Capítulo 3

A primera hora de la mañana del lunes, Molly fue a visitar a su padre. Se sentó frente a él y lo miró atentamente, buscando cambios, aunque sabía que no habría ninguno. Sólo había pasado unas cuantas noches en la cárcel, y eso no podía afectar al general, que era una persona fuerte y equilibrada. Tenía el pelo canoso y muy corto. Casi le quedaba a juego con el traje naranja de la prisión. Sin embargo, él no tenía por qué estar allí, y ella lo demostraría.

– ¿Cómo estás? -le preguntó.

Le habían advertido que no podía haber contacto entre ellos, así que mantuvo las manos inmóviles sobre la mesa.

– Estoy bien, de veras. ¿Y tú?

– Muy bien -respondió Molly, y se apretó los dedos.

– ¿Y el resto de la familia? ¿Cómo lo llevan?

Molly sonrió.

– Costó mucho convencerla, pero Robin ha vuelto a la universidad para pasar allí la semana, y la comandante le dice a todo el mundo que esto es una injusticia.

Él se rió.

– ¿Y Jessie?

– Creo que para ella es muy duro -dijo Molly, con un suspiro. Se le rompía el corazón al pensar en la adolescente, pese a que su relación con ella fuera difícil-. Normalmente, se apoyaría en Seth -añadió.

Seth era el mejor amigo de Jessie. Además, era hijo de Paul Markham, el hombre de cuya muerte habían acusado al general. Frank y Paul habían sido compañeros en el ejército. Ambos se habían retirado con honores, y después se habían convertido en socios de un negocio inmobiliario. Las familias tenían una relación muy cercana. Seth, su padre y su madre, Sonya, vivían en la casa de al lado.

– Pero Seth está intentando superar la muerte de su padre y sé que Jessie se siente sola, aunque no quiera admitirlo. Tampoco acude a mí para nada -le explicó Molly.

– Esto no debería estar sucediendo -dijo su padre; aunque mantuvo el control, como de costumbre, se puso tenso de frustración.

Instintivamente, Molly le tomó la mano para reconfortarlo, pero el guardia, que estaba tras ellos, carraspeó para recordarles que el contacto estaba prohibido. Ella miró a su padre con tristeza y apartó la mano.

– Vamos a resolverlo -le prometió.

Sin embargo, aún no sabía cómo. No iba a hablarle de Hunter a su padre y darle esperanzas cuando había muy pocas posibilidades de que el abogado los ayudara.

– ¿Qué tal estás durmiendo? -le preguntó.

– Bien. Estoy entrenado para dormir en cualquier sitio -dijo él-. Me encuentro perfectamente -insistió.

Molly lo creía sólo a medias. Sabía que su padre tenía que estar muy preocupado por lo que pudiera ocurrir.

– Lo único que pasa es que os echo mucho de menos a todas. Incluso a ese pájaro bocazas. No quiero que tú te vuelvas loca intentando arreglar esto, ni que Robin pierda concentración en los estudios. Y en cuanto a Jessie… -a su padre se le apagó la voz. No hacía falta que dijera nada.

Molly tragó saliva.

– Ojalá me hubiera especializado en derecho penal. Podría hacer mucho más.

– ¿Sabes? Cuando apareciste en casa, me sentí asombrado. Cuando tu madre se quedó embarazada, yo tenía planes, quería hacer una carrera profesional en el ejército tal y como había hecho mi padre. Tu madre me dijo que quería dar el bebé en adopción. Yo pensé que era lo mejor y firmé los papeles de renuncia. Creía que ella haría lo que había dicho y que tú tendrías una vida feliz.

Entonces, frunció el ceño, tal y como hacía siempre al recordar cómo las mentiras de la madre de Molly se habían interpuesto entre ellos.

– Vamos a olvidarlo. Sólo sirve para que nos disgustemos los dos.

– Permíteme que continúe, ¿quieres? No tengo nada más que tiempo para pensar estos días -le rogó él con una sonrisa. Sin embargo, tenía aquella mirada decidida, la misma que Molly había visto en los ojos de su abuela, normalmente, cuando estaba en sus funciones de comandante.

– Continúa -dijo ella.

– No digo que nunca haya pensado en el hecho de que engendré un bebé, pero era demasiado joven como para hacer algo al respecto. El ejército iba a convertirse en mi familia, y yo no tenía nada que darle a nadie, ni siquiera a tu madre. Aunque debes saber que le pedí que se casara conmigo.

Molly no pudo evitar sonreír ante su caballerosidad innata. Habían hablado mucho del pasado, pero cada vez descubrían algo nuevo e interesante.

– Deja que lo adivine. Dijo que no.

Él asintió.

– Según me dijo, no quería atraparme de ese modo.

– Creo que es más probable que ella no quisiera sentirse atrapada -murmuró Molly con disgusto.

A medida que encajaban las piezas del rompecabezas, habían llegado a la conclusión de que la madre de Molly se había marchado a California, había conocido al hombre millonario a quien Molly siempre había creído su padre y le había hecho creer que él era el padre de su hija. Para la madre de Molly, Francie, aquél había sido el primero de muchos matrimonios por dinero. Si aquel embarazo había sido un error o parte de un plan más amplio, nadie lo sabía. Sin embargo, había una cosa que estaba clara: Francie nunca se habría atado a un hombre que sólo tuviera el sueldo del ejército.

Hasta que Francie no volviera de Europa y estuviera dispuesta a mantener una conversación seria, nunca conocerían los detalles que faltaban en la historia.

– El día que supe que eras mi hija y que eras abogada, me sentí orgulloso. Pero lo mejor fue el descubrir lo mucho que teníamos en común. Te especializaste en derecho de la propiedad inmobiliaria, y yo establecí un negocio de compraventa de inmuebles. Pese a que yo no te eduqué, te pareces a mí. Cuando lo supe, me sentí reconfortado y me dije que superaríamos el pasado porque éramos una familia y tú eras mi hija.

Molly no se había dado cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas hasta que una se le derramó por la mejilla. Su padre la quería. Ojalá hubiera sido el general quien la hubiera criado. Sin embargo, Molly pensó que se conformaba y se sentía agradecida por el hecho de que él formara parte de su vida en aquel momento.

– Incluso Jessie se convencerá finalmente, ya lo verás -le dijo su padre.

– Ahora sí que te estás haciendo ilusiones -respondió Molly con una sonrisa.

– Al final se convertirá en una adulta. Espero estar allí para poder verlo, y no encerrado en una maldita celda.

A Molly se le encogió el estómago.

– Te sacaremos de este lío -le prometió.

– No es problema tuyo.

– No voy a permitir que pases por esto tú solo.

El general movió la cabeza para estirar los músculos tensos del cuello.

– Debería haber vigilado lo que estaba haciendo Paul con el negocio -dijo, hablando más consigo mismo que con Molly-. Cuando estábamos en el ejército, ya sabía que podía llegar a ser un canalla, y también sabía que estaba teniendo problemas personales últimamente. Su conducta era cada vez más imprevisible, y no debería haber seguido confiando en él en el aspecto financiero del negocio. Ahora, la policía cree que tenía un móvil para matarlo.

Molly se inclinó hacia delante. Aquélla era la primera vez que oía decir que Paul tenía problemas, y eso le dio esperanzas para creer que quizá hubieran ocurrido más cosas en aquella oficina de las que nadie sabía.

– ¿Qué tipo de problemas personales?

– Nada de lo que tú debas preocuparte.

Molly frunció el ceño.

– Odio esa vena independiente y obstinada tuya.

– Al menos, sabes de quién la has heredado, jovencita.

Ella sacudió la cabeza con frustración.

– Quería preguntarte… -la voz de su padre se acalló. De repente, parecía inseguro, algo que no era propio del general.

– ¿Qué?

– Acabe o no acabe en la cárcel por esto…

– ¡No vas a acabar en la cárcel!

– Bueno, sea como sea, me gustaría que formaras parte de mi negocio. No es una gran oferta, porque en este momento no queda nada. Paul lo agotó todo casi por completo, y Sonya necesita parte de lo que queda para vivir y para poder criar a Seth. Sin embargo, todavía están los terrenos, aunque tengan hipotecas. Necesito una abogada que deshaga todo el lío que montó Paul, y tú tienes licencia para ejercer aquí. Después, tendremos que limpiar nuestra reputación y comprar nuevas propiedades -dijo, explicándole a su hija cosas que ya sabía.

Desde que se había mudado allí, Molly había estado haciendo trabajo voluntario con gente de la tercera edad. Eso le había proporcionado también trabajos pequeños como agente inmobiliaria, ayudando a los ancianos a resolver sus asuntos legales. A ella le encantaba hacerlo, aunque no pudieran pagar mucho; su gratitud era una gran compensación. Como había estado viviendo en casa de su padre, no había tenido que pagar alquiler, pero sabía que pronto tendría que cambiarse de casa y encontrar un trabajo fijo.

Ni siquiera en sus mejores sueños había imaginado que pudiera formar parte de un negocio familiar.

– ¿De verdad quieres que trabaje para ti? -le preguntó al general, que la sorprendía constantemente con gestos paternales.

– No. Quiero que trabajes conmigo. Al menos, tú serás una socia en la que puedo confiar.

Molly comenzó a asentir antes, incluso, de haberse tomado un instante para pensar las cosas.

– ¡Sí! -exclamó.

Se levantó de la silla, ansiosa por abrazarlo, pero sintió que el guardia se acercaba por detrás.

– No pasa nada -le dijo Frank al guardia, haciéndole un gesto para que se alejara, y miró a Molly a los ojos-. Y yo que creía que tendrías ofertas mejores.

– Nunca -le aseguró Molly.

El general necesitaba que se lo asegurara. Pese a su tono de broma, Molly había percibido incertidumbre en su voz cuando él le había pedido que formara parte de su negocio, y lo notaba de nuevo en aquel momento. Él aún no estaba seguro de cuál era su relación ni de cómo iba a desarrollarse en el futuro, de igual modo que ella temía que su padre pudiera cambiar de opinión y pedirle que se apartara de su camino, tal y como siempre había hecho su madre.

Era evidente que aún tenían mucho que aprender el uno sobre el otro, y que necesitaban tiempo para confiar plenamente en sus sentimientos y sus compromisos. Tiempo que, debido a aquel arresto, quizá se les estuviera terminando.


Jessie estaba en su habitación, revisando sus frascos de laca de uñas. Había elegido un tono blanco porque le iba bien con la ropa, pero lamentaba no haber comprado el color lavanda que había visto unos días antes en la perfumería. El lila era relajante, al menos eso era lo que había leído en su revista preferida, y Jessie necesitaba algo tranquilizador en aquel momento.

Su vida era un caos. Su padre iba a pasarse el resto de su existencia en la cárcel, su abuela se hacía mayor y quizá muriera, como había muerto la madre de Jessie, y su hermana, Robin, seguramente querría terminar la carrera. De ese modo no quedaría nadie más que su nueva hermana, Molly, para cuidarla. ¿Y quién sabía dónde iba a estar Molly para entonces?

A Jessie se le llenaron los ojos de lágrimas. Cuando estaba tan disgustada, normalmente iba a ver a Seth, pero ¿cómo iba a molestarlo? Seth estaba sufriendo por la muerte de su padre. Paul, su tío Paul, el mejor amigo de su familia. La misma persona de cuyo asesinato habían acusado a su padre.

En el colegio, sus compañeros cuchicheaban a sus espaldas, y sus amigas la evitaban. Por eso, después de las clases se había ido directamente a casa. Sin embargo, allí no tenía nada que hacer. Su abuela estaba en el piso de abajo, aprendiendo a hacer punto, y Robin había vuelto a la universidad hasta el fin de semana. Sólo quedaba Molly.

Jessie la odiaba, aunque odiar fuera una palabra demasiado fuerte, según decía la comandante. Jessie detestaba el modo en que su padre miraba a Molly. Y detestaba que Molly se llevara bien con todo el mundo de la casa salvo con ella. Incluso el guacamayo hablaba con Molly, y aquel pájaro idiota sólo hablaba con los que le caían bien. Jessie no veía en su hermanastra nada que le agradara.

Sacó un pañuelo de papel de la caja y se enjugó las lágrimas, aunque sabía que se estaba emborronando la máscara de pestañas. En el fondo, sabía que estaba siendo mala con Molly y que les estaba dando motivos de enfado a Robin y a su abuela. No le importaba. Nada iba bien.

Se dejó caer sobre la cama al mismo tiempo que sonaba el timbre de la puerta.

– ¡Seth! -exclamó.

Saltó de la cama corriendo. No podía ser nadie más. Muy contenta por verlo, abrió de par en par la puerta de su dormitorio y bajó de dos en dos los escalones. Necesitaba un amigo en aquel mismo momento.

Sin embargo, en el umbral se encontró cara a cara con un extraño.

– Oh.

Si la comandante se enteraba de que había abierto sin preguntar quién era, le daría con el bastón en la cabeza, así que Jessie cerró la puerta inmediatamente en las narices del hombre.

El timbre sonó de nuevo.

– ¿Quién es? -preguntó Jessie.

– Daniel Hunter -respondió el visitante.

Jessie no conocía a nadie llamado Daniel Hunter, así que él seguía siendo un extraño. Miró hacia atrás, pero no parecía que ni su abuela ni Molly se acercaran a ver quién era.

– Soy amigo de Molly -dijo él en voz alta.

Bueno, aquello era otra cosa, pensó Jessie, y abrió la puerta.

– ¿Y por qué no lo has dicho antes?

– Me has cerrado la puerta en la cara antes de que pudiera hacerlo -dijo él. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón y sonrió.

Jessie sintió un cosquilleo en el estómago, como cuando el chico más guapo del instituto le guiñaba el ojo al pasar por delante de su taquilla. Sin saber qué decir, lo miró con atención. Llevaba unos vaqueros oscuros, una cazadora de cuero y, tras él, Jessie vio una moto en la acera. Vaya. No conocía a nadie que tuviera una moto.

El visitante la observó también, mirándola durante tanto tiempo que consiguió ponerla nerviosa. Tenía los ojos castaños, casi dorados, y era guapo, para ser tan mayor. No sólo guapo. Guapísimo.

– ¿Está Molly? -preguntó él por fin, y a Jessie se le quitó el cosquilleo del estómago.

Molly. Jessie se había olvidado de por qué estaba allí. Siempre era todo cuestión de Molly.

– Sí -respondió con reticencia. No le gustaba que aquel tipo tan mono preguntara por su hermanastra.

Se volvió hacia las escaleras.

– ¡Eh, Molly, aquí hay un señor mayor que quiere verte! -gritó, porque cuando había pasado por delante de la habitación de invitados, la puerta estaba cerrada. No quería pensar que fuera la habitación de Molly. Ella no iba a quedarse para siempre. Al menos, Jessie esperaba que no.

– ¿Un señor mayor? -preguntó él con una carcajada.

Jessie se ruborizó.

– Mayor que yo -dijo, avergonzada.

Molly comenzó a bajar las escaleras.

– ¿Quién es?

– Un señor llamado Daniel que lleva una cazadora de cuero y tiene una moto. A mí me parece demasiado cool como para ser tu amigo.

– No conozco a nadie que tenga moto y se llame Daniel… ¡Hunter!

– Eso es lo que he dicho. Se llama Daniel Hunter y es evidente que lo conoces -dijo Jessie.

Lo dijo porque su hermana se había quedado con los ojos muy abiertos, y de repente se pasó las manos por el pelo como si le importara qué aspecto podía tener. Jessie miró después al hombre de la cazadora y después a Molly otra vez. Él no podía apartar la mirada de su hermana, ni su hermana de él.

Muy interesante.

– ¿Vas a aceptar el caso de mi padre… de nuestro padre? -le preguntó Molly.

Jessie abrió y cerró la boca.

– ¿Éste es el abogado? ¿El tipo con el que…?

– No lo digas -le advirtió Molly en un tono de severidad que Jessie nunca había oído en boca de su hermana.

– No te preocupes, no iba a decir nada… -respondió Jessie, dando un paso hacia Molly.

Por algún motivo, no quería enfadarla en aquel momento. No estaba segura de por qué, pero quería saber qué ocurría entre aquellos dos. Era mejor que un episodio de Anatomía de Grey.

– ¿Es que no te parezco un abogado? -le preguntó Daniel.

Jessie se volvió hacia él.

– No he visto muchos como tú -respondió ella, ruborizándose.

– Me lo tomaré como un cumplido -dijo él, y le lanzó de nuevo aquella sonrisa que hacía que se sintiera especial por dentro.

– Entonces, ¿vas a llevar el caso de mi padre? -le preguntó Jessie. Quizá aquel tipo no pareciera abogado, pero tenía mucha confianza en sí mismo, y Jessie estaba segura de que era bueno en su profesión.

– Tu… hermana y yo vamos a hablar de eso.

Jessie alzó las manos hacia el cielo.

– Entonces, ¿lo que decidas depende de ella? Estupendo.

Aquel tipo tan guapo arqueó una ceja.

– ¿Problemas en el paraíso?

Molly suspiró.

– Ella me odia, como tú -le dijo a Daniel-. Y los dos tenéis un buen motivo, pero, en este momento, lo único que me importa es limpiar el nombre del general. Sólo te pido que dejes a un lado tus sentimientos personales, que escuches los hechos y que representes a mi padre. Después de que hagas eso, no tendrás que verme nunca más. Nunca.

– ¿Y yo puedo hacer el mismo trato? -le preguntó Jessie esperanzadamente.

Molly se volvió hacia ella. No habló. No tenía que decir nada. La desilusión de su rostro valía más que mil palabras.


Hunter había tardado algunos días en organizar las cosas en el trabajo y reasignar sus casos para liberarse y poder pasar una temporada en Connecticut. Y tomarse aquel tiempo para poner en orden su vida también le había servido para erigir muros de defensa contra Molly Gifford.

O eso había pensado él. Como había pensado que conocía todos los estados de ánimo de Molly. Sin embargo, la combinación de dolor y exasperación con la que ella miraba a su hermanastra hizo que se le encogiera el corazón. No le gustó que, pese a su promesa de permanecer indiferente hacia ella, pudiera sentir también su dolor. No le gustaba que, cada vez que la miraba, todos los viejos sentimientos se le avivaran. Tenía que superarlo, y lo haría. Se prometió que acabaría con aquellas emociones de una vez por todas.

Finalmente, Molly se dio la vuelta hacia él.

– Has venido -le dijo con asombro.

Hunter asintió.

– Tenemos que hablar.

– Lo sé -respondió ella. Miró a la adolescente, que a su vez los estaba observando con sumo interés. No parecía que la chica tuviera intención de dejarlos a solas-. ¿Jessie? -le preguntó Molly, en tono significativo.

– ¿Sí? -preguntó la chica, echándose la larga melena oscura hacia atrás con la mano.

– Vete. Ahora.

– Bonita manera de hablarle a tu hermana -dijo Jessie con sarcasmo.

– Sólo soy tu hermana cuando te conviene. Creo que en este momento Internet te está llamando.

Jessie frunció el ceño.

– Muy bien -dijo. Se dio la vuelta y comenzó a subir las escaleras con pasos más fuertes de lo necesario.

Molly suspiró otra vez.

– Bueno, la reina del drama se ha ido, y mi abuela está ocupada aprendiendo a hacer punto. Podemos hablar a solas un rato. Ven a la cocina.

Le hizo un gesto para que la siguiera, y atravesaron el vestíbulo, que estaba lleno de fotografías familiares. Pasaron ante un salón de aspecto acogedor y, cuando llegaron a la cocina, ella se sentó en una silla, frente a la mesa, y le indicó a Daniel que hiciera lo mismo.

Él se sentó a su lado y decidió ir directamente al grano.

– No estoy acostumbrado a verte en familia.

– Todo ha cambiado -dijo ella, e inclinó la cabeza con una mirada de incertidumbre.

Daniel carraspeó.

– Bueno, ¿y el hecho de encontrar a tu familia te ha proporcionado lo que estabas buscando?

Todo aquello por lo que se había alejado de él, pensó Hunter.

Molly apartó la vista. Era evidente que sabía lo que él estaba pensando.

– Ha sido un remolino de cosas buenas y malas.

Hunter tuvo que reprimir el deseo de tomarle la mano y decirle que lo entendía y que quería ayudarla a pasar por aquella situación. Molly no quería que la consolara. Nunca lo había querido.

– ¿Se alegró tu padre de conocerte? -le preguntó. Hasta el momento sólo había podido juzgar la reacción de Jessie.

Ella asintió.

– Tuvo una reacción estupenda -le dijo, con los ojos brillantes al recordarlo.

– Pero Jessie no comparte su alegría.

– No sé cómo te has dado cuenta -ironizó Molly-. Decir que me odia es un eufemismo.

Como no sabía muy bien qué responder, Daniel cambió de tema.

– Os parecéis.

Molly arrugó la nariz de un modo que a él siempre le había parecido encantador.

– ¿De veras? Ella es morena y yo soy rubia.

– El color del pelo es distinto, sí, pero os parecéis en los rasgos de la cara y en las expresiones.

– ¿De verdad? Yo he estado buscando parecidos entre las dos desde que llegué. Me alegra saber que tú sí los ves. Me produce la sensación de que somos familia, pese a lo que ella siente por mí.

Molly lo miró con calidez, con una expresión abierta, muy distinta a la de la mujer cautelosa que él conocía.

Aquello le ponía nervioso. Ella lo ponía nervioso.

– Bueno, para responder a la pregunta que me has hecho antes, creo que viniendo aquí he encontrado lo que me faltaba por dentro.

A él le sorprendió aquella revelación tan repentina y personal. Y aunque siempre había querido que Molly estuviera contenta, sus palabras le atravesaron el corazón.

– Me alegra ver que eres feliz -le dijo, aunque no pudo evitar hacerlo con aspereza.

– Yo no he usado esa palabra. No he dicho que fuera feliz.

De hecho, aquélla era una frase que evitaba, porque aunque hubiera encontrado una familia, se daba cuenta de que faltaban muchas cosas.

Y ver a Hunter le recordaba con exactitud lo que eran. Molly intentó sostener su mirada, hacer que la comprendiera, pero él bajó los ojos como señal de que no quería tener una conversación personal. Sin embargo, Daniel le había hecho una pregunta, y aunque al hacerla no pensara que ella fuera a darle una respuesta honesta, iba a tener que escucharla. Tenían muchos asuntos que aclarar antes de que pudiera encargarse del caso de su padre.

El motivo por el que ella lo había dejado era uno de aquellos asuntos.

– Lo siento -dijo.

Daniel se encogió de hombros.

– Fue hace mucho tiempo. Lo he superado.

– Mentiroso.

– Háblame del problema de tu padre.

Ella se levantó de la silla y se acercó a él. El olor masculino y fresco de Daniel invadió su espacio personal, y Molly casi se olvidó de respirar. Aquella esencia era cálida y familiar para ella, reconfortante y excitante al mismo tiempo. Su deseo por él no había disminuido lo más mínimo.

– No cambies de tema. Tenemos un asunto sin terminar y…

Sin previo aviso, Daniel también se puso en pie. Su altura le daba una ventaja que ella no agradecía en absoluto, no sólo porque él estuviera intentando ser intimidante, sino porque lo percibía más como hombre. Un hombre sexy y guapísimo con una cazadora de cuero negro, que la miraba fijamente.

– He venido aquí porque tu padre necesita un abogado. No quiero que veas nada más en esto.

Molly sintió una punzada de dolor al oírlo.

– En otras palabras -dijo-, no hay motivos para hablar de nada personal pese a que tú sacaras el tema.

Él asintió bruscamente.

– Lo siento, fue un error -murmuró, y atravesó la cocina hasta la esquina opuesta, añadiendo espacio físico al espacio mental que ya había creado.

– Muy bien -dijo Molly, y apretó los puños, intentando que él no se diera cuenta de lo mucho que la hería su actitud-. Has venido aquí por mi padre, así que vamos directos al grano.

Los repentinos golpecitos del bastón de Edna en el suelo los interrumpieron. A medida que ella se acercaba, el ruido se hizo más audible.

Hunter arqueó una ceja inquisitivamente.

– Mi abuela -le dijo Molly.

– Hay una moto ahí fuera -dijo Edna mientras entraba en la cocina-. ¿Crees que su propietario querría darme una vuelta?

Molly se quedó boquiabierta.

– No me mires así -le reprochó su abuela-. Una vez salí con un motorista.

Entonces, se dio cuenta de que Daniel estaba junto a la puerta.

– Tú debes de ser el dueño de la motocicleta -dijo.

– Sí, señora. Soy Daniel Hunter.

– Yo soy Edna Addams, pero mis amigos me llaman comandante.

– Encantado de conocerla, comandante -dijo Hunter, con su mejor sonrisa, mientras le estrechaba la mano a Edna.

Molly gruñó. Daniel ya había dejado atontada a Jessie, y en aquel momento estaba hechizando a la matriarca de la familia. Robin también se quedaría prendada cuando lo conociera, y Molly no tenía duda alguna de que su padre también sentiría admiración por Daniel. De repente, Molly se sintió desorientada en su nueva familia. Se sintió como una paria a la que Hunter soportaría sólo por necesidad mientras defendía a su padre.

– Así que tú debes de ser el abogado de quien nos ha hablado Molly -dijo Edna, apoyándose en el bastón e inclinándose hacia él.

– Espero que haya hablado bien -respondió Daniel, con una mirada de buen humor para su abuela. Sin embargo, cuando se giró hacia Molly, la calidez se disipó.

Molly intentó no estremecerse bajo su frialdad. Mientras, Edna asintió.

– No recuerdo exactamente lo que dijo, pero sí mencionó que eras el mejor abogado del estado.

Molly cerró los ojos. Claramente, iba a sentirse mortificada mientras él estuviera allí.

– Tiene razón.

– No eres modesto. Me gustan los hombres seguros de sí mismos.

Molly suspiró.

– ¿Qué tal va tu punto?

– En este momento es una bufanda llena de faltas y muy fea, pero lo conseguiré. Ya lo verás. He tenido que dejarlo para calentar la cena.

Entonces, clavó los ojos en Hunter. Un invitado.

– Tienes suerte, porque he hecho bastante comida. Te quedas a cenar -afirmó.

Molly se acercó a su abuela.

– Seguramente, tendrá que instalarse en algún sitio -dijo, con la esperanza de facilitarle a Hunter el hecho de rehusar la invitación.

Él no desearía sentarse alrededor de la mesa con un puñado de extraños. No le gustaban las escenas familiares, según le había contado a Molly cuando le hablaba de sus años en los hogares de acogida. Y desde que ella lo conocía, siempre había sido un solitario que rehuía la compañía de los demás, salvo la de Ty y Lacey, los únicos a los que consideraba de su familia. Los únicos que habían conseguido superar sus defensas.

«Él te ofreció pasar al otro lado y tú lo rechazaste», le recordó una vocecita.

– Bueno, he reservado una habitación en un hotel, pero dejé mi número de tarjeta de crédito para conservarla, así que no tengo prisa. Me encantaría quedarme a cenar -dijo Hunter-. Conocer a la familia me ayudará a formar una estrategia de defensa. Gracias por la invitación, comandante.

– Es un placer. Espero que te guste la carne asada, porque es lo que he preparado.

– Me encanta.

Molly estaba segura de que Hunter lo hacía a propósito, que quería hacérselo pasar mal y que se retorciera en el asiento como venganza por el dolor que ella le había causado. Cenar con la familia no servía para ayudar a su padre. Lo que de verdad ayudaría sería demostrar que era inocente encontrando otros sospechosos. Hunter y ella debían tener una larga charla al respecto en cuanto hubiera ocasión.

– Oh, ¿y has mencionado un hotel? -dijo Edna entonces, atrayendo la atención de Molly-. Eso no es necesario. Tenemos un sofá cama muy cómodo en el estudio.

Molly intentó captar la mirada de su abuela, pero no lo consiguió. Como Hunter, Edna estaba evitando mirar a su nieta.

En el caso de la comandante, eso significaba que tenía algún motivo para invitar a Hunter a que se quedara. Molly nunca hubiera pensado que su abuela era una casamentera, pero aquel día se había llevado varias sorpresas.

Intentó poner final al entrometimiento de Edna.

– Hunter necesita espacio para trabajar, y además, no sabemos cuánto estará en la ciudad. Pueden pasar semanas o meses, dependiendo de cuánto dure esta farsa. Pienso que estará más cómodo en un hotel.

– Tonterías -dijo la comandante, dando un golpe en el suelo con el bastón-. Ésa es la razón por la que debe quedarse aquí. El sofá cama está en el despacho de tu padre. Hunter tendrá un lugar perfecto para trabajar sin tener que desplazarse.

– El motel está a cinco minutos -dijo Molly.

Hunter carraspeó.

– No quisiera desplazar al general de su estudio.

– Aún está en la cárcel -dijo la comandante-. ¿Puedes creerlo? El idiota de su abogado no ha sido capaz de sacarlo todavía.

Hunter hizo un gesto de preocupación. Era evidente que no se había dado cuenta de lo difícil que era la situación. Bien, pues ya lo sabía. Seguramente, se iría directamente a su hotel a trabajar.

– Eso lo remediaremos mañana a primera hora -le prometió Daniel a Edna-. Como seguramente tendré muchas preguntas cuyas respuestas necesito para conseguirle una vista, quizá sea mejor que me quede aquí.

– Excelente -dijo Edna-. ¿No es excelente, Molly?

– Magnífico -respondió ella.

Molly se quedó sorprendida de que su abuela no comenzara a aplaudir.

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