Molly llegó rápidamente hasta su coche y buscó las llaves en el bolso con las manos temblorosas. Lo único que quería era alejarse de allí.
Ver a Hunter de nuevo, desaliñado y somnoliento justo después de levantarse, y sin embargo tan atractivo y sexy, había despertado a la mujer que llevaba dentro; la mujer a la que había reprimido para conseguir formar parte de una familia.
Molly había mirado a Daniel de pies a cabeza, sin disimulo, y se había dado cuenta de que llevaba desabrochado el primer botón de los vaqueros. No sabía si seguir observando su guapísima cara o su pecho desnudo. Al notar un cosquilleo en las terminaciones nerviosas, al notar cómo se le aceleraba el corazón, Molly se arrepintió profundamente de haberlo dejado.
Sin embargo, antes de que pudiera explicarle por qué había ido a verlo, la situación la había enfrentado con la prueba fehaciente de que él lo había superado todo.
«Aquí arriba hace frío si tú no estás, cariño».
Sintió una náusea y siguió rebuscando en el bolso hasta que finalmente dio con el llavero. Lo sacó y apretó el botón de apertura de la llave electrónica justo cuando oía la voz de Hunter.
– Molly, espera.
Ella sacudió la cabeza. Hablaba en serio al decir que aquel viaje había sido un error. Encontraría otra manera de salvar a su padre. Molly no era cobarde, pero no tenía ganas de mirar al hombre al que había interrumpido en mitad de… no quería saber qué.
La relación incipiente que habían tenido Hunter y ella no había durado lo suficiente como para poder descubrir lo que iba a florecer entre los dos, pero Molly sabía que sus sentimientos eran sólidos y reales. Y sin embargo, ella misma había dado al traste con cualquier oportunidad que hubieran podido tener.
Abrió la puerta del coche, pero Hunter la alcanzó antes de que pudiera entrar.
– Espera -le dijo en tono autoritario.
Molly reunió valor y se volvió. A plena luz del día, Hunter seguía siendo tan sexy que ella sintió fuego por dentro. Sin embargo, Molly vio más cosas. El Hunter al que ella conocía iba siempre afeitado, impecablemente vestido, y se preocupaba por la impresión que pudiera causarles a los demás. El hombre que tenía ante sí estaba cansado, desarreglado, desvaído como su apartamento.
Pese a todo, Molly tenía que terminar lo que había comenzado.
– Vuelve a tu casa y olvida que he venido.
Él puso la mano sobre la puerta.
– No puedo. Has venido por algún motivo, y quiero saber cuál es. Estoy seguro de que esto no era una visita social.
Al oír aquella voz distante y fría, a Molly se le llenaron los ojos de lágrimas de enfado y frustración. Ciertamente, no esperaba que él se pusiera a dar saltos de alegría sólo porque ella hubiera decidido aparecer. Racionalmente lo entendía. Emocionalmente, Molly no estaba preparada para todos los sentimientos que se le habían despertado al verlo de nuevo.
Carraspeó y se recordó que había ido hasta allí por una razón que no tenía nada que ver con ellos.
– Tienes razón. No ha sido una visita de cortesía. He venido porque mi padre está arrestado. Lo han acusado de asesinato, y necesita un buen abogado. Te necesita a ti.
Hunter parpadeó con evidente sorpresa.
– Entiendo -respondió al cabo de un instante, fríamente-. En este momento no tengo tiempo, pero puedo recomendarte a un colega de profesión que se hará cargo del caso.
Molly se estremeció, aunque consiguió mantener la compostura. Dos segundos antes sólo quería alejarse de allí y encontrar otra solución. En aquel momento, sin embargo, sentía desesperación.
– No quiero a ningún otro. Quiero al mejor -dijo, y lo miró a los ojos-. Te quiero a ti.
Al darse cuenta del doble sentido de sus palabras, se ruborizó, pero no las retiró. Sabía que lo necesitaba y lo deseaba, pensara lo que pensara Hunter.
Él la miró con el ceño fruncido. Con aquella expresión de enfado disimulaba sus verdaderos pensamientos, más allá de las defensas que había erigido para mantener apartada a Molly.
– No estoy autorizado para ejercer en California. ¿No es allí donde vive tu padre?
– Vive el hombre que yo creía que era mi padre. Mi verdadero padre es un general retirado que se llama Frank Addams. Vive en Connecticut, y sé que tienes licencia para ejercer allí, además de en Nueva York.
– Ah. Parece que han ocurrido muchas cosas desde que te marchaste. Ése era tu objetivo, ¿no?
– Tu también llevas una vida intensa, a juzgar por lo que he visto.
– Desapareciste de la faz de la tierra. ¿Acaso esperabas que me quedara sentado esperando tu regreso, si por casualidad decidías volver?
Daniel se cruzó de brazos y se apoyó contra el coche. Había erigido entre ellos barreras físicas y emocionales muy altas.
Aquella ira le hizo tanto daño a Molly como una bofetada. Comenzaron a sudarle las palmas de las manos, y se las frotó contra los muslos. Sin embargo, sabía que él tenía razón: no tenía derecho a criticarlo ni a quejarse después de haberlo abandonado.
No serviría de nada contarle que le había escrito muchas cartas y que las tenía guardadas en una caja bajo la cama. El hecho de que no las hubiera enviado sólo sería una prueba más de su rechazo. Sólo ella podía entender las heridas que le había dejado su infancia. Las de Molly estaban empezando a cicatrizar gracias a un padre que nunca la habría abandonado en manos de una madre negligente e insensible de haber sabido la verdad.
Sin embargo, era evidente que aquella curación llegaba demasiado tarde para solucionar las cosas entre ellos dos. Molly pensaba que aquél era un riesgo que había tenido que correr. Sin embargo, le atravesaba el corazón saber que había perdido a Hunter para siempre.
Tragó saliva.
– No creía que quisieras saber nada de mí, pero Lacey sí sabía dónde estaba.
La mejor amiga de Hunter era una mujer a la que Molly había conocido durante el tiempo que había vivido en su ciudad. Su nombre de soltera era Lilly Dumont, pero se había cambiado el nombre por Lacey y se había casado con el otro mejor amigo de Hunter, Tyler Benson. Los tres habían forjado unos lazos que nadie podía romper.
Quizá en el pasado, Molly hubiera sentido celos, pero había llegado a entender que Lacey y Ty eran la única familia que tenía Daniel, y los quería y los respetaba por ello.
– ¿No te dijo Lacey dónde estaba? -le preguntó.
Él hizo un gesto negativo con la cabeza.
– Le dije que no mencionara tu nombre.
– Vaya, no te molestes en disimular tus sentimientos.
– No te preocupes, no lo haré.
Molly sintió mucho frío, pero no pudo echarle la culpa al aire de marzo. Hizo todo lo posible por no estremecerse ni mostrar debilidad frente a Hunter. Él quería hacerle daño, y ella debía ser fuerte. Al menos, hasta que lo hubiera convencido de que tenía que ayudarla.
Como le resultaba difícil seguir mirándolo a la cara, bajó los ojos, y al hacerlo se dio cuenta de que él la había seguido descalzo. Aquella urgencia por alcanzarla antes de que se marchara tenía que significar algo, ¿no? Aquel pequeño detalle le dio esperanzas a Molly.
– Pienses lo que pienses de mí, no te vengues con mi padre. Él te necesita.
– No creo que…
– El general está en una situación muy difícil, Hunter. Piensa que es uno de tus casos de oficio. Por favor, ayúdalo. Ayúdame.
Él siguió mirándola con frialdad. Molly buscó al hombre cálido y generoso a quien ella conocía, pero no lo encontró. Recordó su piso desordenado y sucio, y de nuevo se quedó asombrada por su aspecto. Hunter había cambiado, y no para mejor. Molly no quiso pensar en el papel que ella hubiera podido tener en aquella transformación. Se dijo que debía conseguir que Daniel respondiera a su llamada, no sólo para que ayudara a su padre, sino por sí mismo.
– ¿Hunter?
Le posó la mano sobre el brazo desnudo. La piel de Daniel era muy cálida, y Molly tuvo la sensación de que le quemaban las yemas de los dedos.
Él apartó el brazo como si lo hubiera pellizcado.
– Lo pensaré -respondió, en un tono de voz áspero que no daba pie a más conversación.
Ella no sabía si creerlo, pero no tenía más remedio.
– Es todo lo que puedo pedir -respondió con suavidad. Y, antes de que Daniel pudiera cambiar de opinión, entró en el coche.
Sus miradas se cruzaron y se quedaron atrapadas hasta que, por fin, él cerró la puerta. Ninguno de los dos había hablado de cómo iban a ponerse en contacto, y Molly perdió las esperanzas de que fuera a ayudar a su padre. Mientras arrancaba el motor, contuvo las lágrimas. Después miró por el espejo retrovisor con un nudo de angustia en la garganta. ¿Qué había ocurrido con el hombre alegre que ella conocía desde sus años en la facultad de derecho de Albany? En aquellos tiempos, él le pedía salir a menudo, y ella respondía que no. No porque no estuviera interesada, claro. Sólo una mujer ciega podría sentir desinterés por un hombre tan guapo y tan sexy. Sin embargo, el objetivo prioritario de Molly en la universidad eran los estudios y no quería distracciones, por muy atractivas que fueran.
Con el paso de los días, no obstante, Hunter había demostrado que valía mucho más de lo que le permitía ver al mundo, y Molly había empezado a mirarlo más profundamente. Desde el principio había sentido admiración por su intelecto y su forma de hablar en clase, siempre con algo controvertido pero inteligente que aportar. Como ella, tenía pocos amigos. Prefería caminar solo por los pasillos, estudiar solo en la biblioteca. Quizá por el hecho de que sentía cierta afinidad con él, Molly notaba que era un hombre con unas defensas muy altas, similares a las suyas. Y quizá hubiera intentado atravesar aquellas defensas de no haber estado tan concentrada en licenciarse en el primer puesto de su promoción.
Nada ni nadie iba a impedirle alcanzar un estatus que le permitiera la independencia de todos los hombres. No quería parecerse a su madre, aunque tuviera que renunciar a su vida social para conseguirlo.
Cuando se había encontrado nuevamente con Hunter, el año anterior, había sentido por él una atracción sexual muy intensa, pero en aquella ocasión había un obstáculo incluso más grande en su camino. Molly se había mudado a la ciudad de Hunter a instancias de su madre y del prometido de su madre. Había pensado que estaba a punto de conseguir la familia que siempre había deseado, y la aceptación maternal que siempre había anhelado. Hasta que Lacey había estado a punto de ser asesinada, y el prometido de su madre había resultado ser el principal sospechoso. Sólo Molly había creído en su inocencia, aunque el mismo Hunter pensara lo contrario.
Ella había visto a Hunter como un impedimento para alcanzar sus sueños. Si se hubiera puesto del lado de Daniel, habría perdido el amor de su madre. Un amor que nunca había tenido, en realidad. Cuando aquella penosa verdad le había golpeado en la cara, se había dado la vuelta y había huido de Hunter, en vez de acudir a él.
¿Era de extrañar que él lo hubiera superado todo? Con aquella pregunta, recordó a la mujer que había estado, obviamente, compartiendo su cama, y en aquella ocasión, Molly comenzó a llorar.
Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano para poder conducir, diciéndose que debía seguir el ejemplo de Hunter. La ironía era que, antes de volver a verlo, pensaba que había continuado con su vida.
Cuando había aparecido sin invitación, inesperadamente, en el umbral de la casa del general, él no la había decepcionado. Casi de inmediato, ella se había ido a vivir a su casa para poder conocerlo, a él y también a su familia. Sin embargo, Molly sabía que no iba a vivir para siempre en casa de su padre. Antes de volver a ver a Hunter, tenía la impresión de que había llegado la hora de elegir y construir un nuevo futuro.
Quizá, en el fondo siempre hubiera tenido la esperanza de volver junto a Daniel algún día. En aquel momento acababa de saber que nunca ocurriría. Sin embargo, en cuanto hubiera limpiado el nombre de su padre, se forjaría una vida nueva. No la vida errante que había llevado hasta entonces, sino la vida que, según le había dicho a Hunter, tenía que encontrar antes de poder comprometerse con un hombre.
Un hombre que no sería Daniel.
Hunter observó cómo se alejaba Molly antes de volver a su apartamento. Si antes pensaba que le dolía la cabeza, en aquel momento tenía la sensación de que iba a estallarle. Para terminar de arreglarlo todo, cuando entró en casa se dio cuenta de que Allison se había marchado. Y no la culpaba. Todo había sido una escenita, y no se había preocupado por ella. Cerró de un portazo y miró en su habitación, por si acaso. Sin embargo, su ropa, su bolso y todas sus pertenencias habían desaparecido. No había dejado ni siquiera una nota.
– Demonios -masculló, pasándose la mano por el pelo.
Se dejó caer sobre la cama. Más tarde la llamaría para disculparse, pero aquella aventura, o lo que fuera, había terminado. Molly se había encargado de ello.
Molly se había ocupado de muchas cosas, como de avivar sus viejos sentimientos y de enredarle la cabeza. No obstante, sí había algo que sabía con seguridad: de ninguna manera iba a ayudarla sólo porque ella hubiera decidido que lo necesitaba. Al menos, eso era lo que Daniel se decía a sí mismo; pero no podía dejar de pensar en Molly.
¿Dónde había estado durante todo aquel tiempo y cómo se las había arreglado? A juzgar por su aspecto, no debía de haber pasado una temporada difícil. Estaba despampanante, en una palabra.
Gruñó sonoramente y continuó pensando en ella. ¿Hasta qué punto había congeniado con su verdadero padre? ¿Y por qué lo habrían arrestado? Molly no le había contado mucho, aparte de pedirle que sopesara su petición. Tampoco él le había facilitado las cosas.
Ya había decidido que no iba a prestarle ayuda, así que no tenía sentido pensar más en ella. Se duchó, se vistió y se puso en camino hacia la oficina que acababa de estrenar en el centro de Albany, gracias a la generosidad de Lacey. Cuando ella había heredado, se había empeñado en pagar todos los préstamos de estudios de Daniel. Él se había opuesto, por descontado, pero de todos modos ella lo había hecho.
Como compensación, Daniel había decidido concentrarse en los casos de oficio, proporcionando asistencia legal de calidad a aquellos que no podían permitírselo. Había alquilado una oficina grande, se había asociado con algunos colegas de profesión y había contratado empleados.
Después de pasar por el bufete y dar contestaciones cortantes a todos aquellos con los que se cruzaba, Daniel supo que no estaba de humor para hacer nada bueno allí, y decidió ir a visitar a sus amigos.
Se reunió con Lacy y Ty en el bar de siempre, el Night Owl's. Pidió una cerveza en la barra y fue hasta la mesa donde ellos estaban cenando. Él ya le había contado a Ty que Molly había reaparecido de improviso en su vida. Hunter estaba seguro de que Lacey lo sabía también, así que no hacía falta dar explicaciones.
Cuando se sentó a la mesa,Ty vio la botella de Daniel y frunció el ceño.
– Cerveza, no vodka.
– ¿Y? -le preguntó Hunter.
Ty se encogió de hombros.
– Ya lo sabes.
Hunter respondió dando un trago. En la universidad había refinado sus gustos y había enderezado su vida. Había comenzado a vestir como un abogado y a tomar vodka de buena marca, en vez de cerveza barata. Sin embargo, eso era cuando se preocupaba por lo que pudiera pensar la gente de él. Antes de saber que las apariencias no significaban nada, y que siempre sería el mismo niño que había ido de hogar de acogida en hogar de acogida, el adolescente de quien todo el mundo pensaba que no llegaría a nada. Después de su ruptura con Molly, si acaso podía llamársele así, había retomado sus viejos hábitos.
– Mala vida y alcohol -dijo Lacey, sacudiendo la cabeza con decepción e inquietud-. Creía que ya habrías superado la necesidad de autodestrucción. ¿Sabes lo preocupados que estamos por ti? -le preguntó, mientras ponía la mano sobre la de él-. Ty, díselo.
Ty se encogió de hombros otra vez, mirando a su amigo.
– Yo no estoy preocupado. Sólo me parece que eres idiota y que tienes que organizar tu vida. Ninguna mujer se merece… ¡ay! -exclamó, cuando su mujer le hundió el codo en las costillas-. Ya sabes lo que quiero decir -se corrigió. Le pasó el brazo por los hombros a Lacey y le dio un beso en la mejilla antes de volverse de nuevo hacia Hunter-. Te has dedicado por completo al trabajo y a las mujeres para olvidarte de Molly y no ha servido de nada. Ahora ella ha vuelto y necesita tu ayuda. Eso son dos cosas a las que no puedes resistirte, así que…
– Me dejó y desapareció durante más de un año. No hemos sabido una palabra…
– Yo sí -le recordó Lacey.
Él carraspeó.
– Como decía, yo no he sabido una palabra de ella hasta ahora, que necesita mi ayuda, y de oficio, debería añadir. Entonces, viene a buscarme. Hunter, el idiota. Hunter, el que no puede resistirse a ella. Mm, mm. Ni hablar. No voy a ayudarla -dijo, y dio un golpe con la botella sobre la mesa para subrayar sus palabras.
– Los casos de oficio son tus preferidos -le dijo Lacey en tono persuasivo.
Aunque fuera su mejor amiga, iba a estrangularla, pensó él.
– Además, se lo debes a Molly -prosiguió Lacey.
– ¿Cómo? -preguntó Hunter, sin dar crédito a lo que acababa de oír.
– Que se lo debes. El año pasado, cuando todo iba mal, yo creía que el tío Marc era quien quería verme muerta para poder quedarse con mi fondo fiduciario. Y en vez de ponerte del lado de Molly, me apoyaste. Así que se lo debes, Hunter, se lo debes.
Ty se inclinó hacia Hunter.
– Es una cuestión femenina -le explicó-. Limítate a mirarla y a sonreír como si estuvieras de acuerdo. Hazme caso, es mejor que discutir.
Sin embargo, Hunter protestó.
– Ya me disculpé con Molly -le recordó a Lacey-. Le pedí que se casara conmigo. Y no sólo eso, sino que le ofrecí cambiarme de ciudad e ir con ella a cualquier parte para poder tener un futuro juntos. Creo que no le debo nada -dijo entre dientes.
Cuando recordaba aquello, se enfurecía. Él había creído que Molly lo entendía y lo aceptaba, incluso con su pasado, pero se había equivocado, y por fin había aprendido que todo el refinamiento del mundo no iba a cambiar su destino. El rechazo de Molly había sido la demostración de que el trabajo duro no había cambiado las cosas. Seguía siendo lo que siempre le decía su padre: alguien que nunca conseguiría nada. Alguien con quien no merecía la pena quedarse.
Al final, todo el mundo abandonaba a Hunter; sin embargo, la traición de Molly le había herido mucho más que cualquier otra, porque él se había arriesgado y le había ofrecido su corazón.
Nunca volvería a hacerlo.
– La ayudarás -dijo Ty, antes de darle un mordisco a su hamburguesa-. Es tu forma de ser.
Lacey asintió.
Hunter sentía cada vez más frustración.
– No habéis escuchado una sola palabra de lo que os he dicho.
Lacey tomó un sorbito de su refresco y lo miró fijamente.
– Molly te necesita.
Hunter pronunció un juramento entre dientes y miró al techo.
– ¿Y qué pasa con lo que quiero y necesito yo? -preguntó él.
Ty le dio una palmadita en la espalda.
– En lo referente a las mujeres, no importa lo que nosotros queramos. Es más importante lo que quieren ellas.
Lacey sonrió.
– Aprende rápido.
– Los hombres casados no tienen otro remedio -le dijo Ty.
– Pero el matrimonio también tiene sus ventajas, ¿no? -le preguntó ella, pasándole la mano por el pelo de un modo juguetón.
– Por mucho que me entusiasme que seáis asquerosamente felices, tengo que volver a trabajar -dijo.
Era cierto que le entusiasmaba que sus mejores amigos tuvieran toda la felicidad que se merecían, pero no podía soportar estar con ellos cuando hacían gala de su dicha matrimonial.
Se levantó y dijo:
– Me marcho.
Lacey frunció el ceño.
– Quédate a los postres -le pidió.
– No puedo.
– No quieres -puntualizó Ty-. El trabajo no tiene nada que ver. Prefieres llevarte a casa a una mujer que no signifique nada para ti, siempre y cuando se vaya antes del amanecer.
Lacey hizo un gesto de dolor.
– ¿Por qué tienes que ser tan claro?
– ¿Te he contado que la de ayer no se había marchado todavía cuando Molly apareció? -le preguntó Ty a su esposa.
Lacey abrió unos ojos como platos.
– Dime que está bromeando -le pidió a Daniel.
Él sacudió la cabeza. Recordaba perfectamente cómo había palidecido Molly al darse cuenta de que no estaba solo, y dejó escapar un lento gruñido.
– Ojalá estuviera bromeando, pero no. Es cierto.
En el silencio condenatorio que siguió a sus palabras, Hunter lamentó no haberse marchado cuando había tenido la oportunidad.
– No sabía que ella iba a venir -murmuró.
– Tienes excusa -admitió Lacey.
– Ya es hora de que sientes la cabeza -le dijo Tyler a Hunter. Después se dirigió a Lacey-. ¿Y tú por qué siempre tienes que darle la razón cuando está equivocado? -le preguntó, disgustado.
Lacey se rió y lo abrazó hasta que Ty se ablandó y le devolvió la caricia.
Hunter, Ty y Lacey habían estado en situaciones similares. Los tres amigos habían pasado por muchas cosas juntos. La madre de Ty había sido la última de las madres de acogida de Daniel, la mejor de todas. También había acogido a Lacey, y desde el principio, la muchacha había sabido que Hunter necesitaba una amiga. Cada vez que Ty se metía con Hunter, ella salía en su defensa. Siempre había creído en Daniel, aunque nadie más lo hiciera. Ty había terminado haciendo lo mismo.
Lacey tenía un gran corazón, motivo por el que Hunter se había enamorado de ella cuando eran adolescentes. Al pasar los años, él se había dado cuenta de que lo que sentía por ella era amor fraternal. Aquello era beneficioso, porque Lacey siempre había estado loca por Ty.
Y Hunter había entendido la diferencia entre el cariño y el amor el día que había conocido a Molly Gifford, aquella chica que vestía de un modo llamativo y que decía lo que pensaba. Desde el principio, entre Hunter y Molly había una química innegable, pero también algo más. En Molly, Daniel había encontrado a alguien que estaba a su altura, intelectualmente hablando. Además, había percibido que ella tenía un vacío por dentro, un vacío que él comprendía a la perfección, porque era igual que el suyo. Daniel había creído que él podía satisfacer aquellas necesidades.
Se había equivocado. Y aquella equivocación había tenido un alto precio emocional para él.
Aún estaba sufriendo las consecuencias, pero no podía decir que Lacey y Ty se confundieran. Lo que le habían dicho tenía lógica.
– De verdad, tengo que irme -dijo Hunter, y se dio la vuelta para alejarse.
– Antes de irte, toma esto -le dijo Ty.
Hunter se volvió de nuevo hacia ellos y tomó el papel que le tendía su amigo.
– ¿Qué es?
– La dirección del general Frank Addams. Vive en Dentonville, Connecticut. Te ahorrará unos cuantos minutos de teléfono móvil. Sabes muy bien que ibas a llamarme para conseguir esta información -le dijo Ty.
Aquella sonrisita petulante de su amigo irritó mucho a Hunter, porque sabía que Ty tenía razón. En algún momento de aquella reunión tan indignante, había decidido tomar un avión hacia Connecticut para averiguar lo que estaba ocurriendo en la vida de Molly y el motivo por el que le había pedido ayuda.
Lacey tenía razón en otra cosa, aunque él no estuviera dispuesto a darle la satisfacción de reconocerlo. Daniel había puesto a Lacey por encima de su confianza en Molly. Ty y Lacey eran la única familia que tenía, los únicos que habían estado siempre a su lado. Él no había querido arriesgar aquello, ni siquiera por Molly, así que era cierto que tenía una deuda con ella.
Sin embargo, aquel sentimiento de obligación no era la única razón por la que iba a acudir a su llamada. Aquella noche, Lacey y Ty lo habían mirado con la misma expresión de disgusto que él veía en el espejo todas las mañanas.
Hunter se había hartado de acostarse con mujeres que no le importaban, y estaba harto de beber y beber y despertarse con resacas horribles. Había trabajado mucho para conseguir el éxito profesional, y lo estaba tirando todo por la borda.
Ayudaría a Molly sin enamorarse de ella otra vez. Se demostraría a sí mismo que lo había superado todo, ganaría el caso de su padre y se alejaría de ella sin mirar atrás.