Cuando sonaron los disparos del cañón de la isla, Ruark pasó un momento de inquietud Y esperó que Harripen y la tripulación se volvieran contra él. Los hombres estaban agrupados en el alcázar, mirando hacia tierra, y por el momento parecían haberse olvidado de él. Como no vio que hicieran movimientos amenazadores, siguió trabajando en sus ataduras en un intento de aflojar las cuerdas que le sujetaban apretadamente las muñecas. Momentos después fue nuevamente interrumpido, por Harripen, quien llamó a varios hombres para que se reunieran con él y señaló hacia la costa. Ruark no podía ver nada de lo que sucedía allí pero le alivió comprobar que no le dedicaban más atención. Redobló sus esfuerzos pero los nudos estaban muy bien hechos.
Harripen reinició sus paseos por la cubierta de la goleta y Ruark poco adelantó con sus ataduras. La noche quedó silenciosa, los únicos sonidos eran los crujidos del barco y el golpear de las olas contra el casco, además de una ocasional voz apagada. En la isla de Trahern parecía no haber más actividad.
Casi habían volteado dos veces el reloj de arena cuando hubo un grito desde la cofa y corrió la novedad de que regresaba el grupo de desembarco. Aunque eso estaba lejos de sus esperanzas, Ruark suspiró aliviado. Por la gracia de Dios, aún podría sobrevivir.
Sin embargo, ese pensamiento duró poco y él se preparó para lo peor cuando Harripen vino desde el alcázar blandiendo su machete. Ruark se tranquilizó considerablemente cuando comprendió que el golpe no estaba destinado a él sino que fue un rápido corte que lo liberó de sus ataduras. Rápidamente, Ruark se libró de las cuerdas
– Parece que dijiste la verdad, muchacho -dijo el hombre por sobre su hombro-. Ahora vienen nuestros hombres.
Se oyó un silbido y pronto los piratas subieron a bordo, trayendo sacos y cofres llenos de botín. Ruark aprovechó la distracción y retrocedió hacia las sombras del extremo más alejado de la cubierta. Estaba quitándose las sandalias con la intención de arrojarse al agua y nadar hasta la costa cuando un cofre grande, tallado, con una ornamentada cerradura de bronce, fue izado sobre cubierta. Ruark se llenó de aprensiones cuando reconoció el arcón que solía estar debajo del retrato de Georgiana, en la casa de Trahern. Fueron necesarios seis hombres para pasar sobre la borda el voluminoso objeto, el cual cayó sobre cubierta con un golpe que delataba su peso. Ruark se acercó y empezó a sentir un helado temor.
Desde los botes, un grito ahogado atravesó el aire e hizo que a Ruark se le erizara la piel del cuello. Esperó tensamente mientras Pellier, el mestizo francés, trepó por el costado del barco y se volvió para subir a bordo una forma que se retorcía, cubierta por un saco de arpillera firmemente atado con cuerdas, De un extremo asomaban unos tobillos finos y unos pies descalzos y pequeños.
Ruark juró entre dientes y se acercó a la luz de la linterna mientras las ataduras eran aflojadas y el saco arrancado. Entonces se encontró mirando a los ojos verdes más furiosos que jamás había visto.
Tu. -exclamo Shanna-.Tu… canalla.
Shanna aferró un remo corto que estaba apoyado en la borda, y antes que nadie pudiera impedirlo, lo lanzó con toda sus fuerzas contra la cabeza de Ruark. El lo esquivó fácilmente y el arma se quebró contra el mástil a espaldas de él. Shanna lo miró con los ojos llenos de lágrimas y de todo el odio de que era capaz.
– ¡Malditos tontos, estúpidos! -rugió Ruark, interrumpiendo las fuertes risotadas de Pellier-. ¿No saben lo que han hecho? ¡Esta es la hija de Trahern y él vendrá en pos de ustedes sediento de venganza!
– ¡Ajá, y yo me ocuparé de que te cuelgue a ti primero! -gritó Shanna-. ¡Y después me reiré cuando arroje tu cadáver para alimentar a los tiburones!
Ante la furiosa andanada, Ruark se inclinó burlonamente. El conocía bien lo precario de su situación. Si sólo hubiera tenido que preocuparse por él, habría sido fácil escapar. Pero otra cosa sería la fuga de él y ella.
Otros tres prisioneros fueron traídos a bordo y Ruark reconoció a tres siervos. Fueron arrojados rudamente contra la borda y amarrados juntos allí. Seguirían viviendo en esclavitud, pensó Ruark, pero ahora bajo el látigo siempre listo de amos menos que humanos.
Ruark se volvió hacia Shanna. La miró con aparente lujuria pero en su mente no había lugar para pensamientos libidinosos. Por el momento Pellier y Harripen estaban más interesados en los tesoros materiales que eran izados a bordo desde los botes y habían dejado a la bella cautiva al cuidado de varios hombres.
– Traidor -siseó Shanna mirando a Ruark.
– Traidor no, mi lady. -Su voz fue baja y sólo llegó a los oídos de ella-. Una simple víctima de un capricho de mujer. Estudié las posibilidades y aproveché lo mejor que tenían para ofrecerme.
Shanna estaba furiosa. El haber sentido un asomo de remordimiento por sus actos ahora le resultaba una cosa muy amarga de tragar.
– ¡Miserable hijo de perra! -dijo ella-. ¡Bastardo maldito y despreciable!
Ruark rió sardónicamente bajo esa lluvia de insultos. La bata de ella estaba abierta y el camisón de. batista que llevaba debajo atraía la mirada de él. Ruark se percató que el espectáculo estaba haciendo efecto en la tripulación, porque los hombres empezaban a acercarse desde diferentes partes del barco para ver mejor a esta deslumbrante beldad cuyo cabello caía en maravilloso desorden sobre sus hombros y brillaba como oro a la luz de la linterna.
Súbitamente, Shanna sintió las atrevidas manos de Ruark que le acariciaban rudamente los pechos. Ahogada de furia, se apartó, cerró su bata y la ajustó con el cinturón.
– Esta vez has traicionado a mi padre -dijo ella entre dientes-. Y él te cazará como el perro que eres.
– ¡Traicionado! -Ruark rió cáusticamente y continuó, en tono burlón y despectivo-: No, señora. Le ruego que reflexione. Yo solamente buscaba los favores de mi propia esposa. Fue ella quien traicionó perversamente mi confianza…
– ¡Sucia rata de albañal! ¡Vagabundo repugnante! -Lívida de cólera, Shanna se abalanzó y trató de arañarlo en la cara. Ruark la tomó de las muñecas y la apretó brutalmente contra él. Shanna ahogó una exclamación de dolor. Aunque echó mano a todas sus energías, no pudo escapar y finalmente se desplomó contra él. Las lágrimas caían de sus largas pestañas y Ruark la oyó murmurar, en rencoroso desafío: – ¡Ojalá que Hicks te hubiera colgado!
Ruark le tomó el mentón y la obligó a levantar la vista.
– Hasta ahora -dijo- he sobrevivido a esta última traición tuya. Pero si me acompaña la suerte, como hasta ahora, sacaré ventaja de esta situación.
La empujó hacia las manos huesudas de Gaitlier, el marchito sirviente del capitán Pellier.
– Vigila a la muchacha y no dejes que nada le suceda -ordenó Ruark. Se acercó a la borda y miró hacia la aldea.
– Pellier, dame tu anteojo -dijo después de un momento.
Recibió el instrumento sin demora y con él observó el puerto. Pudo ver, a la luz de la luna, los mástiles de un barco y alcanzó a percibir movimiento en él. Devolvió el anteojo al francés.
– Ya están alistando al Hampstead. Pronto sentirán el fuego de sus cañones.
Ruark sabía la carnicería que una andanada podía hacer, en un barco y que la misma no perdonaba a nadie. Suponía que la ira de Trahern ante este ataque debía ser terrible y se preguntaba cómo se había originado. Si el hacendado supiera que habían raptado a su hija, procedería con cautela, pero Ruark no podía correr el riesgo. El Good Hound tenía cañones pequeños en la proa y dos en la popa además de varios falconetes giratorios en los costados. Los cañoncitos de nada servirían contra la fragata, pero la goleta era esbelta y con sus velas ennegrecidas podría escabullirse fácilmente..
Ruark se volvió y enfrentó al silencioso grupo.
– A menos que tengan ganas de nadar un buen trecho en la noche, compañeros, sugiero que nos pongamos en camino.
Harripen era un hombre más decidido que los otros, y gritó:
– El tiene razón.
El inglés puso a los marineros en acción con una catarata de órdenes.
– Suban esos botes a bordo. Vamos, Pincha -le dijo al viejo marinero que montaba guardia en el castillo de proa-: leva esa maldita ancla. y Barrow, trae cada pulgada de velamen negro que puedas encontrar.
Después se volvió y, con más calma, sonrió a la cara ceñuda y llena de cicatrices de Pellier.
– Perdona, Robby. Este es tu barco. Si quieres poner proa a Mare's Head estaremos muy contentos.
El francés dio un fuerte golpe a uno de los hombres que habían bajado a tierra con él.
– Hubiéramos podido partir sin ser advertidos si tú no hubieras dejado escapar de la casa a la otra perra.
Su víctima se encogió y retrocedió tropezando bajo el ataque del hombre.
– No fui yo quien dejó escapar a esa escocesa lengua de víbora. ¡Fue Tully! Ella 1o pateó en los cojones y escapó hacia la aldea.
– Haré que 1o castren -amenazó Pellier y fue hacia-popa. Tully, un hombre flaco, miró dubitativo a su capitán.
– Pero capitán -dijo- si no hubiera sido por ella, no habríamos atrapado a estos tres que llegaron corriendo después del llamado.
Sus palabras fueron ignoradas. El capitán pirata puso en movimiento a su tripulación. Pronto la goleta se alejaba en la noche. Sólo cuando la vela blanca y cuadrada de la fragata se perdió en el horizonte los, piratas volvieron a la cuenta del botín. Una pesada caja de hierro fue abierta y se descubrió que contenía monedas de oro; éstas fueron llevadas rápidamente a la cabina del capitán, donde quedaron en un cofre más grande para ser repartidas más tarde. Había varios sacos enormes de vajilla de plata y de oro que tendrían que ser tasadas y compartidas y un barril de frágil porcelana cuidadosamente envuelta, que como no tenía valor para los piratas fue reservada para el alcalde de Mare's Head como diezmo, 1o mismo que unas cajas de vinos y alimentos de calidad. Después quedó solamente el cofre grande y todos contuvieron el aliento, porque prometía ser el tesoro más importante.
Pellier rió y dijo en voz alta:
– La hija de Trahern dice que esto contiene una riqueza que ningún hombre podría contar.
Shanna se acercó, con una sonrisa ácida y torcida en sus hermosos labios. Ruark miró su cara y supo que en esa hermosa cabeza estaba tramándose una maldad. Por precaución, aguardó observando desde cierta distancia y no tomó parte en el procedimiento de abrir el cofre. Un golpe de hacha destrozó la cerradura. Pellier gritó y abrió violentamente la tapa. Sus ojos negros refulgieron al ver el cajón lleno de pequeños sacos de cuero.
– ¡Joyas! -exclamó-. ¡Seremos todos ricos!
Tomó codiciosamente un saquito, lo abrió y vació el contenido en su mano. En seguida quedó mudo de asombro porque no contenía más riqueza que el gatillo, el cerrojo y la placa de la culata de un mosquete. Revolvió frenéticamente los saquitos y sólo encontró la dureza del hierro. El y Harripen levantaron el pesado cajón e hicieron a un lado una piel engrasada, debajo de la cual había fila tras fila de largos, esbeltos cañones de mosquetes alineados prolijamente sobre tablas de madera con muescas.
Harripen levantó uno y lo hizo girar en sus manos.
– Que me condenen -exclamó.
– ¡Son nada más que mosquetes! ¡Mosquetes inservibles, sin culatas!
Shanna no pudo seguir conteniéndose y rió burlonamente. -Claro, tontos. ¿Qué esperaban?
El sonido burlón de su risa se elevó sobre los murmullos.
– y si tuvieran las culatas -rió ella- tampoco les servirían porque el cofre fue dejado caer sobre cubierta y todos los cañones están doblados. Mi padre los guardaba como recuerdo de su único mal negocio. Siempre eso lo fastidiaba, pero ahora estoy segura de que el recuerdo le causará risa.
Ruark gimió interiormente ante la imprudencia de ella pues sabía que esas palabras podrían causar derramamiento de sangre.
Pellier se abalanzó sobre ella y soltó un juramento.
– Pero tú juraste que contenía una riqueza que ningún hombre podría contar.
– Claro -replicó Shanna dulcemente-. ¿Acaso no es así? Furioso, Pellier aferró el brazo de Shanna y lo retorció cruelmente. Ella gritó de dolor y cayó de rodillas ante él. El francés sacó una daga de su bota y la acercó a los ojos de ella, que ahora, por primera vez, revelaban cierto temor.
– Entonces yo esculpiré el precio en tu preciosa piel, perra. Súbitamente Pellier sintió que su muñeca era inmovilizada por una tenaza de acero. Lentamente, contra su voluntad, la hoja fue apartada de Shanna hasta que él se volvió y se encontró con la cara de Ruark, quien sonreía suavemente.
– Sé que eres impulsivo, amigo, pero no te creo ningún tonto. Pellier dejó que Shanna cayera a la cubierta. Su mano libre había bajado rápidamente hacia la pistola que llevaba en el cinturón, pero Ruark también aferró ese brazo. El mestizo luchó con Ruark pero sus brazos estaban inmovilizados entre los dos, donde ninguno de la tripulación podía ver la batalla. Más trataba Pellier de zafarse, más fuerte lo sujetaba la tenaza, hasta que él empezó a sentir que las manos se le adormecían. Buscó con la mirada la cara de su contrincante y vio allí una fuerza de voluntad que,hasta ahora no había creído que existiera. En el fondo de su mente turbia nació la convicción de que él no podría descansar hasta que éste, que lo sujetaba como a una criatura, fuera pasto de los peces. No teniendo alternativa, cesó la inútil resistencia pero las manos que lo inmovilizaban no se movieron.
– Ahora, yo aprecio mucho mi pescuezo y no querría verlo estirado en el palo mayor del Hampstead -continuó Ruark sin inmutarse-. Ya le han retorcido la nariz a Trahern ¿pero quieres atraer sobre nosotros toda la furia de su venganza? También hay que considerar esto: la riqueza que sacarás de la carne de ella sería muy poca y ciertamente se ahogaría pronto, pero el padre ama a su hija como su única descendiente y sin duda pagará una bonita suma por su devolución, sana y salva.
Viendo cierta lógica en este razonamiento, Pellier se aflojó y Ruark lo soltó.
– Sí, dices la verdad -gruñó el mestizo de mala gana y sus ojos malignos bajaron hacia Shanna quien, aunque golpeada y dolorida, lo miró con profundo desprecio-. Pero fue Pellier quien la trajo aquí ¿eh? Ella será mía hasta que el rescate haya sido pagado.
A Shanna se le formó un nudo en la garganta, tanto por la furia como por el miedo. La mirada de él pareció atravesar las escasas ropas y bajó hasta detenerse en las nalgas y las caderas graciosamente curvadas. Shanna no pudo evitar un estremecimiento de repulsión y apretó la delgada bata alrededor de su cuello.
Cuando vio a Ruark a bordó del barco, ella, pensó que él había planeado su captura, ya fuera por venganza o por deseo. La idea, aunque la enfureció, por 1o menos era remotamente aceptable como destino para ella y pensó que podría soportar la situación. Pero ahora empezó a sentir un miedo helado por 1o que le reservaba el futuro. Este bruto asesino, Pellier, no hubiera podido ser más repugnante para ella. Era un hombre grosero, sucio, sin la menor idea de decencia. Si le hubieran dado a escoger entre someterse a él o arrojarse al agua, habría elegido lo último sin vacilación. Ciertamente, en cuestión de elecciones, Ruark era su único refugio. Pero si él la había traicionado antes, muy bien podía volver a hacerlo.
La actitud de Ruark era casi calma mientras observaba los ojos de Pellier que apreciaban y saboreaban 1o que consideraba suyo. Un hombre más observador que el mestizo hubiera advertido el endurecimiento de las facciones de Ruark, la tensión de su mandíbula, la frialdad de su mirada… y lo hubiera tomado como advertencia.
Deliberadamente, Ruark aferró la muñeca de Shanna y pese a los intentos de liberarse de ella la llevó ante el capitán pirata. Ignoró las verdes, dagas que lo atravesaron y con un dedo bajó el mentón de ella la obligó a levantar el rostro frente a la linterna hasta que Pellier pudo ver claramente la fina y delicada belleza.
– Te hago una advertencia más, capitán Pellier. Si tienes ojos en tu cabeza, puedes ver que ésta es una pieza rara de considerable valor.
– Ruark pasó el dedo por la frágil columna del pálido cuello. Shanna se estremeció y él se preguntó qué emociones la estaban traicionando-. Pero la pieza se quiebra con facilidad con el mal trato, y una vez devuelta, su venganza puede ser más costosa que la del mismo Trahern. Esta es su hija idolatrada y él hará la voluntad de ella. Por lo tanto, tiene que ser tratada con cuidado hasta el dia que hayas, cobrado el rescate.
Ruark la soltó pero no sin antes dirigirle una fugaz mirada de advertencia. Después, con un saludo despreocupado a Pellier, pasó junto a ella y se dirigió al castillo de proa, donde se apoyó en la borda y miró el iridiscente mar que se curvaba debajo -de la proa.
Shanna, desconcertada, lo observó a hurtadillas y se preguntó si este hombre, que siempre parecía marcar su vida, sería ahora su campeón.
– ¡Aten a la mujer! -gritó Pellier.
Gaitlier corrió hasta Shanna, la tomó de la muñeca y la arrastró tras de sí mientras dirigía repetidas miradas por encima de su hombro hacia la solitaria figura apoyada en la borda.
El sol, elevándose sobre el horizonte tiñó el cielo de un suave color rosado. Las velas se hincharon con 'la' fuerza del viento y la goleta empezó a cortar las aguas como una gaviota en grácil vuelo.
Atada con los otros prisioneros a la base del palo mayor, Shanna dormitaba incómoda y despertaba cada vez que se acercaba alguien. Habitualmente era Pellier quien se detenía frente a ella con las piernas separadas y los brazos en jarras. Su rostro moreno se retorcía en una mueca malévola mientras sus ojos oscuros la taladraban. Shanna temblaba de miedo y repulsión pues sentía en él un deseo perverso y vengativo de verla retorcerse de agonía.
A mediodía el velamen protegió a Shanna del ardiente sol, pero su nariz ya estaba enrojecida y las mejillas presentaban un color más acentuado. Su largo y rizado cabello, agitado por el refrescante céfiro, le acariciaba la cara y los pechos, enredado en involuntario abandono.
Los hombres de Pellier se detenían a menudo para mirada con ojos hambrientos, pero conocían a su capitán. Pellier solía encolerizarse sin advertencia y su destreza con las armas le había ganado un profundo respeto rayano en el miedo. Hacía tiempo habían aprendido a mantenerse alejados del mestizo y de todo lo que le pertenecía. Solamente Gaitlier llevó a Shanna un trozo de queso y un poco de agua, y hasta estas atenciones menores podían merecer la desaprobación de Pellier.
Ruark mantenía su vigilancia desde un lugar más distante y miraba a Shanna con los ojos entre cerrados mientras pretendía dormitar pacíficamente, la espalda apoyada en la borda y las piernas extendidas ante él.
En las últimas horas de la tarde, la goleta ajustó sus velas y empezó a deslizarse cautelosamente a lo largo de una sucesión de islas pequeñas y pantanosas, poco más que arrecifes rodeados de arena y cubiertos de a cipreses y grupos ocasionales de palmeras. Fue izada una bandera roja. cruzada por una franja negra y el barco pasó ante una isla un poco más grande donde, sobre una plácida playa blanda, podía verse una choza solitaria debajo de un verde dosel de palmeras. Una superficie brillante reflejó la luz del sol poniente y la señal fue respondida con movimientos de los brazos por los piratas de la goleta. Shanna y los otros rehenes fueron liberados de sus ataduras y agrupados cerca del mástil. Ruark se levantó de donde había estado dormitando cerca de la proa y dirigio la mirada hacia las islas y arrecifes, tomando nota cuidadosamente los detalles.
Cuando el Good Hound dobló el extremo de la punta, enfrentó una extensión abierta de aguas poco profundas, marcadas de tanto en tanto por rompientes que indicaban la presencia de arrecifes y bancos de arena. Adelante había una isla mucho más grande con una colina baja que dominaba una caleta poco profunda y protegida a medias. En el terreno más alto podía verse una dispersión de chozas miserables. En el centro, sobre una duna, había un edificio grande, blanqueado, rodeado por una baja pared de piedra que encerraba un patio. Más allá del puerto, hacia ambos lados, se extendían pantanos de mangle que junto con los arrecifes y los bancos de arena proporcionaban una protección contra los ataques que se extendía más de media milla.
Harripen se unió a Ruark junto a la borda y se apoyó a su lado.
– Bien, muchacho -dijo el inglés-, esto es nuestro refugio. Mare' s Head se llama. ¿Que piensas.
Observó atentamente a Ruark pero éste se limitó a encogerse de hombros.
– Parece bastante seguro -dijo Ruark.
– Ajá, eso se puede decir. -Harripen señaló un lugar donde entre los bancos de arena se elevaban las cuadernas rotas de un barco-. ¿Ves esos restos de naufragio? Eran parte de una flota española que trató de hacer pasar un galeón entre los bajíos y acercarlo 1o suficiente para bombardear nuestro pueblo, pero con la marea alta las corrientes son fuertes y traicioneras. -Rió y se pasó la mano por el mentón-. Cuando el buque quedó encallado allí, fuimos con una balsa con un único cañón y 1o hicimos pedazos.
Ruark advirtió la evidente satisfacción con que el hombre recordaba el acontecimiento, pero señaló:
– Si un hombre decidido cubriera su barco con otro y procediera con cuidado, podría tener éxito, y otros barcos podrían aguardar más afuera para interceptar a cualquiera que trate de escapar. Quedarían atrapados allí.
– Ajá, muchacho. -Harripen rió brevemente-. Eso parece. Pero hay que admitir que la rata más inteligente hace su nido en una cueva con dos agujeros.
Ruark 1o miró con expresión de interrogación.
Harripen rió por lo bajo.
– Sólo por si los perros tratan de sacarla de su cueva.
– Tendría que ser una rata muy astuta para salir ilesa de aquí -dijo Ruark.
El inglés parecía ansioso por explicar.
– Mientras haya un barco para navegar, tenemos forma de salir, muchacho. Hay un canal a través de los pantanos y ningún arrecife en el otro lado. Los españoles lo hicieron. -Miró fijamente a Ruark un momento, pero el joven nada dijo. Entonces advirtió-: Pero hay que conocer el camino, y Madre lo tiene bien escondido.
Con eso, el rudo bucanero se volvió y se dedicó a los preparativos para desembarcar. Ruark quedó con una gran curiosidad.
Una multitud habíase reunido en la playa de arena blanca, escoria de mundo atrapado en este estilo de vida primitivo, con pocas esperanzas más allá de la mera subsistencia. Ciertamente, el pueblo no podía mantenerse a sí mismo y sólo sobrevivía prestando servicios a la flota pirata.
Venían vendedores con sus cestos, voceando su mercadería, con la esperanza de que los bucaneros se sintieran generosos y se desprendieran de parte de su botín por alguna chuchería o futesa. Prostitutas sucias, llamativamente vestidas, buscaban cualquier mirada favorable y las más atrevidas enseñaban sus traseros y sus muslos o caminaban con los brazos en jarras, contoneando las caderas. Los niños, que eran pocos, tenías las miradas vacías de la desesperanza, o las expresiones salvajes de mentes ya deformadas en el molde de la maldad y la codicia. Llagas purulentas y cicatrices marcaban a los mendigos y hablaban de las privaciones que se sufrían en la isla. Ellos,eran los afortunados. Los infortunados eran los que habían sufrido una herida profunda en combate o que habían perdido una pierna o un brazo y ahora estaban muriendo lentamente en este agujero infernal. Estos pobres desechos humanos, cuyos cuerpos mutilados, deformes, con permanentes muecas de dolor en sus caras, y mujeres que habían sido usadas y maltratadas hasta que parecían brujas de un cuento de horror, manténianse más atrás, en muda rendición, mientras sus contrapartidas, que todavía tenían algo de vigor se amontonaban con la esperanza de atrapar una moneda, algún tesoro; algún bocado rechazado, algo de cualquier cosa que hubiera par compartir. Los marineros arrojaban monedas de cobre desde el barco y reían a carcajadas cuando esqueléticos muchachos y hombres ya crecidos se zambullían para apoderarse de esa riqueza.,
El estómago de Shanna se encogió con tanta crueldad. Siempre se había considerado mundana, viajada y educada, pero nada de lo que había visto o leído la había preparado para esto. Empezó a comprender por qué su padre había deseado tan desesperadamente asegurar contra la pobreza a sus seres queridos. En las caras atormentadas de los niños entrevió la desesperación de su padre cuando joven y algo se agitó en lo más profundo de su conciencia tratando de salir a la superficie, pero Shanna estaba demasiado cansada, demasiado exhausta para pensar.
Un murmullo se elevó de entre los siervos que estaban junto al ella. Este lugar los asustaba tanto como a ella y empezaron a maldecir su mala suerte. Aquí sólo podían esperar la esclavitud y rápidamente reconocieron que su situación no era mejor que la de la hija de Trahern.
– Malditos salvajes -dijo uno de los prisioneros-. Son hijos del demonio. Dios nos salve a todos.
Shanna se balanceó de cansancio y les volvió la espalda. Había tomado la decisión de no parecer asustada, aunque sus rodillas tenían una extraña tendencia a temblar. Pero cuando había adquirido cierta apariencia de compostura, su mentón se estremeció y los ojos se le llenaron de lágrimas. Pese a su demostración de autocontrol, estaba terriblemente atemorizada, ignorante de lo que la esperaba pero convencida de que los piratas planeaban un destino horrible para la hija de Trahern. Las constantes miradas de, los bandidos, y sus muecas atrevidas la ponían muy nerviosa. Dolorida, hambrienta, exhausta por la falta de sueño, sentíase mareada y atontada. Le dolía la cabeza a causa del ardiente sol que caía sobre ella sin piedad.
Desconcertada, Shanna dirigió su mirada a Ruark. El estaba de pie, cerca de la proa del barco, observando cómo el navío se dirigía al rústico muelle que formaba el amarradero. Su cabello oscuro era agitado por la suave brisa y sus hombros anchos, atezados, brillaban con una fina capa de sudor. Parecía un extraño, un hombre al que ella no hubiera conocido, distante, ceñudo como si estuviera preocupado. Shanna sintió una creciente amargura al recordar que él había flirteado tan a la ligera con ella pero también reconoció la locura de su cólera que la había impulsado a conseguir que él fuera arrojado de la isla. Si sólo hubiera calmado su necesidad de venganza inmediata, habría podido hacerle pagar a él muy caro su indiscreción. Ahora sólo, podía culparse a sí misma y debía admitir que él tenía sobrados motivos para vengarse de ella.
Como llevaba toda su fortuna sobre su persona, Ruark tenía poco en qué ocuparse. Estaba contento de no haberse quitado los calzones antes de la visita de Pitney, pues de haberlo hecho ahora podría encontrarse más expuesto al aire. Aunque los capitanes piratas le habían prometido una participación en el botín por su ayuda, él no creía que Pellier hubiera aceptado de buen grado su interferencia con Shanna. Considerando la posesiva atención del mestizo, ella necesitaría protección. Pero si él se mostraba demasiado ansioso por defenderla, pensó Ruark, despertaría sospechas. Debía ganar cierto grado de confianza, o por lo menos un poco de respeto de los piratas, o si no su huida sería mucho más difícil. Por otra parte, no podía soportar que otros maltrataran a su esposa y sabía que si alguien ofendía a Shanna ella era muy capaz de contestar con su lengua mordaz y atraer sobre sí misma severas penalidades.
– Podría ser que tenga que luchar contra todos ellos -murmuró ácidamente Ruark-. Y todo por esa muchacha egoísta que no aceptará mi protección. Pero estoy decidido a que ambos salgamos de este lugar infernal, lo quiera ella o no.
La goleta amarró contra el muelle y Harripen caminó por la cubierta golpeando las manos y diciendo, en alta voz:
– Una apuesta por la primera hembra tumbada, compañeros. ¿Qué dicen? Un soberano por Carmelita.
De la popa llegó un ronco gruñido.
– ¿No tienes ojos en tu cabeza, compañero? Yo ofrezco por la hija de Trahern. No me llevará más que contar hasta tres tumbada sobre su trasero y dárselo todo.
– Ajá -llegó una respuesta en tono despectivo-. Y si llegaras a adelantártele a Robby, sentirías su sable entre las costillas.
Shanna permaneció inmóvil sin dar señales de sentirse afectada por las groserías, pero interiormente estaba temblando. Había pasado una noche bastante desagradable pero comprendía que solamente su valor potencial como rehén le había evitado cosas peores en la cabina del capitán o el alojamiento de la tripulación, si no en ambos lugares. Por lo menos debía agradecer a Ruark ese pequeño respiro.
Ruark prestaba poca atención a la charla. Aceptaba la conversación de los hombres tal como era, por lo menos por el momento. Mientras Pellier estuviera vivo, Ruark sabía que era de allí de donde lo amenazaba el verdadero peligro.
Ruark observó con recelo cuando el francés se acercó a Shanna, y empezó a caminar mientras el hombre ponía una larga correa de cuero alrededor del delgado cuello de ella. Entonces, súbitamente, sin advertencia, Ruark encontró su camino bloqueado por el pecho ancho y velludo del simiesco piloto de Pellier y tres marineros que había visto trabajando en el barco. Ruark empujó a uno de ellos con el codo, pero el piloto se interpuso y lo miró con una amplia sonrisa de dientes desparejos y ralos, Por encima del hombro del piloto, Ruark vio que Pellier lo miraba con una maligna sonrisa.
– Bueno, hombre -dijo el piloto en tono burlón -si vas a ser uno de nosotros veamos qué tan bueno eres para limpiar un barco.
La planchada tocó el muelle y el capitán corsario empezó a moverse hacia la salida. En ese momento, un miedo frío, helado, atravesó a Shanna, quien volvió los ojos en un último ruego desesperado hacia su única esperanza, Ruark. Lo vio de pie con varios tripulantes y no hizo ademán de acercarse a ella. Su ceño se acentuó cuando ella, lo miró, pero parecía dispuesto a dejarla en manos de este cerdo pirata.
La correa se apretó alrededor de su cuello y Shanna debió seguir, a Pellier, a los tropezones, como parte del botín que se hizo desfilar- entre los curiosos, con excepción del cofre grande que quedó sobre! la cubierta de la goleta. Llevaba las muñecas atadas adelante y su largo cabello caía en desorden sobre sus hombros, ocultándole parcialmente el rostro de las miradas curiosas de la gente.
Algunas de las rameras la señalaban con dedos mugrientos y llegaban a tirarle cruelmente del cabello. Shanna se volvía furiosa y trataba de esquivadas, pero esta demostración de carácter sólo conseguía aumentar las burlas de las otras. Algunos hombres empezaron a pellizcarla en las nalgas y a gritarle sucios insultos, de muchos de los cuales Shanna no pudo entender el significado.
Cuando emergió del hacinamiento, Shanna ya no tenía el aspecto de una dama de alta cuna. Su vestido estaba desgarrado, los restos de una manga colgaban en andrajos de un hombro y sus pies descalzos estaban heridos por los guijarros y ampollados por la arena caliente. Sin embargo, caminaba con la indomable dignidad de una Trahern y dejaba que la cólera enmascarara el dolor y el miedo que sentía.
Casi se le escapó un suspiro de alivio cuando levantó la vista y vio el grande y blanco edificio que tenía delante. Una amplia veranda corría a lo largo del frente y de un poste colgaba un mascaron de proa tallado en forma de rolliza sirena. El lugar era sucio, miserable, necesitaba desesperadamente reparaciones, pero Shanna ya había adivinado que la mayoría de los habitantes de aquí eran pocos más que parásitos que hacían la menor cantidad posible de trabajo honrado.
Debajo de la sonriente sirena apareció un hombre monstruosamente enorme, tan alto como Pitney y la mitad de ancho, quien saludó a gritos a los vencedores. Su calva brillaba con sudor arriba de largas patillas que estaban peinadas en coletas adornadas con cintas de colores.
– ¡Han ido a la isla de Trahern, como dijeron, y veo que han regresado todos! -Rió regocijado mientras inspeccionaba las cajas y cofres que ellos dejaban sobre la veranda-. Y han traído algo de equipaje.
Un rápido tirón de la correa y Shanna fue empujada delante del enorme hombre. Se estremeció de disgusto cuando él le puso en el mentón una mano grande como un jamón y le hizo volver la cabeza a uno y otro lado, inspeccionándola como haría con una potranca.
– Una hermosa hembra sin duda, aunque Trahern me dejó poco con qué apreciarla. ¿Pero por qué la trajeron aquí? -preguntó Pellier sonrió taimadamente. -Es el fruto predilecto del huerto de Trahern, Madre, es la hija de él Ella nos hará ganar un montón de monedas.
– Ajá, si vivimos lo suficiente para disfrutado -replicó Harripen.
– A él le sería imposible hacer pasar por los arrecifes un barco lo suficientemente grande. Aquí estamos seguros -dijo Pellier.
El gigante apretó los labios y recorrió el horizonte con la mirada, evidentemente cada vez más nervioso.
– Seguramente que Trahern estará furioso -dijo en tono de preocupación. Después señalo a los prisioneros que se acurrucaban detrás de Shanna y dijo-: Podríamos necesitar más hombres si Trahern decide hacerse sentir. Traigan a la hembra adentro, compañero, y tomaremos unos tragos.
El sol se acercaba al horizonte y pronto la noche tendería su capa de terciopelo sobre la isla. Cuando la llevaron al interior, Shanna miró hacia atrás pero no vio señales de Ruark. Se preguntó, resentida, si él ya habría encontrado una moza en el muelle para pasar el tiempo.
Una corta escalera descendía hasta el salón de la taberna, donde fueron encendidas linternas para iluminar las tinieblas de la noche que se avecinaba. Las piedras grandes y lisas debajo de sus pies estaban frescas y eran un descanso después de la arena caliente. Pellier cruzó el largo y oscuro salón llevando a Shanna por la correa y se sentó con Madre en una laga mesa. Inmediatamente aparecieron dos mujeres que llenaron inmensos picheles de ale de barriles que había contra la pared. Harripen acarició el pecho bovino de una de las criadas y la miró sonriendo.
– Carmelita, estás bonita como siempre, amor mío. ¿Quieres tumbarte conmigo?
Una voz dijo, desde el fondo del salón:
– Ha apostado por ti, Carmelita. Y está tratando de ganar la apuesta.
Carmelita sacudió su cabeza oscura y puso rudamente un jarro en las manos del inglés, dejando caer una parte del contenido sobre los calzones de él..
– Eso refrescará tu entrepierna hasta que yo termine mi trabajo, bellaco hambriento. Yo me acostaré con quien me plazca y no es probable que seas tú, ganso esquelético.
Fuertes risotadas sonaron alrededor de la mesa hasta que Harripen hizo callar a sus compañeros con una mirada severa. Ansioso por demostrar sus propios progresos con las mujeres, Pellier rodeó con un brazo la cintura de Shanna y trató de atraerla hacia sí para darle un beso y acariciarla. Shanna giró y extendió los brazos con los puños cerrados, sólo con la intención de mantener lejos de ella ese cuerpo sudado y maloliente. El golpe lo alcanzó justo debajo de las costillas. Sorprendido, respirando con dificultad, el mestizo tropezó hacia atrás. Cuando luchaba por recobrar el equilibrio Shanna vio su oportunidad, le hizo una zancadilla y lo empujó Pellier cayó cuan largo era al suelo.
La más pequeña de las sirvientas, una muchacha que se había pichel acercado para llenar el pichel de Pellier, ahogó una exclamación de horror. Shanna empezó a comprender el peligro en que se había colocado con su acto. Las risotadas de los corsarios hicieron estremecer el lugar.
Ella se dio cuenta de que lo había avergonzado delante de todos.
Harripen dijo:
– Eh, Robby, levántate. No te quedes ahí solo en el suelo. Perdona a la moza.
La dignidad del francés estaba malamente herida, por no mencionar, su trasero sobre el cual había caído. Tenía los ojos inyectados, la cara escarlata por la ira. Las palabras sonaron ahogadas en su garganta.
– Tú, perra orgullosa, te enseñaré a obedecer como una mansa ramera y a venir cuando yo te llame.
Salvajemente tironeó de la correa de modo que Shanna casi perdió el equilibrio. La arrastró a medias y cruzó el salón hasta que llegaron a un, gran agujero abierto en el suelo. Pellier sacó un cuchillo de su bota y; cortó las ligaduras de Shanna. Luego metió de un puntapié una escalera en el agujero y le hizo señas de que descendiera.
– A menos, naturalmente, que desees que yo te ayude -la amenazó, pero Shanna se apresuró a obedecer.
Bajó al oscuro agujero y cuando llegó al fondo levantó la vista, preguntándose qué se esperaba de ella. La escalera fue retirada y ella vio que Pellier buscaba algo contra la pared. Una pesada reja de hierro cayó para cubrir el agujero. Desconcertada, Shanna miró a su alrededor. Desde arriba llegaba un poco de luz filtrada por el enrejado y pronto vio que estaba de pie sobre un montón de basura, justamente debajo de la abertura. ¿Pensaba Pellier asustada con el encierro y la oscuridad? La idea era ridícula, por supuesto, pues ella se sentía más aterrorizada por las repugnantes atenciones de él.
Un chillido en la oscuridad enfrió la confianza de Shanna como un chorro de agua helada. Una gran rata pasó entre sus pies. Los chillidos del animal provocaron risotadas de Pellier. Ansiosamente, Shanna se estiró hacia arriba para alcanzar el enrejado, pero el pirata hizo rodar un pesado barril para impedir que ella escapara. Shanna se volvió y vio varias ratas que acechaban desde el borde de la zona iluminada. Sus ojos brillaban curiosamente rojizos y malignos, como si estuvieran contemplando los últimos momentos de ella. Shanna se apartó de ellas y bajó un poco el montón de desperdicios.
El hedor del pozo la sofocaba y le provocaba náuseas. Shanna adivinó para qué usaban los piratas ese lugar. Las pequeñas bestias de ojos rojizos se volvían más atrevidas. Media docena o más ahora la observaban y se acercaban más cada vez que ella miraba hacia otro lado.
Shanna retrocedió otro paso y su pie se hundió hasta el tobillo en el cieno. Una rata corrió hacia ella y Shanna la apartó de un puntapié. Más roedores salieron de la oscuridad hasta que su cantidad se duplicó, y empezaron a avanzar todos juntos, como un solo cuerpo. A Shanna se le escapó un trémulo sollozo y debió retroceder hasta que el agua sucia le llegó a la rodilla. Una risa sardónica llegó de arriba y por la reja cayeron un trozo de pan y pedazos de carne.
– Aquí tienes, mi lady -dijo Pellier en tono burlón-. ¡He aquí tu cena! Es decir, si puedes impedir que la coman tus voraces amiguitas. y aquí hay algo para calmar tu sed. -Vertió ale por el enrejado, el cual cayó sobre las ratas que ahora se disputaban la comida que él acababa de arrojar-. No me eches mucho de menos. Tus amiguitas te harán compañía hasta que yo esté listo para ti.
Sus pisadas se alejaron del pequeño mundo de Shanna, quien, consciente de su hambre devoradora, miró en silencio a las voraces ratas. El ruido de las gotas de humedad condensada que caían le hacía sentir más sed. El hedor del pozo la hacía toser. Las ratas, buscando ahora cualquier último bocado, volvieron a mirarla. Algo rozó su pierna y Shanna se agachó y tomó un trozo de madera. Era firme y real, cosa que no parecía ser lo demás que la rodeaba. El hambre le corroía el estómago, la sed le quemaba la garganta, la fatiga erosionaba su voluntad, el miedo minaba su determinación.
Las ratas se acercaron al borde del agua; pero se mostraban reacias a aventurarse. Entonces una más atrevida que las demás saltó y empezó a nadar hacia ella. Shanna aguardó tensa y levantó el trozo de madera. ¡Un momento más! Con un sollozo, golpeó con la madera al animal con todas sus fuerzas, y después de frenéticos movimientos, no lo volvió a ver. Cautamente, las otras retrocedieron a una distancia más segura para observada con sus ojillos rojizos.
Shanna empezó a temblar violentamente y ni siquiera la derrota de la rata pudo animar su espíritu. Si por lo menos hubiera un lugar, seco y seguro, donde pudiera refugiarse. Blandió la madera. Las ratas seguían mirándola con ojillos malévolos y alerta. Ella quería llorar pero sabía que le aguardaba un desastre mayor si se mostraba débil. ¡ Estaba tan cansada! ¡Tan hambrienta! ¡Tan sedienta! ¡Tan débil!
Ojos malignos la miraban acechantes desde la oscuridad.
"¡Socorro! " gritó su mente. "¡Socorro! ¡Ruark!".