CAPITULO VEINTE

El cirujano murmuró y juró mientras trataba de inmovilizar la pierna del herido pese a las sacudidas del birlocho.


– Tenga paciencia, Herr Shaumann. -La voz de Shanna Beauchamp sonó segura pero suave-. Ya falta poco.


Ella tenía la cabeza de Ruark sobre su regazo y sobre la frente le había puesto un paño fresco, húmedo. Trahern iba sentado en el otro lado y observaba a su hija con desconcierto. Notaba en ella una nueva seguridad, una confianza que no había visto antes. Ella se había empeñado en conservar una daga de plata. Eso y una pistola tan pequeña que era casi inútil estaban cuidadosamente envueltas en un justillo de cuero a sus pies.


– La pierna supura. -La voz del cirujano interrumpió los pensamientos de Trahern, quien prestó atención a las palabras del cirujano.


– Habría que cortada. ¡Ahora! Antes de que él despierte. Mientras más esperemos, más difícil será la tarea.


Shanna miró silenciosamente al cirujano y su mente llenóse con la terrible visión de Ruark luchando por montar un caballo con su pierna izquierda amputada a la altura de la cadera.


– ¿Eso 1o salvará? -preguntó quedamente.


– Sólo el tiempo 1o dirá -respondió Herr Shaumann con brusquedad-. Hay probabilidades de que sobreviva.


Por un largo momento, Shanna miró a Ruark. El estaba muy pálido y ella sintió que le faltaba el valor. Sin embargo, cuando habló, su voz sonó firme, decidida.


– No, creo que nuestro señor Ruark luchará también por su pierna. Quizá entre los dos logremos salvarla.


Ambos hombres aceptaron esa afirmación como definitiva y nada dijeron.


El carruaje se detuvo frente a la mansión y antes de que los caballos se hubieran aquietado por completo, Pitney, quien había viajado adelante, se acercó para tomar cuidadosamente a Ruark en sus brazos enormes. Inmediatamente, Shanna se apeó.


– A las habitaciones contiguas a las mías, Pitney, por favor. Trahern levantó marcadamente las cejas. Ella se había mostrado ansiosa de que sir Gaylord se instalara lo más lejos posible de sus habitaciones y ahora llevaba al siervo a su misma ala de la casa.


Sir Gaylord mantuvo la puerta abierta para el grupo que regresaba. Cuando Trahern último de la procesión, pasó junto a él, se detuvo para mirar el pie vendado del caballero.


– Bien, sir Gaylord -gruñó el hacendado- veo que su tobillo está mucho mejor.


– Por supuesto -replicó el hombre animosamente-. Siento muchísimo no poder haber ido con usted, pero el maldito animal se movió justamente cuando yo… bueno, me pisoteó. Pero está curándose rápidamente.


– Gaylord levantó su bastón y en seguida hizo una mueca de dolor cuando probó a pisar con el pie.


Trahern soltó un resoplido y luchó para que su cara no revelara el desprecio que sentía.


– El destino de los valientes, supongo -dijo Trahern por encima de su hombro, y siguió caminando.


– Ajá -respondió rápidamente el inglés-. Exactamente. De todos modos, hubiera ido si no hubiese sucedido a último momento, pero no sabía si era muy grave ni si yo hubiera sido de utilidad en una pelea. Hubo pelea, por lo que veo. -Señaló con la cabeza al herido que subían por la escalera-. Veo que ha capturado a, ese individuo, ese Ruark. Un malvado, seguramente, para huir y raptar a su hija. Que lo curen lo suficiente para poder colgarlo.

Fue una suerte para Gaylord que Shanna estuviera en ese momento discutiendo con el médico y que no oyera sus palabras. Trahern se limitó a responder con un gruñido ininteligible; casi saboreó la idea de dejar que su hija corrigiera a sir Gaylord. No tenía dudas de que ello ocurriría muy pronto, sin que él tuviera que pedírselo.


– Acompáñeme a beber un ron mientras meten al señor Ruark en la cama -invitó Trahern y subió las escaleras detrás del grupo-. Será interesante ver qué tienen que hacer para conservarlo vivo para colgarlo.


El caballero siguió cojeando lo mejor que pudo a su majestuoso anfitrión, puesto que nadie se detuvo para ayudarlo. Cuando en la cima de la escalera Pitney llevó al siervo en la dirección de las habitaciones de Shanna, Gaylord consiguió disimular en parte su preocupación. Pero se apresuró a alcanzar al hacendado para llamarle la atención sobre el asunto.


– ¿Le parece prudente tener a ese renegado tan cerca de las habitaciones de su hija? Quiero decir, que si el individuo no ha cometido lo peor hasta ahora, es probable que lo cometa en la primera ocasión. Con un tipo tan taimado, a una dama habría que decirle que tome precauciones o recordarle los peligros que corre si ella misma no los advierte.


Trahern replicó con un toque de humor. -A mí me parece prudente no negarle nada a mi hija en estos momentos.


– ¡Sin embargo, señor! -Sir Gaylord se volvió inflexible-. No creo que la futura esposa de un caballero deba alojarse en la misma ala con un villano. Las lenguas malignas podrían decir que el buen hombre es cornudo.


Trahern se detuvo abruptamente y enfrentó al hombre. El humor desapareció de su rostro y fue reemplazado por una evidente ira que relampagueó en sus ojos verdes.


– No cuestiono la virtud de mi hija -dijo- ni tampoco voy a creer en murmuraciones difundidas por algún pretendiente despechado. Mi hija tiene una voluntad propia y sentido de la decencia. No abuse de mi hospitalidad sugiriendo lo contrario.


Un grito de Pitney había enviado a Berta y Hergus corriendo a las habitaciones que Shanna indicó, y cuando el grupo traspuso la puerta con su carga, ellas habían preparado la cama y cojines para apoyar la pierna herida de Ruark.

La habitación se llenó de actividad. Pitney fue seguido inmediatamente por el cirujano, quien se hizo a un lado para que Shanna entrara antes que él. Trahern se les unió, seguido de Gaylord, y los dos quedaron observando desde la puerta. Shanna pidió que tuvieran cuidado cuando pusieron a Ruark en la cama. Le quitaron la camisa de lino y las medias. El cirujano pidió que acercaran una mesilla para sus cuchillos e instrumentos. Hergus miró ansiosamente a Shanna, quien había mojado un paño en una jofaina y estaba limpiando la cara y el pecho de Ruark. Los calzones habían sido cortados todo a lo largo de una pierna, y cuando Herr Shaumann retiró el vendaje, la criada pudo ver la herida supurante, rodeada de sangre seca. No habituada a ver esas cosas, Hergus se volvió y huyó de la habitación, tapándose la boca con la mano. Shanna miró sorprendida a la mujer que escapaba. Hergus siempre le había parecido una mujer resistente y decidida, de ninguna manera inclinada a los remilgos.


– ¡Mujeres! -murmuró el doctor. Señaló con irritación los calzones manchados de Ruark, que estaban ennegrecidos por la pólvora y tenían el mismo olor acre. A menos que le resulte ofensivo a su delicada naturaleza, muchacha, sugiero que le quite esa ropa.


Berta ahogó una exclamación ante ese pedido, pero Shanna no vaciló. Con su pequeña daga, se inclinó para abrir las costuras de los calzones. Pero Pitney apartó las manos de ella y sacó su gran cuchillo de hoja ancha. Separó la prenda hasta la cintura y terminó de abrir la otra pernera.


Shanna se volvió exasperada cuando Berta tironeó por tercera Vez de su manga. Pitney estaba quitando los calzones y separándolos de las delgadas caderas de Ruark, y el ama de llaves levantó una mano temblorosa para cubrirse los ojos. Su rostro de querubín estaba de color escarlata.


– Vamos, criatura -susurró con ansiedad-. Creo que éste no es lugar para ti. Dejemos estas cosas a los hombres.

– Sí, señora Beauchamp -dijo Gaylord, adelantándose-. Permítame que la acompañe fuera de -aquí. Ciertamente, este no es lugar para una dama.


– ¡Oh, no sea asno! -estalló Shanna-. Aquí me necesitan y yo puedo ayudar.


Gaylord abrió la boca y emprendió una apresurada retirada, pero chocó con Trahern, quien tuvo el buen sentido de dejar tranquila a su hija. Pero Berta insistió, aunque sus palabras se cortaron abruptamente cuando vio que Pitney arrojaba los calzones al suelo. Al verla incomodidad de la mujer, Shanna le puso una mano en un hombro y le habló con gentileza.


– Berta, yo soy… he sido casada. -Shanna empalideció ligeramente cuando se percató de que casi se había traicionado y continuo, más cautamente-. No soy una ignorante de las cosas de los hombres. Ahora, por favor, no me estorbes.


Berta salió del dormitorio para ca1mar su maltratado recato. Shanna se inclinó sobre la cama y sostuvo en alto una lámpara de aceite para el doctor, quien nuevamente estaba sondeando la herida.


La pierna estaba apoyada en una almohada a fin de que el médico pudiera trabajar mejor. Herr Shaumann retiró más astillas y un trozo de tela del tamaño de una moneda. Ruark gimió y se retorció. Todavía estaba en estado inconsciente, pero no era inmune a la punzante realidad del dolor. Shanna se estremeció, casi pudo sentir 1o que sufría él. Era consciente de que su padre la observaba, desconcertado por su actitud. Ella no podía disimular su preocupación, ni siquiera.1o intentaba. Si él sospechaba que su ansiedad era más de la apropiada, ella respondería a eso más tarde. Ahora todo lo que importaba era Ruark y hacer que se pusiera bien.


Herr Shaumann aplicó sus ungüentos y bálsamos con liberalidad. Después vendó la pierna con tiras anchas de tela hasta que la dejó casi inmovilizada.


– Es lo más que puedo hacer -suspiró-. Pero si se declara la gangrena, tendremos que cortar la pierna. Entonces no habrá más remedio. Ya está muy infectada. Se nota por el color púrpura y por las franjas rojas que se extienden desde la herida. Tendré que sangrar al enfermo, por supuesto. -Preparó el brazo de Ruark y empezó a acomodar sus cuchillos y recipientes.


– ¡No! -La palabra estalló en los labios de Pitney-. El ya ha sangrado bastante y yo he visto morir demasiadas personas en manos del barbero.


El alemán retrocedió airado pero contuvo su lengua cuando Trahern habló dando la razón a Pitney.


– No habrá sangrías aquí -dijo el dueño de casa-. Yo también he visto morir a una persona amada bajo la lanceta y no creo prudente debilitar aún más a este desdichado.


– Entonces nada tengo que hacer aquí -replicó el cirujano con los labios pálidos de ira-. Estaré en la aldea si me necesitan.


Shanna cubrió a Ruark con una sábana de lino y lo tocó en la frente. El movía los labios y giraba la cabeza lentamente de lado a lado. Shanna sintió un súbito temor. ¿Qué sucedería si él empezaba a delirar y mencionaba su nombre o cosas que serían mejor no mencionar? Rápidamente se volvió y empezó a despedir a todos.


– Ahora márchense -ordenó-. Déjenlo dormir, El necesitará todas sus fuerzas. Yo me quedaré un rato junto a él.


Mientras Trahern y Pitney se alejaban por el pasillo, Gaylord se detuvo en la puerta. Aunque Shanna trató de cerrar, él no cedió. Sacó su pañuelo de encaje y llevó delicadamente una pizca de rapé a cada ventana de su nariz. Entró nuevamente en la habitación y miró imperativamente a Ruark.


– Es una cosa terriblemente decente lo que usted está haciendo aquí, señora -dijo-, después de todo lo que la ha hecho pasar este individuo.


Shanna se encogió de hombros, fastidiada, y nuevamente trató de hacerlo salir.

– Sé que debió sufrir tremendas atrocidades en manos de los piratas -continuó él. Otra pizca de rapé, un estornudo, y el pañuelo de encaje delicadamente en su nariz-. Pero quiero asegurarle, señora, que mi propuesta de matrimonio sigue en pie. Y en realidad, aconsejaría que la boda se celebre lo antes posible a fin de acallar rumores que sin duda se difundirán, sobre su deshonra y vergüenza. Quizá usted conozca alguna mujer en la isla que pueda servimos para librarla de la prueba de los malos tratos que ha sufrido.


Shanna quedó momentáneamente atónita y aceptó la afrenta en silencio.


– Sin embargo yo no hablaría de su… Hum… desgracia a mi familia. Será ya bastante difícil convencerlos de la cuestionable herencia de su padre.


Shanna se puso rígida de furia.


– Es muy bondadoso de su parte, señor -dijo-, pero cualquier simiente que lleve en mi seno como resultado de mi… Hum… desgracia, ¡estoy decidida a llevada hasta el final!


Sir Gaylord se sacudió un puño de su chaqueta y continuó demostrando su magnanimidad. Seguramente, esta muchacha vulgar quedaría impresionada.


– Sin embargo, querida mía, deberíamos casarnos antes de que usted quede deshonrada. Si usted estuviera encinta, negaríamos todas las murmuraciones y yo me presentaría como el padre de la criatura.


La miró para ver el efecto de su impecable lógica pero sólo vio la espalda rígida, de ella. No podía saber que Shanna tenía los labios blancos y apretados de furia. Ella debía, pensó él, estar completamente abrumada por la generosidad del ofrecimiento. Entonces, atrevidamente, prometió:


Afrontaría personalmente cualquier desafío y retaría a duelo a quienquiera que lance sombras sobre su nombre.


Shanna levantó un brazo y su dedo tembló cuando señaló el camino más directo hacia la puerta.


– ¡Fueeera! -gritó con voz semi ahogada.


– Por supuesto, querida mía -murmuró sir Gaylord, sin comprender la situación-. Comprendo. Usted está alterada. Podremos discutido más tarde.


Dio varios pasos antes de casi tropezar con su bastón y súbitamente recordó que tenía que cojear con su pie vendado. El caballero debió dar un salto para evitar la puerta que se cerró violentamente a sus espaldas.


Shanna se apoyó contra la puerta y pasó un largo momento hasta que pudo calmar la indignación provocada por las palabras, de sir Gaylord. Un gemido de Ruark terminó de calmar su ira y la hizo correr hasta la cama. El giraba la cabeza de lado el lado.


Ansiosamente, ella tocó la frente y la encontró sumamente afiebrada


– ¡Oh, maldición! -exclamó. Los ojos se le llenaron! del lágrimas mientras una abrumadora sensación de impotencia se abatía sobre ella-, ¡Oh, Dios, no permitas que muera!


Llego la media noche, paso y Shanna seguía velando. Ruark empezó a gemir y agitarse más violentamente con un delirio febril. Shanna temió que él tratara de levantarse y supo que ella no tendría fuerzas para impedirlo, ni aun en el estado de debilidad de él. Se sentó en la cama y empezó a murmurarle palabras tranquilizadoras, y a acariciarle la frente con suavidad y dulzura.


De pronto, él abrió los ojos. Su cara se crispó salvajemente.


– ¡Maldición! -dijo él-. ¡No había visto antes a la muchacha! ¿Por que no me creen…?


Con un gruñido, apartó a Shanna de un empellón, volvió a tenderse y miró con ojos vacíos hacia el balcón. Su boca adquirió una expresión de tristeza.

– Cuatro paredes… techo… suelo… puerta. Contaré las piedras. contaré los días, uno por uno. ¿Pero cómo los contaré si no puedo ver el sol?


Sus palabras se volvieron ininteligibles. Shanna creyó que sentía dolor, porque él se retorció y pareció sufrir un gran tormento. Sacó el paño de la jofaina pero se detuvo cuando las palabras de él nuevamente sonaron con claridad.


– ¡Entonces quítenme todo! ¡Quítenme la vida! ¿Qué me importa la vida, ahora que ella se ha marchado? ¡Maldita! ¡Maldito sea su malvado corazón! ¡Ah, cómo la odio! ¡Esposa malvada! Me provoca, me acosa, me seduce, me deja muerto de deseos por ella. ¿Ya no tengo voluntad propia?


Su voz se quebró y el pecho se le sacudió con fuertes sollozos. Shanna sintió que le rodaban las lágrimas por las mejillas y trató de calmado. El no le hizo caso y se llevó una mano a los ojos.


– Pero todavía -continuó- la amo. Yo podría aprovechar mi libertad y huir. pero ella me tiene atado á su lado. -Bajó la mano y, siguió hablando y gimiendo-. No puedo quedarme. No puedo marcharme.


Cerró los ojos no habló más.


Shanna ahogó un sollozo e inclinó la cabeza, transida de dolor. Con qué frialdad había tejido su tela alrededor de él. Ella no había querido atrapado. En aquella noche oscura y fría, en la cárcel de Londres, ella no pudo prever este final. Fue un juego que tramó para burlar la voluntad de su padre, para probarse a sí misma que era tan astuta como cualquier hombre, con una total desconsideración por los sentimientos y emociones de los demás.


Se sentía profundamente avergonzada y arrepentida. De todos los hombres a quienes había herido con el filo de su lengua, Ruark era el Único a quien realmente no había querido lastimar. Y ahora él, a causa de ella, estaba cercano a la muerte.


Siguió cuidando a Ruark, secándole el sudor y vertiendo líquido entre sus labios resecos. Y él seguía delirando y agitándose, como poseído por un demonio.


– No significará nada para mí -dijo él-. No me presiones más. Ella recibirá el regalo…


Se convirtió en un trabajo interminable. Pasó la noche. Por fin rayos de luz del sol naciente entraron en la habitación. En su silla Shanna dormía a ratos, con la cabeza caída lánguidamente sobre un hombro.

Débilmente, sintió que a sus espaldas se abría y cerraba la puerta. Despertó sobresaltada cuando una sombra enorme y oscura se le acercó. Ahogó un grito, como si esperara reconocer a Pellier que venía a violarla. Pero con enorme alivio vio que era Pitney. Suspiró y se pasó una mano por la frente.


– Sabía que usted no confiaría en ningún otro -dijo él con su voz áspera y grave que la conmovió, pese a que no estuvo ausente un toque de sarcasmo.


Shanna no respondió y miró aturdida a Ruark.


– Esto es inútil -dijo Pitney-. Pronto usted no servirá de nada para él ni para usted misma. Vaya a su habitación y duerma. Yo velaré. ¡Váyase! -repitió en tono severo, pero cuando notó la expresión angustiada de ella, se suavizó-. Yo cuidaré de su hombre tan bien como de sus secretos.


Shanna obedeció. Completamente agotada, se desplomó sobre su cama todavía con el vestido que su padre había llevado con él en el Hampstead, estiró su cuerpo cansado sobre las sábanas de satén y se hundió en un profundo vórtice de sueño.


Le pareció que sólo un momento después Hergus la sacudía para despertarla.


– Vamos, señorita Shanna -dijo la mujer-. Aquí tiene algo para comer.


Shanna se sentó sobresaltada, miró el reloj y vio que eran casi las tres de la tarde. Tomó un trozo de torta de avena de la bandeja, corrió al balcón, traspuso rápidamente la reja que separaba las áreas.


Pitney había sacado una baraja y estaba jugando con ellas en una mesilla cuando Shanna entró.


– Su padre vino un momento pero ya se fue -dijo Pitney.


Shanna no respondió y corrió al lado de Ruark. La frente de él estaba tan caliente como antes. Shanna levantó la sábana y ahogó una exclamación al ver las franjas rojas que subían casi hasta la cadera.

Pitney vino a su lado. Ella tocó la carne hinchada, con un dedo tembloroso.


– Probablemente perderá la pierna -comentó él, en tono de pesadumbre. El había visto suficiente, y oído muchos relatos sangrientos, de la cirugía de los barberos. Era una vergüenza hacerla practicar en un hombre-. Es una lástima que el señor Ruark no sea un caballo. Podríamos practicar una de sus curas en él. La yegua está curada y casi no le queda cicatriz.


Shanna arrugó la nariz al recordar el aspecto y el olor del ungüento.


– Un remedio para caballos -dijo asombrada-. Esa mixtura… ron y hierbas…


Se detuvo abruptamente cuando le vino el recuerdo. Las hojas que Ruark había cortado para curarle el talón le causaron dolor al ser aplicadas en la herida, pero el dolor cedió en seguida y él dijo que eliminaría el veneno. Apretó la mandíbula, con firme determinación, y miró a Pitney.


– Busque a Elot. Envíelo a recoger las hojas con las cuales Ruark preparó la mixtura. Tenemos que añadir fuerte ron negro. -Cuando Pitney se dirigía a toda prisa a la puerta, ella agregó, por encima de su hombro-: y dígale a Hergus que traiga sábanas limpias y agua caliente.


La puerta se cerró y Shanna se inclinó sobre Ruark y desenvolvió cuidadosamente los vendajes de la pierna. Para que Hergus no se sintiera incómoda, cubrió con una toalla las caderas de Ruark.


Después de una espera intolerable, Pitney regresó con el hallazgo de Elot. Añadieron carbón al calentador de cama y Shanna aplastó las hojas, las puso en una pequeña cantidad de agua y las hizo hervir. Pronto un olor acre llenó la habitación. Con paños mojados en agua limpia y caliente, lavó la herida para quitar la supuración. Esto produjo agitación a Ruark cuando el dolor se deslizó en su delirio. Pitney sujetó la pierna con sus grandes manos y la inmovilizó mientras Shanna trabajó para limpiar los rezumantes orificios.


Recitando una silenciosa plegaria, Shanna mezcló las hierbas y el ron y aplicó la pasta caliente en la pierna. Ello provocó una reacción inmediata. Ruark gritó y se retorció cuando las hierbas cáusticas y el ron caliente penetraron en la carne desgarrada. Shanna trabajó de prisa mientras Pitney sujetaba al herido y Hergus hervía más hierbas.


Varias veces repitieron el proceso y reemplazaron el emplasto cuando se enfriaba. Después de varias horas, Shanna se detuvo y notó que Ruark descansaba más tranquilo. Le tocó la frente y advirtió que la fiebre cedía.


– Tráeme aguja y un hilo fuerte -dijo Shanna a la criada-. Por única vez en mi vida veo la utilidad de saber costura.


Hergus se apresuró a cumplir la orden y regresó poco después. La criada permaneció a los pies de la cama observando cómo Shanna cerraba cuidadosamente las heridas abiertas con aguja e hilo empapado en ron. Terminada la tarea, con orgullo por su buena labor, comentó:


– Apenas le quedará una cicatriz para poder jactarse de sus heridas. Después aplicó más mixtura y cubrió todo con vendas limpias de lino.


– Me quedaré un poco más -suspiró Shanna y se dejó caer extenuada sobre una silla.


Hergus sacudió la cabeza, exasperada,


– ¿Ni siquiera puede tomar un baño? Vaya, si es puro piel y huesos con el hambre que le hicieron pasar esos piratas. ¡Y mire su aspecto! Seguramente asustaría a su mamá si ella ahora despertara y la viera.

Shanna pasó los dedos por el cabello y recordó que no se había peinado ni cuidado su apariencia desde que se vistiera por última vez a bordo del Hampstead. Parecía que había pasado una eternidad.


– Y su pobre papá allí abajo, inquieto, deseoso de verla pero sin decir nada. Este buen muchacho ahora puede quedarse solo. Ocúpese de usted misma y dígale unas palabras amables a su papá. El casi se murió cuando supo que se la habían llevado esos piratas.


– Es más probable que papá haya asolado la campiña con su furia -dijo Shanna con ligereza.


Pitney arrugó la frente y comentó, torvamente:


– Sí, y juró colgar al señor Ruark después que los siervos vinieron con sus cuentos.


– ¿Qué dijeron ellos? -preguntó Shanna cautelosamente.


– Dijeron que él peleó por usted y la reclamó como suya -se apresuró a responder Hergus-. Hasta dijeron que él mató a un hombre por tenerla a usted.


– ¿Eso fue todo? -preguntó Shanna.


La criada dirigió una rápida mirada a Pitney y más renuente, replicó:


– No, dijeron más. -Pitney fue más brusco.


– Todos estuvimos presentes cuacado los siervos dijeron que si usted había sido violada, el responsable era el señor Ruark.


Aguardó hasta que sus palabras penetraran y la observó atentamente. Después se alzó de hombros y se acercó a la puerta.


– Pero los siervos -agregó Pitney- admitieron que no había forma de saber con seguridad 1o sucedido, pues él la llevó a usted. escaleras arriba. -Se rascó pensativo su ancha mandíbula y agregó en tono terminante-: ¿Pero si no tenía intención de llevarla con él a la cama, por qué el hombre peleó por usted?


Shanna gimió de desesperación y se hundió más en su sillón. -Quizá sería mejor que bajara -dijo sonriendo débil y lastimeramente- y le explicara a papá.


Las faldas de Hergus se agitaron. en, su prisa por seguir a Pitney que se marchaba. -Le prepararé su baño -dijo la criada.


Después de asegurarse de que Ruark descansaba tranquilo, Shanna fue a sus habitaciones donde la recibió Hergus con expresión severa.


– ¡A bañarse! -ordenó la mujer, y la ayudó a meterse en la tina. Después le frotó la espalda y le lavó, secó y peinó el cabello. -Su papá subirá -informó la criada, y entregó a Shanna su camisón y su bata en vez de la camisa y el vestido que ella esperaba-. El no creyó que a usted le gustaría hacerle compañía a sir Gaylord. Yo le traeré la cena en una bandeja. Necesitará fuerzas para enfrentar a su papá.


Shanna la miró con gratitud y la mujer se encogió de hombros, despreocupada.


– Lo tiene merecido, por haberse rebajado a acostarse con un vulgar siervo, con todos los lores y grandes señores que le han pedido su mano y los colegios a los que la llevaron. Vea, nada tengo contra el señor Ruark. El no pudo evitar que se 1o llevaran con usted. Y es un muchacho apuesto, sin duda. Pero…


Shanna murmuró algo entre dientes y ajustó su bata alrededor de su cintura, pero la criada ignoró la actitud desagradada de Shanna.


– ¿Qué conseguirá de todo esto, aparte de una barriga hinchada todos los años y ningún buen apellido para dejar a la prole? -Hergus arrugó la nariz-. Parece irlandés, y usted sabe que nada de bueno hay en esa gente, todos son unos pícaros, holgazanes, fanfarrones y mujeriegos.

Si yo fuera usted, buscaría un buen hacendado escocés con un buen apellido que esté a la altura del de su pobre difunto marido.


Exasperada, Shanna suspiró profundamente.


– No espero que comprendas 10 que sucede entre el señor Ruark y yo, Hergus, pero estoy hambrienta y prometiste traerme una bandeja. ¿Quieres que me muera de hambre mientras tú me predicas sobre 1o que me conviene?


La criada fue por fin a buscar la bandeja. Shanna se sentó a comer ante la mesilla y poco después su padre llamó suavemente a la puerta. y entró.


Trahern parecía un poco incómodo y después de un seco saludo, empezó a pasearse por la habitación con las manos a la espalda. Emitió algunos gruñidos cuando se detuvo ante un objeto curioso y después se detuvo para hojear un libro de poesías. Con la punta del dedo índice levantó la tapa taraceada de la caja de música que Ruark había dado a Shanna y escuchó unos instantes la tintineante melodía antes de volver a cerrada con cuidado, como si temiera estropear el mecanismo.


– ¡Hum! ¡Fruslerías!


Shanna guardó silencio pues se percató de que él tenía en la mente algo que lo preocupaba. Siguió comiendo y bebiendo ocasionales sorbos de té.


– Tienes buen aspecto pese a la ordalía que has soportado, criatura -comentó finalmente él-. En realidad, si fuera posible, estás más hermosa. El sol te ha hecho muy bien.


– Gracias, papá -repuso ella quedamente.


Trahern se acercó al justillo que estaba prolijamente doblado sobre el sofá, con la daga y la pistola encima. Tomó la pistola, miró a Shanna dubitativamente y ella sólo se encogió de hombros.


– Cumplió su propósito -dijo ella.


Trahern se detuvo delante de la mesilla. Shanna dejó la copa, cruzó recatadamente las manos sobre su regazo y lo miró.


– ¿Lo pasaste mal? -preguntó él con preocupación.


– Sí, padre -repuso ella, adoptando un estilo más formal, y se preparó interiormente para el interrogatorio.


– ¿Y ninguno de los piratas… te tocó? -preguntó él roncamente.


– No, padre. Tú has sabido que el señor Ruark mató a un hombre por mí. Fueron dos, si quieres llevar cuenta de sus proezas. Sobreviví solamente por la astucia del señor Ruark y por su destreza con las armas. Si él no hubiera estado allí, hoy yo no estaría aquí.


– y este señor Ruark… -él dejó flotando la pregunta mientras buscaba palabras para expresar lo que lo atormentaba.


Shanna se puso de pie. No podía mirado a la cara, de modo que fue hasta el balcón y abrió las, ventanas, porque súbitamente la habitación le parecía sofocante.


– El señor Ruark es un hombre honorable. No me ha hecho ningún daño y yo no soy diferente de cuando me fui. - Lo miró con una dulce sonrisa en los labios y habló sinceramente, porque nada de lo que había dicho era una mentira-. Mi mayor preocupación en este, momento, papá, es por el bienestar de él y hasta eso parece haber mejorado mucho.


Trahern la miró largamente como si reflexionara en las palabras de ella. De repente asintió con la cabeza, dispuesta a aceptar la historia.


– Entonces, está bien.


Ahora satisfecho, empezó caminar hacia la puerta pero lo detuvo la voz de Shanna.


– ¿Papá?


Trahern se volvió y la miró con curiosidad.


– Te amo.


El enrojeció, tartamudeó unas buenas noches y miró rápidamente a su alrededor, como si hubiera olvidado algo. Se tocó los costados y gruñó.


– Hum, él tiene el maldito bastón. -En la puerta, se detuvo y dirigió una última mirada a su hija-. Es bueno tenerte en casa, criatura. Es bueno tenerte en casa.


– ¡Shanna! ¡Shanna! ¡No te vayas!


Parecía un pedido de socorro, solitario en el silencio de la noche, y ella no pudo confundir la voz. Saltó de su cama, salió al balcón sin ponerse la bata y entró en la habitación de Ruark. El se retorcía sobre la cama como si estuviera luchando contra invisibles fantasmas. Tenía la frente, cubierta de sudor y la camisa que ella había logrado ponerle estaba empapada. Shanna casi rió de alivio cuando le secó la cara con una toalla. La piel estaba húmeda y fresca. La fiebre había cesado. A la luz de la vela, ahora pudo ver que él tenía los ojos abiertos y la miraba con algo de desconcierto.


– ¿De veras estás aquí, Shanna? ¿O estoy soñando? -Le tomó una mano y se la llevó a los labios-. Ninguna doncella de mis sueños podría ser tan dulce como tú, Shanna. -Suspiró-. Creí que te había perdido.


Ella se inclinó y lo besó.


– Oh, Ruark -dijo-, yo creí que te perdería a ti. El le echó un brazo al cuello y la atrajo a su lado. – ¡Te haré daño en la pierna! -protestó Shanna preocupada.


– ¡Ven aquí! -ordenó él-. Quiero saber si esto es un sueño o producto de mi delirio.


Hubo una suave unión de lenguas y labios, cuando sus bocas se entreabrieron y juntaron con una dulzura que pareció detener el tiempo.


– Creo que la fiebre ha cedido -dijo Shanna, acurrucándose contra él-. Pero debió dejarte con la cabeza embrollada. Tu beso habla mucho más de pasión que de dolor. -Metió una mano debajo de la camisa de él y acarició el pecho velludo.


– ¡Ciertamente! -dijo él, sonriendo-. ¿Tengo que soportar eternamente las ironías de una novia decepcionada?


– En tu delirio dijiste que me amabas -murmuró ella tímidamente-. También lo dijiste antes, cuando estalló la tormenta. Te pedí que me, amaras y tú dijiste que sí.


Ruark desvió la mirada y antes de hablar se frotó el vendaje de la pierna.


– Es extraño que el delirio nos haga decir la verdad, pero es así-. La miró a los ojos-. Sí, te amo. Aunque sea una locura, te amo.


Shanna se incorporó, se sentó sobre los talones y lo miró fijamente.


– ¿Por qué me amas? -preguntó asombrada-. Te he traicionado en cada oportunidad. Te envié a la esclavitud y a cosas peores. ¿Cómo puedes amarme?


– ¡Shanna! ¡Shanna! ¡Shanna! -suspiró él y le tomó una mano-.


¿Qué hombre se jactaría de la sabiduría de su amor? ¿Cuántas veces se ha oído decir no me 1mporta, yo amo? Estoy pensando en una muchacha de rostro sin encantos y cabello de color de ratón, cuya virtud fue destruida antes de que ella conociera su existencia. Y en un hombre digno que fue maltratado como esclavo. El buen Gaitlier y Dora. -Miró a Shanna pero ella no quiso mirarlo a los ojos-. Ellos se toman de la mano y se plantan frente a todo, pese a todo, para gritar con fuerza: "No importa. ¡Nos amamos!"


Ruark movió su pierna sobre la almohada y tocó los vendajes, como si quisiera calmar el dolor de su herida. Acarició el brazo de Shanna y ella se volvió hacia él.


– Shanna, amada mía, no puedo pensar en traiciones cuando pienso en el amor. Sólo espero el día en que me dirás "te amo".


Shanna levantó las manos y las dejó caer. Las lágrimas le corrían por las mejillas.


– Pero yo no quiero amarte -empezó, entre sollozos-. Tú eres un colonial, un asesino convicto, un esclavo.


Yo quiero un apellido para mis hijos. Quiero mucho más de mi marido. -Desvió la mirada, en súbita confusión-. Y no quiero lastimarte más.


Ruark suspiró y renunció por el momento. Tendió la mano y gentilmente enjugó las lágrimas de las mejillas de ella.


– Shanna, mi amor -murmuró tiernamente-, no tolero verte llorar. No insistiré por un tiempo. Sólo te imploro que recuerdes que el viaje más largo se hace de a un paso por vez. Mi amor puede esperar, pero no cederá ni cambiará.


Su voz adquirió un tono más ligero y sus ojos brillaron con chispas doradas de picardía.


– Ya deberías saber que soy un hombre voluntarioso. Mi madre me consideraba decidido, mi padre me creía malcriado.


Shanna logró sonreír débilmente.


– Sí -dijo- admito eso.


El rió. -Vamos, amor mío, no te aflijas más. Tiéndete aquí a mi lado. Y déjame sentir tu tibieza y tu suavidad. Si no puedes declararme tu amor, por lo menos levántale los ánimos a un hombre enfermo.


Shanna accedió, se acurrucó y apoyó su cabeza en el hombro de él.


– No puedo descansar porque no sé cuál es peor -dijo él


Ella levantó la cabeza y lo miró desconcertada.


El explicó:


– No sé si es peor el dolor de mi pierna o el de mi entrepierna.


– Mono libidinoso- rió ella y Se refugió en los brazos de él-. Ningún enfermo se excita tan rápidamente ante una leve sonrisa.


Ruark la estrechó un momento, la besó detrás de las orejas y después en los labios. Allí su boca permaneció mucho tiempo disfrutando el dulce sabor a miel. La habitación quedó en silencio y para Shanna fue el lugar más natural donde estar, en el círculo de los brazos de él. Sin embargo, muchos de la casa se habrían enfurecido de haberlos encontrado así abrazados y en una misma cama.


Berta había traído una bandeja con el desayuno y Ruark se preparaba para tomar su primer alimento sólido en varios días, cuando se abrió la puerta y entró Pitney trayendo una bandeja con un servicio de café: Lo seguía el mismo Orlan Trahern. Pronto el hacendado dejó una humeante taza en la mesilla junto a la cama.

– Es una hora temprana pero la mejor para venir a agradecerle sin interrupciones por parte de mi hija. – Trahern señaló con el pulgar por encima de su hombro.-. Ella duerme todavía, de modo que hable en voz baja.


Ruark masticó un bocado, no muy seguro de su posición. Miró con recelo a Pitney, quien permanecía de pie con los brazos cruzados, a los pies de la cama. El hombre le devolvió la mirada con un movimiento de las cejas como advertencia.


– Le he asegurado a Trahern -dijo Pitney- que conozco a un hombre que vio cómo lo arrastraban hasta ese barco pirata. En ese momento, el individuo se asustó y no se atrevió a decir nada.


Ruark asintió y bebió el café, que comprobó que estaba generosamente mezclado con brandy. Levantó la taza en silencioso agradecimiento a Pitney y saboreó el aroma que se elevaba de la misma.


Pitney pareció haber dicho todo lo que tenía' que decir y quedó satisfecho con el silencio de Ruark. Trahern se echó atrás en su silla junto a la cama y cruzó las manos sobre su barriga, mientras Pitney acercaba una silla de respaldo recto y se sentaba a horcajadas con los brazos apoyados en el respaldo. Cuando pasaron unos instantes de silencio, el hacendado habló.


– ¿Quiere contarme cómo sucedió todo? Tengo que tomar decisiones y carezco de los elementos suficientes.


Mientras comía, Ruark empezó, su relato. Habló de la incursión y del viaje a la isla. Habló francamente de su intento de confundir a los piratas y su fracaso y declaró que los tres hombres capturados se mostraron deseosos de regresar cuando se les dio la oportunidad. Permitió que lo obligaran a relatar los momentos pasados por Shanna en el pozo y la forma en que él la rescató. Evitó los detalles de los días y noches que pasaron juntos pero dio a entender que la tormenta los había sorprendido juntos. Mencionó brevemente que había matado a dos hombres y dio sus motivos. Incluyó el episodio en que Shanna hirió a Harripen. Relató el plan de fuga, omitiendo los detalles pequeños, y alabó la participación de Gaitlier y Dora. Los dos hombres rieron cuando Ruark mencionó el valor de Shanna en la adversidad.


Los dos visitantes parecieron quedar complacidos con el relato y sonrieron aliviados cuando él les aseguró que Shanna no había sufrido un daño grande. El hacendado dejó caer la cabeza y pensó unos momentos. Pitney miró a Ruark en los ojos, sonrió levemente y asintió con la cabeza en señal de aprobación. Entonces, abruptamente, Trahern se irguió y se dio una palmada en la rodilla, con súbita jovialidad.


– Por Júpiter -dijo, y en seguida bajó la voz y dirigió una mirada furtiva al balcón-. No veo que pueda hacer otra cosa que dar a los tres siervos un premio por sus servicios.


Ruark se aclaró la garganta, y como Trahern pareció aguardar que dijera algo, habló:


– Señor, el señor Gaitlier y la señorita Dora arriesgaron sus vidas en grado no pequeño. Si se habla de recompensas, seguramente hay que tenerlos en cuenta. Me temo que ellos están en grandes aprietos.


– Tenga la seguridad de que no los he olvidado y que seré muy generoso con ellos. – Trahern carraspeó y miró a Pitney-. Me han llamado la atención, aunque yo ya lo había pensado, sobre el hecho de que usted me ha hecho un gran servicio al devolverme sana y salva a mi hija. Cuando se encuentre bien, le daré sus documentos, pagados y redimidos. Usted es un hombre libre.


Aguardó la gozosa reacción que esperaba,.pero en cambio Ruark arrugó la frente y miró primero a uno y después a otro de sus visitantes. Ruark notó que Pitney estaba más inquieto que Trahern y adivino 1a razón. Pero Trahern estaba algo desconcertado por la demora en responder de su siervo.


– Señor, ¿quiere usted que yo acepte una recompensa por haberme conducido decentemente? -Ruark rechazó con un movimiento de la mano cualquier posible discusión-. Me hice a mí mismo un servicio al escapar de esa banda de delincuentes y no hubiera podido hacerlo sin salvar a unos inocentes. No puedo aceptar un pago por ello.


En sus palabras había un doble significado, pero Ruark no iba a aceptar ninguna recompensa por haber salvado a Shanna. Además, ser siervo le proporcionaba una buena razón para permanecer en la isla, con ella.

– ¡Bah! se ha más que ganado la libertad con el trapiche y el aserradero -replicó Trahern.


– Sería así si usted me hubiera contratado como hombre libre para servirle. Pero yo trabajé lo mejor que pude para mi empleador y amo.


Orlan Trahern lo miró desconcertado, pero Pitney evitó mirarlo a los ojos.


– Si no me hubiera visto obligado a comprarme ropas caras le recordó Ruark al hacendado, con un brillo de picardía en los ojos- ya habría ganado lo suficiente para comprar mi libertad.


Trahern protestó como cualquier buen comerciante.


– ¡Yo pagué mucho más que usted por sus ropas!


Ruark rió y en seguida se puso serio. Miró de soslayo a Pitney cuando habló y notó las finas gotas de sudor que aparecían en su frente.


– Se me conoce como una persona que siempre pago mis deudas hasta el último penique. -Miró directamente a Trahern-. Cuando ponga en sus manos todo el importe de mi deuda con usted, entonces no habrá ninguna duda de que mi libertad no es el regalo de otro hombre.


– Usted es un hombre raro, John Ruark -suspiró Trahern-. No lo veo como un comerciante porque acaba de rechazar un pago justo.


Se levantó de la silla, se detuvo y observó atentamente a Ruark.


– ¿Por qué siento como si me hubieran esquilmado? -se preguntó.


Sacudió la cabeza, se volvió y se dirigió a la puerta, dejando que Pitney lo precediera. Miró atrás otra vez.


– Mi intuición de comerciante se siente atropellada. He sido timado, John Ruark, pero no sé como.

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