Capítulo 5

Hunter sujetó la puerta para que Molly pasara al interior de la cafetería Starbucks que había en Main Street, en la ciudad. Salvo por el hecho de que estaban en un centro comercial con un gran aparcamiento, podrían encontrarse en Albany. Todos los Starbucks eran iguales, lo cual le habría reconfortado de no ser por la mujer que lo acompañaba.

Aquella mañana habían ido en su moto.

Molly le había dicho que nunca había montado en moto antes, y sin embargo, se había comportado como si llevara haciéndolo toda la vida. Le había rodeado la cintura con los brazos y se había sujetado con fuerza, apretándose contra él a cada curva que tomaban. Durante todo el trayecto, Daniel había notado su pecho contra la espalda mientras conducía. La moto siempre le provocaba una inyección de adrenalina, pero con Molly tras él, sintió también excitación y una descarga de energía sexual de la que necesitaba desahogarse desesperadamente.

Teniendo en cuenta el modo en el que ella lo había besado en el vestíbulo, Hunter no creía que le resultara difícil acostarse con Molly. Por desgracia, no pensaba que fuera algo inteligente. No estaba seguro de que el sexo fuera un buen método para sacársela de la cabeza. Temía que la deseara más y más, ya que eso era lo que le estaba ocurriendo desde que se habían besado.

En aquel momento, mientras ella caminaba ante él, sus sencillos vaqueros, su jersey con cuello en pico y sus zapatillas de deporte, una ropa que nada tenía que ver con su forma de vestir llamativa, podían indicar que era una mujer que no quería llamar la atención, pero el balanceo sexy de sus caderas y el movimiento de su pelo hablaban de algo distinto. Todo el mundo miró a Molly cuando entró y, a medida que avanzaban por el local, la gente la saludaba.

– Hola, Molly.

– ¿Qué tal, Molly?

– ¿Cómo está tu padre?

Los saludos y las preguntas le llegaban desde todos los rincones de la cafetería, y Molly respondía a cada persona por su nombre y con una sonrisa. Parecía que estaba más cómoda y más feliz allí de lo que nunca había estado en la universidad ni en Albany.

Había encontrado el hogar que siempre había estado buscando. ¿Podía él guardarle rencor por eso?

Se acercaron al mostrador.

– ¿Un café con leche descafeinado grande, con aroma de vainilla? -le preguntó el camarero.

Era un chico que tenía el pelo corto y castaño oscuro, y unos ojos atentos que se fijaron en el pecho de Molly. Era lo suficientemente joven y atrevido como para pensar que podía competir por una mujer como ella.

Hunter apretó los dientes mientras Molly sonreía al chico.

– Podías haberme preguntado si quería lo de siempre.

El camarero se encogió de hombros y tomó una taza.

– Pero quería impresionarte.

Molly se puso las manos en las caderas.

– Siempre me impresionas, J.D.

– Yo tomaré un café solo -dijo Hunter, consciente de que el chico lo estaba ninguneando.

– ¿Cómo está tu padre? -le preguntó J.D. a Molly mientras le preparaba el café.

– Está muy bien. Confía en que lo exculparán pronto.

– Me alegro de saberlo. Cuando salga, dile que venga siempre que necesite un descanso. El café corre de mi cuenta -le dijo J.D. con una sonrisa.

– ¿El camino hacia el corazón de una mujer pasa por el estómago de su padre? -preguntó Hunter.

Molly le dio un codazo.

– Shh. Sólo está siendo amable.

A pesar de las objeciones de Molly, Daniel pagó los cafés, con la esperanza de que aquel gesto de Romeo le diera a entender al camarero que Molly estaba con él.

Finalmente, J.D. le entregó las vueltas a Hunter y se volvió a atender a otro cliente. Hunter y Molly se sentaron en una mesita al fondo de la cafetería.

– ¿No había que tener como mínimo dieciséis años para trabajar? -le preguntó Hunter-. Ese chico apenas tiene edad de afeitarse.

Ella se apoyó en el respaldo de la silla, a punto de echarse a reír.

– ¿Estás celoso de J.D.? -le preguntó, divirtiéndose a expensas de Daniel.

– No estoy celoso de nadie -respondió él. No podía creer que se hubiera metido en una conversación como aquélla-. Bueno, vamos a hablar de tu padre -le dijo a Molly para cambiar de tema.

– Es inocente -declaró Molly con rotundidad.

Y Hunter se dio cuenta de que aquel tema tampoco iba a ser fácil.

– No importa que sea culpable o inocente.Yo lo defenderé lo mejor que pueda. Estudiaste derecho. Lo sabes.

– Pero yo necesito que creas que es inocente -dijo Molly con el ceño fruncido.

Hunter no quería hablar de aquello, pero tenía que hacerle entender que su trabajo como abogado defensor no era tomar partido moral. Si se preocupaba por la culpabilidad o inocencia de su defendido, si se preocupaba por el estado emocional de Molly, se estaría exponiendo a otro rechazo, y entonces tardaría mucho más de un año en superarlo.

– Molly…

– Has leído el expediente, conoces los hechos, pero no conoces a mi padre. El general Addams nunca hubiera matado a su mejor amigo.

Hunter gruñó suavemente.

– Escúchame. Tú necesitas que yo sea el defensor de tu padre, no su paladín. Son cosas distintas.

– Es mi padre. Mi padre verdadero. Alguien que se preocupa por mí y que… -hizo una pausa y tragó saliva, intentando contener las lágrimas.

Demonios.

– Mira -continuó Daniel-. No puedo imaginarme lo que estás sintiendo en este momento, pero haré todo lo que pueda por él.

Molly asintió.

– Nunca lo he dudado. De lo contrario no te habría llamado. Así que ahora vamos a disfrutar. Ya tendremos tiempo de entrar en detalles más tarde -dijo, y empujó con suavidad la taza de Daniel hacia él.

Daniel asintió con agradecimiento y se llevó la taza a los labios. Tomó un largo sorbo de café y se quemó el paladar. Siguieron allí sentados, en un silencio muy confortable, compartiendo el café matinal y charlando sobre cosas generales como las noticias y el tiempo, de un modo relajado y comprensivo que hizo que Hunter recordara lo bien que siempre se habían llevado.

Poco a poco, él volvió al tema de la situación actual de Molly.

– ¿Te gusta vivir con toda tu familia, o detestas estar siempre rodeada de gente? Después de tantos años viviendo solo, no creo que yo pudiera vivir con extraños -le dijo.

Ella apretó los labios mientras pensaba en la respuesta.

– Al principio estaba incómoda, y todavía hay cosas que echo de menos de estar sola -dijo finalmente-. No voy a quedarme con ellos para siempre, claro. Sólo me parecía una buena manera de conocer a mi familia y de recuperar el tiempo perdido.

– ¿Incluso ante la hostilidad de Jessie? -le preguntó él. No entendía cómo Molly podía soportarlo día tras día.

– Ella ha sido el desafío más grande. Yo intento ponerme en su lugar. Normalmente, eso me calma lo suficiente como para no hacerle caso, ¿sabes?

– No lo entiendo muy bien. Yo fui hijo único, así que nunca tuve que acostumbrarme a convivir con hermanos. Al menos, no hasta más tarde.

– Hasta que los servicios sociales se hicieron cargo de ti.

Al oírlo, todo se le heló por dentro, y deseó no haber dicho nada en absoluto.

– Exacto -dijo, y apretó la mandíbula.

– ¿Fue tan malo? -le preguntó ella suavemente.

Daniel nunca hablaba de su pasado. Cuando le había contado a Molly que se había criado en hogares de acogida, ella supo de inmediato que era mejor no pedirle detalles. Sin embargo, parecía que una vez que Molly había encontrado sus raíces, pensaba que tenía carta blanca para hacerle preguntas.

– Sí, fue muy malo. Una pesadilla. ¿Podemos dejarlo ya? -dijo Hunter, con brusquedad, para cortar por lo sano.

– No, no podemos -replicó Molly, y le tomó la mano por encima de la mesa. Lo miró con una mezcla de afecto y curiosidad. No con compasión.

Daniel nunca había tenido la sensación de que ella le tuviera lástima. Quizá, como su propia niñez tampoco había sido un camino de rosas, Molly era capaz de entenderlo muy bien.

– No parece que hayas conseguido superar el pasado. Quizá hablar de ello te ayude.

– El hecho de que tú hayas dado con un cuento de hadas no significa que a mí vaya a sucederme lo mismo, Molly. Déjalo ya.

– ¿Nunca sientes deseos de buscar a tu familia? -le preguntó ella.

Hunter cerró los ojos y contó hasta diez antes de mirarla de nuevo.

– ¿Alguna vez deseas tú que aparezca tu madre y estropee lo bueno que te está ocurriendo? No, no lo deseas. Igual que yo tampoco quiero que aparezca mi padre, alcohólico y vago, que nos abandonó a mi madre y a mí. Ni tampoco quiero que la mujer que me entregó a los servicios sociales aparezca pidiéndome dinero. Ésa es la belleza de las preguntas tontas. No se merecen respuesta -dijo Daniel, y se cruzó de brazos mientras se apoyaba en el respaldo de su butaca.

Molly arqueó las cejas impasiblemente ante su exabrupto.

– En realidad, a mí sí me gustaría ver a mi madre y hacerle muchas preguntas. Sin embargo, esta vez no espero nada de ella. He aprendido la lección.

Daniel asintió. La respuesta calmada de Molly mitigó algo de su frustración, que no estaba dirigida a ella sino a su asquerosa infancia. Molly tenía razón: ella había aceptado su pasado. Él, sin embargo, todavía estaba furioso.

Dejó escapar una larga exhalación.

– No todo el mundo puede encerrar las cosas en una caja con un lazo, como tú.

– Eso es cierto, pero con tanta ira como sientes, lo único que consigues es hacerte daño. Yo estoy aquí si quieres hablar de ello, eso es todo.

¿Durante cuánto tiempo?, se preguntó Hunter. ¿Cuánto tiempo estaría Molly con él antes de marcharse, como había hecho antes?

– Gracias -murmuró. No tenía ganas de comenzar aquella conversación en particular.

– Si alguna vez tengo hijos, nunca los trataré como si fueran menos importantes que el envoltorio de un chicle que se me haya pegado a la suela del zapato -dijo Molly, tomándolo por sorpresa.

– Ni menos importantes que la siguiente copa -añadió Hunter sin pensar.

Ella sonrió de un modo encantador.

– ¿Lo ves? No es tan difícil. Unirse a mis quejas, quiero decir. Te sientes mejor, ¿a que sí?

Él inclinó la cabeza.

– Estoy seguro de que ninguno de los dos dejaría a su hijo en el servicio de Penn Station sin mirar atrás.

– ¿Es eso lo que hizo tu madre? -le preguntó Molly con horror.

Él nunca lo había admitido.

– Estuve allí durante medio día antes de que alguien se diera cuenta. Finalmente, ella se lavó las manos y me entregó al estado.

– Hacerle algo así a tu propio hijo es espantoso -le dijo Molly moviéndose nerviosamente en el asiento. Tenía ganas de abrazar con fuerza a Hunter, pero no quería mostrarle compasión, porque él erigiría barreras de protección contra ella. Por fin, Daniel estaba hablando sobre sí mismo, y Molly lo consideraba un progreso.

– En cualquier casa en la que estuviera, me quedaba despierto por las noches, pensando en que debía de saber lo que estaba haciendo cuando se marchó. Debía de saber algún secreto muy oscuro sobre mí que me hacía indigno -le dijo Hunter, con una mirada perdida.

– Oh, no. Ella era indigna de tener un hijo, y más un hijo como tú -respondió Molly con un nudo en el estómago.

– Bueno, da igual. Es algo del pasado.

Molly tenía la esperanza de que contar algo así hubiera servido para que él se desahogara un poco.

– ¿Quieres que nos vayamos ya? -le preguntó Daniel.

– Sí, vamos -respondió ella. Habían formado un vínculo entre los dos, y Molly se sentía agradecida por aquel avance que había conseguido-. ¿Tú estás listo?

– Ya tengo suficiente cafeína en el cuerpo como para enfrentarme al sistema judicial.

– Con eso me vale -dijo Molly.

Ambos se pusieron en pie.

– Voy a comprar una botella de agua, ¿quieres una?

– No, gracias -respondió Molly, y miró hacia el mostrador-. Yo te espero fuera, ¿de acuerdo?

Daniel asintió.

– No se lo hagas pasar mal a J.D. -le dijo en broma, antes de dirigirse hacia la puerta.

Después de su intensa conversación, le iría bien respirar un poco de aire fresco. Cuando salió, inspiró profundamente. La brisa fresca le sentó bien.

Caminó hasta la esquina del edificio y se apoyó en el muro de ladrillo para observar los edificios oscuros. Le parecía que tenían personalidad. A Molly le encantaba aquella ciudad, y no le importaría echar raíces allí.

Se preguntó qué imaginaba Hunter cuando pensaba en el futuro. Aquella charla sobre los hijos había despertado en ella un anhelo que llevaba conteniendo mucho tiempo. Un deseo que se había fortalecido al conocer a su padre y a sus hermanas. Molly siempre había querido tener una familia propia.

– Eh -dijo Hunter, acercándose a ella y poniéndole la mano en el hombro-. ¿Qué tienes en esa preciosa cabeza?

– Sólo estaba disfrutando del aire fresco.

– No. Estás preocupada por tu padre.

Ella no estaba pensando en su padre en aquel momento, pero el general nunca estaba lejos de su pensamiento. Era mejor que Hunter creyera eso y no que supiera que Molly estaba anhelando un futuro fuera de su alcance.

– Sí, tienes razón.

Él se acercó más.

– Todo saldrá bien, Molly.

– No puedes prometérmelo.

– No, pero sí puedo prometerte que tendrás el mejor abogado de Connecticut y de Nueva York.

– Por no mencionar el más modesto, también -dijo ella con una carcajada, y se apoyó ligeramente en él.

Después de que la ira de Daniel se hubiera aplacado, él tenía un efecto tranquilizador que Molly necesitaba desesperadamente. Y cuando recordó el beso que se habían dado antes, Hunter tuvo otro efecto en ella, completamente distinto.

Sin embargo, sabía que debía presionarlo también en algo que era muy importante para ella.

– Prométeme que, una vez que hables con mi padre, revisaremos la conversación sobre su culpabilidad o su inocencia.

Molly necesitaba que él creyera en su padre tanto como ella misma. Estaba poniendo en manos de Daniel no sólo su fe, sino el bienestar de toda su familia.

– Hablaremos -le dijo él, misteriosamente. No era de extrañar que fuera tan buen abogado.

Y un hombre tan estupendo.

El caso de su padre los había unido de nuevo. Molly tenía la esperanza de poder usar aquel tiempo para fortalecer el resto de los lazos que había entre ellos.


Jessie estaba junto a Seth en la cama del dormitorio de su amigo. Ella tenía la cabeza apoyada en la almohada, y él en el extremo contrario, sobre una pila de ropa que su madre quería que recogiera.

Todos los días, después del instituto, Jessie se quedaba con él, pero Seth no hablaba de nada.

– Sé que estás muy triste por la muerte de tu padre, pero tienes que hablar, o nunca te sentirás mejor.

Él movió la cabeza hacia los lados.

– No es sólo eso.

– Entonces, ¿qué es?

Seth se incorporó y se sentó.

– Esa noche, mi padre pegó a mi madre. Yo lo oí todo.

– ¿Qué?

Jessie sabía que el padre de Seth tenía muy mal genio y, algunas veces, asustaba un poco cuando estaba enfadado, pero era su tío Paul, y nunca había pegado a nadie. Estaba segura.

– Quizá sólo te pareciera que estaba ocurriendo eso, pero…

Él negó con la cabeza.

– Estoy seguro. Le pegó, y ella dijo que ya era suficiente, que aquélla era la última vez que le ponía la mano encima -dijo Seth, con la voz temblorosa.

Jessie se estremeció y sintió náuseas. No sabía qué decir para conseguir que Seth se sintiera mejor.

– Lo siento -susurró.

Él miró a la nada. Jessie ni siquiera sabía si la había oído.

– Yo no lo sabía -dijo Seth-. Vivo en esta casa y nunca me había dado cuenta de que mi padre pegaba a mi madre. Debería haberlo sabido. Debería haberlo impedido -dijo, y se balanceó nerviosamente hacia delante y hacia atrás.

Jessie no pudo soportarlo más. Se acercó a él y le rodeó los hombros temblorosos con el brazo.

– ¿Cómo ibas a saberlo si tus padres no querían que te dieras cuenta? Tú eres el hijo. Ellos son los adultos. No puedes culparte.

– Puedo, y me culpo. Y hay más -dijo él-. Después de que mi padre saliera de casa hecho una furia, mi madre se quedó llorando y yo no supe qué hacer. Me metí en mi habitación durante un rato, y después bajé las escaleras para hablar con ella, pero tu padre ya había llegado.

Jessie asintió, sin saber qué iba a decirle después.

– Yo me quedé escuchando tras la puerta. Tu padre estaba furioso. Estaba enfadado por no haber obligado a mi madre a dejar a mi padre antes.

– Eso significa que mi padre sabía lo del maltrato -dijo Jessie, y se mordió el labio inferior.

Seth asintió.

– Y Frank juró que si mi padre volvía a pegarle, lo mataría. Debía haber sido yo el que dijera eso. Debía haberme ocupado de las cosas mucho antes.

– Tranquilo -dijo ella con impotencia. Se le rompía el corazón por su amigo.

Él la miró fijamente.

– Tienes que saber que no creo que tu padre matara al mío -le dijo antes de enterrar la cabeza entre las rodillas, sollozando.

– Shh. Lo entiendo -dijo ella.

El padre de Seth había muerto, y su amigo se culpaba por no haberse enfrentado a él antes de que muriera, pensó Jessie.

Sin embargo, también sabía que Seth echaba de menos a su padre. Y posiblemente, se sentía culpable por echarlo de menos, porque su padre había hecho daño a su madre. Aquel lío estaba destrozando a Seth, y ella no podía hacer nada salvo estar a su lado.

Tragó saliva y abrazó a su amigo. Mucho tiempo después, cuando él se había enjugado las lágrimas y por fin la miró a los ojos, ella le prometió que nunca le contaría a nadie que lo había visto llorar.


Después de Starbucks, Molly le pidió a Hunter que la llevara a la galería de arte de su amiga Liza. Aunque él sabía que quería acompañarlo a visitar a su padre, estaba claro que Molly entendía que sólo sería una distracción. Molly comprendía que Hunter necesitaba reunirse a solas con su cliente la primera vez, pero le dijo que de todos modos tenía intención de involucrarse en el caso después.

Mientras, se mantendría ocupada en el trabajo voluntario que realizaba en el centro de mayores del centro de la ciudad. Antes de que Hunter se marchara a la reunión, Molly le presentó a Liza, una muchacha morena con una sonrisa bonita y una mirada inteligente, que daba clases de pintura a los ancianos que vivían en la residencia del centro.

Molly le explicó animadamente lo que hacía allí. Leía, jugaba a las cartas y charlaba con los ancianos. Tenía una expresión de cariño y alegría al hablar de ellos, y aunque decía que sólo los ayudaba a pasar el rato, Hunter sabía que no era cierto. No sólo escuchaba sus frustraciones, sino que les proporcionaba ayuda legal. Los asesoraba a la hora de redactar testamentos sencillos y sobre cómo vender o alquilar sus casas.

Aquélla era una faceta del carácter de Molly que él no conocía. Cuando estudiaban en la universidad, Hunter y Molly estaban dedicados a conseguir el éxito, y no pensaban en hacer trabajo voluntario, ni en tener amigos, ni en nada parecido. Y cuando ella se había mudado a la ciudad de Hunter, no parecía que hubiera cambiado. Molly había comenzado a trabajar en un banco, gestionando negocios relacionados con las propiedades inmobiliarias. Su vida social era inexistente. Estaba concentrada en su familia, o en lo que esperaba que fuera un nuevo comienzo, y en la relación con su madre, una persona sumamente egoísta.

Si el tío de Lacey hubiera heredado el fondo fiduciario, Molly quizá hubiera conseguido la familia feliz que tanto deseaba, pero la resurrección de Lacey había impedido que su tío se hiciera rico. Sin la herencia, la madre de Molly había abandonado a su prometido y se había marchado de la ciudad, sin pensar ni un segundo en su hija. Molly había aceptado, por fin, que no podía tener el amor de su madre. Como consecuencia, cualquier avance que Hunter hubiera podido hacer con Molly se había evaporado también.

Nunca, en ningún momento del pasado, Hunter había visto a Molly disfrutando de aquel equilibrio emocional.

En aquel momento, pese a que su padre estuviera acusado de asesinato, en lo más profundo de su corazón Molly era feliz. Había encontrado la aceptación que siempre había buscado, y aquella sensación de paz la había capacitado para ampliar sus horizontes sin miedo a acercarse a los demás. Tenía una profesión, unos hábitos de vida, amigos y un trabajo voluntario. Vivía con gente a la que quería y tenía una existencia que merecía la pena.

Hunter envidiaba aquellas cosas, y estaba decidido a ganar aquel caso para que ella pudiera conservar la vida que había creado. Molly necesitaba seguridad para progresar, y Hunter quería proporcionársela.

Sin embargo, se daba cuenta de que había llegado justamente a la situación a la que no debía: estaba preocupándose por la inocencia o la culpabilidad de su padre y por el futuro de su familia.

Por Molly.

Parecía que no había aprendido a protegerse de aquella mujer, así que lo mejor que podía hacer era ganar el caso y marcharse lo antes posible.

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