CAPITULO DIECINUEVE

La habitación se convirtió en un mundo en sí misma, en un refugio contra el rugiente huracán que agitaba salvajemente los mares y lanzaba sus vientos contra los imprudentes edificios levantados por el insignificante ser humano. La marisma recibía la fuerza de las olas y protegía del agua la humilde duna de arena. La posada, agazapada detrás de la cresta de la colina, con sus sólidas paredes y sus pesadas tejas, protegía a los que estaban en su interior.


La puerta de roble protegía adicionalmente a Ruark y Shanna de las bestias ebrias y glotonas de abajo. Varias veces durante la tarde, los piratas subieron la escalera y golpearon con los puños la puerta de la habitación, para pedir a Ruark que llevara a Shanna para bailar o algo mejor para pasar las horas. Fueron solamente las amenazas de sus balas de plomo y de su acero filoso las que contuvieron a los más audaces. Ellos se retiraron murmurando maldiciones pero se fueron porque ninguno se sentía con valor suficiente para enfrentarse con Ruark.


Pasaron las horas y llegó la oscuridad. Empero, los postigos gemían y vibraban con la violencia de la tormenta. Shanna agradecía el ruido y la furia de la tempestad, porque con su violencia parecía protegerlos, y ella sentía que la presencia de Ruark era el factor que había buscado durante toda su vida. El estaba siempre cerca. Si ella se volvía de pronto, él la miraba y le sonreía. Si se dormía un momento y despertaba, ella se tranquilizaba oyendo los sonidos que él hacía cuando movía o estudiaba sus cartas de navegación. Aunque la tormenta amenazara con arrojados al mar,.ella ya no la temía y pensaba que nunca más volverían a aterrorizarla los truenos y relámpagos.


Sin embargo, se sintió aliviada cuando Gaitlier llamó a la puerta. El hombrecillo empujó con el pie un gran saco, y cuando hubo dejado sobre la mesa la bandeja de la cena y cerrado cuidadosamente la puerta, abrió el saco para mostrar, con orgullo, una escala de cuerdas. Les serviría para escapar. Antes de retirarse, se detuvo junto a la puerta y agitó 1a, cabeza con cierta preocupación.


– Dora ha tenido que ocultarse en la despensa -dijo- para escapar a las atenciones de Harripen y los demás, Carmelita les ha servido comida y bebida y mucho más, pero ellos se cansan de ella y buscan nuevas diversiones.


La noche se puso oscura. El barullo que llegaba de abajo había disminuido y sólo se oían sonidos ocasionales. Pasaban las horas y Ruark se inquietaba. Caminaba por la habitación, revisaba sus pistolas y probaba el filo de su sable.


Se produjo un cambio sutil en la tormenta. El viento ya no aullaba con tanta fuerza y la lluvia había disminuido. No bien Shanna y Ruark se percataron de esto, llamaron suavemente a la puerta y Ruark dejó entrar al sonriente Gaitlier.


– Nos. desquitaremos de estos individuos -dijo el hombrecillo frotándose las manos con expresión de regocijo-. Dos o tres disparos como venganza ¿eh?


Ruark no se unió a la ansiedad del hombre y arrugó la frente.


– Me temo que tendremos que renunciar a nuestro viaje, por lo menos por esta noche -declaró solemnemente, y el rostro del sirviente, súbitamente adquirió una expresión consternada-. Los piratas parecen inquietos y sospecho que nos preparan una traición. -Se acercó a 1a puerta y escuchó un momento-. Están demasiado silenciosos para mi gusto.


Gaitlier sonrió aliviado y sus ojos brillaron detrás de los pequeños cristales.


– Es solo que todos están borrachos -dijo-. Carmelita se canso de sus juegos y les sirvió solamente fuerte ron negro. Pasarán unas horas antes de que se recuperen.


Ruark observó al hombre un momento. Abrió la puerta y fue hasta la escalera para cerciorarse. El salón estaba en tinieblas, iluminado apenas por unos pocos cabos de vela, aunque alcanzó a distinguir una docena de formas oscuras que parecían dormir en diversas posiciones. Madre estaba echado sobre su barriga, sobre la mesa, cuan largo era, y roncaba con fuerza, con un rugido grave y un silbido agudo.

Satisfecho, Ruark regresó, atrancó la puerta y después puso ella un pesado cofre con guarniciones de hierro. A una seña de Ruark, Gaitlier empezó a asegurar la escala a la balconada de hierro ventana. Ruark se quitó toda la ropa con excepción de los calzones. Después de revisar nuevamente sus pistolas, las dejó amartilladas sobre la mesa, donde estarían a mano por si Shanna llegaba a necesitarlas. Gaitlier también se quitó la ropa y aseguró un pesado machete en su cinturón.


Ruark se calzó su sable y los dos frotaron sus cuerpos con hollín de la lámpara. Cuando Shanna estaba cepillándose el cabello frente a un espejo, Ruark se acercó por detrás y le manchó la cara con la substancia negra y grasienta. Ella se vo1vio riendo, y con entusiasmo le ayudo a extender el hollín sobre su pecho y sus brazos.


Las velas fueron apagadas, excepto una dentro de una linterna sorda que dejaron sobre la mesa. Ruark besó a Shanna en los labios, cerró la tapa de la linterna y la habitación quedó a oscuras. Shanna sintió que él le estrechaba la mano y después oyó que la escala descendía. Aguardó hasta que estuvo segura de que se habían marchado y entonces recogió la escala, tal como le había indicado Ruark, y cerró los postigos antes de abrir la linterna.


Ahora era solamente cuestión de esperar. Ruark había tratado de informarla de sus planes, pero ella, ansiosa por la seguridad de él, no le prestó, mucha atención y sólo recordaba que tenían algo que ver con el depósito de pólvora de los piratas y amontonar ramas menudas en la barranca.


Sin pensado, Shanna imitó los gestos de Ruark cuando revisó las pistolas, vio que estuvieran debidamente cargadas y amartilladas y las dejó otra vez sobre la mesa; probó el filo de la pequeña daga y la deslizó debajo de su cinturón. Empezó a pasearse inquieta por la habitación., De tanto en tanto, miraba el reloj de arena.


Una ráfaga agitó los postigos y la hizo saltar. Grandes gotas de lluvia empezaron a caer nuevamente y el viento a gemir. Otra vez miró el reloj y vio que en la mitad superior quedaba solamente una pequeña cantidad de arena. ¡Ha pasado casi una hora! -pensó-. ¿Les habrá sucedido algo malo?


Se volvió para voltear el reloj pero súbitamente quedó inmóvil] pues por encima del ruido de la lluvia creyó oír un pequeño sonido; prestó atención y otro guijarro golpeó contra los postigos.


Shanna ahogó un grito de alegría, corrió hacia la ventana y súbitamente recordó que había olvidado cerrar, la linterna. Lo hizo rápidamente, volvió a la ventana, la abrió y dejó caer la escala. No podía ver hacia abajo y por precaución retrocedió en las sombras y apuntó con una pistola hacia la ventana, hasta que reconoció la cabeza oscura y los anchos hombros de Ruark. El entró de un salto y se volvió para ayudar a subir a Gaitlier.


Shanna y Ruark se abrazaron. El sintió que ella temblaba, le levantó el mentón y la besó, indiferente a la presencia de Gaitlier, quien recogió la escalera, cerró los postigos y abrió cautelosamente la linterna.


Cuando Shanna y Ruark se separaron, Gaitlier tendió a Ruark una toalla y empezó él mismo a secarse. En esos momentos la tormenta recuperó toda su furia, pero a Shanna ya no le importó. Se acurrucó en una silla mientras los hombres se inclinaban sobre los mapas y hablaban en voz baja.


Cuando terminó la conversación, Gaitlier se vistió, murmuró un último buenas noches y se marchó. Ruark atrancó la puerta y Shanna se puso de pie y fue hasta la cama. Se llevó los dedos a su cinturón; súbitamente, hubo manos dispuestas a ayudarla. Cuando a la falda y la blusa, en el suelo, se les unió la camisa, Shanna se volvió entre los brazo de Ruark y buscó con febril abandono los labios de él.


Llegó la mañana. Shanna sintió que Ruark abandonaba la cama. Lo escuchó moverse mientras se vestía. Abrió los ojos y miró las paredes donde la sombra de él se proyectaba distorsionada por la brillante luz del sol que entraba por la ventana. La habitación estaba silenciosa como no lo estaba hacía varios días. No silbaba el viento. No rugía la tormenta. Rodó de espaldas y vio el cielo azul más allá de los postigos abiertos. Una nube ocasional manchaba de tanto en tanto la bóveda azul y ponía una pincelada de blanco sucio en la cristalina transparencia de la atmósfera.


Ruark se acercó a la cama, completamente vestido con su indumentaria de pirata. Dejó dos armas sobre la mesilla de noche: un pequeño fusil de chispa y una pistola enorme.

– Gaitlier se los quitó a los piratas mientras dormían. Están cargadas, amartilladas y listas para disparar -dijo él cuidadosamente-. Tengo que ir a poner las mechas a fin de que todo esté preparado para esta noche. -Arrugó el frente, preocupado. No le gustaba la idea de dejar a Shanna, pero Gaitlier no estaba familiarizado con la naturaleza de la pólvora.


Durante la tormenta, él y Gaitlier habían preparado un artificio que, esperaban, distraería a los piratas y les permitiría a ellos escapar. Lo único que restaba por hacer era colocar la mecha aceitada y la pólvora debajo de los arbustos en la barranca de la colina que se elevaba sobre el blocao usado como polvorín. Los arbustos y la leña menuda estaban sostenidos por palos delgados. Si la idea resultaba, la pólvora incendiaría todo el conjunto, el cual, ayudado por unos troncos pesados colocados encima, rodaría por la pendiente cuando se encendiera la carga y provocaría una alarma general. Ruark no podía realizar una prueba sino que debía limitarse a confiar en su plan.


– Gaitlier está vigilando la puerta -continuó él-_ y los piratas todavía duermen abajo. Tengo que marcharme por unos momentos debo hacerlo mientras sea posible.


Se inclinó sobre ella y la besó con ardor. Le estrechó tiernamente, la mano y se irguió. Con una mirada por encima de su hombro, salió por la ventana. Miró hacia el muelle. La goleta seguía en la bahía pero el Good Hound estaba mejor ubicado para sus propósitos. Ruark rodeó rápidamente la parte trasera del edificio. En su prisa, no vio a la figura solitaria que se ocultaba en las sombras del portal posterior. Pasó un largo momento. Ruark se alejó y la silueta salió a la luz del sol y se convirtió en un hombre. Los ojos enrojecidos y acuosos parpadearon.


– ¡Que me condenen! -murmuró el pirata-. El halcón ha volado de su nido y la avecilla está sola, para que cualquiera la tome.


Shanna se acurrucó en un ángulo de la cama y escuchó las voces apagadas en el pasillo. Unos momentos antes Gaitlier había susurrado, a través de la puerta, que había oído que los piratas pensaban invadir la habitación y apoderarse de ella. Uno de ellos había visto a Ruark cuando se alejaba sigilosamente. Ella envió al sirviente a buscar a Ruark a toda prisa, pues Gaitlier no hubiera podido, con su magro cuerpo, detener mucho tiempo a los piratas. Vio que la barra de la puerta y el pesado baúl que Ruark había acercado a la, misma resistirían unos minutos, y se preparó para el ataque. La pistola y su daga quedaron debajo de la almohada y el fusil de chispa lo tomó en sus manos y apoyó el caño sobre la cama.


Un golpe y un crujido, en la puerta, como si alguien hubiera apoyado un hombro en la madera. Poco después, quien estaba afuera empezó a golpear con los puños.


– ¿Quién es? -preguntó Shanna, haciendo que su voz sonara como si ella acabara de despertarse.


– El capitán Harripen, señora. Le ruego que abra la puerta. Tengo que discutir algo con usted.


Shanna no le creyó.


– El día que haga frío en el infierno -dijo.


Otro golpe hizo estremecer la puerta, y otros más. La madera empezó a astillarse en los goznes. La barra saltó.


Con manos temblorosas, Shanna levantó el fusil de chispa y apuntó a la puerta. Cerró los ojos y disparó.

El estampido la ensordeció momentáneamente.


Aunque uno de los piratas fue arrojado hacia atrás contra la pared del pasillo, los otros cargaron todos al mismo tiempo: el mulato, Harripen y el holandés, y otros dos.


Shanna arrojó el arma inútil y antes de que pudiera empuñar la pistola, ellos se abalanzaron. Ella gritó furiosa y luchó frenéticamente a puntapiés, arañazos y mordiscos, pero no pudo contra los cinco que se le arrojaron encima.


El holandés le aferró por los cabellos. Unas manos la tomaron de las piernas. Harripen le tapó la boca con una toalla y se inclinó sobre ella.

– Hemos venido por lo que nos toca, muchacha. Echamos suertes para ver quién de nosotros te tendrá primero y esta vez no está aquí el señor Ruark para salvarte. Nos hemos ocupado de eso.


Los ojos de Shanna se dilataron de horror. Su mente enloquecía de miedo. ¿Habían matado a Ruark? Se retorció frenéticamente para escapar a las rudas caricias del pirata.


– ¡Sujétenla! -gritó un hombre joven cuando la rodilla de Shanna lo golpeó en la entrepierna. Se retiró a un costado de la cama donde había tratado de montarla y miró furioso a sus compañeros-. Ella no es mas que una muchachita y ustedes no pueden tenerla quieta.


– ¡Al demonio, muchacho! Hazte a un lado y deja que un hombre de verdad te enseñe cómo se hace -dijo Harripen.


– ¡Maldición si te dejaré! -replicó el joven ¡Sujétenla!


Las manos de los piratas lastimaron las muñecas y tobillos de Shanna. Los bandidos se inclinaron sobre ella y el fétido olor que despedían casi la hizo vomitar de asco. El mulato se apartó de la pelea y se quedo junto a la puerta, mientras que el joven, que se había jactado durante la noche de sus hazañas con mujeres, empezó a desabrocharse la ropa mientras reía y fanfarroneaba.


– No se moleste peleando, señora mía. Yo la haré olvidar a ese siervo bastardo.


– ¡Date prisa! -gritó Harripen-. O haré que seas el último. Hace tiempo que estoy caliente con esta hembra.


El holandés rió.


– Mala suerte, Harripen, si te tocó ser el último.


Shanna gritó debajo de la toalla mientras el joven extendía la mano hacia su blusa. Aunque trató de escapar, los otros tres la sujetaron y ella no podía moverse. El ruido de tela desgarrada pareció llegarle al alma y Sintióse llena de un horror espantoso. Nuevamente trato de gritar cuando los dedos del joven empezaron a tironear de su camisa y a levantarle las faldas.


Súbitamente, el joven sintió como si una mano gigantesca lo levantara y arrojara fuera de la cama. Antes de que tocara el suelo, la habitación resonó con el estampido ensordecedor de un disparo y todos los ojos fueron hacia Ruark, quien trasponía la puerta, empuñando una pistola mientras arrojaba la otra para poder empuñar su sable. Era evidente que Gaitlier lo había encontrado justo a tiempo. Pero ahora el mulato salió de atrás de la puerta y golpeó a Ruark en el hombro con una pesada cabilla. Ruark cayó, hacia adelante y la pistola voló de su mano. Ruark rodó, medio aturdido, y trató de empuñar su sable, pero los cuatro capitanes se le arrojaron encima. Fue una lucha salvaje, Ruark trató de ponerse de pie pero fue inmovilizado contra la pared. Harripen se apartó y sacó su machete. Levantó la hoja para dar el golpe.


Un gemido horrible escapó de los labios de Harripen y el acero cayó de sus manos. Horrorizado, miró su hombro, donde asomaba el puño de una pequeña daga de plata. Alzó la vista y se encontró mirando la boca amenazante de la pistola que empuñaba Shanna.


– ¡Atrás! -ordenó ella.


Harripen retrocedió y se sentó en un gran arcón. Ahora la pistola apuntó al enorme mulato. Al ver la seguridad de ella, el hombre retrocedió cautamente. Ruark lanzó un puñetazo en el blando vientre del holandés y levantó su pistola cargada antes de desenvainar su largo sable sediento de sangre. Se ubicó al lado de Shanna y su fría mirada recorrió lentamente a los piratas.


– Parece que ustedes no siguen sus propias leyes -dijo- pero si quieren probarme, los complaceré con gusto.


Levantó interrogativamente el sable amenazando a Harripen. El inglés se alzó de hombros y, habiendo arrancado la pequeña daga de su brazo, la arrojó a los pies de Ruark.


– Estoy herido -gruñó, y permaneció sentado.


El sable apuntó al holandés, quien todavía se sostenía la barriga con ambas manos. El hombre sacudió la cabeza con tanta energía que sus mofletes temblaron. El mulato arrugó la frente y hubiera aceptado el desafío, pero vio la pequeña pistola con la cual Shanna seguía apuntándole y retrocedió lentamente hacia la puerta. Los otros se apresuraron a seguirlo, pero una vez que salieron, un silencio mortal cayó sobre la posada.


Ruark se acercó a la puerta y disparó la pistola. Oyó que el proyectil silbaba y rebotaba en las paredes del pasillo. Rió satisfecho cuando el lugar se llenó con el ruido de pisadas apresuradas.


– Con esta muchacha -gritó- han perdido más que cualquier otro tesoro que hayan buscado jamás. Corran, mis buenos amigos. Huyan de ella.


Ruark se volvió hacia Shanna y la miró.


– He soportado cosas peores que ellos -dijo ella-. ¿Pero ahora, mi capitán pirata Ruark, que haremos?


Ruark envainó su acero y observó los daños mientras cargaba sus pistolas. El pirata joven estaba tendido de espaldas, con los ojos hacia arriba; la puerta estaba destrozada y ya no brindaba protección. Otro pirata era un montón informe en el pasillo. -Debemos marchamos -afirmó- antes de que se recuperen y junten nuevamente coraje bebiendo.


Ya estaban terminados los preparativos. Ruark sacó del arcón la escala de cuerdas y la aseguró en la ventana con nudos que podrían desatarse desde abajo. Shanna tomó los atados de ropa que Gaitlier había sacado del fondo del armario.


Ruark miró hacia el patio antes de arrojar los líos de ropa. Indicio a Shanna que saliera por la ventana. Mientras ella bajaba, él saltó sobre el antepecho y cerró los postigos tras de sí. Era un pequeño engaño pero haría que los piratas registraran el resto de la posada antes de empezar a perseguirlos. Shanna tomó los líos y, como le dijo Ruark, fue hacia la parte posterior de la posada y el borde del pantano. Ruark tiró de la cuerda y la escala cayó a sus pies. Dejó que la escala fuera arrastrando se tras de él para borrar las pisadas y siguió a Shanna. Cuando estuvieron entre los densos arbustos, ocultó la escala y se unió a Shanna. Tomó 1os bultos de ropa. Aferró una mano de Shanna y la condujo rápidamente colina abajo hasta que estuvieron con el agua cubierta de lodo hasta 1os tobillos. Del pantano elevaba se un olor fétido y Shanna, quien seguía Ruark, sintióse al borde de la sofocación.


Se oían ruidos extraños, graznidos y gruñidos a medida que las criaturas de esta ciénaga oscura huían de los intrusos que invadían sus dominios. Shanna respiraba con dificultad.


Por fin Ruark se detuvo y la subió sobre un tronco retorcido de enorme ciprés. El se ubicó a su lado y ambos descansaron apoyados en el árbol que se elevaba como un alto contrafuerte.


Momentos más tarde oyeron gritos en la cima de la colina y aguardaron en silencio. El ruido de la persecución desapareció gradualmente cuando los piratas comprendieron que sería inútil buscarlos en el pantano.


Ruark abrió uno de los líos, sacó una calabaza llena de agua, 1a abrió y se la tendió a Shanna. Ella bebió un gran sorbo y se ahogó cuando descubrió que estaba mezclada con ron bebió más lentamente. La bebida calmó el ardor de su garganta y contribuyó a darle tranquilidad. Él le dio un trozo de carne seca, dura y correosa, pero en este momento, tan apetitosa como cualquier cosa que ella hubiera probado. Shanna mordió otro pedazo y Ruark, saciada su sed, la imitó.


– Gaitlier y la muchacha estarán aguardándonos -dijo él-. Nuestros buenos amigos no son muy pacientes y saben que a la larga tendremos que salir del pantano, pero esperarán que 1o hagamos mañana por 1a mañana, o más tarde. Ahora estarán lamiéndose sus heridas y bebiendo, para darse ánimos. Nos cambiaremos de ropa en terreno seco. -Levanto el otro lío-. No estarán alertados acerca de dos marineros comunes. ¿Ya has descansado 1o suficiente para seguir?


Shanna asintió. Ruark se metió nuevamente en el agua, se echó los líos al hombro y ayudó a, Shanna a bajar. Ahora avanzaron más lentamente, porque cualquier ruido podría delatados.


En una parte más alta encontraron un pequeño claro donde se quitaron la ropa. Las prendas que había encontrado Gaitlier eran camisetas rayadas de marinero, calzones hasta las rodillas, sombreros alados y sandalias. El problema de Shanna se hizo evidente en seguida, porque aun con la suelta camisa de marinero y los calzones cortos de su traje, era indudablemente una mujer.


Ruark sonrió y le indicó que volviera a quitarse la camisa. Desgarró la tela en la que había estado envuelto el lío en tiras anchas y vendó el pecho de ella hasta que quedó lo más plano posible. Metió más tela dentro de los calzones para disimular la curva de las caderas, hasta que ella se pareció más a un marinero, aunque un poco regordete.


Shanna metió su cabello dentro de su sombrero y bajó las alas para ocultar su rostro. Ruark añadió un pañuelo de colores para ocultar las líneas delicadas del cuello y retrocedió un paso para contemplar el resultado de sus esfuerzos.


– Inclina los hombros un poco -dijo él-. Ahora camina. -Soltó un gruñido-. Hum, nunca ningún marinero caminó así


Shanna lo miró, dejó caer más un hombro y torció un pie, como si fuera patizamba.


Ruark sonrió.


– Ajá, pirata Beauchamp. Nadie podría ahora adivinar quién eres. -Gaitlier está esperando con la muchacha -le recordó Shanna, y le entregó el justillo que él había arrojado sobre un arbusto.


Ruark extendió el justillo y puso dentro de el la comida que había quedado, la daga de plata y la pistola pequeña. El resto de la ropa lo metió debajo de un arbusto. Aseguró sus pistolas debajo de su cinturón. Después tomó un poco de lodo y ensució con él los brazos y piernas de Shanna, para disimular aún más la gracia femenina de ellos. Como no quiso desprenderse de su sable, tomó un palo de la misma longitud, envolvió los dos objetos con tiras de tela y embadurnó el conjunto con barro. Quedó un bastón de extraño aspecto, pero cuando las pistolas hubieran sido disparadas, le quedaría un arma que podría serle muy útil.


Así, un marinero pequeño, sucio y patizambo empezó a caminar con otro, muy apuesto, pero que cojeaba y se apoyaba en un bastón retorcido. La extraña pareja pasó a lo largo de la colina, saludó con la cabeza a un anciano de gafas y finalmente se detuvo en un lugar cercano a la goleta. Se tendieron a la sombra de una palmera y pareció que se quedaron dormidos.


La isla estaba silenciosa bajo el intenso calor de la tarde.


En el muelle, un hombre de gafas permanecía cerca de una joven y si uno observaba con atención, parecía que el hombre miraba frecuente y nerviosamente hacia la cima de la colina, donde un ojo alerta hubiera descubierto un delgado hilo de humo que se elevaba hacia el cielo. Entonces se oyó una explosión sorda y el humo aumentó. Toda la ladera pareció estallar en llamas.


De la aldea se elevaron gritos cuando una enorme bola de fuego se separó del resto y rodó pesadamente hasta detenerse contra el costado del blocao lleno de pólvora. Toda la población de la isla corrió a apagar el incendio. Desde el arroyo cercano se formaron brigadas que se pasaban cubos de agua de mano en mano.


Nadie notó al hombre que ayudó a la muchacha a subir a un pequeño bote que estaba junto al muelle. Los dos empezaron a remar hacia la goleta. Cuando los guardias a bordo del Good Hound fueron al otro lado del barco donde se acercaba la pareja, los dos marineros dormidos bajo la palmera se pusieron de pie, arrojaron sus sombreros entre los arbustos, se quitaron las sandalias y echaron a correr hacia la playa.


Ruark había desenvuelto su sable y hecho una bandolera con la tela embarrada, de modo que ahora el arma iba a su espalda, con la empuñadura cerca de su cuello. Al ver que estaba solo, se volvió y comprobó exasperado que Shanna estaba sacando frenéticamente una larga tira de tela de abajo de su blusa.


– No puedo respirar -jadeó ella- y menos podré nadar con esto-.

Por fin Shanna se libró de la venda y aspiró profundamente.

Tomados de la mano, se metieron en el agua y se zambulleron simultáneamente. Nadaron rápidamente hasta que estuvieron cerca del barco. Entonces avanzaron con cuidado, haciendo el menor ruido posible. Junto al casco, Ruark se izó lentamente por las cadenas. Después tendió una mano y tomó a Shanna de una muñeca. Gradualmente la izó del agua. Ella encontró una saliente y se apoyó contra el casco.

Ruark trepó hasta que pudo mirar sobre la borda. Dos guardias se apoyaron en la borda opuesta y desoían a Gaitlier, quien insistía en qué se los necesitaba en tierra para combatir el fuego. Con cautela, Ruark se izó y puso silenciosamente los pies sobre la cubierta. Se acercó con sigilo. De repente, uno de los hombres sintió un hombro en su espalda. Gritó y cayó de cabeza al agua por el empellón. El otro se volvió sorprendido, recibió un puñetazo e inmediatamente se reunió con sus compañeros. Salió a la superficie escupiendo y jadeando y los dos empezaron a nadar hacia la costa con enérgicas brazadas.


Ruark aferró el cabo atado a la proa del bote y acercó la pequeña embarcación al costado del barco. Arrojó la escala de cuerdas. Shanna gritó y él se volvió. El enorme mulato, desnudo y con una pistola y un machete en sus manos, salía corriendo de la cabina del capitán. Levantó la pistola pero Ruark desenvainó su sable, pues sus propias pistolas estaban mojadas y eran inútiles. El pirata apuntó para disparar cuando una persona trató de salir por la puerta y lo empujo.


Se oyó la voz de Carmelita:


– Eh, qué demonios…


El disparo estalló pero el proyectil salió desviado. El mulato rugió de rabia y de un golpe envió a Carmelita al interior de la cabina. Después gritó y cargó con su machete.


Ruark sabía que el disparo debía de haber atraído la atención de todos los que estaban en tierra, de modo que no había tiempo de trenzarse en un duelo. Sacó una pistola mojada con su mano izquierda y la arrojó a la cara del mulato, dejándolo atontado. Levantó el sable y golpeó con toda su fuerza. El pirata apenas resistió el golpe, dio un paso atrás y dejó caer el machete. Inmediatamente se volvió, corrió hacia la borda y se arrojó al agua.


Ruark miró hacia la orilla. Los gritos de los dos marineros habían atraído a muchos otros al borde del agua. Algunos corrían hacia un cobertizo donde había, según sabía Ruark, cuatro canoas, bien protegidas y siempre preparadas y cargadas.


Un ruido a sus espaldas hizo que Ruark se volviera, listo para presentar batalla nuevamente, pero esta vez tratabas solamente de Carmelita, envuelta a medias en una sábana. Ella vio el machete sobre la cubierta y el sable amenazador e imaginó 1o peor.


– ¡Yo no le he hecho ningún daño! -imploró-. ¡No me mate! En seguida corrió hacia la borda y se arrojó al agua como los otros. Gaitlier había ayudado a Dora a subir a cubierta y se apresuró a obedecer la orden de Ruark:


– ¡Corte el cabo de proa!


Ruark mismo corrió a la popa, tomó un hacha y cortó el cable del ancla. El barco empezó a balancearse libremente.


Ruark miró hacia la aldea. Las troneras de la casamata de gruesos troncos estaban abiertas y con amenazante lentitud estaba apareciendo la boca de un cañón, Hubo un relámpago y una nube de humo ocultó la casamata. Segundos después, se elevó un géiser de agua a varios metros de la popa, donde cayó una bala. Un disparo de cálculo. Los otros llegarían más cerca. La marea estaba alejando al Good Hound, pero con demasiada lentitud. Ruark gritó:


– ¡Icen una vela! ¡Cualquier vela!


Gaitlier encontró el cabo apropiado y 1o soltó; Shanna y Dora se le unieron con todo su peso y lentamente la vela empezó a subir. La brisa infló la lona suavemente y el barco empezó a moverse.


Ruark tomó el timón a fin de poner proa hacia el mar y alejarse del puerto. Hubo otro relámpago y esta vez el géiser se elevó cerca de la popa, salpicando con agua a Ruark.

Los cañones estaban instalados con el propósito de cubrir el canal entre los arrecifes, por donde podía esperarse un ataque. Podían volar a cualquier barco en pedazos, pero dentro de la barrera de bancos de arena se podía llegar al borde de la marisma y allí, entre una delgada cubierta de follaje, entrar en -el canal si uno conocía la entrada y Gaitlier la conocía.


La primera vela estaba izada y Gaitlier aseguró el cabo mientras Shanna desataba el siguiente. Con este podrían llegar al cabrestante de cubierta y pronto estuvieron haciéndolo girar.


El cañón disparó nuevamente y esta vez Ruark se agachó cuando la barandilla del alcázar se deshizo en astillas y el enorme proyectil cayó al mar después de rozar el palo de mesana.


Ruark sintió el golpe en su muslo pero se acercó nuevamente a la rueda del timón, la aferró, y apoyándose en la bitácora, puso nuevamente la goleta en la dirección conveniente.


La segunda vela estaba izada y una tercera subía lentamente mientras la pequeña tripulación se esforzaba denodadamente en la cubierta principal. Un cañón hizo fuego nuevamente desde la costa; inmediatamente hubo otro disparo, pero ambos proyectiles cayeron a popa. Ahora estaban cruzando la línea de fuego y los cañones no podían hacerse girar con la rapidez necesaria para seguir a la goleta. Otro relámpago, y la bala cayó más lejos a popa.


Ruark verificó el curso y llevó al barco alrededor de una punta: a estribor. Miró hacia el muelle y vio que los piratas habían abandonado los cañones. Varios botes remaban hacia las otras goletas y que Con tres velas firmemente izadas en el Good Hound, Ruark hizo una seña a su tripulación y ellos interrumpieron su trabajo. Con Dora a, su lado, Gaitlier fue hasta, proa a fin de poder indicar el paso hacia el canal, y Shanna fue a popa para unirse a Ruark.


La goleta salió de la bahía y Ruark observó cautelosamente los bancos de arena que pasaban a su derecha mientras él llevaba el barco paralelamente a la costa. Una franja demasiado estrecha de agua, azul oscura se extendía, hacia delante y Ruark sabía que debía mantener el barco en el medio de ella hasta que Gaitlier le indicara que virase.


Cuando subía al alcázar, Shanna se detuvo súbitamente y Ruark la miró. Ella abrió la boca, horrorizada, y miró la pierna de él.


Siguiendo su mirada, Ruark bajó los ojos y no pudo evitar un estremecimiento porque, atravesando su muslo, asomando por ambos, lados, había clavada una astilla de madera de la barandilla. Tenía unos treinta centímetros de largo y alrededor de tres de ancho.


Shanna corrió a su lado y se inclinó para sacar la astilla, pero él se lo impidió.


– Ahora no -dijo él-. Hay poca sangre y no duele. Estoy bien. Debo conseguir ponemos a salvo antes de que tú me atiendas la herida.


En ese momento, Gaitlier levantó su brazo izquierdo y hacía señas de girar lentamente en esa dirección. Ruark giró la rueda del títn6n y el barco respondió suavemente. Se acercaron a la costa y Ruark se puso tenso, pues pareció que el barco encallaría sobre la marisma.


Gaitlier bajó su brazo y señaló directamente a la izquierda. Ruark giró la rueda y el barco viró. Las velas cayeron y en seguida se hincharon cuando la goleta recibió la brisa siguiente desde el otro lado. El barco entró en un estrecho canal. La vegetación casi rozaba ambos lados del casco.


Un disparo desde popa pasó silbando y Ruark se volvió y vio las velas de la balandra del mulato que se acercaban rápidamente con todo su velamen al viento. Con una tripulación completa, la balandra podría alcanzados en poco tiempo.


Ahora estaban a varios centenares de metros dentro del canal y cuando se volvió, Ruark quedó sorprendido. El capitán de la balandra había tratado de entrar en el canal a toda vela, pero al virar, el pequeño barco se había inclinado marcadamente con la fuerza del viento.

Su bauprés había quedado fuertemente enredado en el enmarañado follaje. Ahora giró lentamente en la entraña del canal, el cual quedó cerrado. Nada más grande que un bote de remos hubiera podido pasar, y transcurrirían horas antes de que pudieran cortar la maraña a fin de liberar al barco.


Sonó otra vez un cañonazo, pero como habían apuntado de prisa, el proyectil rompió algunas ramas bien lejos a babor. La goleta dobló en un recodo y el otro barco quedó oculto a la vista.


Ruark se concentró en guiar al barco por; el estrecho canal. El pantano se extendía varios kilómetros en profundidad y pasaría más de una hora antes de que salieran a aguas abiertas. Y hasta que estuvieran fuera del pantano, una equivocación podría hacerles encallar, como el otro barco. En ese caso les sería imposible zafarse, y si los piratas no los capturaban, sufrirían la muerte lenta del pantano.


Shanna encontró comida en la cabina del capitán, dio una porción a Gaitlier y Dora y llevó a Ruark un plato con pan moreno, carne y un gran trozo de queso. Lo colocó sobre la bitácora y mientras él se concentraba en guiar el barco ella lo alimentaba en la boca.


– Por lo menos no moriremos de hambre -dijo ella, tratando de reír, pero su expresión era de preocupación. Sus ojos descendieron hasta la pierna de él, donde la astilla asomaba ominosa mente.


– ¿Qué tienes en esa botella? -preguntó Ruark.


– Ron, creo -murmuró ella-. Estaba con el resto.


Ruark tomó la botella y bebió un gran sorbo. Instantáneamente sintió fuego en la garganta. Era ron puro, sin mezcla, negro como el pecado, sumamente potente.


– Agua -pidió él cuando pudo respirar otra vez.


Shanna le alcanzó una calabaza de los envoltorios que había traído Gaitlier. Ruark bebió a su placer y el fuego disminuyó hasta convertirse en una placentera tibieza en su barriga. El ron sirvió para calmar el dolor que había empezado a subir desde su muslo atravesado por la astilla.


Shanna dejó la bandeja a un lado y sacó de su cinturón un pequeño envoltorio. Lo abrió. Contenía una cajita de ungüento y vendas.


– Es todo lo que encontré en la cabina -dijo, y lo miró con expresión preocupada-. ¿Dejarás que te cure ahora?


Ruark miró su herida. En, sus pantalones se veía un pequeño anillo de sangre seca con un hilo delgado que caía hacia abajo. Negó con la cabeza. Mientras estuviera de pie y despierto, seguiría adelante.


– No, cariño, ahora no. No hasta que no hayamos salido de este pantano. -Sonrió para suavizar sus palabras-. Ya podrás atenderme con tranquilidad cuando estemos en mar abierto.


Shanna trató de ocultar su ansiedad; la idea de que él pudiera estar sufriendo la atormentaba terriblemente.


El sol había descendido en el cielo pero el calor no cedía. Las brisas disminuyeron hasta que el barco apenas se movía. Miríadas de insectos descendían para picarlos y torturarlos. El sudor corría por sus cuerpos, empapaba las ropas y se sumaba a las otras molestias.


Entonces, súbitamente, el cielo pareció más azul. Ruark miró a su alrededor. Los árboles eran más ralos, el canal más ancho y ya no había limo. Vio una blancura en el agua cuando el barco pasó sobre un banco. Un ligero roce en el casco, un sacudón del timón y quedaron libres, navegando en las aguas profundas y azules del Caribe. Mantuvieron el curso hasta que el pantano fue solamente una masa esfumada en el horizonte.


Entonces Ruark puso proa hacia el este para navegar siguiendo el borde sur de la cadena de islas. Cuando las dejara pondría proa al, norte y llegaría a Los Camellos en uno o dos días.


Gaitlier vino a popa y por fin todos los rostros se pusieron sonrientes y felices.

– ¿Creen que podrán izar la vela mayor? -preguntó Ruark-. Viajaríamos más rápidamente, pero es demasiado para esta tripulación.


Gaitlier estaba ansioso y llevó a Shanna a la cubierta principal. Momentos después hacían girar el cabrestante mientras la enorme vela mayor subía lentamente.


Subir para poner la gavia estaba fuera de sus posibilidades, de modo que Ruark puso el barco en el rumbo debido y Gaitlier ató la rueda del timón. Ruark rechazó la idea de ira la cabina del capitán, porque no estaba seguro de si iba a poder regresar. Shanna y Dora trajeron mantas para hacer una yacija y le prepararon un lugar junto a la batayola, mientras Ruark instruía cuidadosamente a Gaitlier sobre el rumbo a seguir, señalándoselo en la carta, y le indicaba cómo llegar a la isla de Trahern.


Esto fue lo más que Ruark pudo hacer. El sol estaba bajo en el cielo y en una hora más sería de noche. Ahora debía cuidar de sí mismo. Por fin cedió a los ruegos de Shanna y aceptó su asistencia. Se tendió sobre las mantas y todos se arrodillaron preocupados a su alrededor, indiferentes a lo que podía hacer el barco. Ruark tomó la botella de ron y vertió la fuerte bebida sobre su pierna. Después bebió un largo sorbo. Se metió en la boca un trozo de su camisa y mordió con fuerza, aferro con ambas manos la batayola e hizo a Gaitlier una señal con la cabeza. El hombre tomó suavemente un extremo de la astilla, pero agudas dagas de dolor se retorcieron dentro de la pierna de Ruark.,


– ¡Ahora! -gritó Gaitlier y tiró con fuerza.


Ruark oyó una exclamación de Shanna. Una blanca explosión de dolor se produjo en su cabeza, y cuando cedió, sólo hubo una misericordiosa oscuridad.


Le pareció que despertó poco tiempo después. Los colores dorados y rojos habían desaparecido en el cielo. Ruark sintió una tibieza contra su brazo derecho y giró la cabeza. Vio a Shanna acurrucada debajo de la manta que los cubría a ambos. Cuidadosamente la rodeó con un brazo. Ella suspiró y se acercó más.


Ruark alzó la vista hacia los altos mástiles y entonces comprendió. ¡Ya era de día!


Había dormido toda la noche. Se tocó cuidadosamente el vendaje del muslo. Movió los dedos de los pies para tranquilizarse. Todo parecía encontrarse bien, excepto un dolor sordo y persistente en la herida.


Shanna despertó y levantó la cara hacia él. Ruark la besó tiernamente.


– Me quedaría aquí para siempre si tú estuvieras conmigo -dijo él en el oído de ella.


– ¿Y Tu pierna? -preguntó Shanna ansiosamente- ¿Cómo la sientes?


Ruark miró hacia el lugar donde Gaitlier y Dora habían pasado la noche.


– Si no tuviésemos huéspedes a bordo -dijo- me gustaría demostrarte mi buen estado de salud.


En ese momento se acercó Gaitlier, y Shanna, avergonzada, se apartó de Ruark y se sentó sobre sus talones.


– ¡Oh, Ruark, no te levantes! -rogó Shanna-. Yo haré lo que sea necesario. Quédate quieto.


– No puedo, Shanna, debo ocuparme del barco a fin de que no terminemos encallados en la costa de África.


Shanna vio que estaba decidido. Con cierta dificultad, Ruark se levantó y pronto estuvo junto a la rueda del timón.


Ruark miró a su alrededor. El viento había cambiado ligeramente y pronto tendría que corregir el rumbo.


Entonces vio nubes bajas sobre una sombra alargada. Eso anunciaba una isla. Sintió que Shanna le ponía una mano en el pecho y la miró. Ella tenía en el rostro una expresión de honda preocupación.


– Pronto llegaremos -dijo él-. No tienes por qué inquietarte.

– ¿Capitán? -preguntó Gaitlier, aparentemente intrigado-.¿Trahern es tan malo como dice Madre? ¿Yo también seré capturado como siervo? ¿A qué amo deberé servir? ¿A él o a usted?

– No tendrá amo, señor Gaitlier -repuso Ruark con osadía. El mismo no hubiera podido decir cuál sería su destino, pero a este hombre podía asegurarle un retorno a la dignidad-. Quizá la isla sea de su agrado y usted prefiera quedarse. Si no, estoy seguro de que Trahern le pagará pasaje a cualquier puerto de su elección. Se mostrará agradecido con usted por haber ayudado a rescatar a la hija, y lo recompensará con una, bonita suma.


– ¿Y qué será de usted, señor? -preguntó Gaitlier, pero Ruark prefirió fingir que había entendido mal el significado de la pregunta.


– Yo no tengo necesidad de dinero. -Miró al hombre-. Sin embargo, hay una cosa que voy a pedirle, señor Gaitlier.


El hombre asintió. -Lo que usted diga, señor.


Ruark se rascó el mentón con el pulgar. – Trahern me conoce como siervo. A menos que la señora Beauchamp le diga otra cosa, le pido que guarde silencio sobre nuestro casamiento. Yo soy, para la gente de Los Camellos, John Ruark, y la señora es señora Beauchamp, viuda.


– No tema, señor. Dora y yo nada diremos de usted y la señora.


Los cuatro compartieron una comida alrededor de la yacija de Ruark. Shanna se ocupó rápidamente de que Ruark estuviera cómodo, puso, una almohada bajo su pierna, le llenó el plato y tomó la copa de vino cuando él hizo ademán de dejarla sobre la cubierta. Ruark apoyó posesivamente una mano en el muslo de Shanna y explicó a Gaitlier la forma de manejar el barco. Fue un momento tranquilo, un momento descansado, y cuando terminó, Ruark volvió cojeando a la rueda del timón.


Ruark levantó el anteojo de bronce y estudió la isla todavía distante que se hallaba a popa y babor. Era la última de la cadena, altos acantilados caían verticalmente al mar en su extremo oriental. Una vez que la hubieran pasado, pondrían proa a Los Camellos.


Regresó a su yacija y estiró nuevamente la pierna. La herida le dolía y los músculos empezaban a saltar en su muslo, enviando oleadas de dolor hacia todo su cuerpo. Empezó a masajearse el muslo para relajar los músculos que palpitaban pero Shanna se hizo cargo de la tarea. Bajo las tiernas caricias, él se adormiló y soñó con unos labios suaves y rosados que lo besaban en la boca.


La isla había quedado atrás y el sol estaba alto en el cielo cuando Ruark viró y puso proa a Los Camellos. Después volvió a tenderse sobre las mantas. Gaitlier había improvisado un toldo para él y ahora Shanna compartía con Ruark ese pequeño punto de frescura. La pierna dolía intensamente y cada vez que se levantaba debía hacer un esfuerzo mayor. Bebió más ron, pero esta vez la bebida no calmó su sufrimiento.


Apoyó la cabeza.en el regazo de Shanna y ella le acarició la frente hasta que el dolor cedió. Mientras sostenía la cabeza de él, Shanna tarareó unos pocos versos de una tonada que súbitamente le vinieron a la memoria y Ruark, con su rica voz de barítono, empezó a acompañarla en el canto. Shanna dejó de cantar y escuchó con atención. Súbitamente reconoció la voz que había llegado hasta ella desde la cubierta inferior del Marguerite, cuando viajaba de Inglaterra a Los Camellos.


– ¡Oh, Ruark! -susurró suavemente ella y lo besó en la frente.


En ese momento les llegó un grito y ambos se levantaron. Ruark se apoyó en la batayola para no caerse y miró a Gaitlier, quien venía por la cubierta agitando los brazos, seguido por Dora.


– ¡Barcos! ¡Barcos a la vista! -gritó el hombre-. ¡Y de los grandes!


Ruark tomó el largo telescopio y enfocó las velas que relucían blancas en el sol y se acercaban rápidamente. Dirigió el anteojo hacia la mancha de color que flameaba en el palo mayor.


– ¡Inglés! -gritó-. ¡Son ingleses! Pero hay otra bandera. -Miró nuevamente por el anteojo.

Después de un momento, se volvió y miró sonriente a Shanna-. ¡Es tu padre! ¡El Hampstead y el Mary Christian!


Shanna soltó un grito de alegría y Ruark luchó para conservar el equilibrio cuando ella le echó los brazos al cuello.


– ¡Arríe las velas! -gritó Ruark a Gaitlier-. ¡Nos detendremos y los aguardaremos!


El hombre no necesitó que le repitieran la orden. Saltó a la batayola, tomó el hacha y con un solo golpe cortó el cabo de la vela mayor. Luego corrió a la cubierta de proa, donde hizo lo mismo con las cebaderas.


El Hampstead se acercó y pronto no hubo ninguna duda. Junto al flaco hombre de negro que sólo podía ser Ralston, había un bulto blanco que sólo podía ser Trahern. Shanna dio un grito de alegría y corrió a unirse con Gaitlier y Dora en la batayola. Ruark se hubiera reunido con ellos, pero su pierna no hubiese soportado el peso de su cuerpo. Mientras la enorme masa del Hampstead seguía acercándose, él permaneció aferrado a la rueda del timón. Las troneras fueron abiertas y los cañones asomaron. Detrás de las bocas negras y amenazadoras, él pudo ver las caras ansiosas de los artilleros, alerta ante cualquier señal de hostilidad.


Fueron arrojados garfios de abordaje y los dos barcos quedaron unidos. Entonces, a un grito del piloto, un pelotón de hombres saltó a la cubierta del Good Hound empuñando pistolas y machetes y preparados, como si esperaran tener que librar batalla. El Mary Christian se mantenía a babor con sus cuatro cañones listos para disparar.


Cuando cualquier posible resistencia hubo sido conjurada, Ralston abordó cautelosamente la goleta y dio varias órdenes a los hombres.


Uno de los marineros, al ver que no había peligro, dejó a un lado su machete y ayudó a Shanna a pasar al Hampstead.


Apenas estuvo en el gran barco, ella corrió al alcázar y se arrojó en los brazos de su padre, llorando de alegría y alivio. Trahern luchó por conservar su equilibrio y se apartó un paso.


– Ciertamente, eres mi hija -dijo el hacendado- y no un pillete que viene a aprovecharse de mi bondad.


Shanna rió alegremente y abrió la boca para replicar, pero al desviar la mirada se apartó y las palabras se atascaron en su garganta cuando miró hacia la cubierta de la goleta.


Ruark había estado dispuesto a saludar a Ralston como a un salvador y tendió una mano cuando el hombre flaco se le acercó, pero Ralston ignoró el gesto y en cambio lo golpeó cruelmente con el grueso mango de su fusta de montar. El golpe dio a Ruark en medio de la cara y lo hizo caer pesadamente sobre la cubierta. Cuando Ruark trató de levantarse, Ralston puso un pie en medio de su espalda, apretándolo contra las tablas. El hombre flaco hizo un gesto imperioso a dos corpulentos marineros. Sin ceremonia, los hombres levantaron a Ruark, le ataron las muñecas a la espalda y cuando él recobró el sentido lo amordazaron para acallar sus maldiciones. Ralston caminó hacia la escalera y allí aguardó a que trajeran al prisionero. Los hombres empujaron a Ruark hacia adelante. El no podía caminar y cayó, retorciéndose para proteger su pierna herida. Cuando nuevamente lo levantaron, tenía un gran magullón en la frente, por la que corría un hilillo de sangre. Lo arrastraron entre los dos y Ralston encabezó la procesión, henchido de orgullo por su victoria.


Horrorizada, Shanna se volvió hacia su padre pero él no estaba de humor para escuchar sus ruegos.


– Será colgados por piratería -dijo el hacendado- no bien lleguemos a Los Camellos. Los hombres que los piratas dejaron en libertad me han contado todo acerca de nuestro señor Ruark.


Orlan Trahern bajó cuidadosamente del alcázar y fue a recibir al grupo que venía de la goleta.


– ¡Nooo! -gimió. Shanna y corrió en pos de su padre. Cuando llegó, a la cubierta principal vio a Pitney apoyado en la batayola, con los brazos cruzados, enormes pistolas en su cinturón y un ceño sombrío en su cara.

Pitney miró a Shanna un largo momento, chasqueó la lengua y le volvió la espalda, como si no pudiera soportar tener que mirada. Se oyó un gemido cuando los hombres de Ralston arrojaron a Ruark en la cubierta.

– Este esclavo es culpable de una docena de crímenes -gritó Ralston, enhiesto y autoritario-. Icenlo en el penol de la verga.


Los marineros levantaron los brazos de Ruark y se los ataron sobre la cabeza. Después, obedeciendo la orden, lo izaron hasta que los dedos de los pies del prisionero apenas rozaron la cubierta.


Nuevamente Shanna apeló frenéticamente a su padre y él la ignoró.


En vez del color gris habitual, la cara de Ralston estaba encendida. El hombre tosió cubriéndose la boca con una mano enguantada y habló con atrevimiento a Trahern.


– Si un marinero inglés puede ser azotado por desobedecer a un oficial -dijo- seguramente este hombre merece un millar de latigazos. Ahora veremos que pague por lo menos por unos pocos de sus perversos pecados, uno de los cuales es el rapto de su hija. La justicia tiene que ser rápida para ser buena. Primer oficial -gritó, dispuesto a no mostrar piedad- traiga el látigo de nueve colas y hagamos gemir a este bastardo.


Trahern permaneció en silencio, porque para él, ese hombre que había sido una vez honrado con su confianza merecía todo lo que le estaba sucediendo. Ralston se acercó arrogantemente a Ruark y levantó con su mano enguantada la cabeza inclinada del desdichado.


– Ahora, mi buen hombre -dijo burlón- recibirás el premio que te mereces por tu aventura y tu huida. Sentirás nuestra justicia en tu espalda y también servirás de ejemplo a los otros esclavos.


Retiró la mano y la cabeza de Ruark cayó nuevamente. Ralston le arrancó la mordaza.


– ¿No tienes nada que decir en tu defensa? -preguntó-.Shanna miró desesperadamente a su alrededor. ¿Nadie la ayudaría?


El primer oficial apareció agitando el látigo de nueve colas. Las pequeñas esferas de plomo a cada extremo de las cuerdas trenzadas del instrumento de tortura golpearon sobre cubierta. Pitney se apartó de la batayola. Había visto bastante de esta farsa y no estaba dispuesto a permitir que continuara. Pero antes de moverse, miró a Shanna y se detuvo. La cara de ella tenía una expresión de indignación que él nunca le había visto.


Ralston vio que se acercaba el primer oficial y sus tendencias sádicas 1o impulsaron a nuevas maldades.


– yo mismo aplicaré el castigo -dijo jactanciosamente- para asegurarme de que los golpes son suficientemente fuertes. Déme el látigo.


Un instante después Ralston soltó un grito de temor y dolor cuando las colas del látigo se enroscaron y mordieron la carne de su brazo. Se volvió, sorprendido, y se encontró frente a frente con Shanna, quien levantó nuevamente el látigo, lista para golpear otra vez.


– ¡Le daré un latigazo, bastardo, si vuelve a tocar a ese hombre! El primer oficial se adelantó mascullando unas disculpas y trató de arrebatar el látigo de la mano de Shanna, pero se detuvo súbitamente. Pitney había sacado una pistola y ahora apuntaba a pacos centímetros de la nariz del marino. Ralston se hubiera adelantada furioso, pero contuvo su heroísmo parque Pitney sacó su otra pistola y la amartilló.


– ¡Desátenlo! -ordeno Shanna, y amenazó con el látigo a los dos hambres que habían atado a Ruark.


Ellos se apresuraran a obedecer, cortaron la cuerda y Ruark se desplomó sobre la cubierta. Shanna hubiera querida correr a su lada pero se contuvo. Se plantó, rígida, frente a su padre mientras Pitney seguía alerta, listo para detener a cualquiera que quisiera interferir. Una de las pistolas seguía apuntada al media del pecho de Ralston, quien miraba espantado el negro agujero de la boca.


– Has cometido una tremenda equivocación, padre -declaró Shanna en tona muy formal-. Fue el señor Ruark quien nos salvó a todas de las piratas, como confirmarán estas buenas personas. -Señaló con la cabeza a Gaitlier y Dora, quienes habían seguido toda la escena con ojos dilatados por el miedo temerosos de que ésta fuera también la recompensa reservada para ellos.

– Ciertamente -dijo. Shanna- fue el señor Ruark quien me salvó de esos villanos, a riesgo de su vida. Gracias a él no he sido tocada.


Ralston hizo un sonido despectivo y las ojos azul verdoso, helados, se volvieron hacia él. Pero Shanna continuó con su defensa aunque sin mirar a su padre. Tampoco podía soportar la mirada de Pitney.


– El señor Ruark -dijo- fue llevado de Los Camellos a Mare's Head contra su voluntad, y gracias a su ingenio pudo sacarnos a todos de allí. Si insistes en castigarlo, también tendrás que castigarme a mí.


Ruark saltó un gemido y ella arrojó el látigo y corrió a arrodillarse a su lado.


– ¡Traigan al cirujano! -ordenó Trahern-. Después, pongan proa a Mare's Head.


Shanna apoyo la cabeza de Ruark en su regazo Pitney se inclinó, para poner a Ruark en una posición más cómoda y oyó que Shanna decía en voz muy baja:


– Todo está bien ahora, amor mío. Todo está bien.


Ruark cerró los ojos y se hundió en un misericordioso desmayo.


A media mañana del día siguiente, Ruark pudo ponerse de pie al lado de Trahern en el alcázar del Hampstead. Se apoyaba en el grotesco bastón del hacendado que le había sido facilitado -no de muy buena gana- para que la usara como muleta. El cirujano había quitado de la herida varias astillas pequeñas y trozos de tela, después trató la herida con ungüentos y hierbas y la envolvió con vendas limpias. Aunque un poco afiebrado y ligeramente mareado, Ruark se negó a permanecer acostado. Disfrutaba de la brisa refrescante que soplaba en el alcázar y saboreaba anticipadamente el regreso a Mare's Head.


En la cubierta principal, la tripulación ya tenía todo dispuesto, y cuando el Hampstead ancló fuera del arrecife de la isla de las piratas, los grandes cañones ya estaban cargados y listos para hacer fuego. Cuando todo estuvo en condiciones, el Hampstead entró en la caleta más allá del arrecife.


La escena que los recibió fue de caos. Los botes empezaban a dirigirse a los barcos fondeados. El mulato ya había retirado su navío de la maraña del pantano. y ahora la embarcación estaba muy cerca del muelle. Había febril actividad en la balandra y en el cobertizo que ocultaba los cañones. Cuando todavía el Hampstead estaba fuera de alcance, un relámpago y una nube de humo brotaron de la balandra y una columna de agua se elevó abruptamente a doscientos metros de la proa fue un disparo de prueba desafortunado parque reveló el alcance máxima de los arcaicos cañones de las piratas.


El sonido del cañonazo fue seguido de una orden del jefe de artilleras. Así empezó la batalla. Brotó un géiser muy cerca de la balandra y una nube de polvo formóse en la colina que dominaba el poblado.


En la aldea se produjo una súbita detención de todas las actividades, porque todos comprendieron que la isla no era tan segura como habían supuesto. De repente había un frenético movimiento de personas que corrían entre las casas, tratando de poner a salvo sus posesiones.


Los cañones ladraron otra vez y ahora se elevaron sobre el pueblo nubes de polvo. mezclado con escombros y trazas de madera. Ruark vio el desagradable espectáculo de personas inocentes que trataban de ponerse a salvo de la andanada que caía sobre ellas. Los artilleros del Hampstead no eran expertos en el uso de las buenas piezas de artillería; conocían, en cambio, el azaroso alcance y precisión de los más antiguos cañones de bronce. Ruark soltó un juramento y penosamente se dirigió al lugar donde trabajaban los artilleros. Los cañones rugieron otra vez, y nuevamente se elevaran nubes de escombras y astillas que cayeron sobre la gente. Mientras tanto, la balandra del mulato estaba siendo arrastrada por medio del cabrestante del ancla y las velas estaban subiendo en sus mástiles.


Ruark usó el bastón de Trahern para hacer a un lado a los jefes de los artilleros y empezó a apuntar él mismo los cañones. Retrocedió un paso, levantó un brazo y dos hombres se prepararon con sus mechas encendidas. Ruark bajó la mano y la cubierta saltó baja sus pies cuando ambos cañones dispararon al unísono. La cubierta de la balandra se hizo pedazos cuando los proyectiles cayeron sobre ella y derribaron el palo de trinquete. Ruark urgió a los hambres a que recargaran las cañones y otra vez apuntó. A su señal, las piezas hablaron al mismo tiempo.

Esta vez cayó el palo mayor del barco pirata, el cual escoró marcadamente cuando una gran vía de agua se abrió en el lado de estribor, a la altura de la línea de flotación. Los hombres se arrojaron al agua mientras el barco caía contra el muelle y empezaba a asentarse en el fondo del puerto poco profundo.


Ruark cambió la dirección y dos de los barcos más pequeños empezaron a hundirse cuando los proyectiles perforaron sus costados. De uno empezó a brotar humo y la tripulación del otro huyó hacia el pantano. Fueron hechos más disparos hasta que la pequeña flota pirata fue una masa humeante de restos flotantes o semi sumergidos. Ahora Ruark apuntó con más cuidado, pero todavía fueron necesarias tres andanadas hasta que el blocao desapareció en una explosión. Nuevamente apuntó en otra dirección y la posada de Madre recibió el grueso del ataque. Poco después la fachada empezó a desmoronarse lentamente, dejando descubierto el interior.


Una vez más Ruark hizo recargar los cañones y apuntó cuidadosamente. Bajó la mano y Shanna contempló cómo la pared oriental de la habitación donde había vivido se disolvía en una nube de polvo. Desde la cubierta principal, Ruark le gritó a Trahern:


– A menos que quiera matar a inocentes, el daño mayor ya esta hecho. Pasarán meses antes de que un barco pueda salir de aquí. Los responsables de la captura de su hija están muertos o han huido. Espero su decisión, señor.


Trahern agitó una mano y se volvió al capitán Dundas.


– Asegure los cañones -dijo-. Ponga proa a Los Camellos. Ya hemos visto demasiado de este lugar. Dios mediante, no veremos más.


El esfuerzo había costado a Ruark las pocas energías que le quedaban. Ahora dejó caer la cabeza y se apoyó débilmente en el espeque. Uno de los jefes artilleros le entregó el bastón del hacendado; él lo tomó y dio unos pasos hacia el alcázar, hacia Shanna. Sentía la boca extrañamente seca y su cara y brazos calientes, mientras el sol empezaba a girar locamente entre los mástiles sobre su cabeza. Vio que Shanna corría. hacia él y en seguida la áspera cubierta tocó su mejilla y el olor a pólvora entró con fuerza en su nariz. El día se le volvió gris hasta que oscureció por completo. Sintió unas manos frescas debajo de su cuello y una extraña humedad cayó sobre su rostro. Creyó oír que 1o llamaban desde lejos por su nombre, pero estaba muy cansado, muy cansado. La noche más negra cerróse a su' alrededor.

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