CAPÍTULO 16

A la mañana siguiente, Leonora bajó al salón del desayuno algo más tarde de lo habitual; normalmente era la primera de la familia en levantarse, pero esta mañana había dormido hasta tarde. Con un brío evidente en su andar y una sonrisa en los labios, se deslizó por el umbral… y se detuvo abruptamente.

Tristan estaba sentado al lado de Humphrey, escuchando atentamente mientras devoraba tranquilamente un plato de jamón con salchichas.

Jeremy estaba sentado enfrente de él; los tres hombres levantaron la vista, luego Tristan y Jeremy se pusieron de pie.

Humphrey le sonrió.

– ¡Bien, mi querida! ¡Enhorabuena! Tristan nos ha comunicado las novedades. ¡Tengo que confesar que estoy completamente encantado!

– En efecto, hermanita. Enhorabuena. -Inclinándose sobre la mesa, Jeremy le tomó la mano y la atrajo hacia sí para plantarle un beso en la mejilla-. Excelente elección -murmuró.

La sonrisa de ella se tornó un poco más fija.

– Gracias.

Miró a Tristan, esperando ver algún grado de disculpa. En vez de ello, él encontró su mirada con una expresión calmada, confiada, segura. Tomando buena nota de esto último, Leonora inclinó la cabeza.

– Buenos días.

El “milord” se atascó en su garganta. No olvidaría tan pronto su noción de un final adecuado a su reconciliación la noche anterior. Más tarde, él la había vestido, y luego transportado al carruaje, haciendo caso omiso de sus hasta entonces completamente débiles protestas, y la acompañó a Montrose Place, dejándola en el pequeño salón del Número 12 mientras recogía a Henrietta, luego escoltándolas a ambas hasta la puerta principal.

Afablemente, él le cogió la mano, la levantó brevemente hasta sus labios, entonces retiró la silla para ella.

– Confío en que hayas dormido bien.

Ella le echó una mirada mientras él volvía a sentarse a su lado.

– Como una muerta.

Los labios de él se movieron nerviosamente, pero simplemente inclinó la cabeza.

– Estábamos diciéndole a Tristan que los diarios de Cedric, a primera vista, no encajan en ninguna de las pautas habituales. -Humphrey hizo una pausa para tomar un bocado de huevos.

Jeremy se hizo cargo del relato.

– No están organizados por temas, que es lo más habitual con estas cosas, y como habrás visto -inclinó la cabeza hacia Leonora-, las entradas no están en ningún tipo de orden cronológico.

– Hmm. -Humphrey masticó, luego tragó-. Tiene que haber alguna clase de clave, pero es perfectamente posible que Cedric la mantuviera en la cabeza.

Tristan frunció el ceño.

– ¿Significa eso que no podremos entender los diarios?

– No -respondió Jeremy-. Sólo significa que nos llevará más tiempo. -Echó una mirada a Leonora-. Recuerdo vagamente que habías mencionado cartas, ¿no?

Ella asintió.

– Hay muchas. Sólo he mirado las del último año.

– Es mejor que nos las des -dijo Humphrey-. Todas. De hecho, cada pedacito de papel de Cedric que puedas encontrar.

– Los científicos -añadió Jeremy-, especialmente los herbolarios, son célebres por escribir información vital en pedacitos de lo que tengan a mano.

Leonora hizo una mueca.

– Pediré a las criadas que reúnan todo lo que haya en el taller. Tenía la intención de buscar en el dormitorio de Cedric… lo haré hoy.

Tristan la miró.

– Te ayudaré.

Ella giró la cabeza para verificar su expresión y ver lo que pretendía realmente…

¡Aaah! ¡Aieee-ah!

Los gritos histéricos venían de lejos. Todos los oyeron. Los gritos continuaron claramente durante un instante, luego fueron mitigados… por la puerta de tapete verde, se dieron cuenta, cuando un lacayo, asustado y pálido, resbaló hasta pararse en la entrada del salón.

– ¡Señor Castor! ¡Tiene que venir rápido!

Castor, con un plato de servir en sus ancianas manos, lo miró con los ojos muy abiertos.

Humphrey se quedó mirando.

– ¿Qué diablos pasa, hombre?

El lacayo, completamente fuera de su habitual aplomo, se inclinó e hizo una reverencia a los que estaban alrededor de la mesa.

– Es Daisy, señor. Milord. De la puerta de al lado. -Se fijó en Tristan, que se estaba levantando-. Acaba de entrar apresuradamente, llorando y conmocionada. Parece que la señorita Timmins se cayó por las escaleras y… bueno, Daisy dice que está muerta, milord.

Tristan tiró su servilleta a la mesa y rodeó la silla.

Leonora se levantó justo cuando pasaba por su lado.

– ¿Dónde está Daisy, Smithers? ¿En la cocina?

– Sí, señorita. Está aceptando algo terrible.

– Iré a verla. -Leonora corrió al vestíbulo, consciente de Tristan siguiéndola. Lo miró, se dio cuenta de su expresión severa, encontró sus ojos-. ¿Irás a la casa de al lado?

– En un minuto. -Su mano le tocó la espalda, un curioso gesto de consuelo-. Primero quiero escuchar lo que Daisy tiene que decir. No es ninguna tonta… si dice que la señorita Timmins está muerta, entonces probablemente lo esté. No irá a ninguna parte.

Leonora hizo una mueca interiormente y empujó la puerta hacia el pasillo que llevaba a la cocina. Tristan, se recordó, estaba mucho más acostumbrado a lidiar con la muerte que ella. No era un pensamiento agradable, pero dadas las circunstancias, le dio un cierto consuelo.

– ¡Oh, señorita! ¡Oh, señorita! -le suplicó Daisy en el instante en que la vio-. No sé qué hacer. ¡No pude hacer nada! -Se sorbió las lágrimas, se limpió los ojos con el paño que Cook le apretó en la mano.

– Venga, Daisy. -Leonora alcanzó una de las sillas de la cocina; Tristan se anticipó, levantándola y colocándola para que se sentara frente a Daisy. Leonora se sentó, sintió a Tristan apoyar sus manos en el respaldo de la silla-. Lo que tienes que hacer ahora, Daisy, lo que ahora sería de más ayuda a la señorita Timmins, es que te serenaras. Inspira profundamente, eso es, buena chica, y dinos a su señoría el conde y a mí, lo que sucedió.

Daisy asintió, obedientemente aspiró aire y luego lo soltó:

– Todo comenzó normal esta mañana. Bajé de mi habitación por la escalera trasera, llené el hogar y encendí el fuego de la cocina, después preparé la bandeja de la señorita Timmins. Entonces fui a subírsela… -Los enormes ojos de Daisy se empañaron con lágrimas-. Entré por la puerta, como de costumbre, y puse la bandeja en la mesa del vestíbulo para retocarme el cabello y arreglarme antes de subir… y allí estaba.

La voz de Daisy tembló y se quebró. Lágrimas brotaron, las limpió furiosamente.

– Estaba tirada allí, al fondo de la escalera, como un pequeño pájaro roto. Me acerqué corriendo, naturalmente, y la inspeccioné, pero no pude hacer nada. Se había ido.

Por un momento, nadie dijo nada; todos habían conocido a la señorita Timmins.

– ¿La tocaste? -preguntó Tristan, su tono suave, casi tranquilizador.

Daisy asintió.

– Sí… le di una palmadita en la mano, y en la mejilla.

– Su mejilla… ¿estaba fría? ¿Te acuerdas?

Daisy lo miró, frunciendo el ceño mientras pensaba. Luego asintió.

– Sí, tiene razón. Su mejilla estaba fría. No pensé en nada acerca de sus manos… siempre estaban frías. Pero las mejillas… Sí, estaban frías. -Pestañeó hacia Tristan-. ¿Significa eso que llevaba muerta un rato?

Tristan se enderezó.

– Significa que es probable que haya muerto hace algunas horas. En algún momento durante la noche. -Dudó, luego preguntó-. ¿Alguna vez deambulaba durante la noche? ¿Lo sabes?

Daisy negó con la cabeza. Había parado de llorar.

– No que yo supiera. Nunca mencionó nada de eso.

Tristan asintió, se echó atrás.

– Nos encargaremos de la señorita Timmins

Su mirada incluyó a Leonora. Ella también se levantó, pero miró a Daisy.

– Es mejor que te quedes aquí. No sólo por el día, sino también por la noche. -Vio a Neeps, el ayuda de cámara de su tío, merodeando, preocupado-. Neeps, ¿puedes ayudar a Daisy a recoger sus cosas después de la comida?

Él hombre hizo una reverencia.

– Por supuesto, señorita.

Tristan hizo señas con la mano a Leonora para que pasara; ella lo condujo fuera de la cocina. En el vestíbulo principal encontraron a Jeremy esperando.

Estaba claramente pálido.

– ¿Es verdad?

– Debe serlo, me temo. -Leonora fue hacia el perchero del vestíbulo y descolgó su capa. Tristan la había seguido; la tomó de sus manos.

La sostuvo, y miró a Leonora.

– ¿Supongo que no puedo convencerte de que esperes con tu tío en la biblioteca?

Ella encontró su mirada.

– No.

Él suspiró.

– Pensé que no. -Le cubrió los hombros con la capa, luego estiró la mano alrededor de ella para abrir la puerta principal.

– Yo también voy. -Jeremy los siguió al porche, y luego por el camino serpenteante.

Llegaron a la puerta principal del Número 16; Daisy la había dejado sin cerrar con llave. Abriendo la puerta completamente, entraron.

La escena estaba exactamente como Leonora la había imaginado a partir de las palabras de Daisy. Al contrario de su casa, con su amplio vestíbulo principal con la escalera en la parte de atrás mirando a la puerta principal, aquí, el vestíbulo era estrecho y la parte alta de la escalera estaba por encima de la puerta; el fondo de la escalera estaba en la parte de atrás del vestíbulo.

Ahí era donde la señorita Timmins estaba tendida, arrugada como una muñeca de trapo. Tal y como Daisy había dicho, había pocas dudas de que la vida la hubiera abandonado, pero Leonora se acercó. Tristan se había detenido delante de ella, bloqueando el vestíbulo; puso las manos en su espalda y lo empujó suavemente; después de un instante de vacilación, él se hizo a un lado y la dejó pasar.

Leonora se agachó al lado de la señorita Timmins. Tenía puesto un camisón de grueso algodón y un chal de encaje envuelto alrededor de los hombros. Sus miembros estaban torpemente torcidos, pero decentemente cubiertos; un par de zapatillas estaban en sus pequeños pies.

Sus párpados estaban cerrados, los pálidos ojos azules ocultos. Leonora le retiró los finos rizos blancos, notó la fragilidad extrema de la piel acartonada. Tomando una pequeña mano con aspecto de garra en la suya, alzó la mirada hacia Tristan mientras éste se paraba a su lado.

– ¿Podemos moverla? No parece haber ninguna razón para dejarla así.

Él estudió el cuerpo por un momento; ella se quedó con la impresión que estaba fijando la posición en su memoria. Echó un vistazo a la escalera, hasta la cima. Entonces asintió.

– La levantaré. ¿El salón principal?

Leonora asintió, liberó la mano huesuda, se levantó y fue a abrir la puerta del salón.

– ¡Oh!

Jeremy, quien había avanzado pasando el cuerpo, por delante de la mesa del vestíbulo con la bandeja del desayuno y hacia la escalera de la cocina, volvió por la puerta oscilatoria.

– ¿Qué es esto?

Sin habla, Leonora simplemente se quedó mirando.

Con la señorita Timmins en sus brazos, Tristan surgió detrás de ella, miró por encima de su cabeza, luego le dio un codazo hacia delante.

Ella volvió en sí con un sobresalto, luego se apresuró a enderezar las almohadas del diván.

– Ponla aquí. -Echó un vistazo alrededor a los destrozos de la sala antes meticulosa.

Los cajones estaban retirados, vaciados en las alfombras. Las propias alfombras habían sido retiradas, apartadas a un lado. Algunos de los adornos habían sido aplastados en el hogar. Los cuadros en las paredes, los que todavía estaban en sus ganchos, colgaban de cualquier modo.

– Debieron ser ladrones. Debe de haberlos oído.

Tristan se enderezó después de acostar suavemente a la señorita Timmins. Con los miembros extendidos y la cabeza en una almohada, simplemente parecía estar profundamente dormida. Se giró hacia Jeremy, parado en la puerta abierta, mirando alrededor con asombro.

– Ve al Número 12 y dile a Gasthorpe que necesitamos a Pringle de nuevo. Inmediatamente.

Jeremy levantó la mirada hacia su cara, luego asintió y se fue.

Leonora, ocupada con el camisón de la señorita Timmins, le colocó el chal como sabía que le habría gustado, y levantó la mirada hacia él.

– ¿Por qué Pringle?

Tristan encontró su mirada, vaciló, entonces dijo:

– Porque quiero saber si se cayó o fue empujada.


– Se cayó. -Pringle cuidadosamente volvió a empaquetar su bolsa negra-. No hay una marca en ella que no pueda ser explicada por la caída, y ninguna que se parezca a un cardenal por el agarre de un hombre. A su edad, habría cardenales.

Echó un vistazo por encima de su hombro hacia el pequeño cuerpo echado en el diván.

– Era frágil y vieja, en todo caso no hubiera permanecido en este mundo mucho más tiempo, pero aún así… Aunque un hombre podría fácilmente haberla agarrado y arrojado por la escalera, no podría haberlo hecho sin dejar algún rastro.

Con la mirada puesta en Leonora, arreglando un vaso en la mesa junto al diván, Tristan asintió.

– Eso es un pequeño alivio.

Pringle cerró la bolsa de golpe, lo miró mientras se enderezaba.

– Posiblemente. Pero aún queda la pregunta de porqué estaba fuera de la cama a esa hora -en algún momento a altas horas, digamos entre la una y las tres-, y lo que la asustó tanto; fue casi seguramente miedo, suficiente para hacerla desmayarse.

Tristan se centró en Pringle.

– ¿Cree que se desmayó?

– No lo puedo probar, pero si tuviera que adivinar lo que pasó… -Pringle señaló con la mano el caos de la habitación-. Escuchó los sonidos de esto, y vino a ver. Se paró en la cima de la escalera y trató de ver lo que sucedía abajo. Vio un hombre. De repente. Susto, desmayo, caída. Y aquí estamos.

Tristan, mirando al diván y a Leonora detrás de él, no dijo nada por un instante, después asintió, miró a Pringle, y le ofreció la mano.

– Tal y como dice, aquí estamos. Gracias por venir.

Pringle le estrechó la mano, una sombría sonrisa coqueteando en sus labios.

– Pensé que dejar el ejército significaría una práctica rutinaria aburrida… contigo y con tus amigos cerca, por lo menos no estaré aburrido.

Con un intercambio de sonrisas, se separaron. Pringle se marchó, cerrando la puerta principal detrás de él.

Tristan caminó alrededor del respaldo del diván hacia donde estaba Leonora, bajando la mirada hacia la señorita Timmins. Puso un brazo alrededor de Leonora, abrazándola suavemente.

Ella se lo permitió. Se apoyó en él por un instante. Sus manos estaban fuertemente apretadas.

– Parece tan tranquila.

Un momento pasó, luego se enderezó y lanzó un gran suspiro. Se alisó las faldas y miró alrededor.

– Entonces… un ladrón entró a la fuerza y registró esta habitación. La señorita Timmins lo oyó y salió de la cama para investigar. Cuando el ladrón volvió al vestíbulo, ella lo vio, se desmayó, cayó… y murió.

Cuando Tristan no dijo nada, se giró hacia él. Buscó sus ojos. Frunció el ceño.

– ¿Qué tiene de malo eso como deducción? Es perfectamente lógico.

– Sí. -Le cogió la mano, se volvió hacia la puerta-. Sospecho que eso es precisamente lo que se supone que debemos pensar.

– ¿Se supone?

– Te olvidaste de algunos hechos pertinentes. Uno, no hay ni una sola cerradura en las ventanas o en las puertas forzada o inexplicablemente dejada abierta. Tanto Jeremy como yo lo verificamos. Dos -entrando en el vestíbulo, haciendo que pasara por delante de él, volvió a mirar hacia el salón-, ningún ladrón que se respete dejaría una habitación así. No tiene sentido, y especialmente durante la noche, ¿por qué arriesgarse a hacer ruido?

Leonora frunció el ceño.

– ¿Hay una tercera?

– Ninguna otra habitación ha sido registrada, nada más en la casa parece perturbado. Salvo… -Sujetando la puerta principal, le hizo señas con la mano hacia delante; ella salió al porche, esperó impacientemente a que Tristan cerrara la puerta y guardara la llave en el bolsillo.

– ¿Y bien? -exigió, enlazando su brazo con el de él-. ¿Salvo qué?

Empezaron a bajar los escalones. El tono de él se había vuelto mucho más duro, mucho más frío, mucho más distante cuando respondió:

– Salvo por unos pequeños, muy nuevos, arañazos y grietas en la pared del sótano.

Los ojos de ella se agrandaron.

– ¿La pared compartida con el Número 14?

Él asintió.

Leonora miró atrás hacia las ventanas del salón.

– ¿Entonces esto es obra de Mountford?

– Eso creo. Y no quiere que nosotros lo sepamos.


– ¿Qué estamos buscando?

Leonora siguió a Tristan hacia el dormitorio que la señorita Timmins había usado. Habían vuelto al Número 14 y dado la noticia a Humphrey, luego fueron a la cocina a confirmar a Daisy que su patrona estaba efectivamente muerta. Tristan había preguntado por familiares; Daisy no sabía de ninguno. Ninguno la había visitado en los seis años que había trabajado en Montrose Place.

Jeremy se había encargado de hacer los arreglos necesarios; junto con Tristan, Leonora había regresado al Número 16 para intentar identificar algún familiar.

– Cartas, un testamento, notas de un abogado… cualquier cosa que nos pueda llevar a una conexión. -Él abrió el pequeño cajón de la mesilla de noche-. Sería de lo más raro que no tuviera ningún familiar.

– Nunca mencionó ninguno.

– Sea como fuere.

Se pusieron a buscar. Ella notó que él hacía algunas cosas -miraba en lugares-, en los que ella nunca habría pensado. Como el fondo y la parte de abajo de los cajones, la parte superior del hueco del cajón de arriba. Detrás de los cuadros.

Al cabo de un rato, Leonora se sentó en una silla delante del escritorio y se aplicó a todas las notas y cartas que contenía. No había señal de ninguna reciente o prometedora correspondencia. Cuando Tristan la miró, ella le hizo señas para que continuara.

– Eres mucho mejor en esto que yo.

Pero fue ella la que encontró la conexión, en una antigua, muy gastada y muy arrugada carta que estaba en el fondo del cajón más diminuto.

– El Reverendo señor Henry Timmins, de Shacklegate Lane, Strawberry Hills. – Triunfante, le leyó la dirección a Tristan, que estaba parado en la entrada.

Él frunció el ceño.

– ¿Dónde está eso?

– Creo que en las afueras de Twickenham.

Él cruzó la habitación, levantó la carta de la mano de ella, la estudió. Refunfuñó.

– Tiene ocho años. Bien, no podemos hacer más que intentarlo. -Miró por la ventana, luego sacó su reloj y lo comprobó-. Si tomamos mi carruaje de dos caballos…

Ella se levantó, sonrió, enlazó su brazo con el de él. Sin duda muy de acuerdo con aquel “nosotros”.

– Tendré que coger mi capa. Vamos.


El reverendo Henry Timmins era un hombre relativamente joven, con una esposa y cuatro hijas y una parroquia ocupada.

– ¡Oh, Dios! -Se sentó abruptamente en una silla en el pequeño salón al que los había conducido. Entonces se dio cuenta y se puso en pie.

Tristan le hizo un gesto para que se volviera a sentar, acercó a Leonora al diván, y se sentó al lado de ella.

– ¿Entonces conocía a la señorita Timmins?

– Oh sí… ella era mí tía abuela. -Pálido, miró de uno a otro-. No éramos muy íntimos… de hecho, siempre parecía muy nerviosa cuando la visitaba. Le escribí algunas veces, pero nunca respondió… -Se sonrojó-. Y luego conseguí mi nombramiento… y me casé… eso suena muy insensible, pero ella no era en absoluto alentadora, ¿saben?

Tristan apretó la mano de Leonora, avisándola para que se mantuviera en silencio; inclinó la cabeza impasiblemente.

– La señorita Timmins falleció anoche, pero, me temo que no con facilidad. Cayó por la escalera en algún momento muy temprano por la mañana. Aunque no tenemos ninguna evidencia de que haya sido directamente atacada, creemos que encontró un ladrón en la casa -el salón principal fue saqueado-, y debido a la conmoción, se desmayó y cayó.

El rostro del reverendo Timmins era la misma imagen del horror.

– ¡Santo Cielo! ¡Qué horrible!

– Cierto. Tenemos razones para creer que el ladrón responsable es el mismo hombre que intentó entrar a la fuerza en el Número 14. -Tristan miró a Leonora-. Los Carling viven allí, y la propia señorita Carling fue objeto de varios ataques, suponemos que con intención de asustar a la familia para que se marchara. También ha habido varios intentos de entrada forzada en el Número 14, y también en el Número 12, la casa de la cual soy en parte dueño.

Él reverendo Timmins pestañeó. Tristan continúo con calma, explicando su razonamiento de que el ladrón que conocían como Mountford estaba intentando acceder a algo escondido en el Número 14, y que sus incursiones en el Número 12 y anoche en el Número 16 eran una manera de buscar una entrada por las paredes del sótano.

– Ya veo. -Frunciendo el ceño, Henry Timmins asintió-. He vivido en casas adosadas como esas… tienen bastante razón. Las paredes del sótano son muy a menudo una serie de arcos rellenos. Es muy fácil atravesarlos.

– Así es. -Tristan hizo una pausa, luego continuó, con el mismo tono autoritario-. Es por eso que hemos estado tan empeñados en encontrarlo, por lo que le hemos hablado tan francamente. -Se inclinó hacia delante; apretando las manos entre las rodillas, capturó la pálida mirada azul de Henry Timmins-. La muerte de su tía abuela fue profundamente lamentable, y si Mountford es responsable, merece ser atrapado y llevado ante la justicia. En estas circunstancias, creo que sería justicia poética usar la situación tal y como ahora se presenta -la situación que surgió debido al fallecimiento de la señorita Timmins-, para prepararle una trampa.

– ¿Una trampa?

Leonora no necesitó escuchar la palabra para saber que Henry Timmins estaba atrapado, enganchado. Ella también lo estaba. Avanzó un poco para poder ver la cara de Tristan.

– No hay ninguna razón para que alguien más allá de los que ya lo saben, imagine que la señorita Timmins murió de algo distinto a causas naturales. Será llorada por aquellos que la conocían, luego… si puedo sugerírselo, usted, como heredero, debería poner el Número 16 de Montrose Place en alquiler. -Con un ademán, Tristan indicó la casa en la que estaban-. Claramente, usted no tiene necesidad de una casa en la ciudad en estos momentos. Por otro lado, siendo un hombre prudente, no desea vender precipitadamente. Alquilar la propiedad es la decisión razonable, y nadie se preguntará acerca de eso.

Henry estaba asintiendo.

– Cierto, cierto.

– Si está de acuerdo, haré los arreglos para que un amigo se haga pasar por agente inmobiliario y se encargue del alquiler para usted. Por supuesto, no se la alquilará a cualquiera.

– ¿Piensa que Mountford aparecerá y alquilará la casa?

– No Mountford en persona… la señorita Carling y yo lo hemos visto. Usará un intermediario, pero será él el que quiera acceder a la casa. Una vez la tenga, y entre… -Tristan se reclinó; una sonrisa que no era una sonrisa curvó sus labios-. Es suficiente con decir que tengo las conexiones adecuadas para garantizar que no escapará.

Henry Timmins, con los ojos bastante abiertos, continúo asintiendo.

Leonora era menos susceptible.

– ¿Realmente crees que después de todo esto, Mountford se atreverá a mostrar la cara?

Tristan se volvió hacía ella; sus ojos eran fríos, duros.

– Dado lo lejos que ha llegado, estoy preparado para apostar que no será capaz de resistirse.


Volvieron a Montrose Place aquella noche con la bendición de Henry Timmins, y, más importante, una carta de Henry al abogado de la familia instruyéndolo a seguir las indicaciones de Tristan con respecto a la casa de la señorita Timmins.

Había lámparas ardiendo en las habitaciones del primer piso del Bastion Club; ayudando a Leonora a bajar a la calzada, Tristan las miró, preguntándose…

Leonora se sacudió las faldas; luego deslizo la mano en el brazo de él.

Él bajó la mirada hacia ella, se abstuvo de mencionar lo mucho que le gustaba ese pequeño gesto de aceptación femenina. Estaba aprendiendo que ella a menudo hacía pequeños gestos reveladores instintivamente; no vio motivo para llamar la atención sobre tal transparencia.

Tomaron el camino hacia el Número 14.

– ¿A quién vas a conseguir para hacer el papel de agente inmobiliario? -Leonora lo miró-. Tú no puedes… él sabe cómo eres. -Ella recorrió con la mirada las facciones de Tristan-. Incluso con uno de tus disfraces… no hay manera de estar seguros de que no pueda ver a través de él.

– Así es. -Tristan miró al otro lado, al Bastion Club, mientras subían los escalones del porche-. Te acompañaré adentro, hablaré con Humphrey y Jeremy, luego iré a la casa de al lado. -Encontró la mirada de ella mientras la puerta principal se abría-. Es posible que alguno de mis compañeros esté en la ciudad. En ese caso…

Ella enarcó una ceja hacia él.

– ¿Tus antiguos compañeros? -Él asintió, siguiéndola hasta el vestíbulo.

– No puedo pensar en ningún caballero más adecuado para ayudarnos en esto.

Charles, previsiblemente, estaría encantado.


– ¡Excelente! Siempre supe que esta historia del club era una idea brillante.

Eran casi las diez; habiendo consumido una espléndida cena en el elegante comedor de abajo, Tristan, Charles y Deverell ahora estaban sentados, estirados y cómodos, en la biblioteca, cada uno acunando una copa generosamente provista de buen brandy.

– Cierto. -A pesar de sus maneras más reservadas, Deverell parecía igualmente interesado. Miró a Charles-. Creo que yo debería ser el agente inmobiliario… tú ya representaste un papel en este drama.

Charles parecía apenado.

– Pero siempre puedo representar otro.

– Creo que Deverell tiene razón. -Tristan se hizo cargo firmemente. -Él puede ser el agente inmobiliario; ésta es solamente su segunda visita a Montrose Place, así que hay posibilidades de que Mountford y sus compinches no lo hayan visto. Aunque lo hayan hecho, no hay ninguna razón para que no pueda actuar de forma imprecisa y decir que está encargándose del asunto para un amigo. -Tristan miró a Charles-. Mientras tanto, hay algo más que de lo que creo que tú y yo deberíamos encargarnos.

Charles instantáneamente lo miró esperanzado.

– ¿Qué?

– Te hablé de este empleado del abogado que heredó de Carruthers. -Les había contado toda la historia, todos los hechos pertinentes, durante la cena.

– ¿El que vino a Londres y desapareció entre la multitud?

– Ese mismo. Creo que mencioné que originalmente planeaba venir a la ciudad, ¿no? Mientras buscaba información en York, mi espía supo que este Martinbury había quedado anteriormente en encontrarse con un amigo, otro empleado de la oficina, aquí en la ciudad; antes de partir de modo inesperado, confirmó el encuentro.

Charles enarcó una ceja.

– ¿Cuándo y dónde?

– Mañana al mediodía, en el Red Lion en la calle Gracechurch.

Charles asintió.

– Entonces lo cogeremos después del encuentro. ¿Supongo que tienes la descripción?

– Sí, pero el amigo ha aceptado presentarme, así que todo lo que tenemos que hacer es estar allí, y luego veremos lo que podemos aprender del señor Martinbury.

– ¿Él no podría ser Mountford, verdad? -preguntó Deverell.

Tristan negó con la cabeza.

– Martinbury estuvo en York durante gran parte del tiempo que Mountford ha estado activo aquí.

– Hmm. -Deverell se recostó, giró el brandy en la copa-. Si no es Mountford quien se me acerque, y creo que eso es improbable, ¿entonces quién piensas que intentará alquilar la casa?

– Mi conjetura -dijo Tristan-, sería un flaco espécimen con rostro de comadreja, de altura baja a media. Leonora -la señorita Carling-, lo ha visto dos veces. Parece seguro que sea un asociado de Mountford.

Charles abrió mucho los ojos.

– ¿Leonora, eh? -Girando en la silla, fijó su mirada oscura en Tristan-. Entonces dinos… ¿Cómo sopla el viento por esa parte, hmm?

Impasible, Tristan estudió el rostro de diablo de Charles, y se preguntó qué travesura diabólica podría tramar Charles si no se lo decía…

– Sucede que la noticia de nuestro compromiso aparecerá en la Gazette mañana por la mañana.

– ¡Oh-ho!

– ¡Ya veo!

– ¡Bien, eso fue un trabajo rápido! -Levantándose, Charles agarró la licorera y volvió a llenar sus copas-. Tenemos que brindar por eso. Veamos. -Hizo una pose delante de la chimenea, la copa levantada en alto-. Por ti y tu señora, la encantadora señorita Carling. Bebamos en reconocimiento de tu éxito en decidir tu propio destino, por tu victoria sobre los entrometidos, ¡y a la inspiración y al aliento que esta victoria dará a tus colegas miembros del Bastion Club!

– ¡Salud! ¡Salud!

Tanto Charles como Deverell bebieron. Tristan los saludó con la copa, luego también bebió.

– Entonces, ¿cuándo es la boda? -preguntó Deverell.

Tristan estudió el líquido ámbar arremolinándose en el vaso.

– Tan pronto como arrestemos a Mountford.

Charles frunció los labios.

– ¿Y si eso toma más tiempo de lo esperado?

Tristan levantó los ojos, encontró la mirada oscura de Charles. Sonrió.

– Confía en mí. No lo hará.


Temprano a la mañana siguiente, Tristan visitó el Número 14 de Montrose Place; se fue antes de que Leonora o algún miembro de la familia bajara la escalera, confiando que había solucionado el enigma de cómo Mountford había entrado en el Número 16.

Como Jeremy, bajo su dirección, ya había cambiado las cerraduras del Número 16, Mountford debía de haber sufrido otra desilusión. Aún mejor para conducirlo hasta la trampa. Ahora no tenía otra opción que alquilar la casa.

Dejando el Número 14 por el portón principal, Tristan vio a un operario ocupado colocando un cartel en lo alto de la pared principal del Número 16. El cartel anunciaba que la casa estaba en alquiler y daba detalles de cómo contactar con el agente. Deverell no había perdido el tiempo.

Regresó a Green Street para el desayuno, valientemente esperó hasta que las seis queridas ancianas residentes estuvieran presentes antes de hacer el anuncio. Estaban más que encantadas.

– Ella es justo el tipo de mujer que deseábamos para ti -le dijo Millicent.

– Es cierto -confirmó Ethelreda-. Es una joven tan sensible… teníamos un miedo terrible de que acabaras con alguna cabeza de chorlito. Una de esas jóvenes de cabeza hueca que ríen tontamente en todo momento. Solo el buen Dios sabe cómo nos las habríamos arreglado entonces.

Con ferviente acuerdo, él se excusó y se refugió en el estudio. Bloqueando implacablemente las obvias distracciones, pasó una hora ocupándose de las cuestiones más urgentes que reclamaban su atención, acordándose de escribir una breve carta a sus tías abuelas informándolas de su matrimonio inminente. Cuando el reloj dio las once, posó la pluma, se levantó, y silenciosamente dejó la casa.

Se encontró con Charles en la esquina de Grosvenor Square. Llamaron un coche de alquiler; diez minutos antes del mediodía, entraban por la puerta del Red Lion. Era una posada popular, que proveía de comida y bebida, y que servía a una mezcla de comerciantes, agentes, despachantes y empleados de todas las descripciones. El salón principal estaba lleno, no obstante, después de una mirada, la mayoría se apartó del camino de Tristan y Charles. Fueron al bar, donde les sirvieron inmediatamente, y después, jarra de cerveza en mano, se giraron e inspeccionaron el salón.

Después de un momento, Tristan tomó un sorbo de su cerveza.

– Está allí, en una mesa del rincón. El que mira alrededor como un cachorro ansioso.

– ¿Aquél es el amigo?

– Encaja en la descripción como anillo al dedo. La gorra es difícil de obviar -Una gorra de tweed estaba en la mesa en la que el joven en cuestión esperaba.

Tristan lo consideró, luego dijo:

– No nos reconocerá. ¿Por qué no ocupamos la mesa al lado de la suya, y esperamos al momento justo para presentarnos?

– Buena idea.

Una vez más la muchedumbre se apartó como el Mar Rojo; se instalaron en la pequeña mesa del rincón sin atraer más que un rápido vistazo y una educada sonrisa del joven.

A Tristan le pareció terriblemente joven.

El joven continuó la espera. Lo mismo hicieron ellos. Discutieron varios puntos, dificultades a las que ambos se habían enfrentado al tomar las riendas de grandes fincas. Había más que suficiente ahí para darles una tapadera creíble en caso que el joven estuviera escuchando. No lo estaba; como un spaniel, mantuvo los ojos en la puerta, listo para saltar y saludar con la mano cuando su amigo entrara.

Gradualmente, mientras pasaban los minutos, su impaciencia decrecía. Se tomó su pinta; ellos se tomaron las suyas. Pero cuando el sonido metálico de un campanario cercano marcó la media hora, parecía seguro que el hombre por quien todos habían esperado no iba a aparecer.

Esperaron un poco más, con creciente preocupación.

Finalmente, Tristan intercambió una mirada con Charles, luego se giró hacia el joven.

– ¿Señor Carter?

Él joven pestañeó, centrándose adecuadamente en Tristan por primera vez.

– ¿S-Sí?

– No nos conocemos. -Tristan buscó una tarjeta, se la entregó a Carter-. Pero creo que un asociado mío le dijo que estábamos interesados en encontrarnos con el señor Martinbury sobre un asunto de interés mutuo.

Carter leyó la tarjeta; su rostro joven se despejó.

– ¡Oh, sí… claro! -Luego miró a Tristan e hizo una mueca-. Pero como puede ver, Jonathon no ha venido. -Miró alrededor, como para asegurarse de que Martinbury no se había materializado en el último minuto. Carter frunció el ceño-. Realmente no lo puedo entender. -Miró a Tristan-. Jonathon es muy puntual, y somos muy buenos amigos.

La preocupación le nubló la cara.

– ¿Ha sabido de él desde que está en la ciudad?

Charles hizo la pregunta; cuando Carter pestañeó, Tristan añadió suavemente:

– Otro asociado.

Carter negó con la cabeza.

– No. Nadie en casa -es decir, en York-, ha tenido noticias suyas. Su casera estaba sorprendida; me hizo prometer que cuando lo encontrara le dijera que escribiera. Es extraño… es una persona muy fiable, y le tiene mucho cariño. Ella es como una madre para él.

Tristan intercambió una mirada con Charles.

– Pienso que es tiempo de buscar más activamente al señor Martinbury. -Girándose hacia Carter, hizo un gesto con la cabeza hacia la tarjeta, que el joven aún tenía en las manos-. Si sabe algo de Martinbury, cualquier contacto, estaría agradecido si mandara un aviso inmediatamente a esa dirección. Asimismo, si me facilita su dirección, me aseguraré de que sea informado si localizamos a su amigo.

– Oh, sí. Gracias. -Carter sacó una libreta de su bolsillo, encontró un lápiz, y rápidamente escribió la dirección de su alojamiento. Le entregó la hoja a Tristan. Él la leyó, asintió y guardó la nota en el bolsillo.

Carter estaba frunciendo el ceño.

– Me pregunto si llegó siquiera a Londres.

Tristan se levantó.

– Lo hizo. -Apuró la jarra, la dejó en la mesa-. Dejó el carruaje cuando alcanzó la ciudad, no antes. Desafortunadamente, localizar un único hombre en las calles de Londres no es del todo fácil.

Dijo lo último con una sonrisa tranquilizadora. Con un saludo con la cabeza hacia Carter, él y Charles salieron.

Se pararon en la acera.

– Localizar un único hombre en las calles de Londres puede no ser fácil. -Charles miró a Tristan-. Localizar a un muerto no es tan difícil.

– No, así es. -La expresión de Tristan se había endurecido-. Yo iré a las comisarías.

– Y yo a los hospitales. ¿Nos encontramos en el club más tarde?

Tristan asintió. Luego hizo una mueca.

– Acabo de recordar…

Charles lo miró, luego se rió.

– Acabas de recordar que anunciaste tu compromiso… ¡Claro! Ya no hay tranquilidad para ti, no hasta que estés casado.

– Lo que me convierte en más decidido aún a encontrar a Martinbury a toda velocidad. Mandaré un aviso a Gasthorpe si descubro algo.

– Yo haré lo mismo. -Con un saludo con la cabeza, Charles empezó a descender por la calle.

Tristan lo vio marcharse, luego maldijo, giró sobre los talones, y se dirigió a zancadas en la dirección opuesta.

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