CAPITULO DIECISIETE

El despertar llegó con una luminosidad casi dolorosa. Shanna fue tomando conciencia lentamente del deslumbrante resplandor. La luz llenaba toda la habitación y aunque ella yacía de espaldas a la ventana, 1o mismo la molestaba y penetraba hasta su cerebro a través de la abertura de sus párpados entrecerrados.,


Se movió perezosamente cuando una mano empezó a acariciarle la espalda, aflojando tensiones que ella adivinaba más que sentía. Se estiró como una gata y se puso boca abajo para dejar que esos dedos fuertes hicieran mejor su trabajo. La mano masajeaba los músculos de su espalda y sus hombros y enviaba oleadas de lánguido placer a todo su cuerpo. Rodó hacia la fuente de ese placer hasta que apoyó la espalda en un pecho duro y velludo. Entonces despertó completamente. Solamente una persona en toda su vida había compartido una cama con ella, y nadie, ni siquiera Hergus, le había frotado la espalda. Abrió los ojos y todos sus recuerdos volvieron cuando miró los sonrientes ojos dorados de Ruark.


– ¡Ooohhhh! -El gemido escapó de su garganta mientras ella se cubría la cabeza con la almohada. Pero lo mismo oyó la voz que la saludaba con un ligero tono jocoso.


– Buenos días, señora. Confío en que haya dormido bien.


– Nunca -dijo ella, decepcionada- el cielo se había convertido tan rápidamente en un infierno.


– En la realidad, Shanna -la corrigió Ruark, ligeramente burlón-. Y una triste realidad. Parece que hemos adoptado las costumbres locales pues veo que el sol está alto en el cielo y falta poco para el mediodía. Me temo que hemos dormido toda la mañana, y aunque mi pobre y castigado cuerpo ansía seguir disfrutando de tu proximidad, debo pedirte que te levantes.


Shanna apartó la almohada y se percató, disgustada, de que estaba desnuda bajo la mirada de él. Aún más humillante era el hecho de que él, aparentemente, la había desvestido y puesto sobre la cama Ruark trató de abrazarla pero ella se apartó y se puso de pie a fin de buscar algo para cubrirse, pues en caso contrario corría peligro de que él la violara.


Shanna encontró y se puso la chaqueta de cuero de Ruark, la cual le ofrecía, por lo menos, cierta protección. La prenda le llegaba a las rodillas y no había forma de cerrada por encima o debajo de la cintura.


Ruark sonrió lentamente, la miró y sus ojos se detuvieron momentáneamente en las curvas llenas y maduras de los pechos que asomaban entre las solapas. Se levantó de la cama y desnudo camino hacia la silla que estaba al lado de ella para tomar sus calzones cortos Shanna lo miró con recelo..


– Realmente, admiro su vestimenta, señora -comentó él-. Y de veras no me importa compartir mis ropas con usted, pero sugiero que se conduzca con más discreción entre los piratas. Podría ser que alguno de ellos, sin advertencia, se arrojara sobre usted.


Shanna lo miró ceñuda.


– Excepto yo, por supuesto -agregó él.


Shanna lo miró con incredulidad.

– ¿Estás seguro -dijo- de que llegará el día en que podrás resistir el impulso de abusar de mí?

– Ni siquiera cuando tenga más de ochenta años, Shanna – replico él ligeramente-. Teniéndote cerca, necesitaría el frío de los mares del norte para calmar mi sangre.

– Es cierto -dijo ella- y lo mismo sucede con toda mujerzuela que se cruce en tu camino.


– ¿Todas? -Ruark se irguió y la miró-. Vaya, concédeme por lo menos cierta capacidad de discriminar.


Shanna levantó levemente el mentón.


– Hubieras podido tener más, pero eso no importa ahora. Entre nosotros, todo ha terminado.


– De modo que esta es la tortura que has planeado para mí -dijo el-. La visión de ti, desnuda en mi cama, me hace doler los riñones. El solo pensar en ti me hace doler los riñones. Shanna, si no te enterneces pronto, pasaré el resto de mi vida encorvado como un anciano, doblado por la edad. ¿No tienes compasión? Eres una mujerzuela Shanna Beauchamp, una tunanta para exhibirte así -se acercó y le dio una palmada en el trasero- cuando me niegas eso que muestras en tus provocativos contoneos.

Se puso los calzones mientras Shanna se reía de él.

– Se necesita mucha imaginación, mi amo y señor, para considerar contoneo a un modesto movimiento. Ciertamente, de contoneos yo podría aprender mucho de ti. -Se caló el sombrero de paja y adoptó una postura con una rodilla hacia adelante y una mano apoyada en la Cadera- El capitán pirata Ruark conquistador de todas las que ve, ya sean doncellas niñas o rameras de grandes pechos. Te ruego que me digas si tus conquistas te han quemado tanto el cerebro que ignoras el juego de palabras que nos ha traído a esta situación. Hablas de Juramentos y promesas, de pactos concertados. ¿Y que haces tu? ¿Acaso tienes un privilegio que te libera de cualquier promesa?


– Shanna, amor – Ruark verificó la carga de las pistolas y volvió a dejarlas-. A menudo has declarado que yo no soy tu esposo y que tú eres viuda. Si ese fuera el caso, ¿que derechos tienes sobre mi? ¿Por que me acusas de esta supuesta traición? Todo lo que ha sucedido desde ese día, amor mío, es puramente por culpa tuya, porque si a mí no me hubieran embarcado contra mi voluntad por orden tuya, nada de esto habría sucedido. En tu casa hubiera habido hombres suficientes para protegerte, en vez de andar buscándome por la isla, y cerca de allí muchos más que habrían puesto en fuga a.los piratas. ¿Qué dices ahora, amor mío? ¿Soy tu marido? ¿O soy libre? ¿Y si soy libre, por qué en cada oportunidad que se presenta me atacas como una esposa celosa a su marido? ¿O acaso soy como una marioneta que siempre debe obedecer a los hilos para que juegues conmigo cuando se te dé la gana?


La cólera de Shanna disminuyó. Vanamente, ella trató de reemplazada por la razón.

– No me refería a los votos matrimoniales -dijo ella-. Pero cualquier mujer odia que se burlen o jueguen con ella, que la lleven a la cama y le digan palabras de amor y devoción, para tener que escuchar después que otra mujer reclama. ese mismo amor y ternura. ¿Cómo podría acostarme contigo, tierna y amante en tus brazos, cuando sé que últimamente otras también lo han hecho y que en el futuro, muchas más usurparán mi lugar y con sus placeres harán una cosa común de aquello que yo tendría por un tesoro?


– He aquí una palabra. – Ruark caminó hasta el otro extremo de la habitación y regresó junto a ella-. Es la primera Vez que veo algo digno de conservar. ¿Un tesoro? Ajá, es así, mi amor. Una cosa de valor, pero vulgarizada si no se la aprecia debidamente. Y ahora lo he oído de tus labios. Un tesoro. -Asintió con la cabeza-. Ajá, necesitaba oír esa palabra de ti.


Fue hasta la ventana y allí quedó mirando pensativo a través de la isla., Confundida, Shanna lo miró ceñuda. Ella había querido picar el orgullo de él pero de alguna manera le había dado un arma que él podría usar contra ella.


Aprovechando la momentánea distracción de Ruark, Shanna fue hasta el armario y se quitó el justillo de cuero. Tomó un vestido de terciopelo negro y se lo puso rápidamente. La parte delantera era abierta hasta el pubis, con un entrecruzamiento de cintas sobre la. piel desnuda. Shanna ajustó las cintas y fue hasta el espejo que tenía más cerca Allí se detuvo y ahogó una exclamación. El vestido, más que proteger su pudor, lo destruía


Vio en el espejo la imagen de una joven bastante desaliñada, con el cabello en salvaje desorden y con los pechos apretados en tal forma por el vestido que hubieran podido excitar al más severo puritano. El vestido de terciopelo no cerraba y dejaba ver su blanco vientre. Shanna miro hacia el armario. Tenía que haber otra cosa. ¿Una blusa? ¿Una camisa?


Giró lentamente delante del espejo y por encima de su hombro vio a Ruark, quien ya no miraba por la ventana sino que le dedicaba toda su atención, sentado en el borde de la ventana, los brazos cruzados sobre el pecho desnudo y una sonrisa perversa en los labios.

– Tiene que haber alguna otra cosa -dijo ella, con cierta perplejidad-. Tiene que haber, por lo menos, una camisa.

Ruark fue junto al espejo y la miró directamente.

– A Harripen le gustaría dijo-. Creo que también al holandés


– ¡Ruark! -Ella lo miró horrorizada creyendo que podría, obligarla a bajar vestida en esa forma, pero súbitamente vio la risa que brillaba en los ojos de él. Exasperada, golpeó el suelo con el pie. Cuando, él se acercó más, le dirigió una mirada desafiante y luchó con las cintas en un esfuerzo por cubrirse más


– Nunca he impuesto mi voluntad más allá de la capacidad dé resistencia de una mujer -dijo, sin apartar los ojos de las tentadoras, curvas de los pechos; que aparecían ansiosos por asomarse. Soltó un suspiro tembloroso-. Pero en ocasiones, se llega a un punto en que un hombre se siente provocado y tentado más allá de su voluntad. Y la violación puede tener sus recompensas. Si yo me siento tentado hasta límite

¿Crees que los piratas serán capaces de contenerse? sugiero que busques un vestido que no los tiente demasiado; además me evitarás pensamientos de violencia.


Con gesto petulante, Shanna empezó a buscar en los cofres y descartar vestido tras vestido. Ninguno parecía convenirle. Cuando la medida, estaba bien, el corte era demasiado audaz, cuando el estilo era el adecuado, la medida era grande como para asustar con el tamaño de la que usaba.


En el fondo de un gran baúl había un tesoro que le llamó la atención y ella apenas pudo contener su alegría cuando lo examinó. No hubiera podido adivinar cómo un vestido puritano había llegado a manos de un pirata pero quedó tan contenta con la prenda como si hubiese recibido un precioso regalo era en lana negra, con cuello alto Y, mangas hasta las muñecas, y amplios cuello y puños. Había además un gorro, tan austero como el vestido.


Shanna miró por encima de su hombro para ver si Ruark estaba observándola. El le daba la espalda y estaba asentando una navaja mientras se preparaba para rasurarse. Reunió todo en un atado y se deslizo detrás, de un espejo donde estaría a salvo de las miradas de él. Se quitó el vestido de terciopelo y se puso el de gruesa lana. No había encontrado ninguna camisa y la áspera lana le producía un molesto escozor en su delicada piel. Pero deseosa de perturbar la serena complacencia de el, y con traviesa, anticipación acomodo cuidadosamente el vestido alrededor de su estrecha cintura y su pecho redondeado y fue hasta donde estaba Ruark.


– ¿Quieres abrocharme?


– Sí, amor mío -repuso él rápidamente, dejó la navaja y se volvió. Pareció súbitamente dolorido. Sus ojos descendieron lentamente y su tono reflejó su desagrado.


– ¿Dónde encontraste eso? -dijo.


Shanna se encogió de hombros con aire inocente y agitó una mano hacia los cofres.


– Allí -dijo, y se alisó la falda-. ¿Estoy suficientemente cubierta?


Por toda respuesta, Ruark emitió un resoplido de desprecio. Shanna dijo, a la defensiva:


– Es todo lo que pude encontrar.


Levantó los largos y espesos rizos de su nuca y le dio la espalda, donde el vestido abierto revelaba la suave, cremosa desnudez. Pasó un largo y silencioso momento mientras Ruark abrochaba el vestido, tiempo suficiente para que Shanna reflexionara sobre las ventajas, de tener un marido. Hubo casi una tranquilidad doméstica, o más exactamente una tregua entre ellos en este momento en que él le prestaba el pequeño servicio.


– ¿Has encontrado un cepillo para tu cabello? -preguntó él.


Shanna negó con la cabeza, demasiado consciente de su desaliñó. Sintió la mano de él que acariciaba los enredados rizos y se apartó pues no quiso que él sintiera repulsión por su salvaje melena.


Acomodó el cabello todavía húmedo en un gran nudo encima de su cabeza, fue hasta la cama y se sentó en el borde. El calor del día había aumentado y resultaba bastante molesto. La picazón de la lana.

contra su piel delicada era un anuncio de lo que iba a venir. No pudo evitar un estremecimiento y miró a Ruark para ver si él lo había notado. Pero él había vuelto a la tarea de rasurarse y le daba la espalda. Desvió la vista y, vio su imagen en los espejos. La esposa de un puritano, pensó con desdén. Pero eso sería mucho más aceptable que lo que los piratas habían planeado para ella. Trató de imaginar la vida que llevaría una mujer en ropas de puritana, al estilo de vida puritano. Imaginó una cabaña en el bosque, una pequeña parcela de tierra, Ruark detrás de un arado mientras ella, encinta, con el vientre hinchado, lo seguía por los surcos arrojando puñados de semillas. Shanna, en el primer momento, pensó burlarse de esa idea pero sorprendentemente la ilusión no le resultaba tan desagradable, y se sintió desconcertada. Pensando en la vida que había llevado en los Camellos, llegó a la conclusión de que muy pronto hubiera echado de menos los lujos a que estaba acostumbrada.


Ruark terminó de afeitarse y Shanna lo observó mientras él se preparaba para su papel de pirata. La banda de seda roja fue cruzada sobre el pecho y atada en la cadera izquierda, de modo que se convirtió en una faja para colgar la pesada vaina del sable. Después, él eligió un puñado de medallas del armario para adornar su justillo y aseguró a su sombrero Una larga pluma roja. Abrió los brazos y se volvió hacia Shanna para que ella apreciara su transformación. Shanna gimió. El parecía un verdadero y malvado pirata.


– Pero Shanna, tengo que ser un pirata. -Bajó la vista hacia sus armas-. ¿Falta algo?


– No, capitán pirata -suspiró ella-. Juro que ni un pavo real podría superar tu exhibición.


– Vaya, gracias, Shanna. -Sus dientes relampaguearon en una sonrisa radiante-. ¿Vamos?


Ruark fue hasta la puerta, puso la mano, en la perilla, se volvió le indicó imperiosamente, con su índice:


– Vamos, señora. Uno o dos pasos atrás, Como una buena esclava.


Antes que Shanna pudiera replicar, él salió al, pasillo abriendo la marcha con pasos llenos de confianza. Shanna se puso de pie y 1o siguió humildemente bajando la escalera. La incomodidad que le causa el vestido de lana le había quitado las ganas de discutir.


El grupo de piratas ya estaba bebiendo ale en el salón y durante varios minutos Ruark y Shanna, fueron el centro de la diversión. Ruark representaba convincentemente su papel. Abriendo los brazos con gran desenvoltura, saludó a todos. Acaricio sus medallas y relató historias imposibles, descabelladas, sobre cómo las había ganado. Pronto los otros piratas estaban desternillándose de risa mientras, que Shanna permanecía silenciosa y se estremecía ante las groseras réplicas de los bandidos. Cuando las risotadas amainaron, Ruark gritó pidiendo comida y bebida y golpeó fuertemente la mesa hasta que Dora acudió llena de temor a sus llamados. El arrancó un trozo de cabra asada, tomó una hogaza de pan y arrojó a Shanna un poco de cada cosa. Después le dio una fuerte palmada en las nalgas y la envió a un rincón, donde ella se dedicó a masticar la poco apetitosa comida mientras dirigía miradas biliosas a Ruark.


Ruark no se sentó sino que caminó alrededor de la mesa, intercambiando, entre sorbos de ale y bocados de carne, bromas con los demás hombres. En un momento puso un pie sobre un banco y les indicó que, se reunieran a su alrededor. Shanna no pudo oír sus palabras pero adivinó que la historia era salaz porque los piratas se inclinaron ansiosamente hacia adelante a medida que él progresaba en el relato y después se doblaron en dos en medio de ruidosas carcajadas. Ruark les sonrió y agitó la mano como despedida. Chasqueó fuertemente los dedos cuando pasó por el rincón donde estaba ella. Shanna se levantó rápidamente y lo siguió.


Una vez fuera del interior fresco y sombrío de la posada, Shanna sintió todo el peso de su locura. La tela negra se calentó hasta achicharrada casi tanto como la arena caliente a sus pies. El vestido había sido cortado para preservar una casta modestia y no dejaba espacio a sus pechos llenos. Desde allí caía en una masa recta y suelta que se enanchaba en una falda amplia y pesada que se agitaba cuando ella trataba de seguir el paso vivo de Ruark. El tenía piernas largas y su paso era muy rápido. Desesperada, Shanna aferró su falda y trató de tenerla quieta para que sus nalgas y caderas no sufrieran con el roce de la basta tela.


Ruark caminaba como si estuviera disfrutando de un paseo vespertino. Arrancó una rama pequeña y la alisó con un cuchillo hasta hacerse un bastón. Un silbido desentonado brotaba de sus labios. Aparentemente, no prestaba atención a la muchacha que luchaba por seguirle los pasos.


El amplio cuello le rozaba dolorosamente la garganta y Shanna empezó a quitárselo pero la áspera lana le resultaba aún más molesta. Los puños almidonados se deslizaban hacia abajo por sus muñecas y constantemente tenía que levantar uno u otro brazo para volverlos a su lugar. Entraron en la aldea, y los guijarros, que marcaban los senderos entre las escuálidas chozas estaban más calientes que la arena.


"El quiere que me arrastre y le implore piedad – pensó Shanna, furiosa. ¡No lo haré! ¡No te daré ese placer, así quede en carne viva!"


El sol caía a plomo. No había sombra y la mayoría de los habitantes se habían refugiado en sus chozas para dormir la siesta, huyendo del calor. Debajo de una pequeña enramada, una anciana en andrajos dormitaba entre pilas de hortalizas y frutas. Cuando Ruark la despertó para pedirle una muestra, de su mercadería, la mujer se mostró muy fastidiada pero su carácter se suavizó notablemente cuando vio el color de la moneda de él. Mientras él y la anciana regateaban, Shanna se sentó sobre un fardo de cáñamo para dar descanso a sus pies abrasados y rehusó tercamente el ofrecimiento de Ruark de un bocadillo para que comiera. Cuando reiniciaron la marcha, Shanna se levantó y apretó los dientes por el esfuerzo que ello le costó. Ruark caminaba ahora más despacio mientras comía bananas pequeñas y maduras y trozos de pulpa seca de coco. Shanna tenía menos dificultad en seguirlo pero ya estaba al borde de su resistencia. El sudor le corría en molestos hilillos por el medio de la espalda. Quería desesperadamente rascarse, pero tenía las manos ocupadas con la falda y los incómodos puños. Cuando pasaron junto a un pequeño grupo de arbustos, arrancó los puños y los arrojó hacia atrás cuidando de que Ruark no la viera. No ganó mucho en comodidad por que ahora las mangas se le humedecieron con la transpiración y se le pegaron a los brazos.


Llegaron al final de la playa en una dirección y vieron el comienzo de la marisma de ese lado. El sol se movió en el cielo cuando ellos volvieron sobre sus pasos hasta el muelle y siguieron la playa en la dirección opuesta. Fue aquí que Shanna se rezagó para meter los pies en el agua. Hizo una mueca cuando la sal le escoció en las miríadas de pequeñas cortaduras y heridas de sus pies. Sintió deseos de arrancarse el estúpido vestido de su cuerpo y correr internándose en el mar perezosamente para estirar sus músculos y limpiar su cuerpo en las olas. Pero Ruark se le había adelantado y de mala gana ella levantó su falda mojada y corrió tras él.


Ruark se detuvo en una pequeña altura y observó pensativo el final de la playa y la marisma de mangles que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Oyó que Shanna se acercaba y se volvió con una pregunta en los labios, pero calló cuando la vio cojeando hacia él, con la falda enredándosele en las piernas. Venía con el rostro encendido y respiraba con dificultad. Tenía el cabello en desorden. Shanna dejóse caer sobre un pequeño montecillo de hierba, lo miró con expresión de ira y levantó un pie para indicarle el talón donde asomaba una espina.


– Veamos, déjame a mí, Shanna -se ofreció él en tono sinceramente preocupado. Sacó su cuchillo y se acercó.


– No te me acerques -lo detuvo ella-. Me arrastras a una caminata por este montón de arena dejado de la mano de Dios, sin zapatos adecuados para mis pies y ni siquiera una sombra para protegerme. ¡Ay!


El quejido brotó cuando ella tiró de la espina que tenía clavada en el talón. Ruark fue hasta un arbusto del que arrancó varias hojas pequeñas y angostas, a las que retorció hasta obtener una masa húmeda.


– Aplícate esto en el talón -dijo-. Arderá un momento, pero calmara el dolor y quitara cualquier veneno.


Shanna hizo como le decía y casi gritó cuando los quemantes jugos penetraron en la herida. Sin embargo, casi inmediatamente el dolor empezó a disminuir. Poco después su talón estaba adormecido. Ruark nunca dejaba de sorprenderla. Sus recursos eran inagotables y parecía conocer muchas de estas pequeñas tretas.


Ruark miró nuevamente hacia la marisma y habló por encima de su hombro, con voz suave. _¡


– Has dicho que este paseo es inútil, Shanna. Y así debe parecerles a todos ellos.

Pero es aquí donde podemos encontrar nuestra vía de escape. -La miró ansiosamente-. Los españoles abrieron un canal a través del pantano, pero madre ocultó la entrada y no quiere revelar el secreto. -Señalo con la cabeza la maraña de mangles-. ¿Oyes los pájaros?- pregunto. Del pantano surgía un constante murmullo de sonidos-. Son pájaros, amor mío pero también hay otras cosas. Caimanes, lagartos, toda clase de serpientes. Es imposible cruzar a pie, y si pudiésemos, más allá está el mar abierto. Necesitamos un bote bastante grande, aunque el Good Hound es demasiado para que lo manejemos nosotros dos. -Ruark se encogió de hombros-. Pero es inútil seguir hablando. Quizá tu padre pague tu rescate y puedas ponerte a salvo antes de que pasen muchos días. Los siervos que enviaron los piratas llegarán a él esta noche o mañana temprano. Seguramente el vendrá inmediatamente.


Ruark la miró, sabiendo muy bien que si lograba devolverla a Los Camellos, ello podría significar para él un severo castigo. Trahern tomaría a mal su desaparición, sin duda ya lo había hecho, y Ruark se preguntaba si Shanna dejaría que lo castigaran antes de contar la verdad a su padre. En cualquier caso, su única preocupación en este momento era sacarla a ella de este infierno.


Sacó su cuchillo y se arrodilló junto a ella.


– Pobre Shanna. -Sonrió suavemente, aunque ella lo miró todavía furiosa. El se alzó de hombros-. Sólo quise conocer el terreno por si ello pudiera serme útil. -Se acercó más y cuando ella quiso apartarse su tono se volvió brusco-. Quédate quieta.


Su orden fue obedecida. El cuchillo se clavó en la manga del vestido y la cortó a la altura del codo. Después, él abrió la costura inferior de modo que del hombro quedó colgando como una pequeña capa, recatada pero suelta y fresca. Repitió la operación en la otra manga y se sentó sobre los talones. Observó el pecho fuertemente comprimido y otra vez se inclinó hacia adelante. El cuello almidonado cayó entre los arbustos, espantando a una bandada de pájaros. Ruark cortó el extremo suelto de su faja y colocó la suave seda debajo del borde del vestido. Arrugó la frente cuando vio la piel lacerada.


– No permitiré que maltrates a mi propiedad, Shanna. Te ordeno que pongas más cuidado.


Shanna se puso rígida ante este intento de humor, pero algo avergonzada de su estupidez, contuvo la lengua y se sometió a las maniobras de él. Cuando él metió la hoja en las costuras, ella sintió que el ceñido corpiño se aflojaba lentamente sobre sus pechos.


– Quiero concertar una alianza contigo, Shanna -dijo él en voz baja- y por eso he tratado de conducirme con prudencia y sacar el mejor partido de la situación. Mi propósito es devolverte a tu padre, sana y salva, y con ese fin te ruego que dejes de atormentarte y trates de pasarlo lo mejor posible. Eso vale para nosotros dos, amor mío. Por lo menos por un tiempo. ¡Ya está!

Se puso de pie y retrocedió un paso. Observó mientras Shanna, respiraba cómodamente por primera vez desde que se había puesto el vestido.


– Lo que queda de las costuras -dijo él- resistirá hasta que estemos nuevamente en nuestra habitación. ¿Estás cómoda ahora?


– Tanto como podía esperarse -replicó ella, en tono más cortante del que fue su intención.


Ruark le volvió la espalda y habló con voz ronca:


– Si te animas, ahora podemos regresar.


Shanna probó a pisar con su talón y se sorprendió al no sentir ningún dolor. Más se sorprendió cuando Ruark le ofreció el brazo para ayudarla. Lo tomó y se apoyó en él hasta que estuvieron a la vista de la aldea. Entonces se rezagó dos o tres pasos. El empezó a silbar y a agitar nuevamente su bastón, aparentemente para que cualquiera que estuviera observándolos creyera que estaban dando un paseo por pura diversión Pero ahora él caminaba con pasos más cortos y de tanto en tanto se volvía para ver si Shanna lo seguía.


Atravesaron la aldea y estaban acercándose ala posada cuando Ruark dejó el sendero bien trillado y exploró una estrecha huella atravesaba dunas cubiertas de hierba, un grupo de arbustos y terminaba en una charca pequeña y poco profunda.

Un rebaño de cabras se dispersó cuando ellos, llegaron y, huyeron hacia los arbustos que ocultaban el oasis. Era un refugio bien protegido de miradas indiscretas. Un arroyuelo cantarino alimentaba la charca, la cual, a su vez, desaguaba en el mar por un pequeño hilo de agua. El aire estaba inmóvil y el sol caía a plomo sin piedad, produciendo un calor de horno.


Ruark le dijo algo en voz baja y se alejó una corta distancia mientras Shanna quedaba fastidiada, preguntándose si ella también podría encontrar intimidad para sus propias necesidades, por lo menos más aislamiento que el que parecía bastarle a Ruark. Ella nunca antes había tenido que prescindir de esa intimidad y no estaba dispuesta a hacerlo ahora. Decididamente, caminó siguiendo el borde de la charca hacia un espeso macizo de arbustos cerca del extremo más alejado pero se tuvo abruptamente cuando Ruark le gritó una advertencia.


– No demasiado lejos.


Shanna se puso rígida y apretó los puños. Sin volverse, pregunto, secamente:


– ¿No se me permite algo de intimidad, mi amo y señor?


– Aléjame demasiado, amor, y podrás encontrar más compañía de la que deseas. Estamos cerca de la posada y no conviene que andes, vagando sola.


Shanna apretó los dientes.


– Entonces -dijo- vuelve la espalda. Por lo menos esto te pido.

– Concedido.


Cautamente, Shanna miró por encima de su hombro para ver si él realmente le había vuelto la espalda.

Después buscó la protección de los árboles.


Regresó poco después y encontró a Ruark con los pies en la charca. Se había quitado, las armas, el chaleco y el sombrero y los había dejado en el suelo.


– ¿Quieres compartir un baño conmigo? -preguntó él.


Shanna levantó airada su nariz quemada por el sol. Pero la charca ofrecía el único alivio a la vista y la tentación de acompañarlo fue demasiado intensa. Metió un dedo del pie en el agua y observó subrepticiamente mientras Ruark buscaba una parte más profunda. Con lentos y elásticos movimientos, él cruzó la charca nadando y regresó junto a ella. La miró.


– ¿Y bien? -preguntó poniéndose de pie-. ¿Vienes?


Shanna se encogió de hombros. Ruark tomó su respuesta como asentimiento y nuevamente se internó donde el agua era más profunda. Shanna se decidió y empezó a desabrocharse el vestido, pero se detuvo al oír el sonido de una campanilla que se acercaba. Aparecieron dos cabras de grandes ubres con sus, crías y detrás de ella, tarareando una melodía, venía Carmelita. Al ver a quienes la habían precedido, la mujer dio un grito de saludo.


– Eh, veo que se me han adelantado -dijo-. Muévete, mujer, porque allí voy.


Se quitó rápidamente las ropas que arrojó sobre unos arbustos. Después, con una falta total de pudor, desnuda, se zambullo levantando un géiser de agua, cuyas salpicaduras mojaron a la atónita Shanna.


Ruark se puso de pie y apartó de sus ojos sus cabellos mojados. Alzó la vista a tiempo para ver que Shanna se alejaba corriendo por la huella. La llamó pero sólo le respondió el furioso balido de una cabra.


Salió del agua y rápidamente se calzó las sandalias.


– Tonta -.murmuró-. Se meterá en problemas.


Tomó el resto de sus ropas y empezó a vestirse mientras corría.

Carmelita quedó mirándolo, decepcionada.

– ¡Malditos! -murmuró la mujer-. No pudo quedarse para un popo de diversión. ¡De todos modos, tenía puestos sus calzones!


Ruark alcanzó por fin a Shanna cuando terminó de vestirse y ceñir la faja con el sable. Shanna siguió caminando en silencio, con la vista fija hacia adelante.

Ruark traspuso la puerta de la posada antes que ella, pero ella paso junto a el sin detenerse y subió la escalera hasta su habitación. Afortunadamente el lugar estaba vacío con excepción de Madre, quien dormitaba en una silla. El hombrón se sobresaltó y miró a Ruark, pero en seguida volvió a dormirse.


Shanna estaba detrás de la puerta cuando Ruark la cerró tras de si y miró sorprendido la habitación.


El lugar había sido limpiado y fregado y olía a fuerte jabón de lejía. Las tablas del piso exhibían lugares mojados y todos los muebles brillaban con una película de cera. Los colchones de pluma manchados de la noche anterior habían sido reemplazados por otros nuevos y limpios y sábanas inmaculadas estaban prolijamente metidas debajo de 1os mismos. Grandes y mullidas almohadas, con fundas limpias, estaban apoyadas en la cabecera. Hasta la tina de baño había sido limpiada brillaba suavemente como una joya fina en el extremo de la habitación. Una mesilla estaba cubierta de toallas y en otra había una gran variedad de aceites perfumados, esencias, perfumes, jabones y sales. Una bacinilla limpia estaba debajo del lavabo y la jarra rebosaba de agua fresca y límpida junto a la jofaina que, milagrosamente, había perdido su capa de mugre.


Shanna dio un pequeño respingo, como si volviera a la realidad y se llevó las manos a la espalda para desprenderse el vestido. Encogió los hombros y la prenda cayó al suelo. Indiferente a la presencia de Ruark, se desembarazó de la áspera tela de lana a la que hizo a un lado de un puntapié. Se inclinó sobre el lavabo, llenó la jofaina con agua y hundió las manos en el refrescante líquido. Después levantó los brazos uno después de otro y dejó que el agua fresca cayera hacia abajo. Suspiró profundamente, tomó un paño suave y una pastilla de jabón y empezó a lavarse con evidente placer. Levantó el mentón y frotó suavemente la zona enrojecida de su cuello. Después de un momento abrió los ojos y en el espejo vio que Ruark la observaba con deleite. Se volvió y le dirigió una mirada colérica.

– Llénate los ojos, asno libidinoso. Quizá tu Carmelita aún aguardándote en la charca.


Ruark se quitó el sombrero y lo arrojo sobre la cama. Su voz sonó seca y tajante.


– Es evidente que no has perdido tu talento para fastidiarme, mío -dijo.


Se quitó la faja y se detuvo junto al vestido de lana, al que levanto con la punta de la vaina de su sable.


– ¿Quieres que airee tu vestido? -preguntó burlón-. ¿Quizás para un paseo por la mañana?


– Arrójalo por la ventana -dijo ella, señalando con el mentón Ruark así lo hizo e inmediatamente hubo una conmoción de voces debajo de la ventana. Ruark se asomó y vio un par de pilletes de no más de seis años que se disputaban el vestido. Cuando él apareció, interrumpieron la pelea y se alejaron corriendo, cada uno aferrando con fuerza un extremo de la prenda. Abajo, de todos los vestidos y otras cosas que arrojara la noche anterior solo quedaban algunos trozos de vidrios rotos. Hasta la bacinilla había desaparecido. Ruark no había pensado que toda esa basura sería tan apreciada por los pobladores de la aldea.


Cuando se volvió, vio que Shanna todavía esta a secándose. Sus ojos cayeron sobre los pechos jóvenes y tentadores. En uno de los pezones había un pequeño copo e espuma y e no pudo resistirse y lo enjuagó con los dedos. Shanna le dio un fuerte codazo en las costillas.


– Quítame las manos de encima -dijo ella.


– ¿Entonces me concedes permiso para buscar en otras lo que tú no me das? -preguntó él en tono burlón.


– Nada obtendrás de mí -estalló ella- salvo un puñetazo en la barriga si vuelves a tocarme. -Se envolvió en una sábana limpia y cubrió cuidadosamente los frutos tentadores que él había querido probar.


Shanna se volvió para lavarse la cara.

Ruark tomó un peine de concha que estaba sobre una pila de sábanas. Empezó a darle vueltas en sus manos, admirando el delicado tallado pero súbitamente le fue arrebatado por Shanna, quien pareció olvidar su irritación.


– ¿Dónde encontraste esto? -preguntó maravillada.


– Ahí -señaló él-. Estaba junto al cepillo.


Con un grito de alegría, Shanna se apoderó también, del cepillo. Apretó ambos objetos contra su pecho como si fueran un valioso presente.

– Ooohhhh -dijo suavemente-. Gracias, Gaitlier. Sabes como tratar a las mujeres.


Ruark la miró, con su orgullo herido.


– No es nada más que un peine y un cepillo -comentó ceñudo.


– ¡Nada más! -dijo Shanna sorprendida-. Eres un patán, no tienes ni la mitad de la comprensión de ese hombre.


Shanna empezó a peinar sus rizos desordenados, mirándose alternativamente en cada uno de los espejos de la habitación.


El día terminó. Carmelita y Dora colgaron lámparas de aceite sobre la larga mesa del salón cuando la oscuridad invadió la posada. La ruidosa jovialidad aumentaba a medida que circulaban las copas entre Harripen y los otros capitanes. Ruark estaba sentado en la sombra, un poco apartado del grupo, y observaba cómo los piratas iban animándose con la abundancia de ron y de ale. El, por su parte, bebía moderadamente de su propio jarro y de tanto en tanto miraba hacia la escalera, aguardando la aparición, de Shanna.


Harripen se apartó del ruidoso grupo que se había reunido alrededor de su asiento y se acercó a Ruark.


– Ah, hombre, contigo quería hablar -dijo lentamente el pirata-. He estado preguntándome acerca de la muchacha.


Ruark levantó una ceja. En la semipenumbra con sus ojos brillaron como piedras, sin la menor traza de simpatía..

– ¿Es verdad, muchacho? -continuó Harripen-. Uno de los siervos dijo que la muchacha no era virgen sino viuda.


Ruark se encogió de hombros.


– Quedó viuda hace unos meses -dijo-, de un tipo de apellido Beauchamp.


– Síiii -dijo Harripen, con ojos llenos de lujuria-. Y una viuda reciente se muestra muy contenta de tener un buen hombre sobre su barriga.


Soltó una risotada que hizo temblar las maderas del techo. Sus compañeros se acercaron y Ruark sintió que se le ponían tensos 1os músculos del vientre. Shanna, como tema de conversación, solamente podía traer problemas.


Hawks se sentó a la mesa y se inclinó sobre su capitán. Los otros lo imitaron, como si fueran a compartir un secreto con él, pero el hombre habló lo bastante alto para que Ruark oyera claramente sus palabras.


– Si un hombre complace a la dama -dijo- ¿no es seguro una docena podrían complacerla más? Creo que deberíamos hacerlo por turnos, y siendo equitativos como somos, ningún hombre -señaló Ruark con el pulgar- debería quedarse con todo el botín. Además el ya se ha quedado con la parte del pobre viejo Robby.


Siguió un asentimiento general y hambrientas sonrisas indicaron que todos estaban de acuerdo. Harripen se levantó y volvió a su silla.

Riendo por lo bajo, miro a Ruark de soslayo y sus Ojos brillaron como si estuviera convencido de que él sería el primero en disfrutar del arreglo.


Ruark se echó hacia atrás, su tensión se convirtió en una relajada disposición para presentar batalla en cualquier momento. Devolvió la mirada a Harripen por encima del borde de su jarro y bebió calmosamente su ale.


– ¿Dónde está la moza? -preguntó Harripen-. Habitualmente no se separa de ti.


Ruark señaló hacia la escalera.


– Está en la habitación -dijo-. Pero les advierto…


– Ah, no nos adviertas nada colonial -interrumpió con atrevimiento el capitán mulato. El ron negro le había dado un coraje desusado. Agito un puño y se apartó de la mesa-. Yo traeré a la señora Beauchamp para que salude a sus amigos


Riendo a carcajadas, empezó a caminar tambaleándose hacia la escalera.


– No vengan si me demoro -rugió por encima de su hombro, y puso el pie en el primer escalón


La explosión que se produjo en la habitación dejó a todos aturdidos y el mulato quedo paralizado y el mulato quedó paralizado cuando voló un trozo de pared en el lugar donde había dado la bala, a pocos centímetros de su nariz. Furioso se volvió y vio que Ruark bajaba su pistola todavía humeante.


El hombre soltó un juramento, sacó su machete y se abalanzó para vengarse de su atacante. Apenas sus pies tocaron el suelo, se detuvo abruptamente. La boca de la segunda pistola parecía dos veces más grande que la anterior y se abría hambrienta ante su pecho. Vio que el arma estaba amartillada y su cólera desapareció con la misma rapidez conque él recobró la sobriedad.


– Yo… yo… -tartamudeó-. No quise hacer daño, capitán. Sólo estaba bromeando.


La pistola se apartó de su pecho. Ruark asintió tiesamente.


– Tus disculpas son aceptadas -dijo.


La mirada de Ruark fue más allá del hombre. Shanna estaba en la cima de la escalera. Se había puesto un vestido recatado de una medida que se acercaba a la de Carmelita. Caía casi recto desde los hombros, pero su anterior dueña no había tenido la altura suficiente para permitir que la falda cubriera los tobillos delgados y los pies descalzos de Shanna.


Entre los pliegues de la falda algo brillaba en las sombras, y Ruark vio que se trataba de una pequeña daga de plata. Sin duda, ella la había encontrado entre los efectos personales de Pellier cuando buscaba un vestido apropiado. Era un arma lastimosamente pequeña, pero conociéndola a ella, Ruark adivinó que estaba dispuesta a luchar contra el mundo.


El mulato ocupó un lugar en el extremo más alejado de la mesa, aunque Ruark ya había metido su pistola en su cinturón.


– Únase a nosotros, por favor, señora Beauchamp -dijo Ruark, acercándosele dos o tres pasos. Se inclinó ante ella y señaló un lugar a su lado-. Venga, póngase aquí.


Antes de ponerse bajo la luz Shanna ocultó su daga entre los pliegues de la falda. Cuando se acercó, Ruark miró a los piratas y lentamente volvió a cargar el arma que había disparado hacía unos momentos. Puso la bala en el caño y la apretó suavemente contra la pólvora, después apoyó la baqueta en un hombro de Shanna. A ella se la vela muy pálida, muy pequeña y muy obediente.


– Esto es mío -ladró él, y hasta Shanna se sobresaltó ante el sonido de su voz que sonó muy fuerte en el silencio de la habitación. El se acercó a la mesa, apoyó en ella la culata de la pistola y con un sólido clic metió la baqueta en su lugar, debajo del cañón.

Amartillo cuidadosamente el arma, apoyó un pie en un banco y puso el codo sobre la rodilla, dejando que la pistola colgara flojamente de su mano. con calma, miró una a una las caras que tenía delante.


– Ustedes hablan de compartir -dijo él en tono peligrosamente suave-. Yo hubiera podido reclamar la parte tuya. -Señaló con su arma al capitán mulato-. Y la tuya. -Miró directamente a Hawks mientras pasaba lentamente el pulgar por el disparador-. O hasta la tuya. -Sonrió a Harripen. Después rió sardónicamente y habló por encima de si hombro-. Parece que Madre es el único que no cuestionará mis derechos sobre usted, señora Beauchamp.

Guardó la pistola con su compañera. Sacó el largo sable, y apoyo la punta en la mesa, frente a los hombres.


– Si alguien quiere cuestionar mis derechos sobre algo, que hable ahora y lo aclararemos.


Sus ojos se clavaron en cada uno de ellos hasta que los hombres desviaban la vista o negaban con la cabeza, rehusando el desafío. Ruark envainó el sable.


– Así está bien.


Volvió junto a Shanna y empezó a hablar en un tono como estuviera reprendiendo a un grupo de niños.


– Deben considerar a la señora Beauchamp como una pieza de mercadería, la cual, por las reglas de ustedes y con el consentimiento de ustedes, ha sido dejada a mi cuidado. Ella es un tesoro de gran valor cuyo rescate podría enviar a muchos a las colonias como hombres ricos. -Levantó la cabellera de ella y se las mostró-. Una, tapicería o una pintura es un objeto de gran belleza y de gran valor, pero si se lo maltrata y destroza no vale más que un harapo, sin utilidad para nadie, ¿Piensan entregar a su padre a una hija violada y obtener una recompensa? ¿Han oído hablar de Trahern? ¡Yo sí! ¡Madre también! El me dará la razón. Si la hija de Trahern llegara a sufrir el menor daño, el hombre los perseguirá a todos hasta el confín de la tierra y no descansará hasta haberse vengado colgándolos a cada uno de ustedes del penol de la verga.


Todos guardaron silencio mientras consideraban la advertencia. Madre se levantó de su silla y la mesa crujió cuando él apoyó su peso el ella.


– Escúchenlo, muchachos -ordenó su voz de tenor. Su calva brillo a la luz de las lámparas y sus mejillas se sacudieron cuando él movió cabeza para mirarlos uno por uno-. El hombre tiene razón, y me temo que si no le hacen caso, no quedará ni la mitad de ustedes para tripular un barco. Necesitamos a todos los hombres capaces, y a el tanto como a los demás.


Hubo murmullos de renuente aceptación y después de un momento Harripen golpeó la mesa con su jarro.


– Carmelita! ¡Dora! Traigan comida -gritó- Me duele la barriga de hambre, tanto de comida como de una buena hembra.


La tensión aflojó y los corsarios volvieron a sus bebidas. Ruark señaló con la cabeza un banco en las sombras detrás de su silla, y Shanna fue rápidamente hasta el asiento, con las rodillas todavía temblorosas.


Los hombres empezaron a hablar y bromear como antes, pero de tanto en tanto Ruark sorprendía una mirada en su dirección. Orlan Trahern haría bien en darse prisa para rescatar a su hija, pensó Ruark, porque ni él mismo sabía cuánto tiempo sería capaz de seguir conteniendo a los piratas. En su mayoría, ellos eran criminales, prófugos de la ley, descastados, marginados. Con despreocupado abandono enfrentaban la muerte, porque la muerte solamente significaba el fin de una existencia carente de objetivos. Lo que, más temían era la mutilación porque debían ser sanos y fuertes para realizar sus correrías. Una vez baldados, tendrían que mendigar las migajas de la cruel e implacable jauría.


Ruark se mostraba ante los otros relajado y confiado. Estiró sus largas piernas y apoyó un brazo en el borde de la mesa. Solamente Shanna sabía que en él había algo parecido a una bestia salvaje. Nunca se podía estar seguro de su humor y siempre había que tratarlo con el respeto debido a un animal peligroso.


"Dios se apiade del mundo si él llegara a convertirse en un pirata auténtico" pensó ella.

"Sería un pirata endemoniadamente efectivo. Tiene una aptitud especial para dirigir hombres -sus ojos se entrecerraron cuando Carmelita se acercó contoneándose con una bandeja rebosante de carnes asadas- y también para dirigir a las mujeres"


Mientras Dora prefería mantenerse lo más lejos posible de los hombres y dedicarse a cargar las fuentes en el fogón y llenar las jarras Con ale o vino, Carmelita se dedicaba a servir la mesa, tarea que cumplía de muy buena gana. Ella podía llevar diestramente una bandeja llena de comida en una mano y aferrar con la otra mano varios jarros rebosantes, y todavía caminar con un provocativo menear de caderas. Riendo alegremente, esquivaba los brazos que intentaban abrazada y las manos que parecían ansiosas de aferrar porciones de su cuerpo. Sin embargo, exhibía el valle entre sus pechos con sorprendente imparcialidad, aunque junto a Ruark se detenía demasiado y frotaba innecesariamente su muslo contra el de él. Ahora se inclinó para que Ruark pudiera apreciar a su placer sus encantos mientras se dedicaba a llenarle el jarro de ale. Cuando se retiró, sus pechos rozaron en toda longitud el brazo de él, en una forma abierta, deliberada.


Shanna se puso furiosa porque Ruark no evitaba sus atenciones. No podía ver la expresión ceñuda con que él miraba fijamente a Carmelita hubiera querido aplicar un fuerte puntapié en las voluminosas nalgas la mujer.


Súbitamente Madre golpeó la mesa con su jarro y los miró a todos con expresión acusadora.


– En esta habitación algo huele mal -gritó-, huele a los ricos altaneros. -Los silenció a todos con un violento movimiento del brazo-. Hay un olor a látigos, a sangre y sudor. Hay olor a riquezas y a justicia torcida. Huele como…


Su mirada recorrió nuevamente la habitación hasta detenerse en Shanna. Ella miró fijamente los ojos enloquecidos y si hubiese esta sola, sin Ruark a su lado, se habría ocultado presa de pánico. Con, movimiento súbito, Madre la señaló con un índice acusador.


– Es el olor de una Trahern gritó, y Shanna se encogió de manera muy convincente cuando todos se volvieron para mirada. Ruark se puso rígido imperceptiblemente y dejó su jarro. La risa aguda de Madre resonó en la habitación-. Tranquilícese, señor Ruark. Aquí nadie cuestiona sus derechos sobre la harpía. Usted sabe bien que yo no puedo desafiar sus derechos. Pero quiero que ella nos sirva como yo serví a su padre… como una esclava.


De todas partes surgieron gritos de aprobación y Carmelita dio su opinión cuando el ruido cesó.


– Sí -dijo la mujer-, que la pequeña orgullosa se,¡gane su comida.


Madre agitó el brazo hacia Shanna y ordenó:


– Que se ponga a trabajar como cualquier buena esclava.


Ante la mirada interrogativa de Shanna, Ruark asintió ligeramente. Confundida, se puso de pie, sin saber qué se esperaba de ella. Su mirada recorrió las caras alrededor de la mesa y se detuvo en Madre. El gigante sonrió lentamente.

– Por favor, señora Beauchamp… una copa de vino me bastara por el momento.


Una botella fue puesta en las manos de Shanna por Carmelita quien la miró con ojos oscuros y perezosos y una semisonrisa de satisfacción. Con dedos temblorosos, Shanna tomó la botella y sintió el peso de muchas miradas. Llenó la copa del eunuco. Después, cuando los otros la llamaron con las copas levantadas y repugnantes sonrisas, se movió vacilante alrededor de la mesa y llenó cuidadosamente las copas con el vino oscuro y espeso.


Harripen se echó atrás en su silla y observó cada uno de sus movimientos. Sus ojos recorrieron las curvas ocultas por el vestido demasiado grande. Después su mirada cayó sobre Carmelita, quien cortaba la carne con enérgicos movimientos que hacían estremecer sus pechos. Harripen bebió su vino y empezó nuevamente a comer luego de haber decidido que a su debido tiempo daría satisfacción a sus necesidades, pero no con la moza de la taberna.


El mulato no mostró tanta paciencia.

Cuando Shanna se le acerco, la tomó de una muñeca haciendo que ella derramara vino sobre su rodilla.

Shanna asustada, trató de liberarse pero él la atrajo más cerca hasta que, miró casualmente a Ruark. Entonces quedó paralizado al ver que esos ojos dorados se endurecían con una mirada fría y penetrante, y la soltó de mala gana.


Ruark aguardó hasta que todos hubieron estado servidos y entonces llamó a Shanna con un ademán, y ella se le acercó rápidamente. Se inclinó para verter el vino en la copa y en un movimiento descuidado su pecho rozó ligeramente el hombro de él, donde el justillo sin mangas lo dejaba desnudo. El contacto los tomó a los dos por sorpresa y produjo una excitación que se extendió en oleadas por los cuerpos de ambos. Sus ojos se encontraron súbitamente y las mejillas de Shanna enrojecieron. Ella se irguió temblando y apretó confundida la jarra contra su pecho.


Habiendo presenciado todo el incidente, Harripen estalló en fuertes risotadas. Aferrando la camisa del holandés, quien se le unió en sus carcajadas cuando el inglés señaló a ella y a Ruark, llamó la atención de todos.


– Vaya, el señor Ruark la ha entrenado bien.


Ruark rodeó con un brazo las caderas de Shanna y puso una mano con atrevida familiaridad, sobre las nalgas de ella.


– Ajá -dijo- pero todavía tiene un poco que aprender. Es como amansar a una buena yegua. No puedo dejarla sola mucho tiempo.


Sintió que Shanna se ponía rígida y adivino que sus palabras la enfurecían.


– Ajá -gritó el inglés-. Así es. Pero deja, muchacho, que Carmelita te enseñe dos o tres cosas.


Ansiosamente, Carmelita se acercó meneando sus anchas caderas y se, inclinó sobre la silla de Ruark, sin prestar atención a Shanna, la cual ardió lentamente de furia mientras los dedos morenos se curvaban entre los cabellos oscuros de Ruark. Al ver la expresión colérica de la otra, Carmelita rió.


– Tómalo con calma, cariño. El parece suficientemente capaz de complacemos a las dos, Mientras seamos más, será más divertido -rió carmelita.

Shanna entrecerró los ojos cuando la mujer cayó entre risitas sobre e regazo de Ruark. El trató de incorporarse debajo del peso de la mujer y pareció un poco fastidiado cuando Carmelita le cubrió de besos la cara el pecho. Retorciéndose sobre el regazo de él y hablándole al oído, ella le tomó una mano que apoyó sobre uno de sus pechos y llevo íntimamente su otra mano al bulto de la virilidad de él.


Dentro de Shanna, algo estalló. Con un alarido de rabia, así abalanzó y dio a Carmelita un empujón que la arrojó cuan larga era, a1suelo. Allí Carmelita se sentó, algo aturdida por el ataque de esta supuesta dama. Sin embargo, la tempestad de carcajadas de los piratas hizo que esta afrenta no pudiera quedar impune y una hoja larga y delgada apareció súbitamente en la mano de Carmelita.


Ruark se puso de pie y nuevamente pareció que tendría que intervenir, pero el ruido de vidrios rotos lo hizo volverse y mirar a Shanna. Arqueó las cejas asombrado cuando vio que ella enfrentaba ala otra con un paño pasado por el asa de una jarra rota. Retiró su silla y se apartó del camino de Shanna, aunque no demasiado. Ella defendía su terreno revoleando la toalla con la jarra rota en un extremo, a manera de masa efectiva y peligrosa. Ruark no pudo menos que admirar la determinación que había apreciado en ocasiones anteriores, y la belleza salvaje que la cólera le producía.


Carmelita retrocedió un paso con su incertidumbre claramente, retratada en la Cara. Aun si conseguía herir a Shanna, los bordes cortantes de la jarra la desfigurarían para toda la vida, y en este lugar, donde tenia que ganarse la vida con los hombres, no podía permitirse la pérdida de la más mínima parte de su dudosa belleza. Vio en los ojos de Shanna una firme determinación y creyó más prudente, al, menos por el momento retirarse.


Carmelita guardó el cuchillo y Shanna dejó su arma. Harripen rió y retiró un brazo para darle en las nalgas una palmada de aprobación a Shanna y casi se tragó la lengua por la sorpresa cuando ella le dio una sonora bofetada.

Ruark contuvo el aliento, aguardando la reacción del inglés; pero Harripen, después de la primera sorpresa, soltó una fuerte carcajada.


– ¡Maldición -dijo- ella es tan mala como el mismo Trahern!


El holandés, por efectos del ron negro que era su bebida preferida, se sintió más atrevido. Se acercó a Shanna y antes que ella pudiera reaccionar le dio un sudoroso abrazo de oso mientras le gritaba junto al oído.


– Ese Harripen no tiene suerte con las mujeres. Ahora, muchacha, el viejo Fritz Schwindel se encargará de ti.


La rodilla de Shanna encontró un punto sensible y el holandés, se dobló en dos en medio de gritos de dolor mientras su mano se alzaba, para darle un puñetazo en la cabeza. Shanna fue más veloz que el obeso holandés y esquivó el golpe, pero los dedos de él engancharon la parte posterior del escote del vestido y abrieron la costura hasta la cintura.


Ruark se agazapó y en seguida salto como una serpiente. Voló por el espacio como un tigre al ataque. Schwindel todavía estaba semi doblado, tratando de calmar el dolor de sus testículos, cuando Ruark lo golpeo en el pecho. El ataque lanzó al holandés contra la pared, y cuando rebotó, Ruark lo alzó y lo arrojó por encima de su hombro al suelo donde se deslizó debajo de la mesa.


El sable entonó su canción agridulce cuando salió de su vaina y el holandés se puso de pie del otro lado de la mesa, apartando sillas y hombres de su paso en su prisa por escapar.


Nein. Nein -gritó- Der recht ich nicho haben. -Viendo que sus palabras no tenían efecto en Ruark, luchó con el idioma inglés y dijo-: ¡y o no tengo derecho! ¡Me rindo! ¡Me rindo!


La vista del cobarde gritando del otro lado de la mesa tranquilizó a Ruark, quien guardó lentamente su acero. Miró los rostros de los piratas y no vio ningún desafío. No necesitaba hablar más. Ellos entendían por fin sus derechos sobre la moza y que él no toleraría que los mismos fueran cuestionados. Volvió la espalda a los hombres y con un gesto envió a Shanna que lo precediera. La siguió con pasos lentos y mesurados hasta que estuvieron en su habitación, con la puerta cerrada y atrancada.


Ruark se apoyó en el marco y aspiró profundamente para relajar la tensión de su espalda. La misma había ido aumentando con cada paso que daba él alejándose de la mesa y tuvo la seguridad de que, con la posible excepción de Madre, no hubo ninguno que no hubiese querido tener el coraje para hundirle una hoja de acero entre las costillas. Vio que Shanna cruzaba la habitación hacia la ventana y que allí se quedó, mirando silenciosamente la oscuridad. El no podía adivinar que ella todavía estaba enojada con Carmelita y que nada quería saber con él.


Suspiró, tanto por frustración como por el alivio de estar todavía con vida. Que lo condenaran antes de arrastrarse ante ella para pedirle perdón por algo de lo que él era inocente; sin embargo, deseaba la ternura que sus explicaciones podrían provocar en ella. Ansiaba una mirada comprensiva, besarla en la boca, tomar en sus brazos el cuerpo sedoso, pero sabía que algo faltaría si no se tenía mutua confianza.


Había una vela encendida junto a la cama. Gaitlier, pensó. Y la cama estaba abierta como una invitación. El no recordaba haber visto al hombrecillo con los demás. Debió venir y retirarse por la parte de atrás la escalera exterior, pensó Ruark. También la bañera estaba llena. Realmente Gaitlier sabía atender a una dama como Shanna. Ruark se acercó a su esposa por detrás y levantó gentilmente un rizo de los hombros de ella.


– ¿Shanna?


Ella se volvió, con ojos dilatados por la ira y un desafío en los labios.


– Sshh -dijo él antes de que ella pudiera hablar. La tomó de una mano y la llevó hasta la bañera. Allí, la habitación estaba a oscuras y ella, no pudo entender el propósito de él hasta que él encendió una vela. En seguida, Shanna empujó a Ruark a un lado y rápidamente hizo una cortina improvisada con una sábana entre dos espejos.

Momentos después Ruark sonrió cuando la oyó meterse en el agua y suspirar aliviada contenta.


Momentos más tarde, Ruark se acercó a la cortina y la levanto haciendo que Shanna se sobresaltara. La acarició con la mirada de pies a cabeza. Los pechos brillaban con gotas de agua que parecían despedir chispas a la luz de la vela. El agua no ocultaba nada a sus ojos y sintió que su pasión empezaba a encenderse. Ella lo miraba con una mirada suave y respiraba rápidamente.


Shanna se cubrió el pecho con una toalla.

– Mi amo y señor, ¿no me concede un poco de privacidad?


Ruark la miró ceñudo


– Shanna, amor, ciertamente eres hermosísima, pero yo siento demasiado la mordedura de la ira, sobre todo últimamente.


¿Tengo que soportarlo pese a que no tienes motivos?


– ¡Que no tengo motivos! -estalló Shanna-. Te pavoneas de un lado a otro con tus calzones cortos y sin camisa, recorres las callejuelas más sórdidas de la aldea y te paseas por mi balcón para que yo te salude como a un amante perdido hace tiempo. ¿Acaso soy tonta? Ante ellos -señaló la puerta con la cabeza- haré el papel de esclava fregona pero no te equivoques. En esta habitación dormirás solo. O si en verdad eres un pirata atrevido, tendrás que emplear la fuerza para tomarme.


– Shanna -dijo Ruark, decidido a aclarar la situación-, ¿por haces esto? Yo…


– ¿Quieres dejar esa cortina, por favor, y permitirme cierta intimidad por un momento?


Después de despedirlo así, Shanna se recostó en la bañera y empezó a lavarse lentamente una pierna. Ruark contuvo el impulso de arrebatarle la toalla y poner fin a la indiferencia que ella aparentaba. Su pasión se lo pedía pero su mente sabía que eso hubiera sido una locura. Sabía que Shanna, enfrentada con la fuerza, se resistiría con todas las, energías de una gata furiosa y no se, rendiría hasta quedar agotada. ¿Dónde estaría entonces el placer de tomarla? El había conocido la alegría de la respuesta voluntaria de ella. No se conformaría con menos


Furioso, dejó la sábana que hacía de cortina y se tendió en la cama para mirar su silueta que se recortaba en la tela proyectada la luz de la vela. Pasaron varios minutos. Ruark se quitó los calzones se metió debajo de la sábana. Aguardó impaciente, sabiendo que Shanna no podría despedirlo fácilmente una vez en la cama. El ya había notado que los colchones de pluma se hundían en el centro y los acercarían uno al otro. Aun con grandes esfuerzos, a ella le costaría mantenerse separada.

La vela junto a la cama iluminaba la habitación con su débil resplandor. El seguía aguardando. Por fin ella apareció, completamente vestida. Llevaba una falda larga de seda negra bordada con flores multicolores y levantada a un costado para mostrar un muslo esbelto y torneado. Una blusa suelta y delgada, demasiado o grande, apenas se mantenía en su 1ugar sobre un hombro y la curva alta y llena de los pechos. Su cabello, iluminado por su propio oro, estaba sostenido hacia atrás con una cinta y caía sobre la espalda en toda su gloriosa longitud.


– ¿Le gusta esta indumentaria a mi capitán pirata? -preguntó ella en tono burlón- ¿Es lo bastante vulgar para su gusto?


Se acercó lentamente a la cama, contoneando las caderas como un barco encallado en un mar agitado. Sus pechos se movían con ella y amenazaban la seguridad de su recato a medida que la blusa demasiado grande caía cada vez más.


– ¿Desea mi capitán pirata una ardiente compañera de cama para la noche? -preguntó dulcemente.


Se detuvo a los pies de la cama, y meneó provocativamente las caderas. Ruark cerró la boca cuando se percató de que la tenía abierta. Entonces, súbitamente, los ojos de Shanna relampaguearon de ira y ella giró con majestuosa furia y fue hasta un cofre del que sacó una gruesa manta de lana. Dobló la manta en forma de un rollo largo y apretado al que puso cuidadosamente en el medio de la cama, debajo de la sábana de arriba, dividiendo la superficie nítidamente por la mitad.

Una expresión de burla y desprecio se extendió por su cara cuando habló.


– ¡Entonces, mi amo y señor capitán pirata -dijo entre con los dientes apretados- puede buscarse otra cama y otra hembra!


Le volvió la espalda, se quitó la falda y la blusa y soltó su cabello. Ahuecó la almohada, se metió debajo de la sábana y apoyó la cabeza en el respaldo de la cama. Al mirar más allá de los pies de la cama vio que

Ruark le sonreía por un espejo. Ese rostro travieso reflejábase una docena de veces y la miraba, como si uno solo ya no fuera intolerable. Shanna gruñó despectivamente, humedeció un dedo en su lengua y apagó la vela.


Ruark juró en voz baja, ahuecó su almohada a puñetazos, se cubrió con la sábana y sintió contra su espalda la ruda aspereza de la manta. Tiempo después, en la oscuridad, se oyó su voz.


– Mujer -murmuró-, creo que tú estás loca.

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