Shanna se mantenía lejos de las colinas y de la meseta de la parte sur de la isla. Cuando los siervos eran traídos de los cultivos, ella se imponía la obligación de estar en otra parte. Cada vez que montaba a Attila tenía cuidado de permanecer cerca de la aldea o en los terrenos de la mansión. Pero cuando pasaron los días y no vio más a Ruark, sus aprensiones disminuyeron.
Había pasado casi una quincena cuando su padre la invitó a dar un paseo en el carruaje pues él tenía que atender unos asuntos en los cañaverales.
– Llevaremos una cesta con comida -dijo mirándola y casi sonriendo-. Tu madre y yo… nos gustaba merendar en el campo, y a ti también. Solía gustarte mordisquear un trozo de caña de azúcar.
Incómodo con su nostalgia, Orlan Trahern se aclaró ruidosamente la garganta.
– Vamos, muchacha. No dispongo de todo el día y el carruaje está esperando.
Shanna no pudo negarse y sonrió ante los modales súbitamente bruscos de su padre. Una vez en el birlocho, cuando ya estaban en el camino, pensó en su progenitor. Desde el regreso de ella él se mostraba
más tratable. ¿O era ella misma? Cuando él empezaba a protestar por una futesa, ella ya no 1o desafiaba ni le discutía sino que lo dejaba desahogarse hasta que pasara su ira; entonces, sonriente y amable,
asentía calmosamente o disentía si era necesario, firmemente pero sin el abierto antagonismo de antes. Y él rezongaba y gruñía un poco si ella se le ponía en contra o sonreía de mala gana si ella le daba la razón.
Shanna casi podía creer que él apreciaba las opiniones de ella y que reconocía que, a menudo, su hija era más perspicaz que él.
– El aire en las colinas era más fresco, la brisa vigorizante. Shanna esperó pacientemente cuando el carruaje se detuvo aquí y allí mientras su padre hablaba con los capataces o se ausentaba un momento para atender alguna insignificancia. Se detuvieron para comer y después reanudaron el paseo. Llegaron a un gran campo desmontado en el medio del cual había un extraño carromato arrastrado lentamente por mulas. Amplios toldos de tela se extendían desde cada lado del carro como las alas de un pájaro y debajo de los mismos, dos filas de hombres, con talegos de semillas y largos palos, caminaban haciendo agujeros en el suelo y arrojando semillas en ellos y después apretaban la tierra sembrada con los pies desnudos.
Trahern se irguió en su asiento y observó con gran atención el curioso artefacto. Aguardó ansiosamente al capataz quien ya se acercaba apresuradamente al carruaje.
– Sí, señor, ese tipo es muy listo -respondió el capataz a la pregunta de Trahern-. Despejamos el campo en muy poco tiempo, sólo cortamos los árboles grandes y al resto los quemamos. El dijo que las cenizas fertilizarían la tierra. Y después, esa cosa que usted ve allí. Antes un hombre tenía que tomar un talego del cobertizo y antes de que pasara una hora volvía por más semillas, a descansar y a beber. Pero ahora eso les da sombra y el carro lleva semillas y agua, de modo que el campo está casi todo sembrado. Despejado y sembrado en una semana. Esto está bien ¿verdad, señor?
– Ajá-asintió Trahern. Largo tiempo quedó observando la siembra.
Shanna vio que un hombre se mantenía apartado del resto y que no trabajaba como los otros. Tenía la espalda desnuda y aunque ella no podía verle la cara, había en él algo extrañamente familiar.
Trahern se dirigió al capataz.
– ¿Y dice usted que todo fue idea de ese individuo, John Ruark?
Shanna ahogó una exclamación y por un momento le pareció que el mundo se había detenido. ¡Por supuesto, era él! ¡Esos calzones acortados!
El mundo empezó a girar otra vez y ella aspiró profundamente y aquietó el temblor de su cuerpo.
Entonces lo miró subrepticiamente. Ruark caminaba lentamente, inspeccionando los resultados. El sudor brillaba en los firmes músculos de su espalda y sus piernas, largas, atezadas, eran rectas y fuertes…Shanna casi volvió a sentir nuevamente el atrevido sexo de él entre sus muslos y se ruborizó intensamente por sus pensamientos.
Se inclinó y tironeó de la manga de su padre.
– Papá -imploró-, he estado demasiado en el sol y me duele la cabeza. ¿Podemos regresar ahora?
– En un momento, Shanna. Quiero hablar con ese hombre.
Shanna sintió que su corazón se le iba a la garganta. No podría soportar un encuentro cara a cara con Ruark. ¡No aquí! ¡Ahora no! ¡No delante de su padre!
– Lo siento muchísimo, papá, pero casi estoy enferma. Un poco mareada. ¿Podemos irnos, por favor? -insistió, desesperada.
Trahern miró un momento a su hija con preocupación y cedió al pedido de ella.
– Muy bien. Puedo verlo más tarde. Nos iremos.
Habló a Maddock, el cochero negro, y el carruaje dio media vuelta y tomó el camino hacia la mansión. Shanna dio un largo suspiro, se apoyó en el asiento, cerró los ojos y Sintióse tremendamente aliviada. Pero cuando abrió nuevamente los ojos vio que su padre la miraba fijamente con una curiosa semisonrisa en los labios. Su mirada era insistente y ella empezó a inquietarse.
– ¿Puede ser, Shanna, que estés encinta? -preguntó suavemente Trahern.
– ¡No! -dijo ella bruscamente-. Quiero decir, creo que no. Es decir que el tiempo fue tan corto… Nosotros apenas… -Cerró la boca de golpe.
– ¿Quieres decir que no lo sabes? -insistió Trahern-. Ha habido tiempo suficiente. Seguramente, tú sabes de estas cosas.
– Creo… no lo creo, papá -repuso Shanna y vio el desencanto en los ojos de él-. Lo siento.
Bajó la vista hacia sus manos fuertemente enlazadas. Trahern miró hacia adelante y no pronunció palabra durante todo el viaje de regreso.
Berta los recibió en la puerta. Su mirada inquisitiva pasó rápidamente sobre los dos y en seguida se fijó en Shanna. Pero Shanna, que ya había tenido demasiadas preguntas para un día, pasó rápidamente junto al ama de llaves y subió casi corriendo la escalera hacia sus habitaciones. Esta vez tuvo la presencia de ánimo suficiente para guardar sus ropas como era su costumbre, y cubierta solamente por una camisa ligera, cayó a través de la cama y fijó la vista en las copas de los árboles que se veían más allá de su balcón. Las puertas francesas se mantenían abiertas para dejar entrar las refrescantes brisas vespertinas y el aire hacía ondular suavemente la seda del dosel de su cama. El dulce aroma de una enredadera florecida que trepaba por la barandilla llenaba la habitación y Shanna pensaba… pensaba… pensaba.
Tiempo después Berta llamó a la puerta. Anunció la comida de la noche y Shanna dijo, como excusa, que no se sentía bien. El crepúsculo se convirtió en oscuridad y nuevamente Berta llamó a la puerta con suavidad. Pero esta vez, la mujer no permitió que la despidieran e insistió en que Shanna abriera. Cuando por fin entró, la bondadosa mujer llevó hasta la cama una bandeja con una fuente cubierta y un gran vaso de leche fría
– Esto te hará bien para el estómago, Shanna -insistió Berta-. ¿Quieres que te traiga alguna otra cosa?
Cuando Shanna insistió en que lo único que tenía era que había tomado demasiado sol, Berta chasqueó la lengua y murmuró acerca del descuido de "esta nueva generación" y se retiró.
Shanna picoteó la comida y bebió la leche fría. Sintió sueño, se puso un camisón corto y se deslizó entre las sedosas sábanas. Estaba medio dormida cuando de alguna parte de su mente surgió un recuerdo de manos acariciándole los pechos y de una boca, cálida y suave, besándola en la boca y el cuello, de brazos fuertes estrechándola contra su cuerpo firme, nuevamente esa primera quemante penetración y después…
Shanna despertó completamente, llena de pavor, y después se relajó lentamente sobre su almohada cuando comprendió que se encontraba sola en la habitación. Las sombras familiares caminaban por las paredes pero no encontró consuelo para el doloroso vacío de su interior. Acercó otra almohada y se apretó contra ella. ¿Fue otra mala jugada de su mente cuando, poco antes de volver a dormirse, sintió los músculos duros de la espalda de un hombre, debajo de sus dedos?
La mañana no le trajo ninguna respuesta. La almohada era solamente una almohada. Pero el sueño de la noche hizo maravillas. Se levantó y bañó y se puso un vestido de color turquesa pálido. Hergus le ciñó apretadamente la cintura. Con su escote cuadrado, el vestido exhibía las curvas superiores de sus pechos redondeados.
Shanna contempló su Imagen en el alto. espejo y se acarició distraídamente el cabello, que estaba peinado tirante hacia atrás y caía sobre la nuca en una cascada de rizos. Adquirió una expresión de petulancia cuando recordó las provocativas palabras de Ruark. ¿Falta de feminidad? ¿Cómo? ¿En qué me encuentra él carente de feminidad? ¿En mi apariencia? ¿En estatura? ¿En ingenio? ¿Dónde? El espejo no podía darle una respuesta y Shanna dejó sus habitaciones para reunirse con su padre y desayunar tarde, según costumbre que habían adquirido desde su regreso.
Orlan Trahern tenía el hábito de levantarse al amanecer, pero ahora, a menos que hubiera alguna tarea urgente, prefería esperar para poder tomar la comida de la mañana en compañía de Shanna. Generalmente era un momento placentero aunque intercambiaban pocas palabras.
Pero esta mañana, cuando descendía las escaleras, Shanna oyó voces en el comedor. Ciertamente, no era raro que el hacendado tuviera huéspedes en la mesa del desayuno y por lo general la conversación giraba alrededor de negocios y trabajo. Pero Shanna, con algo de aprensión y preguntándose quién podría ser el visitante, bajó cautelosamente. Fue Berta quien precipitó las cosas.
– Buenos días, Shanna -la saludó alegremente el ama de llaves-.
¿Hoy te sientes mejor?
Desde el comedor llegó la voz del padre.
– Aquí está ella. Mi hija, Shanna.
Crujió una silla y en seguida la gran silueta de Trahern llenó el vano de la puerta. El la tomó del brazo y la condujo a la habitación fresca y ventilada donde las blancas persianas dejaban entrar la brisa pero no el
sol y su calor.
– Lo siento, hija, pero yo quería hablar con este hombre -se disculpó el hacendado.
Shanna se detuvo súbitamente cuando vio al hombre y retiró la mano del brazo de su padre. El color huyó de sus mejillas y sus labios se entreabrieron por la sorpresa. Trahern se volvió para tomarle nuevamente la mano y la miró con expresión preocupada. Le habló en voz baja, casi en un susurro.
– Sí, es un siervo. -Su tono era de reproche-. Creo, sin embargo, que no nos rebajaremos si compartimos una mesa con él. Si quiere ser la señora de esta casa, deberás mostrarte amable y graciosa con todos los
que yo traiga como invitados.
– Vamos, Shanna -continuó Trahern, ahora en voz alta, y le acarició afectuosamente la mano-. Ven a conocer al señor Ruark, a John Ruark, hombre de cierta educación y may inteligente. Se ha desempeñado muy bien con nosotros y ahora debo escuchar sus consejos sobre unos asuntos.
John Ruark se puso de pie y sus ojos de ámbar le sonrieron y la tocaron en todo el cuerpo cuando Trahern se volvió para hablar con Berta. El rubor retornó rápidamente a las mejillas de Shanna y se intensificó cuando experimentó otra vez la sensación de hallarse desnuda ante esa mirada de oro. Murmuró inexpresivamente un saludo mientras su propia mirada se posaba desdeñosamente en los cortos pantalones que estaban limpios pero no por eso resultaban menos objetables para el estado mental de ella. Sin embargo, agradeció que por lo menos él se hubiera puesto su camisa. Al verlo sin el sombrero de paja, notó por primera vez que él llevaba el cabello muy corto. Unos mechones cortos y gruesos curvábanse ligeramente en torno a su cara y acentuaban las facciones finas y hermosas. La sonrisa burlona brillaba con sorprendente blancura en contraste con la piel tostada por el sol. De mala gana, Shanna admito para sí misma que el hecho de que fuera un siervo no parecía sentarle mal. Ciertamente, había en él una salud y una vitalidad que resultaban casi hipnotizantes.
En realidad, se lo veía aún más guapo que el día de la boda.
– Un placer, señora -repuso él cálidamente.
Shanna le dirigió una sonrisa amenazadora.
– ¿John Ruark ha dicho? -preguntó-. Conocí a unos Ruark en Inglaterra. Gente muy despreciable, asesinos y matones. Sucios y miserables. ¿Por casualidad usted es pariente de ellos, señor?
La dulzura de su tono no ocultó el desprecio qué ella quiso transmitir. El la miró con una sonrisa divertida pero Trahern carraspeó ruidosamente y dirigió al joven una mirada llena de simpatía.
– Debe perdonarme, señor Ruark -dijo Shanna-. No muy a menudo me veo en la situación de tener a un esclavo en mi mesa.
– Shanna -dijo su padre en tono amenazador.
Shanna se sentó en su silla. Ignoró a Ruark cuando él se sentó frente a ella y en seguida se volvió al anciano negro de cabellos grises que aguardaba para empezar a servirles y le dirigió la mejor de sus sonrisas.
– Buenos días, Milán -dijo en tono jovial-. Tenemos otro hermoso día ¿verdad?
– Sí, señorita -dijo el criado sonriendo-. Un día hermoso y radiante, como usted, señorita Shanna. ¿Y qué desea tomar esta mañana? Tengo guardado para usted un jugoso melón.
– Eso me gustaría mucho -dijo ella, sin dejar de sonreír.
Cuando el criado, después de poner frente a ella una taza de té, fue hasta un aparador, Shanna se atrevió a enfrentar la mirada divertida de Ruark, quien la observaba desde el otro lado de la mesa.
Mientras la conversación de los hombres giraba alrededor de muchos temas, Shanna bebía su té y escuchaba en silencio a Ruark, quien se expresaba con seguras opiniones en respuesta a las preguntas del hacendado. El joven tomaba rápidamente una pluma y hacía croquis cuando era necesario. No actuaba como un esclavo sino de igual a igual. Se inclinaba con el hacendado sobre pilas de dibujos que cubrían uno de los ángulos de la mesa y explicaba en detalle el funcionamiento mecánico de los diseños.
Shanna de ninguna manera se sentía aburrida escuchándolo. Se percató de que él era inteligente, de mente penetrante como su padre, y de que no parecía ignorar los trabajos de la plantación. En realidad, a medida que avanzaba la conversación, se fue haciendo evidente que podía enseñar mucho a su amo.
– Señor Ruark -interrumpió ella en una pausa, mientras Milán volvía a llenar las tazas- ¿Cuál era su oficio antes de convertirse en siervo? ¿Capataz, quizá? Usted es de las colonias ¿verdad? ¿Qué hacía en Inglaterra?
– Caballos… y otras cosas, señora -dijo él lentamente y con una amplia sonrisa, dedicando a ella toda su, atención-. Trabajé bastante con caballos.
Shanna arrugó ligeramente el entrecejo mientras pensaba en la respuesta de él.
– Entonces usted debe ser el que curó a mi caballo Attila. -No era sorprendente que el semental no le temiera. El maldito lo había cuidado-. ¿Quiere decir que entrenaba caballos? ¿Para qué, señor? ¿ Y por qué estaba en Inglaterra?
– Sobre todo para silla, señora. -Se alzó de hombros-. Y a algunos les gusta correr carreras con sus caballos. Fui primero a Escocia para seleccionar caballos de raza para cría.
– ¿Entonces su patrón confiaba en usted para conocer una buena línea de sangre con sólo ver el animal? -insistió ella.
– Así es, señora, y sin duda que para eso soy muy capaz. -Las luces de sus ojos refulgieron con destellos dorados cuando él recorrió lentamente con la vista las formas de ella. La insinuación fue muy clara.
La mirada de Trahern seguía fija en Shanna de modo que no se percató del lento examen y del gesto de asentimiento que lo siguió. El hacendado probó su té y frunció los labios al saborear la perfumada tibieza de la infusión
– Yo envié a mi hija allí en una misión muy similar -dijo Orlan Trahern -pero ella regresó viuda, con una cuna vacía. Ni siquiera llegué a conocer al joven yeso me corroe el corazón. Habiendo visto que ella rechazaba a tantos pretendientes, sentía gran ansiedad por conocer al flamante elegido.
Shanna se dirigió a su padre pero sus ojos siguieron fijos en Ruark, y sonrió detrás de su taza de té.
– Poco puedo contarte de él, papá. Pero fue solamente el destino lo que decretó que yo no tuviera hijos de él. Sabe, señor Ruark -Shanna dirigió abiertamente a él sus comentarios- mi padre me envió para que encontrara un marido digno que engendrara hijos para su dinastía. Pero no tenía que ser así, pese a mis esfuerzos. Sin embargo, no dudo que encontraré otro hombre, quizá más inteligente como para evitar el mismo final que el primero.
Levantó las cejas muy levemente para acentuar sus últimas palabras y miró directamente los ojos ambarinos, los cuales bajaron momentáneamente como reconocimiento a la respuesta de ella.
– En verdad, señora Beauchamp -dijo Ruark en un tono que indicaba interés y preocupación-, sólo puedo afirmar que un hombre tan excelente habría hecho que su vida fuera mucho más rica. Sin embargo, a menudo compruebo que lo que es atribuido al destino suele tener otros motivos. A veces un capricho o infatuación, un bajo deseo, pueden estropear los planes mejor trazados. Mi propio caso, por ejemplo. Aunque me encontraba en desesperante necesidad, me fue negada mi mejor oportunidad por la misma persona que propuso el pacto.
– Sí, he sufrido mucho por esa persona -continuó en tono meditabundo-. Pero la justicia, aunque a menudo se demora, habitualmente termina por llegar. Tengo deudas que pagar y las que tengo con su padre no son las únicas. Sin embargo, también a mí se me deben cosas que espero cobrarme con grandes expectativas.
Shanna reconoció la amenaza en esa afirmación y replicó con cierto despliegue de cólera:
– Señor, encuentro desacertada su referencia a la justicia porque usted, obviamente, es víctima de la misma y se encuentra donde tiene que estar ¡Mi padre puede tener interés en sus consejos pero a mí me resulta odiosa la presencia de un salvaje semidesnudo en mi mesa de desayuno!
Ante este vengativo estallido, el hacendado dejó su taza y miró fijamente a -su hija, razón por la cual no pudo ver la expresión socarrona y maliciosa de Ruark que contradecía el tono de suave disculpa de su voz
cuando dijo:
– Señora, sólo espero que usted cambie de opinión.
Shanna no se atrevió a replicar. Turbulentas emociones se agitaban en su interior y ensombrecían el verde de sus ojos. Se puso de pie, alzó orgullosamente el mentón y abandonó la habitación con paso majestuoso y decidido.
Sólo después que Ruark se marchó, Shanna se atrevió a encarar a su padre, y lo hizo llena de aprensión, porque no recordaba que el hacendado se hubiera tomado tanto interés por un siervo como el que evidentemente le inspiraba este colonial.
Trahern se encontraba en su estudio, revisando unas cuentas que había preparado Ralston, cuando Shanna entró en la habitación, las manos enlazadas en la espalda y una expresión de angelical inocencia en su rostro.
– ¿Crees que lloverá antes de que termine el día, papá? -preguntó, mirando por las ventanas abiertas al brillante cielo azu1.
Trahern gruñó una respuesta pero siguió con la atención fija en las páginas de los libros. de contabilidad. Sumido en sus pensamientos, recorría las cifras que tenía ante sus ojos y apenas se percató de que su hija se había sentado en la silla que estaba junto al escritorio.
– Me pregunto si el señor Hawkins habrá capturado hoy algunas langostas en sus trampas. Quizá le preguntaré a Milán si podríamos tenerlas para la cena. ¿Te gustaría, papá?
El hacendado dirigió a su hija una mirada con la que apenas se dio por enterado de su presencia y volvió a su trabajo. Pero Shanna no se dio por vencida tan fácilmente. Se inclinó y miró el trabajo que él intentaba terminar.
Con una -suave vocecita, preguntó:. – ¿Estoy interrumpiendo algo, papá?
Trahern lanzó un suspiro, empujó su silla hacia atrás, miró a su hija en la cara, cruzó las manos sobre la barriga y hundió la cabeza entre los hombros, como un halcón cansado.
– Veo que no tendré tranquilidad hasta que hayamos discutido lo que te traes entre manos. Adelante, muchacha.
Shanna se alisó la falda y se encogió levemente de hombros.
– Ah, padre… ese hombre, Ruark -empezó vacilante y adoptando inconscientemente una manera más formal de dirigirse a él-. ¿De veras nos conviene tenerlo aquí en Los Camellos? ¿No podríamos deshacemos de él? ¿Cambiarlo por otro? ¿O quizá vender sus papeles de servidumbre? Cualquier cosa con tal de que se marche de la isla.
Shanna hizo una pausa, levantó la vista y vio que su padre la miraba fijamente, con los labios fruncidos, como si estuviera perdido en sus pensamientos. Antes que él pudiera responder, ella se apresuró a continuar.
– Quiero decir que el señor Ruark parece demasiado atrevido y arrogante para ser un siervo. Ciertamente, es como si estuviera más acostumbrado a ser un amo que un esclavo. ¡Y sus ropas! ¡Vaya, son sencillamente espantosas! Nunca antes había visto un hombre paseándose semidesnudo como hace él. Y a él ni siquiera, le importa lo que pueda decir la gente. Y hay otra cosa. He oído el rumor de que la mayoría de las muchachas de la isla están simplemente locas por él. Probablemente estarás manteniendo a varios hijos de él antes que termine el año.
– Hum -gruñó Orlan Trahern-. Quizá deberíamos castrar a ese semental para proteger a las damas de nuestro hermoso paraíso.
– ¡Santo Dios, padre! -Shanna mordió el anzuelo como un rodaballo muerto de hambre-. ¡Es un hombre, no un animal! No puedes hacer una cosa así.
– Ah, ya veo. -La voz de Trahern sonó pesada, lenta, y él se meció en la silla como para acentuar sus palabras-. ¡Un hombre! No un animal! Es excelente que admitas eso, Shanna. Excelente.
Shanna casi respiró aliviada pero súbitamente se percató de que su padre la miraba con los ojos entre cerrados y que le hablaba en un tono extrañamente inexpresivo, señal segura de un inminente estallido de cólera. Su mente trató desesperadamente de recordar las últimas palabras que acababa de decir y su respiración casi se detuvo mientras se preparaba para la próxima tormenta. Dio un salto cuando él golpeó violentamente el escritorio, haciendo temblar la pluma. en el tintero.
– ¡Por Dios, hija, me alegra que admitas eso!
Trahern se inclinó hacia adelante y aferró los brazos de su sillón como si fuera a levantarse.
– Yo tengo sus papeles y él me servirá Como esclavo hasta que estén pagados. No sé cual fue su pecado pero reconozco que es inteligente y que posee una comprensión más profunda que yo de los trabajos de esta plantación. Yo podré saber de mercados y comercio pero él conoce a los hombres y sabe cómo obtener 1o mejor de ellos. En el poco tiempo que lleva aquí ha probado 1o que vale para mí y yo lo respeto como hombre más de lo que tú podrás respetarlo jamás. No es una bestia a la que se pueda domeñar o entrenar para una tarea sencilla. Es un hombre digno de trabajar y producir donde rinda más y te apostaría lo que quieras a que él pagará su libertad en forma centuplicada. Por ejemplo -buscó entre los papeles que tenía sobre el escritorio y arrojó sobre el regazo de Shanna uno cubierto de croquis y cifras- ha sugerido la construcción de un gran trapiche y una destilería que incrementarán diez veces o más la producción de jarabe y de ron. Eso requerirá menos hombres de los que ahora trabajan en los cultivos.
Orlan le arrojó otra hoja de papel.
– Después de eso, ha sugerido construir un embalse en el río para impulsar la maquinaria de un aserradero, a fin de que podamos aserrar nuestros propios árboles y vender el exceso de madera elaborada. Ya ha indicado una docena de formas de ahorrar hombres y animales. Ajá, mi poderosa y altanera hija, yo lo aprecio mucho y no estoy dispuesto a deshacerme de él como un animal sólo porque no satisface tus exigencias con su comportamiento.
El orgullo de Shanna quedó al desnudo con esta réplica. Se irguió y frunció la nariz con altanería.
– Si no puedes entender mis razones -dijo- entonces tengo ciertamente derecho de pedir que, por 1o menos, no 1o invites a mi mesa de desayuno donde él pueda cometer torpezas, mirarme descaradamente
y hasta insultarme con sus agudezas..
Trahern extendió el brazo y apuntó Con el dedo hacia el pequeño salón comedor.
– ¡Eso es mi mesa y mis sillas, tal como ésta es mi casa! -gritó, y continuó, apenas un poco más calmado-: Yo te invito a ti a compartir mi desayuno y es allí donde empiezo mi jornada de trabajo. Si quieres intimidad, entonces búscala en tu habitación.
Shanna 1o miró fijamente, atónita por este estallido, pero probó una vez más.
– Padre, si mi madre te hubiese pedido que no trajeras a esta casa a alguien a quien ella detestaba o que le era desagradable, tú no se 1o hubieras negado.
Esta vez Trahern se levantó y se irguió dominante ante su hija. Su voz y su gesto fueron duros.
– Tu madre era la señora y ama de esta casa y de todo lo que yo poseía. Nunca, que yo, haya sabido, ella rechazó a alguien a quien yo había invitado a comer. Si deseas ser aquí la señora tendrás que conducirte como una anfitriona amable con todos. A ese hombre, Ruark, lo tratarás como a un huésped de mi casa cada vez que venga. Poca importancia le doy a los oropeles, la pompa y los refinamientos. Ciertamente, vine aquí huyendo de esas cosas. Y valoro mucho más la honradez, la lealtad y un buen día de trabajo. Todo eso me ha dado el señor Ruark. Y me atrevo a decir, hija, que a ti él te ha dado no menos de lo que te mereciste. Pero basta de tonterías. Debo terminar con estos libros de Ralston. -Descargada su ira, su voz se volvió casi implorante-. Ahora sé buena con este viejo, criatura, y déjame terminar mi tarea.
– Como quieras, padre -dijo Shanna rígidamente-. He dicho lo que tenía que decir.
Satisfecho, Trahern se sentó, tomó la pluma y pronto estuvo nuevamente absorbido por su trabajo. Shanna no hizo ademán de retirarse y quedó un momento considerando este giro de los acontecimientos. Aquí no podía hacer nada más, pero tampoco era el final de sus recursos. Con súbita determinación, se puso de pie y apoyó una mano en el hombro de su padre, hasta que él levantó la vista.
– Ahora saldré a caballo, papá. Tengo varias diligencias que hacer en la aldea y también debo comprar unas cosas. Quizá regrese tarde, así que no te preocupes por mí.
Dio un rápido beso en la frente de su padre y se retiró. Orlan Trahern la vio alejarse y sacudió lentamente la cabeza, desconcertado.
– Demasiada instrucción para una mujer -murmuró, y en seguida se encogió de hombros y volvió a la pila de papeles que estaban sobre su escritorio.
Promediaba la tarde cuando Shanna detuvo a Attila y lo ató al poste frente a la casa de Pitney. Era un cottage de encantador estilo antiguo, erigido un poco sobre el pueblo y similar a los que pueden encontrarse en la parte occidental de Inglaterra. Detrás de la casa había un pequeño cobertizo donde Pitney habitualmente se encontraba entregado a la fabricación de hermosos muebles con las maderas preciosas que traían los capitanes de los barcos de Trahern de dondequiera que los llevaran sus viajes. De niña, Shanna había pasado muchas horas aquí, observando cómo las manos hábiles de él convertían toscas tablas en bellas y sólidas sillas, mesas y cofres: Las piezas más grandes eran embellecidas por diseños originales de Pitney. Fue aquí donde Shanna lo encontró dibujando cuidadosamente un plano sobre una delgada pieza de madera, con sus grandes pies hundidos en rizadas virutas. El la vio llegar y se irguió para saludada mientras enjugaba el sudor de su frente con un trozo de descolorida tela azul.
– Buenas tardes, muchacha -dijo él amablemente-. Hacía mucho tiempo que no venía a visitarme.
Pero venga, nos sentaremos en el porche. Tengo un buen ale refrescándose en el pozo.
Pitney bebía los vinos de Trahern por buena educación pero su preferencia por el ale amargo inglés era bien conocida. Trajo una silla con cojín para Shanna y mientras él daba vueltas a la manivela del pozo, ella se sentó.
– Para mí solamente un vaso de agua -dijo-. No me gusta su ale.
El pozo en sí era una rareza. Pitney había encontrado hacía unos años un manantial de agua helada cuando estaban construyendo la mansión de Trahern y el pueblo consistía apenas de unas pocas casitas
Dispersas, y construyó su morada alrededor del manantial. La pared de piedra de la fuente formaba el extremo de su porche. El agua podía izarse desde el porche o por una ventana del cottage.
Pitney trajo un jarro de peltre lleno de agua helada que hizo doler los dientes de Shanna cuando la probó.
Pitney se sentó en la barandilla, bebió un sorbo de su ale espumoso y oscuro de su propio jarro y esperó pacientemente que ella estuviera dispuesta a hablar.
La casa miraba hacia el oeste, donde podían verse todos los brillantes colores del crepúsculo, y desde la altura Shanna veía los tejados del pueblo que se extendía más abajo. Esta era la morada de un hombre, sólida, de paredes gruesas y bastas y con puertas un poco más grandes que 1o habitual, en general muy parecida al mismo Pitney. Hasta donde Shanna sabía, solamente tres mujeres habían puesto el pie aquí: su madre, ella el1a misma y una anciana de la aldea que hacía la limpieza una vez por semana.
Finalmente Shanna dejó de soñar y dirigió sus pensamientos al asunto que la traía aquí. Miró a Pitney en la cara y fue directamente al grano.
– Ruark Beauchamp vive y está aquí en la isla. Es un siervo de mi padre y se hace llamar John Ruark.
Pitney puso su jarro sobre la barandilla y asintió con la cabeza.
– Ajá -dijo. Todo eso ya lo sé.
Su voz sonó tranquila y Shanna lo miró fijamente y no supo qué decir.
– Yo sabía que no 1o colgaron -continuó Pitney y que sepultamos otro hombre, a un anciano muerto de vejez. Se lo hubiera contado inmediatamente, pero Ralston estaba allí con usted. Y después no vi en ello nada malo y no quise preocuparla. También sabía que él venía con nosotros, en el Marguerite. Seguí a Ralston hasta la cárcel, porque sabía que es allí donde él consigue a sus hombres y no en la subasta de deudores,- donde dice siempre. Yo se lo hubiera contado pero había demasiada gente que se lo habría dicho a su padre. Si con esto le hice un daño a usted, no es menos que el daño que le hice a ese muchacho. Usted no lo hubiera reconocido cuando lo trajeron al barco, tan golpeado estaba. En realidad, muchacha, fue el que usted salvó de que lo apalearan la noche antes de zarpar. En verdad, no sé cómo el hombre soportó todo sin quedar mutilado de por vida o por lo menos con cicatrices. Yo mismo he estado allí.
Pitney no explicó cuál había sido su propia odisea ni Shanna se lo preguntó pues pensó que él se lo contaría a su debido tiempo. Pero sintió que su causa no progresaba y tuvo que hacer, otro intento.
– ¿Hará que él se marche de aquí? -preguntó severamente, sabiendo ya cuál sería la respuesta-. ¿No puede sacarlo de la isla y enviarlo de regreso a sus colonias, o donde quiera que él desee ir?
Pitney miró largamente hacia la caleta antes de mirar a Shanna directamente a la cara.
– Señora Beauchamp. -Pareció ensayar el título por algún capricho propio. Sus palabras fueron estudiadas y lentas-. Yo la tuve a usted en mis rodillas cuando usted no era más grande que mi mano, y la he visto crecer y convertirse en una hermosa mujer. Ha tenido problemas con su papá y no siempre he estado de acuerdo con él. La he acompañado en sus viajes jurándole a él que cuidaría de usted y la traería de regreso sana y salva. No estoy seguro de haber hecho lo primero cuando cedí a sus ruegos acerca de este casamiento en contra de los deseos de Orlan, pero lo segundo lo he cumplido bien. Ahora nada me perturba salvo el haberme sumado a los enemigos de un hombre y haberlo maltratado sin ninguna razón.
– Sin ninguna razón! -Shanna se puso furiosa ante las excusas de Pitney-.
Pero el hombre estaba acusado de asesinato y condenado a la horca. Un asesinato brutal de una mujer encinta. Vaya -agitó una mano en dirección a la aldea-, la próxima podría ser cualquiera de las de allí, o hasta yo!
– Muchacha -dijo Pitney, volviendo a una forma más familiar de tratamiento-, no crea todo lo que llegue a sus oídos. Yo diría que el hombre no pudo hacer semejante cosa. Y según lo que he oído de él, muchos creerían 1o mismo.
Shanna se puso de pie con irritación, incapaz de encontrar la mirada de Pitney, y se alisó nerviosamente su traje de amazona.
– ¿Entonces no me ayudará? -dijo.
– No, muchacha. -Su voz fue ronca y firme-. Ya he lastimado bastante a ese hombre. No volveré a levantar mi mano contra él sin una causa más grave.
– ¿Qué tengo que hacer, entonces? -susurró ella, casi tímidamente.
Pitney pensó un momento y cuando volvió a hablar había en sus ojos una extraña semisonrisa.
– Vaya y hable con el hombre, con John Ruark, como hizo en la cárcel. Le daré instrucciones para encontrarlo. Quizá pueda convencerlo de que se marche. Si él quiere irse, yo lo ayudaré.
Con un tono algo angustiado, Shanna preguntó: – ¿Lo ayudaría a él y no a mí?
– Ajá -dijo Pitney asintiendo con la cabeza-. Lo suyo es nada más que un capricho. Lo de él sería una necesidad.
La noche descendió para ocultar el paso de Shanna a través de la aldea; La gente había buscado refugio en sus hogares después del día de trabajo y las calles estaban silenciosas y desiertas. Shanna dejó a Attila frente a la tienda, donde no llamaría indebida atención, y caminó por los callejones manteniéndose en la oscuridad y en las sombras. Cuando vio la residencia de Ruark se detuvo asombrada. Era poco más que un colgadizo apoyado contra la pared posterior de un depósito de adobe. La luz de una débil linterna se filtraba por numerosas hendiduras entre las tablas que lo cubrían y por la puerta que estaba entreabierta.
Shanna se acercó cautelosamente y, espió el interior, cuidando de no revelar su presencia..Por un momento creyó que él estaba desnudo lavándose los hombros y brazos con una esponja yagua de una pequeña jofaina, pero cuando él se ubicó más a la luz, se percató de que todavía llevaba esos infernales pantalones recortados. Preparada para la confrontación, estiró el brazo y golpeó la puerta, que en seguida se abrió sola. Ruark se volvió instantáneamente y ahogó una exclamación.
– ¡Shanna! -Su primera palabra brotó con algo de sorpresa pero él se recobró rápidamente, sonrió y le tendió la mano invitándola a entrar-. Perdóname, amor mío. No esperaba visitas, y menos una encantadora.
Se pasó una mano por su mentón sin afeitar.
– Si hubiera sabido que vendrías habría hecho algunos preparativos.
En la escasa luz sus ojos brillaron suavemente cuando se clavaron en los de ella.
Shanna miró nerviosamente la pequeña y atestada habitación, incapaz de soportar la atención que él tan libremente le prodigaba. La presión de la mano de él en la cintura era leve pero ella la sentía como una trampa de acero. Empezó a dudar seriamente de su prudencia al haber venido sola.
El olor a vinagre y al fuerte jabón de lejía que se había usado para fregar las tablas del lugar le producía escozor en las fosas nasales. Aunque las instalaciones eran muy pobres, estaban limpias y bien reparadas. Una estrecha cama con un colchón de paja llenaba un rincón y sobre una mesa pequeña y rústica había una pila de dibujos, pluma y tintero. Los únicos otros muebles eran una silla rota y reparada con un trozo de cuerda y un alto estante. En el estante había varios libros, una hogaza de pan, un trozo de queso, una botella de vino y algunos platos, todos diferentes.
El delgado cobertor de la cama estaba deshilachado y muy remendado, pero se encontraba prolijamente doblado, mientras las sábanas, muy gastadas, estaban impecables, evidentemente blanqueadas al sol.
Viendo la dirección de la mirada de Shanna, Ruark sonrió.
– Un lugar no muy adecuado para una cita, Shanna, pero es lo mejor que pude conseguir. No me costó dinero, sólo mis servicios de vigilancia contra los vándalos. -Rió ligeramente y sonrió cuando los ojos de ella se encontraron con los suyos-. No creía que vendrías tan pronto para cumplir tu promesa.
Shanna ahogó una exclamación, atónita ante la sugerencia de él. – ¡No he venido aquí a pasar la noche contigo!
– Qué lástima -suspiró él tristemente, apartó un rizo de la mejilla de ella y se inclinó, acercándosele más-. Entonces tendré que sufrir más torturas. Ah, Shanna, amor mío, ¿no comprendes que el solo verte basta para causarme dolor?
Su voz sonaba grave y ronca en los oídos de ella y Shanna debió echar mano a todas sus reservas de voluntad para evitar el lento embotamiento de sus defensas.
– ¿Sabes que mis brazos sufren por no poder llenarse de ti? Estar tan cerca y no tocarte es para mí una agonía terrible. -Sus dedos la acariciaron levemente entre los omóplatos-. ¿Acaso eres una bruja decidida a hacerme sufrir el infierno en la tierra? Sé compasiva, Shanna, sé mujer, sé mi amor.
Se acercó más, sus labios quedaron peligrosamente cerca.
– ¡Ruark! -dijo Shanna bruscamente, se apartó de él y ordenó-: ¡Compórtate!
– Lo hago, amor mío. Yo soy un hombre. Tú eres una mujer. ¿De qué otro modo podría comportarme? -Hizo ademán de tomarla en brazos.
– ¡No me presiones así! -Shanna eludió su abrazo-. ¡Sé un caballero por una vez!
– ¿Un caballero? ¿Pero cómo, amor mío? -dijo, haciéndose el tonto-. Solo soy un colonial, ignorante de los modales de la corte, formado solamente en la honradez y en la verdad de un pacto acordado de buena fe. No puedo tolerar verte aquí, sola conmigo, y no tocarte.
– De acuerdo. -Shanna retrocedió más y siguió moviéndose mientras él la seguía-. Deberíamos limitar nuestros encuentros.
Shanna 1o miró y súbitamente se sintió como una gallina frente a un zorro salvaje y esperó ser devorada en cualquier momento.
– Si dejas de tratar de ganarte a mi padre y accedes a mantenerte lejos de la casa, eso facilitará las cosas. ¡Ahora basta!
Apartó la mano que intentaba acariciarle el cabello pero su rodete se deshizo y cayó en suaves rizos sobre la espalda. Shanna trató sin éxito de volverlo a acomodar.
– ¡Muéstrate serio por un momento! -1o regañó-. Controla tu lujuria. No vine aquí a acostarme contigo sino a apelar a tu honor. ¡Déjame! -Levantó la voz y 1o amenazó con la fusta-. ¡No volveré a dejar que me toque alguien como tú!
Ruark retrocedió y se apoyó contra la pared, junto a ella.
– Ah, Shanna -dijo tristemente-. ¿De veras debo pensar que tú no cumplirás con 1o pactado?
– ¡Lo pactado! -Shanna golpeó la puerta entreabierta con su fusta, exasperada-. Eres un…
– Sshh -dijo él llevándose un dedo a los labios. Su cara estaba en la sombra pero sus ojos parecían resplandecer, reírse de ella, burlarse de ella-. Harás que toda la aldea venga a ver qué sucede.
Ruark fue hasta la alacena, tomó la botella de vino y un jarro y sirvió un poco de la bebida.
– Quizás una pequeña libación tranquilice tus nervios, Shanna. ¿Un poco de jerez?
– ¡Mis nervios! -las palabras salieron como un latigazo. Pero aceptó el jarro que él le tendía, probó un sorbo, arrugó la nariz y 1o miró a los ojos-. -Descaro es lo que te sobra, Ruark.
– Me insultas, Shanna. -Tendió la mano hacia los rizos de ella pero se detuvo cuando ella volvió a levantar la fusta, y se alzó de hombros-. Yo sólo sé 1o que quiero y entonces 1o busco.
– Estimado Ruark -dijo Shanna en tono venenoso-, cuando me entregue a un hombre será bajo los votos del matrimonio y con todo el amor de que yo sea capaz..
Ruark rió, puso un pie sobre la cama y apoyó el codo en la rodilla.
– ¿No te bastan mi amor eterno y un pacto concertado de buena fe? Y podría añadir que los votos ya han sido…
– ¡Oh, grosero! -Shanna casi no podía hablar ante la actitud descarada de él-. Tuve un sueño…
– ¡Ningún sueño! -estalló él-. Una barrera levantada contra un hombre de carne y hueso.
– ¿Tan poco sentido del honor tienes que me exiges el cumplimiento de un pacto tan vil?
– ¿Sentido del honor? Sí, lo tengo. -Echó la cabeza hacia atrás y la miró fijamente con sus ojos ambarinos y brillantes-. ¿Y tú qué tienes? ¿Te ofreces por un capricho y, cuando se te ha pagado según lo acordado, reniegas del pacto?
Lágrimas de cólera asomaron a los ojos de Shanna.
– ¡Soy bien nacida y tiernamente criada, pero no me inclinaré a la voluntad de otro!
– Ajá. -El tono de él fue despectivo-. La virgen Shanna, cruelmente traicionada.
– ¡No aceptaré imposiciones! -Rígida de furia, con lágrimas turbulentas corriéndole por las mejillas, lo miró con odio.
– ¿Ajá? – Ruark fingió sorpresa-. Así que ésta es la reina Shanna, majestuosa, dominante. Escondida detrás de tu espinoso trono, amor mío. ¡Nunca una mujer!
– ¡Oh, sucio grosero!
– Shanna. -Su voz sonó dura, mordiente-. Crece.
La fusta cortó el aire y lo golpeó en el pecho. Shanna la levantó para golpear otra vez pero él apartó la fusta de un golpe y la misma voló de la mano de ella. La cólera de Shanna había aumentado a proporciones violentas. Lo golpeó en una mejilla con la palma de la mano, que volvió para golpeado con el dorso en la otra mejilla, mientras sus ojos echaban chispas de odio. Súbitamente el la tomó de la muñeca, le torció el brazo detrás de la espalda y la atrajo contra su pecho desnudo, que exhibía dos marcas lívidas dejadas por la fusta. Shanna se enfureció tanto con esto que trató de levantar la otra mano para arañar esa cara que tenía ante ella, pero el la rodeó con el brazo y le impidió moverse. Estaba atrapada contra él, su aliento salía sibilante entre sus dientes y su pecho subía y bajaba contra el de él.
– Basta, Shanna, amor mío -dijo él enérgicamente-. Has abofeteado mis dos mejillas antes que yo tuviera tiempo de volver la otra.
El abrazo de él se hizo más fuerte hasta que Shanna dejó de tocar el suelo con los pies y se encontró apoyada contra él, luchando por respirar. La boca de él descendió sobre la de ella, retorciéndose, exigiendo, explorando, su lengua como un hierro al rojo, marcándola a fuego, poseyéndola. Shanna luchaba débilmente, trataba de encontrar algo de lógica en el caos que giraba en su mente. El placer se filtraba por la barrera de su voluntad. El contacto brutal de esos labios contra los de ella, esos brazos fuertes que la estrechaban contra ese pecho endurecido por el trabajo se convirtieron en algo soportable y ella empezaba a responder, ya no luchaba, sentíase acalorada.
Entonces el aflojó los brazos y ella quedó libre, apoyada contra la puerta abierta. Los ojos ambarino s la miraron un momento con expresión intrigada; después se llenaron de ira.
– Armate, Shanna. Ninguna treta de muchachita te librará de mí. Yo te tendré cuando se me dé la gana.
Ella sintió temor, no de él sino de sí misma, porque pese a sus palabras, ahora deseaba atraerlo hacia la estrecha cama Y mostrarle una vez más que era más mujer de lo que él podía imaginar.
Temblorosa, Shanna se mordió el dorso de la mano tratando de despertar su voluntad por medio del dolor. Corrió muy agitada fuera de la cabaña y no se detuvo hasta que llegó jadeante a apoyarse en el flanco de Attila. Tuvo que esperar que le volvieran las fuerzas antes de poder saltar a la silla. Le ardía la cara donde el mentón sin afeitar de él había raspado su tierna carne.
Tomó nuevamente por el oscuro callejón, sintiéndose derrotada.
¿Se había percatado él? ¿Había detectado el súbito deseo desnudo que debió brillar en los ojos de ella?
La cabalgata de regreso a la casa fue muy larga.