CAPITULO ONCE

Las nubes parecían anunciar la proximidad de las velas hinchadas de un gran navío que se deslizaba sin esfuerzo sobre el mar ondulado, cortando las aguas azules y cristalinas con su alta proa. El cielo azul contrastaba con las velas blancas y contra el horizonte borroso el barco era como un águila en vuelo que se remontaba graciosamente con sus alas extendidas pero inmóviles.


– Es uno grande -dijo el señor MacLaird mientras Ruark levantaba un anteojo para observar mejor-¿Puede distinguir el nombre, muchacho? ¿Es inglés?


– Colonial. Enarbola el pabellón de la Compañía de Virginia -repuso Ruark-. Es el Sea Hawk.


– Una belleza -dijo MacLaird-. Un barco tan bueno como cualquiera de los de Trahern.


Ruark bajó el anteojo y mientras seguía mirando, el barco arrió parte de su velamen y se dirigió a la entrada del puerto. Ruark se volvió casi con ansiedad a su compañero, quien seguía mirando por la ventana por encima del borde superior de sus gafas pequeñas y cuadradas.


– Ese carro que tiene allí cargado de ron – Ruark señaló con el pulgar hacia el frente de la tienda-, ¿hay que llevarlo a bordo de alguno de los barcos?


El señor MacLaird levantó la nariz y miró a Ruark a través de los cristales de sus gafas de montura de acero.


– Sí, muchacho. Al Avalón. La goleta hará esta semana el recorrido de las islas. ¿Por qué lo preguntas?


– Estaba pensando si yo podría llevar el cargamento. Hace casi un año que abandoné las colonias y quiero ver si ese barco trae noticias de mi tierra.


El anciano tendero señaló la puerta con su nudoso pulgar y sus ojos azules se encendieron con un brillo de regocijo.

– Entonces ve de una buena vez, muchacho, antes que el ron se estropee por estar tanto bajo el sol.


Ruark le agradeció con una amplia sonrisa y ansiosamente puso manos a la obra. Bajó rápidamente, saltó al asiento del carro y azuzó a la pareja de mulas. Cuando tomó el camino hacia el muelle una extraña sonrisa se dibujó en sus labios. Empezó a silbar.


La tarde trajo una brisa refrescante y Shanna escapó del tedio de su trabajo con los libros de contabilidad y salió a cabalgar. Llevó a Attila a lo largo de la playa donde una vez había encontrado a Ruark y siguió el mismo sendero hacia el tranquilo claro entre los árboles. Los pájaros cantaban y aleteaban entre el follaje, las ranas croaban en el pantano. Flores de alegres colores tachonaban la espesa alfombra. de hierba verde y las mariposas, con sus alas de tonos vibrantes, tocaban las flores, se posaban en las hojas y trazaban un vistoso sendero en la brisa ligera y fragante..


Shanna suspiró, contenta con el día. Todos los temores habían quedado de lado cuando tuvo la seguridad de que no se hallaba encinta y de que sus placenteros interludios con Ruark no habían tenido consecuencias no deseadas. Con el tiempo, pensaba ella, habría otro hombre que le -diera tanto placer como el engreído colonial y ella tendría hijos de él, pero hasta entonces no correría más riesgos. Mantendría a Ruark a distancia y siempre le diría que no. No podía permitir que todo lo que había planeado se estropeara por un momento de pasión y debilidad. Sí, era debilidad lo que la hacía olvidar su determinación y meterse en la cama con Ruark, como cualquier moza lasciva. A él no lo había visto desde aquel tormentoso domingo de hacía casi una semana y ahora trataba de estar sola, de no cruzarse en su camino. Si algo había aprendido de sus relaciones con Ruark era que ella no podía manejarlo a él y tampoco a la situación. En cualquier encuentro con él sus planes quedaban olvidados y no podía correr el peligro de que un impulso de la naturaleza la arrojara en sus brazos sin pensar en las consecuencias. Por más que declarara con firmeza sus intenciones, era todavía mejor no tentar al destino.


En el sombreado lugar las flores eran las mismas de siempre, igual la variedad de colores, el penetrante perfume, la umbría frescura.

Attila caminaba inquieto sobre el terreno blando, ansioso de lanzarse a la carrera, pero los pensamientos de Shanna estaban en otra parte. Unos ojos de color de ámbar invadían su mente contra su voluntad y en su cuerpo iba extendiéndose lentamente un suave calor. Los ojos parecían mirar las profundidades de su ser y despertaban indeseados recuerdos mientras unos labios entreabiertos se acercaban, se acercaban…


– ¡Sal de mi mente! -les gritó a las copas de los árboles y espantó a una bandada de pájaros que estaban allí posados. Después golpeó la silla de montar con su guante. Apretó la mandíbula y dijo, entre dientes-: ¡Sal de mi mente, dragón bestial! ¡El pacto ha sido cumplido! ¡Yo no te he traicionado!


Shanna tiró de las riendas, el semental dio media vuelta y huyeron del lugar. Ya no había paz allí. Los cascos del caballo levantaron terrones de arena. El viento agitó los cabellos de Shanna. Corrió como si todo el bosque estuviera en llamas y ella fuera a consumirse si disminuía la velocidad de su cabalgadura. Ciertamente, en esos ojos color ámbar había un ruego que seguía atormentándola.


Pronto Attila empezó a jadear y Shanna supo que su resistencia estaba próxima a terminarse. Lo hizo andar al paso y siguió por la playa hasta que llegó a un punto donde un pequeño arroyo se abría paso hasta el mar Shanna llevó a su montura hasta el nacimiento del arroyuelo. El denso follaje se abrió y reveló un peñasco que subía muy alto y de cuyo borde superior el agua se precipitaba, riente como una joven virgen al caer de roca en roca hasta llegar a un estanque de color esmeralda en la parte inferior.


Shanna se apeó y Attila se metió en el agua, hundió media cabeza debajo de la superficie y sació su sed. Shanna ordenó un poco su cabello y se lavó el cuello con un pañuelo que mojó en el agua fría.


Cuando su excitación desapareció, la hija de Orlan Trahern montó nuevamente y llevó al caballo hacia la aldea. Attila había disfrutado la carrera y su sangre todavía corría en sus venas. Luchó contra la firme mano de Shanna y se hubiera echado a correr si ella hubiese cedido un poco.


Esta fue la aparición que entró en la aldea y se dirigió al muelle por el empedrado: el brioso semental gris con su cabeza más oscura, tascando el freno, la cola arqueada hacia arriba y las crines ondeando con cada movimiento. Y sobre su lomo una beldad como pocos hombres ven en toda una vida, fresca y relajada, controlando al animal con mano experta.


No debe sorprender que los marineros coloniales dejaran lo que estaban haciendo y detuvieran sus labores para mirar boquiabiertos. Shanna, para quien tanta atención no resultaba del todo desagradable, los saludó con una breve inclinación de cabeza y se dirigió al amarradero donde estaba el navío recién llegado. Entonces vio el birlocho de su padre y se acercó para preguntar a Maddock dónde estaba el hacendado.


– A bordo del barco, señora -respondió el hombre de color y señaló el gallardo navío-. Hablando con el capitán, – supongo


Cuando Shanna entregó las riendas al cochero y se dispuso a apearse hubo una inmediata conmoción. Se había congregado una pequeña multitud de marineros que ahora se disputaban el honor de ayudada a bajar. Ella aguardó pacientemente hasta que un joven gigante, que hubiera hecho parecer enano a Pitney, se abrió paso a los codazos y le ofreció la mano con una sonrisa. Shanna bajó, le agradeció graciosamente y se dirigió a la planchada dejando a su paso un coro de gemidos y suspiros semiahogados. Sus delicadas botas todavía no habían tocado la cubierta del barco cuando otro joven corrió a su encuentro y se detuvo ante ella casi tropezando. El hombre se irguió rígidamente y metió bajo su brazo un anteojo de bronce brillantemente pulido. Un tricornio flamante le cubría el cabello mal peinado. El joven recobró la compostura, se quitó el sombrero, casi dejó caer el anteojo y la saludó en alta voz, ansioso por sede útil.


– Buenas tardes, señora. ¿Puedo servirla en algo?


– Por favor -sonrió Shanna mientras el pobre mocetón parecía tragarse su lengua-. Llévele un mensaje a mi padre, dígale que si termina pronto lo que tiene que hacer acá, me gustaría regresar con él.


El joven empezó un saludo pero en seguida se volvió a medias y señaló con el brazo.


– ¿Es ese su padre, señora, el que está con el capitán?

Aferró su sombrero que una ráfaga amenazó con llevarse al agua y nuevamente evitó apenas que el anteojo cayera al suelo. Señaló con la cabeza hacia los dos hombres.

– ¿Es él, señora? -tartamudeó, un poco ruborizado.

Shanna asintió y sus ojos se 'posaron en la silueta corpulenta de su padre. El otro hombre le daba la espalda y ella sólo pudo ver una espesa mata de cabello castaño rojizo atada en una coleta sobre su torso vestido de azul.


– ¿A quién debo anunciar, señora? -preguntó el joven. -A la señora Beauchamp, señor -dijo Shanna.


– Señora Beau… -el joven oficial se interrumpió con indisimulada sorpresa y el hombre alto que estaba con su padre se volvió y le dirigió una mirada penetrante, como si esperara encontrar una bruja a bordo de su barco. Ante esa mirada ceñuda Shanna quedó paralizada, incapaz de moverse o de hablar.


La expresión del hombre se suavizó lentamente. Sus ojos recorrieron el cuerpo de ella rápidamente y volvieron a la cara. Después, el hombre sonrió levemente y asintió con la cabeza en lo que pareció un gesto de aprobación.


Shanna soltó un suspiro y se percató de que había estado conteniendo el aliento desde que él la mirara a la cara. Así su vida hubiera dependido de ello, no hubiese podido explicar por qué la aprobación de este hombre, a quien nunca había visto en la vida, debía complacerla.


Cuando el capitán se acercó caminando por la cubierta Shanna advirtió que era delgado, casi flaco, y se movía con el andar característico de un marino consumado. Su rostro era largo y un poco anguloso. Aunque en sus ojos castaños había un indicio de fino humor, los labios denotaban severidad o más bien la firme determinación de un hombre habituado a mandar. Se detuvo frente a ella, se llevó las manos a la espalda y se balanceó sobre los talones en el más fugaz de los saludos cordiales.


– ¿Señora Beauchamp? -Las palabras salieron de sus labios con un leve acento arrastrado.


Orlan Trahern se les acercó, apoyó ambas manos en el nudoso pomo de su bastón y los miró fijamente.


– Sí, capitán -dijo Trahern-, yo pensaba presentarle a mi hija, Shanna Beauchamp. -Algo extraño brilló en los ojos del hacendado y Shanna se preparó para cualquier cosa. Pero el choque fue lo mismo apabullan te-. Querida mía, éste es el capitán Nathanial Beauchamp.


Las palabras fueron lentas y deliberadas y él aguardó que todo el peso de ese apellido cayera sobre su hija. Shanna abrió la boca como para hablar pero no dijo palabra. Sus ojos se dirigieron interrogantes al alto capitán.


– Sí, señora -dijo él con su voz profunda-. Tendremos que discutir esto largamente, antes que mi propia esposa me acuse de bribón.


– Más tarde, quizá, capitán -interrumpió Orlan Trahern-. Debo ponerme en Camino. Si nos disculpa, señor. ¿Y tú, Shanna querida, me acompañarás de regreso a la casa.

Shanna asintió aturdida, incapaz de formular un comentario. Trahern la condujo gentilmente hasta la planchada y allí se volvió.


– Capitán Beauchamp -dijo.


Shanna dio un respingo al oír el apellido.


– Más tarde enviaré un carruaje por usted y sus hombres. Sin aguardar una respuesta, el hacendado abandonó el barco y se alejó llevando del brazo a su confundida hija. El capitán se acercó a la borda y contempló cómo se alejaba el birlocho y desaparecía detrás de un depósito.


Shanna se detuvo fuera del salón cuando reconoció la voz del capitán Beauchamp que respondía a Pitney. Ralston interrumpió en seguida, pero esa voz profunda, segura, era inconfundible. Shanna unió sus manos trémulas tratando de serenarse y lanzó una mirada hacia la puerta principal junto a la cual estaba Jasón, alto, silencioso.


– Jasón -dijo suavemente-. ¿Aún no ha llegado el señor Ruark? -No, señora. Envió una nota con un muchachito del trapiche diciendo que se ha presentado una dificultad y que tendrá que permanecer allí.

"¡El maldito pícaro!", pensó Shanna. "¡Me deja sola para las explicaciones! Ni siquiera sé si él es realmente un.Beauchamp. Muy bien podría. haber tomado prestado ese apellido. ¿Cuál es, entonces, el nombre de ese miserable? ¿Y el mío? ¿Señora de John Ruark?" Shanna gimió interiormente. " ¡No lo permita Dios!"


El pánico casi la hizo huir a sus habitaciones como una cobarde, pero finalmente logró dominar los corrosivos sentimientos que casi le hacen perder su compostura.


Shanna calmó sus caóticas emociones con el pensamiento "Yo soy la señora Beauchamp", alisó los varios metros de satén verde claro de su falda y empezó a arreglarse su elaborado peinado cuando el joven oficial que la había recibido a bordo del Sea Hawk se acercó a la puerta para dejar su copa en una mesilla. Cuando la vio, se detuvo bruscamente y casi soltó una exclamación.


– ¡Señora Beauchamp! -dijo-. ¡Qué hermosa… -sus ojos descendieron hacia las curvas de los pechos, tartamudeó, enrojeció y una vez más se recobró-…ah, qué hermosa casa que tiene usted!


La conversación en el salón cesó y Shanna, cuya presencia había sido anunciada, no pudo seguir demorándose. Se obligó a sonreír y entró graciosamente en el salón, apoyando delicadamente sus manos en la amplia falda para que no ondeara demasiado. Era una visión que a los hombres les costaba aceptar como realidad y fue evidente que el joven oficial del Sea Hawk estaba completamente hechizado. Orlan Trahern estaba obviamente lleno de orgullo de presentar su hija a sus invitados. Durante las presentaciones, Shanna se percató de que Nathanial Beauchamp la observaba con una mirada lenta y firme y quedó intrigada cuando él miró ceñudo a su joven oficial, quien se las compuso para ubicarse junto a ella. También se dio cuenta de que la atención de Ralston parecía más intensa que lo habitual, pero no le dio mucha importancia pues, en realidad, no le preocupaba lo que pudiera estar pensando ese hombre. Terminadas las presentaciones y segura del brazo de su padre, Shanna se detuvo ante el capitán colonial.


– Señor, me interesa saber cómo es que tenemos el mismo apellido. ¿Quizá tiene usted parientes en Inglaterra?


Nathanial Beauchamp sonrió y la miró con sus ojos castaños llenos de humor.


– Señora, yo adquirí ese apellido honradamente pues me lo dieron mis padres. Lo que realmente tendremos que discutir es cómo lo adquirió usted. Por supuesto, todos los Beauchamp somos parientes en una u otra forma. Aunque hemos tenido nuestros pícaros, piratas y salteadores, el nombre parece prolongarse con sorprendente regularidad.


– Perdóneme, señor -dijo Shanna-. No fue mi intención entrometerme. ¿Pero debo llamado tío, primo o alguna otra cosa?


– Lo que a usted más le plazca, señora -sonrió Nathanial-. Pero sea bienvenida a la familia.


Shanna asintió y rió pero no se atrevió a insistir en el tema porque su padre estaba dedicando demasiada atención al diálogo y parecía disfrutar de cada palabra.


La cena transcurrió en relativa calma pues el capitán Beauchamp y sus oficiales conversaron con Trahern acerca de las posibilidades comerciales entre Los Camellos y las colonias. Ralston no estaba a favor de ese intercambio y habló con atrevimiento.


– ¿Qué se puede obtener allí, señor, que no pueda obtenerse en Inglaterra y Europa? La corona no estaría muy complacida si usted extendiera sus negocios a otras partes.


El sobrecargo del Sea Hawk replicó:


– Nosotros_ pagamos buenos impuestos a la corona pero conservamos nuestro derecho de comerciar donde mejor nos convenga. Mientras se paguen los impuestos, ¿quien podría quejarse?


Ralston hizo un gesto despectivo pero su tono fue cuidadosamente cortés cuando se dirigió a Trahern.


– Seguramente, señor, usted no puede esperar obtener mucha ganancia comerciando con colonias atrasadas.


Edward Bailey, el primer oficial, se inclinó hacia adelante. Era un hombre bajo, apenas más alto que Shanna, pero fuerte y con hombros y brazos musculosos. Su cuello, cortó y grueso, sostenía una cara rubicunda, casi de querubín, continuamente iluminada por una sonrisa. Sus mejillas jamás perdían su vibrante color y cuando él montaba en cólera, como ahora, el color se acentuaba aún más.


– Es evidente que usted no ha pasado por las colonias en sus viajes, señor Ralston, pues ignora las riquezas que allí pueden obtenerse. En las regiones del norte se producen lanas y otras mercaderías que pueden rivalizar con las mejores de Inglaterra. Fabricamos un rifle largo con el que se puede acertar en el ojo de una ardilla a cien pasos de distancia. En las costas del sur hay cordelerías y aserradero s que producen cuerdas, tablas y vigas de calidad. El barco en que navegamos fue construido en Boston, y de ningún otro lugar han salido barcos semejantes.


Trahern empujó su silla hacia atrás.


– Sus palabras me fascinan, señor. Tendré que ir a ver todo eso. Con esa señal que indicaba el final de la cena, el joven oficial se apresuró a ponerse detrás de la silla de Shanna y casi derribó la suya en su apuro. Cuando se levantaba de su asiento, Shanna vio fugazmente que el capitán Beauchamp miraba a su joven oficial con expresión ceñuda. Pero cuando volvió a mirar. una vez más el hombre sonreía. Shanna se preguntó si el capitán se había molestado por la torpeza del joven o si había querido hacer una advertencia. En todo caso, el joven limitó en adelante sus atenciones al nivel de la cortesía común y pareció algo retraído.


La velada se acercaba a su fin y Shanna se retiró a sus habitaciones con una sensación de insatisfacción. Al no encontrar alivio a su descontento, se sentó en silencio ante su tocador mientras Hergus le cepillaba el cabello. La sirvienta percibió el mal humor de su ama y contuvo la lengua, consciente del esfuerzo de Shanna por evitar a Ruark en los últimos días.


Vestida con un camisón y una bata de seda y ahora sin la compañía de Hergus, Shanna empezó a caminar por sus habitaciones, iluminadas por una única vela. Su mente no se detenía en ningún punto fijo. Distintos nombres la presionaban desde todas partes y la acosaban a preguntas.


¿Shanna Beauchamp? ¿Señora Beauchamp? ¿Capitán Beauchamp? ¿Nathanial Beauchamp? ¿Ruark Beauchamp? ¿John Ruark? ¿Señora de Ruark Beauchamp? ¡Beauchamp! ¡Beauchamp! ¡Beauchamp!.

Por fin con un grito ahogado de frustración, Shanna sacudió la cabeza e hizo ondular su radiante melena. En busca de,aire fresco, salió a la veranda y trató de aventar sus cavilaciones caminando.


La noche era apacible, tibia, con una suave cualidad conocida solamente en las islas del Caribe. Muy alta, arriba de los árboles, la luna flirteaba con nubes blancas y onduladas y las besaba hasta que resplandecían con su luz plateada para después ocultar su rostro detrás de ellas. Shanna caminó por la veranda, pasó el enrejado que separaba su balcón de los de las habitación vecinas. Un rostro empezó a formarse en su mente y una mirada ambarina penetró la oscuridad. Shanna gimió para sí misma.


Ruark Beauchamp, dragón de sus sueños, pesadilla de sus horas de vigilia, ¿por qué la acosaba tanto? Antes de haberlo sacado de su calabozo, ella era frívola e ingeniosa, hasta alegré, pero ahora vagaba sin rumbo y soñando como una doncella enloquecida por la luna.


Shanna miró hacia el prado de césped moteado de sombras.


– Ruark Beauchamp -susurró tan suavemente como la brisa -¿estás allí en la oscuridad? ¿Qué hechizo has ejercido sobre mí? Siento tu presencia cerca de mí y la misma me toca con atrevimiento. ¿Mis pasiones tienen que atormentarme tanto cuando mi mente dice que no? Shanna se inclinó sobre la barandilla y trató de controlar su imaginación súbitamente exaltada.


– ¿Qué embrujo ejerce este hombre sobre mí? -se preguntó-.


¿Por qué no puedo liberarme y ver mis propios objetivos claramente? Me siento atrapada, como si yo fuera su esclava. Aun ahora él debe de estar sentado en su cabaña, murmurando un sortilegio para atraerme a su lado.

¿Acaso es un brujo o un mago que yo debo doblegarme ante sus exigencias? ¡No, no lo haré! ¡No puede ser!


Shanna se apartó de la barandilla y continuó su caminata con los ojos bajos y la mente ocupada en sus cavilaciones.


Súbitamente una sombra se movió a su lado y ella se sintió envuelta en una nube de humo fragante. El corazón le aleteó en la garganta.


¡Ruark! El nombre casi le brotó de sus labios pero ella lo contuvo a tiempo.


– Perdóneme, señora. La voz grave, profunda de Nathanial Beauchamp la sorprendió-. No quise sobresaltarla. Sólo estaba fumando una pipa al aire libre.


Shanna miró fijamente, tratando de penetrar las sombras que ocultaba la cara de él. Su padre había invitado al capitán a pasar la noche pero ella no había pensado en eso, ocupada como estaba en su obsesión por Ruark.


– Ese olor… tabaco -dijo vacilante- -. Mi esposo… solía…


– Un hábito bastante común, supongo. Cerca de mi casa cultivan tabaco. Los indios nos enseñaron a fumarlo.


Nathanial rió por lo bajo.


– No todos salvajes, señora.


Shanna se preguntó como haría para tocar el tema que ardía en su mente. Sumida en sus pensamientos, se sobresaltó cuando la voz rompió el largo silencio.


– Su isla es muy hermosa, señora. -Su mano con la pipa fue iluminada brevemente por, la luna y la larga boquilla trazó un arco abarcando las onduladas colinas más allá de los árboles y después descendió para señalar hacia la aldea-. Su padre parece haber construido casi todo.


– Los Camellos -murmuró Shanna distraídamente-. Los Camellos. El nombre lo pusieron los españoles.


Se volvió y miró directamente las sombras que rodeaban al capitán.


– Señor -dijo-, hay una pregunta que debo hacerle.


– A sus órdenes, señora. -Se metió la pipa en la boca, la chupó y sus facciones se iluminaron ligeramente.


Aunque su deseo de saber era fuerte, Shanna no sabía cómo formular su pregunta.


– Yo… yo conocí a mi esposo en una forma más o menos frívola, en Londres, y nos casamos pocos días más tarde. Estuvimos juntos muy poco tiempo hasta que… hasta que él me fue quitado. Nada sé de su familia, ni siquiera si tenía una. Me gustaría muchísimo saber si él ha… quiero decir… si dejó…


Su voz se apagó y la pausa se cargó de tensión mientras ella trataba de encontrar las palabras adecuadas. Fue él quien respondió la pregunta no formulada.


– Señora Beauchamp, puedo hablar de todos mis familiares cercanos y que yo sepa no tengo ningún primo ni pariente lejano llamado Ruark Beauchamp.


– Oh. -Su voz sonó empequeñecida por la decepción-. Yo había esperado… -Tampoco pudo terminar esta afirmación porque no sabía qué había esperado.


– Es un apellido muy difundido, y aunque Beauchamp habitualmente podemos rastrearlo hasta un origen común, no pretendo conocer a todos los de ese nombre. Quizá hay algunos a quienes yo no conozca.


– No tiene importancia, capitán. -Shanna se alzó de hombros y suspiró-. Siento haberlo molestado con mi impertinencia.


– De ninguna manera, señora, y ciertamente no ha sido una impertinencia.


Aplastó las cenizas de su pipa con el pulgar. Sus manos eran enormes y aunque parecían tener fuerza suficiente para partir en dos una bala de cañón, eran sorprendentemente suaves y la fina pipa de arcilla parecía entre ellas un frágil pájaro.


– Tenga la seguridad, señora, de que es para mí un placer y que hablar con una mujer en una noche de luna en una isla tropical jamás puede ser desagradable. Y con usted, señora Beauchamp -se inclinó levemente- ha sido un gusto incomparable.


Shanna rió y se llevó una mano a su cabello suelto y a su bata. -Usted es muy gentil, señor, para elogiar mi descuidada apariencia. Pero ahora debo retirarme. Buenas noches, capitán Beauchamp. Nathanial dejó pasar un momento antes de responder.


– En este momento, señora, considero que usted hace honor a su apellido. Buenas noches, señora Beauchamp.


Shanna todavía estaba reflexionando sobre las últimas palabras de él cuando comprendió que las sombras que la rodeaban estaban vacías. Sin: un sonido, él se había marchado.


Las brisas de la mañana entraban a través del intrincado enrejado y agitaban suavemente las plantas en tiestos del comedor informal. El aire, refrescado por el mar, traía consigo la fragancia de los jazmines que florecían a lo largo de la veranda, mezclada.con el aroma apetitoso de carne asada, pan, café recién preparado y jugosas frutas que engalanaban la mesa de la comida matutina y que el capitán Beauchamp, después de largos meses de alimentos de alta mar, aspiró con fruición.


– Buenos días, señor Trahern -saludó Nathanial.


Trahern dejó un ejemplar del Whitehall Evening Post, que recibía en pequeños paquetes traídos por sus barcos. El periódico era el único vínculo con Londres que le quedaba, después de años de separación.


– Tenga usted muy buenos días, señor -replicó jovialmente Trahern-. Siéntese y acompáñeme con un poco de comida. -Indicó a Nathanial que ocupara una silla a su lado-. Es malo empezar el día con la barriga vacía y le aseguro que hablo por experiencia.


– Ajá -dijo Nathanial, riendo suavemente, y aceptó de Milán una

taza de humeante café-. O con un trozo de carne salada rancia.

Orlan Trahern señaló el periódico que tenía adelante.

– La paz separa rápidamente a los verdaderos comerciantes de

los que alientan la guerra. -El capitán lo miró con expresión de interrogación y Trahern continuó-: Casi cualquiera puede obtener buenas ganancias durante una guerra pero solamente los buenos comercian

tes se mantienen a flote cuando reina la paz. Los qtir hacen dinero adul

terando mercaderías y mezclando con arena la pólvora de los barcos del rey no pueden competir en un mercado honrado.

– Aceptaré su sabiduría en el asunto -dijo Nathanial y se echó hacia atrás en su silla-. En las colonias la traición es castigada con gran severidad y aunque es necesario cierto grado de cautela, uno se encuentra raras veces con un estafador.

Ahora fue Trahern quien se apoyó en su silla para mirar al otro. -Cuénteme más de ese lugar, de sus colonias. La idea de ir allá me fascina..

El capitán jugó un momento con su taza antes de hablar.

– Nuestra tierra está en las colinas de Virginia. No tan colonizada

como Williamsburg o Jamestown, pero hay mucho que decir de allá. Colinas verdes y onduladas, bosques dé millas de extensión. La tierra es rica en oportunidades tanto para hombres pobres como ricos. Mis padres criaron una familia de tres muchachos y dos mellizas en lo que la mayoría de la gente consideraría una tierra incivilizada. A su vez, cada uno de nosotros, salvo el hijo menor y una de las muchachas, nos hemos casado y si Dios lo quiere criaremos nuestras familias con el mismo éxito. Nos han llamado vigorosos porque hemos sobrevivido. Quizá lo somos. Pero es el amor y el orgullo por nuestra tierra lo que nos hizo así. Si usted pudiera verlo, señor, estoy seguro de que entendería.

Trahern asintió pensativo.


– Iré -dijo; golpeó la mesa con la mano y se rió de su decisión-. Maldición, iré y lo veré todo.


– Me alegro, señor, pero dudo de que lo vea todo. -También Nathanial Beauchamp estaba eufórico-. Hay tanta tierra que un hombre no podría re correrla en un año. Me han hablado de praderas como el mar donde si un hombre no marca su camino se pierde, porque no puede ver otra cosa que hierba. En el oeste hay un río tan ancho que es difícil ver la otra orilla y animales como no se conocen en otras partes del mundo. Existe un extraño ciervo, más alto que un caballo y con astas como enormes palas. Le digo, señor, que en esa tierra hay maravillas que no se pueden describir.


– Su entusiasmo es sorprendente, capitán -dijo? Trahern-. Yo creía que la mayoría de los coloniales eran unos quejosos desconformes.


– No conozco otra tierra tan bella, señor, ni que tenga tantas promesas -repuso Nathanial, seriamente, y un poco embarazado por su propio entusiasmo.


Los dos hicieron una pausa cuando oyeron que se cerraba la puerta principal de la mansión. Unas pisadas se acercaban al comedor por el piso de mármol. El sonido -se detuvo en la puerta del comedor y Trahern se volvió en su silla. Ruark estaba con una mano apoyada en el marco, sorprendido por encontrar ocupado al hacendado. Murmuró una disculpa y medio se volvió para retirarse.


– No, John Ruark. Entre, muchacho -dijo Trahern y miró al capitán Beauchamp-. He aquí un hombre al que tiene que conocer. Un colonial como usted, señor. Se ha hecho sumamente valioso aquí.


Cuando Ruark se acercó a la mesa, Trahern los presentó. Se estrecharon rápidamente la mano. El capitán, con una sonrisa torcida, miró fijamente los calzones cortos que llevaba Ruark.


– Se ha adaptado muy bien al clima de aquí, señor. En ocasiones, yo también he acariciado la idea pero temo que mi esposa se sentiría muy disgustada al verme paseándome como un salvaje semidesnudo.


La barriga de Trahem se sacudió de risa contenida mientras Ruark se sentaba y lanzaba una mirada dubitativa al capitán.


– Es cierto que el señor Ruark ha trastornado a unas cuantas damas con su atuendo. Todavía hay que ver si ha sido por desagrado o aprobación. Cuando yo vea a cuáles de las jóvenes doncellas empieza a hinchársele la barriga, quizá tenga la respuesta.


Bajo la divertida mirada de Nathanial, Ruark se agitó incómodo en su silla. Aceptó prestamente una humeante taza de café que le ofreció Milán y prestó atención cuando el sirviente le llenó el plato. Mientras el hombre de color buscaba un bol de barro, Ruark cambió de tema y se dirigió a Trahern


– Vengo por los bocetos del aserradero si es que ha terminado de estudiarlos, señor. Queremos empezar a poner las primeras piedras esta tarde. La destilería estará terminada antes de fin de mes y no veo razón para demoramos.


– Muy bien -declaró Trahern-. Haré que un muchacho los traiga de mi estudio mientras usted come.


La conversación pasó a una cantidad de temas y el asunto de las colonias surgió otra vez. A las preguntas del hacendado, Ruark respondió en forma muy semejante a la del capitán. Cuando terminaron el desayuno, Nathanial se limpió la boca con una servilleta y se volvió hacia Trahern.


– Cuando vaya a las colonias, señor, le será conveniente tener con usted a alguien que conozca el país, como este hombre. Mi esposa y yo tenemos una casa en Richmond, pero el hogar de mis padres, y estoy seguro de que querrán conocerlo, está a unos dos días de viaje de allí. Si piensa seriamente en viajar, yo podría llevar antes a mi esposa a la de mi gente y enviar de regreso los carruajes para que lo recojan a usted. Los cocheros conocen el camino, por supuesto, pero usted podría desear tener a su lado uno de sus hombres.


Ruark frunció ligeramente el entrecejo. Su único pensamiento era Shanna y la posibilidad de separarse de ella. La perspectiva de ir a las colonias y dejarla en la isla no lo atraía mucho.


– ¡Claro! ¡Claro! -admitió Trahern con entusiasmo-. Es una buena idea. Sin duda, el señor Ruark le agradará visitar su tierra natal.


Ruark luchó contra la sensación de malhumor que empezaba a crecer en su interior y no logró disimular del todo su consternación.


Nathanial Beauchamp no prestó atención a Ruark y rió con ganas.


– y debe traer a su encantadora hija -dijo-. Seguramente con quistará a todos los mozos solteros de allí y también a muchos casados. Para mis padres será un placer tenerlos a ustedes dos como huéspedes en su hogar y a cualquier otra persona que quieran llevar con ustedes. Ciertamente, le pido que invite a quienes desee y que se quede el tiempo suficiente para satisfacer su curiosidad acerca del lugar.


– Octubre, quizá -pensó Trahern en alta voz-. Sería por esa fecha, después de las cosechas en las colonias, a fin de que yo pueda ver los productos que tienen disponibles. -Se incorporó de su silla y estrechó la mano de Nathanial, quien también se puso de pie-. Convenido. Allí iremos.


Cuando Trahern y el capitán cruzaron el vestíbulo y, salieron de la casa, Shanna se ocultó en la escalera y aguardó hasta que Jasón cerró la puerta tras ellos y regresó a los fondos de la casa. Entonces bajó corriendo la escalera con la esperanza de alcanzar a Ruark antes que se marchara. Su preocupación eran tanto la modestia como el secreto porque había despertado al oír que su padre hacía una pregunta a John

Ruark desde el hall de entrada, y en su prisa sólo se había puesto una delgada bata sobre su brevísimo camisón. Buscó esta oportunidad de hablar con Ruark y 1o encontró de espaldas a ella, silbando suavemente mientras reunía en una pila los dibujos que estaban sobre la mesa.


Ruark enrolló prolijamente los bocetos, metió el rollo bajo el brazo y se dispuso a marcharse. Se detuvo abruptamente cuando vio a Shanna que cerraba la puerta tras de sí y lo miraba con una expresión de firme determinación.


– ¡Cielos! -exclamó Ruark-. Una auténtica ninfa brotada de las paredes para llamar mi atención en el comedor. Y casi desnuda, además.


Shanna bajó rápidamente los ojos y se ruborizó cuando vio lo precario de su vestimenta. En su prisa por alcanzar a Ruark había dejado su bata abierta y la transparencia del camisón de batista no dejaba nada por adivinar. Sin embargo, él había visto más que esto y, ciertamente, había más que visto lo que ella exhibía, de modo que Shanna no sintió más que un fugaz embarazo ante la atenta mirada de Ruark.


– Bien, Ruark, te has vuelto mezquino con tu presencia. Anoche sentí tu ausencia.


Mientras hablaba, Shanna se acercó cautamente a él, como una gata hambrienta que acecha a un ánade grande y ve la deseada comida pero es consciente del peligro que representa acercarse demasiado.


Ruark sonrió perezosamente, con los ojos resplandecientes mientras contemplaba la abundante belleza y admiraba las curvas de los pechos debajo de la delgada prenda.


– Sólo por exigencias de mi trabajo, Shanna. El trapiche está casi terminado. Por más que deseaba estar cerca de ti, mi presencia era necesaria.


– Por supuesto. -Shanna lo miró con expresión de abierta sospecha-. Vi la nota que enviaste a mi padre. Una coincidencia muy conveniente, si es que hay algo entre tú y ese otro Beauchamp.


– ¿Cómo? -Ruark enarcó las cejas en expresión de interrogación.


– O quizá haya demasiado poco entre ustedes dos. -Shanna ladeó levemente la cabeza y lo miró-. ¿Soy en verdad la señora Beauchamp? ¿O fue sólo una elección que en su momento te convenía?


Ruark se alzó despreocupadamente de hombros.

– No hay forma de probártelo, Shanna, ¿pero el magistrado no habría verificado ese apellido? Y por supuesto, tú preguntaste mi nombre al buen señor Hicks antes de verme, de modo que yo no pude haber elegido entonces mi apellido. Considérate la señora Beauchamp, pero si no puedes aceptar eso como la verdad, entonces hazte llamar señora Ruark, o como más te plazca. Pero juro…


– ¡Basta! -Shanna levantó una mano-. No jures. No hagas más juramentos ni pactos conmigo. El último que hicimos juntos ya me ha costado mucho.


Ruark la estudió atentamente.


– Últimamente te has mostrado bastante distante, Shanna. ¿Quizá hay algo que quieres decirme?


El dejó flotando la pregunta pero bajó la vista hacia el vientre suave y plano debajo de la ligera prenda.


Shanna captó el significado.


– No te preocupes -dijo en tono levemente burlón-. No llevo un hijo tuyo en mi vientre. ¿Pero qué respondes a mi otra pregunta? ¿Has conocido a este capitán Beauchamp?


– Sí, amor. -Ruark sonrió-. Esta misma mañana hemos desayunado juntos.


– ¿Y dices que no son parientes? -Casi contuvo el aliento aguardando la respuesta. Ruark la miró tan fijamente como ella a él.


– Shanna, si lo fuéramos, ¿podrías darme una razón para que yo esté todavía aquí?


La curiosidad de Shanna transfórmese lentamente en perplejidad. Por fin bajó la vista y se volvió.


– No -dijo en voz baja-. Eso me confunde. Y por supuesto, tú te marcharías de aquí y serías libre… si pudieras.


Ruark se acercó y deslizó un brazo debajo de los pechos de ella Shanna no se resistió ni se apartó sino que emitió un suspiro trémulo.


– No me toques así, Ruark. No volveré a correr el riesgo porque nos traería problemas.


El le rozó la oreja con los labios y murmuró: -Entonces te dejaré, ninfa doncella, y me marcharé… por un precio.


Shanna se volvió entre los brazos de él y lo miró a la cara.


– Sólo un beso -pidió Ruark-. Un instante fugaz de tu tiempo. Un pequeño soborno. Una golosina dulce, pequeña, para saborear durante todo el día.


Shanna consideró el precio pequeño como una forma fácil de deshacerse de él. Se elevó en puntas de pie y le rozó ligeramente la boca con los labios, y se hubiera apartado pero él la retuvo firmemente.


Ruark suspiró, como si se sintiera decepcionado.


– Shanna, ni con la imaginación más miserable podría decirse que eso ha sido un beso. -La miró a los ojos, sonrió y dijo-: Veo que has vuelto a tus antiguos hábitos.


Shanna había jugado en muchas ocasiones á ser coqueta y la irritó que él la acusara de fría o ingenua. Por eso levantó los brazos que puso alrededor del cuello de Ruark y empezó a mover lentamente su cuerpo en una forma seductora, rozándole las piernas con sus muslos desnudos y acariciándole el pecho con sus pechos apenas cubiertos. Había aprendido mucho de él y ahora usó esos conocimientos en una forma sumamente provocativa y le dio un beso que hubiera podido incendiar a toda la Selva Negra. Bastó para que los miembros de Ruark perdieran toda su fuerza. Sin embargo, no todo fue unilateral, como Shanna había pensado, porque ella resultó víctima del ardiente beso como él. Era un néctar fuerte, embriagante, que una vez probado exigía que se repitiera. Cuando ella por fin apartó sus labios, no se separó de él sino que trató de calmar sus miembros temblorosos. Permanecieron así, cada uno disfrutando de la proximidad del otro.


– Ah, Shanna -dijo Ruark suavemente-. Un bocado de una comida tan rara, tan exquisita, es más una tortura que una delicia.


Shanna suspiró contra el cuello de él y le acarició con los dedos el pelo corto y rizado de la nuca.


– Entonces, pediste una tortura y una vez más el pacto ha sido cumplido. -Lo miró con ojos brillantes-. Pero como fue mi voluntad, te daré tres veces el precio que necesitas para no poner en peligro mi honestidad.


Volvió a besarlo con los labios entreabiertos. Debajo de la flotante bata, los brazos de Ruark se apretaron alrededor de ella.


– ¡Hum! -El sonido les produjo un gran sobresalto a los dos.


Shanna se apartó de Ruark. Su primera reacción fue de cólera por la brusca interrupción. Al momento siguiente sintió en su, estómago un helado nudo de temor. Lo que tanto había temido por fin había sucedido. Los habían descubierto. Cuando vio al capitán Beauchamp, el nudo frío creció y la fue llenando hasta hacerla temblar. Hubiera deseado estar cubierta con algo más substancial. Apretó alrededor de su cuerpo la delgada bata, agudamente consciente de su semidesnudez. Su mente se lanzó confusamente en busca de una excusa.


Pasó un momento fugaz antes que Nathanial hablara.


– Perdón, señor Ruark… señora Beauchamp. -Acentuó extrañamente los nombres-. Olvidé mi pipa y mi tabaquera.


Sin aguardar el asentimiento de ellos, cruzó la habitación hasta la silla que había ocupado, tomó los objetos mencionados de la mesa y después se detuvo nuevamente en la puerta. Su sonrisa tenía una cualidad extraña y sus ojos se posaron por turno en Shanna y en Ruark Se llevó las puntas de los dedos a la frente en un brevísimo saludo.


– Buenos días, señor Ruark -dijo, y con una rápida inclinación de cabeza hacia ella, agregó-: Buenos días, señora Beauchamp.


Sin más palabras se volvió y cerró suavemente la puerta tras de sí. Pasó un momento antes que Shanna recobrara el habla, y cuando habló fue como si estuviera segura de sus palabras.


– Se lo dirá a mi padre. Sé que lo hará. -Miró fijamente a Ruark con la desesperación marcada en su rostro pálido-. Esto ha terminado. Todos mis planes… para nada.


Una expresión de preocupación cruzó el rostro de Ruark pero trató de calmar la aflicción de Shanna.


– A mí me parece un tipo bastante bueno, Shanna, no de la clase de andar con murmuraciones. Pero hoy tengo cosas que hacer en el muelle. Me mantendré cerca y si se presentara la ocasión hablaré con él y trataré de explicarle… algo. -Se alzó de hombros-. No sé qué.


– ¿Lo harás? ¿De veras lo harás, Ruark? -Shanna pareció tranquilizarse un poco-. Quizá él comprenda si tú se lo explicas claramente.


– Trataré, Shanna. -Le tomó las manos trémulas y le besó los dedos-. Si todo sale mal, por lo menos trataré de enviarte un mensaje de advertencia.


– Gracias, Ruark -susurró ella agradecida-. Estaré aguardando.

Ruark se marchó y Shanna se dirigió lentamente a sus habitaciones.

Pasó el resto del día en nerviosa espera. A cada momento esperaba que llegara su padre golpeando las puertas y llamándola a gritos, o un mensajero de Ruark avisándole que tendría que huir, o el mismo Ruark para decirle que todo estaba bien, o todos ellos, incluido el capitán, para acusarla y descubrirlo todo.

Su imaginación trabajaba desenfrenadamente y ella ni siquiera pudo quedarse quieta el tiempo suficiente para que le peinaran el cabello. Hergus, con paciencia desusada, debió aguardar tres veces que su ama; se sentara antes de poder terminar la tarea.


Horas después Ruark regresó con Trahern pero su única señal fue un encogimiento de hombros cuando pasó junto a ella en la puerta principal.


Sólo cuando él se marchaba ella logró hablar un momento.


– ¿Y bien? -preguntó, llena de ansiedad.


– El capitán -repuso Ruark- me aseguró que ningún caballero andaría llevando cuentos.


Con un enorme alivio, Shanna estaba ya en sus habitaciones y vestida para acostarse antes de percatarse de que Ruark, deliberadamente la había dejado que se consumiera de inquietud hasta el último momento.

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