El motel Seaside Inn era muy diferente al hotel que Hunter había elegido para ellos. Molly lo siguió al establecimiento de mala muerte. En su interior olía a humedad, y el sitio no había visto una mano de pintura ni una reforma desde hacía años.
Sintió una gran decepción hacia Paul Markham, algo que se repetía a medida que averiguaban más cosas sobre él. Víctima o no, no era la persona que su padre y Sonya pensaban que conocían.
– Quisiera ver a Ted Frye -le dijo Hunter a la señorita que había tras el mostrador.
– Yo soy Mary Frye, la hermana de Ted. Él tiene el día libre hoy. ¿En qué puedo ayudarlos? -preguntó la muchacha, que tenía el pelo rubio teñido, mientras se volvía hacia ellos.
La joven, que tenía poco más de veinte años, vio a Hunter y abrió unos ojos como platos. Se llevó la mano al pelo, que le llegaba a mitad de la espalda, al verdadero estilo playero.
– De hecho, sí puede. Mi hermana y yo estamos buscando información sobre este hombre -dijo Hunter, y se sacó del bolsillo la fotografía de Paul que le había dado Sonya.
Molly se irritó al oír que Hunter decía que era su hermana. Hubiera protestado, pero él la agarró por la muñeca y le dio un tirón para que se colocara a su lado. Era una orden clara para que se mantuviera callada y le dejara hablar a él.
«Muy bien», pensó Molly, pero sólo porque quería aquella información, y era evidente que Daniel tenía un plan. Probablemente, al ver a la guapa rubia, él había decidido que la chica cooperaría más si pensaba que Hunter estaba disponible.
Sonrió dulcemente a su supuesto hermano y le hundió las uñas en la mano al mismo tiempo, para hacerle saber exactamente lo que pensaba de su plan. Sólo porque fuera increíblemente sexy para Molly, no tenía por qué serlo también para todas las mujeres del mundo.
La chica de la recepción, sin embargo, pensaba que sí lo era, porque se inclinó hacia él y posó su hermoso busto en el mostrador para proporcionarle una vista privilegiada de su escote. Lo que Molly tuvo que admitir, con total desagrado, era que el escote impresionaba, sobre todo comparado con el suyo.
– Deje que lo vea -dijo Mary, apoyando los codos en el mostrador y mirando fijamente la foto-. ¡Ah! Es el señor Markham. He oído decir que lo han asesinado -dijo en un susurro, como si estuviera chismorreando-. Qué pena. Su prometida lleva aquí toda la semana. Mis padres se sienten muy mal por ella, y le han permitido quedarse todo el tiempo que necesite para recuperarse.
– ¿Prometida? -preguntó Molly.
– ¿Lydia está aquí? -intervino Hunter suavemente.
La rubia asintió.
– La pobre mujer está destrozada, claro. Si mi prometido hubiera sido asesinado, seguro que yo también me desmoronaría -dijo, y le dio un suave codazo a Hunter en el brazo.
– Ha sido una tragedia -convino él rápidamente-. Somos amigos de Lydia, y estamos preocupados por ella.
– Oh, la llamaré para decirle que están aquí -dijo Mary, y se acercó al teléfono.
– ¡No! Quiero decir, creo que es mejor que la sorprendamos. Quizá, debido a su tristeza, no quiera vernos, pero lleva sola demasiado tiempo -dijo Molly, decidida a ser parte de la investigación.
– Mi hermana tiene razón. ¿Le importaría darnos su número de habitación?
– Se supone que no puedo divulgar esa información.
– Sólo esta vez. Como favor a mí -le dijo Hunter, estirando el torso sobre el mostrador, poniendo en funcionamiento su potente atractivo-. La verdad es que tengo noticias sobre lo que le ocurrió a su prometido, así que si usted me dijera dónde puedo encontrarla, seguramente ella se sentiría muy agradecida. Y yo también.
– Bueno…
– ¿Por favor? -insistió Hunter, con su sonrisa más sexy. La que normalmente reservaba para ella, pensó Molly, incapaz de controlar los celos, por muy poco lógicos que fueran.
– Está bien. Habitación doscientos quince. Pero no le diga a nadie que se lo he dicho.
– Su secreto está a salvo conmigo. Gracias -dijo Hunter, y le apretó la mano a la otra mujer antes de volverse hacia Molly-. Vamos, hermanita.
Molly apretó los dientes y lo siguió hacia la puerta. Rodearon el edificio hacia las habitaciones. Típico de un motel, los alojamientos de la segunda planta eran accesibles por unas escaleras que partían desde el aparcamiento.
Cuando estuvieron fuera de la vista y del oído de la chica, ella lo agarró por el brazo para llamarle la atención.
– ¿Hermana? ¡Has dicho que era tu hermana!
Él se volvió.
– Y tú has representado muy bien tu papel. Te has quedado en segundo plano y me has dejado…
– Poner en marcha tus encantos para conseguir la información que necesitabas -dijo Molly-. Ha sido un buen plan -reconoció.
– Vaya, gracias -respondió Daniel con una sonrisa-. ¿Te acuerdas de lo que te dije acerca de verte vestida con colores fuertes?
Ella asintió cautelosamente.
– Bueno, pues sobre todo me gusta verte verde de celos -dijo él, riéndose.
Molly se cruzó de brazos y se detuvo.
– Yo no estaba celosa de una rubia teñida con los pechos grandes.
– ¿No? -preguntó Hunter, acercándose a ella para desafiarla a que dijera la verdad.
Ella frunció el ceño.
– Bueno, quizá un poco.
– Quizá no tengas motivo para estar celosa. Quizá me gusten más los pechos de verdad que los operados. Y quizá tus pechos sean los que más me gustan -dijo él. Inclinó la cabeza y la besó de un modo que a Molly no le dejó ninguna duda de quién tenía el interés de Daniel por el momento.
«El perdón es divino», pensó Molly mientras le devolvía el beso, disfrutando de su sabor masculino unos momentos.
– Siento haber montado una escenita de celos -dijo cuando se separaron.
Daniel se rió.
– Me ha gustado.
– Bueno, que no se te suba a la cabeza, ¿de acuerdo?
– De acuerdo. ¿Lista para buscar a Lydia McCarthy?
– Más que lista. Qué afortunado que ella esté aquí.
Hunter la tomó de la mano, y juntos subieron las escaleras hasta la habitación doscientos quince.
Molly llamó a la puerta. Para su sorpresa, se abrió lentamente y Lydia, la secretaria de su padre, apareció ante ellos.
– No sois del reparto de pizza -dijo Lydia con la voz ronca.
– No, pero necesitamos hablar contigo.
Molly hizo ademán de entrar, pero Lydia le bloqueó el paso.
– No tengo nada que decirte a ti, ni a tu padre. Lo siento, Molly, me caes bien, pero ahora estamos en bandos opuestos.
Intentó cerrar la puerta, pero Hunter metió el pie.
– Por favor, Lydia. No tenemos nada contra ti. Sé que estás sufriendo por la muerte de Paul. Sólo queremos evitar que un hombre inocente vaya a la cárcel, y tal vez tú sepas algo que nos ayude -le dijo Molly-. Por favor.
– Está bien. Pasad, pero sólo unos minutos -dijo Lydia de mala gana.
– Gracias -respondió Molly, y la siguió al interior de la habitación junto a Hunter.
Lydia se sentó en la cama y les señaló dos sillas para que se pusieran cómodos.
A juzgar por lo hinchados que tenía los ojos, la secretaria había estado llorando. Y por su aspecto desarreglado, llevaba sin salir de aquel motel unos cuantos días. Molly casi sintió lástima por ella. Sin embargo, el hecho de que hubiera tenido una aventura con un hombre casado, que estuviera dispuesta a creer que el general había matado a su mejor amigo y socio y que hubiera abandonado al padre de Molly y su negocio en el momento más inoportuno le ponían difícil a Molly el hecho de sentir compasión.
– Señorita McCarthy, me llamo Daniel Hunter. Soy el abogado del general Addams. Me gustaría hacerle unas cuantas preguntas sobre la noche en que fue asesinado Paul. Ya conocemos su relación con la víctima, así que no voy a presionarla para que me dé detalles incómodos.
– Se lo agradezco -dijo Lydia.
– ¿Cuánto tiempo llevas aquí escondida? -le espetó Molly.
Hunter se inclinó hacia delante en su asiento.
– Lo que quiere decir es… ¿cuánto tiempo ha pasado aquí? No puede ser bueno para usted estar sola en estos momentos.
Molly asintió y pensó que era mejor que se mordiera la lengua. Aunque quería interrogar a Lydia, sabía que Hunter sería mucho más diplomático para manejarla. En aquel momento, Molly estaba demasiado enfadada como para tener tacto.
– Paul y yo solíamos alojarnos aquí. He venido aquí para estar más cerca de él -dijo Lydia. Sacó un pañuelo de papel de una caja y se sonó la nariz-. Miren, yo no he hecho nada. No vi nada. No sé lo que quieren de mí.
Hunter carraspeó.
– Quiero que me diga lo que ocurrió la noche que murió Paul.
– Bien.
Lydia se levantó de la cama y comenzó a caminar por la habitación.
– Ha dicho que sabe que Paul y yo teníamos una relación. Él me había prometido durante años que iba a dejar a su mujer y que nos casaríamos. Me juraba que quería pasar el resto de su vida conmigo.
Molly abrió la boca, pero la mano de Hunter se aferró a su muslo en una clara advertencia para que se mantuviera en silencio. Ella obedeció.
– ¿Y aquella noche?
– Bueno, todo comenzó aquel día. Paul y Frank tuvieron una discusión de dinero. Yo no sé exactamente lo que ocurrió, pero discutieron violentamente, y Paul se marchó como una furia. Volvió más tarde aquella noche, y continuaba enfadado. Yo nunca lo había visto así. Dijo que había tenido una pelea con Sonya. Que ella no lo entendía, y que nunca lo entendería. Me dijo que había robado una enorme cantidad de dinero del negocio y que se lo había jugado. Todo.
– ¿Que se lo había jugado? -preguntó Molly, sorprendida.
– ¿Aquí, en Atlantic City? -inquirió Hunter.
Lydia asintió.
– Muchos de sus viajes de negocios incluían visitas aquí. Yo me reunía con él en este motel para pasar el fin de semana. Él me daba dinero para que fuera a un spa, para que me diera un masaje… él iba al casino. A mí no me gusta jugar, y no me importaba que él fuera solo.
Molly estuvo a punto de soltar un resoplido, pero Hunter no había quitado la mano de su muslo, y ella no quería que volviera a apretarla con tanta fuerza como antes. Además, en aquel momento estaba consiguiendo más detalles de los que nunca hubiera imaginado de Lydia McCarthy, y algunas piezas sobre Paul y el dinero estaban empezando a encajar.
– Pero esa noche usted se dio cuenta de que él lo había perdido todo -dijo Hunter.
– Sí, pero tampoco me importó. Lo vi como una bendición, una señal de que éramos libres. Le dije a Paul que debíamos aprovechar la oportunidad y huir juntos.
– ¿Y él se negó? -inquirió Hunter.
Lydia asintió secamente.
– No sólo eso, sino que me dijo que nunca había tenido intención de dejar a Sonya ni a su hijo. Dijo que no estaba dispuesto a abandonar la vida que tenía. Cada una de sus palabras fue como un puñal que se me clavaba en el corazón -dijo, y se puso las manos en el pecho.
Molly tuvo ganas de gritar ante el teatro de Lydia, pero se dio cuenta de que, aunque fuera absurdo, su dolor era real. Molly no tenía por qué aprobar las decisiones que había tomado la secretaria, pero tampoco podía juzgarla.
– ¿Y qué hiciste? -le preguntó Molly. ¿Qué hacía una mujer cuando el hombre al que quería le daba la espalda?
¿Qué había hecho Hunter cuando Molly le había dado la espalda? Se había retirado a su infierno privado, pensó ella, al revisar la escena con la que se había encontrado pocas semanas antes. El apartamento desordenado, la bebida y la mujer que estaba en su cama, a la que no había vuelto a mencionar.
Vaya. Nada como sentir el impacto de las propias acciones pasadas en mitad de la cara, pensó Molly.
– ¿Qué pasó después de que él la dejara?
La voz de Hunter sacó a Molly de sus dolorosos recuerdos. Esperaba no haberse perdido mucho de la entrevista.
– Me marché. Creía que estaba muy enfadado por lo del dinero, por Frank y por su esposa, y que se le pasaría cuando se diera cuenta de que probablemente Sonya no querría seguir a su lado, pero que yo estaba esperándolo pese a todo. Decidí que hablaría con él de nuevo por la mañana, pero cuando llegué a la oficina al día siguiente, la policía estaba allí y Paul había muerto.
Lydia parpadeó, intentando contener las lágrimas.
– ¿Está bien? -le preguntó Hunter.
La mujer asintió.
– Ahora mismo vuelvo.
Hunter se levantó al mismo tiempo que ella. Lydia entró al baño y cerró la puerta.
Él se volvió hacia Molly.
– ¿Y tú? ¿Estás bien?
Ella asintió, sorprendida y reconfortada por su preocupación, sobre todo después de lo que había estado pensando. No le había gustado darse cuenta del dolor que le había causado a Hunter, y detestaba pensar cómo habían sido para él los meses que habían pasado desde que ella se había alejado.
Tampoco sabía qué decir, así que se mantuvo en silencio.
Lydia volvió a la habitación.
– ¿Hemos terminado? Es muy doloroso recordar todo esto.
– Sólo unos minutos más -le aseguró Hunter-. ¿Qué hizo esa noche, después de salir de la oficina?
– Me fui a casa y lloré hasta que me quedé dormida.
Hunter se acercó a ella.
– Lo siento -le dijo-. Seguro que ya le ha contado todo esto a la policía. Es sólo que a veces ayuda oír los hechos en boca de la persona que los ha vivido, en vez de leerlo todo en un informe.
Molly admiró la técnica de Hunter. Se había ganado la confianza de Lydia con su actitud comprensiva, e incluso después de oír que había estado sola aquella noche, no le había preguntado si tenía una coartada. Seguro que no quería enfrentarse a ella y arriesgarse a que se cerrara en banda. Era un estratega brillante.
Lydia, mientras, tomó aire profundamente.
– Sí se lo dije a los policías, pero ellos no tenían ni la mitad de interés que ustedes.
Porque ya tenían a su hombre, pensó Molly amargamente. La policía de una ciudad pequeña ni siquiera se molestaría en pensar que quizá Lydia hubiera disparado a su amante cuando él la había dejado.
– Una cosa más -dijo Hunter-. Si puede pensar más allá del hecho de que Frank fuera arrestado por el asesinato de Paul, ¿se le ocurre alguien más que hubiera podido querer asesinarlo? ¿Alguien que tuviera una enemistad con él, personal o profesional? Ustedes dos estaban muy unidos, así que nadie podría responder a esa pregunta mejor que usted.
Estaba halagando a Lydia, pensó Molly. Y era muy bueno.
– Por mucho que me duela, tengo que decir que puede que lo hiciera Frank. Tenía motivo, oportunidad y acceso de noche al edificio. Lo siento, Molly, pero es la verdad.
Molly apretó los dientes.
– Pero, por favor, complázcame -insistió Hunter antes de que ella pudiera responderle a la secretaria-. ¿Se le ocurre alguien más que tuviera una rencilla con Paul?
– No creo que sirva de mucho, pero el alcalde Rappaport hizo con él un trato unos meses antes de que Molly llegara a la ciudad. Los Rappaport tenían unas tierras a las afueras de la ciudad que habían estado en su familia durante generaciones. Paul se enteró de que algunos constructores estaban interesados en esos terrenos. Habían estado husmeando, pero no se habían puesto en contacto con el alcalde todavía. Él estaba inmerso en la campaña de reelección, enfrentándose a un oponente más joven que estaba ganándole terreno. No prestaba atención a otra cosa que no fuera su carrera, y necesitaba dinero para financiarla. Así que, cuando Paul le ofreció quitarle la propiedad de encima, el alcalde Rappaport aprovechó la oportunidad, como Paul sabía que haría.
– Deja que lo adivine. Paul compró los terrenos a precio de saldo -dijo Molly, incapaz de disimular su repugnancia. Cuanto más sabía sobre el amigo de su padre, menos le gustaba.
Lydia asintió.
– Exacto. Después se puso en contacto con los constructores y vendió la tierra por mucho más dinero. Mucho más de lo que le había pagado al alcalde, claro.
– Y el alcalde se puso furioso -dijo Hunter.
– No se le puede culpar por ello -respondió Lydia.
Molly la miró con desconcierto.
– ¿Y querías a un hombre así?
Lydia se encogió de hombros.
– Todo vale en el amor, la guerra y el negocio inmobiliario. Los tratos de Paul no tenían nada que ver conmigo.
«¿Igual que su matrimonio?», se preguntó Molly en silencio. Sabía que no debía hacer la pregunta en voz alta, porque Hunter la mataría. Además, Lydia ya tenía suficiente castigo por su papel en los sucios tejemanejes de Paul y por interponerse en su matrimonio.
– ¿Sabe la policía este asunto entre el alcalde y Paul? -preguntó Hunter.
– Sé que se mencionó todo esto durante los días siguientes al… asesinato de Paul -dijo ella, atragantándose con la palabra-. Pero la policía no siguió la pista.
– No sé cómo darle las gracias.
Lydia asintió.
– De nada. Espero que sirva de algo.
Hunter se detuvo junto a la puerta.
– ¿Le importa que le dé un consejo? -le preguntó, pero continuó antes de que ella pudiera rechazar la oferta-. Vayase de este motel y deje atrás los recuerdos. Vuelva a casa a rehacer su vida. No puede sacar nada bueno de permanecer aquí.
– Adiós, Lydia -dijo Molly suavemente.
La otra mujer alzó la mano para despedirse.
Ellos salieron al aire fresco y oyeron la puerta del motel cerrándose a sus espaldas. Cuando bajaron las escaleras, Molly se volvió hacia Hunter, incapaz de contener su entusiasmo.
– ¿Te das cuenta de lo que hemos averiguado? ¡Tenemos dos sospechosos más!
– No es tan sencillo.
– No lo entiendo -dijo Molly.
No quería oír nada negativo que pudiera ahogar su alegría o amenazar lo que había pensado que eran noticias muy positivas para su padre.
– Estamos en el mismo bando, Molly, pero tienes que ser realista y objetiva. Nos gustaría tener sospechosos alternativos. La policía se niega a tenerlos en cuenta. Has visto que Lydia no tiene coartada. Me temo que el jurado verá en ella a una mujer que cometió un error al liarse con un hombre casado, pero que se vio enredada por sus falsas promesas. Serían comprensivos con ella. Si la usáramos como testigo, dirá que piensa que tu padre es el asesino. No va a ayudarnos en el caso.
Molly tragó saliva.
– ¿Y el alcalde? ¿Por qué no es él un sospechoso?
– Porque, que nosotros sepamos, no le había causado problemas a Paul. Perdió las tierras pero ganó las elecciones. Esta situación sólo da más pruebas de que Paul era un mal tipo, pero no exonera a tu padre. Y sinceramente, no creo que pudiéramos llevar al alcalde a juicio a menos que tuviéramos la prueba de que amenazó a Paul. Lo siento -le dijo Hunter a Molly, y la abrazó.
Molly se dejó envolver entre sus brazos.
– Algunas veces, te odio por ser tan profesional.
– Espero que sea mi profesionalidad lo que encuentre la llave para liberar a tu padre. Lo conseguiremos de algún modo -le prometió él.
– Te tomo la palabra.
– Igual que yo te tomo la palabra a ti. Me prometiste que nos olvidaríamos del caso hasta mañana. Hemos hablado con Lydia y hemos analizado nuestras averiguaciones. Ahora nos tomaremos el resto del día libre. Mañana, cuando volvamos a casa, decidiremos cuál será el paso siguiente.
Molly no tenía ganas de discutir. Estaba desesperadamente necesitada de sus abrazos y de su habilidad para hacer que olvidara los problemas, al menos durante aquella noche.
Cuando Hunter había llamado para reservar la suite, había pedido unos cuantos lujos sencillos. Al entrar en la habitación, la luz era tenue y sus peticiones habían sido satisfechas.
Molly lo rodeó y se adelantó. Vio una botella de champán en un cubo de hielo, una bandeja de fruta y un surtido de sándwiches y postres junto a la ventana, al lado de un gran centro de flores.
– Esto es maravilloso. Me muero de hambre y hay comida esperando -dijo, y paseó la vista por el resto de los detalles-. Y champán. Champán caro -añadió, y se giró hacia Hunter-. No deberías haberlo hecho.
Él se encogió de hombros, azorado. Cuando no sabía qué hacer, tenía tendencia a exagerar. Como por ejemplo, el hecho de pedir comida para media docena de personas porque no sabía lo que iba a gustarle a Molly.
Se metió las manos en los bolsillos.
– Quería que disfrutaras.
Ella sonrió sensualmente.
– Estoy de acuerdo contigo. ¿Cómo no voy a disfrutar?
Molly se acercó a él, se puso de puntillas y lo besó en los labios.
– Eres generoso y bueno -murmuró-. Por no mencionar guapísimo.
Le pasó los dedos entre el pelo, deleitándose con el mero hecho de tocarlo.
Con facilidad, Molly consiguió que Hunter se olvidara de su azoramiento y que el deseo se adueñara de él.
– Has dicho que tenías hambre -le recordó.
– Tengo hambre. De ti -dijo Molly. Bajó las manos hasta su cintura y metió los dedos por sus pantalones; extendió los dedos calientes por su piel.
A él se le escapó un gruñido.
– Estás jugando con fuego -le advirtió.
– Eso es porque quiero quemarme -replicó ella, mientras le desabrochaba la cremallera.
Dejó que los pantalones cayeran al suelo. Daniel se los quitó y se sacó los zapatos y los calcetines. Hizo lo mismo con la camisa y la añadió a la pila de ropa.
Hunter alzó la vista y su mirada se cruzó con la de Molly. Estaba ruborizada y tenía los ojos llenos de pasión. A él le dio un salto el corazón en el pecho. Debería hacerle caso a aquella advertencia, pensó, pero estaba demasiado emocionado como para seguir lo que le dictaba el sentido común.
Sin avisar, la tomó en brazos. Ella soltó un gritito y se aferró a su cuello.
– No necesito que me lleves -le dijo, pero su risa le dio a entender a Daniel que estaba disfrutando de aquella exhibición de dominación masculina.
– Lo sé. Eres una mujer independiente -repuso él, mientras caminaba hacia el dormitorio. La depositó en la cama y continuó-: pero tan sólo por esta vez, vas a rendirte ante mí.
Aunque lo dijo riéndose, no se había dado cuenta de lo mucho que deseaba aquello. Su sometimiento. Necesitaba que Molly admitiera lo mucho que lo quería, que podía confiar en él.
– Oh, vamos. Tú no quieres que yo me someta. Quieres que participe activamente.
Prácticamente, ronroneó mientras ella lo despojaba de la ropa interior. Después, tomó su erección entre las manos y le acarició la punta sensible con el pulgar.
Él jadeó.
– Tienes razón.
– Lo habías planeado todo, así que por favor dime que has traído preservativos -dijo Molly, y él abrió los ojos.
– Sí. Están en el bolsillo exterior de mi maletín.
– Que Dios bendiga a los hombres previsores.
Molly lo soltó y le hizo un gesto hacia el equipaje, que estaba reunido en un rincón del dormitorio.
El apretó los dientes y buscó la caja de preservativos. Cuando la encontró, volvió a la cama, y descubrió que ella se había quitado los zapatos y la camisa, y que estaba liberándose de los vaqueros.
Cuando terminó, quedó vestida tan sólo con un sujetador diminuto y unas braguitas a juego. Él paseó la mirada por su cuerpo y sacudió la cabeza.
– Demonios, eres muy sexy.
– Me alegro de que lo pienses -dijo Molly. Se puso de rodillas sobre la cama, para estar a la misma altura que él, y apoyó las manos en sus hombros.
Él pensó que iba a besarlo de nuevo, pero en vez de eso, Molly le rozó la mejilla con los labios. Con una ligereza cálida y seductora, siguió el camino hacia su cuello y terminó mordisqueándole suavemente el lóbulo de la oreja. Aquello creó una ráfaga de sensaciones que viajó directamente a sus entrañas.
– Dios -murmuró Daniel-. Lo que me haces no tiene descripción -añadió, temblando.
Ella arqueó la espalda y le tocó el torso con los pechos. Sus pezones erectos lo rozaron a través de la tela del sujetador. Aquellos ligeros toques lo estaban llevando hasta el punto de estallar.
– ¿Molly? -le preguntó entre dientes.
– ¿Mmm? -ella había recostado la cabeza en su hombro, y Daniel sentía su respiración fresca en la piel.
– Me gustan los juegos preliminares tanto como a cualquiera, pero creo que van a tener que esperar a la próxima vez.
Si jugueteaba más con él, iba a romperse en dos, pensó Hunter.
Molly elevó la cabeza y lo besó, pasándole la lengua entre los labios. Sin poder contenerse, Daniel la tomó por las caderas y la tumbó sobre la cama.
– Me gusta que seas brusco -dijo ella riéndose.
Mientras Daniel se ponía el preservativo, Molly se quitó la ropa interior. Sus pezones estaban erectos y endurecidos, y su triángulo de vello rubio era toda una tentación. Antes de que él pudiera reaccionar, le pasó una pierna por la cintura y lo hizo rodar por la cama para colocarlo bajo ella.
Sus miradas quedaron atrapadas. Él la tomó de las caderas y juntos balancearon los cuerpos al unísono, hasta que el de Daniel se deslizó dentro del calor estrecho y húmedo de Molly.
Él sintió cómo el cuerpo de ella latía y se tensaba a su alrededor. La miró mientras ella cerraba los ojos, acogiéndolo en lo más profundo de su ser, hasta que estuvieron completamente unidos. Daniel apretó los dientes, inspiró con fuerza, luchó por mantener el control.
Se concentró en Molly. Ella tenía el pelo suelto por los hombros, y los labios húmedos y rojos. Le encantaba verla así, salvaje y desvergonzada, sólo para él.
Sin que Daniel pudiera evitarlo, sus caderas empujaron hacia arriba, y ella gimió, arqueándose hacia atrás mientras sus paredes internas se apretaban contra él.
– ¿Molly?
Ella abrió los ojos con esfuerzo.
– ¿Sí?
– Sé que te dije que quería que fueras sumisa, pero creo que prefiero que tú dirijas la situación.
Una sonrisa sensual se dibujó en los labios de Molly.
– ¿Estás seguro?
Él asintió.
– Haz lo que quieras. Lo que necesites.
Sus ojos brillaron con una combinación de deseo y deleite.
– Si tú lo dices…
Entonces, comenzó a mover las caderas con un ritmo circular, lento, apretando los muslos y presionándolo. Primero giró y después se balanceó hacia atrás y hacia delante, y aquél fue el movimiento que excitó por completo a Daniel.
Molly sabía cómo llevarlo más allá cuando él pensaba que había alcanzado el límite. A cada movimiento, le demostraba que podía tomarlo con más fuerza. Cada vez que movía la pelvis hacia delante, su cuerpo lo aprisionaba en su interior y ella respiraba cada vez con más urgencia.
Daniel se aproximaba al éxtasis cada vez más deprisa, pero, al mismo tiempo, se intensificaban los sentimientos que tanto había trabajado por controlar. No sólo estaba involucrado su cuerpo; sus caderas empujaban hacia arriba para satisfacer las necesidades físicas, pero el corazón le latía en el pecho declarando sus emociones a cada pulsación. Y cuando oía los suaves gemidos de Molly, se le hinchaba la garganta con un sentimiento que ya no podía negar.
La había querido una vez.
Aún la quería.
Hunter lo sabía, y había luchado contra ello desde que había vuelto a verla. Sin embargo, no importaba que Molly estuviera destinada a herirlo al final; Daniel daría todo por tener aquello durante el mayor tiempo posible. De lo contrario, ¿por qué iba a dejarse llevar en una noche que nunca olvidaría?
Ella siguió balanceándose, gimiendo y pronunciando su nombre mientras se acercaba al climax. Daniel sabía que no podría esperar mucho más, y quería que llegaran juntos a lo más alto de la pasión.
Con el dedo índice, comenzó a acariciarle bajo el pubis, allí donde sus cuerpos se encontraban. La humedad que habían creado le mojó el dedo y él lo apretó contra ella. A Molly se le escapó un suave grito, e intentó que él se hundiera más profundamente en su cuerpo. El miembro erecto de Daniel creaba una intensa fricción entre ellos, y los ruidos sensuales de Molly daban a entender que también la sentía. Durante todo el tiempo, siguió acariciándola y conduciéndola hacia la locura.
Súbitamente, ella se inclinó hacia abajo y se tumbó sobre el cuerpo de Daniel para aumentar la presión en el punto más sensible de su cuerpo.
– Así -le susurró él al oído. Le acarició el pelo y le besó la mejilla sin dejar de mover las caderas hacia arriba-. Tú tienes el control, llévanos al orgasmo -le pidió, sabiendo que estaba a segundos de hacerlo.
– Ahora, ahora… Dios, Hunter, yo…
Inmediatamente, Molly enterró la cara en la almohada junto a él, y lo que fuera a decir quedó amortiguado cuando llegó al clímax.
Su cuerpo quedó rígido y él se permitió seguirla, sin dejar de embestir, hasta que los espasmos lo sacudieron una y otra vez.
Molly pronunció su nombre de nuevo, con la voz más débil en aquella ocasión, pero no menos dulce a oídos de Daniel.