CAPITULO TRES

Los documentos quedaron listos y los testigos pusieron sus marcas pues no sabían escribir, de modo que los guardias pudieron salir a preparar el carruaje. Pitney indicó que era el turno de Ruark y Shanna contuvo el aliento pues había olvidado preguntarle si sabía firmar. No hubiera debido preocuparse. El firmó con mano rápida y segura. A continuación el ministro tendió la pluma a la novia. Shanna puso su nombre primero en el registro y después en una cantidad de documentos para la parroquia, el condado y la corona. Después vino una copia de los votos matrimoniales tal como fueron pronunciados. Cuando acercó la pluma al pergamino, sus ojos cayeron sobre una frase: "A mi esposo amaré, honraré y obedeceré". Acallando los gritos de su conciencia, Shanna puso su nombre al pie del documento y cuando trazaba su elaborada rúbrica final un relámpago iluminó el interior de la iglesia con una luz blanca y fantasmal. Antes de que se apagara, un trueno retumbó rápidamente y terminó con ruido ensordecedor. Los cristales de las ventanas vibraron y las tejas del techo parecieron bailar.


Con los ojos llenos de pavor, Shanna miró el pergamino que acababa de firmar, consciente de la mentira al pie de la cual había puesto su nombre. Se levantó, dejó la pluma a un lado como si le quemara los dedos. Ahora la tormenta rugía todo a su alrededor. Densas cataratas de lluvia golpeaban la iglesia y el viento aullaba como un espíritu de mal agüero en las sombras crecientes del día que moría.


Viendo su quietud, el reverendo Jacobs la llevó aparte.


– Pareces preocupada y alterada, criatura. Quizá esté bien que tengas dudas, pero debo decirte esto. Según se han desarrollado los acontecimientos, me he convencido de que lo que ha sucedido hoy aquí está verdaderamente bendecido y dará un largo y perdurable testimonio de la voluntad de Dios. Mis plegarias te acompañarán, hija mía. Tu esposo, parece un joven bueno y no dudo de que sepa comportarse.


Ruark levantó la mano y animó gentilmente a su esposa a que se llevara la copa a los labios mientras la miraba tiernamente a los ojos.


– Bebe, amor mío, ya tendríamos que ponernos en camino.


Después que bebieron el jerez y dejaron sus copas, la señora Jacobs corrió a buscar sus capas. Ruark tomó la prenda forrada en pieles y la envolvió alrededor de Shanna y se echó la suya descuidadamente sobre los hombros la condujo a ella hacia la puerta, precedido por Pitney. Se despidieron y el ministro expresó sus buenos deseos.


Fuertes ráfagas de viento los envolvieron e hincharon sus capas cuando se abrió la pesada puerta. Gruesas gotas de lluvia les cayeron encima. Pitney corrió a abrir la portezuela del carruaje y bajar la escalerilla plegadiza mientras Ruark esperaba con Shanna al abrigo del portal. Los dos guardias ya estaban encaramados en el asiento del conductor, acurrucados entre los pliegues de sus capotes para protegerse de la lluvia. Pitney llamó por señas a los recién casados, pero cuando ellos salieron al aire libre, una ráfaga de viento cargado de lluvia helada les golpeó en las caras. Shanna ahogó una exclamación, se volvió y se encontró luchando por respirar contra el pecho de Ruark. El la abrazó y la cubrió a medias con su propia capa. En seguida se inclinó, la levantó en sus fuertes brazos y corrió directamente hacia el carruaje. La depositó en el abrigado interior, subió inmediatamente detrás de ella y se sentó a su lado. Pitney plegó rápidamente la escalerilla, subió de un salto y se sentó en el asiento frente a la pareja.


– Hay una posada sobre el camino, no lejos de aquí -dijo con voz áspera- donde podremos cenar.

Ruark miró al hombre con atención.


– ¿Cenar? -preguntó.


– Ajá -dijo Pitney asintiendo con la cabeza, y a la luz mortecina del oscuro crepúsculo sus ojos grises se encontraron con los de Ruark-.A menos que quiera regresar a la cárcel sin nada en la barriga hasta mañana por la mañana.


Ruark miró a Shanna, -quien parecía muy pequeña y silenciosa en su rincón.


El carruaje tomó el camino surcado por torrentes de agua.

Continuamente estallaban relámpagos y los truenos retumbaban entre las colinas. Entre los voluminosos pliegues de su capa, Shanna daba un respingo con cada ensordecedora explosión de sonido. Los rayos zigzagueantes atravesaban el cielo sombrío y sólo Pitney se daba cuenta de la inquietud de ella.


Ruark hizo una pregunta a Pitney: – ¿Regresará a Londres, esta noche?

– Ajá-respondió Pitney, casi en un gruñido.


Ruark pensó un momento en la breve respuesta del hombre antes de preguntar: – ¿Por qué no se queda en la posada? Será un viaje de tres horas, por lo menos, antes de llegar a Londres.

– Un viaje bastante largo, en una noche como esta -dijo Shanna secamente.


Su marido enarcó una ceja ante el tono de ella y miro, los llameantes ojos verdes que taladraban la oscuridad.


– Parece que has recobrado tu coraje ahora que estás lejos del buen reverendo Jacobs -dijo en tono ligeramente burlón.


Shanna respondió como hacía rato que deseaba hacerlo:


– Canalla descarado, cuide, su lengua o lanzaré a Pitney sobre usted. Pitney bajó su sombrero sobre su, ancha frente y apoyó la cabeza en el respaldo, de su asiento como si fuera a dormirse. Parecía que su joven ama nuevamente sería capaz de defenderse sola.


Ruark observó a su hosco compañero y después dirigió nuevamente toda su atención a Shanna, quien casi retrocedió cuando él estiró una mano hacia ella.


El le tomó una mano que estaba crispada sobre el regazo y la aterró con fuerza. Sonrió despreocupadamente y trató de llevársela a 'los labios mientras Shanna se agitaba nerviosamente, en su asiento y dirigía rápidas miradas a su protector para ver si realmente dormía.


– Eres realmente una flor, Shanna -:-dijo Ruark y sus ojos se posaron fugazmente en Pitney -pero hieres, me hieres dolorosamente. Ciertamente, Shanna, eres una rosa, una belleza del bosque de suave y dulce textura, tentadora, implorando que te tomen, pero si una mano descuidada trata de hacerlo, sólo encontrará una cantidad de agudas espinas. -Rió suavemente y ello aumentó la inquietud de Shanna. Aplicó sus labios en un punto sobre la delicada muñeca de ella-. Pero además hay alguien que visita el jardín y no recibe las punzadas de las espinas. Con mano cuidadosa, toma el capullo y gentilmente quiebra el tallo donde crece. Entonces la rosa es para siempre suya.


Shanna retiró violentamente la mano.


– Compórtese, señor -dijo secamente-. No diga tonterías.


Shanna se afirmó resueltamente en su rincón y él levantó la cabeza y la estudió. Ella no sabía exactamente qué podría hacer ese asesino convicto. Lo que no podía soportar era esa sonrisa lenta, burlona que exhibía constantemente, como si ella sólo sirviera para divertido. ¿Dónde estaba la cólera de este hombre? Si él levantaba una mano para golpearla Pitney estaba allí para impedirlo. Entonces no había necesidad de fingir ni siquiera un poco de tolerancia hacia él ni de soportar su presencia en el coche. Tendrían que encadenarlo y obligarlo a viajar arriba, con los guardias.


Una violenta sacudida del carruaje envió a Ruark casi encima de ella y Shanna retrocedió súbitamente asustada y levantó un brazo como para protegerse del ataque de él. Ruark rió divertido cerca de' su oído, lo' cual hizo que ella recuperara el coraje en un relámpago de orgullo herido, y él le apoyó una mano en el muslo. Shanna se estremeció de furia. Fingiendo torpeza, pensó ella, los largos dedos de él, intencionadamente o no, la tocaron a través del vestido donde ningún hombre se había atrevido a tocada.


¡No me toque! -dijo ella, casi sofocada por la cólera, y lo empujó con todas sus fuerzas-. Vaya a acariciara sus remeras en la cárcel.


Pitney los miró debajo de su tricornio y Shanna se acomodo nerviosamente la falda.


– ¿Y dónde está esa posada? -preguntó ella con impaciencia-. ¿Cree que llegaremos antes de que muera de tantas sacudidas?


– Cálmese, muchacha -dijo Pitney con una.risita-. Pronto llegaremos. Aunque duró apenas unos minutos más, el resto del viaje hasta la posada fue intolerablemente larga para Shanna. Aun con la, mirada cautelosa pero tranquila de Pitney sobre ellos, la proximidad, ciertamente la mera presencia de su esposo colonial le resultaba sofocante y la hacía dolorosamente consciente de la artimaña que había perpetrado.


Por fin el carruaje se detuvo frente a la posada. Un letrero debajo del portal se sacudía violentamente en el viento y los árboles se inclinaban casi hasta tocar el suelo, como si sus ramas desnudas buscaran en la tierra empapada un refugio contra la tempestad. Los guardias expuestos a toda la fuerza de la lluvia y el viento durante el viaje, no se demoraron atendiendo a los pasajeros y corrieron a protegerse, dejando a Pitney a cargo de la tarea.

Ruark se apeó, apretó su capa alrededor de su cuello, bajó el tricornio sobre su frente y cuando Shanna se asomó a la portezuela se volvió y la tomó en brazos, aunque ella protestó con indignación por este ultraje.


– El la cargó y la llevó sin hacer caso de sus protestas. Shanna.apretó los dientes disgustada y odió el atrevimiento de él y el estrecho contacto contra ese pecho duro y musculoso.


Como siempre, Pitney los siguió muy de cerca y cuando llegaron al portal cubierto, la gran masa de su cuerpo los protegió de la violencia de la tormenta. Una linterna de sebo colgada junto a la puerta, y a su luz vacilante pudo verse la cara de Shanna hermosamente encendida por el resentimiento.


– ¡Jamás había sido tan insultada en mi vida! -dijo casi ahogada con la furia-. ¡Déjeme!


Obedientemente, Ruark sacó el brazo que la sostenía por debajo de las rodillas y dejó que los pies de ella se deslizaran hasta el escalón; pero su otro brazo siguió sosteniéndola contra su pecho. Shanna lo empujó indignada para apartado. Atónita, se percató de que el encaje del corpiño de su vestido se había enganchado en un botón del chaleco de él.


– ¡Oh, mire lo que ha hecho! -gimió.


Le era imposible retroceder ni un solo paso. El tenía los pies ligeramente separados y ella estaba como atada a él, obligada a permanecer de pie en el espacio entre las piernas de él, o apartarse y desgarrar el corpiño de su vestido. Sintió los muslos duros y nones de él contra los suyos y la situación le resultó sumamente comprometedora y humillante. El brazo de Ruark rodeándola flojamente, su cabeza cerca de la de ella y su tibio aliento acariciándole la mejilla no facilitaban los intentos de Shanna por recuperar su compostura. Pitney, incómodo, se ¡aclaró la garganta pero siguió mudo. Los dedos de Shanna temblaban.

y aunque ella trató de desenredar el encaje enganchado en el botón se encontraba en tal estado que sólo consiguió enredarlo más. Furiosa, emitió un gemido de frustración ella.


– A ver, déjame a mí -dijo Ruark riendo y apartó las manos de Shanna se sintió sofocada y sus mejillas ardieron cuando los nudillos de Ruark se apretaron contra sus pechos y rozaron, por casualidad, los pezones mientras él trataba de desenredar el encaje. Sentíase sofocada por la proximidad de él y no podía respirar con esas manos en su pecho. Finalmente no pudo tolerar más ese manoseo.


– ¡Oh, basta ya, tonto chapucero! -gritó y perdiendo la paciencia lo empujó con fuerza.


Ruark retrocedió casi tropezando y su movimiento fue acompañado por el ruido de la tela al desgarrarse y una exclamación ahogada de Shanna. El encaje y su forro de seda habían cedido a la tensión. Un trozo pequeño de encaje quedó firmemente adherido al chaleco de Ruark. muda de horror, Shanna bajó la vista y vio que ahora sus pechos estaban apenas cubiertos por la delicada camisa de batista. Sus pechos redondos presionaban retozones con la delgada tela y los pezones suaves y rosados parecían ansiosos de reventar la camisa. Con la luz de la vela de sebo bañando la piel satinada, era un espectáculo excitante para Ruark, cuya forzada castidad de las últimas semanas habíale ofrecido muy poco alivio, fuera de las visiones conjuradas por su imaginación, dentro de las cuatro paredes desnudas de la celda de una prisión.


Ruark sintió que la boca se le secaba de repente y la respiración se le atascaba en la garganta con un doloroso nudo. Como un hombre famélico, miró las llenas, maduras delicias que tenía delante y casi no pudo resistir un impulso de tomar esos pechos en sus manos.

– ¡Usted, colonial idiota! -exclamó Shanna.

Al oír el grito Pitney se acercó preocupado, ignorante del motivo del disgusto de su ama.


– ¡No! -gritó Shanna, y tomando el corpiño desgarrado de su vestido, le volvió la espalda.


El pánico en la voz de ella hizo que Pitney se volviera inmediatamente porque creyó que el daño era mayor que un ligero desgarro. Se retiró varios pasos para no ponerla en una situación aún más embarazosa.


Shanna metió el extremo del trozo desgarrado entre sus pechos y al hacerlo su escote bajó de modo que la reparación Resultó casi más reveladora que el desgarrón. Ruark casi se ahogó de deseo y atrajo la atención y la mirada fulminante y acusadora de Shanna. No podía apartar los ojos de la piel desnuda, no podía dejar de absorber con la vista las deliciosas curvas, como si temiera que lo privaran de un momento a otro del espectáculo. Shanna se había sentido deseada con anterioridad, pero nunca tan completamente devorada. El deseo ardía en esos ojos dorados y la dejaba sin, aliento. Sólo pudo murmurar, con un poco menos de rencor:


– Si tiene algo de decencia, vuelva la cabeza.


– Shanna, amor mío -dijo Ruark, con voz torturada y cargada de tensión-. Soy un.hombre que pronto va a morir. ¿Me negarías hasta una visión fugaz de tanta belleza?


Shanna lo miró subrepticiamente, extrañada porque ahora no sentía repugnancia de él. Esa mirada audaz agitaba algo profundo dentro de ella y la sensación no era desagradable. Empero, se cubrió con su capa.


Hubo un momento de silencio mientras Ruark luchaba con sus propias emociones. Debajo de su flotante capa, se llevó las manos a la espalda y las enlazó con fuerza.


– ¿Preferirías regresar al carruaje ahora? -preguntó con amable solicitud.


– Hoy he comido poco pues he estado muy inquieta -replicó Shanna en un arranque de sinceridad-. Todavía puedo disfrutar de lo que resta de mi orgullo.

Los ojos. de Ruark centellearon con humor demoníaco y sus labios se curvaron lentamente en una delicada sonrisa.


– Eres la luz y el amor de mi vida, Shanna. Ten piedad de mí. Shanna levantó su fino mentón.


– ¡Ja! Se me ocurre que usted es un libertino y que ha tenido muchas "luces y amores" en su vida. No creo que yo sea la primera.


Ruark abrió gentilmente la puerta para que ella pasara.


– No puedo negar que no eres la primera, Shanna, porque antes no te conocía. Pero eres mi único amor y seguirás siéndolo mientras


– viva. -Sus ojos adquirieron una expresión seria y parecieron sondearla-. Yo no exigiría de una esposa más de lo que esté dispuesto a darle. Te aseguro, amor mío, que desde ahora no pasará un solo día sin que estés permanentemente en mis pensamientos.


Confundida por la gentil calidez de esa mirada y la franqueza de esas palabras, Shanna no supo qué responder. Era imposible determinará si él estaba burlándose o diciendo la verdad. El era diferente a todos los hombres que había conocido cuando ella hablaba para insultarlo, ofenderlo o tratar de infligirle una afrenta más profunda, él lo tomaba con buen humor y seguía haciéndole cumplidos. ¿Cuándo se le acabaría la paciencia?


Perdida en sus cavilaciones, Shanna pasó junto a él y entró en la posada. Mientras él se quitaba y sacudía su capa y su tricornio empapados por la lluvia, ella aguardó, aparentando por el momento ser una dócil esposa. El regresó, le rodeó la cintura con un brazo y la guió a una mesa que Pitney le había señalado. La misma estaba metida en un oscuro rincón de donde no había forma de escapar.

El señor Hadley y John Craddock, que los habían precedido, ahora estaban sentados ante la larga mesa común que llenaba el centro de la estancia. La posada estaba vacía salvo el posadero y su esposa, porque los clientes locales habían huido a sus casas cuando empezó la tormenta. Un fuego crepitaba acogedor en el hogar y lanzaba sombras danzarinas hacia las toscas vigas de madera que sostenían el techo, además de proporcionar calor a los mojados huéspedes. Después de una larga y torva mirada de advertencia a Ruark, Pitney se unió a los dos guardias y vació rápidamente un pichel de ale.


Ruark se sintió muy aliviado al hallarse en una mesa solo con su esposa. Hizo sentar a Shanna y se sentó muy cerca, a su lado. Pronto les sirvieron a todos una comida apetitosa: jugosas carnes asadas, pan, legumbres, y un vino exquisito para la pareja. Consciente de la mirada de su marido, Shanna vio que le temblaban los dedos y sintió que no tenía tanto apetito como había dicho hacía unos momentos. El empezaba a ponerla nerviosa. Nunca había conocido a un hombre tan persistente y concentrado en un solo propósito. Adivinaba muy bien lo que él pensaba cuando se apoyaba en el respaldo de su silla y la contemplaba. Y no deseando responder a ninguna pregunta que pudiera hacerle él, ella misma hizo una.

– ¿Quién era la muchacha que lo acusan de haber asesinado? ¿Era su querida?


Ruark la miró y enarcó una ceja.

– Shanna -dijo- ¿tenemos que discutir esto en nuestra noche de bodas?


– Tengo curiosidad -insistió ella- ¿No quiere contármelo? ¿Por qué lo hizo? ¿Ella le era infiel? ¿Fueron los celos que lo impulsaron a matarla?

Ruark se inclinó hacia adelante, apoyó los brazos sobre la mesa, agitó la cabeza y rió ásperamente.

– ¿Celoso de una criada con quien apenas hablé unas pocas palabras? Mi querida Shanna, ni siquiera conocía su nombre y estoy seguro de que ella tuvo muchos hombres antes que yo. Me encontraba allí, en el salón de una posada donde ella trabajaba, y ella dejó a otro hombre para venir a mí mesa. Me invitó a su habitación…

– ¿Así de simple? Quiero decir ¿no hubo nada más entre ustedes dos? ¿Usted nunca la había visto antes?


Ruark arrugó el entrecejo y estudió pensativo el líquido de su copa a la que inclinó de un lado a otro.

– Ella reconoció el color de las monedas de mi bolsa cuando yo pagué la comida. Fue suficiente para que nos hiciéramos amigos. El tono amargo de su voz dijo mucho que Shanna no comprendió.

Está arrepentido de haberla matado ¿verdad? -preguntó Shanna.


– ¿Matarla? -Ruark rió brevemente-. Ni siquiera recuerdo haberme acostado con ella y mucho menos haberle puesto una mano encima. Ella me robó mi bolsa y me dejó sin nada, aparte de mis calzones, para enfrentar a los casacas Rojas, los soldados que a la mañana siguiente me arrancaron de su cama. Me acusaron de haberla asesinado porqués ella llevaba en su vientre un hijo mío, pero Dios sabe que eso es mentira. Es no era posible porque yo había llegado de Escocia y alquilado un cuarto en esa posada esa misma tarde. Nunca había visto a la muchacha. Pero me llevaron ante el magistrado, lord Harry se llamaba – Ruark rió despectivamente- y me dieron solamente un momento para, defenderme antes de que me acusaran de mentir y me arrojaran a la más oscura mazmorra, hasta que el mismo lord Harry decidió cuál era mi culpa. Asesinato, declaró, para no casarme con la muchacha. ¿Puede imaginarse, con todos los bastardos que hay en el mundo, cómo podría ser verdad una cosa así? Habría sido más fácil abandonar el país. Y todavía más simple, si en un momento de locura yo hubiese matado a la muchacha, huir de su habitación antes de que el posadero fuera a despertarla para que empezara su trabajo del día. Pero como un perfecto tonto, me quedé dormido en su cama hasta el día siguiente. Por Dios, yo no la maté ¡Sé que yo no lo hice!

Furioso, derramó el vino y aparto su plato.


– ¿Pero cómo es posible que no recuerde? -preguntó suavemente Shanna.

Ruark se serenó un poco y se alzó de hombros.


– Oh -dijo-, he pensado mucho en eso y todavía no logro comprenderlo.


"Un hombre culpable siempre se, declara inocente", pensó Shanna con desconfianza. No era probable que él estuviera diciendo la verdad porque solamente un loco sería capaz de olvidar un asesinato y ella no creía que Ruark Beauchamp estuviera loco. Sin embargo, le pareció mejor cambiar de tema pues percibió que él estaba poniéndose meditabundo.


Aceptó que él volviera a llenarle la copa con Madeira y bebió, dejando que el vino la ayudara a relajar sus tensiones. Casi podía felicitarse por el éxito del día. Hasta ahora todo había resultado como ella lo había planeado. Empezó a sentirse animada y jovial.


– ¿Y qué hay de ti mi adorable Shanna? – Ruark nuevamente la miraba con fijeza y con toda la ternura que un hombre puede dedicar a su novia.


– Oh -rió ella nerviosamente. En, este lugar público, donde Ralston, cuando regresara de su viaje y se enterara de su casamiento, podría hacer averiguaciones sobre la pareja de recién casados, Shanna no se atrevía a mostrarse desagradable-. ¿Qué le interesaría saber?


– ¿Por qué decidiste casarte conmigo cuando hubieras podido elegir a cualquier hombre que se ajustara a tus preferencias?


– ¿Que se ajustara a mis preferencias? -dijo Shanna, con ligero tono de burla-. Ninguno lo hacía. Y mi padre es muy empecinado. Hubiera sido muy capaz de obligarme a aceptar al hombre -que él eligiera. Vaya -agitó la mano en gracioso gesto- si ni siquiera le pidió a mi madre que se casara con él.


Rió alegremente y Ruark la miró con dudas y una sonrisa encantadora le iluminó la cara.


– Oh, no, no es lo que usted piensa. Mi padre es una persona muy autoritaria. Le dijo. a mi madre que ella se casaría con él y la amenazo con raptarla si ella se negaba. Yo. nací como corresponde, un año después que ellos se casaron.


El siguió sonriendo en forma seductora.


– ¿Y tu madre no tuvo nada que decir en el asunto?

– Oh, ella estaba convencida de que el sol salía y se ocultaba porque Orlan Trahern así lo quería. Lo amaba profundamente. Pero él mismo era un bribón. Mi abuelo fue ahorcado por bandolero.


– Por lo menos tendremos algo en, común -comentó secamente Ruark.


Se produjo un momento de silencio. Por fin Ruark habló.


– ¿Piensas cumplir con lo convenido? -preguntó.


Shanna, desconcertada por esa pregunta que tanto había tratado de evitar, buscó a tientas una respuesta.


– Yo…yo… -balbuceó.


Ruark apoyó un brazo en el respaldo de la silla de Shanna, puso el otro sobre la mesa, se inclinó y la besó en la oreja.


– ¿Sólo por esta noche, Shanna -murmuró suavemente- no podrías fingir que sientes algo por mí?


Shanna sintió que el aliento cálido de él la hacía estremecerse de pies a cabeza y en sus pechos experimentó un curioso cosquilleo. Deben de ser los efectos del vino, pensó atónita, porque sus sentidos giraban como embriagados de placer.


– ¿Es tan difícil imaginar que somos dos enamorados que acaban de casarse? -insistió Ruark, respirando muy cerca del cuello de ella.


Le rodeó los hombros con el brazo y Shanna tuvo que luchar para que su mundo no se convirtiera en un caos cuando los labios húmedos y entre abiertos de él la besaron en la boca. Trató de apartarlo y de liberar su boca. ¿Tanto vino había bebido que eso le causaba vértigos? ¿Qué le estaba sucediendo? Ella no era una borrachina ni una mujer de virtud fácil. ¡Por Dios, si era una virgen! ¡Y sólo bebía té!


– Seré muy suave contigo -dijo Ruark suspirando, como si le hubiera leído los pensamientos, y apretó sus labios contra el tentador ángulo de la boca de Shanna- Déjame tomarte en brazos, Shanna, y amarte como yo quiero. Déjame que te toque… déjame que te posea…

– ¡Señor Beauchamp! -exclamó ella casi sin aliento y evitó su beso-. Ciertamente, no tengo intención de entregármele aquí, en el salón, para diversión de todos. Déjeme -rogó, y agregó, con más severidad-:

Si no me deja, gritaré…


El aflojó un poco el abrazo y Shanna se puso de pie precipitadamente y anunció, con voz trémula:


– Será mejor que nos pongamos en marcha. Shanna corrió hacia la puerta mientras Ruark se detuvo para recoger su capa y su tricornio, y cuando trató de correr en pos de ella, Pitney y los guardias lo tomaron de los brazos.


Indiferente a la intensa lluvia y a los charcos del camino, Shanna salió corriendo de la posada. Ruark la hubiera seguido pero se produjo cierta demora mientras el posadero, temeroso de perderse el costo de las comidas, empezó a discutir vivamente con Pitney, quien estaba más interesado en mantener a Ruark a su lado. Una pesada bolsa arrojada al posadero terminó con la discusión y por fin Pitney permitió a Ruark que lo precediera hacia el carruaje.


Ahora la lluvia caía como un tamborileo regular sobre el techo del carruaje. Empapada, y temblando por el frío y por sus propias emociones, Shanna se había acomodado en un rincón del asiento, dejando la mayor parte del mismo a quienquiera que quisiera ocuparlo. Con dedos temblorosos consiguió, después de encontrar el pedernal y la Yesca, encender la linterna de sebo que colgaba de la pared interior del carruaje.


Ruark subió y Pitney plegó la escalerilla. El mismo quiso subir pero encontró súbitamente cerrado el camino par el brazo del joven.


– ¿Usted no tiene compasión, hombre? ¡Unas pocas horas de casado y destinado a que me ahorquen antes de una semana! Suba al asiento de los, guardias.


Antes de que Pitney pudiera protestar,¡ Ruark le cerró la portezuela en la cara. Sin embargo, Pitney difícilmente iba a dejarse amedrentar por un jovenzuelo atrevido, enamorado de su señora. En realidad, era todo 1o contrario. La puerta del carruaje fue abierta con tanta fuerza que rebotó contra el costado del coche con un fuerte ruido, que hizo que Shanna saltara asustada.


Ruark no estaba dispuesto a permitir esta intromisión sin por 1o menos una breve lucha y nuevamente puso su brazo a través de la abertura de la portezuela para impedir que el otro entrara.


Pitney estiró un brazo para arrancar al ardoroso novio del carruaje, pero 1o detuvo una sorprendida exclamación de Shanna. Ciertamente, no fue el temor por su marido 1o que produjo esta reacción en la joven sino la presencia del posadero y su esposa que estaban en la puerta de su establecimiento y estiraban los cuellos para ver qué sucedía.


– Está bien, Pitney, suba con los guardias -ordenó ella en voz baja pero con tono imperioso.

Pitney miró hacia atrás y vio la razón de la preocupación de su ama. Se irguió, retrocedió un paso y se acomodó el chaleco.


Ruark sonrió con benevolencia.

– Así está bien, amigo -dijo-. Y no se quede ahí holgazaneando. Dé se prisa. Partamos de una buena vez.


Pitney levantó obstinadamente su poderoso mentón y bajó las cejas en un gesto ominoso. La lluvia helada le caía en la cara pero él parecía no notado. Sus ojos grises y penetrantes midieron a Ruark a la luz de las linternas del carruaje.


– Si le hace daño a ella… -la amenaza fue formulada en voz baja pero llegó claramente a los oídos de Ruark.


– Vamos, hombre -dijo Ruark riendo burlonamente-. No soy tan idiota. Valoro mucho el poco tiempo que me queda sobre la tierra. Le doy mi palabra de que ella será tratada con todo afecto y con mucho respeto.


El ceño de Pitney se acentuó ante las palabras de Ruark.


Hubiera querido aclarar un par de cosas pero Shanna vio la amenaza de una escena en público en esta aldea donde los actos de unos desconocidos serían rápidamente notados y comentados. Tan cerca de la iglesia donde se habían casado, los rumores se extenderían y Ralston no tendría ninguna dificultad en enterarse de ellos.

– Veámonos, Pitney, antes de que usted desbarate todos mis planes.

Finalmente el hombre cedió y aunque sus palabras estuvieron dirigidas a ella, no dejó de mirar fijamente a Ruark.

– Cerraré la puerta por fuera. El no tendrá posibilidad de escapar


– Entonces hágalo de prisa -dijo Shanna-. y tenga cuidado de que el posadero y su esposa no vean 10 que está haciendo.


Pasaron unos instantes antes de que el lujoso carruaje se pusiera en marcha por el lodoso camino a Londres. La lluvia caía monótona sobre el techo apagando todos los otros sonidos, mientras las linternas lanzaban solamente una luz débil, vacilante, hacia las profundas tinieblas que iban atravesando. Aunque el mullido interior era cómodo y abrigado y estaba bien protegido de la desapacible noche, Shanna no se sentía a sus anchas. Su carrera hasta el coche había sido una locura. Sus zapatos estaban empapados, sus medias hasta la rodilla estaban húmedas casi en toda su longitud y el borde mojado de su falda se adhería, frío y molesto, a sus tobillos. Se arrebujó en la amplia capa y no pudo impedir un estremecimiento ni que sus dientes entrechocaran de frío.


– Vaya, Shanna, estás temblando -dijo Ruark. Le tomó una mano y se le acercó más

Ella 1o apartó irritada.


– ¿Siempre tiene que decir 1o que es evidente? -dijo, pero en seguida adoptó un tono más suave-. Tengo los pies fríos..

– Ven, amor, déjame calentarlos.


Antes de que ella pudiera protestar, él se agachó, le tomó las piernas y las puso sobre su regazo. Levantó el borde mojado del vestido y le quitó los escarpines embarrados. Shanna ahogó una exclamación cuando él le tocó atrevidamente las rodillas y le quitó rápidamente las medias y las ligas adornadas con encaje, que dejó en un pequeño montón con los zapatos en el suelo del coche. Después puso los pies de ella debajo de su chaqueta y cubrió su regazo y las piernas de ella con su capa. Con una mano sostuvo los pies bien apretados contra él y con la otra empezó a masajearle las esbeltas pantorrillas. Shanna dejó de sentir frío. Tenía muchas cosas en qué pensar mientras él le prodigaba sus cuidados con tanta familiaridad. Nunca le había ocurrido encontrarse sola con un hombre encerrada en un lugar tan pequeño y ello estimulaba su imaginación. Había estado con muchos loores y hombres con título pero siempre adecuadamente acompañada. Nunca había conocido a un colonial hasta que conoció a Ruark Beauchamp. Y ahora él estaba a solas con ella y tenía sobre ella los derechos de un esposo, por más que esa condición duraría muy poco. Fue natural que ella se preguntara cuál sería la reacción de él si 1o sometía a sus femeninas artes de seducción. Hacía bien en permitir que este rústico individuo de las colonias saboreara su belleza, pensó, porque pronto él estaría camino del cadalso. No haría ningún daño si afilaba sus armas con él.


Se acomodó en el rincón con la espalda contra el costado del carruaje y 1o miró de frente. La pequeña linterna alumbraba suavemente y ella vio que esos ojos ambarinos la observaban silenciosamente con un fervoroso brillo. Los dedos de Ruark le masajeaban suavemente las piernas desde los tobillos hasta las rodillas y le producían una agradable sensación. Shanna curvó los labios casi en una sonrisa, suspiró, y estirándose como una gata satisfecha, se apoyó en el asiento. Su capa se le abrió hasta la cintura pero ella fingió no notarlo, cruzó los brazos debajo de sus pechos y estos- se elevaron hasta que casi salieron completamente del vestido desgarrado y de la delgada camisa. En realidad, ella no sabía cómo brillaba su piel con un lustre satinado a la luz de la vela de la linterna ni podía medir hasta dónde llegaba la pasión de Ruark. Sólo vio que los ojos de él descendían lentamente y sintió que el vientre de Ruark se ponía tenso contra su pierna y que una arteria del muslo empezaba a latir aceleradamente debajo de su pie.


Al ablandarse su actitud, su belleza se acentuó y Ruark la miró con atrevimiento. Cuando él habló, su voz no traicionó el nudo que sentía en la garganta.


– ¿Te sientes mejor? -preguntó Ruark.


– Si -suspiró Shanna, cerró a medias los ojos, echó la cabeza hacia atrás y dejó que él contemplara su cuello largo Y suavemente curvado.


Ahora él le diría en cualquier momento cuanto la deseaba Y le rogaría que se le entregase Y ella seguiría el juego hasta que llegara el momento de separarse. A través de los párpados entrecerrados no dejó de

Observado y se sintió picada por el desencanto cuando él pareció inmune a sus encantos.


Ruark buscó dentro de su chaqueta Y sacó los documentos atados con la cinta escarlata.


– Estos son los documentos matrimoniales -informó él Y le enseñó el paquete-. Los necesitarás para probar que estás casada.


Shanna se incorporó Y estuvo por tender la mano para tomados, pero él los puso fuera de su alcance.


– Ah, ah -lujo Ruark- el precio aún no ha sido pagado. Con algo parecido al horror en los ojos, Shanna lo miró fijamente. ¿La amenazaría con destruidos si ella no se rendía? Si los arrojaba al camino lleno de lodo quedarían tan estropeados que no servirían de nada.


– ¿Ruark? -:-preguntó, y retiró los pies- no irás a…


– Oh, no, Shanna. El pacto está hecho Y aceptado.

La miró de pies a cabeza con atrevimiento y Shanna se preparó para lo peor. El sonrió lentamente.

– y no cuestionaré tus intenciones ni tu honor. Pero esto es algo nuevo. Exigiré de ti… -hizo una pausa Y se golpeó el mentón con los documentos-…un beso -dijo súbitamente, con decisión-. Un amoroso beso como debe darle una esposa a su flamante esposo. ¿Es un precio demasiado elevado?


Levantó las cejas en un gesto burlón.

Shanna sintió cierto alivio, se cubrió con la capa para protegerse de los ojos hambrientos de él y sintió con irritación que sus rodillas rozaban los muslos de él.


– Muy bien -suspiró, como de mala gana-. Si insiste. Estoy demasiado cansada para resistirme. -Se inclinó ligeramente hacia adelante-. Cuando guste, señor. Estoy lista.


Cerró los ojos para esperar Y los abrió nuevamente cuando oyó la risa suave de él. Ruark no se había movido. Mientras ella lo miraba, él se abrió despreocupadamente la chaqueta Y se desabotonó el chaleco antes de recostarse en su rincón del asiento.


– Shanna -dijo con una sonrisa provocativa- lo convenido fue que tú darías el beso. ¿Necesitas ayuda o instrucciones especiales?


Shanna se enfureció Y le dirigió una mirada asesina. ¿Creía él que ella era una simple sirvienta incapaz de descubrir sus trapacerías? Se incorporó sobre sus rodillas, decidida a demostrarle lo que sabía. ¡Le daría un beso digno de llevárselo a la tumba!


Tímidamente, le puso los brazos sobre los hombros. Nuevamente la mirada de él descendió hasta donde ella quería. Lo haría retorcerse de frustración antes de que esto terminara. Le acarició ligeramente la nuca con los dedos y se acercó más. Entonces, él levantó súbitamente la cabeza, la miró a los ojos y sonrió con cierta preocupación.


– Trata de hacerlo bien -advirtió-. Comprendo que puede faltarte experiencia, pero un beso de esposa a esposo tiene que ser motivo de orgullo y no de vergüenza.


Shanna se puso un momento rígida por la furia que le causaron las palabras de él y sintió deseos de arañarlo en la cara.


– ¿Cree que nunca he besado a un hombre? -siseó al ver la mirada divertida de él.


Ruark enarcó las cejas y se alzó levemente de hombros. -En verdad, Shanna -dijo, y movió su cuello contra las manos de ella- estaba preguntándome eso. Un besito infantil en la mejilla sólo estaría bien para un tutor paternal.

Shanna, deliberadamente, se inclinó hasta que sus pechos descansaron en el pecho de él, y echando mano a toda su imaginación, acercó sus labios a la boca entreabierta de él y empezó a moverlos lentamente, cálidamente. Sus ojos se dilataron cuando la boca de él se abrió y se retorció sobre la de ella. El la rodeó con sus brazos y la estrechó con fuerza. El mundo de Shanna giró locamente cuando él se volvió lentamente hasta que la tuvo a medias sobre su regazo, con la cabeza apoyada en su hombro. La boca de Ruark era insistente, exigente, implacable, y la dejaba sin aliento y le hacía perder la compostura. Sintió se atrapada en el centro de una batalla que no podía tener esperanzas de ganar. Su armadura fue atravesada, embotadas sus armas y su ingenio. Este beso quemante hubiera debido resultarle repulsivo, pero, en realidad, ella lo encontraba sumamente excitante. El pecho firme, musculoso de Ruark, apretábase contra sus pechos apenas cubiertos y Shanna sentía los fuertes latidos del corazón de él mientras el suyo palpitaba con un nuevo y frenético ritmo.

Lentamente, Ruark apartó su cara. Trémula por el esfuerzo, Shanna trató de recobrar su compostura. El la miró fijamente y ella soltó un profundo y entrecortado suspiro. Trató de librarse de los brazos de él, lo logró y en seguida se encontró sentada sobre el regazo de Ruark..


– ¿No ha sido cumplido el pacto, señor mío? -preguntó Shanna con voz temblorosa..


Sin comentarios, Ruark le entregó los documentos y ella los guardó dentro de su manguito de pieles. Entonces quiso levantarse pero él la retuvo sobre su regazo. Como su tontillo le estorbaba los movimientos no pudo escapar de él.


– ¿Acaso espera más de lo que dijo de nuestro pacto? -preguntó Shanna y miró las llamas doradas en los ojos de él.


– No -repuso Ruark y sonrió lentamente-. Pero ahora quiero que se cumpla nuestro pacto anterior, el primero.


Shanna luchó por liberarse pero él la retuvo estrechamente contra su cuerpo Y le habló al oído con un ronco susurro.


– Shanna, piensa un poco y trata de imaginar lo que es permanecer en una habitación pequeña y gris y contar las piedras por milésima vez, conocer de memoria su largo, su ancho y su altura, ver nuevamente los días que han pasado como marcas en la puerta de hierro y saber que mañana habrá que añadir otra marca y que cada instante que pasa te acerca a la horca y preguntarse, sin ninguna esperanza, si el dolor será terrible o si tendrás una muerte rápida. Y entonces, en ese mundo tan estrecho, irrumpe una belleza como tú y provoca sueños y esperanzas. Sí, Shanna, esposa mía, deberé regresar a mi mazmorra -dijo Ruark y acercó su cara a la de ella- pero antes de que la puerta se abra otra vez, tú serás mi esposa en todo sentido.


Y Shanna sintió que la mano de él ya estaba debajo de sus faldas y atrevidamente apoyada en la parte superior de su muslo. Ahogó una exclamación, lo tomó de la muñeca y trató de apartar esa mano pero entonces se percató de que él, con su otra mano, estaba desatando los lazos de su vestido.


– ¡Ruark! -Se retorció y apartó el brazo de él.


Súbitamente pareció que él tenía una doble, cantidad de manos. Shanna se veía en dificultades para conservar su recato. Finalmente le tomó ambas manos y las apretó contra su pecho en un esfuerzo por tenerlas quietas. Y entonces cayó en cuenta de otra cosa. En la lucha, sus faldas habían sido levantadas y ahora sus nalgas desnudas descansaban directamente sobre los muslos de él. Debajo de los calzones cortos de seda, la virilidad de Ruark se apoyaba, atrevida y erecta, contra la carne de ella. Y ahora él conseguía liberar sus manos y la estrechaba con más fuerza.


– ¡Ruark, tú no eres un caballero! -exclamó indignada.


– ¿Esperabas encontrar un caballero en un calabozo?


– ¡Eres un grosero! -jadeó ella, tratando de apartar las manos de él.


Ruark rió suavemente y su respiración rozó el cuello de ella. -Soy nada más que un marido -replicó él- ardiente y bien dispuesto.

Shanna trató de alcanzar la ventanilla a fin de abrirla y gritar, pero él se lo impidió con firmeza. Ella se resistió con renovadas energías.


El le apoyó una mano sobre el pecho desnudo y ella trató de abofeteado pero él la detuvo a tiempo aferrándola con una mano de hierro, aunque sin causarle dolor. Shanna aspiró profundamente para gritar enfurecida pero él le tapó la boca con sus labios.

Shanna sintió que su cabeza empezaba a girar en un torbellino cada vez más rápido y trató de resistir la embriaguez que le producía el beso de Ruark.

– ¡Ruark! ¡Aguarda! -jadeó cuando él apartó un poco su boca.


Mientras tanto, los dedos de él se afanaban con las delicadas cintas de la camisa y dejaban los pechos de Shanna completamente ex puestos.


– Vamos, Shanna, amor mío, entrégate a mí ahora -murmuró él roncamente contra su cuello, y su cara bajó. Su boca pareció quemar el pecho de ella. Shanna Sintióse devorada por una llama abrasadora que la atravesó como un ardiente relámpago.


– Oh, Ruark -jadeó en un susurro-. Oh, no, por favor… -casi no podía respirar-. Oh, Ruark, basta…


El calor se difundió por su cuerpo hasta que su piel pareció resplandecer. Ahora tenía las manos libres pero sólo podía aferrar la cabeza de él y apretarla contra sus pechos. El se movió y ella lo sintió entre sus muslos, duro y caliente. Tenía los labios resecos y se los humedeció con la lengua. En un último y débil esfuerzo trató de protegerse de la ardiente virilidad de él..


– Oh, amor, amor mío -jadeó él, le tomó una mano y la llevó hasta su sexo-. Soy un hombre de carne y hueso. No, soy un monstruo, Shanna..


La besó nuevamente y su lengua insistió hasta que ella la recibió con la suya, primero con hesitación y después decidida, con pasión. El la apretaba contra el asiento de terciopelo.


¡Su cordura trataba de luchar contra esta locura! ¡Su pasión parecía susurrarle taimadamente: déjalo hacer!


Y él lo hizo. Primero, un dolor desgarrante, agudo, la hizo soltar una exclamación pero en seguida sintió muy profundamente una calidez que la hizo sollozar de placer. El empezó a moverse sin deJar de besarla, de acariciada, de amarla…


Súbitamente llegó desde afuera un grito de Pitney y la velocidad del carruaje cambió. Ruark soltó una maldición, levantó la cabeza y se percató de que estaban deteniéndose. Entonces oyó otra voz que respondía al grito de Pitney y la reconoció como la voz del tercer guardia, el que había quedado con el carromato prisión.


– ¡Ahhh, maldición! -exclamó Ruark lleno de frustración-.

¡Maldita perra tramposa! -Se apartó rudamente de ella y la empujó con violencia-. ¡Sabía que no cumplirías tu pacto!


Con mucha urgencia, Ruark empezó a poner en orden su ropa mientras la miraba con una mueca cargada de desprecio.


Shanna se encogió en su rincón y se tapó los oídos mientras él daba rienda suelta a su cólera con palabras quemantes. En la penumbra, sus ojos la miraron llenos de crueldad y parecieron quemarle los pechos suaves y temblorosos Y sus hermosos muslos, todavía desnudos.


– Cúbrete -gruñó despectivamente. y en seguida, con voz más dura, agregó-: ¿O quieres que los guardias tomen mi lugar?


Shanna se envolvió apretadamente con la capa como si quisiera protegerse de la mirada despreciativa Y penetrante de él.


Un segundo después la portezuela se abrió violentamente Y la negra boca de la enorme pistola de Pitney apuntó amenazadora al pecho de Ruark.

– Fuera.


En Ruark, todo se rebeló. Lo habían empujado, usado, enardecido, provocado, engañado y finalmente traicionado en un momento de lo más degradante. Un áspero rugido brotó de su garganta y antes de que nadie pudiera reaccionar, apartó la pistola con un violento puntapié y se arrojó, con los pies primero, contra el pecho de Pitney. La fuerza del ataque hizo que ambos cayeran sobre el lodo del camino. Los guardias dieron gritos de alarma.


– ¡Atrápenlo, o Hicks nos hará cortar las cabezas!

Shanna se estremeció cuando cayeron sobre él. Juramentos y gritos sofocados de dolor acompañaban a la lucha. Los guardias eran corpulentos, pesados y musculosos; Hicks los había elegido por, su fuerza a fin de asegurarse de que el prisionero volviera a su celda.-Cada uno superaba a Ruark en varios kilogramos y Pitney era más grande que cualquiera de ellos, pero Ruark demostró poseer amplios conocimientos de luchador y se resistió como un poseído.


Lograron dominarlo momentos más tarde y aun entonces él apenas estaba más golpeado que sus captores, dos de los cuales ahora lo tenían sujeto contra el barro entre sus rodillas mientras el tercero se apresuraba

a sujetarle las muñecas con las esposas.


Pitney observaba de pie y. trataba de limpiarse un poco de lodo de su capa. Se masajeaba un hombro como si le doliera y flexionaba un brazo. Cuando alzó la vista, se detuvo al ver la cara de Shanna iluminada por la linterna y siguiendo esa mirada los guardias también se detuvieron. El tercero se acercó y murmuró una humilde disculpa.


– Sentimos habernos demorado, señora, pero el carro se atascó en el barro cerca del estanque. De otro modo hubiéramos llegado antes, como usted quería. Ruark levantó lentamente la cabeza y la miró fijamente a los ojos. Tenía la cara magullada y manaba sangre de un ángulo de su boca.


La garganta de Shanna se contrajo convulsivamente. La joven se retrajo hacia las sombras del interior del coche y se cubrió la cara con el capuchón de su capa para no tener que soportar la mirada alucinada de Ruark.


– Si Dios Todopoderoso llegara a apiadarse de mí -gritó él con furia- me ocuparé de que se cumpla completamente nuestro pacto…


Su promesa fue silenciada por el golpe de un enorme puño. Shanna dio un respingo cuando oyó el golpe. Cuando pudo mirar otra vez, Ruark colgaba fláccidamente, sostenido por los guardias. Ellos terminaron de encadenarlo y lo arrojaron brutalmente dentro del carro. La puerta se cerró y el rostro ensangrentado de él apareció fugazmente en la pequeña ventanilla, hasta que también cerraron el postigo.


Shanna se hundió contra el mullido asiento y empezó a acomodarse la ropa con dedos temblorosos. Excepto el hecho de que había perdido su virginidad, sus planes se habían realizado de acuerdo con sus deseos. Pero le fue imposible sonreír con satisfacción. En cambio, ahora sentíase envuelta en un vacío abrumador y su traición le pesaba sobre la mente como un peso muerto. Su cuerpo joven ardía con una vehemencia que nunca había sentido antes, pero ahora no encontraba alivio para ello porque debajo de la capa que la envolvía sus brazos estaban dolorosamente vacíos.


La portezuela del carruaje fue, cerrada con suavidad y el peso de Pitney hizo que el coche se bamboleara ligeramente cuando él ocupó el asiento del cochero.


El carruaje se puso en movimiento. Cuando pasaron junto al carro prisión chapaleando, en el lodo y envueltos en las profundas tinieblas de la noche, de la caja con barrotes emergió un aullido desgarrante, casi inhumano, acompañado por los golpes repetidos contra la pesada puerta de madera. Súbitamente, Shanna creyó que. Ruark Beauchamp estaba loco.


Cerró con fuerza los ojos, se tapó los oídos con las manos. Pero la imagen de la cara golpeada y magullada de él seguiría grabada en su cerebro y nada podría borrarla.

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