquel hombre. La traición de un amigo tenía que ser dolorosa.

– ¿Los oyó discutir alguien?

– Nuestra secretaria, Lydia McCarthy.

– Tendré que hablar con ella.

El general le dio a Hunter la dirección y el número de teléfono de la secretaria.

– Aunque espero que esté acudiendo a la oficina para mantenerla funcionando hasta unos mínimos. O al menos, lo que queda de oficina -ironizó Frank-. Llevaba trabajando siete años para nosotros, pero en estos momentos está muy enfadada conmigo.

Hunter arqueó una ceja.

– ¿Por qué?

– Vino a visitarme aquí. Resulta que Paul y ella tenían una relación -dijo con evidente disgusto-. Lydia entró en la sala y montó una escena, gritó, lloriqueó y rabió porque, según ella, yo había matado al único hombre al que ella había querido. Para mí era una novedad, créeme.

– ¿Sabía Sonya que su marido la engañaba?

– No lo sé. Y no pienso agravar su pena hablándole de eso.

– ¿Había más mujeres?

Frank se encogió de hombros.

– Ninguna, que yo sepa, pero eso no significa nada -dijo. Después agregó con firmeza-: Lo que acabo de decir debe quedar entre nosotros, ¿entendido?

Hunter meditó durante unos instantes.

– Lo cierto es que el fiscal lo averiguará y lo hará público durante el juicio. Le sugiero que piense las cosas con detenimiento.

El general se inclinó hacia delante, con los codos sobre la mesa.

– Lo pensaré, pero si alguien le dice algo a Sonya, seré yo.

– Bien -dijo Hunter. Así que el general se mostraba protector con la viuda. Hunter apuntó aquello en su libreta-. ¿Qué ocurrió después aquella noche?

– Me llevé los libros de contabilidad a casa. Cenamos…

– ¿Quién estaba en casa?

– La comandante y Molly. Robin estaba en la universidad.

– ¿Y Jessie?

– Con Seth, en la casa de al lado.

Él asintió.

– Todo parece normal.

– Era normal. Salvo por el hecho de que, de repente, no tenía dinero en el negocio.

– ¿Le contó a su familia el desfalco de Paul?

– Demonios, no. No iba a disgustar a las mujeres.

– ¿Y su secretaria lo sabía?

– Estoy seguro de que oyó la pelea. No sé si conocía los detalles…

– Continúe.

– Cenamos. Jessie llegó a casa a cenar. Alrededor de las nueve, sonó el teléfono. Era Sonya. Estaba histérica, y yo fui directamente a su casa. Me dijo que se había encontrado a Paul destrozando su despacho y arrojando cosas. Sus arranques de furia no eran nada nuevo, pero ella se dio cuenta de que algo iba muy mal. Le presionó para que le contestara y él se lo contó todo, incluyendo el hecho de que había vaciado también sus cuentas personales.

Hunter se pasó la mano por los ojos. No se había dado cuenta de todo lo que les había ocurrido a aquellas dos familias hasta aquel momento.

– Ella comenzó a chillarle, diciéndole que les había destrozado la vida y que había puesto en peligro el futuro de Seth.

– ¿Y qué ocurrió?

– Él le dijo que se callara y la abofeteó -dijo Frank entre dientes-. Después tomó las llaves de su coche y se marchó.

Hunter emitió un suave silbido.

– ¿Era la primera vez que la maltrataba?

– No -respondió Frank-.Y yo lo sabía. Sabía que había ocurrido más veces, y le había pedido a Sonya que lo dejara, pero ella no quería hacerlo. Se quedó con él y me dijo que había dejado de pegarle. Yo cerré los ojos ante la verdad porque eso era lo que Sonya quería que hiciera.

– Y ahora se siente culpable.

– ¿No te sentirías culpable tú en mi lugar?

Como sabía que era una pregunta retórica, Hunter no respondió.

– Así que estaba con Sonya mientras Paul conducía hacia su despacho -dijo Daniel, más para sí mismo que para el general-. En lo que a la policía se refiere, tiene móvil. La noche del asesinato, descubrió usted que su socio había desfalcado la empresa y que maltrataba a su esposa.

– Nadie sabe lo de Sonya. La policía sabe lo del dinero, y eso es suficiente. Sonya y yo convinimos en que no hay motivo para que sepan detalles sórdidos de su vida.

Salvo que Sonya también tenía un móvil para el crimen.

– Le aconsejo de nuevo que diga la verdad y no espere hasta que otra persona revele esa información, porque entonces usted parecerá más culpable.

– Tú eres un hombre de principios -dijo el general-. Como yo. Hablaré con Sonya para que no oculte los malos tratos y también le contaré la aventura que tenía su marido. A su debido tiempo.

Hunter asintió.

– Me parece justo. Y ahora, ¿dónde estaba Sonya cuando mataron a su marido?

– En casa. Edna y Molly vieron su coche en la calle, y Edna también la vio a ella en el patio. A Sonya le gusta sentarse en el jardín a mirar las estrellas.

– Bien. Entonces, Sonya no tuvo la oportunidad.

– Exacto -dijo el general.

– Y usted encontró el cadáver de su socio en la oficina al día siguiente, cuando fue a trabajar -dijo Hunter, recordando lo que le había contado antes el jefe de policía.

Su interlocutor asintió.

– Una cosa más. ¿Volvió a casa después de despedirse de Sonya?

Frank hizo un gesto negativo con la cabeza.

– ¿Adónde fue? ¿Dónde estaba a la hora del asesinato? -preguntó Daniel. La policía le había dicho que el crimen se había cometido entre las diez y media y las once y media de la noche.

El general se frotó los ojos. Era evidente que estaba muy fatigado.

– Salí.

– ¿Se llevó el coche?

– No. Di un paseo hasta el centro.

– ¿Lo vio alguien?

– No.

– ¿Paró en algún sitio?

El general gruñó.

– Estaba enfadado. Cuando estoy disgustado, salgo a caminar. Pregúntaselo a cualquiera de la familia. No tenía ningún destino en mente, sólo salí a andar. ¿Hemos terminado? Estoy muy cansado.

– Hemos terminado por el momento -respondió Hunter-. Voy a pedir otra vista para conseguir la libertad bajo fianza rápidamente. Tengo un amigo que es juez local. Si puedo mover algunos hilos, lo sacaré de aquí hoy mismo -dijo Hunter, mientras guardaba su libreta.

– Te lo agradezco. Puede que haya pasado mi juventud durmiendo en cualquier sitio, pero la edad y una cama blanda me han echado a perder -dijo el general, y le guiñó un ojo a Hunter. Hunter vio un parecido con Molly en la sonrisa y la mirada del general.

– No se preocupe. Yo me encargaré de todo. Hablaremos un poco más cuando esté en casa.

Después, le estrechó la mano al general y se marchó, pensando en todo lo que había averiguado. Lo más importante no estaba en el papel; había sido la expresión del general, su tono de voz, sus emociones.

Al averiguar que su mejor amigo y socio lo había traicionado, Frank se había enfadado, lógicamente. Sin embargo, Hunter no había detectado rabia asesina en su narración, y dudaba que la hubiera habido aquella noche. Aquel hombre no podía disimular tan bien sus sentimientos. A Daniel se lo decía el instinto, y el instinto le había prestado buenos servicios en el curso de su carrera estelar. En aquella ocasión, decidió fiarse también.

Molly tenía razón. Su padre no hubiera matado por venganza ni por dinero. Sin embargo, alguien sí lo había hecho, y en cuanto Hunter consiguiera la libertad bajo fianza del general, tendría que dar con otros sospechosos. De lo contrario, la verdad tal y como aparecía ante los ojos de la gente no bastaría para que el padre de Molly no volviera a la cárcel de por vida.


Molly entró en casa a las siete de la tarde. Todo estaba muy silencioso, y recordó que su abuela le había dicho que iba a llevarse a Jessie de compras después de comer.

Quizá no estuviera rodeada por los sonidos de la familia, pero Molly sabía que no estaba sola; había visto la motocicleta de Hunter aparcada junto a la casa, en la acera.

Y se alegraba. Fue directamente hacia el despacho de su padre. La puerta estaba entreabierta. Con una rápida mirada, advirtió que Hunter estaba sentado en una silla, junto a la jaula del guacamayo.

Ella alzó la mano para llamar y avisar a Hunter de su presencia, pero él habló primero. Obviamente, se dirigía al pájaro.

– Regatea por la cancha y se detiene ante el poste. Se prepara para el tiro y… ¡canasta!

Ella sonrió. El pájaro estaba entreteniendo a Hunter con su truco favorito. Tomaba una pelotita y la encestaba en un pequeño aro.

– No sabía que eras aficionado al baloncesto -dijo Molly, riéndose, mientras entraba en la habitación.

Hunter se levantó de golpe de su asiento con las mejillas ruborizadas.

– Me has pillado -dijo. Claramente, se avergonzaba de haber retransmitido las jugadas del guacamayo-. Pero es que el pájaro es fascinante.

Molly sonrió.

– Ollie tiene buenas cualidades. Responde cuando le hablan, sabe hacer monadas cuando se lo piden y hace sus necesidades donde debe. A un hombre no se le puede pedir más.

– Qué simpática -dijo él, y se acercó a ella-. ¿Has cenado ya?

Ella asintió.

– Compré un sándwich de camino hacia acá. ¿Y tú?

– Yo he cenado con Edna. Hace unos filetes con patatas deliciosos -dijo él, dándose unos golpecitos de satisfacción en el estómago.

– Edna es una magnífica cocinera -confirmó Molly-. Puedo afirmar con seguridad que yo no he heredado ese talento -añadió-. Siento haber llegado tarde. Me entretuve en el centro de mayores.

– No tienes por qué disculparte -respondió Hunter. Se dio la vuelta y comenzó a ordenar papeles y a colocarlos en montones sobre el escritorio-. No me debes explicaciones. Sólo estoy aquí por…

– Mi padre. Lo sé -dijo ella, apretando los dientes con frustración-. Hunter…

– Molly -dijo él al mismo tiempo.

– Tú primero -dijo Daniel.

Ella sacudió la cabeza.

– Tú.

– Está bien. Hoy he ido a ver al general. Es un hombre estupendo -dijo Hunter, y se metió las manos en los bolsillos-. No habría elegido a nadie diferente para ti. De hecho… Bueno, no importa.

– No, dímelo.

Hunter la miró a los ojos.

– Es todo lo que podías haber esperado, y más. Me alegro mucho por ti.

Ella tuvo una sensación cálida por dentro, de gratitud y de atracción. Hunter era un hombre muy especial.

– Gracias.

– De nada. Y ahora, ¿qué querías contarme tú?

Ella parpadeó.

– De verdad, no me acuerdo. Estoy demasiado asombrada por lo que acabas de decirme. Si no estuviera al tanto de la realidad, pensaría que te importo.

– ¿Y quién ha dicho que no me importas?

Hunter se acercó a Molly y se enroscó uno de sus rizos rubios en el dedo.

Molly sintió el suave tirón hasta los dedos de los pies, y se humedeció los labios. No pretendía que fuera un gesto seductor, pero él siguió el movimiento con los ojos, que se le oscurecieron de deseo. Molly notó un cosquilleo caliente en la piel y se balanceó hacia él, haciéndole una clara invitación. Esperaba que él la aceptara.

Entonces, Daniel deslizó la mano hasta su nuca y, sin dejar de mirarla a los ojos, le inclinó la cabeza suavemente hacia atrás y la besó.

Al instante, Molly le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia sí, haciendo que sus cuerpos se alinearan y se apretaran el uno con el otro. El calor que desprendía Daniel la succionó en un remolino de sensaciones y su olor prendió una llama de pasión que ella nunca había experimentado. Lo deseaba desesperadamente, y el gemido que se le escapó hizo que él lo supiera.

Molly enredó los dedos en su pelo en el mismo momento en que oía carraspear a alguien.

– Bueno, éste sí que es un buen recibimiento -dijo su padre.

Hunter se retiró al instante. Molly dio un saltito hacia atrás al mismo tiempo, y ambos miraron con culpabilidad al general. Sin embargo, Frank tenía una gran sonrisa en la cara.

Entonces, Molly se percató de lo que significaba su presencia.

– ¡Estás en casa! ¡Estás en casa! Oh, Dios mío -dijo, y corrió hacia él para abrazarlo-. No tenía ni idea, pero me siento muy aliviada.

– Lo mismo digo.

Ella dio un paso atrás sin soltarle la mano a su padre.

– ¿Cómo? ¿Cuándo?

– Hunter consiguió que me liberaran a tiempo para llegar a cenar.

Molly se volvió hacia Hunter.

– No me habías dicho nada.

– Así, la sorpresa ha sido mucho más dulce, ¿no? -le preguntó Daniel.

Molly pensó que se enamoraba otra vez de él en aquel mismo momento. Si acaso alguna vez había dejado de estar enamorada de Daniel Hunter. Lo dudaba.

Lo miró largamente antes de volverse hacia su padre otra vez.

– ¿Dónde estabas cuando he llegado a casa?

– Al lado, visitando a Sonya y a Seth.

Molly asintió.

– Bien. Y ahora que estás en casa, te vas a quedar aquí -dijo con determinación.

– Siento ser un aguafiestas, pero la libertad bajo fianza es sólo una solución temporal -matizó Hunter.

Molly suspiró con resignación.

– Pero esta noche podemos celebrarlo.

– Vosotros dos podéis. Yo tengo que trabajar, pero no quiero echarlo de su oficina, general -le dijo Hunter a Frank-. Como le he dicho a Edna, puedo alojarme en el hotel.

A Molly se le encogió el estómago. Aunque al principio no quería que él se quedara en casa, había cambiado rápidamente de opinión. Por suerte, el general agitó una mano para descartar su ofrecimiento.

– No te preocupes por mí. No podré concentrarme en el trabajo hasta que haya terminado todo esto, y no hay mucho que pueda hacer para limpiar mi nombre. Por favor, siéntete como en casa.

Molly se obligó a disimular su alegría, y no sólo porque pudiera estar cerca de Daniel para ayudarlo con el caso, sino también por razones puramente egoístas.

– Ayer, en la cárcel, no hablamos de dinero, pero hoy quiero que sepas una cosa -dijo su padre con seriedad-. En este momento no puedo permitirme pagarte mucho, pero te lo pagaré en el futuro.

Hunter sacudió la cabeza.

– Se lo agradezco, pero…

– Sin peros. Si vas a defenderme, te pagaré por ello. Yo no acepto caridad, así que dedica la asistencia legal gratuita a aquellos que la necesiten de verdad. Cuando pueda comprar y vender propiedades de nuevo, te pagaré por tu trabajo.

A Molly se le formó un nudo en la garganta. Sabía que mantener aquella conversación con Hunter no era fácil para su padre, y le admiraba por ello.

– Me parece bien -dijo Daniel, y le estrechó la mano a Frank.

Molly admiró también a Hunter, no sólo por el modo en que había tratado a su padre y había respetado su orgullo, sino también por el hecho de haber acudido a su llamada. Cuando ella había necesitado su ayuda, él había respondido, pese a su propio orgullo.

Los dos hombres tenían mucho en común, incluyendo cuánto le importaban a Molly. Miró a Hunter con la esperanza de poder transmitirle sus sentimientos con los ojos.

Él desvió la vista.

– Tengo mucho que trabajar para conseguir que su libertad sea permanente -le dijo Hunter al general.

Deliberadamente, evitó la mirada húmeda de Molly. Quería ver su expresión cuando supiera que había conseguido la libertad de su padre, pero una vez que lo había conseguido, no soportaba aquella mirada de adoración tan descarada.

Y menos después de aquel beso estremecedor. Si su padre no hubiera vuelto, Hunter habría tomado a Molly allí mismo, en el despacho, en el escritorio o en el suelo. La atracción que sentía por ella era tan fuerte y devoradora que apenas podía contenerla.

El sexo era fácil. Sin embargo, nada que tuviera que ver con Molly o con sus sentimientos por ella lo había sido nunca.

Daniel carraspeó.

– Bueno, pues empezaré ahora mismo. Si me disculpáis… -dijo, y señaló todos los papeles que tenía en el escritorio: anotaciones, copias de los expedientes policiales y pruebas. Sólo el comienzo del caso, en realidad.

El general miró con los ojos entornados a Molly y después a Hunter. Era evidente que el hombre no sabía qué pensar de la escena que había interrumpido ni de la distancia que había entre los dos en aquel momento.

Molly se pasó la lengua por los labios.

Demonios. Hunter odiaba que hiciera aquello, porque le encantaba. Aquel ligero roce de su lengua le resultaba excitante al máximo.

– He tenido un día muy largo en el centro de mayores. Voy a mi habitación a descansar -dijo Molly.

– Enfréntate a ello como un hombre -dijo el guacamayo, rompiendo la tensión con su agudo graznido.

Molly se rió. Hunter no la culpaba; aquel dichoso pájaro era muy gracioso.

– Bueno, esto es algo que no había echado de menos -dijo el general.

El pájaro graznó nuevamente.

Hunter se rió y miró a Molly.

– Me voy -dijo ella.

Al verlo dirigirse directamente hacia él, Daniel se quedó sorprendido.

– Gracias por sacarlo de la cárcel -le dijo en voz alta, para que el general pudiera oírlo también-. Y gracias por ese beso -susurró, sólo para Hunter.

Ante el recordatorio del beso y la atrevida promesa en sus ojos llenos de pasión, a él se le secó la garganta. Molly había conseguido lo imposible.

Lo había dejado sin habla, esperando su próximo movimiento.

En aquel momento, Hunter decidió deshacerse de sus dudas y sus preocupaciones sobre el futuro. Había crecido sin saber dónde estaría viviendo la semana siguiente. Seguramente, podría soportar tener una aventura sin compromisos con Molly en aquel momento.


Frank estaba sentado en el jardín, observando la luna y las distintas luces que brillaban en su casa. Molly estaba en la cocina, haciendo una tarta para la mejor amiga de Edna, que vivía en la residencia de mayores. Al pasar por la ventana lo saludó con la mano.

Y, a juzgar por la luz encendida del escritorio de su despacho, el amigo abogado de su hija seguía trabajando. O eso, o era Molly quien lo mantenía despierto e inquieto.

Sólo a un idiota se le escaparía la tensión sexual que había entre los dos, y sólo alguien a quien nunca le habían hecho daño sería incapaz de reconocer las molestias que tomaban para fingir que no pasaba nada y que no sentían nada el uno por el otro. Él debería saberlo. Hacía lo mismo.

Con un gruñido de frustración, Frank se levantó de su asiento y se dirigió hacia la casa de al lado. Entró con su llave. Después del asesinato de Paul, Sonya le había dado una llave por seguridad. Él sacudió la cabeza, sin poder creerse todavía que su amigo estuviera muerto. Asesinado. Y el hecho de que la policía lo señalara como culpable era absurdo. Sin embargo, Frank entendía la evidencia y conocía el juego. A menos que su abogado o él encontraran pruebas sólidas, estaba metido un problema muy grave.

Se apartó aquella idea de la cabeza.

– ¿Sonya? -dijo suavemente.

– Estoy aquí -dijo ella.

Tal y como le había prometido, lo estaba esperando en la sala de estar. Al verlo entrar, ella se levantó del sofá.

– ¿Está dormido Seth?

Sonya asintió y se acercó a él.

– Dios, necesitaba que me abrazaras.

Él se aferró a ella con fuerza e inhaló la fragancia de su pelo para sacar fuerzas del mero hecho de sentirla.

– Sé que ha sido muy duro para vosotros dos. Ojalá hubiera podido estar aquí durante los días siguientes al funeral.

Lo habían arrestado tan sólo un día después del entierro, y desde entonces había tenido que consolarse con las visitas de su familia.

Sonya lo guió de la mano hasta el sofá y ambos se sentaron.

– Yo también quería que estuvieras aquí. Ha sido muy difícil. Seth está destrozado por su padre. Va al instituto, viene directamente a casa y sube a su habitación. Sólo quiere hablar con Jessie.

– Al menos tiene a alguien. ¿Te parece bien que le pregunte si quiere hablar conmigo?

Frank había sido como un segundo padre para Seth durante toda su vida, y él lo quería como a un hijo.

Sonya asintió con los ojos llenos de lágrimas.

– ¿Cree que he tenido algo que ver con la muerte de Paul? -le preguntó Frank. Aquello lo había tenido obsesionado desde el principio: el hecho de que sus seres más cercanos y queridos sospecharan que lo que decía la policía era cierto.

Sonya negó con la cabeza.

– No. Es lo único que me ha dicho durante días. Que sabe con seguridad que tú no le hiciste nada a su padre.

Él tomó aire profundamente.

– Pero quería hacerlo. Hubiera soportado el desfalco, pero en cuanto supe que te había pegado de nuevo, tuve ganas de matarlo -dijo con rabia.

Era rabia hacia su mejor amigo y hacia sí mismo. Él siempre había sabido que Paul tenía un lado oscuro, pero nunca había pensado que descargaría su carácter con su familia. Frank había cerrado los ojos para preservar la paz, y se había engañado a sí mismo para poder dormir por las noches. Sin embargo, eso no había ayudado a la gente a la que quería.

Y él quería a Sonya. Lo que había comenzado como una amistad había florecido después de la muerte de Melanie. Frank no sabía cuál había sido el momento exacto en el que se había enamorado de la mujer de su mejor amigo, ni ella de él. Sólo sabía que se querían desde hacía años, pero ninguno de ellos había pronunciado aquellas palabras. No habían tenido ningún contacto emocional, y mucho menos físico. Querían a sus familias y se respetaban el uno al otro.

Ella le tomó la cara con las manos.

– Pero no lo hiciste. No le hiciste daño a mi marido. No le hemos hecho daño a nadie.

– Siempre y cuando nadie averigüe lo que sentimos, nadie sufrirá -dijo Frank.

– Puede que yo fuera cada vez más infeliz, pero no quería que asesinaran a Paul.

– Lo sé -le dijo él.

– Y no quiero que te culpen de su muerte.

– No lo harán. Ya te he dicho que me va a defender el amigo de Molly, Daniel Hunter. Todo saldrá bien.

– Querrá saber tu coartada -dijo Sonya.

Él apretó la mandíbula.

– Ya me lo preguntó, y le dije que había salido a dar un paseo. Estaba solo.

– Pero…

– Estaba solo. Fin de la conversación -dijo él.

Conocía lo suficiente a Sonya como para saber que respetaría su decisión. Sin embargo, no estaba seguro de que pudiera decir lo mismo de Hunter. Esperaba que el abogado pudiera componer una defensa sólida sin investigar demasiado.

– Hunter quiere que digamos la verdad sobre… el abuso -le dijo Frank con delicadeza-. Yo no quiero, pero él teme que la fiscalía lo averigüe y lo use contra mí. Ya sabes, como si fuera otro móvil para asesinar a Paul.

Sonya asintió lentamente.

– Tiene lógica.

– Pero Seth…

– Él ya lo sabe. No podía vivir en esta casa sin saber que su padre tenía… problemas de carácter. Superará esto como todos los demás -afirmó ella con seguridad.

Frank asintió.

– Está bien. Sólo una cosa más -añadió, y tuvo que tomar aire para darse fuerzas. Lo que iba a decirle era lo más difícil de todo.

– ¿Qué?

– Es algo sobre Paul.

– ¿Sí?

– Tuve una visita en la cárcel. Lydia McCarthy.

Sonya se irguió.

– Paul y ella tenían una aventura.

Frank se puso en pie de golpe.

– ¿Lo sabías?

– Vivía con Paul. Claro que lo sabía. Y, sinceramente, fue un alivio. Hacía mucho tiempo que mi matrimonio con Paul se había desmoronado. Me quedé con él para mantener la familia, pero no podía soportar su modo de ser y… no podía soportar que me tocara -dijo con un escalofrío.

Sin embargo, cuando miró a Frank, él percibió una gran tristeza y culpabilidad en sus preciosos ojos.

– No te sientas mal -le dijo él con la voz ronca-. No te sientas culpable por lo que ocurrió con tu matrimonio -añadió, y le acarició la mejilla con los nudillos-. Lo superaremos -susurró para intentar reconfortarla.

Aunque algunas veces, Frank se preguntaba cómo.

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