Jessie miró el reloj de su mesilla. Sabía que era muy temprano, pero no podía esperar un segundo más para hablar con Molly. La noche anterior había mirado accidentalmente en el armario de su hermanastra… bueno, bien, estaba fisgoneando, y había encontrado una maleta llena de ropa de colores. Jerseys, bufandas, pañuelos, bisutería y complementos muy bonitos.
Quería pedirle prestadas a Molly algunas de sus cosas, pero, para pedírselas, tendría que admitir que había estado hurgando. Jessie sopesó las opciones que tenía, y llegó a la conclusión de que Molly quería que ella la aceptara tanto como ella quería ponerse la ropa de Molly. Así pues, estaba segura de que podrían llegar a un acuerdo.
Se detuvo ante la puerta del dormitorio de Molly y, después de un segundo de vacilación, decidió entrar sin llamar. Después de todo, Molly quería que fueran hermanas de verdad.
Abrió la puerta de par en par, pasó, vio a Molly bajo las mantas, a Hunter junto a ella y… ¡Demonios!, pensó, mientras asimilaba la escena.
Hunter se movió.
Jessie se mordió el labio inferior y se preguntó qué podía hacer. Sabía que lo que debía hacer era retirarse silenciosamente y fingir que nunca había entrado en el dormitorio, pero, ¿qué diversión podía tener aquello?
– Ejem -dijo en voz alta.
Hunter gruñó y se volvió de modo que su cara quedó escondida en la almohada. Molly, sin embargo, dio un bote hasta el techo.
– ¡Jessie! -dijo en un susurro frenético, mientras Hunter seguía refunfuñando, todavía dormido-. ¿Qué estás haciendo aquí?
Jessie miró a Daniel, que había empezado a roncar.
– ¿Qué está haciendo él aquí? -replicó ella-. Yo sólo estaba intentando encontrar la manera de que me prestaras algo de esa ropa tan bonita que tienes en la maleta, en el armario. De repente, se me ha ocurrido que podría chantajearte -le dijo, con las manos detrás de la espalda, sonriéndole-. ¿A ti qué te parece?
Molly cerró los ojos durante un segundo.
– Creo que eres un monstruito y que hablaremos de esto más tarde. Ahora, lárgate -le dijo Molly, y agitó la mano hacia la puerta.
Jessie frunció el ceño, pero supo que había ganado al darse cuenta de que Molly estaba molesta, pero no enfadada.
– ¿Puedo llevarme el jersey amarillo?
– ¡Fuera! -dijo Molly, señalándole la salida con el índice.
Jessie puso los ojos en blanco.
– Me voy, me voy.
Y se dirigió hacia la puerta, riéndose. De repente, vivir con Molly se había vuelto divertido.
Molly se dejó caer sobre la almohada y se dio cuenta de que, aunque tenía la cabeza dolorida, ya no sentía martillazos.
– Dime que esto no acaba de pasar.
– Ha pasado -respondió Hunter, que rodó hacia su lado de la cama y apoyó la cabeza sobre la mano.
– ¿Estabas despierto? -le preguntó ella.
Él tenía el pelo revuelto y la sombra de la barba en la mejilla. Estaba muy sexy entre sus sábanas, pensó Molly, mirándola con aquellos ojos oscuros y somnolientos.
– Estaba despierto, pero no iba a permitir que Jessie lo supiera. ¿Cómo te sientes?
– No estoy perfectamente, pero sí mucho mejor. Gracias por quedarte conmigo -le dijo ella con suavidad.
– Ha sido un placer.
Molly se pasó una mano por el pelo, preguntándose si tendría muy mal aspecto. Seguramente, el rímel se le había emborronado y le había dejado unos círculos negros alrededor de los ojos. No podía estar guapa, pero tampoco parecía que Hunter fuera a salir corriendo.
– Tenemos que levantarnos -dijo con poco ánimo. No hizo ademán de moverse.
– ¿Y si primero hablamos? -preguntó él.
Rápidamente, las defensas de Molly se pusieron en alerta.
– ¿De qué? -inquirió con cautela.
Había varios temas de los que él podía hablarle: la mentira acerca del general y Sonya, la noticia que les había dado Ty… Recién salida de aquella migraña, Molly no estaba en condiciones de tener una discusión con él.
– De tu ropa. ¿Por qué la tienes guardada en el armario?
Ella se sorprendió.
– ¿Qué? ¿Por qué razón te preocupas por eso?
– Cuando estábamos en la universidad, ¿sabes lo que me llamó la atención de ti en primer lugar?
Molly negó con la cabeza. Sólo sabía cuál era la razón por la que ella se había fijado en él. Al igual que Molly, Daniel era el único que se quedaba en la biblioteca, estudiando, hasta la hora de cierre. Sus hábitos de estudio y su decisión por triunfar eran iguales. Eso, y lo guapo que era.
– Quizá tuviera algo que ver con las minifaldas que llevabas a clase -dijo él, moviendo las cejas sugestivamente.
Ella se rió.
– ¡Cuando comenzamos las clases había cuarenta grados de temperatura!
– Quizá también tenga algo que ver con los colores tan fuertes de tus camisetas. O los pañuelos de colorines que te ponías al cuello o en la cintura. Llevaras la ropa que llevaras, siempre te ponías una prenda de un color llamativo. Cuando entrabas en una sala, dejabas clara tu presencia.
Ella sabía adónde se dirigía Daniel con aquella conversación, y no quería hablar de cómo había cambiado durante el último año. También sabía que él no iba a dejar el tema.
– Los colores son divertidos -dijo Molly defensivamente.
– Entonces, ¿por qué tienes la ropa más colorida en una maleta, en el armario?
– Me está volviendo a doler la cabeza -murmuró ella.
– Mentirosa. Molly, yo me enamoré de la mujer que dejaba clara su presencia al entrar en una habitación. La que no permitía que le dijeran lo que tenía que hacer, ni qué ropa debía elegir. ¿Qué pasó cuando te mudaste aquí?
Molly permaneció en silencio, pero él no estaba dispuesto a cambiar de conversación. Ya sabía el motivo por el que ella había enterrado la parte más atrevida de su personalidad, pero quería que lo admitiera. Y después, quería que volviera la antigua Molly. Pensó que tenía que agradecerle a Jessie, la adolescente mimada, que le hubiera dado pie a comenzar aquella charla.
– No creo que la comandante fuera a quejarse por cómo te vistes -dijo Daniel.
– No, ella no se quejó -respondió Molly, cruzándose de brazos sin mirarlo.
Él no se dejó amedrentar.
– ¿Es por el general, entonces? ¿Es muy conservador?
Ella se encogió de hombros.
– En algunas cosas sí.
– Pero se siente feliz por el hecho de que formes parte de su vida. No creo que le preocupe lo que se pone su hija adulta. Robin está en sus estudios y apenas pasa tiempo en casa, y no puede importarte lo que piense Jessie sobre ti, entonces, ¿qué pasa? -le preguntó él, tomándola de la mano.
– Tú ya lo sabes. Es por mi familia. No quiero perderla. Cuando vine aquí deseaba con todas mis fuerzas que me aceptaran, así que habría hecho cualquier cosa por conseguirlo.
– Incluso ocultar tu personalidad.
– No es tan drástico.
– Sí lo es. De no ser por tus botas rojas, algunas veces ni siquiera te reconocería. ¿No echas de menos ser tú misma?
Ella no respondió, pero él vio que se le llenaban los ojos de lágrimas y supo que había dado en el blanco. Bien. Eso significaba que quizá estuviera pensando en lo que él le decía. Daniel echaba de menos el cosquilleo que sentía en el estómago cada vez que la veía vestida con alguno de aquellos colores fuertes. Era lo que la hacía única y especial.
– Tu familia ya te ha aceptado. En algún momento se merecen conocer a su verdadera hija y hermana -dijo él. Por impulso, le pasó la pierna por encima de las caderas-. Tal y como yo te conozco.
– A ti no te caigo bien todo el tiempo -le recordó Molly.
– Pero yo soy idiota -dijo Daniel con una sonrisa.
– Tienes razón.
Al cuerpo de Daniel le gustaba aquella posición, y notó que se excitaba contra los vaqueros que aún tenía abiertos.
– ¿Significa esto que ya me has perdonado? -le preguntó ella.
Hunter gruñó. Le tomó los brazos e hizo que se los pasara por encima de la cabeza.
– Significa que te acepto tal y como eres.
Y eso significaba que tenía que aceptar su necesidad de mantener a la familia unida a cualquier precio. Daniel suponía que podría hacerlo durante el corto tiempo que iba a permanecer allí con ella.
– Es un comienzo -murmuró Molly, con satisfacción.
– Como esto.
Daniel deslizó las manos hasta sus pechos y la besó perezosamente. Sus lenguas se entrelazaron, y su cuerpo pidió más.
Y aquélla fue la señal de que debía irse. Lamentándolo, tuvo que apartarse de ella.
– Será mejor que salga de aquí antes de que vuelva esa pequeña cotilla y nos pille haciendo algo más que dormir.
– Esa niña está aumentando su lista de pecados -murmuró Molly.
Él sabía que estaba bromeando; sin embargo la frustración de su tono de voz era la misma que él sentía.
Después de ducharse, el primer paso de Molly fue ir a la habitación de Jessie. Aunque Hunter y ella sólo estaban durmiendo en la misma cama, no se sentía en posición de gritarle a una adolescente por entrar en su cuarto sin llamar. De todos modos, Molly creía que había ganado la partida, porque su hermana había cesado en su intento de chantaje. La ropa de Molly a cambio de su silencio. Tsss.
Llamó una sola vez a la puerta de Jessie y entró.
Jessie gritó y se dio la vuelta, abrochándose la camisa a toda prisa.
– ¡Eh!
– Al menos yo he llamado una vez para avisarte -dijo Molly mientras entraba y cerraba la puerta.
Jessie frunció el ceño y, cuando terminó de abotonarse la camisa, se dio la vuelta hacia su hermana.
– Siento no haber llamado.
La disculpa de Jessie tomó a Molly por sorpresa.
– Gracias. Y para que lo sepas, anoche estaba enferma y Daniel se quedó conmigo. Debió de quedarse dormido. Hubiera preferido que no hubieras entrado así en la habitación, pero no estaba pasando nada.
– ¿Has venido a reñirme?
– ¿Por entrar así? No. Ya me has pedido disculpas. ¿Por intentar chantajearme? De eso sí podríamos hablar. A mi edad, no creo que nadie vaya a castigarme por tener a un hombre en mi habitación, y si crees que vas a controlarme fisgoneando en mi armario o amenazándome, te equivocas.
– Tienes que admitir que merecía la pena intentarlo -dijo Jessie con una sonrisa tímida.
Aparentemente, los progresos que habían hecho no se habían perdido por completo. Molly suspiró con resignación.
– No más tonterías, ¿de acuerdo?
– Sí, sí -respondió Jessie.
– Bien -dijo Molly, inclinando la cabeza-. Te he traído una cosa.
Sacó el jersey amarillo de detrás de su espalda y se lo lanzó a Jessie.
– ¡Bien! -la niña abrió unos ojos como platos mientras acariciaba la prenda-. Gracias -le dijo a Molly, mirándola con evidente agradecimiento.
– De nada. No estoy recompensándote por tu mal comportamiento, pero me parece que el amarillo te favorece.
Jessie tuvo la decencia de ruborizarse.
– Siento habértelo hecho pasar mal.
– Puedo soportarlo. Pero me gusta más cuando eres así. Bueno, ¿cómo está Seth? -le preguntó Molly para cambiar de tema.
– Parece que está mejor. Dice que ha buscado a Hunter en Internet y que tiene un porcentaje de éxito muy alto en los juicios. Eso le ha tranquilizado mucho. Creo que está muy preocupado por perder a mi padre además de haber perdido a su padre, si es que tiene sentido.
– Sí lo tiene -dijo Molly suavemente-. Y tiene razón en cuanto a Hunter. Nuestro padre está en buenas manos.
– Sí, es cierto.
Ninguna objeción sobre si el general era padre de las dos o no, pensó Molly, y dejó escapar un imperceptible suspiro de alivio.
– Que disfrutes del jersey. Queda muy bien con vaqueros oscuros, por cierto -le dijo, y se dio la vuelta para salir, alegre por el progreso que habían hecho.
– Gracias otra vez. Eh, estaba pensando… -dijo Jessie.
Molly miró hacia atrás.
– ¿Qué?
– Que quizá este fin de semana pudieras llevarme a Starbucks. Ya sabes, sólo nosotras. Y si Robin viene de la universidad, bueno, quizá podríamos ir las tres…
Molly sonrió.
– Vaya, eso es un buen plan.
En realidad, un plan magnífico.
Hunter encontró al general sentado en el porche. El sol brillaba en lo alto del cielo, y Frank estaba mirando al horizonte a través de las gafas de sol.
– ¿Le importa que me siente con usted? -le preguntó Hunter.
– Claro que no.
Hunter se puso también sus gafas de sol y se sentó a su lado.
– ¿Le está resultando dulce la libertad?
– Amarga.
Daniel asintió.
– Lo entiendo.
El padre de Molly se sentía feliz por estar fuera de la cárcel, y al mismo tiempo estaba petrificado ante la posibilidad de tener que volver.
– ¿Podemos hablar de unas cuantas cosas?
El general asintió.
– Me alegro de hacer algo para ayudar en mi propio caso. No tengo costumbre de estar ocioso.
Inclinándose hacia delante, Hunter pensó muy bien en aquello que debían tratar.
– Su secretaria no ha estado yendo a trabajar, ¿verdad?
– No. Tampoco me ha enviado una carta de dimisión. Lydia ha desaparecido, y como Sonya estaba dispuesta a sustituirla, no me he preocupado de dónde estaba.
– Molly y yo vamos a ir a Atlantic City más tarde. Quiero mostrarles la fotografía de Paul a los empleados del motel donde solía alojarse. Mientras, ¿podrían Sonya y usted repasar las cuentas del negocio, las finanzas personales de Paul y darme una lista de las fechas en las que salió de la ciudad por negocios?
– No hay problema. ¿En qué estás pensando?
– No sé nada con certeza todavía. Sólo me pregunto si Atlantic City era una parada secundaria cuando Paul iba a un viaje de negocios para usted. Y, de ser así, ¿paraba allí para jugar? ¿Debía más dinero del que había perdido? Estoy buscando otros sospechosos para que podamos plantearle una duda razonable al jurado. Más importante aún, quizá pudiéramos convencer al juez de que retirara los cargos contra usted debido a la falta de pruebas.
– Te lo agradezco mucho -dijo Frank.
– Sólo hago mi trabajo, señor.
– ¿Cómo está Molly? No me refiero a la cara de valiente que pone para mí, sino a cómo está de verdad -preguntó el general con preocupación.
Hunter apreciaba los sentimientos de aquel hombre por su hija. En el general, Molly había encontrado todo lo que estaba buscando en un padre, y Hunter se sentía muy feliz por ella.
– Es fuerte. Soportará todo esto perfectamente -le aseguró Hunter.
– No es justo. En algo tan horrible como esto, es la gente a la que quiero la que se está llevando la peor parte.
Daniel asintió. Había oído decir lo mismo a muchos de sus clientes. Sin embargo, en aquella ocasión Hunter estaba más vinculado a su representado y al resultado del juicio, y no podía quedarse mirándolo todo sin involucrarse personalmente. Se preocupaba por los sentimientos de todos ellos, y hubiera deseado tener una familia tan unida como la que Molly había descubierto allí.
Por supuesto, no la tenía. Y aunque Molly pensara que él no se había reconciliado con su pasado, Daniel sabía que lo aceptaba como lo que era: el pasado. Por desgracia, eso no significaba que no sintiera tristeza y anhelo porque las cosas hubieran sido distintas. Y, cuando veía a Molly tan integrada en su vida, sus propias necesidades resurgían y le resultaba más difícil reprimirlas.
– ¿Un puro? -le preguntó el general, sacándose dos cigarros del bolsillo de la camisa.
Hunter arqueó una ceja.
– ¿No es un poco temprano?
Frank se rió.
– En esta casa, fumo cuando y donde puedo, porque mi madre se empeña que no haya humo en el ambiente, por el pájaro.
Hunter notó la resignación de su interlocutor.
– Su hogar no es su castillo.
– Lo has entendido muy rápido -dijo Frank. Le tendió el puro y Hunter lo tomó.
– Es difícil vivir en una casa llena de mujeres, ¿eh?
– Si sabes lo que te conviene, no responderás a eso.
Ambos se dieron la vuelta y vieron a Edna tras la puerta mosquitera, con el mencionado pájaro en el hombro.
– Algunas veces no sé si acaba de salir de Piratas del Caribe.
No era una descripción muy halagadora, pensó Hunter.
– Sigo siendo tu madre, así que sé agradable. Hunter, ¿te apetece una taza de café? -le preguntó la comandante.
– No, gracias.Ya he tomado una.
– ¿Queréis que os prepare un termo para el trayecto? Molly se está tomando el suyo ahora, y hay un camino largo hasta Atlantic City. Sobre todo, si conduce Molly.
Hunter no había pensado en cómo iban a ir, pero se dio cuenta de que su moto no sería cómoda para un viaje tan largo.
– Seguro que me dejará conducir su coche.
– No creo. La chica es mi nieta, y como a mí, le gusta tener controlada la situación.
Aquello parecía propio de Molly, sí.
– Me parece buena idea lo del café para el camino -le dijo a la comandante, y después se volvió hacia el general-. Y con suerte, cuando volvamos traeremos buenas noticias.
– Amén -respondió el general.
Por primera vez en mucho tiempo, Hunter estaba deseando estar con Molly a solas. Aunque sabía que aquélla no era una situación a largo plazo, eso no apagó su entusiasmo por el viaje que iban hacer a Atlantic City.
Molly nunca había estado en Atlantic City, y le apetecía la idea. Con una pequeña maleta en la mano, se reunió con Hunter junto al coche.
– Estoy lista, y puntualmente.
– Ya lo veo. Me encontré a Jessie hace un rato con un jersey amarillo -dijo él, con una mirada de aprobación.
– Decidí concederle el beneficio de la duda y fingí que en realidad no quería chantajearme -dijo Molly, riéndose-. Cada vez está más agradable conmigo. No veía razón para decirle que no.
Él tomó su maleta y fue hacia el maletero.
– Espero que antes le echaras un sermón sobre que no debe pasar a una habitación sin llamar, que no debe hurgar en las cosas de los demás y tampoco chantajear.
– Claro que sí.
– ¿Las llaves?
Ella se sacó el llavero del bolso y apretó el botón de apertura automática. Hunter abrió el maletero, guardó la maleta y su bolsa y cerró.
– Yo conduciré -dijo.
Normalmente, Molly prefería conducir, y le hubiera encantado recorrer el camino hasta la costa de Jersey, pero la medicación que tomaba para las migrañas le producía somnolencia. Sabía que tendría que hacer grandes esfuerzos para permanecer despierta durante el viaje, así que, encogiéndose de hombros, le entregó las llaves a Hunter.
– Gracias -dijo él con asombro.
– ¿Por qué te quedas pasmado?
Se acomodaron en el coche antes de que él respondiera.
– Tu abuela me dijo que tenías que controlar la situación. Me aseguró que no ibas a dejarme conducir.
– ¿Y tú te lo creíste?
Él arrancó el motor.
– Digamos que no tenía razón para dudarlo, pero pensé en intentarlo.
– No me importa que tú tengas el control, al menos durante un ratito. Además, es un coche nuevo y tiene GPS -le explicó ella, señalándole el mapa del salpicadero-. Por si te pierdes.
Hunter miró al cielo.
– Creo que podré arreglármelas. Es un camino muy recto -dijo él, y comenzó a dar marcha atrás para salir a la calle.
Molly se quedó dormida casi en cuanto salieron del vecindario. Se despertó hora y media después, cuando él hizo una parada para repostar. Compraron un tentempié en la tienda de la gasolinera, fueron al servicio y se pusieron en camino. Ella se quedó dormida de nuevo y se despertó cuando paraban en un precioso hotel.
Inmediatamente, un mozo se acercó a abrirles la puerta.
– ¿Van a quedarse a dormir o sólo durante el día?
Molly abrió la boca, pero volvió a cerrarla. No sabía si aquél era el lugar al que habían ido a investigar o el lugar donde iban a alojarse. No habían hablado mucho de lo que iban a hacer en Atlantic City después de tomar la decisión de ir.
– Vamos a quedarnos a dormir -respondió Hunter.
Aceptó el tique que le entregó el mozo. Después se dirigió hacia el mostrador de recepción, y ella lo siguió.
– Éste no es el motel de Paul, ¿verdad? -le preguntó.
– No. Este es nuestro hotel, al menos para esta noche. Pensé que, ya que estábamos aquí, podíamos disfrutar del viaje.
Cuando llegaron al mostrador, Hunter le entregó su carné y una tarjeta de crédito al recepcionista. El joven, que llevaba un uniforme blanco con el cuello de la camisa almidonado, les sonrió.
– Bienvenido, señor Hunter -dijo, y comenzó a teclear en el ordenador-. Es una suite de no fumadores, ¿verdad?
– Eh… -murmuró Molly.
– Discúlpenos un momento -le dijo Daniel al recepcionista, y tomó a Molly del codo para alejarla unos cuantos pasos del mostrador-. ¿Hay algún problema?
– Bueno, no tengo ningún problema en compartir habitación contigo, como tú bien sabes…
Él sonrió. Le lanzó una sonrisa sexy, seductora, de «no puedo esperar para llevarte a la cama».
– ¿Pero?
– No puedo permitirme pagar una suite. No estoy trabajando esta temporada, y no sé ni siquiera si podría pagar la mitad de una suite aquí. Y tú no puedes catalogar esto como gastos de trabajo porque mi padre nunca podrá pagar la cuenta de este hotel, tampoco -dijo ella, avergonzada por tener que hablar de sus finanzas, o más bien de su falta de finanzas.
Él la miró fijamente.
– ¿Acaso te he pedido que lo pagues? Por favor, Molly. Tengo un poco de clase. Yo te he traído aquí, así que yo invito.
Ella abrió unos ojos como platos. Pensaba que irían a Atlantic City para trabajar, y que se quedarían en un hotel económico, no en uno de los lugares más bonitos de la ciudad.
– ¡No puedo pedirte que hagas eso!
– No me lo has pedido. Yo te lo he ofrecido. Quería sorprenderte con una noche alejada de los problemas de casa. Hasta el momento, la sorpresa no va muy bien -dijo él, que obviamente estaba disgustado con sus objeciones-. ¿No podemos empezar de nuevo, reservar la habitación y que tú dejes de cuestionar cada cosa que hago?
– De acuerdo -dijo ella, verdaderamente conmovida por su ofrecimiento.
Entonces, él le acarició la mejilla, y su ternura fue un contraste con la frustración de su tono de voz.
– Deja que haga esto por ti.
Ella asintió.
– Si me lo hubieras contado antes, no habría…
Él le puso un dedo sobre los labios.
– No más objeciones, ¿de acuerdo?
Ella asintió nuevamente.
– Bien.
Daniel la tomó de la mano y la guió de nuevo hacia el mostrador.
– Ya está resuelto. La suite está bien.
Diez minutos más tarde habían terminado la reserva, pero la suite no estaría preparada hasta una hora después.
– ¿Qué te parece si vamos al motel e investigamos un poco sobre Paul?
– Muy bien.
– Sólo una cosa -dijo él-. Cuando terminemos, lo dejaremos todo en punto muerto hasta que lleguemos a casa mañana. Nos tomaremos el resto del día y la noche libres.
Daniel la observó intensamente, esperando una respuesta.
Molly se dio cuenta de que él había pensado en aquel viaje y se había esforzado en que saliera bien. En algún momento de las pasadas veinticuatro horas, él le había perdonado su mentira.
– Nadie podría acusarte de tonto. Lo tenías todo bien planeado, ¿eh?
– Lo he pensado mucho.
Ella se sintió muy complacida por su previsión, y sonrió.
– Me gusta cómo piensas.
Él asintió.
– Bien. Entonces, vamos a ver qué averiguamos en el Seaside Inn, y después tendremos más tiempo para nosotros.
Nosotros.
A Molly le gustaba cómo sonaba aquella palabra en los preciosos labios de Daniel.