CAPÍTULO 20

– ¡Lo siento tanto! -Leonora sacó a Humphrey del armario-. Las cosas… simplemente ocurrieron.

Jeremy siguió a Humphrey hacia fuera, apartando una fregona de una patada. La miró con el ceño fruncido.

– ¡Esa fue la pieza de interpretación más desesperada que alguna vez he presenciado y esa daga estaba afilada, por el cielo!

Leonora le miró a los ojos y rápidamente le abrazó.

– De todas formas funcionó. Eso es lo importante.

Jeremy se encogió y miró la puerta cerrada de la biblioteca.

– Está bien. No quisimos golpear la puerta del armario y atraer la atención hacia nosotros, no sabía si distraería a alguien en el momento menos oportuno. -Miró a Tristan-. ¿Lo atrapaste?

– Efectivamente. -Tristan señaló hacia la puerta de la biblioteca-. Vamos dentro. Estoy seguro de que St. Austell y Deverell le habrán dejado claro cuál es la situación en este momento.

La escena que se encontraron sus ojos cuando registraron la biblioteca sugería que ese era el caso; Duke Mountford estaba sentado en una silla con respaldo en medio de la biblioteca, con la cabeza y los hombros encorvados. Las manos, que colgaban flojas entre sus rodillas, estaban atadas con el cordón de la cortina. También tenía un tobillo amarrado a una pata de la silla.

Charles y Deverell estaban apoyados uno al lado del otro en el borde delantero del escritorio, cruzados de brazos observaban a su prisionero como pensando lo que iban a hacer con él después.

Leonora lo examinó, pero sólo pudo ver un ligero roce en uno de los pómulos de Duke; no obstante, a pesar de la falta de daño exterior, no tenía del todo buen aspecto.

Deverell miraba hacia arriba con la mayor naturalidad. Leonora ayudó a Humphrey a sentarse en su silla. Deverell capturó la mirada de Tristan.

– Sería buena idea que Martinbury oyera esto. -Echó un vistazo alrededor abarcando todos los asientos-. Podríamos traerlo en una butaca.

Tristan asintió.

– ¿Jeremy?

Salieron los tres, dejando a Charles vigilando.

Un minuto más tarde, un profundo ladrido sonó en la parte delantera de la casa, seguido por el sonido del roce de las patas de Henrietta cuando trotaba hacia ellos.

Sorprendida, Leonora miró a Charles.

Él no desvió su mirada fija de Mountford.

– Pensamos que ella podría resultar útil a fin de persuadir a Duke para que se dé cuenta de lo equivocado de sus acciones.

Henrietta ya gruñía cuando apareció en la entrada. Los pelos del cuello se le habían erizado. Fijó sus brillantes ojos color ámbar en Duke. Rígido y congelado, atado a la silla, éste se quedó con la mirada fija y horrorizado se echó para atrás.

El gruñido de Henrietta descendió una octava, bajando la cabeza, avanzó dos amenazantes pasos.

Duke parecía estar a punto de desmayarse.

Leonora chasqueó sus dedos.

– Aquí, chica. Ven aquí.

– Vamos, vieja chica. -Humphrey se golpeó ligeramente un muslo.

Henrietta miró de nuevo a Mountford, luego resopló y deambuló alrededor de Leonora y Humphrey. Después de saludarlos, dio vueltas, finalmente se desplomó entre ellos en un peludo montón. Apoyando su enorme cabeza sobre las patas, fijó una mirada implacablemente hostil en Duke.

Leonora miró a Charles. Parecía satisfecho.

Jeremy reapareció y mantuvo abierta la puerta de la biblioteca; Tristan y Deverell entraron llevando la butaca de la sala, con Jonathon Martinbury recostado en ella.

Duke jadeó. Clavó los ojos en Jonathon. El último vestigio de color desapareció de su cara.

– ¡Dios mío!¿Qué te pasó?

Ningún actor podía haber dado semejante representación. Se había impresionado claramente por la condiciones en las que se encontraba su primo.

Tristan y Deverell colocaron la butaca en el suelo; Jonathon miró a Duke a los ojos fijamente.

– Deduzco que me encontré con algunos amigos tuyos.

Duke tenía mal semblante. Su cara cerúlea lo miraba fijamente, lentamente negó con la cabeza.

– ¿Pero cómo lo supieron? No tenía conocimiento de que estabas en la ciudad.

– Tus amistades son decididas, y tienen los brazos muy largos.

Tristan se dejó caer en la silla que había junto a la de Leonora.

Jeremy cerró la puerta. Deverell había regresado a su posición al lado de Charles. Cruzando el cuarto, Jeremy sacó su silla de detrás del escritorio y se sentó.

– Correcto. -Tristan intercambió miradas con Charles y Deverell, luego miró hacia Duke.

– Está en una posición grave y desesperada. Si tuviera algo de inteligencia, contestaría rápido a las preguntas que le planteemos, directo al grano y honestamente. Y, sobre todo, exactamente. -Hizo una pausa y prosiguió-. No estamos interesados en oír sus excusas o justificaciones, sería aliento perdido. Tan sólo para entender los motivos, ¿cómo comenzó esta trayectoria?

Los ojos oscuros de Duke se posaron sobre la cara de Tristan; desde su sitio al lado de Tristan, Leonora podía leer su expresión. Toda la violenta bravuconería de Duke le había abandonado. La única emoción presente ahora en sus ojos era miedo.

Él tragó.

– Newmarket. Fue en la feria de otoño del año pasado. Antes no tenía tratos con el “cent per cents” * de Londres, pero apareció aquel caballo… Estaba seguro de que gaaría… -Hizo una mueca-. De cualquier manera, conseguí caer profundamente, más profundo de lo que lo haya estado alguna vez. Y esos tiburones tienen matones que actúan como recaudadores. Fui al norte, pero me siguieron. Y entonces conseguí la carta acerca del descubrimiento de A.J.

– Así que viniste a verme -repuso Jonathon.

Duke le recorrió con la mirada, inclinó la cabeza.

– Cuando los recaudadores me alcanzaron unos días más tarde, les conté sobre eso, me hicieron ponerlo todo por escrito y se lo llevaron al “cent per cent”. Pensé que la promesa se mantendría durante algún tiempo… -Recorrió con la mirada a Tristan-Ahí fue cuando las cosas pasaron de malas a infernales.

Tomó aire. Su mirada se fijó en Henrietta.

– El “cent per cent” vendió mis pagarés, basándose en el descubrimiento.

– ¿A un caballero extranjero? -Preguntó Tristan.

Duke asintió con la cabeza.

– Al principio parecía que todo estaba bien. Él, el extranjero, me animó para que me apoderase del descubrimiento. Me dijo que claramente no había ninguna necesidad de incluir a los demás. -Duke se ruborizó-. Jonathon y los Carling no se habían preocupado por el descubrimiento durante todo este tiempo.

– Así pues, usted intentó de diversas maneras entrar en el taller de Cedric Carling, y preguntando a los sirvientes se enteró de que había estado cerrado desde su muerte.

Otra vez Duke inclinó la cabeza.

– ¿A usted no se le ocurrió comprobar los diarios de su tía?

Duke parpadeó.

– No. Quiero decir… bueno, ella era una mujer. Sólo pudo haber ayudado a Carling. La fórmula final tenía que estar en los libros de Carling.

Tristan recorrió con la mirada a Jeremy, quien le devolvió una mirada socarrona.

– Muy bien -continuó Tristan-. Así es que su nuevo patrocinador extranjero le animó para que encontrara esa fórmula.

– Sí. -Duke cambió de posición en la silla-. Al principio, me pareció realmente una broma. Un desafío para ver si podría obtenerla. Incluso estaba dispuesto a financiar la compra de la casa. -Su cara se ensombreció-. Pero las cosas resultaron mal.

– Podemos prescindir de una enumeración que todos conocemos. ¿Puedo suponer que su amigo extranjero se volvió cada vez más y más insistente?

Duke se estremeció. Sus ojos, cuando se encontraron con los de Tristan, se veían angustiados.

– Me ofrecí a encontrar el dinero, readquirir mi deuda, pero él no la tenía. Él quería la fórmula. Estaba dispuesto a darme mucho dinero en cuanto la pudiera conseguir, pero obtenía la maldita cosa o moría. ¡Lo dijo en serio!

La sonrisa de Tristan era fría.

– Los extranjeros de su clase generalmente lo hacen. -Hizo una pausa, luego preguntó- ¿Cuál es su nombre?.

El poco color que había vuelto a la cara Duke se esfumó. Pasó un momento, después se mojó los labios.

– Me dijo que si contaba cualquier cosa acerca de él, me mataría.

Tristan inclinó su cabeza, y dijo suavemente:

– ¿Y qué imagina usted que le ocurrirá si no nos cuenta sobre él?

Duke se quedó con la mirada fija, luego recorrió con la mirada a Charles. Quien la mantuvo.

– ¿No sabe usted cuál es el castigo por traición?.

Pasado un momento, Deverell añadió tranquilamente.

– Eso suponiendo, claro está, que usted esté dispuesto a ir al patíbulo. -Se encogió de hombros-. Con todos los ex soldados que hay en las prisiones estos días…

Con los ojos desorbitados, Duke resolló trabajosamente y miró a Tristan.

– ¡No sabía que fuera traición!

– Me temo que las actividades que usted ha estado realizando, definitivamente pueden calificarse como tal.

Duke estaba atrapado en otro jadeo, luego farfulló -Pero no sé su nombre.

Tristan inclinó la cabeza, asintiendo.

– ¿Cómo contacta con él?

– ¡No lo hago! Estableció al principio que tengo que encontrarme con él en el parque St. James cada tres días e informarle de lo ocurrido.

La próxima reunión tendría lugar al día siguiente.

Tristan, Charles y Deverell retuvieron a Duke durante otra media hora, pero se enteraron de poco más. Evidentemente Duke estaba cooperando; recordando lo nervioso y excitado que había estado antes, ahora Leonora se percataba, sospechaba que Mountford se había dado cuenta de que eran su única esperanza, que si colaboraba, podría escapar de que la situación en la que se encontraba se transformase en una pesadilla.

La valoración de Jonathon había sido precisa; Duke era una oveja negra con pocos principios morales, un matón cobarde y violento, indigno de confianza y más, pero no era un asesino, y nunca había tenido la intención de ser un traidor.

Su reacción a las preguntas de Tristan acerca de la señorita Timmins era reveladora. Su cara tenía un matiz espantoso, de forma vacilante Duke relataba que cuando había ido registrado las paredes de la planta baja, oyó en la penumbra un sonido ahogado, y miró hacia arriba, para ver a la frágil anciana caer rodando por las escaleras hasta aterrizar en el suelo, muerta, a sus pies. Su horror era sincero; fue él quien había cerrado los ojos de la señora.

Observándole, Leonora decidió seriamente que la justicia en cierta forma había sido servida. Duke nunca olvidaría lo que había visto, lo que inadvertidamente había causado.

Finalmente, Charles y Deverell sacaron a Duke para llevarle al club y encerrarle en el sótano, bajo los ojos vigilantes de Biggs y Gasthorpe, junto con la comadreja y los cuatro brutos que Duke había contratado para ayudarlo en las excavaciones.

Tristan miró hacia Jeremy.

– ¿Has identificado la fórmula definitiva?

Jeremy sonrió abiertamente. Escogió una hoja de papel.

– Acabo de copiarla. Estaba en el diario de A.J., cuidadosamente anotada. Cualquiera lo pudo haber encontrado. -Le dio el papel a Tristan. La mitad era definitivamente trabajo de Cedric, pero sin A. J. y sus registros, habría sido endemoniado encajarlo.

– Sí, ¿pero surtirá efecto? -preguntó Jonathon. Había permanecido silencioso durante todo el interrogatorio, tranquilamente pensando en sus cosas. Tristan le alargó el escrito; él lo ojeó.

– No soy experto en hierbas medicinales -dijo Jeremy-. Pero si los resultados, según están reflejados en los diarios de su tía, son correctos, entonces sí, su brebaje definitivamente ayudará a coagular cuando se aplique a las heridas.

Y había estado en York durante los dos últimos años. Tristan pensó en los campos de batalla de Waterloo, luego desterró la visión. Se volvió hacia Leonora.

Ella se encontró con sus ojos y apretó su mano.

– Al menos ahora lo tenemos.

– Una cosa que no entiendo -introdujo Humphrey-. Si ese extranjero estaba tan desesperado por encontrar la fórmula, y podía ordenar que Jonathon fuese asesinado, ¿por qué no fue tras la fórmula él mismo? -Humphrey elevó sus peludas cejas-. Claro que estoy terriblemente contento de que no lo hicieran. Mountford era bastante malo, pero al menos le sobrevivimos.

– La respuesta es una de esas sutilezas diplomáticas. -Tristan se levantó y volvió a ponerse el abrigo-. Si un extranjero, de una de las embajadas, estaba implicado en un ataque directo hasta la muerte, del entonces un joven desconocido, o incluso dos del norte, el gobierno podría fruncir el ceño, pero principalmente lo ignoraría. Sin embargo, si el mismo extranjero estaba implicado en allanamiento de morada y violencia en una casa situada en una parte rica de Londres, la casa de distinguidos hombres de letras, el gobierno seguramente estaría más disgustado y de ningún modo inclinado a ignorar cualquier cosa.

Los recorrió con la mirada a todos, su sonrisa serenamente cínica.

– Un ataque en una propiedad cerca del corazón del gobierno crearía un incidente diplomático, así es que Duke era un instrumento necesario.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Leonora.

Él vaciló, bajó la mirada a sus ojos, luego sonrió levemente, sólo a ella.

– Ahora Charles, Deverell y yo necesitamos llevar esta información al lugar adecuado, y ver lo que quieren hacer.

Ella le miró fijamente.

– ¿Tu antiguo jefe?

Él asintió, irguiéndose.

– Nos reencontraremos aquí para el desayuno si estás de acuerdo, y haremos, sean los que sean, los planes que necesitamos elaborar.

– Sí, de acuerdo. -Leonora extendió la mano y tocó la suya en despedida.

Humphrey saludó con la cabeza magnánimamente.

– Hasta mañana.

– Desafortunadamente, la reunión con su contacto del gobierno tendrá que esperar hasta mañana. -Jeremy inclinó la cabeza hacia el reloj de la repisa de chimenea- Son más de las diez.

Tristan, se dirigió hacia la puerta y cuando llegó, se giró sonriendo.

– Realmente, no. El Estado nunca duerme.

El Estado para ellos quería decir Dalziel.


Se anunciaron con antelación; no obstante, los tres tuvieron que esperar pacientemente en el antedespacho del maestro de espías durante veinte minutos, antes de que la puerta se abriera y Dalziel les hiciera pasar.

Cuando se hundieron en las tres sillas colocadas frente al escritorio, echaron un vistazo alrededor, luego se miraron unos a otros. Nada había cambiado. Incluido Dalziel. Éste rodeó el escritorio. Su cabello era oscuro, sus ojos oscuros y siempre se vestía austeramente. Su edad era extraordinariamente difícil de calcular; cuando empezó, primero trabajando a través de esta oficina, Tristan había dado por supuesto y considerado a Dalziel mayor que él. Ahora… comenzaba a preguntarse dónde se habían ido todos esos años. Él visiblemente había envejecido; Dalziel no.

Con la calma de siempre, Dalziel se sentó detrás del escritorio, de cara a ellos.

– Ahora. Explícaos, si hacéis el favor. Desde el principio.

Tristan lo hizo, relatando rigurosamente los acontecimientos que le concernían, omitiendo la gran participación de Leonora. Era sabido que Dalziel desaprobaba que las señoras se metiesen en el juego.

Aún así, no le pasó desapercibido que esa fija y firme mirada oscura estaba haciendo conjeturas.

Al final de la historia, Dalziel inclinó la cabeza, luego miró a Charles y a Deverell.

– ¿Y cómo es que vosotros dos estáis involucrados?

Charles sonrió abiertamente de forma lobuna.

– Compartimos intereses mutuos.

Dalziel sostuvo su mirada fija durante un instante.

– Ah, Sí. Vuestro club en Montrose Place. Por supuesto.

Miró hacia abajo. Tristan estaba seguro que era para poder parpadear con comodidad. El hombre era una amenaza. Ellos ya no eran parte integrante de su red.

– Esto… -Mirando por encima de las notas que había garabateado mientras estaba escuchando, Dalziel reclinándose hacia atrás y elevando el tono, los fijó a todos con su mirada-. Tenemos a un europeo desconocido intentando, seriamente intentando, robar una fórmula potencialmente valiosa para ayudar a curar heridas. No sabemos quién puede ser ese caballero, pero tenemos la fórmula, y tenemos a su peón local. ¿Es correcto?.

Todos asintieron con la cabeza.

– Muy bien. Quiero saber quién es ese europeo, pero no quiero que él sepa que tengo conocimiento de su existencia. Estoy seguro de que me entendéis. Lo que quiero hacer es lo siguiente. Primero, falsificar la fórmula. Encontrar a alguien que tenga un aspecto creíble. No tenemos idea de la formación que ese extranjero pueda tener. Convencer al peón para que mantenga su siguiente encuentro y entregue una falsificación de la fórmula; seguro que él comprende su posición, y que su futuro depende de su actuación. Tercero, necesito que sigais al caballero cuando regrese a su guarida y le identifiquéis.

Todos inclinaron la cabeza.

Luego Charles hizo una mueca. -¿Por qué todavía estamos recibiendo órdenes de usted?

Dalziel le miró, luego suavemente dijo.

– Por la misma razón que yo doy esas órdenes con la expectativa de ser obedecido. Porque somos quienes somos. -Levantó una ceja oscura- ¿No lo somos?

No había nada más que decir; se entendían unos y otros demasiado bien.

Se levantaron.

– Una cosa. -Tristan enfrentó la mirada inquisitiva de Dalziel-. Duke Martinbury. Una vez que él tenga la fórmula, ese extranjero puede tener propensión para relacionar y atar los cabos sueltos.

Dalziel inclinó la cabeza.

– Es de esperar. ¿Qué sugiere usted?

– Podemos vigilar el camino de Martinbury hasta la reunión, pero ¿después qué? En suma, debe algún castigo por su participación en este asunto. Tomando todo en consideración, la incorporación en el ejército durante tres años arreglaría las cuentas Dado que vive en Yorkshire, he pensado en el regimiento cerca de Harrogate. Sus filas deben estar un poco escasas estos días.

– Ciertamente. -Dalziel escribió una nota- El coronel Muffleton está allí. Le diré que espere a Martinbury, Marmaduke, ¿no es eso?, tan pronto como haya terminado de ser útil aquí.

Con aprobación, Tristan cambió de dirección; salió con los demás.


– ¿Una fórmula falsa? -Con la mirada fija en la hoja que contenía la fórmula de Cedric, Jeremy hizo una mueca-. No sabría por donde comenzar.

– ¡Aquí! Déjame ver. -Sentada al final de la mesa del desayuno, Leonora tendió la mano.

Tristan hizo una pausa en el consumo de una montaña de jamón y huevos para pasarle el papel.

Ella sorbió su té y estudió a los demás mientras se dedicaban a sus desayunos.

– ¿Cuáles son los ingredientes principales, los conoces?

Humphrey echó un vistazo alrededor de la mesa hacia ella.

– De lo que recogí de los experimentos, bolsa de pastor *, moneywort *, y consuelda * eran los cruciales. En lo que se refiere a las otras sustancias, no eran más que material de realce.

Leonora inclinó la cabeza, y posó su taza.

– Dame unos pocos minutos para consultar a Cook y a la señora Wantage. Estoy segura que podemos preparar un brebaje bastante creíble.

Volvió quince minutos más tarde. Los demás seguían sentados, reclinados hacia atrás, satisfechos, disfrutando de su café. Colocó una fórmula pulcramente escrita delante de Tristan y volvió a ocupar su asiento.

Él la cogió, la leyó e inclinó la cabeza.

– A mi parecer tiene apariencia verosímil. -Se lo pasó a Jeremy. Miró a Humphrey-. ¿Puedes pasarlo a limpio?

Leonora clavó los ojos en él.

– ¿Qué pasa con mi copia?

Tristan la miró.

– ¿No estaba escrito por un hombre?

– Oh. -Aplacada, se sirvió otra taza de té-. ¿Cuál es vuestro plan? ¿Qué tenemos que hacer?

Tristan percibió la mirada inquisitiva que le dirigió sobre el borde de la taza, suspiró interiormente y explicó.

Como había anticipado, ningún argumento podía disuadir a Leonora de participar con él en la cacería.

Charles y Deverell pensaban que era un gran chiste, hasta que Humphrey y Jeremy también insistieron en participar.

Habría que atarlos corto y llevarlos al club bajo la vigilancia de Gasthorpe. Tristan consideró que si no estaban allí, no había ninguna manera de impedir su aparición en el parque de St. James; finalmente, decidió sacarles el mejor partido.

Leonora resultó ser sorprendentemente hábil para disfrazarse. Tenía la misma altura que su criada Harriet, así que le pidió que le prestase la ropa; con la cuidadosa aplicación de hollín y polvos, se convirtió en una vendedora de flores pasable.

Engalanaron a Humphrey con algunas de las antiguas ropas de Cedric. Haciendo caso omiso de los edictos de la elegancia, fue transformado a fondo en un espécimen poco respetable, su escaso cabello blanco hábilmente despeinado, aparentemente descuidado. Deverell, quien había regresado a su casa en Mayfair para crear su propio disfraz, había vuelto y mostrado su aprobación, después tomó a Humphrey a su cargo. Se pusieron en camino en un coche de alquiler para ocupar sus posiciones.

Jeremy fue, con diferencia, el más difícil de disfrazar; su figura alta y esbelta, bien definida, y sus facciones proclamaban buena crianza. Al final, Tristan aceptó que fuera con él a Green Street. Regresaron media hora más tarde con el aspecto de dos rudos braceros; Leonora tuvo que mirar dos veces antes de reconocer a su hermano.

Éste sonrió abiertamente.

– Esto es mejor que estar encerrado en el armario.

Tristan le miró ceñudamente.

Esto no es una broma.

– No. Por supuesto que no. -Jeremy trató de parecer apropiadamente contrito, y falló miserablemente.

Se despidieron de Jonathon, infeliz pero resignado por perderse toda la diversión, prometiendo contarle todo en cuanto regresaran, después se dirigieron al club para ver a Charles y a Duke.


Duke estaba en extremo nervioso, pero Charles le tenía a su disposición. Cada uno tenía definido su papel en el juego; Duke sabía que tenía que explicar meticulosamente todos los detalles, pero aunque eso era lo más importante, le habían dicho muy claramente el papel que Charles iba a representar en el caso de que no siguiera sus instrucciones, todos estaban seguros, pasase lo que pasase que sería suficiente para asegurar la continúa cooperación de Duke.

Charles y Duke serían los últimos en salir con destino al parque de St. James. La reunión estaba programada para las tres en punto, cerca de Queen Anne Gate’s…

Eran poco después de las dos cuando Tristan ayudó a Leonora a subir al coche de alquiler, metió a Jeremy y se pusieron en marcha.

Bajaron del coche cerca del final del parque. Dieron una vuelta por el césped y se separaron, Tristan siguió hacia adelante, dando grandes zancadas, deteniéndose de vez en cuando como si buscase a un amigo. Leonora seguía unas yardas atrás, un cesto vacío colgaba sobre su brazo, una vendedora de flores dirigiéndose a casa al final de un buen día. Detrás de ella, Jeremy seguía recto, aparentemente contrariado consigo mismo y prestando poca atención a los demás.

Finalmente Tristan llegó a la entrada conocida como Queen Anne Gate’s. Se apoyó contra el tronco de un árbol cercano y se situó, un tanto malhumorado, para esperar. Según sus instrucciones, Leonora entró en el parque por un lateral. Se sentó en un banco de hierro forjado, al lado del camino de la puerta Queen Anne; se hundió en él, estiró las piernas hacia adelante, balanceando el cesto vacío contra ellas, y fijó la mirada en la vista que tenía por delante, hacia el sendero de césped que bajaba hasta el lago.

En el siguiente banco de hierro forjado situado a lo largo del camino se sentó un viejo, un hombre fuerte con cabellera canosa cubierto por una auténtica montaña de bufandas y abrigos desparejados. Humphrey. Más cerca del lago, pero en línea con la puerta, Leonora sólo podía ver la vieja gorra a cuadros que Deverell se había bajado sobre la cara; cayó bruscamente hacia abajo contra el tronco de un árbol, al parecer dormido profundamente.

Sin prestar atención a nadie, Jeremy pasó recto; salió por la puerta, cruzó la carretera, luego se detuvo mirando fijamente el escaparate de una sastrería.

Leonora meció las piernas y el cesto ligeramente, y se preguntó cuánto tiempo tendrían que esperar.

Era un día excelente, no soleado, pero lo bastante agradable para que hubiera muchas otras personas holgazaneando, disfrutando del césped y el lago. Suficiente, al menos, para que su pequeña banda fuera poco notoria.

Duke había podido describir a su extranjero sólo en los términos más superficiales; como Tristan había comentado con algo de aspereza, la mayor parte de los caballeros extranjeros de origen alemán que estaban actualmente en Londres, concordaban con su aspecto. No obstante, Leonora mantuvo los ojos abiertos, explorando a los paseantes que pasaban por delante, como una florista desocupada sin más trabajo que hacer durante el resto del día.

Vio a un caballero que venía a lo largo del camino desde el lago. Estaba meticulosamente vestido con un traje de un gris apagado. Tenía puesto un sombrero gris y llevaba un bastón asido con fuerza. Había algo acerca de él que le resultaba conocido, estrujó su memoria, algo extraño sobre la forma en la que se movía… luego recordó la descripción de la casera de Duke acerca del visitante extranjero. Un atizador atado con una correa a su columna vertebral.

Éste tenía que ser su hombre.

Pasó por delante de ella, caminando por el borde, cerca de donde estaba Tristan, miraba fijamente a la puerta, una mano golpeando ligeramente su muslo con impaciencia. El hombre sacó su reloj, comprobándolo.

Leonora clavó los ojos en Tristan; estaba segura de que él no había visto al hombre. Ladeó la cabeza como si acabara de fijarse en él, hizo una pausa como discutiendo consigo misma, después se levantó y paseó tranquilamente, meciendo las caderas al mismo tiempo que el cesto.

Él la recorrió con la mirada, enderezándose cuando ella llegó a su lado.

Su mirada se fijó rápidamente más allá de ella, percibió al hombre, después la miró a la cara.

Leonora sonrió, le dio un toque con el hombro en el lado más cercano, imitando lo mejor que podía los encuentros que ocasionalmente había presenciado en el parque.

– Puedo fingir como si estuviese sugiriendo un poco de coqueteo para animar el día.

Él le sonrió abiertamente, lentamente, mostrando los dientes, pero sus ojos permanecieron fríos.

– ¿Qué crees que estás haciendo?.

Este es el hombre, y de un momento a otro Duke y Charles llegarán. Nos estoy dando una razón perfectamente razonable para seguir al hombre cuando se vaya, juntos.

Sus labios permanecieron curvados; él deslizó un brazo rodeando su cintura y tiró de ella acercándola e inclinando la cabeza para susurrar en su oído.

– Tú no vienes conmigo.

Ella sonrió mirando a sus ojos, le palmeó el pecho.

– A menos que el hombre entre en los burdeles, y apenas parece probable, voy.

Él entrecerró los ojos hacia ella; Leonora sonrió más ampliamente, encontrando directamente su mirada.

– He sido parte de este drama desde el principio. Pienso que debería ser parte de su final.

Las palabras proporcionaron una pausa a Tristan. Y luego el destino intervino y tomó la decisión por él.

Los campanarios de las iglesias de Londres tañeron la hora, tres sonidos metálicos hicieron eco y se repitieron en múltiples tonos. Duke venía caminando rápidamente a grandes pasos a lo largo de la acera y giró en Queen Anne Gate’s.

Charles, con la apariencia de un camorrista de taberna, llegó paseando tranquilamente a lo largo de un camino trasero, cronometrando su acercamiento.

Duke hizo un alto, vio a su hombre, y se dirigió hacia él. No miró ni a derecha ni a izquierda; Tristan sospechaba que Charles le había aleccionado hasta que estuviese centrado en lo que tenía que hacer, tan desesperado en conseguir hacerlo correctamente, que poner atención a cualquier otra cosa estaba actualmente más allá de él.

El viento soplaba en la dirección correcta; hizo volar con un bufido las palabras de Duke hacia ellos.

– ¿Tiene mis pagarés?

La petición pilló al extranjero por sorpresa, pero se recuperó velozmente.

– Podría tenerlos. ¿Ha conseguido la fórmula?

– Sé dónde está, y la puedo traer para usted en menos de un minuto, si tiene mis pagarés a cambio.

A través de sus ojos entrecerrados, el caballero extranjero escudriñó la cara pálida de Duke, luego se encogió de hombros, y metió la mano en un bolsillo del abrigo.

Tristan se tensó, vio a Charles alargar la zancada; ambos se relajaron un tanto cuando el hombre alargó un pequeño paquete de documentos.

Los sostuvo hacia arriba para que Duke los viera.

– Ahora, -dijo, su voz con un acento frío y seco-. La fórmula, por favor.

Charles, hasta entonces aparentemente a punto de pasearse más allá, cambió de dirección y con un paso se unió a la pareja.

– La tengo aquí.

El extranjero se sobresaltó. Charles sonrió abiertamente, totalmente diabólico.

– No me preste atención, estoy aquí únicamente para cerciorarme de que a mi amigo el señor Martinbury no va a sobrevenirle ningún daño. -Entonces inclinó la cabeza hacia los documentos y miró de reojo a Duke- ¿Están todos?

Duke alargó la mano hacia los pagarés.

El extranjero los echó hacia atrás.

– ¿La fórmula?

Con un suspiro, Charles sacó la copia de la fórmula alterada que Humphrey y Jeremy habían confeccionado y preparado para que se viese convenientemente envejecida. La desdobló, la puso donde el extranjero podía verla, pero en absoluto leerla.

– No se la entregaré, de momento la sostengo aquí, tan pronto como Martinbury haya comprobado sus pagarés, podrá tenerla.

El extranjero estaba claramente descontento, pero no tenía otra opción; Charles era lo suficientemente intimidador con su aspecto civilizado de siempre, con aquel disfraz, exudaba agresividad.

Duke tomó los pagarés, los revisó rápidamente, entonces mirando a Charles inclinó la cabeza.

– Sí. -Su voz era débil-. Están todos.

– Correcto, entonces. -Con una sonrisa desagradable, Charles alargó la fórmula hacia el extranjero.

Él la agarró, se enfrascó en su lectura.

– ¿Ésta es la fórmula correcta?

– Eso es lo que usted quería, eso es lo que usted tiene. Ahora, -continuó Charles-, si eso es todo, mi amigo y yo tenemos otro negocio del que ocuparnos.

Saludó al extranjero, una parodia de gesto; agarrando el brazo de Duke, cambió de dirección. Marcharon hacia la puerta sin dar rodeos. Charles llamó a un coche de alquiler, metió dentro a un ahora tembloroso Duke y subió después de él.

Tristan vigiló la retumbante salida del carruaje. El extranjero miró hacia arriba, observó su partida, entonces cuidadosamente, casi respetuosamente, plegó la fórmula y la introdujo en el bolsillo interior de su abrigo. Hecho esto, ajustó el agarre de su bastón, se puso derecho, giró sobre sus talones y volvió, caminando rígidamente hacia el lago.

– Vamos. -Con el brazo alrededor de Leonora, Tristan se enderezó alejándose del árbol y se pusieron en marcha siguiendo al hombre.

Pasaron de largo a Humphrey; no miraba hacia arriba pero Tristan vio que había hecho un esbozo a lápiz en un bloc y dibujaba rápidamente, una vista algo incongruente.

El extranjero no miró hacia atrás; parecía haberse tragado su pequeña charada. Esperaban que se dirigiese directamente de nuevo a su oficina, en lugar de a alguna de las zonas menos salubres cercanas al parque. La dirección que estaba tomando parecía prometedora. La mayor parte de las embajadas extranjeras estaban ubicadas en la zona norte del parque de St. James, en el distrito del Palacio de St. James.

Tristan soltó a Leonora, después le cogió la mano y echó un vistazo hacia ella.

– Estamos fuera para una noche de entretenimiento. Hemos decidido mirar en alguno de los salones alrededor de Piccadilly.

Ella abrió los ojos de par en par.

– Nunca he estado en uno. ¿Debo esperar la perspectiva con entusiasmo?

– Precisamente. -Él no pudo evitar sonreír con placer, nada como un teatro de variedades para producir pura excitación.

Pasaron a Deverell, quien estaba agachado y se sacudía la ropa, preparándose para unírseles en la persecución de su presa.

Tristan era un experto en rastrear a las personas a través de las ciudades y las multitudes; así como Deverell. Ambos habían trabajado principalmente en las ciudades francesas más grandes; los mejores métodos de la persecución eran su segunda naturaleza.

Jeremy se reuniría con Humphrey y ambos regresarían a Montrose Place para aguardar acontecimientos; Charles iría por delante de ellos con Duke. Era el trabajo de Charles mantener el fuerte hasta que regresaran con el último retazo de información vital.

Su presa cruzó el puente al otro lado del lago y continuó adelante, hacia los alrededores del Palacio de St. James.

– Sígueme en todo, -murmuró Tristan, sus ojos puestos en la espalda del hombre.

Justo como había esperado, este hizo una pausa delante de la puerta de salida del parque y se inclinó como para quitar una piedra de su zapato.

Deslizando un brazo alrededor de Leonora, Tristan le hizo cosquillas; ella rió nerviosamente, se retorció. Riéndose, él la apoyó familiarmente contra él, y continuando recto pasaron al hombre sin siquiera una mirada.

Leonora, jadeante, se apoyó más cerca a medida que continuaban adelante.

– ¿Estaba él vigilando?

– Sí. Nos detendremos un poco más adelante y discutiremos acerca de por dónde ir, para que nos pueda pasar otra vez

Así lo hicieron; Leonora pensó que parecían una pareja de amantes de clase baja discutiendo los méritos de los teatros de variedades.

Cuando el hombre estaba una vez más por delante de ellos, avanzando a grandes zancadas, Tristan asió su mano, y siguieron ahora algo más rápidamente, como si se hubieran puesto de acuerdo mentalmente.

La zona de los alrededores del Palacio de St. James estaba plagada de pequeñas calles, patios y callejones interconectados. El hombre giró dentro del laberinto, avanzando a grandes pasos con seguridad.

– Esto no funciona. Dejémoselo a Deverell y sigamos hacia Pall Mall. Le reencontraremos allí.

Leonora sintió un pequeño tirón cuando dejaron el rastro del hombre, continuaron recto dónde él había girado a la izquierda. Unas pocas casas más adelante, volvieron la mirada hacia atrás y vieron a Deverell girar, siguiendo el rastro del hombre.

Llegaron a Pall Mall y dieron la vuelta a la izquierda, deambulando muy lentamente, escudriñando hacia delante por las entradas de los callejones. No tuvieron que esperar mucho tiempo hasta que su presa emergió, avanzando a grandes pasos aún más rápidamente.

– Tiene prisa.

– Está nervioso -dijo ella, y estaba segura de que era verdad.

– Quizá.

Tristan la guió; se cambiaron con Deverell otra vez en las calles del sur de Piccadilly, luego se unieron a la muchedumbre que disfrutaba de un paseo nocturno a lo largo de esa vía pública principal.

– Aquí es donde podríamos perderle. Mantén los ojos alerta.

Ella lo hizo, examinando a la multitud que iba por delante en la agradable noche.

– Allí está Deverell. -Tristan se detuvo, le dio un codazo, así que ella miró en la dirección correcta. Deverell justamente se estaba dirigiendo hacia Pall Mall. Miraba a su alrededor-. ¡Maldición! -Tristan se enderezó- Le hemos perdido. -Comenzó a buscar abiertamente entre la multitud que había por delante- ¿Dónde diablos se ha metido?

Leonora dio un paso acercándose a los edificios, mirando a lo lejos por el estrecho resquicio dejado por la muchedumbre. Percibió un destello de gris, luego desapareció.

– ¡Allí! -Agarró el brazo de Tristan, señalando hacia delante-. Dos calles más arriba.

Se abrieron camino, viraron, corrieron, dieron la vuelta a la esquina, entonces empezaron a caminar más despacio.

Su presa, Leonora no se había equivocado, estaba casi al otro extremo de la corta calle.

Fueron deprisa, entonces el hombre giró a la derecha y desapareció de su vista. Tristan hizo señas a Deverell, quien comenzó a correr a lo largo de la calle detrás de él.

– Por el callejón. -Tristan la empujó hacia la entrada de una estrecha callejuela, que iba recto hasta el otro lado de la calle que corría paralelamente a la que habían estado. Se apresuraron a lo largo de ella, Tristan agarrando su mano, sujetándola cuando Leonora resbaló.

Alcanzaron la otra calle y la subieron, paseándose otra vez, calmando sus respiraciones. La entrada de la calle por donde el hombre había girado se unía por la parte de abajo a la que estaban ellos, ahora se encontraba delante a su izquierda; miraban mientras caminaban, en espera de que reapareciese.

No lo hizo.

Llegaron a la esquina y miraron hacia abajo de la pequeña calle. Deverell se encontraba apoyado contra una barandilla en el otro extremo.

Del hombre que habían estado siguiendo allí no había absolutamente ninguna señal.

Deverell se incorporó alejándose de la barandilla y caminó hacia ellos; sólo le llevó unos pocos minutos darles alcance.

Se le veía desolado.

– Había desaparecido cuando llegué.

Leonora se tensó.

– Así que al final lo hemos perdido.

– No -dijo Tristan-. No completamente. Espera aquí.

La dejó con Deverell y cruzó la calle hacia donde un barrendero se apoyaba en su escoba, a medio camino bajando la pequeña calle. Buscando bajo su abrigo desaliñado, Tristan localizó un soberano; lo mantuvo entre los dedos, donde el barrendero podría verlo cuando llegara a la barandilla delante de él.

– El individuo de gris que entró en la casa de enfrente. ¿Sabe su nombre?

El barrendero le miró suspicazmente, pero la tenue luz del oro habló ruidosamente.

– No sé su nombre correcto. Es de esos rígidos. El portero le llama Conde algo-impronunciable-que empieza por-wif-an-eff.

Tristan inclinó la cabeza.

– Eso es todo. -Dejó caer la moneda en la palma de la mano del barrendero.

Paseándose de regreso hacia Leonora y Deverell, no hizo esfuerzo en ocultar la sonrisa de autosatisfacción de sus labios.

– ¿Bien? -Predeciblemente, ese era el destello que su mente le había enviado.

Él sonrió abiertamente.

– El hombre de gris es conocido por el portero de la casa que hay hacia la mitad de la hilera, le llama “Conde-algo-impronunciable-que-comienza- wif-an-eff”.

Leonora le frunció el ceño, después miró más allá de él, hacia la casa en cuestión. Entrecerrando los ojos hacia él, dijo.

¿Y?

Tristan sonrió ampliamente; se sintió asombrosamente bueno.

– La casa es La Asamblea Legislativa Hapsburg.


A las siete en punto de la noche, Tristan condujo a Leonora a la sala de espera de la oficina de Dalziel, escondida en las profundidades de Whitehall.

– Veamos cuánto tiempo nos hace esperar.

Leonora colocó sus faldas en el banco de madera que Tristan le había acercado.-Había supuesto que sería puntual.

Sentándose a su lado, Tristan sonrió sardónicamente.

– No hay nada que hacer respecto de la puntualidad.

Ella estudió su cara.

– Ah. ¿Es uno de esos extraños juegos de hombres?

Él no dijo nada, simplemente sonrió y se recostó hacia atrás.

Sólo tuvieron que esperar cinco minutos.

La puerta se abrió; un hombre oscuramente elegante apareció. Él les vio. Hubo una pausa momentánea, después, con un gesto airoso, les invitó a entrar.

Tristan se levantó, atrajo a Leonora hacia él, colocándole la mano en la manga. La guió, parándose ante el escritorio y las sillas colocadas delante de este.

Después de cerrar la puerta, Dalziel se unió a ellos.

– La señorita Carling, supongo.

– Efectivamente. -Le dio la mano, y se encontró con que la estaba contemplando con una mirada tan penetrante como fría era la de Tristan.

– Encantado de conocerla.

La mirada fija de Dalziel se apartó hacia la cara de Tristan; sus labios delgados no estaban completamente rectos cuando inclinó la cabeza y les hizo un gesto hacia las sillas.

Bordeando el escritorio, se sentó.

– Esto… ¿quién estaba tras los incidentes en Montrose Place?

– Un Conde -algo-impronunciable-que empieza -wif-an-eff.

Sin impresionarse, Dalziel, elevó las cejas.

Tristan sonrió con frialdad.

– El Conde es conocido en la Asamblea Legislativa Hapsburg.

– Ah.

– Y. -Tristan sacó del bolsillo el boceto del Conde que, para sorpresa de todos, hizo Humphrey-. Esto debería ayudar a identificarle, tiene un parecido notable.

Dalziel lo cogió, lo estudió, después inclinó la cabeza.

– Excelente. ¿Y aceptó la fórmula falsa?

– Hasta donde podemos saber. Le dio los pagarés a Martinbury a cambio.

– Bien. ¿Y Martinbury está en el norte?

– Todavía no, pero lo estará. Se muestra genuinamente consternado por las lesiones de su primo y le acompañará de regreso a York, una vez que Jonathon esté en condiciones para viajar. Hasta entonces, se quedarán en nuestro club.

– ¿Y St. Austell y Deverell?.

– Ambos han estado descuidando sus cosas. Asuntos urgentes hacen necesario el regreso a sus hogares.

– ¿Verdaderamente? -Una lacónica ceja se levantó, después Dalziel volvió su oscura mirada fija a Leonora-. He hecho investigaciones entre los miembros del gobierno, y hay un considerable interés en la fórmula de su primo, señorita Carling. He recibido instrucciones de informar a su tío que a ciertos caballeros les gustaría hacerle una visita a su conveniencia lo antes posible. Si pudiera, claro está, sería de ayuda que tuviera lugar antes de que Martinbury se ausente de Londres.

Ella asintió.

– Se lo comunicaré a mi tío. ¿Quizá sus caballeros podrían enviar a un mensajero mañana para fijar la fecha?

Dalziel asintió a su vez.

– Les aconsejaré que lo hagan.

Su mirada fija, insondable, permaneció en ella durante un momento, luego la cambió hacia Tristan.

– ¿Supongo… -Las palabras eran monótonas, sin embargo más suaves- que esto es una despedida, entonces?

Tristan sostuvo su mirada fija, después sus labios se esbozaron peculiarmente. Se levantó, y extendió la mano.

– Efectivamente. Tan cerca de una despedida como se puede conseguir en nuestro negocio.

Una sonrisa fugaz como respuesta suavizó la cara de Dalziel cuando se levantaba también, agarró la mano de Tristan. Después la soltó y se inclinó ante Leonora.

– Su servidor, señorita Carling. No fingiré que hubiera preferido que usted no existiera, pero el destino claramente anuló mi decisión. -Su sonrisa perezosa quitó cualquier ofensa a las palabras-. Sinceramente les deseo lo mejor a ambos.

– Gracias. -Sus sentimientos hacía él eran mucho más caritativos de lo que había supuesto, Leonora inclinó la cabeza educadamente.

Entonces se giró. Tristan tomó su mano, abrió la puerta y dejaron la pequeña oficina en las entrañas del Gobierno Británico.

– ¿Por qué me llevaste para reunirme con él?

– ¿Dalziel?

– Sí, Dalziel. Él obviamente no me esperaba. Claramente vio mi presencia como algún mensaje. ¿Cuál?

Tristan la miró a la cara mientras el carruaje frenaba al llegar a una esquina, después se enderezó y siguió rodando.

– Te llevé para que te viera, encontrarse contigo era el único mensaje que no podía ignorar ni malinterpretar. Él es mi pasado. Tú, -levantó su mano, colocó un beso en su palma, luego cerró su mano sobre la de ella-. Tú -dijo él, con voz profunda y baja- eres mi futuro.

Leonora consideró lo poco que podía leer en su cara sombría.

– Todo eso… -Con su otra mano, gesticuló hacia atrás, hacia el Gobierno Británico- ¿Lo has dejado atrás?

Él inclinó la cabeza. Levantado los dedos atrapados hacia sus labios.

– El fin de una vida, el comienzo de otra.

Ella escudriñó su cara, sus ojos oscuros, y lentamente sonrió. Dejando su mano en la de él, se inclinó acercándose.

– Bien.

Su nueva vida. Estaba impaciente por comenzarla.


Él era un maestro de estrategia y tácticas, de aprovechar las situaciones para sus propios fines. A la mañana siguiente, tenía los planes en su sitio.

A las diez, llamó para llevarse a Leonora a pasear en coche, y la secuestró. La llevó rápidamente hasta Mallingham Manor, actualmente desprovisto de sus queridas viejecitas, aún estaban todas en Londres, dedicándose activamente a sus propias causas. La misma causa a la que, después de un almuerzo íntimo, él se dedicó con celo ejemplar.

Cuando el reloj, en la repisa de la chimenea del dormitorio del conde, dio las tres en punto, se desperezó, disfrutando de las sábanas de seda deslizándose sobre su piel, y aún más en el calor de Leonora que estaba desmadejada contra él.

Tristan miró hacia abajo. La seda caoba desparramada de su pelo ocultaba su rostro. Bajo la sábana, curvó una mano sobre su cadera, acariciándola posesivamente.

– Hmm… mm. -El sonido saciado era el de una mujer adecuadamente amada. Después de un momento, refunfuñó-. Tú habías planeado esto, ¿no es cierto?

Él sonrió abiertamente; un toque del lobo que todavía permanecía.

– He estado tramando durante algún tiempo cómo conseguir meterte en esta cama. -Su cama, la cama del fallecido conde. Donde ella pertenecía.

– ¿A diferencia de todos esos recovecos que tenías tanto éxito tenías encontrando en todas las casas de las anfitrionas? -Levantando la cabeza, se echó hacia atrás el pelo, luego se reacomodó contra él apoyando los brazos contra el pecho, así podía mirarle a la cara.

– Por supuesto, fueron simplemente males necesarios, dictados por los caprichos de la batalla.

Leonora le miró a los ojos.

– Yo no soy una batalla. Ya te lo dije.

– Pero eres algo que tuve que ganar -Dejó pasar un latido, luego agregó- Y he triunfado.

Con los labios curvados, Leonora buscó sus ojos y no se tomó la molestia de negarlo.

– ¿Y has encontrado dulce la victoria?

Tristan cerró las manos sobre sus caderas, sosteniéndola hacia él.

– Más dulce de lo que había esperado.

– ¿De veras? -Ignorando el torrente de calor sobre su piel, levantó la frente-. Bien, ahora que has tramado, planificado y conseguido meterme en tu cama, ¿qué es lo siguiente?

– Como tengo la intención de mantenerte aquí, sospecho que mejor deberíamos casarnos. -Levantando una mano, la enganchó y jugó con las hebras de su pelo-Quisiera preguntarte, ¿deseas una boda a lo grande?

Ella realmente no lo había pensado. Él le metía prisa, llevaba la voz cante, aún así… ella no quería desaprovechar más tiempo de sus vidas.

Yaciendo desnuda con él en su cama, las sensaciones físicas intensificaban la atracción real, toda la tentación que había sentido en sus brazos. No era simplemente el placer que los envolvía, sino la comodidad, la seguridad, la promesa de toda la vida que juntos harían…

Ella volvió a enfocar sus ojos.

– No, una pequeña ceremonia con nuestras familias estaría bien.

– Bueno. -Parpadeó.

Ella notó el gran esfuerzo que hizo para tratar de esconder su alivio.

– ¿Qué ocurre?

Estaba aprendiendo; Tristan raramente no tenía algún plan en marcha.

Sus ojos se movieron rápidamente hacia los de ella. Se encogió ligeramente de hombros.

– Esperaba que estuvieses de acuerdo con una boda pequeña. Es más fácil y más rápido de organizar.

– Bien, podemos discutir los detalles con tus tías abuelas y mis tías cuando volvamos a la ciudad. -Ella frunció el ceño, recordando- ¿Es al baile de De Vere dónde tenemos que asistir esta noche?

– No. Nosotros no.

Su tono firme era decidido; ella le echó un vistazo, perpleja.

– ¿Nosotros no?

– He tenido últimamente lo suficiente de esos entretenimientos sociales, como para que me duren un año. Y cuando se enteren de nuestras noticias, estoy seguro que las anfitrionas nos excusarán después de todo, adoran ese tipo de cotilleos y deberían estar agradecidas con aquellos de nosotros que los suministran.

Le miró fijamente.

– ¿Qué noticias? ¿Qué cotilleos?

– Pues que estamos tan locamente enamorados, de la cabeza a los pies, que nos negábamos a ver con buenos ojos cualquier demora, y hemos organizado casarnos en la capilla de aquí, mañana, en presencia de nuestras familias y unos cuantos amigos escogidos.

Reinó el silencio; Leonora apenas lo podía creer… al final lo hizo.

– Cuéntame los detalles. -Con un dedo, aguijoneó su pecho desnudo-. Todos ellos. ¿Cómo se supone que estará todo dispuesto?

Él atrapó su dedo y obedientemente recitó,

– Jeremy y Humphrey llegarán esta tarde, después…

Ella le escuchó, y tuvo que aprobarlo. Entre ellos, él, sus viejecitas encantadoras y sus tías, habían cubierto todo, incluso un vestido para ella. Tenía una licencia especial; el reverendo de la iglesia del pueblo, que actuaba como capellán de la hacienda, tendría mucho gusto en casarlos.

Enamorado de la cabeza a los pies. Ella repentinamente se percató que él no sólo lo había dicho, sino que lo vivía. Abiertamente, de una manera que garantizaba la demostración de ese hecho ante toda la sociedad.

Volvió a enfocar su cara, los ángulos y planos duros que no habían cambiado, no se habían mitigado en lo más mínimo, estaban ahora, aquí, con ella, completamente desprovisto de su máscara social encantadora. Tristan todavía estaba hablando, dándole cuenta de los planes para el desayuno de bodas. Con los ojos empañados, liberando su dedo, ella lo colocó sobre sus labios.

Él dejó de hablar, encontró su mirada.

Ella le sonrió; su corazón se desbordó.

– Te amo. Y sí, me casaré contigo mañana.

Él buscó sus ojos, luego cerró los brazos a su alrededor.

– Doy gracias a Dios por eso.

Ella soltó una risita, se hundió hacia abajo, poniendo la cabeza en su hombro. Sintió sus brazos rodeándola, manteniéndola apretada.

– Esto es realmente todo un complot para evitar tener que asistir a más fiestas y veladas. ¿No es así?

– Y musicales. No te olvides de eso. -Tristan dobló la cabeza y depositó un beso en su frente. Atrapado en su mirada, dijo con delicadeza- Me gustaría mucho más pasar mis tardes aquí, contigo. Atendiendo a mi futuro.

Sus ojos, de un azul mar intenso y brillante, se mantuvieron en los de Leonora durante un largo instante, después ella sonrió, se movió, y atrajo sus labios a los ella.

Él tomó lo que le ofreció, y le dio a cambio todo lo que tenía.

Una lujuriosa y virtuosa mujer.

El destino había escogido a su mujer para él, y había hecho un buen trabajo.

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