Molly se quedó dormida durante el trayecto de vuelta a casa. A Hunter no le importó, porque necesitaba tiempo para recomponer sus ideas. La noche anterior había sido espectacular, desde la primera vez que habían hecho el amor hasta la última, y la comida, las bromas y la diversión. Sí, aprovechar el hecho de llevarse a Molly de casa de su familia había sido una genialidad, pensó, mirando a la belleza dormida que lo acompañaba en el asiento de al lado. Era evidente que la había dejado agotada. Aquella idea hizo sonreír a Daniel.
La quería, y la verdad le había caído como el plomo en el estómago, porque aunque no dudaba de los sentimientos de Molly hacia él, sí dudaba de su capacidad para comprometerse. Daniel sabía que, aunque estuviera enamorada, en el momento en que su vida se volviera inestable, ella saldría corriendo.
Y, si sucedía lo peor y él no podía conseguir que se retiraran los cargos contra su padre o que lo absolvieran, la agitación de Molly sería inimaginable. Lo único que Hunter podía hacer en aquel momento era concentrarse en el caso del general. Siempre y cuando estuviera vinculado a la familia de Molly, también estaría vinculado a ella.
Cuando llegaron, a última hora de la tarde, aparcó en la calle de la casa de la familia de Molly y paró el motor.
– Despierta, nena -le dijo. Le puso una mano en el muslo y la agitó con suavidad.
Ella abrió los ojos, lo miró y sonrió.
– Hola -murmuró.
– Hola.
– Soy mala compañera de viaje, ¿verdad? -preguntó, estirando los brazos por delante de sí.
Hunter se rió.
– Yo no diría eso. ¿Estás lista para entrar?
– Espera.
Él la miró.
– Me lo he pasado muy bien. Estupendamente, en realidad. Me alegro de que lo pensaras todo tanto. -Molly se mordió el labio inferior con una timidez rara en ella.
Él le pasó la mano por la nuca.
– Necesitabas una distracción -le dijo-. Y yo te necesitaba a ti.
Hunter siguió aquella declaración con un beso lento, profundo, largo. Uno que le recordara a Molly la noche que habían pasado juntos, y que la convenciera de que sus sentimientos eran sólidos y reales.
– Mmm -ronroneó ella. El sonido atravesó el cuerpo de Daniel y se dirigió directamente a sus entrañas.
Demonios. Él se apartó, mirándola a los ojos.
– Otro segundo más de esto y no podré entrar en la casa -dijo con una risa forzada, intentando relajarse.
– De acuerdo, vamos a pensar en otras cosas -le sugirió Molly, divertida-. Tenemos que decirle a mi padre que encontramos a Lydia en Atlantic City, pero que no conseguimos pruebas útiles.
Su tono triste ayudó a apagar la excitación de Hunter.
– No hemos terminado, Molly. Vamos a encontrar la manera de utilizar lo que hemos averiguado. Lo único que ocurre es que aún no tenemos un plan claro, pero todas las cosas van a encajar. Tienes que confiar en mí.
– Confío en que vas a hacer todo lo que esté en tu mano. Sólo estoy intentando racionalizar las cosas para no convencerme de que todo va viento en popa cuando no es así. Al menos, por el momento no hemos empeorado, y acabo de tener la mejor noche de mi vida. Eso es algo positivo en lo que puedo concentrarme.
Le dio un ligero beso en los labios y salieron del coche. Entraron en casa con el equipaje en la mano, y oyeron los ruidos familiares en el interior.
Jessie estaba en el vestíbulo con el móvil en la oreja, y Seth estaba justo tras ella.
– Dejad la puerta de la habitación abierta -les gritó su padre desde la cocina, mientras los chicos subían corriendo las escaleras hacia el cuarto de Jessie.
Jessie apenas saludó a Hunter y a Molly al pasar.
– ¿Crees que se ha dado cuenta de que nos habíamos ido? -le preguntó Molly a Daniel.
Él miró hacia arriba, por donde habían desaparecido los adolescentes.
– No -dijeron ambos a la vez, riéndose.
La risa era algo que había marcado su noche juntos, una felicidad y una ligereza que él no había sentido en toda su vida.
Hunter dejó su equipaje a los pies de la escalera.
– Después subiré tu bolsa -le prometió.
– Yo puedo hacerlo. Sólo quería decirle a todo el mundo que hemos vuelto -dijo Molly. Caminó hacia la cocina, y Hunter la siguió.
– ¿Hola? -dijo Molly.
Nadie respondió, pero a medida que se acercaba, Hunter oyó susurros en la cocina.
– ¿Papá? -preguntó Molly.
– Aquí -dijo el general, con la voz apagada.
– Me pregunto qué sucede -murmuró Molly.
Hunter la siguió hasta la cocina y miró a la gente que había sentada a la mesa. Al instante, entendió el problema.
– ¿Mamá? -dijo Molly con incredulidad.
– ¡Molly, cariño!
La mujer morena a la que Hunter había visto el año anterior se levantó de la silla y caminó hacia su horrorizada hija con un traje de diseño, color crema, que hacía que pareciera fuera de lugar en la acogedora y luminosa cocina de la casa.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó Molly.
– ¿Ésa es forma de saludar a tu madre? -le preguntó su interlocutora, e intentó tocarle el hombro a Molly.
Ella se apartó.
– ¿Qué ha pasado con Francia?
– Londres.
– Lo que sea, porque no sabemos nada de ti estés donde estés. De verdad, mamá, ¿qué estás haciendo aquí?
La voz de Molly estaba teñida de desdén y hastío, y era muy distinta a la de la mujer que había pasado su vida anhelando la atención y la aprobación de su madre.
Quizá el hecho de encontrar a su padre y de tener su aceptación había terminado con la necesidad que Molly sentía por su madre. O quizá su fachada de frialdad sólo fuera eso, una fachada, y en su interior siguiera sintiendo dolor. Como aquello era lo más probable, Hunter supo que debía de sentirse doblemente agradecido por la noche anterior, porque la llegada de la madre de Molly destruiría cualquier buen momento.
– Me enteré de que Frank tenía problemas y pensé que quizá me necesitaras -dijo su madre.
Molly la miró con los ojos entrecerrados.
– ¿La noticia ha llegado hasta Londres? Oh, espera. Deja que lo adivine. El barón de turno adivinó que estabas a la caza de un marido rico y te dejó, y tú no has tenido más remedio que volver a los Estados Unidos para recuperarte.
Su madre apretó los labios.
– Esta actitud no es propia de ti, Molly.
Molly se pasó las manos por los brazos, aunque en la habitación no hacía frío.
– ¿Cómo sabes qué actitud es propia de mí? ¿Eh? Creo que nunca te has preocupado de averiguarlo.
Su madre se llevó una mano a la garganta.
– ¿Cómo puedes decir eso?
– ¿Estás de broma? Me has hecho creer que un hombre al que no le importaba un pimiento era mi padre, porque eso encajaba con tus necesidades. Nunca, en ninguna ocasión importante ni trivial, estuviste conmigo. Durante veintiocho años, me negaste el derecho a tener una familia cariñosa. ¿De verdad esperas que crea que te importo? -le preguntó Molly a su madre con la voz temblorosa.
Hunter tenía ganas de abrazarla y llevársela de allí, pero Molly tenía que enfrentarse a su madre. Tenían asuntos que resolver, por decirlo suavemente.
Daniel miró a Frank y lo encontró sombrío. El padre de Molly había decidido permanecer en silencio y dejar que las mujeres se reencontraran según sus propios términos. Claramente, no estaba dispuesto a intentar aplacar la ira de Molly hacia su madre, ni a permitir que la egoísta mujer se librara de la situación.
La madre de Molly miró a Frank y después a su hija.
– Bueno, ahora ya os conocéis, y veo que os lleváis estupendamente. Yo he venido para acompañaros en este momento difícil.
– ¿Y a olvidar el pasado? ¿Quieres que te demos un lugar para quedarte hasta que te sientas fuerte emocionalmente de nuevo para poder ir en busca de tu siguiente conquista? No, creo que no -dijo Molly entre dientes-. He venido a decirte que Hunter y yo hemos vuelto -le explicó a su padre-. Hablaremos luego. En este momento no tengo nada más que decir.
Se dio la vuelta y se marchó.
Hunter dio un paso tras ella, pero Frank sacudió la cabeza.
– Yo le daría unos minutos para recuperarse. Ésta no ha sido una sorpresa agradable -le dijo Frank, y después miró con frialdad a la madre de Molly-. Francie, ¿qué es lo que quieres en realidad? -le preguntó con cansancio.
– Estoy agotada. Acabo de hacer un vuelo muy largo y antes de salir tuve unos días difíciles en Londres. Me alojo en el Hilton. No es el Ritz, pero tiene cuatro estrellas, o eso dicen -dijo Francie.
Hunter parpadeó con perplejidad. Aquella mujer permanecía imperturbable ante todas las emociones que había provocado a su alrededor, ante su única hija y ante el hombre al que había mentido y traicionado años antes.
– Creo que has hecho bastante daño sólo con aparecer -dijo Frank-. Te agradecería que dejaras en paz a Molly.
Hunter secundaba la moción.
– Eso no es cosa tuya. Molly siempre ha estado ahí cuando la necesitaba. Puede que esté disgustada con la situación, pero cuando se recupere, se alegrará de verme. Siempre se alegra.
– Ha cambiado -dijo Hunter, sin poder contenerse.
– Una chica siempre está ahí para ayudar a su madre -dijo Francie. Tomó su bolso y se lo colgó del hombro.
– ¿Y no debería ser que una madre siempre está dispuesta a ayudar a su hija? -le preguntó Frank-. ¿O eso es típico de todas las madres menos de ti?
Francie bostezó.
– Estoy demasiado cansada para mantener esta conversación ahora. Frank, ¿puedes llevarme al hotel? Aquí no voy a poder tomar un taxi.
Hunter miró el perfecto peinado y el traje claro de Francie.
– Yo te llevaré encantado -le dijo, guiñándole el ojo a Frank sin que ella se diera cuenta.
Colocar a Francie en el asiento trasero de su moto era mezquino, pero también era una pequeña venganza por los años de dolor que le había causado a Molly. La visión de sus pelos revueltos sería muy dulce.
– ¿Frank?
El general se volvió al oír su nombre, y vio a Sonya en su cocina.
– No te había oído entrar.
– He llamado, pero nadie ha respondido. Como la puerta estaba entreabierta, he entrado.
Caminó hacia él. Era una imagen muy agradable, vestida con pantalones negros y un polo de manga corta.
Técnicamente aún estaba de luto, y había elegido una ropa de colores apagados para salir de casa. Aunque sus sentimientos fueran confusos, no podía negar que estaba lamentando la pérdida de algo importante en su vida, pese a que no fuera el amor de un marido que se había apagado años antes.
– Me alegro de que lo hicieras -respondió Frank, y le dio un beso en la mejilla-. Bueno, ¿y qué te trae por aquí? -le preguntó mientras se sentaban.
Sonya se encogió de hombros.
– Nada, en realidad. He visto el coche de Molly y quería saber qué han averiguado en Atlantic City. ¿Te han contado algo? -le preguntó esperanzadamente.
– Todavía no. Hemos tenido una visita que ha tomado la prioridad sobre todo lo demás.
– ¿Y qué podría ser más importante que tu caso? -preguntó Sonya, ofendida en su nombre.
Frank no pudo evitarlo. Se rió.
– Ha aparecido la madre de Molly. Créeme, cuando la conozcas te darás cuenta de que todo en este mundo gira alrededor de Francie. Los problemas o necesidades de los demás no tienen importancia -le dijo, sacudiendo la cabeza-. No sé qué vi en ella hace tantos años.
Sony se levantó y se colocó detrás de él. Apoyó las manos en sus hombros y comenzó a darle un masaje en los músculos, que estaban tan tensos como si fueran a romperse en dos.
Frank inclinó la cabeza hacia delante para que ella tuviera mejor acceso.
– Señor, qué alivio.
– Tienes mucha tensión en los hombros -dijo Sonya-. Más de la que un hombre debería tener. Bueno, ¿y qué es lo que viste en la madre de Molly? ¿Es guapa?
– Es muy guapa, pero no tiene nada por dentro. Ni una pizca de bondad ni generosidad.
Sonya siguió masajeándolo.
– ¿Cuántos años tenías cuando la conociste?
– Dieciocho, y estaba a un paso de alistarme en el ejército.
– No sé por qué me parece que no estabas interesado en lo que tenía en el corazón -dijo Sonya con una suave risa.
Frank sonrió.
– Eres una mujer lista. Y muy guapa por dentro y por fuera -dijo él. No quería que pensara que todavía sentía algo por aquella mujer.
– Te lo agradezco. A veces se me olvida que era algo más que el chivo expiatorio de Paul. Metafóricamente hablando.
– A veces.
Ella se quedó inmóvil.
– Tienes razón. Ya no es necesario negarlo más. Supongo que es la fuerza de la costumbre.
Él le tomó una mano.
– Va a llevarte tiempo ajustarme a la nueva normalidad.
– Me va a llevar más tiempo averiguar qué es eso.
Frank inspiró profundamente.
– Con suerte, tenemos todo el tiempo del mundo para averiguar eso. Y esperemos que Hunter haga un milagro, porque, para mí, las cosas tienen mal aspecto.
Frank no lo había dicho en voz alta todavía, pero permanecía despierto por las noches, temiendo que Hunter no pudiera demostrar su inocencia y que tuviera que pasar el resto de sus días en una celda.
Sólo con pensarlo, comenzó a sudar.
– Todo saldrá bien -le dijo Sonya, inclinando la cabeza hacia él-. No vas a ir a la cárcel por un crimen que no has cometido.
Cuando Sonya pronunciaba aquellas palabras, Frank casi podía creerlo.
Molly estaba acurrucada en su cama, en casa de su padre. No era su casa, pero ella había pensado que había llegado a ser su hogar, si definía hogar como el lugar que estaba dentro del corazón de una persona. Había creído que la aceptación de su padre le había curado las viejas heridas, pero cuando su madre había aparecido, Molly se había dado cuenta de que estaba equivocada. La presencia de Francie le había recordado todo lo que se había perdido en la vida, y aquello que no había podido conseguir. Ganarse el afecto y la aprobación de su madre había sido uno de sus objetivos. Y un gran fracaso.
¿Y no era eso lo que había intentado decirle Hunter el otro día? ¿Que todavía tenía asuntos sin resolver en lo referente al amor y la aceptación? Ella había rebatido sus argumentos, pero parecía que Daniel tenía razón.
Alguien llamó a la puerta de su habitación y Molly se puso en pie de un salto. Sacó un pañuelo de papel de la caja de la mesilla de noche, se sonó la nariz y se secó los ojos.
– Adelante -dijo.
Hunter entró, dejando la puerta entreabierta.
– No quiero que Jessie se haga una idea equivocada. Si ella tiene que dejar la puerta abierta, nosotros también -dijo, y miró a Molly fijamente-. ¿Estás bien? -le preguntó con preocupación.
Ella asintió.
– Pero has llorado -dijo él, mientras se sentaba a su lado.
Molly se encogió de hombros.
– Soy una mujer. Las mujeres lloran, a veces.
Él soltó una carcajada.
– Qué tontería. Mi Molly no diría eso.
– ¿Quieres decir la Molly a la que conoces? -preguntó ella con amargura.
Él sacudió la cabeza.
– Ése ha sido el error de tu madre, no el mío. Yo no finjo que lo sé todo de ti, pero sé que tú no crees en los estereotipos de las mujeres débiles.
– Está bien, lloraba porque siento lástima por mí misma. ¿Te parece propio de mí?
Él volvió a negar con un gesto.
– Cariño, todo el mundo tiene momentos bajos, y después de conocer a tu madre, me extraña que tú no tengas más.
Molly lo miró.
– ¿Has hablado con ella?
– La he llevado a su hotel -dijo Daniel, e hizo una pausa para dejar que ella asimilara la noticia-. En la moto.
Molly se rió a carcajadas.
– Ojalá lo hubiera visto.
– Protestó y se quejó porque iba a estropeársele el traje, a arrugársele el forro, a manchársele de grasa la falda, y porque el viento iba a arruinarle el peinado. Sin embargo, lo que más detestó fue el casco.
Molly comenzó a reírse con más fuerza, y al instante, el llanto se le mezcló con la risa. Hunter la abrazó hasta que ella se calmó. Cuando dejó de llorar, alzó la cabeza, miró a Hunter y sonrió.
– Gracias. Ahora me siento mejor.
– Me alegro.
– Como ya se ha ido mi madre, ¿crees que deberíamos poner a mi padre al corriente de lo que ha sucedido en Atlantic City? -le preguntó Molly.
– Ya lo he hecho. Entiende que va a ser difícil exculparlo declarando otros sospechosos.
Molly tragó saliva con un nudo en la garganta.
– Difícil, pero no imposible, ¿no?
Él inclinó la cabeza.
– Necesito que escuches esto y lo entiendas. El caso de tu padre no es precisamente pan comido.
De repente, oyeron un ruido desde el pasillo, y él volvió la cabeza hacia la puerta.
– Es Jessie -le dijo Molly-. Probablemente está con Seth.
Hunter asintió.
– ¿Y qué estabas diciendo sobre el caso?
– Que no es pan comido, pero que no voy a rendirme. Haré todo lo que pueda por él, pero no quisiera darte falsas esperanzas.
– Confío en ti, Hunter. Admito que estoy preocupada, pero sé que tú lo conseguirás. Estoy segura.
– Una cosa más -dijo él, mirándola fijamente.
– ¿Qué?
– Tu madre se aloja en el Hilton, y le gustaría pasar un rato contigo mientras esté aquí.
– Te refieres a que quiere que vaya a decirle que no se preocupe, que encontrará otro millonario idiota que le pague las cuentas. No puedo hacerlo más -dijo, y se cruzó de brazos-. Llevo así desde siempre, pero ahora sé lo que es importante en la vida. Su búsqueda de un marido rico no lo es.
– Es tu madre -le dijo Hunter, que se sintió obligado a recordárselo.
– Biología -respondió Molly.
– Hechos -repuso Hunter-. Y hay otra cosa. Quizá no te caiga bien, pero la quieres. Y va a seguir apareciendo en tu vida cuando le resulte conveniente a ella, no a ti. No puedes conseguir que desaparezca, por mucho que quieras. Te dejaría un enorme agujero en el corazón. No serías tan feliz como piensas -añadió él con una expresión sombría.
– ¿Es eso lo que sientes tú? ¿Un gran agujero?
Al pensar en que tenía que hablar de su pasado, el pánico se adueñó de Hunter. Sin embargo, supuso que no era justo darle consejo a Molly sobre lo que debería hacer con su madre cuando se negaba a hablar de sí mismo.
– Sí. Eso es lo que se siente -admitió-. Un gran agujero en el pecho, que nunca podré llenar. Tengo a Lacey y a Ty, y a la madre de Ty, Flo, y un lugar para ir de vacaciones ahora, no como cuando era niño. Pero no tengo definida la situación con mis padres, y eso es algo que no le deseo a nadie, y menos a ti. Habla con ella -le recomendó Hunter.
Molly ladeó la cabeza.
– ¿No es eso lo que acabo de hacer? Y ha sido como hablar con la pared. Ella no entiende lo que le digo, sólo piensa en lo que quiere y cómo conseguirlo.
Hunter asintió.
– Estoy de acuerdo contigo. Lo único que digo es que siempre va a ser así. Seguirá apareciendo y dejándote helada a menos que le pongas normas ahora.
– Ella es quien es. No va a cambiar y yo tampoco. Hoy he dado un paso muy grande al enfrentarme a mi madre. No entiendo qué otra cosa quieres de mí.
– Nada -respondió Daniel, aunque sabía que era una mentira.
Lo quería todo de Molly. No obstante, sabía que la única forma de que las cosas funcionaran entre los dos era que ella pusiera orden en su vida, y hasta el momento, no había conseguido hacérselo entender. Como su madre, Molly sólo se enfrentaba a lo que quería en el momento, pero Daniel no creía que debiera decírselo.
Sin embargo, Molly tenía que controlar la relación con su madre. De lo contrario, el miedo de perder a su familia y de no ser aceptada continuaría estropeándole la vida.
Por mucho que la quisiera, Hunter no tenía más remedio que dar un paso atrás para protegerse a sí mismo. No iba a decir basta a su relación; por el contrario, quería que Molly supiera exactamente cómo era estar con él. No iba a presionarla, porque no quería ser otra complicación en su vida en aquel momento.
Su objetivo, porque Hunter era un hombre que siempre perseguía un fin, era que Molly se diera cuenta de lo que era formar parte de una pareja, que supiera lo vacía que se sentiría si lo dejaba marchar.
Porque Daniel temía que eso era lo que iba a ocurrir si él no era capaz de conseguir la libertad de su padre.
Jessie y Seth estaban en el pasillo, escuchando a escondidas la conversación entre Molly y Hunter. No era su intención, pero cuando habían pasado junto a la puerta de la habitación de Molly para visitar a Ollie en el despacho, los habían oído hablando sobre el caso del general. ¿Cómo iban Seth y Jessie a dejar de escuchar lo que los adultos tenían que decir?
Cuando el tema cambió hacia Molly y su madre, Seth tiró de la mano a Jessie y los dos siguieron su camino hacia el despacho. A ella le hubiera gustado oír lo que su hermanastra decía acerca de su madre, pero Seth no se lo permitió.
Entraron en la oficina.
– Hola, Ollie -le dijo Jessie.
El pájaro agitó las alas.
Jessie sonrió.
– ¿Te aburres? -le preguntó.
Después se volvió hacia Seth, que estaba mirando por la ventana hacia la calle. Llevaba todo el día nervioso, algo corriente desde que su padre había muerto.
Jessie no lo culpaba. No se imaginaba cómo conseguía superar el día a día. Lo único que podía hacer era sacar temas de conversación que pudieran distraer a su amigo.
Aquel día tenía algo perfecto de lo que hablar.
– Vaya, la madre de Molly es una bruja, ¿verdad? -le susurró, por si acaso había alguien en el pasillo.
Seth se encogió de hombros sin volverse, y no respondió.
– Seth, sé que es una pregunta estúpida, ¿pero te ocurre algo hoy, aparte de lo evidente?
– ¿Puedo hablar contigo? -le preguntó Seth repentinamente. Se dio la vuelta, y al mirarlo, Jessie se dio cuenta de que tenía una expresión de miedo. Se le encogió el estómago.
– Siempre puedes hablar conmigo -le dijo. Se sentó en el sofá y le señaló el sitio de al lado.
Seth sacudió la cabeza.
– No puedo sentarme. No puedo dormir. No puedo seguir así.
Entonces, el estómago no se le encogió a Jessie, sino que le dio tres vueltas de campana.
– Me estás asustando. ¿Qué pasa?
– Oh, Dios mío, Dios mío. ¿Has oído al abogado? Ha dicho que el caso de tu padre no es pan comido.
Jessie asintió.
– También he oído que no abandonaría, y Molly ha dicho que confiaba en él.
– ¿Y eso te parece suficiente? ¿Desde cuándo haces tanto caso de lo que ella dice? -le preguntó Seth, asombrado.
– No sé. Quizá no le había dado una oportunidad justa cuando llegó, y quizá no sea tan mala como yo pensaba.
Después de todo, parecía que Molly la entendía al menos un poco, y no había tenido en cuenta su mal comportamiento; le había prestado su jersey amarillo pese a su fisgoneo y su intento de chantaje.
Seth se puso a caminar de un lado a otro.
– Hunter dijo que no quería darle falsas esperanzas a Molly. No está seguro de que pueda sacar a tu padre de la cárcel, y eso me asusta.
– A mí también, pero intento no pensar en ello.
Seth apretó las manos.
– No puedo dejar de pensar en ello. Vivo con ello todos los días.
– Tenemos que creer en la justicia -le dijo Jessie, intentando actuar como haría Molly. Intentando calmar a Seth.
– Hay muchas cosas que pueden salir mal. Si tu padre va a la cárcel, será culpa mía.
Aquello no tenía sentido.
– No lo entiendo. ¿Por qué iba a ser culpa tuya? Tú no…
– ¡Sí! Yo lo hice. Maté a mi padre, e iba a contarlo, pero me asusté. Y entonces llegó el amigo de Molly, y todo el mundo confiaba en él y yo pensaba que iba a sacar a Frank de la cárcel. Pero ahora, ni siquiera él mismo lo ve claro.
Jessie se quedó helada.
– ¿Tú mataste a tu padre?
Él asintió.
– Fue un accidente. Volvió a pegar a mi madre. Engañó a tu padre y destruyó el negocio, y mi madre le dijo a gritos que yo no podría ir a la universidad y que había destrozado nuestra vida. Él le pegó. Yo tomé su arma, sólo para asustarlo. Quería ser un hombre por el bien de mi madre -dijo entre lágrimas.
Jessie no podía creerse lo que estaba oyendo. Sintió náuseas y escalofríos.
– ¿Qué ocurrió? -le preguntó.
– Tomé la copia de la llave de su oficina y fui hasta allí. Cuando llegué, mi padre estaba muy borracho. Así que cuando aparecí con el arma se rió de mí. Me dijo que no tenía agallas para usar la pistola. Y tenía razón. Él fue quien tiró del cañón del arma, y yo también tiré hacia atrás. Sólo quería quitársela, no apretar el gatillo. No quería hacerlo. Me asusté tanto que salí corriendo. Volví a casa. Tu padre estaba allí con mi madre. Ellos ni siquiera me oyeron llegar.
Jessie no podía tragar saliva.
– ¿Qué hiciste con el arma? -susurró.
– Me sentía tan mal que no sabía qué hacer. Aquella noche la guardé en una bolsa de plástico y la metí bajo la cama. Al día siguiente la eché al contenedor que hay junto a la escuela -explicó él, mirando a Jessie con una expresión de angustia-. Yo quería a mi padre. No quería hacerlo. Y tampoco quiero que tu padre vaya a la cárcel, pero me da mucho miedo que me envíen a mí.
Entonces, su voz se quebró, y Seth pareció más un niño pequeño que un chico que había hecho algo horrible. Una vez que confesó, se sentó y ocultó la cara contra el brazo del sofá. Su cuerpo comenzó a sacudirse.
Jessie no sabía qué hacer. Estaba asustada, mareada. Sin embargo, abrazó a su amigo con fuerza y dijo lo que ella habría querido oír si hubiera hecho algo feo.
– Sigues siendo mi mejor amigo.
Pensó mucho en qué debían hacer. Ella quería a su padre, pero creía que estaría bien gracias a Molly y a Hunter. Tenía que estarlo.
– Lo que yo pienso -le dijo a Seth-, es que debemos confiar en que Hunter conseguirá exculpar a papá.
– Pero Hunter dijo…
– No importa -lo interrumpió Jessie-. Molly dijo que confía en él. Y yo no puedo creer que esté diciendo esto, pero si Molly confía en Hunter, creo que nosotros también deberíamos hacerlo.
Tomó aire profundamente y asintió, segura de su decisión.
– Sí. Eso es lo que creo que debemos hacer.
Cerró los ojos y rogó al cielo que estuviera en lo correcto.