CAPITULO NUEVE

El viento traía el anuncio de tormenta en forma de olas pequeñas y coronadas de espuma mientras el sol se ocultaba y las sombras invadían el día. La noche descendía con su manto negro y frescas brisa barrían la isla y arrastraban los delicados aromas de la enredadera florecida que trepaba en el balcón de Shanna.


Por fin ella observó críticamente su imagen en el espejo y frunció ligeramente el entrecejo al pensar que tendría que mostrarse ingeniosa y amable ante los invitados a la cena cuando su mente estaba sumida en la confusión. Todo la disgustaba y hasta la perfección de su belleza, regiamente ataviada en rico satén color marfil y costosos encajes, no conseguía cambiar su mal humor y su descontento.

Desapasionadamente, seguía con la vista fija en el espejo mientras Hergus alisaba cuidadosamente las elaboradas trenzas de su peinado adornadas con sartas de perlas.

Shanna acomodó el escote cuadrado, bordeado también con lustrosas perlas. El vestido se ajustaba sobre las deliciosas curvas y parecía que sólo por milagro no revelaba las suaves puntas rosadas de sus pechos.


– Se ve estupenda, señorita -dijo Hergus.


Shanna era una de esas raras beldades que nunca se ven mal. Hasta por la mañana temprano, con el cabello en desorden y los ojos cargados de sueño, irradiaba una sensualidad que hubiera hecho hinchar el corazón de un marido, de orgullo si no de lujuria.


La escocesa gruñó con desaprobación.


– Al señor Ruark le será difícil apartar la mirada de ti aunque esté tu padre. Ajá, harás hervir la sangre de ese hombre. -Hergus suspiró-. Pero supongo que eso es lo que te propones pues has elegido este vestido sabiendo que él estará allí.


– Oh, Hergus, no me sermonees -rogó Shanna-. En los salones franceses las damas se presentan con mucho menos que esto. ¡Y ciertamente, no he elegido este vestido por complacer al señor Ruark!


– ¡Claro! ¿Por qué ibas a hacerlo? -dijo Hergus, en tono de chanza.


– Basta, Hergus. Has estado insistiendo con eso desde que te envié a buscar al señor Ruark a su cabaña. Es hora de que hables de una vez sin reservas.


Hergus asintió con firmeza.


– Ajá -dijo- eso es lo que haré. He estado con usted desde que era una criatura y la he cuidado aunque yo misma no era más que una niña. La he visto crecer y convertirse en la cosa más hermosa que un hombre pueda imaginar. He estado a su lado en las buenas y en las malas. Me he puesto de su parte cuando su padre quiso casarla con un apellido en vez de un hombre. Pero no puedo entender que se escabulla como una ramera para encontrarse subrepticiamente con el señor Ruark. Ha tenido la mejor educación y los mejores cuidados. Todos hemos deseado lo mejor para usted, hasta su papá, por más empecinado que sea. ¿No entiende que necesita casarse y tener hijos? Oh, yo puedo entender el amor. Cuando era muchacha estuvo mi Jaime y llegamos a estar prometidos, pero él fue apresado en uno de los barcos de Su Majestad. Mis familiares murieron y yo tuve que conseguir trabajo para sostenerme y nunca volví a ver a mi Jaime aunque pasaron muchos años. Y comprendo que esté usted prendada del señor Ruark pues él es guapo y más hombre que cualquiera de los que osaron cortejarla. Pero lo que hace está mal. Usted lo sabe, señorita. Renuncie a él antes de que su padre lo descubra y la obligue a casarse con algún lord viejo y baboso.


Shanna gimió irritada y caminó hasta el otro extremo de la habitación. No podía confiarse en la mujer por temor a que si su padre se enteraba y la despidiera. Pero la reprimenda de Hergus la fastidió.


– No hablaré más del señor Ruark -declaró con determinación.


La doncella insistió, decidida a poner algo de buen sentido en esa hermosa cabeza.


– ¿Y si tiene un hijo de él? ¿Qué diría su padre de eso? Haría castrar al señor Ruark y usted nada podría hacer para evitado.

Ajá, sería la madre de un hijo de él, pero no ha pensado en eso ¿verdad? ¿Por qué? -insistió Hergus-. Espera que no quedará encinta de él. Ah, muchacha, está engañándose. El es todo un hombre. El pondrá su simiente en usted y usted se hinchará como un melón y no tendrá marido.

Shanna se mordió el labio para contener el flujo de palabras que amenazaba con salir de su boca. Era raro que permaneciera callada ante una reprimenda porque tenía una lengua rápida y respondona para cualquiera, con la única excepción de su padre.


– Si ya no ha sucedido, será solamente cuestión de tiempo. ¿Quiere poner fin a esta insensatez, antes que sea demasiado tarde? Si no puede hacerlo, entonces iré yo y le pediré a él que la deje. Aunque dudo de que lo haga, pues está loco por usted y no le importa arriesgar su vida. El será quien sufrirá más si su padre llega a enterarse.


Hergus se llevó las, manos a la cabeza, levantó los ojos al cielo y exclamó:


– ¡Ah, qué vergüenza! Y usted, una viuda tan reciente. ¡Su propio marido, el pobre, apenas enfriándose en la tierra y usted retozando con un plebeyo siervo! ¡Oh, qué vergüenza!


– ¡Basta! esto ha terminado! -gritó Shanna-. Ya no lo veré más.


Hergus la miró con los ojos entrecerrados. -Eso dice ahora, ¿pero es sincera?


Shanna asintió vigorosamente. -Sí, es verdad. No volveré a acostarme con él. Está terminado Hergus se irguió satisfecha.


– Es lo mejor para los dos. Encontrará un hombre del gusto de su papá y tendrá hijos. Olvidará al señor Ruark.


Shanna quedó mirando la puerta cerrada mucho después que Hergus se retiró y preguntándose si realmente esta relación con Ruark estaba terminada. Sí, Ruark, tan confiado en sus habilidades. El conocía mejor que ella los secretos de su cuerpo de mujer. ¿Con cuántas doncellas inocentes se había acostado para adquirir tanta experiencia? ¡El vulgar descarado! ¿Era eso el azúcar que ella tenía que tomar de su mano? ¿Creía él que ella acudiría corriendo cuando le silbara?


Su mente se rebelaba. Ella no era una bestia tonta para dejarse domar por un hombre y acudir a su llamado.


– ¿Acaso cree que me tiene dominada -siseó para sí misma- y que yo iré a implorarle sus favores como una de esas remeras vulgares que él encontraba tan dispuestas en las tabernas de mala reputación?


Súbitamente recordó a Milly, quien lo miraba con la boca abierta, como aguardando cualquier pequeño bocado que él se dignara concederle. ¿A cuántas otras mozas de la isla había seducido?


– Ajá, dragón flamígero, si crees que puedes llevarme con una traílla, sentirás mis uñas en tu escamosa piel. – Entrecerró los ojos llena de venenosos pensamientos-. Ven aquí, mi dragón Ruark, y te enseñaré las trampas que puede tenderte la rosa espinosa. Te tendré arrastrándote a mis pies antes que termine esta noche, implorando una migaja de mi bondad.


Decidida, con su objetivo claramente delineado en la mente, Shanna reacomodó el escote de su vestido y se puso un poco de perfume en el profundo valle entre sus pechos y detrás de cada oreja.


– Quizá permitiré que me toque murmuró astutamente, y ante ese pensamiento sintió que una excitación quemante le recorría los pechos-. Ajá, saldré sola al porche y conociendo al impúdico canalla, sé que él me seguirá con cualquier excusa. -Saboreó la escena en su imaginación y una lenta sonrisa se dibujó en su rostro mientras sus ojos refulgían como los de un impío duendecillo-. Me mostraré dispuesta… por un tiempo y después me ofenderé y lo rechazaré. Entonces él implorará, rogará que lo trate con más consideración.


Pero primero lo haría avergonzarse hasta los tuétanos por su salvaje indumentaria ante los oficiales de la fragata española que estaba en el puerto, a fin de que nunca. más pudiera ponerse esos calzones cortos sin recordar el bochorno que tuvo que soportar. Grosero colonial.

Ella le enseñaría una dura lección sobre elegancia.


En la mesa de desayuno de su padre él se había conducido bastante bien, pero esta sería la primera vez que asistía a una cena, a una ocasión formal. Habría suficientes mujeres para admirarlo porque ya casi todos los capitanes de barcos de Los Camellos estaban navegando, y sus esposas e hijas mayores estarían presentes. Pero las matronas eran generalmente mayores que él y sus hijas un poco tontas. Claro que en cuestión de gustos… ¿acaso él no había corrido en pos de esa moza en la posada? Tal vez hasta pudiera lograr una o dos conquistas virginales.


Shanna pasó por el comedor fonnal y examinó el arreglo de la mesa. El salón resplandecía con las luces deslumbrantes de miríadas de velas que ponían chispas en los prismas de cristal de las arañas y en las copas y la porcelana sobre la larga mesa. Ramilletes de flores despedían una suave fragancia que parecía magnificada en las suaves brisas levemente cargadas con el olor de la promesa de lluvia que se colaba por las ventanas abiertas. Era costumbre del hacendado agasajar a la gente de la isla, cuando cenaban en la mansión, con todo el decoro de sus señoriales pares. A veces se trataba solamente de capataces y supervisores con sus esposas, pero siempre se les ofrecía un festín digno de la realeza. Esta noche habría un grupo variado; aunque Ruark sería el único siervo presente, unos pocos de los supervisores más antiguos habían sido invitados. Cuando se cenaba en la mesa de Trahern nunca se sabía quiénes podrían ser sus compañeros, y tanto se podía esperar un duque como un esclavo.


Shanna se detuvo en la puerta del salón de recibir y recorrió con la mirada el grupo de invitados. Las puertas francesas estaban abiertas de par en par para dejar entrar el aire fresco de la noche. Una pequeña orquesta tocaba música de cámara cuyos acordes flotaban por encima del bajo rumor de las voces. Los invitados lucían sus mejores galas, los oficiales españoles resplandecían en sus uniformes, las damas se veían hermosas en sus voluminosas faldas de sedas y satenes. Había un desconocido bien vestido que le daba la espalda y que le recordaba ligeramente a Ruark, pero a Ruark no se lo veía en ninguna parte. Quizá había tenido el buen sentido de excusarse.


Trahern se acercó a su hija y sonrió con orgullo.


– Bueno, querida, casi había perdido la esperanza de que te unieras a nosotros, pero como es habitual has reservado lo mejor para lo último.


Shanna rió alegremente ante este cumplido. Después, mientras él la llevaba del brazo hacia el centro de la habitación, abrió su abanico y habló tapándose la cara.


– Papá, no me habías dicho que habría otras personas -dijo, y señaló disimuladamente al desconocido. El sería el primero con quien provocaría a Ruark, pensó taimadamente-. ¿Me lo presentas?


Trahern la miró con una expresión extraña y Shanna se percató de que la estancia había quedado en silencio. Miró a su alrededor y vio que todos los ojos estaban puestos en ella. Los hombres la observaban fascinados mientras que las mujeres la miraban con un poco de envidia.


Unas cuantas matronas dirigieron miradas afligidas a sus poco atractivas hijas y. desearon intensamente que Shanna Beauchamp encontrara otro esposo y dejara al resto de los hombres para que fueran debidamente atrapados por las doncellas menos favorecidas por la naturaleza.


Shanna saludó con la cabeza y sonrió graciosamente y después, con modales de perfecta anfitriona, se volvió para saludar al recién…


– ¡Ruark!


El nombre brotó de sus labios y por un momento fugaz su rostro reveló sorpresa. Rápidamente ella logró dominarse y empezó a agitar nerviosamente su abanico mientras sentía que los ojos de él la recorrían lentamente, como desnudándola. Ruark estaba vestido de un color azul oscuro que acentuaba su silueta alta, esbelta, de ancha espalda. Sobre sus manos atezadas caía un poco de encaje de los puños de una camisa blanca como la nieve y las medias oscuras de seda y los. calzones perfectamente cortados revelaban sus caderas estrechas y las piernas largas y firmemente musculosas.


– Estaba seguro de que se conocían -dijo su padre junto a ella y Shanna adivinó, por el tono regocijado de la voz, que él estaba divirtiéndose.


“A mis expensas, pensó, pero Ruark no escaparía tan fácilmente”. Shanna recompuso su sonrisa, se adelantó graciosamente y tendió su mano.


– Señor Ruark -dijo en un tono brillante y limpio como una moneda nueva, e ignoró el leve temblor de placer que la invadió cuando él le tomó los dedos-. No lo reconocí con esas ropas. Me había acostumbrado a sus pantalones cortos.


La sonrisa de Ruark fue deslumbrante y sus modales desenvueltos y elegantes. Dobló una rodilla en cortés reverencia y aplicó sus labios al dorso de la mano que le ofrecían, a la que también tocó ligeramente con la lengua. Shanna ahogó una exclamación y retiró bruscamente la mano. Enrojeció cuando se dio cuenta de que tenían la atención de todo el salón. Ruark se irguió y le devolvió la sonrisa. Con esfuerzo, Shanna recobró la compostura mientras el hacendado, dirigiéndole una ceñuda expresión de advertencia, se reunía con ellos.


– Fue un presente de su padre, señora Beauchamp -comentó Ruark como si se lo hubieran preguntado. Su voz acarició el nombre como a una preciada posesión y sus ojos cayeron momentáneamente sobre los pechos de ella. En esa fugaz mirada, Shanna – se sintió casi marcada a fuego. Abrió recatadamente su abanico de encaje delante de su escote y deseó haberse puesto algo menos atrevido que la protegiera de los ojos de él.


– Con tan poco tiempo -continuó él sin dejar de mirada -creo que fue lo mejor que se pudo hacer con un poco de hilo y una pieza de tela.


– ¡Bah! -interrumpió Trahern-. Si es así, entonces mi sastre me ha estafado. -Continuó hablando para Shanna-. Este hombre decía que era pobre hasta que ofrecí pagarle un par de trajes; después revisé

su cuenta. Con sus costumbres austeras no pasará mucho tiempo antes de que sea dueño de la isla.


Ruark rió ante el jocoso comentario.

– Es más fácil ahorrar una moneda que ganar otra para reemplazarla -dijo.


– Y mi arte es saber cuándo hago un buen negocio, señor Ruark -replicó Trahern-. Es raro que me superen en ese juego. Usted puede contarse entre unos pocos..


– Perdone, señor -respondió Ruark en tono suave, pero como miraba a Shanna sus palabras parecieron estar dirigidas solamente a ella-, pero soy el único.


Fue como si anunciara claramente su intención de ser el único hombre en su vida. Bajo su mirada insistente, Shanna se contuvo y puso su mano en el brazo de su padre.


– Con tu permiso, papá, saludaré a los otros invitados.


Ambos hombres la miraron alejarse y cada uno quedó turbado por sus propios motivos..


– No es posible entender a esta joven generación -gruñó Trahern-. Creo que carecen de sentido común.


Detuvo a un criado que pasaba y le pidió que trajera ron y bitter para él y para Ruark.


Shanna, quien se había alejado lo más posible de Ruark, pidió a Milán una taza de té. Mientras lo bebía, reunió mentalmente sus fuerzas dispersas. Había perdido el primer encuentro pero lejos estaba de rendirse. Vio a madame Duprey y su marido charlando animadamente con varios oficiales españoles. Sí, pensó Shanna, aquí lanzaría su campaña. Que ese tonto supiera que ella no era ningún objeto que él pudiera reclamar con exclusividad.


Shanna bebió otro sorbo de té, dejó la taza y abrió su abanico antes de acercarse al grupo.

Fayme, querida- sonrió Shanna- qué hermosa estas.


Ciertamente, madame Duprey era hermosa. Shanna no podía entender la inclinación de lean por -otras mujeres cuando en su casa lo esperaba una joya tan rara. A Shanna le pareció que lean estaba un poco nervioso, y sus motivos tendría el desvergonzado.


– ¡Shanna! -Fayme la saludó alegremente, con ese acento tan peculiar-. ¡Y tú estas atractivamente perversa!


– Gracias -rió Shanna y saludó con una inclinación de cabeza a los españoles, quienes eran todo sonrisas y dientes y ojos hambrientos-¿No quieres compartir la compañía, Fayme?


Fayme echó, la cabeza hacia atrás con despreocupada gracia.


– Ah, Shanna, hablaremos de los menos afortunados. Pero tú no eres una de ellos. Pero en serio, me apenó mucho enterarme de tu desgracia. -Suspiró profundamente-. ¡Ah, tan joven y viuda! Pero ven, te presentaré a estos hombres. Parecen muy ansiosos de conocerte. Los oficiales y su capitán respondieron con ferviente entusiasmo y elaborados cumplidos sobre la belleza de las mujeres de Los Camellos.


– Shanna -dijo Fayme en una pausa- ¿quién es ese hombre que está allí? El hombre tan guapo que te besó la mano.


Shanna lo conocía muy bien. -El señor Ruark, siervo de mi padre.


– ¡Qué hombre! -exclamó Fayme, haciendo que su marido enarcara las cejas-. ¿Y dices que es un siervo?


– Oui, cherie -interrumpió Jean-. Lo trajimos en el viaje de diciembre del año pasado. Creo que lo compraron en la subasta de deudores..


– ¡Pero Jean, con esas ropas! Ciertamente, él ya no es…


– Oui, ma petite -respondió el francés, molesto porque su mujer encontrara tan fascinante a otro hombre. El no conocía las artimañas que usaba ella para darle celos; ella era una amante esposa pero estaba cansada de las aventuras de él. lean enderezó su chaqueta escarlata y se acomodó los puños-. El siervo se ha ganado la buena voluntad del señor Trahern y algunos dicen que se la ha merecido, aunque los rumores pueden estar equivocados. Vaya, algunos van tan lejos que dicen que es un hombre ilustrado y un hábil ingeniero. No creas en todo lo que oigas.


– Ah, pero es extraño, Shanna -dijo Fayme, pensativa-. ¡Cómo un hombre de ese talento puede llegar a ser un siervo! ¡Es un hombre magnífico!


Jean Duprey se puso encarnado de irritación. Shanna lo notó con satisfacción y se unió de buena gana a la conspiración. Quizá el francés se volviera un poco menos mujeriego si creía que también su esposa podía sentirse tentada. Para vengarse, y porque antes se había mostrado tan indulgente con el hombre, Shanna sintió deseos de aumentar la inquietud de Jean.


– Sí, Fayme -susurró detrás de su abanico, en voz lo suficientemente alta para que lean pudiera oírla-. He oído decir que tiene la costumbre de dormir sin nada de ropa.


Fayme ahogó una exclamación.

– ¡Qué hombre!


Jean enrojeció aún más y se aclaró la garganta. Llamó a un criado y se sirvió una copa de champaña. Mientras lo bebía miró atentamente a su esposa. Súbitamente la vio bajo una nueva luz y se percató de que ella no estaba privada de belleza.


– Capitán Morel -dijo Shanna, sonriendo graciosamente al alto español -cuénteme de España. Hace mucho tiempo que tengo ganas de ir allá, pero no he tenido tiempo de convertir ese sueño en realidad.


El hombre, flaco y nervudo y no demasiado apuesto, la miró. con admiración.


– Señora -dijo- yo mismo la llevaría allá.

Sólo tiene que pedírmelo e iré inmediatamente a preparar mi barco. Pero -agregó, volviéndose a su joven teniente- deberemos cubrir los ojos de todos los tripulantes para que la belleza de esta princesa no los ciegue ni los distraiga de su trabajo.


Shanna rió detrás de su abanico.


– Usted es encantador, capitán -dijo-, pero me temo que me halaga demasiado.


– ¿Halagarla demasiado, señora? En mi vida he hablado más en serio -declaró el hombre con vehemencia. Tomó una copa de champaña de la bandeja que le ofrecía un criado y la ofreció a Shanna con una leve reverencia-. Señora, usted hace que la gloria de los cielos empalidezca en comparación con su hermosura.


Shanna siguió coqueteando. Su risa tenía una suave dulzura que hechizaba a los hombres. Se mostraba alegre y encantadora pero limitó casi todo, su flirteo a los españoles porque ellos se marcharían pronto y ella no se vería fastidiada mucho tiempo con atenciones no deseadas. La cena fue servida y Ruark se sentó al lado de su padre, en el otro extremo de la mesa y lejos de ella.


Cuando volvieron al salón Shanna quedó un momento sola y recorrió lentamente con la mirada la habitación. Pitney y su padre se habían instalado en un rincón y discutían sobre el tablero de ajedrez que habían dejado la noche anterior. Allí cerca vio a Ralston quien, como era su costumbre, estaba solo. El agente la saludó con la cabeza y ella respondió con una sonrisa helada. Bebió un sorbo de su copa de Madeira y en seguida, tan súbitamente que le produjo un sobresalto, su mirada se encontró con la de Ruark. El la miraba fijamente entre- los hombros de dos hombres que discutían delante de él y ella comprendió que había estado observándola largo tiempo. Ahora sintió se casi desnuda ante los ojos hambrientos de él. Aunque Ruark no dijo una palabra, Shanna oyó sus pensamientos como si él se los hubiera gritado desde el otro extremo del salón.


¡Señor! Shanna le volvió la espalda y vació su copa de un golpe. Le temblaba la mano cuando dejó la copa en una mesa cercana. Súbitamente el salón le pareció atestado, sofocante, y empezó a sentirse mareada. Su buen humor desapareció y le vino la urgente necesidad de estar un momento a solas para ordenar sus pensamientos. El choque de esa mirada dorada y el mensaje que la misma transmitía la había dejado atontada y con la mente llena de confusión. Sintió un cosquilleo en sus pechos y dolor en los riñones, pero su mente se apartó horrorizada de las atrevidas e inequívocas urgencias de su cuerpo.


Fue como si se viera a sí misma desde lejos. La hermosa mujer, pálida pero serena, pasó entre la multitud respondiendo saludos y de alguna forma logró llegar a un rincón solitario de la veranda.


– Maldito bastando -murmuró entre dientes. Apretó fuertemente los puños, se apoyó en la barandilla y aspiró profundamente-. Viene a mí desde mil direcciones a la vez. ¡ Yo lo aplasto aquí y aparece triplicado allá! ¡ Sólo es un hombre! ¡Un hombre! ¡ Un hombre! -repitió, golpeando la barandilla con el puño.

Tratando de recobrar su serenidad, Shanna respiró profundamente varias veces. Consiguió tranquilizarse un poco y renovó su determinación de regresar y divertirse pese a él. Se volvió, dio un paso… y casi gritó.


– ¡El estaba allí! Apoyado tranquilamente. en una columna, y sonriéndole. Todo. el coraje que ella había logrado reunir se desmoronó en un instante.


– ¡Aléjate de mí! -sollozó Shanna-. ¡Déjame en paz!


Se llevó la mano a los labios y huyó. Pasó raudamente junto a Jasón y subió la escalera sin detenerse hasta que estuvo segura en su habitación.


Su dormitorio estaba caliente. Se quitó el vestido y se puso una ligera camisa. Enjugó la transpiración de su labio superior y se sentó en el borde de la cama, tratando de aquietar el temblor que le sacudía todo el cuerpo. Pero había algo de lo que no podía librarse: ella sabía lo que quería y sentía en su vientre la palpitación de ese deseo.


La noche quedó extrañamente silenciosa. Los sonidos de la reunión fueron disminuyendo hasta que se retiró el último de los invitados. El dormitorio de Shanna estaba sofocante y parecía cerrarse a su alrededor.

Shanna se levantó de la cama, sopló la vela y empezó a pasearse en la oscuridad, decidida a pensar en cualquier cosa menos en Ruark.


¡Attila! ¡Cabalgar sobre su lomo! ¡Correr veloz como el viento! ¡Attila! ¡Un silbido agudo y penetrante! ¡Ruark! Furiosa, Shanna agitó la cabeza y probó otra vez.


¡El mar! ¡Flotar sobre las olas! ¡Zambullirse para observar a los peces! ¡Caminar por la playa! Arena tibia y suave bajo sus pies. ¡Una silueta sobre el acantilado! ¡Ruark!


¡Un paseo en el carruaje de su padre! ¡Ruark!


Shanna cerró fuertemente los ojos y se llevó los puños a las sienes. ¡ En todas partes estaba Ruark!


Pero no aquí. Ahora estaba a salvo. Shanna se relajó, suspiró y abrió.os ojos. Salió de su habitación

a la terraza. El viento estaba más fresco y densas nubes pasaban delante de la cara de la luna. Un ancho halo brillaba alrededor del disco de plata, seguro indicio de lluvia inminente. Shanna se apoyó en la balaustrada y miró hacia abajo, un árbol por vez, aguardando hasta que la luna los iba iluminando uno por uno. Pero no había nadie.allí-. Ningún tronco ocultaba la silueta de un hombre.


¡Súbitamente; Shanna se puso rígida al darse cuenta de que estaba buscando a Ruark! El nombre pasó por su mente como un relámpago. Se puso furiosa por tener tan poco control sobre sus pensamientos.

Entró nuevamente y se arrojó sobre la cama. Se cubrió la frente con un brazo y cerró fuertemente los ojos, decidida a dormirse. Pero ya había saboreado el más dulce de los néctares; ahora ya conocía la larga y esbelta dureza de los muslos de él, el relieve de los músculos de su espalda, el vientre plano y firme, la fuerza con que se apretaba contra ella. Abrió los ojos y se encontró tendida, muy tensa, a través de la cama.


Lanzó., un gemido, se levantó y se vistió con una falda larga y una blusa suelta, indumentaria habitual de las mujeres de la isla. Se cubrió la cabeza con un pañuelo floreado. Su dormitorio había dejado de ser un paraíso y Shanna huyó de él, trepó la barandilla del balcón y se dejó caer al suelo. La hierba fría y húmeda bajo sus pies descalzos le trajo recuerdos de su infancia, cuando corría por los prados con despreocupado abandono. Lentamente se alejó de la mansión y suspiró cuando alzó la vista para mirar la luna. Las nubes habían aumentado en densidad y el viento soplaba más fuerte, haciendo ondear su falda campesina. Shanna vagó sin rumbo entre los árboles, disfrutando de la intimidad que le brindaba la oscuridad. De niña, cuando deseaba pasar inadvertida, a menudo se vestía de campesina. Pocos dedicaban atención a una muchachita ordinariamente vestida y con un poco de cautela podía evitar que la reconocieran. Ahora vagaba por los terrenos de la mansión a su placer, deteniéndose cuando un sendero o un árbol le traían algún recuerdo. Sólo cuando se encontró frente a un porche y vio la luz de una única lámpara brillando en un comedor, cayó en la cuenta de que había seguido el camino por el cual su mente tan a menudo la llevaba últimamente.


Un gran cansancio se abatió sobre Ruark en la quietud de la cabaña. La batalla por conseguir la atención de Shanna súbitamente parecía inútil y sin objeto. Ella siempre aceptaba gustosa las atenciones de otros hombres y rechazaba las de él. Las tareas del caluroso día, y la fiesta después, habían agotado sus fuerzas y su humor se hundió en las profundidades más negras de la desesperanza. Yacía desnudo sobre su cama en la habitación a oscuras y con la vista fija hacia arriba. Su mente estaba embotada y el aire que respiraba era denso y opresivo. Cerró los ojos y jirones de niebla de sueño flotaron a su alrededor. Era como si estuviera dentro de una densa bruma mientras linternas de colores se movían a lo lejos; entonces un único y brillante rayo de luz se encendió y él corrió hacia él hasta que llegó a un jardín con muros de piedra, bañado por el sol y desierto excepto por un único tallo en el que se abría una rosa de belleza tan grande que lo obligó a detenerse para tomar aliento. Mientras él miraba, el tallo se disolvió y la rosa flotó libremente entre nieblas luminosas que obscurecían todo lo demás. El capullo de un rojo profundo le llenó la mente y después pareció alejarse, encogerse, iluminarse, cambiar de forma. Era un par de labios, húmedos, suavemente entreabiertos; después, arriba de ellos, esmeraldas verde claro se convirtieron en ojos de color verde mar, bellos y tentadores, con una profundidad que parecía llamado. Las brumas se convirtieron en un rostro de frágil belleza formada con la maestría de un artista que hubiera gastado todo su talento en ese solo esfuerzo.


Los ojos lo tenían hipnotizado. Los labios formaban palabras sin voz que le llegaban al alma.


"Tiende la mano. Tómame. Córtame. Toma el capullo. Soy tuya".


Cuando estiró la mano, una espina larga, de punta negra, se clavó en su carne y él se retiró presa. de un dolor quemante. La cara rió y agitó brillantes rizos que flotaron a su alrededor en un salvaje desorden de miel silvestre veteada de oro.


La rosa se alejó hasta quedar flotando en medio de una jungla sin hojas y llena de espinas. El canto de sirena aumentó y se volvió intenso, cegándole la voluntad para todo lo que no fuera esa beldad que lo llamaba, que clamaba por que la tocara. El se adelantó descuidadamente. Sus dedos parecieron casi rozar los pétalos de color rojo sangre antes que las zarzas lo atraparan, lo envolvieran y, con perversa malignidad, las espinas se clavaran en sus miembros y su cuerpo hasta que él sollozó de dolor y la quemante blancura del dolor arrasó su visión. El trato de. alejarse, pero cada movimiento renovaba la extasiante tortura. Entonces empezó a caer, a hundirse a través de una selva verde, llena de flores…


Ruark abrió los ojos y quedó mirando la oscuridad hasta que despertó completamente. Maldijo a la rosa, encendió una vela y se puso sus calzones cortos. Se pondría a trabajar para dar paz a su mente y que lo condenaran si volvía a permitir que Shanna lo torturara con sus triquiñuelas.


Entró al comedor donde había estado trabajando y se sentó sobre el borde de la mesa. Una lámpara de aceite colgaba por medio de una cadena y a su luz él miró sin ver los los papeles y bocetos dispersos sobre la mesa. Aun así, Shanna estaba demasiado presente en su mente para dejado libre.


Lentamente, Ruark sintió una presencia en la habitación y levantó la vista para descubrir la sombra de una mujer isleña. Estaba apoyada silenciosamente contra la puerta. Con fluidos movimientos, la mujer se adelantó hacia la luz y Ruark se puso rápidamente de pie al reconocer a Shanna. Arrojó la pluma sobre la mesa, sin decir palabras fue hasta el aparador y sirvió una copa de Madeira. Volvió junto a ella, le ofreció la copa y no se atrevió a tocada. ¿Era esto otro sueño que se disolvería si él estiraba una mano para tomada?


Shanna tomó la copa con las dos manos y bebió mientras lo miraba a la cara con sus suaves ojos verdes. Shanna dejó la copa y bajó la vista mientras la confusión le llenaba la mente. No podía encontrar palabras para romper el silencio. Ruark estiró una mano y gentilmente le quitó el pañuelo de la cabeza, soltó las trenzas largas y gruesas y las dejó caer libremente sobre los hombros suaves y blancos. Después sopló la lámpara de aceite. Los labios de Shanna se entreabrieron en un gemido silencioso cuando él la rodeó con los brazos y la atrajo contra su pecho. La besó en la boca, probó la suavidad de sus labios, jugó con la lengua e insistió hasta que ella le rodeó el cuello con los brazos. Se inclinó levemente, le pasó un brazo debajo de las rodillas y la levantó del suelo. Shanna soltó un suspiro y apoyó la cabeza en el hombro de él. Ruark cruzó rápidamente las habitaciones hasta que llegó al dormitorio suavemente iluminado donde, sin detenerse, se volvió y cayó de espaldas a través de la cama, teniéndola a Shanna todavía abrazada. Entonces ella se incorporó apoyándose en un codo y lo miró a la cara, maravillada. Ruark volvió a besada, trazó con sus labios una huella ardiente en el cuello de ella y llegó al hombro desnudo. Mentalmente, Shanna quería apartarse de ese contacto pero.su mente tropezó y cayó bajo las insistentes caricias de él. Shanna se incorporó ligeramente y sacudió la cabeza hasta que su cabello formó un dosel resplandeciente sobre sus caras. Luego descendió, sin dejar de mirar esos hambrientos ojos dorados, y lo besó en la boca, lentamente, ardorosamente, mientras las puntas calientes de sus senos rozaban el pecho de él. Ruark llevó sus manos a la cintura de ella y la falda cayó. Un tirón al lazo de la blusa y la prenda cayó de los hombros. Como una gata salvaje, Shanna se puso de rodillas sobre él, tentándolo con un beso, con una íntima caricia, hasta que Ruark rodó hasta ponerla debajo de él. Entonces, con feroz y desnudo abandono, la poseyó, haciéndola remontar a alturas alucinante s y vertiginosas.


Emergiendo de las profundidades del sueño, Ruark despertó como de un trance y por un momento fugaz temió que todo hubiera sido un sueño. Pero entonces sintió el cuerpo suave y tibio entrelazado con el suyo y se relajó sobre la almohada. El recuerdo de la pasión de Shanna avivó los fuegos de su mente. Ella lo había provocado como una zorra, lo había tentado con su suavidad, había hecho el amor abiertamente con el como si fuera su amada esposa. El efecto sobre él era total y completo, devastador cuando el desearla lo llevaba solamente a la frustración y la agonía de cuerpo y mente, hermoso cuando se unían en el amor y ella era de él, por un momento, por un espacio. La fragancia de su perfume llenaba su cerebro y su cuerpo bellamente curvado se acurrucaba contra él, con un muslo tibio y suave descansando despreocupadamente entre los suyos y un brazo sobre su pecho. Ella se apretó más contra él y su aliento le hizo cosquillas en el cuello. Lo tocó allí con los labios y cuando él la miró ella le devolvió la mirada con ojos sonrientes.

Sus labios volvieron a encontrarse una y otra vez, como si cada beso fuera más dulce que el anterior. Se apartaron y en seguida volvieron a unirse con un ardor que los fundió en un solo ser, cada uno olvidado de todo lo que no fuera el otro. Todo 10 sucedido antes desapareció en el resplandor de la unión.


Un relámpago surcó él cielo de ébano y gotas de lluvia golpearon las hojas de los árboles fuera de la ventana. Brisas errantes trajeron el fresco olor de la tormenta que llenó la habitación. ambos estaban despiertos pero silenciosos y algo intimidados por la felicidad que juntos habían disfrutado. Shanna seguía acurrucada en los brazos de Ruark. Le pasó un dedo por el borde de la oreja.


– Debo pedirte que te marches antes que mi padre se entere -dijo ella quedamente-. Hergus teme que eso sucederá.

Ruark rió por lo bajo.


– ¿Y debo marchame, simplemente? Palabra, esa mujer debe de estar ciega, o hubiera visto cómo me has embrujado.


Shanna se volvió para contemplar el juego de los relámpagos a través de la amplia extensión de aterciopelada oscuridad. Era extraña la fuerte sensación de seguridad que sentía aquí con Ruark mientras la tormenta envolvía al mundo más allá de las ventanas. Ella siempre había dormido sola y de niña solía asustarse de las tormentas y los rayos y relámpagos que iluminaban fantasmagóricamente su habitación. En más de una ocasión había huido aterrorizada a la seguridad del dormitorio de sus padres, muy próximo al de ella. Ahora, con la tormenta rugiendo afuera, no podía decidirse a separarse de esos brazos que la rodeaban, reconfortantes.


Ruark le acarició suavemente el cabello. Shanna cerró los ojos, bañada en la paz de su dicha.

Se le escapó un largo suspiro. -Creo que tengo que irme antes que empeore la tormenta.


Ruark le rozó la sien con los labios y la besó en la mejilla. -Quédate hasta que amanezca-dijo contra su oído- y para entonces habrá pasado. Déjame tenerte en mis brazos unas pocas horas más.


Shanna se volvió de modo que su boca encontró la de él y empezaron a besarse con creciente ardor.


– Pero tú necesitas descansar -dijo ella-. ¿Qué sucederá mañana? Tienes que trabajar.


– Me las arreglaré. -La boca de él se volvió insistente-. ¿Te quedarás?


Shanna asintió ligeramente y su voz fue apagada por los besos de él.

– Sí -dijo-, hasta el amanecer.


La tormenta rugía contra la ventana y juntos miraron cómo los cielos bailaban sus relampagueantes danzas y pequeñas estrellas aparecían entre las nubes que corrían enloquecidas.


El carillón del reloj del hall dio las cuatro y Ruark se despert6 completamente, consciente de que Shanna yacía enroscada a su lado, profundamente dormida. La besó suavemente y la despertó diciendo su nombre. Ella gimió soñolienta y le rodeó el cuello con un brazo. El acarició con su boca los labios levemente entreabiertos y murmuró roncamente:


– Vamos, amor mío. No hay más remedio. Yo te llevaré de regreso.


Ruark buscó en la oscuridad, encontró pedernal y yesca y encendió una vela que iluminó la habitación. Se levantó y recogió del suelo las ropas de ella. Shanna se cubrió cuidadosamente con la sábana y evitó mirarlo a los ojos cuando él le alcanzó sus ropas.


– ¿Te pondrás los calzones? -preguntó ella suavemente, mirando recatadamente sus manos enlazadas en su regazo. Le dirigió una mirada rápida y furtiva y se alzó de hombros ante la expresión de interrogación

de él-. Te ves tan desnudo así… No me parece que seas muy modesto. Eres… eres tan despreocupado acerca de todo eso.


Ruark la miró con expresión dubitativa. ¿Llegaría a entenderla alguna vez? Pero cedió y se puso los calzones.

– Como debes recordar -dijo él mientras se ajustaba el cinturón- es muy difícil hacer el amor completamente vestido y yo prefiero hacerlo en forma más íntima. Me temo que tendrás que acostumbrarte a verme en cueros. Solamente una novia reciente puede manifestar tanto recato.


Ella lo miró con sus ojos verdes muy dilatados. – ¿No pensarás que esto puede continuar? -dijo. Ruark la miró ceñudo.


– ¿Y por qué, señora mía, debería pensar lo contrario? -replicó.


Shanna se puso abruptamente de pie, dejó caer la sábana al suelo y empezó a vestirse, indiferente a su propia desnudez y el efecto que la misma tenía en Ruark.


– Esto… anoche… pues, sucedió -insistió Shanna enfáticamente-. No debe continuar, por tu bien como por el mío. ¿No te conformas con que el pacto haya sido cumplido? ¿Tienes que ser un canalla que nunca queda conforme? Si fueras un caballero…


El estallido de risa de Ruark cortó abruptamente el torrente de palabras y Shanna se volvió con los ojos llenos de indignación.


– Qué rápidamente me castigas, como si te lo hubieras propuesto con empecinamiento. Difícilmente puedes culparme de todo lo que sucedió anoche, Shanna. Y ahí estás, hermosa, tentadora, desnuda. Y

me regañas por mirarte. Mujer veleidosa -bromeó Ruark-, me provocas y me rechazas como a todos esos hombres a los que has atrapado con tus lazos de seda.


– ¡Oh! ¡Ooohhhh! -exclamó Shanna furiosa y se puso apresuradamente la ropa-. ¡Eres despreciable!


– ¿De veras lo crees? -Ruark la tomó en brazos, la besó en el cabello, en la mejilla y en la boca. La llevó nuevamente a la cama y su boca descendió donde la blusa dejaba desnudas las curvas superiores del

pecho y después más abajo, aventurándose en los pezones. Shanna contuvo el aliento y los fuegos de la pasión empezaron a arder otra vez en su interior. Un contacto, un beso, una mirada y él podía dominarla.

¿Qué locura era ésta?


– Tu corazón late demasiado de prisa para que puedas decir que no tienes interés en mí, amor mío.


A Shanna le temblaron los labios y él los cubrió con los suyos. -Prométeme que vendrás más tarde -pidió él.


– No puedo. No me lo pidas.


– Te lo pido.


– No. No puedo. Debo volver a casa, Ruark. Déjame ir. -Shanna sintió vértigos bajo el asalto de los besos de él y su voz se hizo más débil-. Por favor… Ruark…


– Te has propuesto atormentarme -suspiró él.


Durante un largo momento él la besó apasionadamente en la boca. Después, súbitamente, la soltó y se incorporó de la cama con un rápido despliegue de elásticos músculos. Con los labios todavía palpitándole en demanda de los de él, Shanna se levantó de mala gana de la cama, habiendo perdido mucho de su deseo de marcharse. Lentamente caminó delante de él cuando dejaron la cabaña. De tanto en tanto él le acariciaba ligeramente el brazo desnudo.


Caminaron por la oscuridad hacia la mansión. Los pájaros ya estaban despertándose con las brisas refrescantes del inminente amanecer y probaban sus voces para la obertura, como las notas vacilantes de flautas, oboes y otras maderas de una orquesta. Shanna caminaba silenciosamente junto a Ruark. La hierba húmeda estaba fresca debajo de sus plantas desnudas y los árboles los rociaban con gotas de lluvia cuando la brisa agitaba el follaje mojado.


Manteniéndose en las sombras más densas, rápidamente cruzaron el claro hasta la casa y pronto estuvieron debajo del balcón de Shanna.

– Ahora será mejor que te vayas -murmuró ella-. Yo daré la vuelta y subiré por la escalera.


Ruark miró hacia la veranda.

– No sería difícil izarte hasta allí, si deseas aventurarte por este camino.


Shanna lo miró dubitativa.

– Probablemente me rompería el cuello -dijo.


– Confía en mí, amor mío -rió Ruark-. No eres muy grande. Puedo subirte en un momento. -Dobló levemente la rodilla-. Vuélveme la espalda, dame tus manos y pon tu pie aquí, sobre mi muslo. Puedes sentarte sobre mi hombro y estarás a mitad de camino.


Shanna hizo con hesitación lo que le decía y quedó sorprendida por la facilidad con que se realizó la maniobra. Lo miró desde arriba y el sonido de su alegría burbujeó en la quietud del alba.


Con cierto atrevimiento, comentó:

– Para ser un siervo, siempre pareces darme una mano en mis momentos de necesidad. Creo que te conservaré cerca por tus servicios.


Ruark le mordió jugando el muslo y provocó una apagada protesta de Shanna, quien se apresuró a terminar de subir. Con una mano en una nalga y la otra sosteniéndole una pierna, él la levantó hasta que ella pudo asirse de la parte inferior de la balaustrada; después la levantó más y ella apoyó un pie en la enredadera. Cuando estuvo segura en el balcón, Shanna rió suavemente y se inclinó para despedirlo agitando una mano.


– Muchas gracias, señor dragón -dijo en voz baja. Ruark rió por lo bajo y le hizo una profunda reverencia.


– Siempre a su servicio, señora mía -dijo.


Ruark se alejó con ese andar lento y elástico que a ella le hacía pensar en un animal silvestre. Fascinada, Shanna siguió mirándolo hasta que él se perdió entre los árboles. Se volvió lánguidamente, se levantó el cabello sobre la nuca y sonrió para sí misma, con los ojos soñadores e iluminados por un radiante resplandor. Entró en el dormitorio tirando de los lazos de su blusa y quedó paralizada cuando una figura se adelantó desde atrás de las cortinas.


– ¡Señor dragón, por supuesto! -La voz estaba cargada de disgusto.


– ¡Hergus! -exclamó Shanna y trató de aquietar el atemorizado palpitar de su pecho-. ¡Me asustaste terriblemente! ¿Qué haces levantada a esta hora y en mi habitación?


– Estaba preocupada por usted. Sé que teme a las tormentas y vine a acompañarla hasta que pasara.


Cuando vi que no estaba, aguardé, temerosa de que también viniese su padre. Estaba decidida a meterme en la cama y hacerle creer que era usted, profundamente dormida, como hubiera debido estarlo si tuviera algo de buen sentido.


Shanna, ansiosa por quedarse a solas con sus pensamientos y los recuerdos de las horas pasadas, no estaba de humor para discutir con la mujer.


– Me voy a la cama -declaró con firmeza-. Quédate o vete. No hay ninguna diferencia. Pero de cualquier modo frena tu lengua. No te escucharé a esta hora de la mañana.


Shanna pasó junto a Hergus y fue hasta la cama, donde había dejado su camisón. En el horizonte empezaba a romper el día pero ella se quitó sus ropas campesinas y le volvió la espalda a Hergus, quien la miraba con expresión agraviada, los brazos en jarras y el ceño fruncido. Por primera vez en su vida, Shanna se sintió incómoda, hasta avergonzada de su propia desnudez en presencia de la criada, aunque la escocesa la había ayudado a vestirse casi desde su primer vagido. ¿Eran las tonalidades magenta del sol naciente lo que pintaba, de rosa sus pechos y muslos, o era una marca dejada por el cuerpo de Ruark? Al recordar los momentos pasados, Shanna enrojeció intensamente y se apresuró a ponerse el breve camisón.


– Me iré -dijo Hergus, disgustada-. Pero no quedaré contenta hasta que haya terminado completamente esta locura. Qué vergüenza, dormir con un hombre, dejar que él haga 1o que quiera sin votos

Matrimoniales que los unan. Sí, sabía, que las cosas saldrían mal cuando quedó viuda tan poco tiempo después de- casarse, hermosa y de sangre caliente como es… eso puedo verlo claramente. Usted y el señor Ruark, los dos son iguales. Demasiados fuegos para apagar.


Shanna, sin decir palabra, se acomodó en el medio de la cama y observó a Hergus con los ojos entrecerrados mientras la mujer recogía las ropas descartadas y las guardaba en el armario. Cuando la criada se marchó, Shanna lanzó una última mirada de fastidio en dirección a la puerta. Después se volvió, se deslizó entre las sábanas de seda y se hundió feliz en el sueño, con el recuerdo de unos brazos vigorosos que la estrechaban y unos labios insistentes que la besaban en la boca fundiéndose con sus sueños.


CAPITULO DIEZ


Llegó el domingo. En la isla, una capilla servía a quienes se sentían inclinados a reunirse para rendir culto a Dios. Era costumbre de la familia Trahern asistir a los servicios y en ese aspecto este día no fue diferente. Esta mañana, la excepción era que Ruark estaba allí. Cuando entró en la iglesia rozó a Shanna al pasar y ella, por un instinto extraño, supo quién era antes de volverse. Su mirada se posó, como a la fuerza, en la espalda del hombre alto y esbelto vestido de seda color verde selva.


– Oh, señor Ruark -dijo jovialmente el hacendado y Ruark se volvió y lo miró como si se sintiera sorprendido de encontrarse tan cerca de la familia Trahern. Shanna admiró su frialdad. El se mostraba tan despreocupado acerca de todo que nadie, con la posible excepción de Hergus quien estaba varios pasos más atrás, hubiera podido adivinar que él había procedido con gran deliberación.


Ruark devolvió el saludo de Trahern antes que su mirada se posara en Shanna y se regalara, un momento fugaz con su belleza iluminada por un rayo de sol y vestida de linón color verde claro. Ella le sonrió fríamente debajo del ala de su sombrero.


– Vaya, señor Ruark, creo que usted está volviéndose civilizado ¿Vestido adecuadamente y viniendo a la iglesia? Apenas puedo creer lo que ven mis ojos.


El sonrió con picardía.


– No quise disgustar indebidamente al ministro con mis ropas escasas.


– ¿Sí? -repuso Shanna-. No creía que nada le importara, señor Ruark. Ciertamente, usted no ha mostrado ninguna vacilación en ponerse esas ropas, esos espantosos calzones, en la aldea, donde todas las muchachas lo miran boquiabiertas. Si fuera usted modesto, se diría que es la aldea el lugar más conveniente para empezar, a fin de no herir demasiado a mentes inocentes.


Trahern se apoyó en su bastón y los observó a los dos, preguntándose si la discusión terminaría en más palabras hirientes. No podía entender la irritación de su hija con ese hombre.


– Señora -dijo Ruark, apoyando una mano atezada sobre su corbatín de encaje blanco y en tono levemente burlón-, yo no quise herir a mentes inocentes. -La miró directamente a los ojos…,.-. Tampoco deseo confundir a las mentes sencillas. Pero siempre he respetado a un hombre de sotana y he creído debidamente en las palabras y los votos pronunciados en una iglesia.


Shanna entre cerró ligeramente los ojos. ¡El canalla! Ahora que el pacto estaba cumplido, él la reclamaría por derecho de matrimonio. Bien, eso creería él, pero ella tenía otras cosas en la mente y no sería la esposa de un siervo..


– Siéntese con nosotros, señor Ruark -invitó Trahern, tratando de evitar una escena en público. Shanna pareció fulminado con la mirada..


– Estoy segura de que el señor Ruark preferiría sentarse con Milly Hawkins -replicó secamente Shanna, y agitó el abanico en dirección a la joven, quien estiraba el cuello para ver a Ruark por encima del hombro de su madre-. Ella parece estar fascinada con sus nuevas ropas, señor Ruark.


Ruark miró fugazmente en dirección a la muchacha y Milly sonrió con expresión radiante.


– Muchas gracias, señor -dijo él, dirigiéndose a Trahern e ignorando a Shanna-. Me gustará muchísimo.

El hacendado los precedió con una risa suave que le hacía temblar la barriga. Ruark caminó a su lado y asintió cuando Trahern hablaba. En el banco de la familia, Shanna se ubicó silenciosamente al lado de su padre y se dedicó a ignorar a Ruark pues se vio severamente observada por Hergus.


Los asientos de la familia Trahern eran macizos, con altos respaldos, y estaban juntos de modo que todos los apoyabrazos tallados se tocaban, excepto el perteneciente al mismo Trahern. Los asientos restantes y unos más pequeños ubicados adelante, obviamente hechos para niños, estaban destinados a Shanna, su esperado esposo y sus descendientes. Shanna hubiera preferido ahogarse antes de revelar a Ruark que el asiento que él eligió estaba destinado a su marido.

El ya había reclamado demasiados derechos conyugales. Al mirarlo de soslayo, Shanna vio que la mirada de Ruark se posaba en los asientos más pequeños y que después pasaba sobre los tres asientos grandes ocupados por ellos. Como había una segunda hilera de asientos detrás de ellos reservados para los huéspedes y ella se encontraba entre su padre y él, sólo podía extraerse una conclusión. Shanna captó la sonrisa conocedora de él cuando miró los asientos.


Shanna bajó la vista y observó subrepticiamente la mano que descansaba cerca de la suya. Era oscura y contrastaba con el blanco deslumbrante del puño pero estaba limpia, con las uñas bien cortadas y cuidadas, fuera de carácter para un siervo ordinario. Sí, John Ruark era un hombre totalmente diferente de cualquiera que ella hubiera conocido. Aunque conocido como siervo, hubiera podido pasar como par en cualquier círculo de nobles y señores.


– ¿Cómo es que no ha encontrado esposa en las colonias, señor Ruark? -;-preguntó Shanna deliberadamente-. ¿Hay escasez de mujeres allí?


– No hay escasez, señora mía… Ciertamente, allí hay abundancia de mujeres hermosas. -Sonrió y sus ojos se encontraron con los de ella en cálida comunicación-. Aunque ninguna igual a usted, señora. Sucedió que el trabajo me dejaba muy poco tiempo libre para buscar la compañía de una dama. Ello no hacía muy feliz a mi padre, quien creía que yo me dedicaba demasiado a mis tareas. pero después, en Inglaterra, una joven muy dulce y hermosa me conquistó. Espero convencerla algún día de que yo puedo ser un buen marido.


– Aquí hay espacio suficiente para una familia grande -comentó Trahern, señalando los asientos-. Pero todavía tengo que ver estos bancos ocupados. Si ella llegara a encontrar un marido adecuado sería un milagro.


Shanna prestó poca atención a las palabras de su padre ya su mirada sugerente y hasta se negó a reconocer haber escuchado el comentario de Ruark.


– Todavía soy joven -dijo recatadamente-. y sin duda te daré muchos nietos en tu ancianidad, padre.


– Hum -replicó Trahern-. Ya soy viejo. Encuentra un marido, hija, y te ruego que lo hagas pronto.


– ¡Papá! -Shanna dirigió a su padre una rápida sonrisa que él aceptó más como una mueca de irritación-. Estoy segura de que estás aburriendo al señor Ruark. Ciertamente, él parece muy falto de descanso.


El hacendado miró a su siervo, quien trataba de ocultar su regocijo detrás de lo que parecía un penoso bostezo.


Salvada de más agravios por la iniciación del culto, Shanna agradeció la prontitud del ministro. Durante toda la ceremonia, sin embargo, fue consiste de la presencia de él a su lado. Cuando tocaron el clavicordio y la congregación cantó, la voz profunda y rica de barítono de Ruark le produjo un cosquilleo y ella pudo hacer poco más que seguir cantando.


Sólo después que hubieron abandonado la pequeña iglesia Shanna, respiró finalmente tranquila y se relajó un poco. La tensión de tener que cuidar cada mirada y tratar de no parecer afectada por la proximidad de Ruark y mostrarse 'a1 mismo tiempo cortés, en beneficio de su padre, había resultado muy desagradable. En el birlocho, cuando regresaban a la casa, llegó a cuestionar su propia cordura por haber tomado como esposo a Ruark Beauchamp. El era como una bestia salvaje, atrapado y domesticado en apariencia pero peligroso para los desprevenidos. Su una vez firme creencia de que podría controlarlo estaba siendo rápidamente reemplazada por un insístete temor de haber cometido un tremendo error.


Poco después del almuerzo, sintiendo necesidad de hacer ejercicio para cansar tanto su mente como su cuerpo, Shanna ordenó que ensillaran a Attila. Fue a buscar a su padre al estudio para invitarlo al paseo.


– Un trozo de cuero asegurado al lomo de un caballo -dijo él no tiene nada que atraiga a mi sentido de la comodidad. No tengo el menor deseo de molerme el trasero galopando por esta isla cada vez que tú decides hacerlo. -Pero para suavizar sus palabras, añadió-: Ve y diviértete, muchacha. Pitney vendrá pronto para jugar otra partida de ajedrez.


Así Shanna partió sola y cabalgó subiendo la colina hacia el lugar donde estaban construyendo el trapiche. En una de las estrechas calles de la aldea se cruzó con Ralston, pero cuando él se detuvo y se llevó la mano al sombrero a manera de saludo, Shanna hizo que su cabalgadura apurara el paso e ignoró al hombre.


El día era agradable, casi fresco, con ráfagas de viento que hinchaban la falda de su traje de amazona color gris paloma y agitaba los rizos de pelo alrededor de su cara. Cuando se acercaban al lugar de la construcción, Attila empezó a encabritarse. Shanna era una amazona experimentada pero esta tarde no prestó mucha atención al animal, cuyo nerviosismo, en cualquier otro día, hubiera sido una advertencia para ella. El sonido de una campanilla y un ruido entre los arbustos junto al camino resultaron ser una cabra que se había soltado de sus ataduras. Attila se asustó, se alzó sobre las patas delanteras, y Shanna soltó las riendas. Tuvo que luchar para no caer.


El caballo se lanzó a la carrera pero en seguida surcó el aire un silbido claro y agudo. Attila se detuvo de repente y empezó a caminar hacia el molino, tan tranquilo como un potrillo recién destetado.


El caballo respondía de esa manera solamente a una persona. ¡Ruark! Shanna se tomó de las crines de Attila, miró a su alrededor y lo vio aguardándola junto a una pared a medio construir. Una vez más vestía los calzones cortos y su torso musculoso y atezado contrastaba marcadamente con la blancura de la prenda. Al ver esos pantalones, Shanna sintió deseos de gritar de cólera.


Ruark tomó las riendas y las ató a un poste. Su propia ira se notó en su voz.


– Si tiene que montar este animal, señora, podría hacerlo poniendo más cuidado por su seguridad. Si prefiere cabalgar distraída y soñando despierta, búsquese una montura más mansa.


La reprimenda fastidió a Shanna y le resultó más irritante porque sabía que él decía la verdad. Attila no era lo que la mayoría de las jóvenes elegirían para cabalgadura. El animal era brioso, e inquieto y necesitaba en las riendas una mano firme y atenta.


– ¿Mi padre es un amo tan duro que lo obliga a trabajar en un domingo? -dijo Shanna-. ¿Qué esta haciendo aquí?


– Quería ver unas pocas cosas sin que estén aquí los obreros -dijo Ruark.


Se acercó más, la tomó de la cintura y la hizo bajar deslizándola contra su torso desnudo.


– Hasta que tú apareciste, amor mío, estaba seguro de que mi día estaba perdido.


La depositó en el suelo y se inclinó para besarla. Pero Shanna, como indiferente a su proximidad, se quitó el sombrero y lo puso entre ellos.


– ¿y cómo fue, señor, que yo le he salvado el día? -replicó ella fríamente. Se apartó un paso de él y puso su sombrero en el arzón de la montura. Todavía sentía en su cintura la presión de las manos de él-. Vine solamente para ver los progresos del trapiche. Si hubiera sabido que estarías aquí habría buscado un placer diferente.


Ruark sonrió y se alisó el cabello con una mano.


– Ah, amor mío, ¿es que todavía me temes? -dijo él. Shanna se irguió indignada y se apartó más.


– Es que prefiero no ser maltratada y ultrajada como parece que te sientes inclinado a hacerlo. El cumplimiento del pacto parece que no te bastó.


– Sí, amor, no me basta -confesó ligeramente Ruark y la atrajo hacia sí-. En realidad, ello ha aumentado mis deseos.


Shanna puso entre los dos su fusta de montar pero las manos de Ruark la tomaron con firmeza y ella no pudo impedir el temblor que le recorrió el cuerpo.


– Trata de controlarte, Ruark -advirtió ella-. No vine a acostarme contigo, sólo a ver el trapiche. Ahora me pregunto si debo quedarme. Tú nunca pareces conforme.


Los ojos de Ruark brillaron como ascuas doradas entre sus pestañas oscuras.


– Ah, tú me tientas irresistiblemente, Shanna.


La mirada de él hizo que se aceleraran los latidos de su corazón y Shanna apartó rápidamente los ojos. Nadie antes que Ruark la había hecho temblar por ninguna razón y mucho menos con una mirada o con meras palabras. ¿Qué tenía este colonial que la afectaba tan intensamente? Había habido otros hombres apuestos, algunos muy brillantes y atrevidos que le pidieron galantemente la mano. Esos la aburrían. A otros ella los había considerado inteligentes pero había admirado sus mentes y nada más. Otros eran muy jóvenes y faltos de madurez, aunque la idea de tener a un anciano como esposo le causaba repugnancia. Ruark era joven y de mente ágil, y el solo recuerdo de la forma en que le había hecho el amor la llenaba de una deliciosa excitación.


Turbada por sus propios pensamientos, Shanna se apartó. ¿Sería ella una zorra hambrienta de amor?


– ¿Me mostrarás el trapiche? -dijo desviando la mirada-. ¿Y te comportarás como un caballero?


– Te mostraré el trapiche -replicó Ruark, pero no hizo ninguna promesa acerca de la segunda pregunta.

Lentamente empezaron a caminar y él señaló y explicó los detalles de la construcción. Shanna estaba familiarizada con las operaciones de alimentar con caña las ruedas de un pequeño trapiche montado sobre un carro y que era llevado a los campos cuando se lo necesitaba. Pero miró con cierto respeto y asombro la estructura que estaba siendo erigida en ese lugar.


Los tres enormes rodillos habían sido terminados y aguardaban cargamentos enteros de caña y había una cuba gigantesca para recibir los jugos. Dos alas se extendían a los costados del trapiche propiamente dicho, una con grandes calderos de cobre para cocinar el jarabe y convertirlo en un líquido más denso, la otra con cubas de fermentación y alambique de bronce para producir diversos rones, el negro para abastecer a los barcos de Su Majestad, el más claro para servir en cualquier mesa.


Parte de la mente de Shanna seguía las explicaciones de Ruark mientras que el resto de su atención centrábase en el hombre. Aquí, pensó ella, él estaba en su elemento. Su voz tenía cierto tono de autoridad y su actitud era segura y confiada. Subió sobre una viga apenas más ancha que su pie y caminó despreocupadamente por ella mientras explicaba y señalaba los trabajos del trapiche. Shanna lo veía desde todos los ángulos desde atrás cuando él la ayudó a subir un tramo de escalera. sin terminar, desde los costados cuando él se apartaba un poco para enseñarle la sencillez de su plan, desde abajo cuando él subió a una plataforma elevada.


Shanna lo seguía en silencio y sentía el orgullo que a él le producía su obra. Comprendió que él era un hombre que sólo se conformaba haciendo las cosas lo mejor posible. Su asombro aumentaba a medida que lo estudiaba a él y su curiosidad se intensificaba.


Seguramente- pensó- él es más que un siervo. La respuesta le llegó sola. Por supuesto, ella siempre lo había sabido. El nunca había sido esclavo de ningún hombre ni de ninguna mujer.


Shanna trató de imaginar en qué clase de hogar había nacido un hombre así y qué manos lo habían criado.


La risa suave de Ruark interrumpió sus cavilaciones. Shanna lo miró intrigada.


– Me temo que he sido demasiado detallista en mis explicaciones, pero por lo menos podrás responder cualquier pregunta que te hagan acerca del trapiche.


– y a he visto antes partes del trapiche y he escuchado a otros describirlo. Realmente, es una maravilla..


Shanna se apoyó en una columna para sentirse más segura porque la altura le producía vértigos y también para preparar su mente, porque la puerta que estaba a punto de abrir con sus palabras podía ocultar muchas clases de espectros.


– ¿Y qué debo responder cuando la gente me pregunte cosas de ti, John Ruark? Sé muy poco de ti. ¿Y tu familia? Esta mañana mencionaste a tu padre. ¿El está enterado de ese incidente en Inglaterra?


– Espero que no. No, ruego que no. -Ruark miró a la distancia, con expresión preocupada-. Sus fuerzas serían puestas a prueba si llegaran hasta él esos rumores y me creyera muerto.


– ¿y tu madre? -insistió Shanna -. ¿Tienes hermanos? ¿Hermanas? No los has mencionado.


Ruark la miró sonriendo.


– ¿Cómo podría jactarme de ellos, Shanna, cuando son rústicos coloniales?


Shanna percibió la ironía Y. renunció a enterarse de más cosas de él. Se irguió y 1o miró a los ojos. Ruark estaba observándola intensamente.


– Tus ojos revelan tus pensamientos -1o acusó bruscamente-. Es una grosería mirar tan abiertamente, y peor aún hacerlo en la iglesia.


– Sólo estaba admirándote -dijo él-. Eras la más hermosa mujer que allí había, y yo, como la mayoría de los otros hombres, sólo admiraba tu belleza.


– Tú eres más atrevido que los otros -dijo ella-. Cada vez que me miras me siento desnuda.


– Lees muy bien mis pensamientos, Shanna. Frecuentemente sueño que te tengo desnuda en mis brazos.


– ¡Eres un canalla! ¡Un canalla grosero, mal pensado! -gritó Shanna y sus mejillas enrojecieron-. No sé en qué terminará todo esto. ¿Y si yo estoy encinta? ¡ Sería desastroso!


– Sólo si tú lo quieres así -replicó suavemente Ruark.


– ¡Oh, calla! -estalló Shanna-. ¿Qué te importa a ti mi problema? Yo tendría que enfrentar a mi padre mientras que tú, sin duda, encontrarías la forma de salvarte de una azotaina.


Ruark la miró fijamente.


– ¿Tienes alguna indicación de que estás encinta, Shanna? Quizá el mes se te ha retrasado.

Shanna sacudió la cabeza con irritación y apartó la vista de esa mi rada fija de él, algo avergonzada.


– No, aún no -dijo.


Ruark la tocó en un hombro.

– Entonces pronto, quizá, amor mío, y podrás estar más tranquila. Shanna se apartó de la caricia de él.


– ¿Debes espiar en mi vida privada? ¿No puedo tener secretos para ti?


Bajo los dedos de él, el suave rodete de cabello de su nuca quedó libre. Ruark tomó unos rizos y aspiró la deliciosa fragancia. Le habló al oído.


– Para tu esposo no, amor mío. Si la simiente ha sido plantada sólo nos queda aceptar el hecho.


Con franca irritación, Shanna se volvió bruscamente y Ruark supo que había llegado demasiado lejos.


– ¿Sí? -exclamó ella-. ¿Y qué harías tú si yo estuviera encinta? ¿Aceptarías al hijo de mis entrañas y le darías tu apellido?


– Ciertamente -le aseguró Ruark-. Pero allí está el problema.


¿Deberíamos darle el apellido Ruark; admitir que somos amantes, y después casarnos otra vez? ¿O le damos el apellido Beauchamp, como es su derecho, y confesamos todo, que desde el principio estuvimos casados, y nos entregamos a la misericordia de tu padre?

Shanna golpeó indignada el suelo con el pie. El estaba tomándolo todo a broma y burlándose de ella.¡Oh, cómo 1o detestaba!


– Eres grosero -dijo, magnífica en su furia, con los ojos echando chispas-. ¡Eres un bárbaro de la peor clase! Bromeas con mi orgullo y tomas mi honor a la ligera. Me privarías de 1o que tanto he trabajado para conservar: mi derecho a elegir esposo. ¿Acaso esperas que yo acepte mansamente ser la madre de tus bastardos?


– No serán bastardos, Shanna. Tú eres mi esposa.


Ella negó con la cabeza y trató de apartarse pero él tenía sus dedos en la nuca de ella y la miraba fijamente ti la cara.


– ¡El pacto ha sido cumplido! -dijo ella, casi sin aliento-. ¡Tú 1o has admitido!


– ¿Y qué hay de los votos matrimoniales! -replicó él-. ¿Crees que fueron pronunciados con ligereza y que puedes rechazarlos a voluntad? ¿Respetas lo que has jurado ante un altar menos que lo que prometiste en una oscura celda? ¿Cómo explicas que eres viuda cuando yo estoy vivo, con buena salud? -Sus palabras adquirieron un tono insultante, duro-. ¿Acaso has comprobado que me falta vigor para que tengas que buscar otro esposo y tenderte debajo de él a fin de gozar de los placeres que él pueda proporcionarte?


Shanna lo miró atónita y él rió cáusticamente.


– Tal vez -continuó él- prefieras casarte con un lord de ilustre apellido pero empobrecido y pasar el resto de tu vida deseando un hombre de verdad. ¿O me llamarás para complacerte en lo que no pueda complacerte tu elegante lord?


– ¡Bestia! -estalló ella y levantó la fusta como si fuera a golpearlo en el rostro-. Te muestras frívolo pues poco tienes que perder. Puedes huir muy bien y dejarme con el vientre hinchado. -Se apartó de él-. Como son los hombres, eres libre para satisfacer todos tus caprichos.


– ¡Libre! -dijo Ruark en tono despectivo-. No Shanna, soy un siervo y mi amo podría decidir venderme y yo nada podría decir. -Ahora se le acercó y su voz se elevó-. ¿Escapar? ¿Ser un renegado toda mi vida?


¡Shanna, déjame decirte que no haré eso!


– Sí, realmente eres un renegado -dijo Shanna, poniendo los brazos en jarras-. Pero yo tengo todo que perder.


– ¡Todo que perder! -replicó él-. ¿Y qué más que mi cuello puedo perder yo? ¿Crees que lo valoro tan poco que tomo tu estado a la ligera? ¿Crees que busco por padrino al verdugo?


Shanna repuso con voz aguda:


– ¡Creo que eres un asno pomposo!


– ¡Y tú eres una niña malcriada! -rugió Ruark-. Yo creo que debería hacer lo que hacía tu padre, ponerte boca abajo sobre mis rodillas y darte una buena azotaina.


Los ojos verdes lo miraron amenazadores.


– ¡Atrévete a tocarme, Ruark Beauchamp, Y te arrancaré la piel de tu cuerpo desnudo!


Estaban de pie en el trapiche a medio construir, sobre una estrecha plataforma que temblaba bajo la cólera de los dos, pero ninguno lo advertía. Una pequeña nube de tormenta entró en el valle arrastrando consigo a otras más.


– ¡Mequetrefe! -exclamó Shanna, ahogada bajo la mirada de esos ojos ambarinos-. ¡Eres un grosero cruel! Un bruto…


Hubo un relámpago cegador sobre sus cabezas. Al instante siguiente el estallido ensordecedor de un trueno los envolvió en una masa de sonido. Shanna se sobresaltó y presa de súbito pánico cayó sobre Ruark, con los ojos dilatados por el miedo. Inmediatamente estalló otro relámpago y pálida y temblorosa, se aferró a Ruark como una niña asustada. El no había pensado que pudiera haber algo en el mundo que la asustara tanto. Ella había demostrado gran coraje frente a diversas dificultades. La cólera de él desapareció rápidamente y le rodeó los hombros con el brazo y la condujo hacia la escalera. Ya caían las primeras gotas de lluvia y el viento agitaba las tablas sueltas bajo los pies de ellos.


– Ten cuidado, Shanna -dijo Ruark haciéndose oír entre las ráfagas y la lluvia-. El lugar es alto y el camino empinado.


El viento se llevó la respuesta de ella, que tuvo que detenerse para recobrar aliento. Empezó a descender detrás de Ruark. Cuando llegaron al rellano él tuvo que gritarle al oído.


– La choza del capataz. La cabaña junto al camino. ¡Corre!

La empujó y Shanna recogió su falda, cruzó corriendo la plataforma, bajó los escalones y atravesó el claro hacia la sencilla cabaña que él le había indicado. Shanna llegó a la puerta sin aliento. Ruark se inclinó sobre ella para protegerla de la fuerza ahora brutal de la lluvia mientras se afanaba con el cerrojo de la puerta.


Un relámpago cruzó el cielo y un trueno ensordecedor resonó en sus oídos. Shanna se estremeció y ocultó el rostro en el pecho del hombre. El pavoroso estallido se desvaneció y después de un largo momento Shanna se apartó un poco y miró a Ruark. El bajó lentamente la cabeza y la besó en la boca.


Por fin la puerta se abrió como dándoles la bienvenida al oscuro interior. Ruark la tomó en brazos. Entraron.


El viento aullaba, rugían los truenos, estallaban los relámpagos y la cabaña se estremecía, ya fuera por la tormenta interior o por la exterior.


Después quedaron, acostados juntos sobre el angosto catre que servía como cama ocasional. Las ropas de Shanna estaban sobre una silla frente al fuego que crepitaba en el pequeño fogón. Afuera seguía cayendo la lluvia. Los dos quedaron silenciosos, uno en brazos del otro, con sus emociones calmadas por el momento.


Shanna se incorporó y miró a Ruark en la cara.


– ¿Has estado enamorado? -preguntó suavemente, pasándole los dedos por los labios.


Ruark la miró sorprendido y sonrió lentamente.


– Shanna, ya te he dicho que tú eres mi único amor.


– Hablo en serio -lo regañó ella suavemente-. Sé que has tenido otras mujeres. ¿Alguna vez estuviste enamorado de una de ellas?


El se alzó ligeramente de hombros.


– Sólo un pequeño episodio cuando era muchacho, eso fue todo. – ¿Un muchacho? ¿De nueve años? ¿De diez?


– No tan joven. Tenía dieciocho años y ella era una viuda -joven con flamígero cabello rojo. Me enseñó mucho acerca de las mujeres.


La curiosidad de Shanna no quedo satisfecha.


– ¿Qué sucedió? ¿Le hiciste el amor?


– Shanna, Shanna, mi ratita inquisitiva. ¿Para qué quieres saberlo? Pasó hace mucho tiempo y ya está olvidado.

– Te dejaré si no me lo dices -amenazó ella-. Y puedes quedarte aquí hasta que te pudras


– Mala mujer -bromeó él-. Y también celosa, creo.


– ¿De la viuda? ¡Ja! -replicó Shanna-. Eres muy presumido. Pasó un momento de silencio y después ella insistió:


– Supongo que estuviste terriblemente enamorado de ella. ¿Era bonita?


– Bonita -admitió Ruark-. Alta, esbelta. Tenía veinticuatro años. Ella compró un semental y yo…


– Tú te convertiste en su semental -interrumpió Shanna, sin poder disimular su irritación-. ¿No fue así? ¿Ella era como tu pequeña golfa de la posada?


Ruark trató de distraer su atención y la abrazó. Pero ella se resistió y se sentó sobre sus talones.


– Maldición -gritó-. Dime. ¿Era como tu pequeña golfa de la posada?


– ¡Oh, demonios! -exclamó Ruark. Se arrodilló frente a ella, la miró ceñudo y la obligó a que apoyara la espalda en la pared-. Ni siquiera recuerdo la apariencia de ninguna de las dos.


Su mirada se suavizó cuando contempló la desnudez de ella. Suspiró y trató de explicarle.


– Yo era solo un muchacho, Shanna. La viuda era una mujer mundana. Si eres capaz de creerlo, ella me sedujo. Después crecí. Mucho de ese esplendor se desvaneció. Ella empezó a exigirme demasiado de mi tiempo. Yo entrenaba caballos y además trabajaba en otros lugares. Ella se casó con un lord rico y viejo y cuando yo me negué a continuar como su amante se puso furiosa y terminó la relación. En realidad, me sentí muy aliviado. Me alegré de verme libre de ella. Y si puedes creerme, Shanna, después no tuve muchas mujeres más. Lo que dije esta mañana es verdad. Mi padre me consideraba casado con mi trabajo y quizá lo estuve, hasta que tú…


Shanna rió perversamente y sus ojos brillaron llenes de picardía. – ¿Qué te propones ahora, mujer? -preguntó él-. Nada bueno, seguramente. Shanna pasó los dedos por el pecho velludo de él y habló en tono de broma.


– Supongo -dijo- que si quiero verme libre de ti, primero tendré que cansarte con constantes exigencias.


Ruark sonrió tranquilizado.


– Inténtalo -dijo-. Envía por mí cada vez que estés libre y ya verás si consigues cansarme. La idea me parece interesante. Pero existe cierto peligro, desde luego, y ambos somos susceptibles. ¿Qué sucederá si te enamoras de mí?


Shanna bajó la vista y se preguntó qué haría si eso sucedía.


El silencio se prolongó hasta hacerse incómodo, pero la mente de la muchacha estaba sumida en un caos. Ninguna respuesta salía a la superficie. Ella casi temía lanzarse a las turbulentas profundidades porque no sabía lo que encontraría allí. Nunca había estado enamorada salvo del hombre ideal de su imaginación y, en realidad, nunca se había sentido atraída por ninguno hasta conocer a Ruark.


Cesó la lluvia. Los pájaros estaban callados y el viento ya no rugía. El silencio era denso, casi como si se lo hubiera podido cortar con un cuchillo. Y Ruark seguía aguardando una respuesta.


El silencio fue roto por el sonido de cascos que se acercaban rápidamente. Ruark soltó un juramento y se incorporó de un salto. Rápidamente se puso sus calzones mojados. Parecía muy probable que la puerta se abriera de un momento a otro y Shanna nada pudo hacer fuera de acurrucarse debajo del cobertor en un rincón de la cama. Los cascos se detuvieron junto a la puerta. Shanna intercambió una mirada angustiada con Ruark. Entonces oyeron un extraño sonido, como si alguien raspara la puerta, y Ruark sonrió y miró a Shanna, se adelantó y abrió completamente la puerta mientras ella ahogaba una exclamación de protesta.


Allí, en el vano, iluminado por el sol, estaba Attila. Se había soltado de sus ataduras. El caballo agitó la cabeza, relinchó y golpeó el suelo con sus cascos. Ruark buscó su camisa y sacó algo del bolsillo.


– Es así como lo he entrenado -explicó y tendió la mano mostrando dos terrones de azúcar moreno-. Se ha aficionado mucho al azúcar y hoy olvidé darle su ración.


– Oh -suspiró débilmente Shanna y se apoyó nuevamente en la pared-. Me ha dado un susto tremendo.

El caballo mordisqueó el azúcar que le ofrecía Ruark y echó la cabeza hacia atrás con evidente placer. Ruark cerró la puerta, se apoyó contra ella y miró a Shanna. El cobertor había caído y Ruark devoró el espectáculo con tanta voracidad como Attila el azúcar. Shanna tomó su camisa, se la puso rápidamente y lo miró con ojos acusadores.


– Si buscas la comida con la misma voracidad con que me buscas a mí -dijo en tono humorístico- pronto tendrás una barriga como la de mi padre.


Ruark le pasó un brazo por la cintura y ella se levantó para buscar su vestido que estaba secándose.


– Si mi comida -replicó Ruark- viniera con la misma regularidad que tu amor, hace tiempo me habría muerto de hambre. Como con la comida, mi necesidad de ti es cosa de todos los días y estos ayunos tan largos no apaciguan mi hambre.


– ¡De todos los días! ¡Ja! -Shanna empezó a pasar distraídamente un dedo sobre el pecho de él, como si estuviera escribiendo algo-. Tu lujuria es un dragón esclavizante que devora en un momento todo lo que puedo ofrecerte. Me temo que nunca saldrías más allá de la puerta del dormitorio si viviéramos como marido y mujer.


Shanna frunció súbitamente el entrecejo cuando vio lo que había escrito su dedo. Contra la piel oscura de él, las marcas blancas se desvanecían ya mientras las miraba, pero quedaron grabadas a fuego en el cerebro de Shanna. Las palabras "Te amo" escapan sin terminar, pero lo mismo revelaban sus sentimientos. Rápidamente se deshizo del abrazo y empezó a vestirse con mucha prisa.


Confundido por el abrupto cambio de ella, Ruark la observó atentamente mientras tomaba uno de sus dibujos y jugaba con el cilindro de pergamino.


– Había pensado pasar la noche aquí -empezó él casi con vacilación-. El señor MacLaird me trajo hasta aquí cuando vino con provisiones para el trabajo de mañana pero yo dejé varios dibujos que necesitaré por la mañana. ¿Me llevarías de regreso?


Shanna se detuvo en el acto de ponerse el vestido.


– Te llevaré -murmuró. Una vez cubierta con las ropas se calmó, se levantó el cabello y le volvió la espalda-. ¿Quieres abrocharme el vestido?


Ruark así lo hizo, sin apurarse. No tenía ninguna prisa por terminar la tarde.


Shanna se estuvo quieta casi todo el tiempo que él demoró en abrocharle el vestido, pero una vez extendió la mano y tomó algunos de los dibujos que estaban sobre la mesa. Los estudió y reconoció la escritura de Ruark en la parte superior. Cuando él terminó con el vestido, ella se volvió.


– Has estado trabajando -comentó, y pasó el dedo sobre una mancha de tinta que él tenía en la atezada piel del pecho.


– Como no tenía esperanza de verte hoy -dijo él- puse mi mente a trabajar en algo menos atormentador que tú.


– Dime, por favor, ¿cómo te atormento yo? ¿Me consideras una bruja que sólo te busca para divertirse? ¿Cómo puedo yo, una simple mujer como me ves ahora, atormentarte tanto?


Ruark sonrió perezosamente, la abrazó y la besó en la frente.


– Sí, eres una bruja, Shanna. Has lanzado sobre mí un extraño hechizo que me hace pensar continuamente en ti cuando estoy despierto. -Su aliento rozó los finos rizos que rodeaban la oreja de ella-. Pero también eres un ángel, cuando estás tendida a mi lado, suave y cálida, y me dejas que te ame como deseo.


Shanna le tapó la boca con una mano temblorosa y reconoció la aceleración de su propio pulso. El efecto de esos ardientes ojos ambarinos era total y devastador.


– No hables más, por favor.

Ruark le besó la palma de la mano, los dedos ellos, la sortija que ella llevaba. Abruptamente se puso ceñudo, le tomó la mano y la miró fijamente.


– ¿Qué sucede? -preguntó Shanna.


El ceño de él se acentuó.


– Yo llevaba una sortija en una cadena al cuello y la tenía cuando visité a la moza de la posada. Desde entonces no la tengo más. Con todo lo que sucedió, lo olvidé completamente hasta ahora. La sortija que llevas me lo recordó. Mi sortija tenía que ser para ti.


– ¿Para mí? Pero si entonces tú no me conocías.


– Estaba destinada a mi esposa, quienquiera que fuera. Había pertenecido a mi abuela.


– Pero Ruark, ¿quién la tomó? ¿La muchacha de la posada? ¿O los soldados cuando te prendieron?


– No, yo desperté no bien ellos me tocaron. Debió tomarla la muchacha. Pero si lo hizo, entonces yo tuve que estar dormido.


– ¿Ruark? -preguntó Shanna quedamente-. ¿Qué significa todo eso?


– Aún no lo sé pero juraría que la pequeña ramera tuvo desde el principio intenciones de robarme. Quizá me dio alguna droga en el vino. -Ruark sacudió la cabeza-. Pero ella también bebió. -Inclinó la cabeza, como si tratara de recordar-. ¿O no bebió? ¡Qué tonto que fui al no haber sido más cuidadoso!


Después de un momento renunció a tratar de recordar los acontecimientos de aquella noche, recogió las medias y las ligas de Shanna y se las entregó.


– Será mejor que nos marchemos antes que tu padre venga a buscarte o La próxima vez podemos no tener la suerte de encontrar a Attila en la puerta.


Shanna se sentó nuevamente en la cama y bajo la mirada admirativa de Ruark se levantó la falda y se puso las medias de seda. Terminó, bajó la falda y lo miro sonriente.


– ¿Listo?

– Sí, amor mío -dijo Ruark.


Le puso una mano en la cintura y la llevó hasta la puerta. Salieron. ¡Ruark levantó a Shanna para que montara y le acomodó la rodilla en el arzón. Después puso su pie en el estribo, montó detrás de ella y tomó las riendas de sus manos. Shanna sonrió, se apoyó contra él y disfrutó de la cabalgata, lejos de la aldea y de miradas indiscretas. Una profunda paz descendió sobre ellos mientras compartían el brillante panorama que se extendía ante sus ojos y divisaban el azul verdoso del mar entre los altos árboles.


En ese momento eran solamente conscientes une del otro y nada supieron de la solitaria figura que los observaba desde cierta distancia.

Ralston tiró de las riendas de su caballo para que el animal no revelara su presencia y enarcó pensativamente las cejas cuando vio que la pareja intercambiaba un largo beso. Su sorpresa aumentó cuando el siervo, John Ruark, puso su mano sobre un pecho de Shanna. En vez de la bofetada que esperaba el agente, ella aceptó la caricia con naturalidad, sin siquiera intentar apartar la mano de Ruark.

– Parece que el señor Ruark ha conquistado a la dama y está retozando donde no debiera -murmuró Ralston para sí mismo-. Tendré que vigilar a este hombre.

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