Una semana después de la confesión de Seth, las cosas habían empezado a calmarse. Cumpliendo las expectativas de Hunter, la fiscalía había retirado la acusación de asesinato contra Frank, y Seth había sido procesado. Vivían en una ciudad pequeña con pocos secretos, y la policía no había tenido ningún problema en creer que la oscura personalidad de Paul se había vuelto más oscura aún con el tiempo. Y como Seth les había dicho a las autoridades dónde había arrojado el arma, habían encontrado la pistola después de buscarla en el vertedero.
Hunter había terminado su trabajo, y ya no era necesario en Dentonville. Razón por la cual, cuando la familia decidió hacer una pequeña celebración, él permaneció en el despacho que le había servido de habitación durante las últimas semanas y comenzó a hacer la maleta. Lo habían invitado, pero él había decidido mantenerse al margen.
No era parte de la familia, y por lo tanto, no tenía por qué estar en su reunión. Debería ser así de sencillo. Sin embargo, no lo era.
Con los demás clientes, siempre le había resultado fácil alejarse cuando el caso terminaba. Sin embargo, Hunter había establecido lazos de afecto con aquella familia, y no sólo porque hubiera vivido con ellos. Además, sabía que el sentimiento era recíproco.
Y estaba Molly. Llevaba toda la mañana evitando pensar en ella, porque no quería imaginarse cómo iba a ser la despedida. La idea de alejarse de ella le encogía el estómago.
Sin embargo, Daniel tenía una profesión y una vida, y no sabía si Molly iba a hacer los cambios que necesitaba para seguir adelante. No podía confiarle su corazón hasta que supiera con seguridad que ella se había enfrentado a sus demonios y había ganado.
Alguien llamó a la puerta e interrumpió sus reflexiones.
– Adelante -dijo.
Molly entró en el despacho y cerró tras ella.
– Te estás perdiendo la reunión -dijo ella. Era evidente que tenía muchas ganas de que los acompañara.
Él inclinó la cabeza.
– Pasaré por la fiesta en unos minutos.
– No es una fiesta. Nadie se siente bien pensando que tenemos una fiesta familiar, dadas las circunstancias. Pero de todos modos quieren estar juntos. Sabes que eres parte de la familia, ¿no? -le preguntó Molly.
– Vamos. Sólo soy el pistolero a sueldo -dijo él, pero la broma no cuajó.
Ella sacudió la cabeza con vehemencia.
– ¿Después de todo lo que hemos pasado? Eres como de la familia.
Entonces, su mirada recayó en la bolsa abierta que había sobre el sofá, llena de ropa y de cosas de Daniel. El dolor se reflejó en sus ojos.
Y él estaba a punto de hacerle más daño.
– A menudo represento a gente acusada de crímenes graves y, cuando todo termina, siempre están agradecidos. Eso no me convierte en un miembro de su familia.
Molly se estremeció.
– Creía que habíamos dado un paso.
– Sí -dijo Daniel. Se acercó a ella, y su fragancia lo envolvió, tanto que apenas podía pensar con claridad-. Somos amigos.
Ella no estaba preparada para nada más, y él no iba a explicarle de nuevo el porqué. Ya le había dicho que no había conseguido superar el pasado, por mucho que Molly pensara lo contrario. No se había enfrentado a su madre, no había sacado su ropa del armario y no había puesto a prueba a su familia siendo la Molly real.
Y todavía estaba viviendo en casa de su padre, con un trabajo voluntario que no estaba a la altura de sus capacidades.
Lo cual dejaba a Daniel exactamente igual que cuando había empezado aquel caso: solo.
Molly parpadeó y miró a Hunter. La había dejado sin palabras. Tuvo que tomar aire profundamente para recuperar la compostura. Él se marchaba. Molly debía haberlo previsto, porque, después de todo, Daniel no vivía allí. Sin embargo, se sentía abrumada. Sus palabras, pronunciadas sin cuidado, la habían sumido en la confusión.
– Amigos -susurró. ¿Sólo eso?
– Ya he terminado mi trabajo -dijo Daniel, acariciándole la mejilla-. Tu padre está libre, y Seth lo será muy pronto. Tienes a tu familia. Es todo lo que siempre has querido.
Daniel se alejó. Caminó hasta el sofá y cerró la cremallera de su bolsa.
– Voy con los demás. ¿Me acompañas?
Ella asintió. Tenía un nudo en la garganta y no podía hablar.
Lo que había dicho Hunter era cierto: su familia era todo lo que siempre había deseado. Sin embargo, mientras se dirigía con él a la cocina, Molly entendió perfectamente la contradicción: su padre estaba libre, su familia estaba reunida, ella debería estar llena de amor y emoción, y sin embargo, se sentía completamente vacía por dentro.
Frank miró a su familia, a su madre, a sus hijas, a la mujer a la que quería y al muchacho al que adoraba como un hijo.
El general alzó la copa.
– Un brindis -dijo.
Todo el mundo quedó en silencio al oír su voz.
– Por mi familia. Mi familia, que incluye a todas las personas presentes en esta habitación. Nos cuidamos en los buenos y en los malos tiempos. Hemos permanecido unidos durante el peor de los momentos, y ahora vamos hacia el otro lado.
– Bien dicho -afirmó la comandante, que hizo chocar su copa con la de su hijo.
Él miró a Sonya. La noche anterior, ella le había dicho que estaba asombrada de que no sintiera ira contra Seth porque el chico hubiera permitido que lo acusaran del asesinato.
Sin embargo, Seth era su hijo. No de sangre, pero sí por todo aquello que tenía importancia.
Y, en cuanto pasara un tiempo razonable después de la muerte de Paul, Frank quería hacer oficial y pública a su familia. Sonya estaba de acuerdo. Tendrían que decírselo a los niños, aunque Frank esperaba que todo el mundo estuviera de su lado.
– Ojalá el hombre responsable de que todos podamos estar juntos compartiera con nosotros este brindis -dijo Frank. Sin embargo, Hunter se había marchado poco después de pasar por la fiesta.
Y Molly se había quedado en silencio desde entonces.
Frank miró a sus hijos con un deseo: que tuvieran tanta suerte como él en la vida. Había encontrado dos veces el amor, y había tenido la oportunidad de forjar una relación con una hija de cuya existencia no sabía nada. Ninguno de ellos se merecía menos.
Sonó el timbre de la puerta y Molly, agradecida por la excusa para escapar, fue a abrir. A Frank se le encogió el estómago. Tenía un mal presentimiento sobre aquella visita.
Siguió a Molly y, cuando su hija abrió la puerta, ambos se encontraron con Francie en el umbral. Más allá había un taxi esperando.
Frank entornó los ojos con desconfianza. Quisiera lo que quisiera, no podían ser buenas noticias.
Molly tenía un horrible dolor de cabeza. Primero, Hunter la había tomado por sorpresa al hacer la maleta, darle las gracias a su familia y marcharse, todo en menos de media hora. Y después aparecía su madre, vestida de diseño, como de costumbre. Había una cosa segura, y era que Francie podría vivir vendiendo ropa de su armario durante el resto de su vida. Aunque su madre no iba a caer tan bajo. Molly se preguntó a qué pobre tipo iba a engañar en los siguientes días.
– No es buen momento -le dijo Frank a Francie.
Ella miró hacia dentro.
– Oh, ¿interrumpo una fiesta?
– No es una fiesta -respondieron Molly y su padre al unísono.
Molly sacudió la cabeza y sonrió.
– Es una reunión familiar -dijo, y optó por no dar más explicaciones.
Francie había estado en la casa lo suficiente como para saber exactamente lo que ocurría con el caso de su padre y con la familia.
Quizá Molly no quisiera verla, pero tampoco podía dejarla en la calle.
– ¿Por qué no entras?
– En realidad, sólo he venido a despedirme. Tengo un taxi esperando -dijo, y señaló al coche.
– ¿Te marchas? -le preguntó Molly, con el estómago encogido.
No sabía por qué. Su madre llegaba y se iba a menudo. Aquélla era su forma de actuar. Y como en aquella ocasión, Molly no había recibido bien su visita, no entendía por qué de repente sentía pánico.
– Bueno, sí. Me he quedado durante vuestros momentos difíciles, y ahora que todo ha terminado, no me necesitáis más -respondió Francie.
Molly movió la cabeza de un lado a otro. Era imposible saber si su madre decía la verdad o si la verdad coincidía con sus planes.
– No hemos tenido ocasión de hablar -le dijo Frank a su ex.
– Tonterías -respondió Francie-. Ha sido muy agradable verte y que nos pusiéramos al día sobre nuestras vidas. Y me alegro mucho de que Molly te haya encontrado. De veras.
Bueno, aquello era, probablemente, la única frase completamente cierta que había pronunciado su madre. Era como si el comportamiento de Francie durante todos aquellos años no se hubiera producido. O, si se había producido, ella no pensaba que nadie tuviera que guardarle rencor por ello.
– Bueno, tengo que irme.
El pánico volvió a adueñarse de Molly.
– ¡Espera!
Su madre miró nerviosamente hacia el taxi. «El tiempo es oro». No tenía que decirle a Molly lo que estaba pensando. Sin embargo, Molly no estaba dispuesta a pagarle el taxi sólo por tener unos cuantos minutos más para decirle lo que pensaba.
Aquélla era la razón de su pánico, pensó Molly: tenía unas cuantas cosas que decirle a su madre, y no podía esperar hasta la próxima vez que la mujer volviera revoloteando al país.
– Dile al taxista que se marche. Después puedes llamar a otro. Tengo que hablar contigo.
Francie le envió un beso.
– Te llamaré, te lo prometo.
– No, quiero hablar contigo ahora. Soy tu hija. Nunca te he pedido nada, pero ahora necesito cinco minutos de tu tiempo -dijo Molly con firmeza.
Francie la dejó asombrada al entrar en la casa sin discusión.
– Os dejo a solas -dijo Frank, y se marchó hacia la sala en la que esperaba su familia.
Molly se dio cuenta de que todos estaban pendientes de ellas, pero no le importó.
– Tenemos que llegar a un entendimiento.
Molly se oyó pronunciar aquellas palabras que no había ensayado, y mientras hablaba, por fin entendió lo que Hunter quería decir cuando afirmaba que su madre y ella no habían resuelto nada. Porque, aunque Molly la había llamado a gritos, Francie nunca la había oído.
– Querida, nos entendemos perfectamente la una a la otra.
Molly arqueó las cejas.
– Si nos entendiéramos, no te dedicarías a viajar por el mundo y a aparecer en mi vida sólo cuando te viene bien. Así que de ahora en adelante, si quieres visitarme, tendrás que llamarme. Necesito saber que vas a venir, y tú tienes que preguntarme si es un buen momento para mí.
Francie se quedó sorprendida.
– Soy tu madre. No me vas a negar una visita.
Molly sonrió, pese a todo. Su madre, algunas veces, era tan infantil que daba miedo.
– No, probablemente no. Ni siquiera aunque mi padre esté acusado de asesinato y todo lo que me rodea sea un caos -admitió ella.
La sonrisa resplandeciente de Francie le dio a entender a Molly que no se había explicado muy bien.
– ¿Lo ves? No hay motivo para tanta formalidad entre nosotras dos.
Molly suspiró.
– No se trata de formalidad, sino de mis sentimientos. Sería agradable saber que has pensado lo suficiente en mí como para avisarme con antelación. Supongo que una visita de vez en cuando no estaría mal, siempre y cuando tenga noticias tuyas alguna vez. No quiero más meses de silencio mientras me pregunto si sigues viva en algún lugar del mundo. Y no quiero más evasivas cuando te llame. Si no puedes hablar conmigo en un momento determinado, llámame más tarde. Lo único que pido es cortesía. Trátame como si fuera tu hija, no como algo incómodo.
Para horror de Molly, en las últimas palabras se le quebró la voz.
– Dios, qué día he tenido -dijo Molly, y tuvo que secarse las lágrimas con el dorso de la mano.
Francie la miró. La miró de verdad. Después la abrazó con torpeza.
– Supongo que puedo intentar estar un poco menos centrada en mí misma -dijo. Después le dio unos golpecitos en la espalda a Molly y se apartó.
Parecía que había captado el mensaje, al menos lo principal; así que Molly sonrió.
– Sí, eso estaría bien.
Francie se apretó los ojos con dos dedos, y Molly se preguntó si su madre tenía también la capacidad de emocionarse.
– Bueno, ahora tengo que marcharme.
Molly asintió.
– Lo sé.
– Pero te llamaré -le dijo Francie. Después la miró a los ojos-. Ya te he dicho eso más veces, ¿no?
Molly asintió y su madre bajó la mirada.
– He tenido una sensación de deja vu -murmuró Francie. Parecía que era más consciente de sus acciones que antes.
Lo que no sabía Molly era cuánto duraría aquella nueva conciencia. Al menos, por el momento, parecía que lo que le había dicho a su madre había causado efecto.
– Bueno, esta vez lo haré.
Francie le dio un beso a Molly en la mejilla y se volvió hacia la puerta. Se detuvo, se giró hacia Molly y le dio un abrazo impulsivo otra vez.
Entonces, entre despedidas, Francie se marchó. En aquella ocasión, Molly no sintió la misma ira del pasado. Tuvo más aceptación hacia su madre, por muy llena de imperfecciones que estuviera, y más esperanzas para el futuro.
No ilusiones, pensó con ironía.
Sólo esperanzas.
La vida recuperó rápidamente su normalidad.
Robin volvió a la universidad. Jessie y Seth también volvieron al colegio. Aunque Seth estaba en tratamiento psicológico, Hunter había conseguido un trato con el fiscal que garantizaba que el chico no pasaría por el correccional. El general abrió nuevamente su negocio con Sonya a su lado, que iba a ayudarlo a comenzar de nuevo. Y aunque Frank quería que Molly fuera su socia, Molly sabía que no era eso lo que deseaba. Asombroso, pero cierto.
Molly se había despertado aquella mañana, una semana después de que todo terminara, y había encontrado a todo el mundo haciendo sus cosas. Ya no había ninguna crisis que resolver, y ella se había visto obligada a examinarse a sí misma y a su vida.
No le gustó lo que vio. Estaba sola en casa de su padre, sin un trabajo al que dedicarse. Tenia veintiocho años y su ropa favorita estaba escondida en el armario porque ella había ocultado su verdadera personalidad para ser aceptada y querida. Además, había apartado de sí al hombre que la aceptaba sin condiciones.
Aunque al principio, Molly no lo había visto así. Cuando Hunter se había marchado, se había convencido a sí misma de que él era quien huía para no enfrentarse a lo que había entre los dos. Se convenció de que Daniel se había marchado porque ella lo había dejado la vez anterior y quería vengarse.
Entonces, durante aquella inesperada conversación con su madre, se había visto siguiendo el consejo de Hunter y estableciendo reglas de acuerdo a las que poder vivir. Había tomado el control. Así se dio cuenta de que la vida con la que se contentaba antes de que acusaran a su padre de asesinato se había convertido en una vida insuficiente desde que había probado la existencia junto a Daniel.
Molly llamó a la puerta del despacho de su padre.
– ¡Adelante! -dijo él.
Ella se asomó.
– ¿Podemos hablar un momento?
– Claro -respondió él. Se levantó del escritorio y se unió a ella en mitad de la habitación-. Vamos a sentarnos ahí -le dijo, y le señaló las dos butacas de cuero que había colocado al otro lado de su mesa.
Se acomodaron, y su padre habló primero.
– Vaya, qué cambiada estás -le dijo, mirando su camisa roja, los vaqueros ajustados y las botas de vaquero-. Me encanta el color rojo. Tu madre lo llevaba cuando nos conocimos. Es uno de los mejores recuerdos que conservo de ella -dijo él, riéndose.
Molly sonrió.
– Te había visto esas botas, pero no el resto de la ropa. ¿Es nueva?
– No para mí. Sólo para ti. Verás, lo cierto es que no he sido completamente sincera contigo.
Él arqueó las cejas.
– ¿Acerca de qué?
– Acerca de quién soy en realidad. O debería decir de quién era antes de venir a vivir aquí. Quizá te hayas dado cuenta de que tengo problemas con la aceptación de los demás.
Frank abrió los brazos.
– ¿Y cómo no ibas a tenerlos, sabiendo el modo en que te crió tu madre? -dijo él calmadamente.
Molly le agradeció su apoyo. Era una de las cosas que más adoraba de él. Su amor incondicional. Sólo lamentaba no haber confiado antes en ello.
– Bueno, cuando supe que tenía un padre y una familia aquí, deseé encajar con todas mis fuerzas, y habría hecho cualquier cosa por conseguirlo -admitió, y se ruborizó.
Su padre se levantó y dio un paso hacía ella.
– Esta familia ya ha tenido suficientes escándalos y problemas. Estoy seguro de que lo que vas a decirme no es tan espantoso -le aseguró él.
Molly miró al general y se echó a reír.
– Después de esta introducción, lo que voy a decirte te va a parecer inmaduro -dijo. Se pasó una mano por el pelo y suspiró-. No tengo una forma de vestir tan modosa como Robin y Jessie. Me encantan los colores fuertes. Prefiero ser más sincera que dócil, y los primeros ocho meses que pasé aquí, mordiéndome la lengua mientras Jessie me pasaba por encima como una apisonadora, fueron un atentado contra mi naturaleza.
Terminó la explicación soltando una gran exhalación.
– Y pensabas que, ocultando esas facetas tuyas, yo… ¿qué? ¿Te querría más?
– Temía que si conocías mi verdadera personalidad, me querrías menos. O que no me querrías nada. No te olvides de que tú no me educaste, y no estableciste lazos de amor conmigo desde el principio. Soy una adulta que apareció completamente formada en la puerta de tu casa. Tienes todo el derecho a que no te caiga bien, si es eso lo que sientes. Pero yo no quería darte motivos, ni a ti, ni a Robin ni a Jessie.
Molly tragó saliva y miró a su padre a los ojos.
Él tenía una expresión divertida.
– No has dicho nada de la comandante. ¿Supongo que en ella encontraste a una persona que podía entenderte?
Molly asintió.
– La abuela se parece más a mí.
– Y Jessie. No sé si te has dado cuenta todavía.
Ella se rió.
– Me amenazó con chantajearme para que le prestara mi ropa y me pidió mi jersey favorito. Creo que ya había empezado a percatarme. Habíamos hecho muchos progresos hasta que le conté a Hunter el secreto que ella me había confiado.
El general le puso las manos en los hombros. Ella le agradeció aquel gesto de apoyo.
– Jessie sabe que le salvaste la vida a Seth haciendo lo que hiciste. Es una chica inteligente. Quizá intente hacértelo pagar para ver qué puede conseguir explotando tu culpabilidad, pero, en el fondo, le has demostrado lo que vales.
– Quizá. Sin embargo, lo haya conseguido o no, he decidido ser yo misma.
– Eso es lo que todo el mundo quiere que seas. Nosotros no somos como tu madre. No esperamos que seas otra cosa que tú misma. Tus hermanas y yo no queremos que te alejes.
Molly asintió sin poder hablar de la emoción. Después de un instante, dijo:
– Ahora lo sé. Quizá sea tarde, pero lo entiendo por fin.
Su padre la abrazó durante un largo rato.
– Te quiero, Molly.
Ella sonrió.
– Yo también te quiero. Y por eso, precisamente, lo que tengo que decirte es mucho más difícil. No puedo ser tu socia en el negocio.
Él dio un paso atrás.
– ¿Por qué?
– Ha llegado la hora de que ponga orden en mi vida.
Frank arqueó una ceja.
– ¿Y eso incluye a Hunter? Me he dado cuenta de lo triste que has estado desde que él se ha ido.
Molly sonrió débilmente.
– Es evidente, ¿eh?
El general asintió.
– Por desgracia, sí.
– Bueno, no sé si él querrá volver conmigo o es demasiado tarde, pero tengo que intentarlo.
Frank sonrió.
– No esperaba menos de ti. Ve por él, campeona.
Molly tomó aire para darse fuerzas.
– Sí, bueno, deséame buena suerte porque voy a necesitarla.
– Buena suerte, cariño.
Molly esperaba que sus palabras fueran suficiente, porque palabras era todo lo que tenía para convencer a Hunter de que le concediera una nueva oportunidad.
Hunter tenía una vida esperándolo al volver a casa, y se sumergió en ella a toda velocidad, salvo por la bebida y las mujeres. El personal de su despacho se alegró mucho de verlo: había un nuevo caso de asesinato que los tenía ocupados día y noche. Él hizo tiempo para ver a Lacey y a Ty y al resto de sus amigos. Era una vida vacía sin Molly, pero era una vida.
No pasaba mucho tiempo en casa, por una buena razón. Si se quedaba a trabajar en la oficina hasta tarde, se concentraba más en sus tareas. Si trabajaba en casa, pensaba en lo silencioso que estaba todo, en lo solo que se sentía.
Llamó por el intercomunicador a su secretaria y le pidió que le hiciera una reserva en su pub favorito para cenar, en una mesa tranquila al final del local. Se llevaría el ordenador portátil y pondría al día el correo electrónico para tomarse un descanso del estudio de la documentación y los detalles macabros de la escena del crimen.
Ella lo llamó instantes más tarde para decirle que le estaban guardando la mesa. Ventajas de ser un cliente asiduo. Daniel estaba poniendo en orden las cosas antes de salir cuando alguien llamó a la puerta.
Frunció el ceño. No era buen momento para conversar con nadie. Quizá fuera un buen cliente, pero en el pub más concurrido de la ciudad no podían guardarle la mesa durante mucho tiempo.
– Adelante, y que sea rápido.
Se puso la bolsa del ordenador al hombro, preparado para marcharse cuanto antes.
Hunter prefería que el ambiente fuera relajado, y su secretaria nunca le anunciaba las visitas. Así que cuando la puerta se abrió de par en par, esperaba encontrarse con uno de sus empleados o sus socios.
En vez de eso, encontró una visión en el umbral de su despacho. Desde la punta de sus botas de vaquero rojas, pasando por los vaqueros oscuros y la cazadora roja que llevaba, aquella mujer era la Molly de siempre.
Él tomó aire bruscamente.
– Molly.
No sabía qué le sorprendía más, si el hecho de verla o su ropa. Además, no quería hacerse falsas ilusiones sobre el motivo por el que ella estaba allí. Sin embargo, el corazón no lo escuchaba. Se había puesto a latir aceleradamente.
– Hola -dijo ella. Era evidente que se sentía tan azorada como él. Miró la bolsa que Daniel llevaba al hombro y le preguntó-: ¿Te marchabas ya?
Él se encogió de hombros.
– Iba a cenar -dijo. De repente, aquella mesa que le estaban reservando no le parecía importante-. ¿Qué te trae por aquí?
Molly se pasó una mano por la melena, despeinada pero magnífica.
– Tengo que hacerte una pregunta.
– ¿Y has venido en coche hasta aquí para hacérmela?
– En realidad, he venido en avión. Me pareció más rápido. Lacey me recogió en el aeropuerto. ¿Te importa que pase?
Él asintió.
– Claro, pasa. Es que me he quedado muy sorprendido al verte.
Ella cerró la puerta y se acercó a Daniel.
– Espero que también estés contento.
– Siempre -respondió él ásperamente.
Estaba tan guapo que Molly quería abrazarlo y quedarse allí para siempre. Sin embargo, percibió desconfianza en su mirada. Había demasiadas cosas sin resolver entre los dos.
– Cuando te fuiste, me convencí a mí misma de que estabas huyendo -le dijo, y después se echó a reír-. Al menos, durante los primeros cinco minutos. Entonces apareció mi madre, y de repente ocurrió algo. Me vi siguiendo tu consejo y hablando con ella para darle algunas normas sobre nuestra relación. Quizá no las siga, pero, al menos, puedo decir que he hecho lo posible por hacerme con el control.
Él sonrió.
– Eso está bien. Se trata de cómo reaccionas tú ante la gente, no de cómo reaccionan ellos ante ti. Sólo puedes controlar tus propios sentimientos y tus acciones, no los de los demás.
– Sólo he tardado media vida en darme cuenta de eso.
– ¿Cómo está la familia? -le preguntó Daniel.
– Bien, muy bien. Incluso Seth está mejorando. Todo el mundo ha vuelto a su vida, gracias a ti -dijo ella, y se humedeció los labios, que se le habían quedado secos.
Hunter se metió las manos en los bolsillos.
– Bueno, ¿y estás trabajando con tu padre ya?
– En realidad, le dije que eso no era lo que quería. Lo cual, tengo que admitir, me tomó por sorpresa.
– A mí también. Creía que trabajar con tu padre sería el sueño de tu vida -le dijo él, confuso.
– Las cosas cambian. Yo he cambiado. En realidad, tú me has cambiado.
– ¿De veras? ¿Y cómo?
Molly tomó aire.
– Al aceptarme, para empezar. Salvo que no me había dado cuenta de lo mucho que significaba eso hasta que me perdí a mí misma. Lo cual resulta irónico, porque te dejé que me encontraras -dijo, y después sacudió la cabeza-. ¿Tiene sentido algo de lo que digo? -preguntó, riéndose.
– Sorprendentemente, sí. Continúa.
– Tú eres el abogado que habla en los juicios. Yo no estoy acostumbrada a explicaciones largas, pero necesito que oigas esto, así que allá va. Cuando todo el mundo en casa volvió a sus obligaciones, me quedé sola y tuve que pararme a pensar en qué punto estaba. Me di cuenta de que aunque tenía lo que había estado buscando durante toda mi vida, me faltaba la pieza más importante.
– ¿Y cuál es? -preguntó él, inclinándose hacia Molly.
El olor de su loción de afeitar la envolvió, pero ella no se distrajo.
– Yo. Me faltaba a mí misma. Ahí estaba, a los veintiocho años, con la familia a la que había ido a buscar, sintiéndome aceptada, pero sin trabajo, sin hogar propio, sin saber quién era porque había escondido mi ropa en el armario, y mi individualidad, y lo más importante… -oh, llegaba la parte más difícil, pensó Molly
– Sigue -susurró él.
– Me di cuenta de que todo lo que siempre había deseado no significaba nada para mí sin el hombre al que quiero -dijo apresuradamente, avergonzada de admitirlo cuando no sabía cuáles eran en realidad los sentimientos de Daniel.
Sin embargo, él no se merecía menos. De hecho, se merecía mucho más.
Como el amor. Una palabra que había evitado desde que había visto nuevamente a Hunter porque hubiera significado que debía enfrentarse con sus miedos. Cuando por fin lo había hecho, allí estaba, liberada de complejos y problemas.
– Te quiero -dijo, con el corazón en la garganta-. Sé que es tarde, sé que te lo he hecho pasar mal, pero te quiero y espero que tú también me quieras.
Puso las cartas sobre la mesa, su corazón en manos de Daniel… y esperó a que él se lo rompiera.
– Molly…
Ella sacudió la cabeza otra vez.
– No pasa nada. No tienes que decirlo. Todo ha terminado, has tenido suficiente. Lo entiendo -dijo, balbuceando-. De veras, no pasa nada. Es sólo que tenía que decirte lo que siento, porque tú me has ayudado a llegar hasta aquí, pero eso no significa que tengas que ser parte de mi futuro.
Él dio un paso hacia ella y le tomó la mano.
– ¿Y si quiero hacerlo?
– ¿Todavía quieres estar conmigo? ¿De verdad? -preguntó ella, asombrada-. ¿No lo he estropeado?
Él sonrió con despreocupación por primera vez en años.
– Sólo he tenido que echarte una mirada para saber que estás aquí. Has llegado al punto en el que eres tú misma. La persona a la que conocía, pero mejor. Más fuerte. Así que si quieres decir que estás lista para comprometerte conmigo, ¿crees que voy a discutírtelo?
Ella gritó de alegría y le lanzó los brazos al cuello para besarlo. Él le devolvió el beso con todo su cuerpo, con toda su alma. Era suya. Podía abrazarla y abrazar el futuro sin miedo de que se los arrebataran, y tenía intención de saborear aquel momento.
Hasta que recordó algo importante. Interrumpió el beso, echó la cabeza hacia atrás y la miró a los ojos.
– Cuando entraste me dijiste que tenías que hacerme una pregunta.
No sabía a qué se refería, pero tenía el presentimiento de que iba a gustarle.
Cualquier cosa que Molly le pidiera en aquel momento, se la daría gustosamente.
– Oh, sí. Es cierto.
– ¿Y vas a hacérmela?
– Eh… todavía tengo que encontrar un trabajo de verdad y un apartamento…
– Nada de apartamentos. No voy a perderte de vista nunca más -dijo él con firmeza.
Ella sonrió, aliviada. Entusiasmada. Extática.
– Me alegro, porque había venido a preguntarte qué vas a hacer durante el resto de tu vida.
Hunter la abrazó por la cintura y la atrajo hacia su cuerpo. Su mirada cálida no se apartó de ella cuando respondió.
– Tengo planeado pasarlo contigo.
Una contestación que selló con un beso.