CAPÍTULO 17

El día se escapaba, azotado a lo lejos por grises chubascos, mientras Tristan subía las escaleras del Número 14 pidiendo ver a Leonora. Castor lo dirigió a la sala; despidiendo al mayordomo, abrió la puerta de la sala y entró.

Leonora no lo escuchó. Estaba sentada sobre la tumbona, de cara a la ventana, mirando a los arbustos del jardín que se doblaban ante el viento bramador. Al lado de ella, un fuego quemaba intensamente en la chimenea, crujiendo y escupiendo chispas con alegría. Henrietta se colocó estirada ante las llamas, disfrutando de su calor.

La escena era confortable, de calor acogedor de un modo que no tenía nada que ver con la temperatura, era sutilmente confortable para el corazón.

Él dio un paso, dejando caer el tacón pesadamente.

Al escucharlo, ella se giró… al verlo su cara se iluminó. No sólo con expectativa, no sólo con entusiasmo por escuchar de lo que él se había enterado, sino con una abierta bienvenida, como si una parte de ella hubiese regresado.

Al acercarse, ella se levantó ofreciendo las manos. Él las tomó, levantó primero una, después llevó la otra a sus labios, luego la atrajo más cerca de él y dobló su cabeza. Tomando su boca en un beso y luchando para mantenerse dentro de los límites, dejó saborearla a sus sentidos, luego los frenó.

Cuando él levantó su cabeza, ella le sonrió; sus miradas fijas emocionadas, sostenidas durante un momento, después ella se hundió en la tumbona.

Él se agachó para acariciar a Henrietta.

Leonora lo observó, luego dijo,

– Ahora, antes que me digas algo más, explícame cómo Mountford entró en el Número 16 anoche. Dijiste que no había ninguna cerradura forzada, y Castor me dijo algún cuento acerca de ti preguntando por un inspector del alcantarillado. ¿Tiene que ver él con algo, o él era Mountford?

Tristan la recorrió con la mirada e inclinó la cabeza.

– Concuerda con la descripción de Daisy. Parece que se hizo pasar por un inspector y habló con ella sobre dejarle inspeccionar la cocina, la bodega y los desagües de la lavandería.

– ¿Y cuando ella no miraba, imprimió una copia de la llave?

– Eso parece lo más probable. Ningún inspector llamó aquí o al Número 12.

Ella frunció el ceño.

– Es muy… calculador.

– Es inteligente. -Después de estudiar un momento su rostro, Tristan dijo -Añadiendo algo más a esto, debe estar más y más desesperado. Me gustaría que tuvieras eso en cuenta.

Ella lo miró, luego rió de modo tranquilizador.

– Por supuesto.

La mirada que él le lanzó mientras se elevaba de sus pies, era más de resignación que de tranquilidad.

– Vi la señal fuera del Número 16. Eso fue rápido. -Ella dejó mostrar su aprobación en la cara.

– Ciertamente. Le he dejado ese asuento a un caballero de nombre Deverell. Es el Vizconde Paington.

Ella amplió los ojos.

– ¿Tienes algún otro socio que… te esté ayudando?

Hundiendo las manos en los bolsillos y con el fuego calentando sobre su espalda, Tristan miró a su cara, a unos ojos que reflejaban una inteligencia que él sabía era mejor no subestimar.

– Como sabes, tengo un pequeño ejército que trabaja para mí. A la mayor parte de ellos nunca los conocerás, pero hay uno que me ayuda activamente, otro copropietario del Número 12.

– ¿Como Deverell? -preguntó ella.

Asintió.

– El otro caballero es Charles St. Austell, Conde de Lostwithiel.

– ¿Lostwithiel? -Ella frunció el ceño. -Escuché algo sobre que los dos últimos condes murieron en trágicas circunstancias…

– Eran sus hermanos. Él era el tercer hijo y ahora es el conde.

– Ah. ¿Y con qué te está ayudando?

Le explicó sobre la reunión que habían esperado tener con Martinbury, y su decepción. Ella lo escuchó en silencio hasta el final, mirándolo a la cara. Cuando hizo una pausa, después de la explicación del acuerdo que habían hecho con el amigo de Martinbury, ella dijo:

– Piensas que le han hecho alguna jugada.

No era una pregunta. Con sus ojos sobre los de ella, el asintió.

– Todo lo que me fue reportado de York, todo lo que su amigo Carter dijo de él, pinta a Martinbury como un hombre concienzudo, confiable, honesto, no uno que falta a una cita que había tenido cuidado de confirmar. -De nuevo vaciló, preguntándose cuánto debía decirle, luego apartó su renuencia.

– He comenzado a preguntar en las comisarías sobre las muertes de las que se ha informado, y Charles comprobará en los hospitales en caso de que haya sido llevado vivo y luego haya muerto.

– Todavía podría estar vivo, quizás gravemente herido, pero sin amigos o conexiones en Londres…

Él consideró esa opción, entonces hizo una mueca.

– Cierto, voy a encargar a otros que lo verifiquen. Sin embargo, teniendo en cuenta el tiempo que ha pasado sin ninguna noticia de él, tenemos que comprobar a los muertos. Lamentablemente éste no es el tipo de búsqueda que cualquier persona, excepto Charles y yo, o alguien como nosotros, puede hacer. -Encontró su mirada fija-. Miembros de la nobleza, especialmente con nuestros antecedentes, pueden conseguir respuestas, exigir ver informes y registros que otros simplemente no pueden.

– Me he dado cuenta. -Ella se recostó, considerándolo-. Entonces estarás ocupado durante días. Hoy lo pasé con las criadas, buscando en cada rincón y hendidura del taller de Cedric. Encontramos varios restos y notas que están ahora en la biblioteca con Humphrey y Jeremy. Todavía estudian cuidadosamente los diarios. Humphrey está cada vez más seguro de que debería haber más. Él piensa que hay secciones, pedazos de notas perdidas. No arrancadas sino escritas en algún otro lugar.

– Hmm. -Tristan frotó ligeramente la cabeza de Henrietta con su bota. Después miró a Leonora-. ¿Y qué hay del dormitorio de Cedric? ¿Has buscado ya allí?

– Mañana. Las criadas me ayudarán, estaremos cinco de nosotras. Si hay alguna cosa allí, te aseguro que la encontraremos.

Él cabeceó, recorriendo mentalmente la lista de asuntos que tenía deseos de discutir con ella.

– Ah, sí, -se concentró sobre su cara, atrapando su mirada-. Puse el aviso acostumbrado en la Gazette anunciando nuestro compromiso. Estaba en la edición de esta mañana.

Un cambio sutil floreció en el rostro de ella, una expresión que él no podía situar -¿divertida resignación?- investida en los ojos azules.

– Me preguntaba cuándo ibas a mencionar eso.

Repentinamente, él no estaba seguro del suelo bajo sus pies. Se encogió, sus ojos aún sobre los de ella.

– Es lo normal. Lo que se espera,

– Ciertamente, podías haber pensado en prevenirme, de esta manera cuando mis tías descendieron en un remolino de felicitaciones apenas diez minutos antes de las primeras dos buenas docenas de personas, todas deseando felicitarme, no habría sido cogida como un ciervo a la vista de un cazador.

Él sostuvo su mirada fija; por un momento, el silencio reinó. Entonces hizo una mueca de dolor.

– Mis disculpas. Con la muerte de la Srta. Timmins y todo lo demás, se me fue de la cabeza.

Ella lo consideró, entonces inclinó la cabeza, sus labios no estaban completamente rectos.

– Disculpa aceptada. Sin embargo, ¿te das cuenta de que, ahora que la noticia se conoce, necesitamos realizar las apariciones obligadas?

La miró fijamente.

– ¿Qué apariciones?

– Las apariciones necesarias que se supone que hacen una pareja de prometidos. Por ejemplo esta noche, todos esperarán que asistamos a la velada de Lady Hartington.

– ¿Por qué?

– Porque es el mayor acontecimiento de esta noche, y así pueden felicitarnos, analizarnos, disecarnos, asegurarse ellos mismos que será un buen emparejamiento, y cosas por el estilo.

– ¿Y es obligatorio?

Ella asintió.

– ¿Por qué?

Ella no entendió mal.

– Porque si no les damos la oportunidad, eso fijará la atención hacia nosotros de forma no requerida y bastante indeseada. No tendremos paz en ningún momento. Nos visitarán constantemente y no exactamente dentro de las horas convencionales; si están en la vecindad conducirán por delante de casa y mirarán con atención fuera de sus carruajes. Encontrarás un par de muchachas riendo tontamente en la acera cada vez que pases, fuera de sus casas, o al lado de la puerta del club. Y no te atreverás a aparecer en el parque o en la calle Bond.

Ella lo miró directa y fijamente.

– ¿Eso es lo que quieres?

Él le leyó los ojos, confirmando que hablaba en serio. Se estremeció.

– ¡Buen Señor! -Suspiró-. Está bien. Lady Hantington. ¿Te veré allí o debo venir a buscarte en mi carruaje?

– Lo más apropiado sería que nos escoltaras a mis tías y a mí. Mildred y Gertie estarán aquí a las ocho. Si llegas un poco después puedes acompañarnos allá en el carruaje de Mildred.

Se encogió de hombros pero asintió bruscamente. No se sometía bien las órdenes, pero en este círculo… esa era una razón por la que la necesitaba. Él se preocupaba muy poco por la sociedad, sabía suficiente y demasiado poco de éstas enredadas costumbres para sentirse totalmente cómodo en ese ambiente. De todas maneras, tenía toda la intención de pasar tan poco tiempo como le fuera posible, dado su titulo, su posición, si una vida tranquila era su objetivo, nunca lo lograría hasta hacerse examinar por los sagrados ritos de las damas.

Como dar su opinión sobre las nuevas parejas comprometidas.

Se concentró sobre el rostro de Leonora.

– ¿Cuánto tiempo tenemos para complacer el salaz interés?

Ella retorció los labios.

– Por lo menos una semana.

Él frunció el ceño, literalmente gruñó.

– A menos que intervenga algún escándalo, o a menos que… -mantuvo su mirada fija en él.

Él reflexionó, entonces, tranquilo como el mar, la incitó:

– ¿A menos que qué?

– A menos que tengamos alguna excusa seria, como la activa participación en capturar un ladrón.


Tristan dejó el Número 14 media hora más tarde, resignado a asistir a la velada. Dada las acciones cada vez más aventuradas de Mountford, dudó que tuvieran que esperar largo tiempo antes de que éste hiciera su próximo movimiento y metiera un pie en su trampa. Y entonces…

Con algo de suerte ya no tendría que asistir a todos esos eventos de la sociedad, por lo menos no como un hombre soltero.

La idea lo llenó de una malhumorada determinación.

Caminó con resueltas zancadas hacia adelante, planeando mentalmente el día de mañana y cómo extendería la búsqueda de Martinbury. Había girado en la calle Green y estaba cerca de la puerta del frente cuando escuchó que lo llamaban.

Deteniéndose y dándose la vuelta, vio a Deverell descender de un carruaje. Esperó a que Deverell pagara al cochero, entonces se reunió con él.

– ¿Puedo ofrecerte una bebida?

– Gracias.

Esperaron hasta estar cómodos en la biblioteca, y Havers se hubo marchado, antes de empezar a hablar sobre negocios.

– Me han hecho una oferta. -Deverell replicó en respuesta al gesto que hiciese Tristan. -Y juraría que es la comadreja que me advertiste, entró casi a escondidas justo cuando yo estaba a punto de salir. Había estado vigilando cerca de dos horas. Estoy utilizando una pequeña oficina que es parte de una propiedad que me pertenece en la calle Sloane. Estaba vacía y disponible, y en el lugar correcto.

– ¿Qué fue lo que dijo?

– Quería detalles para su amo de la casa Número 16. Comenté lo usual, las comodidades, etcétera, y el precio. -Deverell sonrió. -Él me dio la esperanza de que su amo estaría interesado.

– ¿Y?

– Le expliqué cómo la propiedad llegó a estar en alquiler, y debido a esas circunstancias tenía que advertir a su amo que la casa estaría disponible sólo unos pocos meses, ya que el dueño podría decidir venderla.

– ¿Y no se desanimó?

– En lo más mínimo. Me aseguró que su amo estaba interesado en un alquiler corto, y no quería saber qué había sucedido con el último dueño.

Tristan sonrió, lobuno, inexorable.

– Suena como nuestra presa.

– Así es. Pero no creo que Mountford aparezca. La comadreja me pidió una copia del contrato de arrendamiento y se lo llevó con él. Dijo que su amo deseaba estudiarlo. Si Mountford firma y lo envía con el primer mes de renta, ¿qué agente de casas se quejaría por tonterías?

Tristan asintió; sus ojos se estrecharon.

– Vamos a dejar que el juego siga su curso, pero sin duda, suena prometedor.

Deverell se quitó las gafas.

– Con suerte, lo tendremos en unos días.


La noche de Tristan empezó mal y se desarrolló progresivamente peor.

Llegó temprano a Montrose; estaba parado en el pasillo cuando Leonora bajó por las escaleras. Giró, miró y se congeló; era una visión envuelta en un vestido azul oscuro de muaré, sus hombros y cuello se alzaban como una fina porcelana desde su profundo escote, el brillante cabello, levantado en un moño en su cabeza, le quitaba el aliento. Un chal de gasa ocultaba y revelaba sus brazos y hombros, cambiando y deslizándose sobre sus esbeltas curvas; las palmas le hormiguearon.

Entonces ella lo vio, encontrando sus ojos le sonrió.

La sangre drenó de su cabeza, dejándole mareado.

Cruzó el pasillo hacia él, el brillante tono azul de sus ojos iluminados por esa expresión de bienvenida que parecía guardar sólo para él. Ella le ofreció sus manos.

– Mildred y Gertie estarán aquí en cualquier momento.

Una conmoción en la puerta resultaron ser ellas; su llegada lo salvó de tener que formular alguna respuesta inteligente. Sus tías rebosaban de innumerables felicitaciones e instrucciones sociales Él asintió, tratando de engañar a todas ellas, intentando difícilmente orientarse a sí mismo en este campo de batalla, a la vez consciente de Leonora y de que, muy pronto, iba a ser toda suya.

El premio definitivamente valía la batalla.

Las escoltó hasta el carruaje. La casa de Lady Harrington no estaba lejos. Su señoría, por supuesto, estaba más que encantada de recibirlos. Exclamaba, gorgojando, borboteando maliciosamente preguntas acerca de los planes de su boda. Impasible al lado de Leonora, Tristan escuchaba con calma mientras ella desviaba todas las preguntas de su señoría sin responder a ninguna de ellas. Por la de expresión de su señoría, las respuestas de Leonora eran perfectamente aceptables. Aquello era un completo misterio para él.

Luego Gertie intervino y puso fin a la inquisición. Ante un codazo de Leonora, se la llevó de allí. Como de costumbre, se le preparó una silla al lado de la pared.

Ella hundió los dedos en su brazo.

– No. No estamos en el mejor sitio. Esta noche nos serviría mejor estar en el centro del escenario.

Rápidamente, lo dirigió a una posición casi en el centro del gran salón. Interiormente él frunció el ceño, vaciló, luego condescendió; sus instintos crispados -el lugar estaba tan abierto, que serían fácilmente flanqueados, incluso rodeados…

Él tuvo que confiar en su juicio; en este teatro, su conocimiento estaba subdesarrollado. Pero aún así ser dirigido por otro, no podía aceptarlo tan fácilmente.

Como era de prever, fueron rápidamente rodeados de señoras jóvenes y ancianas que querían expresar sus felicitaciones y escuchar noticias. Algunas fueron simpáticas y agradables, inocentes de astucia, damas con quienes él desplegó su encanto. Otras lo hacían retroceder; después de uno de esos encuentros, cortado por Mildred quien interrumpió e hizo retroceder de todas las formas excepto físicamente a la vieja arpía, Leonora le miró de reojo, a escondidas su codo lo pinchó en las costillas.

La miró frunciendo el ceño. Ella sonrió serenamente.

– Deja de parecer tan sombrío.

Dándose cuenta que su máscara se había resbalado, rápidamente reinstaló su fachada encantadora. Mientras tanto, sotto voce, le informó,

– Esa mujer tan desagradable me hizo tener ganas de matar algo, ser sombrío fue una respuesta suave. -Encontró sus ojos-. No sé cómo puedes estar de pie junto a ella, son tan evidentemente insinceros, y no tratan de ocultarlo.

Su sonrisa fue de comprensión mutua y burla; brevemente ella se inclinó más pesadamente en su brazo.

– Te acostumbras a esto. Cuando se vuelvan difíciles, simplemente no dejes que te moleste, y recuerda que lo que ellos buscan es una reacción, niégales eso, y has ganado el intercambio.

Podía entender lo que ella quería decir, intentó seguir esa línea, pero la situación en sí misma desgastaba su temperamento. Los pasados diez años, había evitado cualquier situación que centrara la atención en él; estar parado allí, en una recepción, ser el blanco de todas las miradas y por lo menos la mitad de las conversaciones, estaba directamente en contra de lo que se había convertido en un hábito arraigado.

La noche se terminaba, demasiado despacio para él; el número de damas y caballeros esperando hablar con ellos no menguaba perceptiblemente. Él continuaba sintiéndose desequilibrado, expuesto. Fuera de su zona de confianza en relación con algunos especímenes más peligrosos.

Leonora se cuidaba de ellos con una seguridad que él admiraba. Justo la cantidad exacta de altivez, la cantidad exacta de confianza. Gracias a Dios que la había encontrado.

Ethelreda y Edith se acercaron; saludaron a Leonora como si fuera un miembro de la familia, y ella respondió amablemente. Mildred y Gertie juntaron los dedos; él vio a Edith hacer una breve pregunta, la cual Gertie contestó con una breve palabra y un resoplido. Entonces intercambiaron miradas entre las viejas damas, seguido por risas de complicidad.

Pasando delante de ellos, Ethelreda le dio un golpecito en el brazo.

– Anímate, querido chico. Ahora estamos aquí.

Ella y Edith se movieron, pero únicamente hasta el lado de Leonora. En los siguientes quince minutos, sus otras primas Millicent, Flora, Constance, y Helen también llegaron. Como Ethelreda y Edith, saludaron a Leonora, intercambiaron cumplidos con Mildred y Gertie y después se unieron a Ethelreda y Edith en una reunión relajada alrededor de Leonora.

Y las cosas cambiaron.

La multitud en el salón había crecido en proporciones incómodas, había aún más personas revoloteando, esperando para hablar con ellos. Fue agotador, y a él nunca le había gustado estar rodeado. Leonora continuaba saludando a aquellos que se desplegaban delante, presentándolo, manejando hábilmente la situación. Pero si cualquier dama mostraba una tendencia a la maldad o frialdad, o simplemente el deseo de monopolizar, tanto Mildred como Gertie o una de sus primas daban un paso, y con rapidez hacían observaciones aparentemente intrascendentes, apartando a tales personas.

En poco tiempo, su opinión sobre sus encantadoras viejecitas fue destrozada y reformada; incluso la reservada Flora daba muestras de una notable determinación en distraer y quitar a una persistente mujer. Gertie, también, no dudó en fijarse como un mástil a su lado.

El cambio de roles le mantuvo fuera de línea; en esta arena, ellas eran las protectoras, seguras y efectivas, él era el que necesitaba la protección de ellas.

Parte de esa protección era impedir su reacción a aquellos que veían su compromiso con Leonora una pérdida para ambos, quienes lo miraban como si de alguna forma ella le hubiera tendido una trampa, cuando la verdad era exactamente al contrario. Francamente no había pensado realmente cuán fuerte y poderosa era la competición femenina en el mercado del matrimonio, o que el ostensible éxito de Leonora al capturarlo la situaría en el foco de los envidiosos.

Ahora había abierto los ojos

Lady Harrington había elegido animar la velada con una ronda de bailes. Mientras los músicos se colocaban, Gertie se volvió hacia él.

– Agarra la oportunidad mientras puedas. -Le hundió el dedo en el brazo-. Tendrás que soportar otra hora o más antes de que nos podamos retirar.

No esperó; alcanzó la mano de Leonora, sonrió cautivadoramente y se excusó ante las dos damas con quienes habían estado conversando. Constance y Millicent intervinieron, cubriendo suavemente la ausencia de Leonora y él.

Leonora suspiró y se metió en sus brazos con verdadero alivio.

– Qué agotador. No pensé que sería tan mala idea, no al inicio del año.

Girando a través del salón, encontró su mirada.

– ¿Quieres decir que podría ser peor?

Lo miró a los ojos y sonrió.

– No todos están en la ciudad aún.

No dijo más; él estudió su cara mientras giraban, cambió de dirección y retrocedió al principio del salón. Ella parecía haberse relajado, sus sentidos entregados al vals. Él siguió su ejemplo.

Y encontró un cierto grado de bienestar. De serena tranquilidad con la sensación de ella en sus brazos, realmente suya bajo sus manos, el contacto de sus muslos mientras daban vueltas, la armonía que fluía de sus cuerpos moviéndose con la música, armonizados. Juntos.

Cuando la música finalmente acabó, se encontraban al otro lado del salón. Sin preguntar, él colocó su mano en su manga y la guió de regreso a donde sus defensoras esperaban, una pequeña isla de relativa seguridad.

Ella le miró de reojo, con la sonrisa en los labios y la comprensión en su mirada.

– ¿Cómo lo llevas?

Él la recorrió con la mirada.

– Me siento como un general rodeado por un grupo de guardianes personales bien preparados, con iniciativa y experiencia. -Inspiró, mirando hacia donde se encontraba esperando el grupo de dulces ancianas-. El hecho de que sean mujeres es ligeramente inquietante, pero tengo que admitir que estoy humildemente agradecido.

Una risa, satisfecha, le respondió.

– De hecho, debes estarlo.

– Créeme, -murmuró como si estuvieran cerca de ellas, -conozco mis limitaciones. Esto es un teatro femenino dominado por estrategias femeninas, demasiado complicado para que cualquier varón llegue a comprender algo.

Ella le lanzó una mirada sonriente, una completamente privada, después reasumieron sus personajes públicos y continuaron tratando con la pequeña horda que esperaba para felicitarlos.

La noche, de forma predecible pero en su mente lamentable, finalizó sin poder permitirles tener una oportunidad de apagar la necesidad física que había florecido en ambos, alimentada por el cercano contacto, por la promesa del vals, por su inevitable reacción a los momentos menos civilizados de la noche.

Mía.

Esa palabra aún sonaba en su cabeza… aguijoneaba sus instintos cada vez que ella estaba cerca, especialmente cada vez que otros no parecían comprender ese hecho.

No una respuesta civilizada sino una primitiva. Lo sabía y no le importó.


A la mañana siguiente, inquieto y frustrado, abandonó la Calle Green, y se lanzó a la búsqueda de Martinbury. Todos ellos estaban convencidos de que el objeto de la búsqueda de Mountford era algo enterrado en los papeles de Cedric; A.J. Carruthers había sido el confidente más cercano de Cedric, Martinbury era sin lugar a dudas el heredero a quien Carruthers había confiado sus secretos, y Martinbury había desapareció inesperadamente.

Localizar a Martinbury o descubrir lo que pudieran de su destino, parecía la ruta más probable de conocer el objetivo de Mountford y tratar con su amenaza.

La manera más rápida para finalizar el negocio y así él y Leonora poder casarse.

Pero entrar en los lugares de custodia de la policía, ganar la confianza de los hombres, acceder a documentos en búsqueda de los recientemente fallecidos, tomó tiempo. Había comenzado con las comisarías más cercanas a la casa de postas donde Martinbury había llegado. Cuando, en el carruaje fue con estruendo a casa al atardecer, sin haber adelantado nada, se preguntó si no sería una falsa suposición. Martinbury podía haber estado en Londres algunos días antes de desaparecer.

Entró en la casa para descubrir a Charles esperando en la biblioteca para informarle.

– Nada. -Dijo Charles tan pronto como cerró la puerta. Sentado en uno de los sillones de la casa, giró para mirarle-. ¿Y tú?

Tristan hizo una mueca.

– La misma historia. -Tomó la jarra del aparador y llenó una copa, luego cruzó para llenar la copa de Charles antes de hundirse en el otro sillón. Frunció el ceño ante el fuego.-¿Qué hospitales has revisado?

Charles le dijo los hospitales y hospicios cercanos a la posada donde los coches del correo terminaban.

Tristan asintió.

– Necesitamos movernos rápido y ampliar nuestra búsqueda. -Explicó su razonamiento.

Charles asintió con la cabeza en señal de acuerdo

– La cuestión es, incluso con Deverell ayudando, ¿cómo extendemos la búsqueda y al mismo tiempo vamos más rápidos?

Tristan sorbió, luego bajó su vaso.

– Asumiremos un riesgo calculado y estrecharemos el campo. Leonora mencionó que Martinbury puede estar con vida, pero si estuviera herido, sin amigos o parientes en la ciudad, fácilmente puede estar postrado en la cama de algún hospital.

Charles hizo una mueca.

– Pobre desgraciado.

– Así es. En realidad, esa hipótesis es la única que puede ayudar a avanzar nuestra misión rápidamente. Si Martinbury está muerto, entonces es poco probable que quién quiera que lo hiciera hubiera dejado papeles útiles, que nos indicaran la dirección correcta.

– Cierto.

Tristan sorbió otra vez, luego dijo,

– Mi gente está dando vueltas por los hospitales en busca de algún caballero que aún esté vivo y encaje con la descripción de Martinbury. No necesitan nuestra autorización para hacer eso.

Charles asintió.

– Yo haré lo mismo, estoy seguro de que Deverell también…

El sonido de una voz masculina fuera del pasillo les alcanzó. Ambos miraron a la puerta.

– Hablando del Diablo… -dijo Charles.

La puerta se abrió. Deverell entró.

Tristan se levantó y le sirvió un brandy. Deverell se acomodó elegantemente encima de la silla. En contraste con sus sobrias expresiones, sus ojos verdes estaban iluminados. Los saludó con su copa.

– Traigo noticias.

– ¿Noticias positivas? -preguntó Charles.

– El único tipo que un hombre sabio trae. -Deverell se detuvo a sorber su brandy; bajando su vaso, sonrió-. Mountford mordió el cebo.

– ¿Alquiló la casa?

– La comadreja trajo el contrato de arrendamiento de vuelta esta mañana con el primer mes de renta. Un tal señor Caterham ha firmado el contrato de arrendamiento y planea la mudanza inmediatamente. -Deverell se detuvo, frunciendo el ceño-. Entregué las llaves y ofrecí mostrarles la propiedad, pero la comadreja, que se hace llamar Cummings, declinó. Dijo que su amo era un solitario e insistió en una total privacidad.

El ceño de Deverell creció.

– Pensé en seguir a la comadreja a su agujero, pero decidí que el riesgo de asustarlos era muy alto. -Miró a Tristan-. Dado que Mountford, o quien quiera que sea él, parece determinado a ir a la casa inmediatamente, dejarle perseguir ese objetivo y hacerle caer en nuestra trampa lo más pronto posible parece ser la ruta más sabia.

Ambos, Tristan y Charles asintieron.

– ¡Excelente! -Tristan miró el fuego, su mirada distante-. Así que le tenemos, sabemos donde está. Continuaremos tratando de resolver el acertijo acerca de lo que está buscando, pero incluso si no tenemos éxito estaremos esperando su próximo movimiento. Esperando a que se descubra a sí mismo.

– ¡Por el éxito! -dijo Charles.

Los demás se hicieron eco de sus palabras, luego chocaron sus copas.

Después de acompañar a Charles y Deverell a la puerta, Tristan se dirigió a su estudio. Pasando los arcos de la sala escuchó la usual babel de ancianas voces femeninas y echó un vistazo.

Se detuvo en el salón. Apenas podía creer en sus ojos.

Sus tías habían llegado, junto con -contó cabezas- las otras seis residentes pensionadas de la Mansión Mailingham. Sus catorce queridas viejecitas estaban ahora reunidas bajo el techo de la calle Green, dispersándose en la sala, con las cabezas juntas… tramando.

La intranquilidad lo invadió.

Hortense echó un vistazo y le vio.

– ¡Ahí estas, muchacho! Maravillosas noticias acerca de ti y la Srta. Carling. -Golpeó el brazo de su silla-. Tal como todas habíamos esperado.

Aminoró sus pasos. Hermione aleteó su mano ante él.

– De hecho, querido. ¡Estamos insuperablemente complacidas!

Inclinándose sobre sus manos, él aceptó esas y las demás murmuradas expresiones de placer con gentileza.

– Gracias.

– ¡Bien! -Hermione giró para mirarlo-. Espero que no pienses que hemos asumido más de la cuenta, pero hemos organizado una cena familiar esta noche. Ethelreda ha hablado con la familia de la Srta. Carling, Lady Warsingham y su esposo, la Srta. Carling mayor, Sir Humphrey y Jeremy Carling y todos ellos están de acuerdo, así como la Srta. Carling, por supuesto. Dado que somos muchos, y algunos de nosotros estamos envejeciendo, y como el curso apropiado sería conocer a la Srta. Carling y a su familia formalmente en una cena semejante, deseamos que tú, también, estuvieras de acuerdo en celebrarla esta noche.

Hortense resopló.

– Aparte de todo, estamos demasiado fatigadas después de viajar en coche esta tarde para aguantar una excursión a otro entretenimiento.

– Y cariño, -explicó Millicent, -debemos de recordar que la Srta. Carling, Sir Humphrey y el joven señor Carling tuvieron que asistir a un entierro esta mañana. ¿Una vecina, entiendo?

– Cierto. -Una visión cruzó por la mente de Tristan, de una confortable aunque gran cena, pero mucho menos formal de lo que podía ser imaginada, conocía a sus tías y a sus acompañantes muy bien… Miró alrededor, encontrándose con sus brillantes, transparentes y esperanzadas miradas-.¿Asumo que sugerís que esta cena estaría bien en lugar de una aparición en alguna fiesta esta noche?

Hortense arrugó la cara.

– Bueno, si realmente deseas asistir alguna velada u otra cosa.

– No, no. -El alivio que fluyo en él fue muy real; sonrió, luchando por mantener su regocijo dentro de los límites-. No veo razón en absoluto de que vuestra cena no pueda seguir adelante, exactamente como lo habéis planeado. De hecho, -Su mascara se deslizó; dejando brillar la gratitud a través de su rostro-. estaré agradecido por cualquier excusa para evitar a la nobleza esta noche. -Se inclinó hacia sus tías, con un gesto su mirada se extendió hacia las demás, desplegando su encanto a su máximo efecto-. Gracias.

Las palabras fueron de todo corazón.

Todas sonrieron, encantadas de haber sido útiles.

– No pensarás que nos apasiona la multitud que anda de aquí para allá, -opinó Hortense sonriendo burlonamente-.Si llegáramos a eso no seríamos nosotras.

Pudo haberlas besado. Conociendo cuán nerviosas estarían la mayoría de ellas, se complació en vestirse con un cuidado extra, estando en el salón para saludar a los que entraban, inclinándose sobre sus manos, comentando acerca de sus trajes, peinados, y joyas, desplegando para ellos un irresistible encanto que él sabía muy bien cómo utilizar pero que raramente ejecutaba sin un objetivo en mente.

Esta noche, su meta era simplemente retribuirles su bondad, su consideración.

Nunca había estado tan agradecido al escuchar sobre una cena familiar en su vida.

Mientras esperaban en el salón a sus invitados, parado ante la repisa de la chimenea pensó en lo incongruente que parecería su reunión, el único hombre rodeado por catorce mujeres mayores. Pero ellas eran su familia; él, en verdad, se sentía más cómodo rodeado por ellas y su amable conversación, que en el brillante, más excitante pero también más malicioso mundo de la aristocracia. Ellas y él compartían algo, una conexión intangible de lugar y personas que se extendían por encima del tiempo.

Y dentro de esto, Leonora llegaría a su destino y encajaría.

Havers entró para anunciar a Lord y Lady Warsingham y a la señorita Carling, Gertie. Tocándole los talones, Sir Humphrey, Leonora y Jeremy llegaron.

Cualquier pensamiento de que tendría que actuar como un anfitrión formal se evaporó en minutos. Sir Humphrey fue abordado por Etherelda y Constante, Jeremy por otro grupo, mientras Lord y Lady Warsingham fueron tratados con el encanto Wemyss, procurado por Hermione y Hortense. Gertie y Millicent, quienes se conocieron la noche anterior, estaban juntas.

Después de intercambiar algunas palabras con las encantadoras viejecitas, Leonora se le unió. Ella le dio su mano, su sonrisa especial -la que reservaba sólo para él- se formó en sus labios.

– Debo decir que estuve extremadamente contenta por la sugerencia de tus tías abuelas. Después de asistir al funeral de la señorita Timmins esta mañana, asistir a la velada de Lady Willoughby esta noche y tratar con, como has descrito, un salaz interés, hubiera probado severamente mi temperamento. -Lo miró, encontrándose con sus ojos-. Y el tuyo.

Él asintió.

– Pese a que no asistí al funeral. ¿Cómo estuvo?

– Tranquilo, pero sincero. Creo que la Srta. Timmins hubiese estado complacida. Henry Timmins compartió el servicio con el párroco local, y la Srta. Timmins estuvo allí también, una mujer agradable.

Un instante después, se volvió hacia él y bajo la voz.

– Encontramos algunos papeles en la habitación de Cedric, escondidos en lo profundo de su cubo de basura. No eran cartas, eran anotaciones parecidas a las del diario, pero lo más importante es que no era la escritura de Cedric, fueron escritas por Carruthers. Humphrey y Jeremy están concentrados en eso ahora. Humphrey dijo que son descripciones de experimentos, similares a los del diario de Cedric, pero aún no hay forma de que tengan sentido, para saber si son o no importantes. Parece que todo lo que hemos descubierto hasta ahora contiene únicamente una parte de lo que sea en lo que estaban trabajando.

– Lo que sugiere más firmemente que existe algún descubrimiento, uno que Cedric y Carruthers pensaron que valía la pena tratar con cuidado.

– Así es. -Leonora buscó su rostro-. En caso de que te estés preguntando, el personal del Número 14 está en alerta, y Castor enviará a Gasthorpe en caso de que algo desagradable ocurra.

– Bien.

– ¿Has sabido algo?

Él comenzó a sentir su mandíbula moverse; tiró nuevamente de su máscara encantadora.

– Nada acerca de Martinbury, pero estamos probando un nuevo rumbo que puede que nos lleve más lejos. Sin embargo, la gran noticia es que Mountford, o quien quiera que sea, ha caído en la trampa. Él, actuando a través de la comadreja, alquiló el Número 16 ayer al anochecer.

Sus ojos se abrieron; ella los mantuvo fijos sobre él.

– Así que han empezado a pasar cosas.

– Efectivamente.

Él se tornó sonriente mientras Constante se les unía. Leonora permaneció a su lado y conversó con las damas mientras llegaban. Éstas le narraron la fiesta de la iglesia, los pequeños cambios rutinarios, así como las variaciones que las estaciones llevaban a la mansión. Le dijeron esto y aquello, recordando pedazos de los primeros años de Tristan, sobre su padre y abuelo.

Ella ocasionalmente le miraba, viendo su firme encanto así como debajo de él. Habiendo conocido a Lady Hermione y Lady Hortense, podía ver de donde lo obtuvo; se preguntó como habría sido su padre.

Aún en este círculo, los modales de Tristan eran más genuinos; mostrando al verdadero hombre, no solamente con sus fortalezas sino también con sus debilidades. Estaba cómodo y relajado; sospechó que él, anteriormente, pudo muy bien haber estado durante años sin bajar la guardia. Incluso ahora, las cadenas del puente estaban oxidadas.

Ella se movía alrededor de la habitación, hablando aquí, hablando allá, siempre consciente de Tristan, de que la estaba mirando mientras ella le miraba a él. Luego Havers anunció la cena, y todos se instalaron, ella tomó el brazo de Tristan.

Él la sentó a su lado en un extremo de la mesa; Lady Hermione estaba en el otro. Ella pronunció un claro discurso expresando su placer sobre la perspectiva de que en poco cedería su silla a Leonora, y pidió un brindis por la pareja comprometida, después fue servido el primer plato. El gentil zumbido de las conversaciones se incrementó rodeando la mesa.

La noche pasó placenteramente, verdaderamente agradable. Las damas salieron del salón, dejando a los caballeros en la mesa. No pasó mucho tiempo antes de que se reunieran con ellas.

Su tío Winston, Lord Warsingham, el esposo de Mildred, se detuvo a su lado.

– Una excelente decisión, querida. -Los ojos de él parpadearon; había estado preocupado por la falta de interés de ella por el matrimonio, pero nunca quiso interferir. -Puede haberte tomado un irrazonable tiempo decidir, pero el resultado es lo que importa, ¿eh?

Sonrió, inclinando la cabeza. Tristan se unió ellos, y ella dirigió la conversación hacia la última obra.

Y continuó, en algún nivel que no estaba muy segura de entender, observando a Tristan. No siempre mantenía sus ojos en él, aunque era plenamente consciente -un acechamiento emocional si tal cosa podría existir, una concentración de los sentidos.

Ella había advertido, una y otra vez, sus dudas momentáneas, discutiendo algo con ella, él lo revisaba, se detenía, lo consideraba y continuaba. Empezó a identificar los patrones que le decían lo que él estaba pensando, cuándo y en qué momento estaba pensando en ella. Las decisiones que estaba tomando.

El hecho de que él no había hecho nada para excluirla de sus activas investigaciones la animaba. Él pudo haber sido más difícil; de hecho, ciertamente ella lo había esperado. En lugar de ello, estaba considerando su camino, acomodándola como podía; lo que reforzó su esperanza de que en el futuro -el futuro al que ambos se comprometieron- se llevarían bien juntos.

De que eran capaces de adaptar las necesidades y naturaleza de ambos.

Sus, tanto necesidades y naturaleza, eran más complejas que las de la mayoría; ella se había dado cuenta tiempo atrás -eso era parte de la atracción que él tenía para ella- que él era diferente de los demás, que la necesitaba en una forma distinta, en un distinto plano.

Dado su peligroso pasado, estaba poco dispuesto a excluir a las mujeres, e infinitamente más dispuesto a usarlas. Ella lo sintió desde el principio, que era menos propenso que sus aventureros amigos a mimar a las mujeres; ahora lo conocía lo suficientemente bien para adivinar que para perseguir su deber él tenía que ser fríamente despiadado. Era esa parte de su naturaleza lo que le permitió a ella llegar a involucrarse en sus investigaciones con una mínima resistencia.

Sin embargo, con ella, ese lado más pragmático se encontró en conflicto directo con algo más profundo. Con impulsos más primitivos, algo la necesidad de mantenerla siempre protegida, guardada de todo mal.

Repetidas veces ese conflicto oscureció sus ojos. Su mandíbula se endurecía, echándole brevemente un vistazo, vacilando, dejando después los asuntos como estaban.

Ajustes. Él por ella, ella por él.

Estaban conectados, gradualmente aprendiendo la manera en la cual sus vidas se enlazarían. Aún así ese choque fundamental permanecía, sospechaba que siempre lo haría.

Ella tendría que soportarlo, ajustarse. Aceptar pero no reaccionar a sus instintos reprimidos, aunque presentes, criterios y suspicacias. No creyó que él hubiera puesto esto último en palabras, ni siquiera a sí mismo, aún así ellos permanecían, bajo todas sus fortalezas y debilidades, ella lo llevaría adelante. Se lo había dicho, había admitido claramente que no aceptaba ayuda fácilmente, que no podría confiar fácilmente en él o en cualquier persona en las cosas que eran importantes para ella.

Lógicamente, conscientemente, él creyó en su decisión de creer él, en aceptarlo en el círculo más íntimo de su vida. En lo profundo, en un nivel instintivo, él se mantenía observando signos de que ella olvidaba.

Por cualquier señal de que ella lo estuviera excluyendo.

Lo había lastimado una vez precisamente de esa forma. No lo volvería a hacer otra vez, pero sólo el tiempo le enseñaría eso a él.

Su regalo a ella había sido, desde un principio, el de aceptarla como era. El regalo de ella sería aceptar todo lo que él era y darle tiempo para disipar sus sospechas.

Para aprender a confiar en ella como ella lo hizo con él.

Jeremy se unió a ellos; su tío aprovechó el momento para conversar con Tristan.

– Bueno, hermana. -Jeremy echó un vistazo alrededor de los invitados-. Puedo verte aquí, con todas estas damas, organizándolas y manteniendo fácilmente toda la casa. -Él le sonrió, luego se tornó más serio-. Ellas te ganan, nosotros te perdemos.

Ella sonrió, puso su mano en su brazo y le apretó.

– Aún no te he dejado.

Jeremy levantó su mirada hacia Tristan, más allá de ella. Con una media sonrisa mientras miraba tras de ella.

– Creo que te darás cuenta que ya lo has hecho.

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