CAPITULO VENTICINCO

Irritada, junto a Hergus que roncaba, Shanna se preguntó qué hora sería. Ningún ruido de movimientos ni voces llegaba desde abajo, de las habitaciones que daban al pasillo, pero ella no tenía forma de cerciorarse de si todos dormían.


– Hergus -susurró, y para su satisfacción no recibió respuesta.


No podía emplear la misma maniobra con su padre o con Pitney. Pero calculó que en media hora más todos estarían dormidos.


Se levantó cautelosamente de la cama y fue hasta la silla donde Hergus había dejado la maleta. Sacó una capa de lana, se envolvió en ella y metió los pies en un par de pantuflas. La lluvia aún golpeaba contra los cristales de la ventana y el viento aullaba lúgubremente en los aleros. Una noche fría, húmeda, pero que vendría de maravillas para sus propósitos.


Shanna salió de la habitación, bajó sigilosamente la escalera, atravesó el salón común de la posada y salió al exterior. ¡Libre! Al correr metió los pies en charcos de agua pero su corazón levantó vuelo.


La cabaña era una silueta oscura debajo de árboles enormes, a cierta distancia de la posada. Tímidamente, Shanna llamó a la rústica puerta, que se abrió lentamente con un leve crujido – Nadie salió a recibirla y Shanna empujó la puerta hasta abrirla por completo. Ruark no estaba, pero en el hogar crepitaba un fuego acogedor que iluminaba las paredes de troncos y los muebles escasos y toscos. Shanna entró y se volvió para cerrar la puerta, pero ahogó una exclamación cuando una sombra oscura se irguió ante ella. Su temor duró poco, porque debajo del ala del sombrero que goteaba agua, reconoció el rostro amado.


– Esperaba que vinieras -dijo Ruark roncamente. Cerró la puerta con el pie, puso en el fuego un haz de leña que traía, apoyó su rifle junto a la puerta y arrojó su sombrero sobre la mesa.


– Dios mío, te eché mucho de menos -dijo él y la abrazó, sin pensar en sus ropas mojadas. Su boca cayó sobre la de ella como un ave de presa y la besó con voracidad. Shanna se aferró a él como si fuera la única cosa en su mundo que no girara locamente.


– Te amo -susurró ella, y lágrimas de alegría pusieron chispas en sus ojos cuando levantó la vista para mirarlo. El le tomó la cara entre las manos y la miró a los ojos, como para buscar la verdad en sus profundidades. -Oh, Ruark, te amo.


Riendo de felicidad, él la levantó casi hasta sus hombros y la hizo girar hasta que el ruido de sus risas se mezcló en un torbellino vertiginoso. Ruark la llevó más cerca del fuego y la dejó allí, sonriendo. Muy gentilmente, le acarició una mejilla. Shanna se estremeció en sus ropas mojadas, tanto de frío como de una sensación abrumadora de -dicha que crecía dentro de ella.


– caliéntate aquí. Aguarda un momento.


Ruark se apartó un poco y ella lo siguió con la mirada, como si estuviera hambrienta de verlo. El llevaba unas ropas extrañas: calzones de piel de ciervo que ceñían apretadamente los muslos esbeltos y musculosos y una chaqueta de piel de castor donde brillaban gotas de lluvia, que con el fuego se convertían en un millar de diminutos rubíes. El parecía un animal salvaje, un felino cazador, y ella sintió al mismo tiempo orgullo y temor. Pensó en la pregunta que se había formulado su padre y supo que si Ruark huía hacia su libertad ella lo seguiría a cualquier parte.


El se quitó su pesada chaqueta y la puso sobre los hombros de ella. Shanna se acurrucó debajo de la piel, sintió el calor del cuerpo de él en la prenda y observó mientras él avivaba el fuego hasta que empezó a arder alegremente; después paseó su mirada por la habitación y sus ojos se detuvieron en una armazón de madera y cuerdas que alguna vez debió de servir de cama a los ocupantes de la cabaña.


Ruark vio dónde se habían detenido los ojos de ella y -dijo:


– No temas, amor mío… Ya me he ocupado de asegurar tu comodidad.


Shanna rió y se envolvió más apretadamente con la chaqueta.


– ¡Bestia! Ahora que estoy atrapada en tu guarida, tengo miedo de que me devores.


– ¿Devorarte? -Ruark se quitó su ceñida y oscura camisa de lino y Shanna contuvo el aliento cuando el torso desnudo de él apareció ante ella iluminado por el resplandor del fuego.


– No, no te devoraré, amor. -Estiró una mano y acarició un largo rizo que caía sobre el hombro de ella-. Esta es la copa mágica, llena para los amantes en la mesa de los dioses. Cuando más a menudo se la prueba, más rico es el néctar. Reyes poderosos se han vuelto mendigos tratando de alcanzar los límites de este tesoro. Esto es una cosa que debe ser compartida y que jamás puede ser devorada con egoísta voracidad.


Shanna lo tocó en un brazo y su mirada lo acarició con una expresión posesiva. -No soy otra cosa que egoísta cuando se trata de ti, amor mío.


Ruark la besó ligeramente en los labios. -A mí me sucede lo mismo, contigo, Shanna.


El se agachó y empezó a desatar un envoltorio que estaba en el suelo. Se irguió y lo abrió. El contenido, se extendió como una flor extraña, ultraterrena. Era un montón de ricas, lujosas pieles de profundos rojizos, dorados oscuros, roanos y negros, todo de la mejor calidad.


– ¿Dónde…?


– Esto es mío -:-dijo Ruark respondiendo a Ja pregunta no terminada de ella-. Las traje del carro.


– ¿Pero cómo las conseguiste? ¿Y esas ropas que llevas? Son tuyas ¿verdad? Hechas especialmente para ti.


– Sí -dijo él y sonrió-. Mi familia se enteró de que yo pasaría por aquí y me las envió, eso es todo.


– ¿Tu familia?


– Pronto, amor mío -dijo Ruark- te llevaré con ellos.


Nuevamente se agachó, extendió y alisó las pieles y dejó una a un lado como cobertor. En ese instante Shanna tuvo la visión de un salvaje, semidesnudo, oro y bronce ante el fuego, el cabello sujeto en la nuca en forma de coleta. Aquellos que creyeran que podrían dominar a este hombre eran unos tontos, ya se tratara de Gaylord, Ralston o hasta de su padre.


Ruark se puso de pie y se le acercó. El corazón de ella empezó a latir alocadamente.


– Qué hermosa eres -suspiró él después de desnudarla y en tono de reverencia-. No lo hubiera creído, pero te has vuelto todavía más bella. ¿De qué hechicería te has valido?


Shanna sonrió suavemente. -Ninguna hechicería, amor mío. Tus ojos fe engañan. Has ayunado mucho tiempo y ahora te conformarías con cualquier potaje.


– Vaya, esto no es un cualquier potaje -dijo él roncamente y la atrajo hacia la cama de pieles.


Ruark se quitó la ropa. Después la abrazó. Los suaves pechos de ella se apretaron contra él. Se cumplía un sueño, terminaba la larga tortura del viaje por mar. Los muslos sedosos de Shanna se abrieron a la mano exigente de él, y las caricias errabundas de esa mano arrancaron a Shanna gritos suaves y jadeantes de trémulo gozo. La besó en la boca con labios devoradores, ardientes de amor y pasión, que después descendieron para difundir su calor sobre los pechos estremecidos de ella, que se erguían en ansiosa anticipación. Shanna cerró los ojos y el arrobamiento que, le producía esa boca voraz inundó cada uno de sus, nervios con una intensa excitación. Sintió la urgencia exigente de él contra su cuerpo y después una llama que la penetró, consumiéndola, abrasándola, incendiándola hasta que las oleadas de la pasión la envolvieron con un placer casi intolerable. La oyó respirar ansiosamente junto a su oído, entre roncas, susurradas palabras de amor. Bajo las manos de ella, los duros músculos de la espalda de Ruark se tensaron y flexionaron con varonil vigor. Y entonces se elevaron juntos en una creciente marea de éxtasis.

La lluvia golpeaba, contra las telas enceradas que cubrían las ventanas y el viento aullaba como un fantasma en la noche, pero después de su propia tormenta, Shanna y Ruark yacían pacíficamente dichosos.

Los labios de Ruark mordisquearon suavemente la carne del hombro de Shanna.


– Te construiré una mansión -dijo él.


– Esta cabaña será suficiente… si tú estás conmigo. -Lo miró a los ojos-. Quédate conmigo para siempre. No me dejes nunca.


– No, amor mío. Nunca te dejaré. Te amo.


– y yo a ti.


– Creo que te he amado siempre -confesó Shanna asombrada. Cuando los velos de la ceguera cayeron de mis ojos, te vi como el elegido.


– Tú me elegiste, ¿recuerdas? -sonrió Ruark.


Shanna se apretó contra él. -Sí, eso hice. -Súbitamente seria, -agregó-: Tú conoces estos caminos como si hubieras estado antes aquí. ¿Dónde está tu hogar?


Ruark se estiró perezosamente y flexionó en el aire un brazo bronceado. -Donde quiera que tú estés.


Shanna lo miró con ojos llenos de amor. – ¿y nuestro hogar será como esto?


– ¿Una cabaña en medio del bosque? -Ruark sonrió y susurró. ¿Meses enteros para los dos solos? ¿No te daría miedo?


Como una niñita ansiosa, Shanna negó con la cabeza. -Oh, no, pero nunca me dejes.


– ¿Dejaría yo mi propio corazón, el aliento mismo de mi vida?


– ¿Y los niños? -susurró ella.


– Tendremos una docena -repuso Ruark.


– Shanna rió. – ¿Es suficiente empezar con uno?


– Oh, uno o dos. -Sus caricias se hicieron más atrevidas-. Lo que soporte el mercado.


– Pero de este… ¿te disgustaría que fuera una niña?


Ruark se detuvo y el silencio pareció crecer… y crecer. Muy gentilmente apartó las pieles, expuso el cuerpo de ella a la tibia luz del fuego, tocó suavemente los pechos erguidos y el vientre suave.


– Eso es diferente -sonrió él.


– ¿Lo sientes? -preguntó ella, mirándolo a la cara.


– ¡No! -Ruark sonrió ampliamente y la cubrió con las pieles. – ¿Cuanto tiempo?


– Si tuviera que adivinar -dijo Shanna- diría que fue en la isla de los piratas.


Ruark rió por lo bajo. -Cada día que pasa vienen más cosas buenas de aquello. -Se inclinó y dijo, seriamente-: Te necesito, Shanna. -La besó con ternura-. Te necesito y te deseo, Shanna, amor mío. Te amo, Shanna.


Todavía estaba oscuro cuando Ruark la acompañó hasta la posada, pero los primeros rayos del sol asomaban en el horizonte. Todo estaba silencioso en el salón común. Un perro se levantó perezosamente del hogar apagado y buscó un lugar más cómodo sobre una alfombra de retazos.

Subieron la escalera y se despidieron en la puerta de la habitación con un último beso apasionado que tendría que bastarles para todo el día.


Pasó un momento. La puerta del extremo del pasillo se abrió completamente y Ralston salió de la habitación que compartía con Gaylord cubierto con una larga bata. Se detuvo frente a la puerta de Shanna, rió silenciosamente y se rascó una mejilla.


– Mi lady puede ser la esposa de John Ruark -murmuró despectivamente-. Pero pronto sentirá nuevamente el dolor de ser viuda. Lo prometo.


La lluvia había cesado y el sol hizo su aparición con una escarcha que mordía las mejillas y narices. Shanna aguardó junto a Ruark al abrigo del portal mientras los carruajes eran preparados y traídos hasta allí. Su padre y Pitney aún estaban en el interior de la taberna terminando su café, mientras que Gaylord se paseaba en círculos a corta distancia de la joven pareja, en un esfuerzo por contrarrestar el frío. Shanna tenía las manos hundidas en su manguito y se cubría con una capa de terciopelo forrada de pieles. Aunque sabía que pasaría un largo día antes que llegaran a la casa de los Beauchamps, había puesto cuidado especial en su apariencia. El vestido de terciopelo azul, con su espumoso cuello de encaje antiguo, la favorecía muchísimo. Su cabello, peinado alto bajo la caperuza de la capa azul, le daba un aire de dignidad y serenidad.


Ralston pasó junto a ellos y al hacerla preguntó:


– ¿Ha dormido bien, señora?


Shanna sonrió dulcemente.


– Ciertamente, señor. ¿Y usted.


Ralston se golpeó la bota con la fusta.


– Estuve despierto casi toda la noche.


Sin más comentarios, el hombre se alejó hacia donde Gaylord se inquietaba y gruñía.


– ¿Qué crees que quiso decir? -preguntó Shanna, mirando a Ruark.


– Eso, amor mío, sólo lo sabe él -repuso Ruark, mirando al hombre con expresión de desconfianza.


Después que Trahern se sentó en el coche, Pitney subió y se ubicó al lado del corpulento hacendado. A continuación subió Shanna.


Gaylord, al ver que la joven estaba sola en el asiento, se adelantó, hizo al siervo a un lado y puso un pie en el estribo para subir. Pero súbitamente, el bastón de Trahern le cerró el paso.


– ¿Le importaría viajar en el otro coche? -preguntó el hacendado-. Querría hablar unas palabras con mi siervo.


El caballero se irguió arrogante. -Si usted insiste, señor.


Trahern asintió con la cabeza y sonrió levemente.


– Insisto.


Una vez en camino, la conversación giró alrededor de las tierras por las que pasaban y de la riqueza de la campiña. Los movimientos del carruaje, combinados con la brevedad del sueño de la noche, hicieron adormilar a Shanna. Ella cerró los ojos, bostezó y se recostó en los cojines del asiento, pero finalmente apoyó la cabeza en el hombro de su marido. Ruark, bajo la mirada de Trahern, no se sintió muy cómodo.


– ¿Dijo usted que tenía algo que discutir conmigo, señor. -preguntó, aclarándose la garganta.


Trahern miró pensativo la cara de su hija dormida.


– En realidad, muy poco -dijo- pero son muchas las cosas que no quiero discutir con Gaylord. -Hizo una pausa, Ruark asintió con la cabeza, y continuó-: Usted parece sentirse incómodo, señor Ruark. ¿Ella es muy pesada?


– No, señor -respondió lentamente Ruark y sonrió-. Es que nunca sostuve así a una mujer delante de su padre.

– Tranquilícese, señor Ruark -dijo Trahern y rió por lo bajo-.Mientras no pase de esto, consideraré una amabilidad de su parte que sirva de almohada a mi hija.


Pitney se bajó el tricornio sobre los ojos y miró fijamente al joven.


Ruark empezó a sentir que el enorme individuo sabía acerca de el y de Shanna mucho más de lo que sospechaban.


A mediodía se detuvieron y comieron el almuerzo que les habían preparado en la posada. Poco después reanudaron el viaje.


Finalmente todos los carruajes se detuvieron en Rockfish Gap. Un panorama magnífico se extendía ante los viajeros en todas direcciones. Shanna contempló maravillada la campiña, que el sol de la tarde teñía de oro y bronce.


– Las lluvias pueden haber ablandado parte de los caminos -explicó Ruark cuando Trahern volvía a subir al coche-. Yo iré a caballo adelante para dar las indicaciones a los cocheros. Desde aquí la mayor parte del camino es cuesta abajo.


Se llevó una mano al sombrero y se alejó.


A la izquierda empezaron a aparecer extensos campos. Súbitamente un caballo se acercó al coche y Shanna reconoció el pelaje gris de Attila. Cuando Trahern se asomó por la ventanilla Ruark dijo:


– Casi hemos llegado a la propiedad de los Beauchamps, señor. Estaba preguntándome si a la señora Beauchamp le gustaría hacer el resto del camino a caballo.


Trahern se volvió para interrogar a su hija pero Shanna ya estaba poniéndose sus guantes. Bajó, y Ruark la ayudó a montar a Jezebel.


– El vigor de la juventud -suspiró Trahern, y apoyó los pies en el asiento del frente.


Pitney levantó su jarro de ale en silencioso saludo.


– Será mejor que lleguemos pronto -dijo-, sólo queda una gota de ale.


La mansión de ladrillos rojos de los Beauchamps se levantaba, alta e inmensa, entre robles cuyos troncos apenas hubieran podido ser abarcados por los brazos de tres hombres. Shanna se sorprendió, porque era una de las casas más grandes que veía desde el desembarco. Había alas que se proyectaban hacia cada lado, y la porción principal tenía un techo empinado y con buhardillas, sembrado de altas chimeneas. Cuando estuvieron más cerca, oyeron gritos excitados y momentos después se abrió la puerta principal y una joven salió corriendo al pequeño pórtico.


– ¡Mamá! ¡Ahí vienen!


Varias personas acudieron al llamado, y cuando Ruark ayudaba a Shanna a apearse de Jezebel, Nathanial bajó la escalinata y se adelantó a recibir a la joven.


También había una pareja mayor, una mujer alta de cabellos oscuros y un muchacho joven que sonreía ampliamente.


– Mi padre y mi madre -anunció Nathanial cuando llevó a Shanna ante la pareja mayor-. George y Amelia Beauchamp.


Shanna hizo una respetuosa reverencia, y cuando se enderezó, el hombre mayor le sonrió y la observó cuidadosamente detrás de sus gafas con montura de acero. Era un hombre bien parecido, alto, delgado, de cabellos negros y anchas espaldas.


– De modo que esta es Shanna -dijo con voz profunda y firme, y asintió con aprobación-. Una hermosa joven. Ajá, la reclamaremos como una Beauchamp.


La mujer, con ojos castaños y cabello rojizo con hebras grises, se mostró más reservada y observó a Shanna por un largo momento antes de dirigir una mirada rápida y preocupada a su hijo mayor. Después suspiró y tomó la mano de la muchacha entre las suyas.


– Shanna. Qué hermoso nombre. -La miró a los ojos y finalmente sonrió-. Tenemos mucho que hablar, querida.


Shanna quedó intrigada ante los modales de la mujer pero tuvo poco tiempo para pensarlo porque Nathanial le presentó a la mujer alta de cabellos oscuros.


– Mi esposa Charlotte -dijo-. Más tarde conocerá a nuestros hijos.


Charlotte tendió sus manos a Shanna. -Me temo -dijo- que el nombre de señora Beauchamp llamará demasiado la atención aquí. ¿Podemos llamarte Shanna?


– Por supuesto. -Shanna quedó completamente conquistada por los modales desenvueltos de la mujer.


– Jeremiah Beauchamp -dijo Nathanial, señalando al muchacho joven-. Mi hermano menor. A los diecisiete años, apenas está empezando a apreciar el bello sexo, de modo que no se preocupe si él la mira con la boca abierta. Usted es la cosa más bella que él ha visto en mucho tiempo.


El joven enrojeció intensamente pero siguió sonriendo. Como su padre, era alto y delgado, pero tenía cabellos rojizos y ojos castaños, como su madre.


– Es un placer, Jeremiah -murmuró Shanna dulcemente y le tendió la mano.


– y esta es mi hermana Gabrielle -dijo Nathanial, acariciando dulcemente el mentón de la muchacha. Más tarde conocerá a Garland, su hermana melliza.


– Creo que eres demasiado hermosa para expresarlo con palabras -exclamó Gabrielle-. ¿De veras has estado en París? Garland dice que debe de ser un lugar perverso. ¿Cómo haces para hacer que el cabello se te mantenga así? El mío me caería sobre los hombros a media mañana.


Shanna respondió con una alegre carcajada y tendió las manos ante la catarata de preguntas.


– ¡Gabrielle! -Amelia puso un brazo afectuosamente alrededor de la muchacha-. Debió haberla traído a nosotros hace tiempo. Bienvenida a Los Robles, Shanna..


En ese momento, dos coches salpicados de lodo se detuvieron frente a -la mansión. Los caballos, al sentir el final del viaje y oler las praderas que los aguardaban, se habían adelantado al carro más pesado, que todavía no estaba a la vista. Ruark abrió la portezuela del primer coche. Trahern se levantó de su asiento y se apeó dificultosamente, mientras Nathanial se acercaba para saludado. Pitney también descendió y poco después sir Gaylord se unió al grupo.


– Gaylord Billingham -se presentó, y extendió delicadamente la mano-. Caballero del reino y de la corte. Hace unos meses le envié una carta cuando supe que el hacendado Trahern viajaría hasta aquí.


– Sí, ya recuerdo -repuso Nathanial-. Pero no es momento de hablar de negocios.


Nathanial condujo a los caballeros hasta donde estaban sus padres y empezó las presentaciones.

Sólo el caballero inglés percibió que él fue presentado en último término, o casi, porque Ralston fue el único que lo siguió.


Fue la mayor de las señoras Beauchamps quien puso fin a la conversación que empezaba a desarrollarse.


– Señores y señoras:-dijo-, no sería conveniente que cojamos un resfriado cuando tenemos a mano una casa cómoda y abrigada. -Tomó un brazo de su marido y con el otro rodeó la cintura de Shanna-. Dentro de unos momentos nos sentaremos a la mesa. Sin duda, los caballeros querrán beber algo antes de comer, y yo, por lo menos, tengo frío.


Amelia condujo a todos al interior y pronto los hombres estuvieron paladeando un brandy añejo. En la copa de Shanna chispeaba un ligero jerez, pero ella sólo bebió un poquito, porque desde la boda de Gaitlier sentía una leve aversión a los licores. Sus ojos sonrieron a Ruark, quien se había quedado atrás y observaba desde la puerta.


Gabrielle se acercó a Nathanial y le dio un codazo, señalando a Ruark con un movimiento de cabeza.


– ¿Quién es ese? -preguntó.


– Oh, por supuesto – Nathanial pareció avergonzado por un momento. -Ese es… ah… John Ruark, otro asociado del hacendado Trahern.


– ¡Oh, el siervo! -dijo Gabrielle por encima de su hombro, con infantil inocencia-. ¿Mamá? ¿Tendría él que estar en nuestra casa?


Shanna contuvo el aliento, sorprendida. ¿Se ofenderían los Beauchamp? Ella no lo había pensado.


Gaylord no dejó pasar el diálogo. -Una muchacha brillante, rápida para percibir las diferencias de clase -dijo-. Llegaría lejos en la corte.


Shanna le dirigió una mirada glacial, pero él sonrió ante su propia inteligencia.


– Sshh, Gabrielle -ordenó severamente Amelia Beauchamp. La joven miró atrevidamente a Ruark, quien le devolvió la mirada con una expresión terrible que indicaba violentos pensamientos.


Gaylord, como de costumbre, estaba listo con una explicación. -Una, clase de gente inferior, jovencita, incapaz de manejar los asuntos más simples de la vida.


Un tenso silencio recibió este comentario antes que la mayor de las señoras Beauchamps reprendiera severamente a su bija.


– ¡Gabrielle! ¡Cierra la boca! El señor Ruark no tiene la culpa de ser como es.


Gabrielle arrugó la nariz, disgustada.


– Bueno, de todos modos yo no querría a un siervo por marido.


– ¡Gabby! -George Beauchamp habló suavemente pero en un tono que no toleraba desobediencias-. Hazle caso a tu madre. No es de cristianos despreciar a los menos afortunados.


– Sí, padre -dijo dócilmente Gabrielle.


Shanna vio que Pitney reía detrás de su copa y musitó, presa de súbito rencor: "Para ser un tío, no es demasiado brillante. Se ha embriagado con ale y se ríe como un idiota" mientras ellos se divierten a costa de Ruark".


Pero cuando miró a su marido, Shanna quedó desconcertada, porque él parecía tranquilo y de ninguna manera irritado mientras su mirada seguía a la jovencita, Gabby. Ciertamente, había algo de placer en su cara y cuando Gabrielle se volvió, le dirigió a él una sonrisa de cándida inocencia. El la miró con expresión, amenazadora.

Shanna dejó su copa a un lado, vio que los profundos ojos castaños de Gabrielle la observaban y la intrigó la súbita expresión de preocupación que marcó la frente de la joven.


– El señor Trahern ha sido muy bondadoso con el hombre -continuó Gaylord en tono imperioso-. Recibió al señor Ruark en su propia casa y lo trató como un miembro de la familia. Demasiado bondadoso, digo yo. El alojamiento de los esclavos bastará para él. No hay necesidad de molestarlos a ustedes con alguien como él.


– Allí no hay espacio -dijo Amelia en tono irritado. Cuando su marido le puso un brazo sobre los hombros, en tono más suave agregó:

– Puede quedarse en la casa.


– Como he dicho antes, el joven es amigo de los caballos. – Lentamente, el caballero tomó una pulgarada de rapé-. Que duerma con ellos…


– Yo no… -empezó Amelia en un estallido de cólera, pero Ruark la interrumpió.


– Perdóneme, señora, pero dormiré allí, si usted no pone objeción. -Se apoyó en la puerta y cruzó los brazos, mientras Gaylord lo fulminaba con la mirada.


Súbitamente, Shanna sintió el fuerte deseo de decir toda la verdad. La misma casi brotó de sus labios cuando ella se levantó, trémula, de su silla. Ansiaba defender su amor y su casamiento con este siervo. Lo único que la contuvo fue el temor de que Gaylord acudiera a su padre magistrado con la noticia de que el hombre que había condenado a la horca seguía vivo. Se llevó una mano a la frente.


– Señora Beauchamp, ¿podría recostarme un momento antes de comer? Creo que el viaje me ha fatigado más de lo que pensé.


Trahern la miró con expresión de preocupación. Como una criatura viva, Shanna siempre había parecido poseer energías inagotables. También aquí tendría que reajustar sus pensamientos.


– Por supuesto, criatura -dijo Charlotte-. Ha sido un viaje largo y cansado para ti. Quizá también te gustaría refrescarte.


Cuando pasó junto al siervo, Amelia se detuvo.


– Señor Ruark, ¿querría subir el equipaje de la señora? Creo que el carro ha llegado.


– Sí, señora -replicó él respetuosamente, y se marchó.


La señora Beauchamp acompañó a Shanna a la habitación que le tenía preparada. Poco después regresó Ruark con un pequeño baúl sobre el hombro y una maleta debajo del brazo, y siguió a las dos mujeres. Había en la habitación una atmósfera acogedora, varonil. Una alfombra oriental cubría el suelo y varios sillones de madera y cuero aumentaban la sensación de comodidad. Una sólida cama de cuatro postes tenía un grueso cobertor de terciopelo de color herrumbre, y las ventanas tenían cortinas de la misma tela.


– Esta es la habitación de mi hijo cuando está en casa -explicó la señora Beauchamp, mientras encendía las velas de un candelabro-. Espero que no le importe usarla, puesto que todas las habitaciones para huéspedes estarán ocupadas. Supongo qué falta un toque femenino.


– Es hermosa -murmuró Shanna. Su mirada se encontró con la de Ruark. Enrojeció y cruzó las manos cuando se dio cuenta de que la mujer estaba observándolos-. Mi baúl grande. ¿Lo ha visto, señor Ruark?


– Sí, ahora bajaré a buscarlo.


– Que David le ayude a traerlo, señor Ruark -sugirió Amelia. La puerta se cerró tras él y la mujer se inclinó para abrir la cama.


– Envié a Hergus, su criada, a la cama con una bandeja. Pobre mujer, parece haber sufrido mucho con el viaje.

Sin duda, compartiendo el coche con Gaylord y Ralston, pensó Shanna. En voz alta, dijo:


– Nunca le gustó mucho viajar.


Distraída, Shanna tomó un libro encuadernado en cuero que estaba sobre la mesa de escribir y dirigió a la señora Beauchamp una mirada de interrogación, al ver que en el mismo no había una sola palabra que ella pudiera entender.


– Griego. Es de mi hijo -replicó la mujer, mientras ahuecaba una almohada-. Siempre está leyendo o haciendo algo.


Llamaron suavemente a la puerta. Ruark entró con un hombre mayor, inmaculadamente vestido como sirviente. Entre los dos pusieron el gran baúl de Shanna a los pies de la cama, y se marcharon.


– Te ayudaré con tu vestido, criatura. ¿Quieres que te haga subir una bandeja?


– Oh, no. Sólo descansaré un momento


Shanna volvió la espalda a Amelia y permaneció quieta mientras la mujer le desabrochaba el vestido.


– ¿Quieres que te busque un camisón? -ofreció amablemente la mujer. Shanna negó con la cabeza y Amelia sonrió y fue hasta la puerta-. Entonces me marcharé. Que descanses.


Abrió la puerta y se detuvo para mirar por encima de su hombro a la hermosa joven.


– Creo -dijo- que si un hombre puede ganarse la aprobación de tu padre como aparentemente ha hecho el señor Ruark, entonces es un hombre que sabe manejarse en cualquier situación. Yo no me preocuparía, criatura.


Cuando la mujer se marchó, Shanna se sentó en el borde de la cama donde permaneció un largo momento. No se había percatado de que sus emociones eran tan evidentes. Y si la señora Beauchamp las había percibido, entonces Orlan Trahern podría descubrir muy pronto que su hija estaba enamorada de su siervo.


El sonido de una puerta que se cerró en algún lugar de la casa despertó a Shanna, quien se sentó, sobresaltada. Sólo había tenido intención de dormir unos minutos, pero habían pasado horas y súbitamente sintió hambre. Un pequeño reloj sobre la repisa de 1a chimenea indicaba que eran las ocho y media. Seguramente no la habían esperado para cenar.


Sacó una bata de terciopelo de su baúl y se la puso. Aunque tuviera que ir a los establos para obtener la ayuda de Ruark, debía encontrar algo para comer. Nunca antes había sentido tanta hambre.


"Debe ser a causa del bebé" pensó. Súbitamente sintió impaciencia por acunar a una criatura en sus brazos.


Shanna bajó cuidadosamente la escalera. Todo estaba silencioso en el comedor y el salón. Sólo una débil linterna ardía allí. Pero venían voces desde el fondo de la casa. ¿Sirvientes, quizá?


Siguiendo un corredor, llegó a lo que creyó sería la cocina. Abrió la puerta y la recibió un coro de risas.


– ¡Shanna! -dijo Charlotte a sus espaldas, y Shanna se volvió y vio a la mujer, de pie, con Amelia y Jeremiah. Gabrielle se puso inmediatamente de pie y los hombres dejaron de reír.


– Lo siento -dijo Shanna tímidamente-, no fue mi intención interrumpir. Se dispuso a marcharse pero Amelia la detuvo.

– Espera, criatura, entra -dijo, y se dirigió a su.hija-: Gabrielle, tráele un plato.


– Pero, mamá…


– No importa. Haz lo que digo. Date prisa. ¿No ves que la pobre muchacha está hambrienta?

– No estoy vestida -dijo Shanna-. Será mejor que regrese a mi habitación.

– Tonterías. Hemos guardado un plato caliente para ti. Ven y siéntate.


Llegó un silbido desde atrás de la casa y se abrió la puerta. Ruark entró con un haz de leña en los brazos. Al ver a Shanna se detuvo y miró a los demás.


– Bueno, deja la leña, muchacho -dijo George después de un momento de tenso silencio, y señaló la caja de la leña-. ¿Has dicho que tienes hambre, verdad?


– Sí, señor -respondió Ruark y dejó su carga. Miró a Shanna y agregó-: Es lo menos que puedo hacer para pagarles la cena a estas buenas personas.


– ¡Hum! -exclamó Amelia, y Jeremiah se adelantó, frotándose nerviosamente las manos.


– Señor Ruark -dijo el muchacho- ¿le gustaría salir a cazar en las montañas, mañana? He visto grandes huellas allí. Bien temprano, si le es posible.


– Tendré que preguntar al hacendado -repuso Ruark. Arrojó un par de leños al fuego y miró a Shanna de soslayo.


Muy preocupada por su intromisión, Shanna se sentó en la silla que le ofrecía Charlotte. Gabrielle puso ante ella un plato rebosante y volvió al fogón para sacar otro del horno de ladrillo.


– Señor Ruark, siéntese por favor -dijo la joven. Charlotte sirvió dos grandes copas de leche fría. Ruark se sentó al lado de su esposa. Mientras comían, la conversación fue animándose y pronto Shanna se sintió parte de la familia. Se preguntó si no sería verdad. Quizá Ruark era un pariente, un primo lejano. El capitán Beauchamp lo había negado. ¿O no? Era para pensarlo.


Mucho después de las once, cuando la familia empezó a retirarse a sus habitaciones, Shanna se levantó de la mesa y dio las buenas noches al padre y a Nathanial, quien permanecía de pie cerca del fuego. Ruark empezó a ponerse de pie, pero George le puso una mano en un hombro y lo obligó a que se volviera a sentar.


– Estaba contándome de ese semental -dijo- y hay muchas cosas que quisiera preguntarle. Quédese un momento.


La mirada de Ruark siguió a Shanna; después se cerró la puerta. El camino para Shanna estaba a oscuras, iluminado solamente por una vela que ardía en una mesilla lateral en el comedor, y en el pasillo la única luz venía de la linterna del salón. Allí, en las sombras del vestíbulo, Shanna se detuvo ante los pequeños cristales que componían la ventana; más grande, atraída por el espectáculo de la luna llena. Su pálida luz bañaba las ramas semidesnudas de los gigantescos robles del frente de la casa.


El crujido de la puerta de la cocina interrumpió sus pensamientos. Y Shanna se volvió y vio que Nathanial se acercaba por el pasillo.

– Shanna -dijo él con una sonrisa-. Creo que ahora debería estar acostada.

Miró por la ventana, por encima de la cabeza de ella, el hermoso panorama.

– Usted ve con ojos de artista -comentó.

Shanna rió por lo bajo. -Sí, y me hubiera gustado serlo.


– ¿Le gustaría que conversemos un poco? -invitó él.

Shanna se apoyó en el marco de la ventana para contemplar la noche ventosa.

– ¿Acerca de qué, señor?

La respuesta llegó lentamente. -Cualquier cosa. -Se encogió de hombros-. Cualquier cosa que a usted le plazca.

– ¿Y qué cree usted que me complacería?

– El señor Ruark -dijo él suavemente.

Ella buscó en el rostro de él alguna señal de descontento y desprecio, pero sólo encontró una sonrisa amable.

– No puedo negarlo -susurró ella, miró por la ventana e hizo girar con los dedos la sortija de oro que llevaba-.

Usted nos ha visto antes. Tal vez usted no lo apruebe, pero yo lo amo… y llevo un hijo de él en mis entrañas.

– ¿Entonces por qué esta farsa, Shanna? -Su, voz sonó amable y grave-. ¿Sería tan penosa la verdad?

– Estamos atrapados en ella -suspiró ella-. El no puede reclamarme por otras razones y yo aún tengo que encontrar la forma de calmar la cólera de mi padre. -Sacudió la cabeza y se miró las manos. _No puedo pedirle que me prometa guardar silencio porque eso sería hacerlo partícipe de mi engaño. Sólo puedo contar con su discreción. Pronto todo se sabrá.

Siguió una larga pausa hasta que Nathanial habló nuevamente.

– Puede contar con mi discreción, Shanna, pero le diré algo. – Aspiró profundamente-. Creo que ustedes dos no confían en nosotros para nada. ¿Acaso ve en su padre un ogro cruel? ¿La castigaría él por su amor? ¿Está rodeada de enemigos, o de amigos y aliados dispuestos a ayudarla? Y me atrevo a decir que su padre saldría en defensa suya si usted confesara su amor. Orlan Trahern me impresiona como un hombre, muy razonable.

Nathanial dio varios pasos, en dirección a la escalera y se volvió.


– Sí, creo que ustedes dos no confían en nosotros. Pero, como he dicho, aguardaré su revelación, cuando usted la considere conveniente.


Le tendió una mano.


– Vamos, Shanna, permítame acompañarla a su habitación. Es tarde. El rió suavemente y Shanna sintió que ese buen humor se le contagiaba.


– Me pregunto cuánto tiempo podrán guardar ustedes sus secretos. -dijo el-


CAPITULO VEINTISÉIS


La pálida luz del sol se filtraba a través de las cortinas y alegraba la habitación con su brillo matinal. Semi despierta, Shanna se estiró con deleite en la amplia cama y abrió perezosamente los ojos. Una mancha de color a su lado, sobre la almohada, le llamó la atención. Levantó la cabeza y vio una rosa roja. Tomó la flor y aspiró su fragancia. Las espinas habían sido cuidadosamente cortadas del largo tallo.


– Oh, Ruark -suspiró sonriendo.


Las huellas sobre la almohada, a su lado, le indicaron que él había estado allí durante la noche. Con una carcajada de alegría, Shanna estrechó la almohada contra su pecho. Pero la arrojó cuando sintió que llamaban a la puerta. Entró Hergus.


– Buenos días, señorita -saludó alegremente la criada-. ¿Ha dormido bien?


Shanna saltó de la cama y se estiró como una gata feliz. -Sí, muy bien. Pero tengo hambre.


Hergus la miró con recelo. -Eso, señorita, es una terrible señal.


Shanna se encogió de hombros con aire de inocencia. – ¿Qué quieres decir?


Hergus empezó a sacar vestidos del baúl.


– Creo que usted 1o sabe -dijo-. Y la forma en que trata de impedir que yo la vea desnuda. Creo que debería decirle al señor Ruark que va a ser padre.


– Ya 1o sabe -replicó Shanna quedamente y enfrentó la mirada atónita de la mujer-. Has acertado. Voy a tener un hijo de él.


– Ooohhhh, Nooo -gimió la sirvienta-. ¿Qué va a hacer-


– Lo único que se puede hacer. Decírselo a mi padre. -La idea hizo estremecer a Shanna-. Espero que no se enfurezca demasiado.


– Ja. -gruñó Hergus-. Puede apostar que el señor Ruark será castrado, como es justo.


Shanna se volvió y miró a la mujer con ojos llenos de cólera.


– No me digas lo que es o no es justo. Lo que es justo es que yo, amando a Ruark, tenga un hijo de él. Golpeó el suelo con el pie para acentuar sus palabras-. ¡No toleraré que nadie hable en contra de mi Ruark!


Hergus supo que había llegado a los límites de la paciencia de Shanna y cuidadosamente cambió de tema. Mientras ayudaba a vestirse a su ama, le pareció apropiado conversar.


– Los hombres han tomado el desayuno y se han marchado, todos excepto sir Gaylord. El parece muy atraído por la señorita Gabrielle.


Shanna hizo una mueca de desprecio. -El codicioso petimetre. Aún anda buscando una esposa rica. Tengo que advertir a Gabrielle.


– No será necesario -Hergus rió tapándose la boca con una mano. -Ella lo rechazó terminantemente. Le dijo que no toleraría que él le pusiera las manos encima y que en el futuro tenga cuidado con dónde las pone.


– Entonces supongo. que nuevamente vendrá en pos de mí -dijo Shanna, suspirando desalentada-. Quizá podamos encontrarle alguna viuda vieja y severa para que lo mantenga en línea.


Hergus se encogió de hombros. -No parecen gustarle las viejas. Pero tiene buen ojo para las muchachas bonitas. Vaya, si cuando pasábamos por Richmond casi se quebró el cuello cuando se asomó por la ventanilla para mirar a una joven que cruzaba el camino. -Rió y levantó la nariz-. Yo no lo aceptaría.

– Me pregunto si ha convencido a los Beauchamps de que inviertan dinero en su astillero. Ellos podrían acceder sólo para librarse de él.


– No es probable -dijo Hergus, con una risita-. Esta mañana oí al caballero que hablaba en el pasillo con el capitán Beauchamp. El capitán no parecía interesado en la idea.


Bien -sonrió Shanna-. Entonces, quizá él se marche pronto.


Cuando Shanna bajaba las escaleras, Amelia la llamó desde el salón.


– Ven, Shanna. Haré que te traigan una bandeja y una tetera. Charlotte y Gabrielle tocaron una alegre melodía en el clavicordio y después se sentaron en los sillones al lado del sofá donde se había sentado Shanna.


– Los hombres se marcharon esta mañana temprano para mostrarle la propiedad a tu padre. Ahora todo está muy silencioso -dijo Amelia riendo-. Creo que podría oír caer una pluma.


Un fuerte ruido pareció subrayar sus palabras, y las damas se volvieron para mirar el origen. Una criada estaba en la puerta del salón, mirando horrorizada la bandeja caída a sus pies. A su lado, Gaylord se sacudía su chaqueta de satén y su corbatín de encaje.


– ¡Tonta! Pon más cuidado la próxima vez -estalló él, Corriendo de ese modo, hubieras podido arruinar mi chaqueta.


La muchacha miró a la señora Beauchamp y se retorció las manos, muy apenada, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.


– No te aflijas, Rachel -dijo Amelia amablemente, y fue a ayudar a la criada a recoger los trozos de la tetera y el plato de porcelana. Después, la señora de la casa se volvió con una lentitud majestuosa que hablaba de su autoridad..


– Sir Gaylord -dijo-,-, mientras se encuentre en esta casa, debe recordar no hacer críticas y desprecios a los menos afortunados. Yo no lo toleraré. Rachel fue maltratada antes de trabajar para nosotros. No lleva mucho tiempo aquí, pero es una buena muchacha y yo aprecio mucho sus servicios. No querría que se marchara porque un huésped se muestre innecesariamente duro con ella.


– Señora -dijo Gaylord, atónito- ¿está corrigiendo mis modales? Señora, yo vengo de una de las mejores familias de Inglaterra y sé como tratar a la gente inferior. -La miró con altanería-. El magistrado, lord Gaylord, usted debe haber oído hablar de él. Es mi padre.


– ¿De veras? -dijo Amelia, con una sonrisa de tolerancia-. ¿Entonces usted quizá conoce, al marqués, el hermano de mi marido?


Gaylord quedó con la boca abierta y Amelia, satisfecha con la reacción del hombre, dio media vuelta y volvió a su lugar entre las tres dama sonrientes.


– ¡El marqués! tartamudeó Gaylord y se adelantó un paso-. ¿El marqués Beauchamp, de Londres?


– ¿Acaso hay otro? preguntó Amelia lentamente-. No estaba enterada. -Indicó a Rachel que entrara; la muchachita dio un, rodeo para evitar a Gaylord-. Ahora, señoras, ¿dónde estábamos?


– Estuviste maravillosa, mamá -gritó, Gabrielle con entusiasmo cuando el hombre se hubo retirado deja habitación.


– Fue una cosa mala lo que hice -confesó Amelia. Se encogió de hombros y sus carcajadas resonaron en la habitación-. Pero lo mismo me hizo bien. La forma en que Gaylord ordenó al señor Ruark retirarse de nuestra mesa, anoche, haría que cualquiera pensara que él es el, dueño de casa.


– Nathanial dijo que oyó que el padre de sir Gaylord estaba en Williamsburg, de visita -anunció Charlotte, aceptando una taza que le ofrecía Amelia-. Me pregunto si será tan grosero y antipático como su hijo.

Entonces los ojos oscuros se posaron en Shanna, quien había cesado súbitamente de revolver su té. Ella no tenía otro pensamiento que escapar de la casa para advertir a Ruark que lord Harry estaba lo bastante cerca para ser peligroso.


– Dios mío, Shanna -se disculpó Charlotte-, he sido grosera contigo. Esta mañana, en la mesa, Gaylord ha dicho que tú y él estaban próximos a prometerse en matrimonio.


Shanna se ahogó con un panecillo con mantequilla.


– ¿Yo -Tragó un sorbo de té para hacer bajar el panecillo y negó enérgicamente con la cabeza-… Te aseguro que eso es lo que él desea. Yo ya le di mi respuesta -sonrió al recordarlo- y ciertamente fue una

negativa:


– ¿Entonces por qué continúa él presionándote, Shanna? -preguntó Gabrielle-. Desde esta mañana no me

ha dirigido una sola mirada, lo cual, sinceramente, me alivia, pero hoy, en algunos momentos, cualquiera habría jurado que estaba ardientemente enamorado de mí. Si tú lo has rechazado, ¿por qué él habla de compromiso?


Shanna sólo pudo encogerse de hombros. Entonces Charlotte estalló en carcajadas.


– Quizá Shanna fue un poco más delicada con su negativa, Gabby querida. Es humillante para cualquier caballero que una joven le diga que es tan viejo como para ser su padre y que además le señale su barriga.


Shanna rió por lo bajo.


– y yo que creía que mi respuesta fue brutal. Si su mejilla ya no le duele, mi mano todavía sí.


– Oh, qué gracioso -dijo Gabby-. ¿De veras lo abofeteaste? -Bien hecho, Shanna. ¿Pero por qué él sigue acosándote? Ya. tendría que haber renunciado.


– Supongo que el señor Ralston le ha dicho que mi padre me desea casada con un hombre con título -repuso Shanna-. Sin duda, Gaylord aún espera que yo me deje influir por su posición.


– Pero a tu padre tampoco parece gustarle el hombre -respondió Amelia-. En realidad; se puso furioso cuando Gaylord le dijo al señor Ruark que se marchara y comiera con los sirvientes. Te has perdido una verdadera batahola, querida mía, con tu padre declarando que iría a comer con su siervo, y George diciendo a todo el mundo que él era el amo en su propia casa é invitaría al que se le diera la gana a su mesa, y el pobre Nathanial tratando de calmar los ánimos, sin mucho éxito. Hasta que nos dimos cuenta de que el señor Ruark se había marchado. Pero ni George ni tu padre, desde entonces, han dirigido a Gaylord una palabra cortés.


– Entonces, quizá, fue mejor que me marchara cuando lo hice -comentó Shanna:


Momentos después Shanna quedó sola con la mayor de las Beauchamps, intrigada por las excusas que dieron las otras dos para retirarse. Por las ventanas del frente, pudo ver a Gaylord que se paseaba con las manos en la espalda, la cabeza baja, como si estuviera sumido en profundas reflexiones.


– Supongo, Shanna, que has oído muchas historias que te han hecho pensar que Virginia es una tierra salvaje. -Amelia rió suavemente cuando Shanna asintió-. Sí, es salvaje, pero jamás me he arrepentido de haber venido aquí para construir nuestro hogar. Vivimos en una cabaña de troncos hasta que pudimos despejar el terreno y levantar esta casa. Entonces sólo teníamos a Nathanial y nosotros mismos éramos casi niños. Mis padres tuvieron miedo. Querían que yo me quedara en Inglaterra hasta que George pudiera construirnos un hogar. Ellos pensaban que él renunciaría y regresaría. Y a menudo, él ha dicho que 1o hubiera hecho si yo no hubiese venido con él.


– Tiene usted una hermosa casa, señora Beauchamp, y una familia encantadora.


– Oh, hemos soportado muchas dificultades que no hubiéramos tenido en Inglaterra -continuó Amelia-. Pero creo que los problemas que hemos compartido nos han hecho mejores, y quizá más fuertes. Yo no podría soportar a un hijo vanidoso y afectado como Gaylord.

Los míos, quizá, estarían fuera de lugar en la corte, pero puedo jurar que son hombres y que no dependen de las riquezas de otro para vivir cómodamente. Y porque los amo, deseo la felicidad para ellos. Es natural que una madre desee 1o mejor para sus, hijos. Hasta ahora, han tenido la buena fortuna de encontrar 1o que necesitaban en este mundo. Dios mediante, Gabrielle y Jeremiah harán 1o mismo.


Shanna bebía su té distraídamente y se preguntaba si la madre de Ruark la aceptaría con la misma ternura y el mismo afecto que Amelia mostraba a Charlotte. Charlotte casi podía ser envidiada, pero la mujer que había criado a Ruark también tenía que ser una persona especial


– ¿Estás cómoda en la habitación de mi hijo? preguntó Amelia suavemente.


– Me siento muy cómoda aquí, como en mi propia casa -declaró Shanna con sinceridad-. Y supongo que en verano la habitación es muy fresca, con ese enorme árbol para darle sombra. ¿Dónde está su otro hijo?


– ¿Quieres otra taza de té, querida?


– Media taza, por favor. Gracias.


– El va y viene.


– Me gustaría conocerlo.


Amelia miró a su joven huésped.


– Creo que 1o conocerás, querida mía. Creo que 1o conocerás.


Momentos después, Shanna bajó la escalera vestida con un traje de amazona de terciopelo verde, que daba a sus ojos un tono oscuro muy cercano a la esmeralda. Gabrielle salía en ese momento por la puerta principal.


– ¿Hay algún sendero por donde pueda cabalgar y no extraviarme? -preguntó Shanna.


La mujer respondió llevándola al fondo de la casa. Allí, desde las ventanas, pudieron ver las colinas que se levantaban más allá del lugar donde estaban.


– Hay un sendero que lleva al valle alto junto a aquel gran roble. -Como era un poco más alta, Gabrielle miró a Shanna desde arriba, y afirmó, como por casualidad y encogiéndose de hombros-: Probablemente vea allí al señor Ruark, con Jeremiah.


Shanna se relajó con el ritmo del trote de Jezebel y sintió la brisa vigorizante mientras la hierba corría bajo los cascos del animal. El viento agitaba la pluma curvada de su gorra de montar de terciopelo, y en el puro goce del momento, Shanna sacudió las riendas. La montura respondió lanzándose al galope. Jezebel se encontraba en un terreno familiar y Shanna la dejó correr hasta que pasaron junto al gran roble y entraron en el bosque, siguiendo una huella de carros. Aquí, redujo la velocidad a un andar más prudente.


El aire estaba fresco pero el sol se encontraba alto, y en esta tierra salvaje había una. atmósfera de casta virginidad. Shanna alcanzó a ver un ciervo que pasó entre las sombras. Después la huella empezó a ascender. Altas colinas se elevaban a cada lado y el sendero rodeó un acantilado bajo. Cuando dio la vuelta al mismo, Shanna soltó una exclamación de asombro y detuvo a la yegua.


Un amplio valle extendiese ante ella, fértil y rico como una piedra preciosa. En el centro del valle, una cadena de pequeñas lagunas brillaban azules debajo del cielo luminoso, alimentadas por una cascada que se derramaba desde un risco en medio de centelleantes arcos iris. Más allá de las lagunas, bajo las ramas de un grupo de pinos, se levantaba una pequeña cabaña de simple y tosca construcción, y de su chimenea salía una delgada columna de humo que se enroscaba en el aire.


Shanna vio huellas de varios caballos y espoleó a Jezebel. Pasó entre un grupo de sauces, cruzó el pequeño y límpido arroyo y llegó al terreno que rodeaba la cabaña. La puerta estaba entreabierta y había un hacha sobre una pila de leños recién cortados. Más allá de la cabina, Un cerco rodeaba un prado donde pastaba una tropilla de caballos que rivalizaban en gracia y belleza con el que ella montaba.

Inquieta, Jezebel golpeó con sus cascos la hierba que crecía abundante y Shanna tiró con firmeza de las riendas, mientras contemplaba la belleza del pacífico valle. Sintió un leve ruido a sus espaldas, se volvió y vio a Ruark que apoyaba su largo rifle en un tocón. Sonriendo, él se acercó y la ayudó la apearse.


– ¿Cómo sabías donde me encontrarías?


Ella le sonrió.


– Gabrielle me lo dijo.


– Me alegro -dijo él. Se inclinó y la besó en la boca. Shanna suspiró, feliz, y se dejó abrazar por esos brazos fuertes. Pero entonces recordó lo que la había llevado hasta allí.


– El magistrado lord Harry está en Williamsburg -murmuró, y se apartó un poco para mirarlo a los ojos.


– Ese bastardo -gruñó Ruark.


– ¿Qué haremos? -preguntó Shanna en tono de preocupación. Ruark le acarició la mejilla.


– No temas, amor mío. Nos salvaremos de eso.


La besó nuevamente, retrocedió un paso y emitió un grito suave arrulante. Un movimiento en los arbustos detrás de la cabaña llamó la atención de Shanna, y en seguida apareció Jeremiah. El también llevaba un largo mosquete y vestía como Ruark, con suaves calzones de piel de ciervo, chaleco y camisa de lino.


– Señor Ruark -dijo Jeremiah, con voz extrañamente cargada de risa-. Creo que será mejor que yo vaya a arreglar esa rotura del cerco antes, de que las yeguas lo encuentren. Me tomará un tiempo.


Con eso, levantó el hacha y se alejó casi al trote. Shanna hubiera jurado que oyó una risita.


Ruark lo miró alejarse.


– Muchacho listo. Siempre dispuesto a hacer más de lo que le corresponde.


Shanna arrugó la frente y sintió como si entre ellos hubiera sucedido algo que a ella se le escapaba completamente. ¿Pero qué importaba mientras ella y Ruark pudieran estar a solas?


El tomó la cola del vestido de ella y levantó el borde de la hierba húmeda.


– Necesitarás un par de calzones si piensas vagabundear por aquí. Déjame que suelte a Jezebel. Después te enseñaré el lugar.


Shanna se levantó la falda y lo siguió. En el corral, Ruark sacó la brida a la yegua. El animal lo siguió como un perro entrenado mientras él la llevaba hasta la puerta y la dejaba pasar.


Feliz, Shanna corrió hacia la sombra que proyectaba un alto pino. Bailó y pateó sobre la espesa alfombra de agujas de pino. Después se volvió junto a Ruark y se le arrojó en los brazos, como una jovencita recién enamorada.


– ¿Quieres ver la cabaña? -preguntó él roncamente, besándola en la boca. Shanna asintió con vehemencia y se dejó conducir. Frente a la cabaña, Ruark la levantó en brazos y traspuso con ella la puerta. Adentro la cabaña era sencilla, débilmente iluminada por el fuego que ardía en el hogar. Ruark dejó a Shanna en el suelo, tomó un leño encendido del hogar y encendió su pipa. Intrigada por la sólida comodidad del interior, Shanna pasó la mano por la superficie de una rústica mesa y miró una gran olla de hierro que colgaba al lado del fuego. Saltó retozona sobre la cama, tocó la rica manta de pieles y se volvió.


– Oh, Ruark ¿no sería maravilloso si pudiéramos tener algo como esto? -exclamó entusiasmada.


El la miró a través de las volutas de humo que se elevaban de su pipa.


– Vamos, Shanna, ¿de veras estarías satisfecha aquí?


– ¿Acaso lo dudas? Soy fuerte, señor Beauchamp, y muy capaz de enfrentar cualquier desafío. Aprenderé a cocinar. Quizá no tan bien como las cocineras de papá, pero no me gustan los maridos gordos. -Se tocó el vientre y preguntó-: ¿Me amarás cuando mi barriga esté hinchada por la criatura?


– Oh, Shanna -dijo Ruark y la abrazó-. Te amaré hasta el día de mi muerte.


Ella se apretó contra él y respondió a sus besos.


– ¿Cuánto tiempo tardará Jeremiah en regresar?


– Sólo vendrá cuando yo lo llame -dijo Ruark, y fue a cerrar la puerta.


Las ramas desnudas del roble rozaban de tanto en tanto la ventana de la habitación de Shanna, quien estaba mirando la noche estrellada. Su tarde pasada con Ruark en la cabaña la había convencido del hecho de que quería vivir con él, cualesquiera que fueran las dificultades o las alegrías que se presentaran. Ya estaba decidida, pero se sentía muy sola. Era como si se encontrara sola en el mundo y todo el peso de su locura descansara sobre sus hombros. Lo que pensaba hacer podía dejada sin nadie, sin Ruark, sin su padre. ¿Realmente los Beauchamps la aceptarían pese a su vergüenza, como había dicho Nathanial?


Shanna apoyó una mano en su vientre y sintió la vida que florecía en ella. Súbitamente supo que nunca estaría sola.


Orlan Trahern estaba sentado en el sillón de cuero de la habitación de huéspedes y estudiaba varios mapas y papeles. La producción de esta tierra era lo bastante rica para hacer estremecer a su corazón de comerciante. En realidad, había empezado a ver las ventajas de adquirir una propiedad aquí para él, quizá sobre el río James, donde su f1ota de barcos podría llegar.


Un ligero golpe en la puerta interrumpió sus cavilaciones y la voz de Shanna dijo, suavemente:


– Papá, ¿estás despierto?


El dejó los papeles sobre el escritorio y dijo:


– Entra, Shanna, entra.


La puerta se abrió y Shanna entró y cerró. Se le acercó, lo besó en la frente y vio que él sonreía.


– ¿Sucede algo malo, papá?


– No, criatura. Sólo estaba recordando. -La miró con ternura. Se la veía pequeña entre los amplios pliegues de su bata de terciopelo-. Parecías asustada, como cuando eras pequeña y había tormenta. Llamabas a nuestra puerta y te refugiabas entre tu madre y yo.


Shanna se estremeció interiormente y buscó una silla para calmar su temblor.


– Papá, yo… -dijo en voz baja, casi trémula. Aspiró profundamente y soltó todo rápidamente-. Papá, estoy encinta y el padre es John Ruark.


Siguió un momento de profundo silencio y Shanna no pudo levantar los ojos para mirar la cara de su padre.


– ¡Buen Dios, mujer!


Shanna saltó cuando oyó la exclamación de él. OrIan se levantó de su silla y en un paso estuvo ante ella. Shanna se preparó para lo peor, pero la voz de él sonó más baja, aunque resonó ronca y fuerte en la habitación silenciosa.


– ¿Sabes lo que has hecho?

Ella tenía los ojos fuertemente cerrados y de sus pobladas pestañas las lágrimas colgaban y amenazaban con caer. Entonces las palabras de él cayeron en sus oídos y le llenaron la mente.


– Has solucionado por mí, querida muchacha, un problema que me ha estado amargando las últimas semanas. ¿Cómo hubiera podido yo, con todas mis veleidades sobre sangre y títulos de nobleza, pedir a mi hija que se casara con un siervo? -Se inclinó y le tomó las manos. Después la obligó a mirado a la cara-. Si me hubieras dado a elegir a mí, yo te habría rogado que te casaras con Ruark. Pero como juré que tú podrías elegir, no quise interferir. -La miró a los ojos-. ¿Lo amas?


– Oh, sí, papá. -Shanna se levantó y echó los brazos al cuello de su padre-. Oh, sí, lo amo.


– ¿El te ama? ¿Se casará contigo? -No la dejó responder-. ¡Claro que lo hará! -Su voz empezó a levantarse, airada-. Yo me ocuparé.


Shanna se llevó un dedo a los labios y lo hizo callar. Tenía pensado confesar toda la historia, pero temía que el engaño que había tramado pudiera herir los sentimientos de su padre. Sería mejor dejar pasar un tiempo.


– Papá, hay una dificultad. Te lo diré a su debido tiempo, pero hay una razón para que por un tiempo no podamos sacarla a la luz. -Vio que él se ponía ceñudo y rogó-. Confía en mí, papá. Todo saldrá bien.


– Supongo que tienes un buen motivo -dijo él con renuencia-. Pero no debe ser demasiado tiempo. Quiero poder hablar de mi nieto.


– Gracias, papá. -Lo besó y regresó a su habitación.


Allí cerró la puerta tras de sí y muy pensativa fue hasta la cama, sonriente y llorosa al mismo tiempo. Una sombra se levantó de un sillón y ella ahogó una exclamación antes de reconocer a Ruark. Se arrojó en sus brazos y rió contra su pecho.


– Se lo dije, Ruark. Le conté a papá acerca de nosotros dos.


– Me lo imaginé. -La besó en el cabello-. Oí su grito de dolor.


– ¡Oh, no! -se apartó un poco y lo miró a los ojos-. El lo aprueba, Ruark. Está muy feliz.


Ruark enarco las cejas, sorprendido.


– Oh, no le dije que estamos casados, sólo que juntos habíamos hecho un bebé.


Ruark levantó las manos y exclamó:


– Gracias, muchas gracias, señora. Ahora soy un profanador de viudas.


– ¡Tonto! -dijo Shanna apartándose, y mirándolo por encima de su hombro-. Si en verdad yo fuera viuda, eso podría ser cierto. Por supuesto -10 miró con fingida cólera- está esa viuda teñida. ¿A ella te refieres?


– No, señora. Me refiero a una mujer joven y seductora que me tienta en exceso.


Llegando a una conclusión propia, Ruark se puso serio.


– Shanna, amor -dijo-, puesto que la noche parece apropiada para decir verdades, yo también tengo que confesar algo.


– Ruark, no tengo miedo de tus anteriores amantes -rió Shanna-. No me importunes con secretos, ahora. Mis nervios todavía están temblando. – Fue hasta la puerta y la cerró con llave. Miró a su alrededor, un poco desconcertada-. ¿Cómo llegaste aquí? David estaba abajo. Lo vi desde la escalera. ¿Acaso te han crecido alas?


– No, mi amor. – Ruark señaló la ventana-. El roble que crece junto a la cocina es una buena escalera.

– Le puso las manos en la cintura y la atrajo hacia si. Pero, Shanna, hay una cosa que quisiera decirte. Esta es mí…


Shanna lo silenció con un beso y se apretó contra él.


– Ven háblame de tu amor -murmuró ella-. Y después dame una t prueba de ese amor.


– Te amo -susurró Ruark, sus brazos la rodearon debajo de la bata. El sintió la tibieza del cuerpo de ella bajo la delgada seda del camisón, y todos los otros pensamientos huyeron de su mente-. Te amo como la tierra debe amar a la luna que se eleva en la noche como una diosa de plata y da su luz a las diminutas criaturas de la oscuridad.


Shanna lo empujó hacia la cama y lo acarició con pasión.


– Te amo como las flores aman a la lluvia y abren sus pétalos, para recibir su tierna caricia. -Su boca buscó la de ella-. Te amo, Shanna por encima de todas las cosas.


Shanna se despertó sobresaltada y quedó inmóvil, preguntándose qué era lo que había interrumpido su sueño. El reloj de la chimenea dio delicadamente las tres, y ella escuchó. Sintió el cuerpo desnudo de Ruark contra su espalda. Entonces se percató de que también él estaba rígido, tenso, conteniendo la respiración. Volvió la cabeza, y al débil resplandor del fuego, lo vio apoyado sobre un codo y mirando fijamente la puerta. Entonces ella oyó el ruido de la perilla que giraba y volvía lentamente a su lugar; la puerta, cerrada con llave, no se abrió. Miró a su marido con una muda pregunta en los ojos.


Ruark se llevó un dedo a los labios para pedirle silencio. Saltó sigilosamente de la cama, tomó sus calzones y se los puso. Con pasos rápidos y silenciosos cruzó la habitación mientras Shanna se ponía su bata. Si él iba a enfrentar a alguien más allá de esa puerta, ella no quería que la sorprendieran desnuda.


Muy suavemente, Ruark giró la llave. Entonces, con un rápido movimiento que hizo sobresaltar a Shanna, dio un paso atrás y abrió completamente la puerta.


No había nadie. Tampoco en el pasillo, que estaba completamente a oscuras. Ruark regresó al dormitorio, cerró la puerta y nuevamente le puso llave.


– ¿Quién pudo haber sido? -susurró Shanna.


– Estoy empezando a sospechar -replicó Ruark. Después de unos momentos, se quitó los calzones y volvió a meterse en la cama.¡


– Estás frío -dijo Shanna, apretándose, contra él.


De pronto Ruark se sentó y Shanna lo miró sorprendida.


– ¿Qué demonios es eso? -dijo él, e inclinó la cabeza para oír mejor. En el silencio de la habitación pudo oírse un débil pero furioso relincho.


– Attila -susurró Shanna, sentándose junto a Ruark-. Algo lo está perturbando.


Ruark se levantó, se puso otra vez los calzones y dijo:


– Iré a ver-. Se puso también la camisa-. Cierra la puerta con llave cuando yo salga. Si alguien trata de entrar, grita. Alguien te oirá.


Shanna sintió miedo. Parecían demasiadas coincidencias ser despertados de un sueño profundo y en seguida escuchar los relinchos de Attila. Si hubieran estado dormidos, no habrían oído al caballo con las ventanas cerradas y el establo a una buena distancia de la casa.


– Ruark, no vayas -rogó ella-. No sé, pero aquí hay algo malo.


– Tendré cuidado. -La besó rápidamente en los labios-.

Mantén caliente mi parte de la cama. Tendré frío cuando regrese. Shanna lo miró con expresión preocupada y lo siguió hasta la puerta. Cuando él salió, ella cerró con llave y empezó a pasearse nerviosamente, por la habitación. Momentos más tarde, ella no pudo decir cuánto tiempo, el corazón se le estremeció cuando oyó que Charlotte gritaba desde un dormitorio al extremo del pasillo.


– ¡El establo! ¡El establo está ardiendo! Nathanial, despierta. ¡El establo está en llamas!


Shanna se levantó con un grito. Una mirada a la ventana le reveló un resplandor en las cortinas.


– ¡Ruark! -Con un grito ahogado llegó a la puerta y con dedos temblorosos trató de hacer girar la llave-. ¡Oh, no! ¡Por favor, no! ¡Ruark!


Descalza y en camisón, Shanna abrió la puerta y salió al pasillo, donde casi chocó con Nathanial, quien apenas había alcanzado a ponerse un par de calzones. Charlotte estaba con él, llevando una linterna y con los hombros envueltos en una manta. En el pasillo ya empezaban a abrirse las otras puertas.


– ¡Ruark! -gritó Shanna, al borde de la histeria-. ¡Está en el establo!


– ¡Oh, Dios mío! -Charlotte se llevó una mano a la boca y sus ojos se dilataron de miedo.


Nathanial no tuvo tiempo para comentarios y ahora, completamente despierto, bajó las escaleras como si un demonio lo siguiera. Pisándole los talones. Corrió a la parte posterior de la casa, dejando puertas abiertas a su paso, y no se detuvo hasta que cruzó el prado de césped.


Las llamas, como lenguas hambrientas, lamían las paredes del establo, y ellos encontraron las puertas cerradas: La puerta más ancha estaba atrancada con un pesado madero y la pequeña tenía apoyado un grueso poste que impedía que fuera abierta desde dentro. Los relinchos y quejidos de los animales encerrados desgarraban la noche y el crepitar del fuego convertíase en un rugido.


– ¡Ruark! -gritó Shanna, clavando las uñas en el brazo desnudo de Nathanial-. ¡El vino a ver a los caballos!


Se acercaron a la puerta más pequeña y Nathanial sacó cubos de agua del abrevadero para arrojarlos sobre las llamas que amenazaban el umbral, mientras Shanna luchaba contra el peso del grueso poste. Nathanial la hizo a un lado, y de un empujón desplazó el poste. Sollozando, Shanna aferró el picaporte. El metal recalentado le quemó los dedos, y ella envolvió su mano en un extremo de la manta y consiguió abrir.


Densas nubes de humo brotaron del interior cuando la puerta quedó completamente abierta. Shanna tuvo que retroceder, casi sofocada. Nathanial arrebató la manta de los hombros de ella, la mojó en el abrevadero, se la puso sobre la cabeza y los hombros y entró en el infierno.


Un grito de terror de Attila desgarró el aire y Shanna, presa de miedo, se tapó los oídos. Ahora varios hombres corrían de un lado a otro. Se formaron más para pasarse cubos de agua de mano en mano. Una lluvia de chispas cayó en el interior y Shanna quedó paralizada. Por su mente se cruzó una visión de Ruark retorciéndose en espantosa agonía. El pánico estuvo a punto de hacerla entrar en el establo como una demente, pero entonces vio una forma que avanzaba hacia ella en medio del humo. Shanna se adelantó. Nathanial salió tambaleándose, con Ruark cargado sobre sus hombros, y la manta mojada cubriéndolos a los dos. Shanna lo tomó de un brazo, lo condujo al exterior y sintió sus propios pulmones a punto de estallar.


Otros hombres entraron para soltar a los caballos, entre ellos Orlan Trahern, con una bata de color vino que se abría a la altura de la barriga y Pitney, con su largo camisón flameando sobre sus calzones.


Nathanial cayó de rodillas, jadeante, y Ruark se deslizó fláccidamente sobre la manta mojada. Charlotte se arrodilló junto a su marido, mientras Shanna, frenéticamente, arrancaba la manta empapada que cubría a Ruark. El gimió y levantó la cabeza.


– Oh, mi amor, mi amor. -Lloró aliviada cuando él abrió los ojos-. ¿Estás bien? ¿Estás herido?


– Mi cabeza. -El dio un respingo cuando ella le tocó el cuero cabelludo. Shanna ahogó una exclamación: la manga de su camisón estaba manchada de sangre.

– ¡Estás sangrando! -exclamó.


Charlotte se acercó y separó delicadamente los cabellos de Ruark.


– Aquí hay una herida -anunció Charlotte.


– Un maldito bastardo me golpeó desde atrás -gruñó Ruark roncamente. Se sentó y se tocó la parte posterior de la cabeza.


– El estaba tendido en el suelo y las puertas estaban cerradas desde el exterior -dijo Nathanial-. El que inició el fuego quiso asar vivo a Ruark.


Pitney salió conduciendo a Jezebel, seguido de otros hombres que sacaron a otros del establo en llamas.


Un grito furioso, no de un animal, sorprendió a todos. Attila salió disparado, saltando para librarse del bulto oscuro que se aferraba a su lomo. Ruark dio un silbido penetrante y el semental se volvió y se detuvo junto a Shanna. El bulto oscuro resultó ser Orlan Trahern.


– ¡Gracias a Dios! -dijo Trahern-. Temí que me llevara a los bosques. Un extremo del cinturón de su bata estaba atado alrededor del cuello del animal y el otro sostenido firmemente en la mano de Trahern.


El hacendado tenía el rostro manchado de hollín. Le faltaba una zapatilla y su pierna y su pie estaban manchados con una sustancia de color parduzco, mientras la otra zapatilla parecía aplastada.


– ¡Papá! -exclamó Shanna.


– El animal estaba atado en su establo -dijo Trahern, apoyándose en el cuello de Attila-. Cuando lo solté, el muy bruto me pisó un pie. -Se tocó cuidadosamente el pie y gruñó de dolor cuando lo apoyó en el suelo-. ¡Animal ingrato! Me has lastimado.


El semental resopló y rozó con el morro el hombro de Trahern.


– Eh, ¿qué es esto? – Trahern miró la cabeza del caballo-. Está todo ensangrentado.


Ruark olvidó el dolor de su cabeza, se puso de pie y examinó el morro y la cara de Attila, donde se veían largas manchas ensangrentadas.


– Ha sido golpeado. ¿Y dice usted que estaba atado?


– ¡Ajá! – Trahern flexionó los dedos de la mano, como si dudara de que estuvieran en condiciones-. Y con la cabeza baja, cerca de las tablas.


George se acercó y dijo:


– Parece que lo hicieron para atraer a alguien al establo.


Miró pensativo a Ruark y después a Shanna, quien estaba tomada del brazo de su marido.


George agregó:


– Cada vez me convenzo más de que esto fue un intento de asesinato. Pero en nombre del cielo, ¿por qué?


– No puedo decirlo -gruñó Ruark y se volvió a los otros hombres-. ¿Los caballos están a salvo?


– Sí -dijo Pitney-, pero miren lo que encontré-. Mostró una fusta cargada con perdigones, que en su superficie negra tenía manchas de sangre y pelos grises adheridos.


Ruark apretó los labios.


– ¡Maldito bastardo! -dijo con vehemencia-. Si le llego a poner las manos encima, lo mataré.

– Bueno, cualquier cosa que hagas con él tendrás que hacerlo con las manos -dijo Nathanial secamente-. Creo que vi tus pistolas y tu mosquete en el establo, antes de cenar. Probablemente ahora están ardiendo.


El establo ardió completamente. Algunos de los hombres abrieron a golpes de hacha un agujero en la pared exterior del cuarto de arneses y salvaron casi todas las sillas de montar. Empezó a amanecer antes de que los últimos restos calcinados se derrumbaran entre lluvias de chispas.


El grupo regresó a la casa. Cansados, con los rostros ennegrecidos. Una vez allí, reconociendo que el desastre hubiera podido ser peor, todos brindaron agradecidos.


George examinó sus gafas rotas con una sonrisa, y dijo:


– Ahora podré levantar un establo en la colina donde siempre quise tenerlo.


– Buena suerte, entonces -dijo Amelia-, excepto, claro, el pie del señor Trahern, la cabeza del señor Ruark y tus gafas.


Todos rieron.


– Señor Ruark -dijo Amelia por encima de su hombro-. Usted puede usar la antigua habitación de Nathanial. Está junto a la de Shanna.


A Ralston no se lo veía en ninguna parte. Su cama no había sido usada, Gaylord dormía pacíficamente y sus ronquidos resonaban en el pasillo, frente a su habitación.


Después que todos se bañaron, desayunaron más tarde que de costumbre. Orlan entró en el comedor con un pie vendado. Pese a los ruegos de Shanna, Ruark no se había dejado vendar la cabeza. Cuando él entró, se sentó silenciosamente al lado de ella. Nadie cuestionó su derecho a sentarse allí, y en ausencia de Gaylord y Ralston, el desayuno fue una reunión amable y animada.


Por fin apareció Gaylord, quien observó al grupo sentado alrededor de la mesa y consultó desconcertado su reloj.


– Hum -murmuró-. ¿Me he perdido alguna celebración local?


– ¿Durmió usted toda la noche? -preguntó Shanna, sorprendida. -Por supuesto -suspiró él-. Estuve leyendo un volumen de sonetos hasta tarde, pero después… -Se rascó pensativamente la mejilla con un dedo inmaculado-. Parece que hubo cierta perturbación, pero luego de un rato la casa quedó silenciosa y yo pensé que lo había soñado.


Se sentó en una silla y empezó a llenar un plato. Para ser un hombre tan ocioso, su apetito resultaba sorprendente.


– ¿Por qué me lo pregunta? -dijo él-. ¿Sucede algo malo?


– Usted duerme excepcionalmente bien, señor -comentó Ruark, en tono levemente irónico.


Gaylord dirigió a Ruark una mirada biliosa y tomó nota de su proximidad con Shanna.


– Creo que usted ha olvidado nuevamente su lugar, siervo. Sin duda, estas buenas gentes son demasiado corteses para recordárselo.


– Pero usted lo hace, por supuesto -replicó Ruark despectivamente.


George había dejado su taza de té y ahora habló con firmeza.


– El señor Ruark es bienvenido a mi mesa, señor.


Gaylord se encogió de hombros.


– Esta es su casa, por supuesto.


Estaban levantándose de la mesa cuando el caballero se dirigió a su anfitrión.


– ¿Sería posible que un sirviente me prepare un buen caballo? Tengo deseos de conocer este lugar que tanto elogian ustedes, para ver, si es posible, si encuentro algún mérito en él.


– El establo ardió hasta los cimientos anoche -dijo Amelia.


Gaylord levantó las cejas.


– ¿El establo, ha dicho usted? ¿Y los caballos también?


Pitney se aclaró la garganta y dijo:


– Los hemos salvado a todos. Parece que alguien inició el fuego después de encerrar adentro al señor Ruark. Pero, por supuesto, usted estaba durmiendo y no se enteró de nada.


– Sin duda -dijo el caballero en tono despectivo- esa es la historia que contó el siervo después de provocar el incendio por descuido. Una buena excusa.


– No es posible -intervino Nathanial- puesto que las puertas estaban cerradas desde el exterior.


– Quizá el esclavo se ha hecho de algunos enemigos -dijo Gaylord, y se encogió de hombros-. Pero eso a mí no me interesa. Yo sólo pedí un caballo, no un relato de las desdichas de otro.


– Le conseguiremos un caballo -anunció bruscamente George.


La familia y los huéspedes se congregaron en el salón, pues se decidió que el día sería dedicado a descansar. Sir Gaylord, para alivio de todos, consiguió montar un caballo y pronto se perdió de vista.


Poco tiempo después, llamó la atención de todos el ruido de un carruaje que se acercaba. Gabrielle fue hasta la ventana. Shanna se acercó y alcanzó a ver a una joven con una criatura en brazos que descendía de un landó ayudada por el cochero. Gabrielle se volvió y con los ojos dilatados, se dirigió a su madre:


– ¡Es Garland! ¿No le habías dicho que no viniera?


Amelia ahogó una exclamación y dejó caer su labor de aguja. Se puso de pie, aparentemente indecisa.


– ¡Oh, Dios mío! ¡Garland! -Se volvió hacia su marido: con expresión de súplica. ¿George?


También Ruark pareció súbitamente alterado. Sacudió la cabeza como apesadumbrado, se apartó de Shanna y se apoyó en la repisa de la chimenea, ceñudo, con expresión de genuino disgusto. Shanna lo miró sumamente desconcertada.


La entrada de Garland fue como la llegada de un torbellino, una brisa de aire fresco llenando toda la casa. Cuando entró, fue directamente hacia su madre y le entregó el niño. Sin mirar a nadie más, la recién llegada fue directamente hacia Ruark y lo besó.


Bienvenido a casa, Ruark -dijo ella en voz suave y afectuosa. Garland se volvió, se quitó el sombrero y se acercó a Shanna, quien vio el cabello renegrido, los ojos dorados y la sonrisa radiante. No le quedó ninguna duda de que Garland era hermana de Ruark. Pero Garland era hermana de Gabrielle, y de Nathanial, y de Jeremiah. ¡Todos hermanos y hermanas de Ruark Deverell Beauchamp!


– y por supuesto, tú debes ser Shanna -dijo Garland.


– ¡Oh! -exclamó Shanna saliendo del shock. Miró a Ruark, quien le sonrió tímidamente y se encogió de hombros-. ¡Tú! -Miró nuevamente a la muchacha-. ¡Tú eres… oh!


Shanna dio media vuelta y huyó del salón, subió la escalera y se encerró en el dormitorio que había estado usando. Cerró la puerta con llave y enfrentó a la sorprendida Hergus, quien estaba limpiando el cuarto. Shanna miró por primera vez a su alrededor con otros ojos, y comprendió: esta era la habitación de Ruark. Su escritorio. Su libro en griego. Su cama. Su guardarropa. ¡Oh, cómo la había engañado!


La voz de Orlan Trahern resonó con fuerza en medio del silencioso salón.


– ¿Alguien quiere decirme qué está sucediendo?


Pitney soltó una risita y Ruark se adelantó, juntó los talones e hizo una leve reverencia.


– Ruark Beauchamp, a su órdenes, señor.


– ¡Ruark Beauchamp! -exclamó Trahern.


Su siervo no se detuvo a explicar sino que salió corriendo en pos de Shanna. Trahern se levantó y empezó a seguirlo, pero se 1o impidió su pie lastimado. Golpeó el suelo con el bastón y gritó, hacia arriba de la escalera:


– ¿Cómo demonios puede ser ella viuda si usted es Ruark Beauchamp?


Ruark replicó por encima de su hombro:


– Ella nunca fue viuda. Yo mentí.


– ¡Maldición! ¿Están o no están casados?


– Estamos casados -respondió Ruark desde la mitad de la escalera. Orlan gritó más fuerte aún:


– ¿Seguro?


– Sí, señor.


Ruark desapareció por el pasillo y Trahern regresó al salón, con expresión ceñuda y pensativa. Miró acusadoramente a Pitney, quien se limitó a encogerse de hombros y encender su pipa. Después miró a su alrededor y vio las expresiones preocupadas de todos los Beauchamps. La barriga de Trahern empezó a temblar y poco después resonaron sus potentes carcajadas. Hubo alguna que otra tímida sonrisa. Trahern se acercó, cojeando, a George y le tendió la mano.


– Suceda 1o que suceda, señor -dijo-, estoy seguro de que no sufriremos de aburrimiento.


Ruark probó a abrir y encontró la puerta cerrada con llave.


– ¿Shanna? -dijo-. Te explicaré.


– ¡Vete! -respondió ella con un grito-. ¡Me hiciste quedar como una tonta delante de todos!


– ¿Shanna? Abre la puerta.


– ¡Vete!-


– ¿Shanna? – Ruark empezó a encolerizarse y apoyó un hombro contra la puerta.


– ¡Déjame en paz, mequetrefe llorón! -repuso Shanna-. ¡Ve a hacer tus bromas a alguna otra estúpida!


– ¡Abre la puerta!


– ¡No!


Ruark retrocedió y lanzó una patada con todas sus fuerzas.

La puerta era de roble macizo, pero el pistillo y la jamba no resistieron el mal trato.


Ruark entró y se encontró frente a una horrorizada Hergus.


– ¡S…s…señor Ruark! -tartamudeó la mujer-. Váyase de esta habitación, señor Ruark. No permitiré que la deshonre delante de estas buenas personas.


Ruark la ignoró y avanzó hacia Shanna, quien le había vuelto la espalda. Pero la escocesa se adelantó y se interpuso.


– Salga de mi camino -gruñó Ruark. No estaba de humor para tolerar intromisiones.


La criada se mantuvo firme.


– ¡Señor Ruark, usted no hará esto aquí!


– ¡Mujer, usted está interfiriendo entre mi esposa y yo! ¡Váyase!


Hergus 1o miró con la boca abierta. Muy dócilmente, se hizo a un lado y salió de la habitación.


– ¡Shanna! -dijo Ruark, furioso, pero en seguida comprendió que ella debía sentirse herida-. ¿Shanna? preguntó, en tono más Suave-. Shanna, te amo.


– ¡Beauchamp! ¡Beauchamp! -dijo ella, golpeando el suelo con el pie con cada palabra-. Debí saberlo.


– Anoche traté de decírtelo, pero tú no quisiste escucharme.


Shanna lo miró con ojos llenos de lágrimas.


– Entonces, soy una señora Beauchamp, de los Beauchamps de Virginia. No soy viuda ni lo he sido nunca. Seré la madre de un Beauchamp y mi padre tendrá lo que tanto ansiaba.


– Al demonio con lo que ansiaba tu padre. -Ruark la tomó en sus brazos-. Tendrás todo lo que desees.


– Desde el principio me tomaste por una tonta -acusó ella, resistiéndose al abrazo-. Hubieras podido decírmelo y me habrías ahorrado muchas cosas.


– ¿Recuerdas, amor mío, en Mare's Head, cuando dijiste que me aceptarías si yo viniera de una familia de elevada posición y de buen nombre? -preguntó él suavemente-. Yo quería que tú me amases, Shanna, como siervo o como un Beauchamp. Si te lo hubiera dicho, nunca habría estado seguro.


– ¿Esto es todo tuyo, verdad? ¿Esta habitación? ¿El valle con la cabaña y la cama donde hicimos el amor? ¿Los caballos? ¿Hasta Jezebel fue un regalo tuyo?


– Todo lo que tengo lo pongo gustosamente a tus pies -murmuró Ruark.


– ¿Cómo es que sabes tanto de aserraderos? -preguntó Shanna, súbitamente recelosa.


El respondió quedamente:


– He construido tres, que son míos, sobre el río James y uno muy grande en Well's Landing, Richmond.


– ¿Y los barcos? -Lo miró con sospechas-. Siempre me sentí intrigada por la goleta, por lo bien que la conducías. Parece que también tienes conocimientos de navegación.


– Mi familia posee seis barcos que recorren la costa -dijo Ruark y la acarició con la mirada-. Yo poseo dos, ahora tres, con la goleta.


Shanna gimió con desesperación.


– Eres más rico que mi padre.


El rió por lo bajo.


– Eso lo dudo sinceramente, pero puedo comprarte todos los vestidos que desees.


Shanna enrojeció al recordar todas sus reyertas y las veces que lo había rechazado.


– Te reíste de mí todo el tiempo -gimió desconcertada-. Cómo debes de haber sufrido al no poder echar mano a parte de tu fortuna para librarte de la servidumbre en Los Camellos.


– Te lo dije una vez, el dinero no era problema para mí. -Fue hasta la caja de música y abrió una puerta oculta en uno de los costados, revelando un compartimiento secreto que ocupaba toda la base. Sacó varias piezas de piel de ciervo encerada y después dos saquitos de cuero, que tintinearon cuando él los sopesó en una mano. He tenido esto desde que Nathanial fue a Los Camellos. El hasta me envió la caja para guardado. Aquí hay más que suficiente para pagar mi libertad y mi pasaje a Virginia. Si no hubiera querido estar contigo, me habría marchado.


Se acercó a Shanna y le acarició el cabello. Ella lo miró a los ojos.


– Te amo, Shanna. Quiero compartir mi vida y todo lo que me pertenece contigo. Quiero construirte una mansión, como hizo tu padre para tu madre y mi padre. para mi madre. Quiero darte hijos, verlos crecer, bañados en nuestro amor. Poseo propiedades en el James. La tierra es buena y alimentará a nuestros descendientes. Sólo espero que tú me digas dónde quieres que construya la casa.


Shanna sollozó.


– Yo alentaba la idea de vivir en una cabaña contigo. -Ruark la estrechó con fuerza y ella murmuró, contra el pecho de él-: Te habría arrancado el cuero cabelludo, sabes.


Momentos después, oyeron que alguien se aclaraba la garganta en la puerta. Esta vez volvieron sin temor y se encontraron con la sonrisa de Nathanial Beauchamp.


– Parece que siempre estoy interrumpiendo -dijo Nathanial, y rió suavemente.


Shanna se volvió sin dejar los brazos de Ruark.


– Esta vez no pediré su discreción, señor. Cuénteselo a quiero quiera.


Ruark hizo señas a su hermano para que entrara.


– ¿Qué estás pensando? -preguntó.


Nathanial los miró afectuosamente.


– Temía que Shanna pudiera considerarme un mentiroso por no haberte reclamado como a un hermano, y yo quiero aclarar eso, ahora que el secreto ha sido revelado.


Impulsivamente, Shanna plantó un beso en la mejilla de su cuñado.


– Lo perdono. Sin duda, Ruark, le hizo jurar que guardaría silencio.


– Sí, así fue -respondió Nathanial-. Cuando llegamos a Los Camellos, Ruark me buscó. Le di dinero para que pagara su deuda pero él se negó a partir y a revelar la verdad. Pensé que alguna bruja lo había hechizado. -El capitán rió-. Entonces la conocí, y comprendí por lo menos una parte de su actitud.


– ¿Pero cómo fue que usted llegó a Los Camellos? -preguntó Shanna-. Seguramente no fue una coincidencia.


– Cuando llegué a Londres, hice averiguaciones sobre el paradero de mi hermano.

Me enteré de que lo habían acusado de asesinato y ahorcado por es delito. Los archivos de Newgate decían que su cuerpo había sido entregado al servidor de la señora Beauchamp. En los muelles me informaron que esa misma dama y su comitiva habían zarpado hacia una isla llamada Los Camellos. Se despertó mi curiosidad, de modo que hice una escala en mi viaje de regreso. También tengo que decide otra cosa que puede darle un poco de tranquilidad. Contraté abogados en Londres, quienes me prometieron una muy seria investigación sobre la muerte de esa muchacha, aunque todavía no he recibido ninguna noticia alentadora.


– Pero seguramente llegará -dijo Shanna-. ¡Tiene que llegar! Ruark no mató a la muchacha. Y nosotros no queremos pasar el resto de nuestras vidas ocultos del mundo. Llegarán más hijos después de este. Ellos necesitarán un apellido.


Ruark se acercó a su esposa y la rodeó con los brazos.


– Sí -dijo-, vendrán más Beauchamps, para que sean conocidos por todo el mundo.


– ¿Le ha hablado a su padre del niño? -preguntó Nathanial a Shanna.


– Sí, anoche- respondió ella.


Nathanial asintió satisfecho.


– Eso, también, ha dejado de ser un secreto.


– Perdóname, amor mío -dijo Ruark-. Yo traje la noticia a mi familia antes de traerte a ti. Me adelanté para saludados antes de que ustedes llegaran.


– Y creo que Gabrielle es una chiquilla perversa por haberte provocado como lo hizo -dijo Shanna, riendo alegremente.


– Todos se mostraron renuentes a seguir el juego, pero la presencia de Gaylord los convenció de su importancia. Nuestra madre habría hablado si no hubiera sido por él -explicó Ruark-. Ella no tolera que se engañe a nadie.


– Fue terrible de tu parte -dijo Shanna, mirando a Ruark-. Sabes, tuve ganas de marcharme, de tan furiosa que me sentí.


– Yo te habría seguido -le aseguró Ruark con un relámpago de dientes blancos-. Tú tienes mi corazón y mi hijo contigo. No los hubiera dejado escapar.


– Sí -rió Nathanial-. Y eso puede creerlo, Shanna. El estaba decidido a ganarse su amor, y yo diría que lo ha conseguido.


– Oh, sí -respondió Shanna, radiante.


– Entonces los dejaré solos. -En el vano, Nathanial se volvió con una sonrisa y señaló la puerta estropeada-. Aunque supongo que ahora, con tan poca privacidad, no hay motivos.

Загрузка...