Molly Gifford terminó de meter las maletas y las cajas en el maletero de su coche. Otra puerta que se cerraba, pensó. Su vida allí, en Hawken's Cove, había terminado. Había llegado la hora de continuar. Miró por última vez la casa en la que había vivido durante casi un año, trescientos sesenta y cinco días en los que había estado intentando aferrarse a aquella esquiva cosa llamada familia que siempre estaba fuera de su alcance.
Ya lo sabía. No debería haberse hecho ilusiones, porque aquella vez no iba a ser diferente. Su madre no iba a casarse, a sentar la cabeza y a formar una familia que incluyera a Molly en vez de excluirla.
Y con veintisiete años, a Molly ya no debería importarle.
Sin embargo, le importaba. Seguía siendo la niña que había ido de internado en internado. La calidad de aquellos internados siempre dependía del grosor de la chequera del marido de turno de su madre. Su verdadero padre no se dignaba a nada más que a enviar un par de postales al año. Una, en el cumpleaños de Molly y otra, el puñetazo de la felicitación navideña con la fotografía de su familia.
Una semana antes, su madre había roto su compromiso, había dejado plantado a su último prometido y se había ido de viaje por Europa sin apenas despedirse de su hija. Y Molly, por fin, había tenido que aceptarlo: estaba sola y siempre lo estaría. Así pues, se marchaba en busca de sí misma y de una vida sin el lastre de esperanzas frustradas.
– ¿Molly? Molly, espera -dijo su casera, Anne Marie Constanza.
– No te preocupes, iba a despedirme -le aseguró Molly a la anciana, y se acercó a ella.
– Ya lo sé -respondió Anne Marie. Su fe en Molly era inquebrantable.
Molly sonrió y observó cómo Anne Marie bajaba las escaleras del porche. Iba a echar de menos a su entrometida vecina.
– No tienes por qué irte -le dijo Anne Marie-. Podrías quedarte aquí y enfrentarte a tus miedos.
Sabias palabras, pero Molly no podía prestarles atención.
– Ahí está el quid de la cuestión. Mis miedos me seguirán allá donde vaya.
– Entonces, ¿por qué te vas? Sé que no soy la única que quiere que te quedes.
– ¿Has estado escuchando mi conversación con Hunter? -le preguntó Molly.
Al pensar en él, a Molly se le encogió el estómago.
Anne Marie negó con la cabeza, y algunos finos mechones de pelo gris se le escaparon del moño.
– Esta vez puedo decir sinceramente que no. Ya he aprendido la lección de que no se debe escuchar conversaciones ajenas, y mucho menos difundir información ajena. Sin embargo, es evidente que ese hombre desea tenerte cerca con todas sus fuerzas.
Molly abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Tenía un nudo en la garganta.
– No puedo quedarme -dijo.
Sin embargo, lo había pensado. Y seguía pensándolo, sobre todo al recordar la mirada de esperanza de Hunter cuando le había pedido que se quedara con él en su ciudad natal, en Hawken's Cove, Nueva York. Y su tono de voz suplicante cuando le había dicho que la seguiría a cualquier sitio al que Molly necesitara huir para evitar el dolor.
«Yo tampoco he tenido familia. Entiendo lo que te está pasando. ¿Por qué no lo superamos juntos?». Hunter se había tragado su orgullo y le había entregado el corazón.
Molly había estado a punto de cambiar de opinión, porque Daniel era una tentación absoluta, pero finalmente no había sido capaz de hacerlo. No sabía quién era ni lo que quería de la vida, y por ese motivo lo había rechazado. Apretó los puños con frustración. Era una mujer sin ataduras, sin amigos, sin familia, y necesitaba tiempo para entenderse a sí misma. Pese a todo, tenía una sensación de anhelo y emoción en el pecho.
– Él te quiere -le dijo Anne Marie.
Molly bajó la cabeza. A cada segundo, su dolor era mayor, porque ella también quería a Hunter. Sin embargo, sabía que no tenía lo suficiente como para ofrecerle algo que valiera la pena al que era su amigo, pero no había llegado a ser su amante.
– Ya he tomado la decisión -respondió Molly a duras penas.
La anciana asintió.
– Ya sabía que no cambiarías de opinión, porque en ese sentido eres como yo, pero tenía que decir lo que pensaba.
– Lo sé, y te lo agradezco.
– Toma. Ha llegado el correo de hoy.
Anne Marie le entregó un sobre. Molly le dio la vuelta y miró el remite. Napa Valley, California. Su padre había dado señales de vida en un día distinto a Navidad o su cumpleaños… Qué raro.
– Bueno, tengo que entrar en casa -dijo Anne Marie-. Estoy redactando el anuncio para alquilar tu apartamento.
Aquellas palabras le encogieron aún más el estómago a Molly.
– Has sido una estupenda amiga -le dijo a Anne Marie, y le dio un abrazo-. Gracias por todo.
– Escribe de vez en cuando, Molly Gifford. Espero que encuentres lo que estás buscando en este mundo -dijo la anciana.
Y agitando la mano en señal de despedida, entró a su casa.
Molly se sacó las llaves del coche del bolsillo y, al hacerlo, el sobre se le cayó de las manos. Lo recogió rápidamente. El papel le quemaba en las manos. Se debatió entre el ansia por apartarse todos los recuerdos de la cabeza y la curiosidad por saber lo que había dentro. Venció la curiosidad; Molly abrió el sobre y encontró una tarjeta y una nota en su interior.
La tarjeta era el anuncio del nacimiento de un bebé. La otra hija de su padre, Jennifer, había tenido una niña. El padre de Molly se había convertido en abuelo. Molly no conocía a su hermanastra, y lo único que sintió al saber la noticia de su maternidad fue otra punzada de dolor en el corazón. La nota, sin embargo, hizo que todo cambiara.
Cuando terminó su lectura se sintió mareada, y se dio cuenta de que se había quedado sin aliento. Inspiró profundamente y se apoyó en la puerta del coche para leer la carta una vez más.
Querida Molly:
Como ves, ya soy abuelo. Es algo asombroso, incluso más que ser padre. Y esta nueva fase de mi vida me ha hecho meditar sobre algunas decisiones que tomé cuando era joven. Ahora entiendo mucho mejor lo que representan los lazos biológicos y familiares, y creo que te debo esta información. Lo que hagas con ella es cosa tuya.
Los dos sabemos que tu madre es una mujer con sus propios planes. Siempre lo fue. Se casó conmigo y fingió que estaba embarazada de mí, pero pronto supe que tú eras fruto de una aventura que había tenido con un hombre al que conoció antes de venir a California. Él se llama Frank Addams. General Frank Addams. Su pertenencia al ejército explica por qué tu madre eligió al dueño de unas bodegas con dinero para que le diera el apellido a su descendencia en vez de a un hombre que quería tener una carrera militar. Como yo sabía que no te faltaría de nada, acepté guardarle el secreto a Francie, pero ahora he entendido que el hecho de que tuvieras comida y techo no ha podido sustituir al hecho de tener una familia.
Me he tomado la libertad de averiguar algunas cosas por ti. El general Addams vive actualmente en Dentonville, Connecticut.
Te deseo lo mejor,
Martin.
Molly sintió náuseas. Tuvo que inclinarse hacia delante porque sentía un dolor físico. Sólo saber que no había perdido a su padre, al menos no un padre a quien ella le importara, le dio fuerzas para seguir adelante, aunque no para asimilar aquella noticia.
Con las manos temblorosas, dobló el papel e intentó meterlo con la tarjeta en el sobre, pero no encajaba; de la misma manera que ella nunca había encajado en ninguna parte. Acababa de descubrir el motivo.
El hombre que ella siempre había considerado su padre no lo era, y él lo había sabido desde siempre.
– Bien, eso explica su desinterés -murmuró.
En cuanto a su madre, Francie, era una diva egoísta y siempre lo había sido. Molly se enfrentaría a ella en otra ocasión.
La magnitud de la revelación la había dejado aturdida. Ella había rechazado a Hunter, el que seguramente hubiera sido el amor de su vida, porque sabía que le faltaba algo por dentro. Cinco minutos antes no tenía idea de qué podía ser, ni de dónde iba a encontrarlo. En aquel momento, al mirar la dirección que le había proporcionado Martin, tenía un destino y algo más. Tenía el nombre de su verdadero padre.
Al pensarlo se le aceleró el corazón. Se dio cuenta de que las piezas que faltaban en su vida quizá estuvieran en Dentonville. Tal vez fuera aceptada, o tal vez fuera rechazada, pero lo sabría.
Se sentó tras el volante de su coche y arrancó el motor para ponerse en marcha. No iba a aparecer de repente en la puerta de la casa del general Addams. De hecho, quizá fuera antes a California para ver a Martin, que era quien le había desvelado la noticia. A Molly le parecía conveniente tener primero una confirmación y un poco más de información.
No obstante, esperaba encontrar algo bueno al final del viaje, porque había renunciado a algo demasiado valioso para llegar hasta allí.