CAPITULO DOCE

El día de fines de agosto gemía bajo el despiadado calor del sol. La arena de la playa estaba demasiado caliente para caminar sobre ella; hasta los niños habían dejado de jugar para retirarse al refugio de sus hogares. La isla estaba silenciosa mientras sus habitantes hundíanse en el sopor de una larga siesta. Olas de calor se elevaban de los tejados y ondeaban en el horizonte distante como miles de escamas de agua agitada. El lánguido golpear del mar sobre la costa era el único movimiento que se veía, ninguna brisa agitaba las hojas. El cielo, desprovisto de nubes, parecía que había sido blanqueado hasta perder su color azul normal por el intenso calor del día


Suspirando, Shanna dejó su balcón y entró en la frescura de su habitación para quitarse la ligera bata que con el calor le resultaba insoportable. Su cuerpo firme y joven relucía con una ligera película de transpiración debajo de la fina camisa corta y su larga y densa cabellera estaba húmeda en la nuca. Pasó unos momentos dando puntadas distraídas en una tapicería pero después renunció a eso para tenderse sobre las. frescas sábanas de la cama. La labor de aguja era nada más que un recurso para mantener ocupadas sus manos y su mente. Esta pieza la había empezado hacía años y por eso la detestaba. En sus días de colegio la había detestado aún más pues era una habilidad cuyo dominio se exigía a todas las alumnas. Sus maestras la enseñaban con diligencia y no entendían sus suspiros de frustración. En estallidos de mal carácter, ella había destrozado más de una pieza pues detestaba sus errores y carecía de paciencia para corregirlos. Los ceños de reprobación de sus mentoras se hubieran convertido en bocas abiertas por la sorpresa si hubiesen conocido sus deseos de estudiar bajo la guía del pintor Hogarth, en la academia de Saint Martin's Lane.


– ¡Qué grosería! -habrían dicho, temblando-. ¡Vaya, se dice que allí los jóvenes dibujan modelos vivas! ¡Desnudas!.


Shanna rió para sí misma y se retorció en la cama. Las profesoras no se imaginaban que algunas de sus "niñas inocentes" se ofrecían voluntariamente para la tarea, o si lo sospechaban desviaban cuidadosamente sus pensamientos.


"Pero por lo menos la labor de aguja sirve para algo" pensó Shanna. "Me evita pensar en Ruark”..


Se puso boca abajo, apoyó el mentón sobre sus brazos cruzados y cerró los ojos. Ruark casi se había convertido en parte integrante de la casa. Estaba presente en casi todas las comidas y acompañaba a su padre en sus numerosos viajes. Shanna difícilmente podía bajar la escalera sin la perspectiva de encontrado, y cada vez que encontraba su mirada, los ojos de él la devoraban con una audacia que la hacía encolerizarse. Hasta eso podía tolerado. En realidad, casi disfrutaba de la ávida atención de él. Era durante los momentos de silencio, cuando nadie estaba mirando, que esos ojos dorados se volvían hacia ella con un hambre que casi le partía el corazón, un anhelo tan intenso que ella debía desviar su mirada. Después, si su mente estaba libre para vagar, ella recordaba el contacto excitante de sus manos, el calor de los labios contra los suyos, los susurros, un recuerdo de las veces que habían hecho el amor. Ella podía oír nuevamente los murmullos, las indicaciones que la dirigían gentilmente en las maniobras del amor y evocaba el placer de esa boca en sus pezones, exigente, devoradora, ardiente, excitante…


Shanna abrió los ojos.


– ¡Señor! -susurró- ¡Mi propia mente me traiciona!


Sus pechos palpitaban debajo de la delgada tela de su camisa y sentía un doloroso vacío en su vientre. Se levantó y tomó el bastidor de la tapicería pero un momento más tarde se chupó un dedo donde la aguja había hecho brotar una gota de sangre. Cerró lentamente las manos y miró fijamente la puerta de su habitación, sabiendo que si Ruark entraba ahora ella lo recibiría con todo el deseo de su maduro cuerpo de mujer. Lo deseaba y se odiaba a sí misma por esa debilidad. En las profundidades de su ser había una pasión que sólo Ruark podía calmar y hasta mantener viva su cólera representaba una lucha desesperada.


Súbitamente se sintió cansada, cansada de tener que evitar hasta el más breve momento a solas con él. El capitán Beauchamp los había sorprendido una vez. La próxima podría ser alguien menos comprensivo, quizá hasta el mismo Orlan Trahern. La mente de Shanna giraba en círculos interminables mientras ella trataba de resolver su problema. Nuevamente se tendió sobre la cama y cuando el sueño la dominó no había hallado ninguna solución.

La noche descendió sobre la isla y el calor del día disminuyó hasta un punto en que las ropas resultaban tolerables. Una brisa leve, caprichosa, contribuyó a reducir la incomodidad cuando fue servida la cena. Tal como el día anterior, una fragata inglesa que se dirigía a las colonias había entrado en el puerto y los huéspedes en la cena de esta noche incluían a personas del barco: su capitán, un mayor de los Royal Marines, y un caballero, sir Gaylord Billingsham, quien viajaba como emisario menor. Varios de los supervisores habían traído a sus esposas y Ralston, Pitney y Ruark también estaban presentes.

El grupo se congregó en el salón donde las mujeres se reunieron en un extremo mientras los hombres se juntaban en el otro para llenar sus pipas o encender sus cigarros. Después de charlar un rato, varias damas sacaron sus labores de aguja y comenzaron en voz baja a intercambiar recetas de cocina y chismorreos. Excepto cuando le hacían preguntas directamente, Shanna se mantenía callada y fingiéndose ocupada en su labor espiaba a Ruark, quien había sacado su pipa y conversaba con los otros hombres. Llevaba una chaqueta de color castaño sobre calzones oscuros y una camisa blanca con corbatín con volantes. Su fortuna seguía aumentando y poco después de la partida de Nathanial Beauchamp había gastado parte de la misma en ropas, más sencillas y no tan formales como las que le había- obsequiado Trahern pero no menos favorecedoras para su aspecto personal. Shanna volvió su atención a su trabajo cuando una de las mujeres se inclinó hacia ella.


– Digo yo, Shanna, ¿no es ese joven Ruark un hombre guapo? -susurró la mujer.


– Sí -murmuró Shanna-, ciertamente guapo. Sonrió complacida pues pese a su declarado disgusto hacia él,

sentía un orgullo, desusado cuando alguien elogiaba a Ruark.


Prestando parte de su atención a 1o que se decía, Shanna se enteró de que sir Gaylord Billingsham estaba soltero, sin compromisos, disponible. Viajaba a las colonias en busca de apoyo financiero para un pequeño astillero que su familia había adquirido -en Plymouth.


Es un tipo extraño, murmuró Shanna, observándolo ligeramente. Era más alto que Ruark, de huesos un poco más grandes, y se movía con una curiosa gracia desgarbada rayana en la torpeza pero que parecía, por alguna razón, apropiada para su tamaño. Tenía cabello castaño claro que se rizaba en torno de su cara llamando la atención hacia ese rostro alargado, y que llevaba atado en una coleta en la nuca. Sus ojos eran claros, azul grisáceos, su boca grande y de labios carnosos, expresivos. Sus actitud iba de una vacuidad pomposa a una altanera arrogancia, aunque era rápido para sonreír ante un chiste y parecía disfrutar del"

humor a veces un poco grueso de los capataces. Su mal genio se reveló fugazmente cuando fue informado de que compartiría la mesa con un siervo. Aunque se recobró rápidamente, desde ese momento se cuidó de hablar con Ruark. A Shanna ello le resultó extrañamente desagradable.


Mientras ella lo observaba, él criticó el "sucio hábito" de fumar y sacó del bolsillo de su chaleco una pequeña caja de plata, tomó una pulgarada de rapé en el dorso de su mano y la absorbió delicadamente por una fosa nasal. Momentos después estornudó ligeramente en su pañuelo de encaje, echó la cabeza hacia atrás y suspiró.


– Ah -dijo-, realmente así nos sucede a los hombres.


Cuando los otros lo miraron, explicó:


– Primero hay que recibir el aguijón y después el placer.


Aspiró fuertemente por la nariz y dirigió su siguiente comentario al capitán de la fragata.


– Pero a pesar de todo esto, señor, debo admitir que jamás seré un marino adecuado. Aborrezco la estrechez de una cabina cuando el barco se halla en alta mar y no puedo soportar su confinamiento cuando se encuentra en un puerto seguro.


Con un floreo de su mano, se volvió hacia Trahern.


– Mi estimado señor -dijo, y elevó la nariz arrogantemente-, me parece difícil que haya aquí una buena posada o taberna donde pueda alojarme durante los días que estaré aquí ¿Quizá alguna familia de la aldea tendría facilidades para recibirme en su casa?


Dejó flotando la pregunta.

Trahern sonrió. -No será necesario, sir Gaylord -respondió-. Aquí tenemos espacio de sobra y será un placer para mí que usted se aloje con nosotros.


– Es usted muy amable, caballero Trahern. -El caballero sonrió afectadamente ante el éxito de su estratagema-. Enviaré a un hombre por mis pertenencias.


Trahern levantó una mano y negó con la cabeza. -Nosotros podemos satisfacer sus necesidades más inmediatas, señor, y si usted deseara algo más,.podemos hacer que lo traigan por la mañana. Usted será

nuestro huésped todo el tiempo que desee.


y aunque Trahern sabía que lo habían usado, lo mismo sentíase complacido ante la perspectiva de ser anfitrión de un caballero con título.


Shanna, quien había escuchado el diálogo, llamó a un sirviente y le dijo en voz baja que preparara las habitaciones de huéspedes en el ala del hacendado. Cuando el sirviente se marchó, su mirada se encontró con la de su padre. Shanna asintió ligeramente con la cabeza y Trahern reanudó su conversación, tranquilizado y orgulloso de la eficiencia de su hija.


Shanna se concentró en su labor de aguja, levemente ceñuda ante una puntada difícil. Entonces, sintiendo que la miraban, levantó la vista y sus ojos se encontraron con Ruark, pero vio con sorpresa que él no la observaba a ella sino que miraba, ceñudo, al otro extremo del salón. Ella siguió la mirada de él y se encontró con los ojos de sir Gaylord Billingsham, llenos de interés y evidentemente admirando su belleza. Los gruesos labios se retorcieron y en seguida se abrieron en una lenta sonrisa que más se semejaba a una mueca. Fue suficiente para que Shanna se alegrara de haberle destinado una habitación lejos de las de. ella. Rápidamente apartó la mirada. Sus ojos recorrieron el salón y se detuvieron en Ralston. Con una enigmática sonrisa, el hombre estaba observando taimadamente a sir Gaylord.


Antes que terminara la noche, Orlan Trahern invitó a todos los presentes y a los hombres del barco a tomar parte en la celebración de la puesta en funcionamiento del trapiche. Explicó que puesto que todos los pobladores estarían allí, no habría otra cosa que hacer que unirse a las festividades del día siguiente.


La siesta que Shanna había dormido a primeras horas de la tarde le impidió dormirse en seguida y pasó una hora larga volviéndose sobre la cama, luchando contra una visión de Ruark acostado a su lado y combatiendo la insistencia de su propia mente que amenazaba con hacerla levantarse para correr hasta la cabaña de él. Pero perseveró y al final encontró la victoria en el sueño, aunque éste, también, estuvo lleno de visiones que la dejaron temblando entre sábanas humedecidas por la transpiración.


A la mañana siguiente bien temprano Ruark llegó al trapiche antes que los demás y ató bien su mula, Old Blue, lejos de donde serían atadas las demás cabalgaduras. La astuta mula tenía la costumbre de morder a los caballos en las orejas. Este juego habitualmente degeneraba en una pelea donde el venerable y taimado animal salía triunfante. De modo que a fin de preservar la paz con los cocheros y capataces, Ruark estaba obligado a encerrar a su cabalgadura.


Ruark miró hacia atrás cuando Old Blue bajó sus orejas y con una voz áspera e irritada lanzó su amenaza a los animales. Se caló el sombrero hasta las cejas, no muy deseoso de tomar parte en cualquier reyerta que se produjera, abrió la pequeña puerta que estaba debajo de la tolva y se retiró de la vista de la mula. Se detuvo un momento en el cuarto de acopio mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad y saboreó el aroma picante de la madera nueva que formaba la mayor parte de la estructura.


Los tonos ricos y cálidos de las superficies relucientes todavía llevaban las marcas de hachas y azuelas y reflejaban la luz dando al interior un tono dorado y misterioso. Había una atmósfera. de expectativa; todo era nuevo, todo estaba preparado, aguardando.


Aquí, donde se recogerían los jugos, estaban los enormes rodillos que exprimirían la caña. Seis enormes tinas estaban dispuestas sobre una plataforma circular que se haría girar a medida que cada una se fuera

llenando. Dejando vagar su imaginación, Ruark casi pudo ver las tinas, como gnomos gigantes tendidos sobre su mesa, aguardando el primer movimiento de vida del trapiche para llenar sus barrigas con el dulce néctar de la caña. Ruark golpeó con sus nudillos el costado abultado de la tina más cercana y escuchó el eco del hueco sonido en el lugar.


Arrugó ligeramente el entrecejo. ¿Pensaría Shanna que la construcción. del trapiche era un intento de él de ganarse la buena voluntad del padre?


Pasó a la sala de cocido y caminó ente dos filas de grandes marmitas de hierro. Ellas también parecían esperar, como elfos elefantinos con las barrigas distendidas sobre los fogones de ladrillo donde se encenderían fuegos para convertir los jugos en densa, oscura melaza.


¿Y cuál sería el humor de Shanna en este día? se preguntó Ruark ociosamente. ¿Se mostraría como la arpía de lengua venenosa cuyas palabras cortaban como cuchillos, o sería la doncella dulce y suave de los últimos tiempos?


Ruark llegó al extremo de la estancia, se detuvo, miró hacia atrás. Una lenta sonrisa se dibujó en sus labios cuando le vino a la mente el recuerdo de una tarde, hacía varios días, cuando él y Trahern se habían retirado al salón después de comer y Shanna se había ubicado junto a la ventana para aprovechar la última luz del día y trabajar en su tapicería. Había sido un momento idílico con la paz de una aromática pipa, la suave belleza de ella allí cerca, donde él podía contemplarla, iluminada por el resplandor rosado del sol poniente. El se había imaginado a sí mismo en una escena similar, pero con una criatura en los brazos de ella. Era delicioso compartir una comida con Shanna, bella y silenciosa del otro lado de la mesa, aunque ello le producía una intensa ansiedad, pues a pesar de que ella parecía mucho más complaciente y dulce, él no había tenido ni un momento a solas con ella.


Suspiró, se golpeó el muslo con su fusta y continuó su viaje hacia el ala de la destilería. Casi la mitad del lugar estaba lleno de pared a pared con grandes barriles donde caería la joven savia verde que, con cuidadosos agregados, fermentaría hasta convertirse en ron nuevo. Aquí, arriba de los alambiques, serpentinas de tubos rojos se enroscaban en una frenética danza, inmovilizadas para la eternidad, y después descendían para verter los vapores enfriados en barriles donde se añejaría y sería vendido. Este era el lugar del maestro destilador, su reino donde su destreza y talento tratarían de extraer lo mejor de la caña de azúcar.


La ubicación del trapiche había sido elegida cuidadosamente. Estaba suficientemente lejos del pueblo a fin de que el olor de la fermentación no ofendiera las narices de los pobladores, pero centralmente situado, cerca de la alta meseta donde se extendían los cañaverales. Debajo de sus cimientos había sótanos donde los barriles de ron podían ser almacenados para su añejamiento. El agua se llevaba por canales desde manantiales de las cercanías y los bosques circundantes proporcionaban madera en abundancia para combustible. De todo esto no era lo menos importante que las instalaciones estuvieran en un valle pequeño y protegido, a salvo de las tormentas de firmes de verano que a menudo se abatían sobre las islas.


Ruark sintió que el pulso se le aceleraba cuando pensó en su inminente éxito, pero sintió dudas cuando pensó en los centenares de cosas que podían salir mal.


– No hay que anticiparse a los hechos -se dijo en voz baja-. Este día todo será puesto a prueba.


Una estrecha escalera conducía al desván y Ruark subió hasta una pequeña cúpula que había sido construida en la parte más alta del trapiche a fin de que un hombre pudiera ver la aproximación y partidla de carros durante los momentos de mayor actividad de la cosecha y dirigir a los carreteros por medio de señales para que evitaran los posibles atascamientos del camino. Desde este punto de observación, Ruark podía aguardar la llegada del carruaje de Trahern.


Ya venía desde la aldea una larga fila de carretas, carros y carruajes. Varios carros habían sido provistos para la tripulación de la fragata y él pudo ver los coloridos uniformes de los oficiales que venían en un carruaje. De uno de los campos cultivados, Ruark notó que se acercaban cinco carros cargados de cafia, y cerca del molino, en otro carro, estaban los siervos que se ocuparían de poner al molino en funcionamiento. A un grito de saludo del capataz, Ruark agitó la mano y después dirigió nuevamente la vista al camino de más abajo. No vio señales del birlocho de Trahern y menos del brillante toque de color que sus ojos aguardaban hambrientos.


– Mejor hubiera atado mi destino a la cola de un torbellino -musitó Ruark secamente- que comprometerme tanto a esa caprichosa mujer.

Esa dulce Circe lo había hechizado desde los primeros momentos en la cárcel. Quizá él había cometido en realidad ese crimen con la otra joven en la posada y éste era su castigo: saber que Shanna era su esposa pero no disfrutar de las alegrías del matrimonio. Si eso era verdad, entonces él debía aceptar su estado y las raras ocasiones mensuales de felicidad, resignándose a su esclavitud el resto del tiempo. Qué espantoso giro del destino. Como hombre sin compromisos, él se había movido entre tiernas y encantadoras doncellas y había tomado despreocupadamente lo que ellas le ofrecían, pero ahora, casado con una a quien con toda sinceridad hubiera elegido en cualquier circunstancia, se le negaba el estado de matrimonio y debía vivir constantemente sediento, disfrutando solamente de las horas ocultas entre media noche y el amanecer. Aun así, un mal pasó, una puerta equivocada podía separarlos y hacerles padecer el castigo que pudiera dictar el hacendado.


Un grito desde abajo interrumpió sus cavilaciones y Ruark se irguió y vio que el birlocho de Trahern se acercaba entre los árboles que flanqueaban el angosto camino. Dejó la cúpula, bajó rápidamente y cruzó el depósito vacío hasta la puerta por donde había entrado. Cuando vio a Shanna al lado de su padre, Ruark se animó pero su humor cambió rápidamente cuando advirtió que sir Gaylord estaba sentado frente a ella. Había pensado saludarlos, pero ahora, irritado y silencioso, se retiró a la sombra y vio que el odioso petimetre tendía una mano a su esposa para ayudada a apearse del birlocho. El disgusto de Ruark se acentuó cuando Gaylord tomó un codo de Shanna. Era doblemente difícil para él soportar eso cuando él mismo no podía tocarla en público. Ruark hundió en su cabeza el sombrero blanco de ala recta y se apoyó contra la pared del trapiche, lleno de frustración.


Una alegre multitud se había congregado alrededor del carruaje de Trahern y pronto el hacendado empezó a presentar a su huésped con título a los varios comerciantes y otras personas de importancia en la isla. Sir Gaylord viose obligado a apartarse de Shanna para recibir los cumplidos y saludos. Shanna se alisó el vestido y buscó entre la gente el rostro de Ruark. Lo vio en la sombra del edificio, con los brazos cruzados y un hombro apoyado en la pared. Tenía el sombrero echado hacia adelante, oscureciéndole el rostro, pero ella conocía las facciones finas, delicadas. Estaba informalmente vestido y ello, en ese día caluroso, parecía lo más sensato. Una camisa blanca, abierta en el pecho y con mangas abollonadas contrastaba marcadamente con su piel bronceada. El era moreno como cualquier español y su cuerpo esbelto y musculoso era acentuado por los calzones ceñidos y las medias blancas.


Shanna sonrió pensativa. El sastre debió derretirse de gozo ante la oportunidad de vestir a un tipo tan apuesto. La mayoría de los hombres de la isla que tenían dinero para pagar las telas más ricas y las últimas modas hacía tiempo que habían pasado la flor de la edad. Pero Ruark tenía la apostura y el cuerpo que embellecían la vestimenta más modesta, aun esos atrevidos calzones cortos. Empero, a Shanna la irritaba que esos calzones fueran tan ceñidos y que Ruark exhibiera descuidadamente su virilidad ante las miradas ansiosas de las muchachas enamoradizas. Sin embargo, sabía que él no era tan consciente de su apariencia como lo eran los petimetres de la corte, o hasta como sir Gaylord, quien estaba vestido de terciopelo y encajes y parecía tan acalorado como si estuviera a punto de explotar.

Viendo a Shanna momentáneamente sola, Ruark aprovechó la oportunidad Y empezó a acercársele entre la multitud. Su prisa y su distracción, sin embargo, fueron su perdición porque súbitamente se encontró con que tenía en sus brazos el cuerpo suave de una muchacha y bruscamente perdió el equilibrio. Un agudo grito femenino le perforó los oídos y Ruark giró y aferró a la joven para impedir que ambos cayeran cuan largos eran.


– Oh, señor Ruark -dijo Milly con su chillona vocecita-. Usted es demasiado brusco para una muchacha como yo.

Ruark tartamudeó confuso unas disculpas.


– Oh, perdón, MilIy, pero tengo mucha prisa.


Ruark se hubiera liberado de la muchacha pero ella le aferró el brazo y lo mantuvo firmemente contra sus pequeños pechos.


– Ajá, ya comprendo, John. -El empleo familiar de su nombre de pila le resultó molesto. Súbitamente la voz de ella sonó tan fuerte como para ser oída en toda la isla-. Últimamente parece que siempre tienes prisa. Pero no necesitas correr tanto, John Ruark. Quienquiera que ella sea, puede esperar.


Ruark trató de ocultar su irritación. Retorció su brazo en un esfuerzo por liberarse de ella y miró por encima de la cabeza oscura de Milly hacia Shanna, quien los observaba con cierta tensión.

Milly alzó una mano para acariciado en el pecho y le sonrió con sus ojos negros invitadores.


– Oh, John -suspiró-. Eres tan fuerte. Con solo mirarte, una muchacha pequeña como yo se siente débil e indefensa.


Ruark reprimió un rudo comentario sobre dónde podría estar la debilidad de ella y trató de apartar esos dedos de su camisa.


– Vamos, Milly, tengo prisa -casi gruñó.


Milly insistió.


– Preparé un buen cesto de comida-dijo- con una pierna de cordero, John. ¿Por qué no vienes a tomar un bocado con nosotros?


– Lo siento -se apresuró a decir Ruark-. El hacendado me ha pedido que comparta su mesa.


Casi consiguió liberar su brazo pero Milly todavía ensayaría otra treta para retenerlo.


– Oh -gimió Y se apoyó pesadamente en él Creo que me he torcido un pie. ¿Me ayudas a llegar a nuestro carro, cariño?


Una sombra corpulenta se les unió y ambos levantaron la vista y se encontraron con la señora Hawkins, de pie frente a ellos, con los brazos en jarras y mirándolos ceñuda.


– ¡Ajá! -exclamó la mujer antes que cualquiera de ellos pudiera hablar-. ¡Con que un pie torcido! Yo te llevaré hasta el carro. Vamos, muchacha desvergonzada, arrojándote así contra el señor Ruark.

Deberías sentir vergüenza.


La señora Hawkins tomó a su hija de un brazo, dirigió una rápida mirada de disculpas a Ruark y se alejó con la joven. Milly cojeó hasta que su madre le dio un bofetón y la hizo gritar. Olvidada de su pie dolorido, Milly se recobró sorprendentemente rápido y caminó sin dificultad hacia el carro.


Ruark rió divertido pero se puso serio cuando volvió a mirar a Shanna. Ella lo miraba con una expresión desconcertante. Ruark la conocía demasiado bien y sabía que se aproximaba una tormenta, de modo que se apresuró a calmar su cólera. Pero no tuvo suerte porque cuando llegaba junto a Shanna se interpuso Trahern, quien lo saludó con un grito. Nuevamente tuvo que ir hacia el trapiche, del brazo de Trahern. Miró rápidamente hacia atrás y vio que sir Gaylord volvía al lado de Shanna. El caballero la. tomó de un codo y se inclinó para murmurar algún comentario ingenioso al oído.


– Vamos, señor Ruark -dijo Trahern- pongamos este molino en marcha y dejemos que estas buenas gentes disfruten de su festín. Mi hija cortará las cintas de la inauguración pero me gustaría que usted compartiera este momento.


Ruark no oyó el resto de lo que dijo el hacendado pues a sus espaldas sonó la risa cristalina de Shanna. El sonido fue para su corazón como vinagre en la garganta de un hombre sediento.


En un brindis por el rey Jorge fueron levantados picheles de ale, ron y varias otras bebidas mientras que las mujeres prefirieron un vino más suave. La inauguración del trapiche fue motivo de una serie de brindis y cuando Shanna fue conducida hasta las amplias puertas principales del edificio, los espíritus estaban alegres. Ella no estaba afectada por esa alegría sino que su euforia provenía de una causa totalmente diferente. Unos pocos sorbos de vino difícilmente podían embriagada. Ella no podía imaginar la razón de sus emociones exaltadas mientras se dirigía hacia donde estaban las cintas, pero rápidamente comprendió la verdad cuando vio a Ruark de pie junto a su padre. Este trapiche era obra de Ruark y ella estaba extasiada de orgullo ante la proeza. Súbitamente sus ojos se llenaron de lágrimas y debió sonreír hasta que el llanto cesara. Riendo alegremente tiró con fuerza de la cuerda oculta que sostenía a las cintas inaugurales. Los nudos se soltaron y los muchos metros de telas de colores cayeron a la plataforma en una multitud de aleteos.

La mano de Ruark se unió a la de ella para abrir el pesado cerrojo, ante tanto público ambos trataron de ignorar el contacto.

Sus ojos se encontraron fugazmente antes que Ruark diera un paso y abriera las puertas, y Shanna fue la única que supo que su rubor no se debía enteramente a la excitación del momento.

Cuando las puertas se abrieron completamente, la gente miró el interior del depósito que estando vacío daba la impresión de una catedral. El ruido de la multitud se redujo a un murmullo de sorpresa; después su atención fue atraída por un grito desde las puertas de molienda. Dos carros ya estaban siendo acercados al lugar sobre la tolva que llevaba la caña hacia abajo. Otro grito atravesó el aire y una pareja de bueyes empezó a caminar en círculos, poniendo en movimiento un gran engranaje, el cual, a su vez, accionaba una gran rueda dentada que hacía girar un eje que entraba en el edificio. El hombre que manejaba a los

bueyes inclinó su espalda para mover una gran palanca. Un gran ruido sordo fue seguido de otro y en seguida los rodillos empezaron a girar con lento, majestuoso movimiento. El ruido pareció estremecer hasta al mismo suelo y produjo un sentimiento de euforia en el pecho de Shanna. Su corazón se hinchó hasta casi estallar y ella sintió deseos de reír y de llorar al mismo tiempo. Un murmullo de voces se elevó desde el público cuando la primera caña fue tomada por los rodillos. Aguardaron inquietos hasta que la palanca fue accionada nuevamente, ahora para detener el movimiento. El rugido sordo cesó, los bueyes se

detuvieron. El súbito silencio duró lo que a Shanna le pareció una eternidad y entonces surgió otro sonido del interior del trapiche. Lentamente, de a uno por vez, cuatro grandes toneles de jugo fueron sacados a la plataforma para que los miraran y cataran todos los que quisieran.


Fue un logro estupendo. Lo que a una cantidad de hombres le hubiera llevado toda una tarde había sido logrado en el tiempo que se demoraría en beber una taza de té. Un grito de aprobación se elevó desde el público reunido. Incluso Ruark sonrió, hasta que sir Gaylord cruzó la plataforma, se ubicó entre él y Shanna y tomó la mano tendida de ella.


Puesto que el trapiche era algo enteramente nuevo en la isla, a los aldeanos se les permitió que vieran el interior ahora que había quedado demostrado el funcionamiento. Durante muchas semanas los pobladores se habían hecho preguntas acerca de eso que estaban construyendo en las colinas sobre la aldea y ahora, por fin, su curiosidad quedaba satisfecha. Quedaron llenos de admiración por el ingenio con que había sido erigido y más de unos pocos se sintieron contritos porque una vez se habían reído incrédulos cuando les informaron que la producción del trapiche sería limitada solamente por la velocidad con que la caña pudiera ser arrojada en la tolva y que lo que antes exigía largos y tediosos meses de ardua labor ahora podría hacerse en una semana.


– ¿Puedo acompañarla, señora Beauchamp? -preguntó sir Gaylord-. Siento un poco de curiosidad por esta cosa. Debió de ser un inglés quien la concibió.


Shanna sonrió divertida al reconocer la típica mentalidad inglesa. Si era bueno, tenía que ser inglés.


– Nuestro siervo ya me ha mostrado detalladamente el lugar, sir Gaylord. Estoy segura de que al señor Ruark le interesaría su deducción, pero él es de las colonias, no de Inglaterra, como usted supuso.


– ¡No! ¡No me diga que él fue quien…! -Sir Gaylord estaba evidentemente atónito. Con expresión arrogante, estornudó ligeramente en su pañuelo-. Bueno, supongo que para ello bastan unos pocos conocimientos básicos acerca de la construcción de una destilería. Yo no puedo soportar esa bebida. Prefiero un buen vino a ese brebaje bestial. No es bebida para caballeros..


Shanna sonrió como una gata que acaba de comerse un ratón.


– Tendré que informar a mi padre de sus opiniones, sir Gaylord. En realidad, a él la bebida le resulta muy agradable.


Sir Gaylord cruzó sus grandes manos atrás de su espalda y pareció ponerse más pensativo.


– Quizá -dijo- a su padre le interesará una inversión más conveniente, señora. Beauchamp. Mi familia ha adquirido un astillero en Plymouth, muy prometedor, y con la fortuna de su padre…


Nuevamente el caballero se equivocó como tantos otros antes que él, pero sir Gaylord difícilmente entendió lo que había detrás de la mirada de soslayo de Shanna. En cambio, quedó súbitamente fascinado con las ventajas que le daba su altura. Como le llevaba a Shanna más que una cabeza, disfrutaba de una vista muy placentera de lo que había detrás del corpiño del vestido de ella cada vez que miraba en esa dirección, cosa que ahora sucedía muy a menudo.


– Viendo dónde se posaba la mirada del caballero, Ruark. sentíase cualquier cosa menos jovial. Ocultó su rabia detrás de un pichel rebosante de ale al que bebió hasta la última gota. Después de presenciar esta hazaña Shanna lo miró con expresión interrogativa pero sir Gaylord se interpuso nuevamente entre ellos y la tomó del brazo. Inclinándose sobre ella con algún comentario frívolo, la alejó disimuladamente de Ruark.


Ruark no tuvo tiempo de reaccionar porque su propio brazo fue aferrado por la enorme zarpa de Trahern. Mientras se dejaba llevar, oyó un torrente de ansiosas palabras que empezaron con:


– Ahora, en cuanto al aserradero. ¿Cuándo cree usted que…? Ruark no se dio cuenta de lo que respondió porque en su mente el resto de la conversación estuvo cubierto por una bruma de cólera a través de la cual solamente veía la espalda del amanerado sir Gaylord.


Trahern lo dejó cuando llegó un convoy de carros de la mansión. Los servidores de la casa. del hacendado bajaron de los vehículos y empezaron a preparar una larga fila de mesas que rápidamente fueron cubiertas con barriles de ale y cerveza y otros más pequeños de vinos seleccionados, dulces y secos, tintos y blancos. Un último carro se abrió y de él sacaron mitades todavía humeantes de cordero, cerdo asado, aves de todas clases y una gran variedad de pescados y mariscos, todo acompañado de salsas delicadas para complementar las carnes y estimular al paladar. Las damas de la isla trajeron sus propias preparaciones para sumarias al festín. Cuando Shanna llevó a sir Gaylord a inspeccionar las viandas, él extendió sus manos en gesto de rendición y rió frívolamente.


– Es gracioso que me vea abrumado por esta abundancia en una isla tan pequeña. Vaya, seguramente esto puede competir con las meriendas campestres que ofrecen en Inglaterra mis propios parientes.

No, advirtió las miradas indignadas de varias damas y tomó por alentadora la sonrisa divertida de Shanna. Trahern, quien se les había acercado a tiempo para oír este último comentario, se apresuró a enmendar el error de su invitado.


– Ah, sir Gaylord, es que usted no ha probado los magníficos platos preparados por las damas pues de haberlo hecho estaría de acuerdo en que ninguna merienda campestre del mundo podría competir con ésta.

Ruark, quien los había seguido lentamente, tomó sin muchas ganas otra ale para beberlo mientras observaba al afectado sir Gaylord. El caballero se secaba repetidamente la frente con un pañuelo de encaje y parecía sufrir mucho el calor. Ruark no perdía la esperanza de que el hombre se desplomara a causa de ello. Pero por lo menos con la cercana presencia de Trahern, sir Gaylord dirigía sus ojos a algo menos atractivo que el corpiño del vestido de Shanna.


– John Ruark.


Ralston lo señaló con su fusta y se le acercó. Ruark se detuvo para esperarlo aunque sus ojos no se despegaban.de ese pequeño toque de color rosado casi oculto por la alta y desgarbada silueta del caballero. Ruark no se daba cuenta de que Shanna también lo miraba por encima del brazo del inglés mientras sonreía y asentía ante la charla sin sentido del hombre. Ruark só10 se percató de que sir Gaylord la alejó nuevamente, hacia el extremo de una mesa separada donde los sirvientes estaban poniendo sus platos.


– John Ruark -dijo Ralston, llamándole la atención en tono cortante y enrojeciendo de ira cuando Ruark respondió lentamente y por fin se volvió para encontrarse con la mirada fría y penetrante-. Sugiero, señor Ruark, que trate de mantener bajo control sus deseos, aunque comprendo muy bien la causa.


– Ralston señaló despreocupadamente en dirección a Shanna-. Recuerde que ustedes un siervo y no piense que puede elevarse por encima de su posición mientras yo estoy aquí. Largo tiempo ha sido mi obligación mantener a la gentuza lejos de la puerta de Trahern. Ciertamente, usted parece descuidar sus obligaciones. Sugiero que vaya a ver la molienda a fin de vigilar que todo se haga como es debido. Sería una vergüenza que los jugos se perdieran, porque estos primeros deberían convertirse en un destilado especial.


– Con el debido respeto, señor -dijo Ruark entono mesurado y difícilmente controlado-, el maestro destilador aprobó la ubicación de cada piedra y ha demostrado su capacidad. No me parece que yo, con

menos experiencia en el asunto, tenga que supervisar su trabajo.


– Para mí es muy evidente, señor Ruark -el título fue dicho entono despectivo-

Que últimamente usted presume demasiado. Haga lo que le he dicho y no vuelva hasta que el trabajo esté terminado.


Pasó un largo momento hasta que Ruark asintió y se alejó a hacer lo que le decían.


Cuando todos los invitados estuvieron sentados en sus lugares, Shanna se encontró al lado de sir Gaylord y cuando miró alrededor de la mesa notó que el plato de Ruark había sido puesto lejos de su lugar habitual cerca de su padre y que todavía no le habían servido. Notó en seguida el arribo de Ralston y la sonrisa relamida que se dibujaba en sus labios habitualmente taciturnos.


Ralston se sentó en el medio de la mesa y miró con obvia satisfacción el lugar vacío de Ruark. "Por una vez" pensó, "ese bribón está donde tiene que estar, haciendo lo que tiene que hacer, trabajando a fin de que sus superiores puedan descansar”.


Al levantar la vista, el agente encontró la mirada de Shanna, quien lo miraba fijamente y ceñuda. Rápidamente Ralston volvió su atención a su comida, sin importarle que no fuera la sencilla comida inglesa que él prefería habitualmente.


El día de Ruark había llegado a su cenit con el éxito del trapiche. Después empezó a hundirse en una serie de rápidas caídas hacia su nadir. Sin embargo, este punto no fue alcanzado hasta más tarde, cuando al regresar del trapiche, oyó que la señora Hawkins y el señor MacLaird hablaban de las ventajas de que la hija del hacendado se casara con un lord. Escuchó un momento y después se alejó disgustado, para encontrarse nuevamente escuchando sin querer cuando Trahern se explayaba sobre las presuntas virtudes como yerno que podía presentar un caballero. El punto más bajo llegó, en verdad, cuando Ruark oyó que el capitán de la fragata y el mayor de los Royal Marines comentaban la decisión de sir Gaylord de viajar a las colonias con los Trahern. El caballero hasta había arreglado que parte de su equipaje fuera llevado a la mansión mientras que la porción más grande sería llevada a Richmond en la fragata para esperar allí su arribo con los Trahern. Ellos sospechaban que el caballero estaba buscando una esposa de fortuna y que había puesto sus ojos en la hermosa hija del hacendado.


Las palabras fatales no estaban escritas en la pared pero ardían furiosamente en la mente de Ruark. La escena estaba preparada para que ese relamido petimetre se ofreciera como esposo de Shanna. Mientras vaciaba su copa por duodécima vez, Ruark gruñó para sí mismo que ella no parecía demasiado a disgusto con el caballero y que se había mostrado llena de graciosa amabilidad durante toda la tarde.


Ruark no se disculpó y se retiró de la celebración. Tomó de la mesa una botella grande y llena, buscó su vieja mula y se alejó colina abajo.


Como era habitual, Shanna era el centro de atención. Los oficiales de la fragata se le acercaban a hacerle cumplidos y se demoraban para disfrutar unos momentos más la brisa refrescante de femenina pulcritud

después de largas semanas en el mar. Los músicos subieron a la plataforma y empezaron a tocar para entretener a la multitud. Un joven capitán bailó un rigodón con Shanna y alentó a los otros oficiales a solicitar el mismo favor. La fiesta hubiera debido alegrarla pues a Shanna le gustaba bailar y disfrutaba de la compañía de hombres alegres. Sin embargo, esta tarde había en su placer una nota extrañamente discordante Y cuando llegaban los raros momentos en que quedaba sola, se preguntaba intrigada por los motivos de su mal humor. La fiesta empezó a parecerle interminable y llegó a sentirse fastidiada por el tedio que le producía. Siguió sonriendo graciosamente pero su alivio fue inmenso cuando su padre sugirió por fin que dejaran que los pobladores se divirtieran a sus anchas e invitó a sus acompañantes a partir. A Shanna le pareció que el viaje de regreso no terminaría jamás y ni siquiera la espléndida vista de los rompientes iluminados por la luna logró conmoverla. Cuando llegó a la mansión se disculpó rápidamente con sir Gaylord, quien arrugó el entrecejo con desaprobación, y buscó el tranquilo refugio de sus habitaciones.


Ruark despertó sobresaltado. En un momento estaba dormido y al instante siguiente se halló completamente despierto. No pudo encontrar una razón para ello. Estaba alerta y parecía gozar de buena salud, aunque se había quedado dormido en un sillón donde había estado bebiendo de una botella. Ruark sacó el corcho, olfateó e hizo una mueca ante el olor picante del aceitoso ron negro. Nunca había llegado a gustarle esa bebida y prefería las variedades más claras y suaves.


El reloj que estaba a sus espaldas sonó una sola vez y Ruark vio que era la una de la mañana.

Se levantó de su sillón y fue hasta la ventana. Old Blue estaba en su pequeño corral, aunque la puerta se encontraba abierta, dormitando debajo del cobertizo que había construido Ruark.


Aflojó su camisa de lino, se la quitó y fue hasta el lavabo que había en su dormitorio donde, no teniendo otra cosa que hacer, se afeitó y lavó de su cuerpo el sudor del día. Se enjuagó la boca para quitarse el gusto amargo y se puso unos calzones cortos antes de salir al pequeño porche para aprovechar el fresco de la noche. Aunque ligeramente mareado, como si todavía persistieran en él algunos de los efectos del ron, tenía una sensación de bienestar y la mente despejada.


La luna estaba baja, como rozando las copas de los árboles. Donde atravesaba el denso follaje, iluminaba la fresca, pero extrañamente tensa noche, con un resplandor fantasmagóricamente gris. Ruark sintió en su interior un impulso que lo inquietó. La noche parecía llamarlo, las sombras invitarlo. Salió del porche y sintió la humedad del rocío en sus pies desnudos. Atravesó el cerco de arbustos y caminó entre los altos árboles. La mansión lo atraía. Su gran masa oscura recortabas debajo de los árboles más delgados. Ahora todas las luces estaban apagadas y él supo que los habitantes habían regresado y que estaban acostados.

Un bulto familiar apareció junto a él y Ruark tendió una mano para palpar el tronco y logró identificar el árbol que crecía delante del balcón de Shanna. Apoyo un hombro en la confortable columna de madera y miró hacia arriba, hacia las puertas abiertas de la habitación de ella. Su mente empezó a vagar hasta que llegó a una escena de Shanna dormida al lado de ese desgarbado caballero inglés. La visión fue sumamente desagradable y Ruark la expulsó rápidamente de su mente. Así liberados, sus pensamientos retrocedieron a una noche, cuando él la había observado durante el sueño, con su cabello dorado y miel extendido en cascadas a través de la almohada y enmarcando su rostro perfecto. Recordó después otras escenas de amor que con ella había compartido hasta que el ardor que sentía en su interior se convirtió en una exótica tortura y él se encontró debajo del balcón, estirándose hacia arriba, tratando de tomarse de, la enredadera."


Shanna flotaba en un sueño profundo, un limbo, un vacío interminable. Nadaba en un mar suavemente ondulante y de aguas color turquesa. Empezó a sentir un poco de miedo cuando advirtió que no había tierra a la vista, ni siquiera las nubes con tonalidades verdosas que reflejaban su presencia, pero entonces el miedo desapareció. A su lado, los brazos dorados de un hombre seguían las brazadas de ella. El hombre se volvió y ella vio el rostro de Ruark, con el blanco relámpago de una sonrisa. Los labios de él se movieron en un ruego silencioso y en seguida él arqueó su espalda musculosa y se zambulló debajo de las olas. Ella lo siguió riendo y se sumergió hasta donde la luz se desvanecía en una penumbra de color verde oscuro e interminables hilos de algas se enroscaron alrededor de los dos, uniéndolos en un beso interminable. Ella no sentía necesidad de respirar. Eran como dos ninfas flotando en un nirvana oceánico, cada vez más profundo, más profundo. Entonces, súbitamente, se encontró sola…


El rostro de Ruark volvió con proporciones gigantescas flotando sobre ella. Se acercó más pero ella no pudo tocarlo. Parpadeó, movió la cabeza tratando de borrar esa visión. Súbitamente sintió que estaba despierta y que él estaba allí. Tenía los brazos apoyados a cada lado de ella, sus labios se movían y su voz le decía, suavemente, como un niño que implorara un favor:


– Shanna… ámame… ámame…


Con un pequeño grito de bienvenida ella levantó los brazos y lo atrajo hacia ella. Se arqueó contra él, abrió los muslos y sintió que él la penetraba mientras su cuerpo tembloroso se entregaba sin reservas. Los dos eran uno, perteneciéndose y poseyéndose, dando y tomando.


Una vez saciados quedaron abrazados, Shanna tibia y segura en brazos de él, sintiendo esa extraña paz que no sentía en ninguna otra parte. No había vergüenza, ninguna sensación de ser ultrajada, ni el menor asomo de remordimiento por haberse rendido una vez más. Shanna suspiró de contento y besó a Ruark en el cuello. El lento redoblar del corazón de él la acunó hasta que se quedó dormida.


En la quieta y profunda oscuridad que precede al amanecer, Shanna despertó de repente y se dio cuenta de que Ruark estaba apartándose de su lado.


– Aguarda, encenderé una vela -murmuró ella semidormida. – Pensé que dormías -susurró él, besándola en la boca.


– Así era hasta que te moviste -repuso ella suavemente-. El amanecer llega tan pronto…

– Sí, amor mío. Demasiado pronto.


Ella era como una frágil avecilla apoyada contra él y Ruark casi temía moverse para que no huyera volando. Los suaves y delicados pezones le transmitían su calor, y sabiendo que pronto tenía que marcharse, Ruark se sintió atormentado.


Shanna se apartó para encender una vela. Después se volvió y le sonrió. Ruark medio gimió y medio suspiró de deseo al verla.


– Eres una hechicera, una hermosa y dulce hechicera.


– ¿Una hechicera? Vaya, tomas lo mejor que tengo para ofrecer y después me insultas. ¿Es así como guardas tus monedas, desahogando tu virilidad en inicuos burdeles y después protestando por que te han estafado?


Lo mordió suavemente en la oreja y levantó un puño amenazador.


– Por favor, señora, tenga piedad -dijo Ruark, con fingido terror-. Esta noche he sido maltratado.


– ¡Maltratado! -exclamó Shanna-. Ciertamente; bribón, pronto sabrás lo que es ser maltratado. Arrancaré de tu pecho tu perverso corazón y lo arrojaré a los cangrejos. Cómo te atreves a llamarme hechicera cuando la pequeña Milly es tan dulce, tonta y dispuesta. Juro que te arrancaré algo más que el corazón.


Una extraña nota de sinceridad en las bromas de Shanna hizo que Ruark la mirara intrigado, pero Shanna se limitó a reír perversamente y después le dirigió una mirada cargada de sugestión que lo hizo enardecerse nuevamente. Satisfecha con la rapidez de la respuesta de él, Shanna se sentó sobre sus talones.


– ¿Una simple mirada? ¿Milly puede jactarse de una cosa semejante? ¿Esa criatura sosa capaz de tentar al dragón Ruark? ¡Ja! He visto cosas mejores en mi vida.


Ruark se relajó sobre la cama y cruzó los brazos debajo de su cabeza.


– Eres una hechicera atrevida, Shanna Beauchamp. Tan atrevida como para domar a un dragón.


La abrazó, la atrajo hacia sí y, una vez más, el tiempo cesó de existir, aunque en el horizonte el cielo empezaba a aclararse.


Tarareando una alegre tonada, Shanna bajó llena de gozo las escaleras para desayunar. Sorprendió a Herta saludándola con un abrazo y la anciana casi quedó mirando a su joven ama con la boca abierta. Ciertamente, era raro que Shanna apareciera antes que Trahern bajara de sus habitaciones, y nunca tan alegre. Mezclando carcajadas con sus palabras, Shanna despidió a Jasón para hacer entrar en la mansión a John Ruark, el siervo. Intrigada, Berta se fue a los fondos de la casa, sacudiendo desconcertada la cabeza. Shanna apenas notó la confusa retirada de la mujer e hizo a Ruark una reverencia y aceptó su cálida mirada de admiración.


– Parece que no ha sufrido ningún daño en su cacería de brujas, señor Ruark -dijo Shanna- ¿Ninguna cicatriz? ¿Ninguna herida sangrante causada por las garras de la hechicera?


El sonrió lentamente, le tomó una mano y fingió estudiar sus uñas largas y cuidadas mientras Shanna lo miraba desconcertada.


– No, no se ve nada, mi lady. Solo se desprendió un pequeño trozo de piel cuando ella me arañó.


Shanna echó la cabeza hacia atrás y retiró su mano.


– Está diciendo tonterías, señor. Yo nada recuerdo…


– ¿Te digo lo que susurrabas en la oscuridad? -la interrumpió Ruark, hablando en voz baja e inclinándose ligeramente hacia ella.


– yo nada dije -empezó Shanna, a la defensiva, pero sintió curiosidad. ¿La habrían traicionado sus pensamientos? ¿Había pronunciado palabras comprometedoras?


– En sueños, suspirabas y decías "Ruark… Ruark…,


Shanna enrojeció ligeramente y en seguida se volvió para no sentir la mirada penetrante de él.


– Vamos, Ruark, creo que oigo a papá bajando la escalera. Y el señor Ralston estará aquí en cualquier momento. No tendrás que esperar mucho.


Shanna lo condujo al comedor y allí, momentos más tarde, saludó a su padre con un beso en la mejilla.


Sir Gaylord era de levantarse tarde. La conversación en la mesa del desayuno fue prolongada y bien salpicada de comentarios y diversas opiniones sobre el aserradero, pero él no se presentó hasta mucho después que Ruark y el hacendado hubieron partido para inspeccionar los trabajos del aserradero. De modo que sucedió que el señor Ralston, después de ser fríamente saludado por Shanna, quedó solo para dar los buenos días al inglés cuando éste entró en el comedor.


– Yo diría que hace un día espléndido -comentó Gaylord, tomando una pizca de rapé. Estornudó en su pañuelo de encaje-. Quizá invite a la viuda Beauchamp a dar un. paseo. Sin duda ella estará ansiosa de la compañía de un caballero después dé estos meses de viudez. Una mujer tan joven y hermosa. Estoy prendado de ese dulce rostro.


Ralston cerró sus libros de contabilidad y estudió al hombre. En sus ojos oscuros apareció un brillo calculador.


– Yo sugeriría un poco de cautela en ese asunto, señor. Conozco a la señora Beauchamp desde hace años y ella parece sentir una aversión natural hacia la mayoría de los hombres que la cortejan. Puedo decirle muchas cosas de ella, aunque me considero entre aquellos a quienes ella detesta.


Gaylord aplicó su pañuelo a su labio superior.


– ¿Cómo, entonces, mi buen hombre, me propone ayudarme si no puede ayudarse usted mismo?

la boca delgada de Ralston casi sonrió.


– Si usted consiguiera casarse con la viuda gracias a mis consejos, ¿estaría dispuesto, en retribución, a dividir la dote?


Ralston había adivinado. Gaylord estaba ansioso de llegar a cualquier acuerdo que le permitiera hacerse de una fortuna y restablecer la alicaída riqueza de su familia. El caballero no ignoraba la magnitud de la fortuna de Trahern y estaba decidido a sacarle el mayor provecho por medio de un casamiento con la viuda o de acuerdos con el hacendado. Su astillero heredado estaba en malas condiciones y necesitaba de una buena cantidad de dinero para recuperarse. Si Trahern aportaba lo suyo, él podría compartir una simple dote con este hombre.


– Como caballeros -dijo Gaylord, y tendió su mano. El pacto quedó concertado..


– Primero que nada, le sugeriría que impresione al hacendado con su importancia en la corte y su buen nombre -dijo Ralston-. Pero tiene que estar advertido. Si la señora Beauchamp sospecha que me ha tomado como consejero, todo estará perdido. Ni siquiera convenciendo de sus méritos al hacendado lograría enmendar ese error. De modo que tenga cuidado, amigo mío. Tenga especial cuidado cuando corteje a la viuda Beauchamp.

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