El caso estaba yendo en demasiadas direcciones a la vez, pensó Eve. El mejor trayecto era el más familiar. Optó por la calle.
Había dejado a Peabody con un montón de datos por comprobar y llamado a Feeney para que le pusiera al corriente, pero salió en solitario. No quería charlar con nadie de cosas triviales, ni que nadie metiera las narices. Había pasado una mala noche y era muy consciente de que se le notaba.
Esta pesadilla había sido una de las peores. La había acosado hasta hacerla despertar empapada en sudor, he?cha una pena. Su único consuelo había sido que el alba había hecho acto de presencia en el clímax de la pesadi?lla. Y se había encontrado sola en la cama mientras Roarke estaba ya en la ducha.
Si él la hubiera visto u oído, ella no habría consegui?do salir de casa. Tal vez era orgullo equivocado, pero Eve había utilizado todas sus tácticas para evitarle y an?tes de salir a hurtadillas de la casa le había dejado una breve nota.
También había esquivado a Mavis y Leonardo, y sólo se había tropezado con Summerset lo suficiente para recibir una de sus paralizantes miradas.
Al dejar atrás la casa de Roarke, había tenido la preocupante sensación de que se alejaba de muchas cosas más. La respuesta, o así lo esperaba, estaba en el trabajo. De eso sí entendía. Se detuvo en frente del club Down amp; Dirty en el East End y se apeó del coche.
– Eh, rostro pálido.
– ¿Cómo va todo, Crack?
– Oh, reina la calma. -El gigantesco negro con la cara trabada de tatuajes le sonrió. Su pecho, que parecía un lanzacohetes, estaba parcialmente cubierto por un cha?leco que le colgaba hasta las rodillas y añadía estilo al ta?parrabos rosa fluorescente que lucía-. Parece que hoy también va a hacer calor.
– ¿Tienes tiempo para ofrecerme algo?
– Quizá. Por ti sí, culona. ¿Has seguido mi consejo y has devuelto la placa para menearte como sabes en el Down amp; Dirty?
– Ni lo sueñes.
Él rió, palmeándose la tripa.
– No sé por qué me caes tan bien. Vamos, entra, remójate el gaznate y cuéntale a Crack qué se cuece por ahí.
Eve había estado en peores pubs, y daba las gracias por haber estado en mejores. Los rancios olores noctur?nos impregnaban el aire: incienso, perfumes baratos, li?cor, humo de procedencia dudosa, cuerpos sin lavar y sexo casual.
Era demasiado temprano incluso para los más adic?tos. Las sillas estaban boca abajo sobre las mesas y pudo ver donde un androide había fregado descuidadamente el pegajoso suelo. Atrás quedaban sustancias que ella prefería no identificar. Con todo, las botellas relucían tras la barra a la luz de colores. En el escenario de la de?recha, una bailarina envuelta en unas mallas rosa practi?caba unos pases.
Con un gesto de cabeza, Crack despidió al androide y a la bailarina.
– ¿Qué te apetece, rostro pálido?
– Café solo.
Crack fue tras el mostrador, sonriendo.
– Vale. ¿Te añado un par de gotas de mi reserva espe?cial?
Eve levantó un hombro.
– Claro.
Crack programó el café y luego abrió un pequeño ar?mario de donde sacó una botella ideal para un genio. In?clinada sobre la empañada barra, sintiendo los olores, Eve se relajó un poco. Sabía por qué le gustaba Crack, un noctámbulo al que apenas conocía pero que comprendía bien. Formaba parte de un mundo que ella había fre?cuentado durante buena parte de su vida.
– Bueno, ¿qué haces tú en un tugurio como éste? ¿Asuntos de trabajo?
– Eso me temo. -Probó el café y contuvo el aliento-. Menuda reserva, Dios.
– Sólo para mis mejores amigos. Raya el límite de lo legal. -Guiñó un ojo-. Por muy poco. ¿Qué quieres de Crack?
– ¿Conocías a Boomer? Carter Johannsen. Un bus?cador de datos.
– Conocía a Boomer. La ha palmado.
– Sí, es verdad. Alguien se empleó a conciencia. ¿Al?guna vez hiciste negocios con él, Crack?
– Venía aquí de vez en cuando. -Él prefería su licor de reserva sin mezclar. Echó un trago y chasqueó los labios satisfecho-. A veces tenía pasta y a veces no. Le gustaba ver el espectáculo, hablar de cosas. Era bas?tante inofensivo. Supe que le habían desgraciado la cara.
– En efecto. ¿Quién pudo hacerle eso?
– Supongo que alguien se cabreó con él. Boomer te?nía las orejas grandes. Y si iba un poco ciego, también tenía la boca grande.
– ¿Cuándo le viste por última vez?
– Uf, no me acuerdo. Hará unas semanas, creo. Me parece que entró una noche con el bolsillo lleno de cré?ditos. Compró una botella, unas cuantas pastillas y un cuarto privado. Lucille entró con él. No, qué coño, no era Lucille. Fue Hetta. Todas las blancas parecéis iguales -dijo con un guiño.
– ¿Le contó a alguien cómo se había llenado los bol?sillos?
– Puede que a Hetta, iba ciego como para eso y más. Parece que Boomer no quería dejar de ser feliz. Hetta dijo que él pensaba convertirse en empresario o yo qué sé. Nosotros nos reímos y luego él salió del cuarto y se subió desnudo al escenario. La que se armó. El tipo tenía la polla más patética que hayas visto nunca.
– O sea que estaba celebrando un negocio.
– Eso diría yo. Tuvimos bastante trabajo. Me tocó partir unas cuantas cabezas y echar a un par de tipos. Recuerdo que cuando estaba fuera en la calle, él salió co?rriendo del local. Le sujeté, en plan de broma. Ya no pa?recía contento, sino más bien cagado de miedo.
– ¿Dijo algo?
– Sólo se zafó y echó a correr. Es la última vez que le vi, si mal no recuerdo.
– ¿Quién le asustó? ¿Con quién había hablado?
– Eso no lo sé, monada.
– ¿Viste a alguna de estas personas aquí esa noche? -Sacó unas fotos de su bolso: Pandora, Jerry, Justin, Redford y, pues era necesario hacerlo, Mavis y Leo?nardo.
– Eh, a esas dos las conozco. Son modelos. -Sus gruesos dedos acariciaron a Jerry y Pandora-. La peli?rroja venía de vez en cuando, a buscar pareja y mierda. Es posible que estuviera aquí esa noche, no te lo sé decir. Los otros no están en nuestra lista de invitados, por así decir. Al menos no los reconozco.
– ¿Alguna vez viste a la pelirroja con Boomer?
– Él no era su tipo. A ella le gustaban grandes, estúpi?dos y jóvenes. Boomer sólo era estúpido.
– ¿Qué sabes de una nueva mezcla que corre por ahí, Crack?
Su enorme cara se quedó de pronto sin expresión:
– No he oído nada.
Ella sabía que había algo más. Sacó unos créditos y los dejó sobre la barra:
– ¿Te mejora esto el oído?
Crack miró los créditos y luego la miró a ella. Vien?do que se prestaba a negociar, Eve añadió unos pocos más. Los créditos desaparecieron.
– Bueno, ha habido ciertos rumores sobre un nuevo producto. Muy potente, de efectos prolongados y caro. He oído que lo llaman Immortality. Por aquí, de mo?mento no lo hemos visto. Nuestros clientes no pueden pagar drogas de diseño. Tendrán que esperar a las reba?jas, y eso puede llevar meses.
– ¿Habló Boomer de esa sustancia?
– Conque, se trata de eso. -Crack estaba haciendo conjeturas-. A mí nunca me soltó nada. Como te he di?cho, solamente he oído algunos rumores de pasada. Se le está dando muchísimo bombo, pero no conozco a na?die que lo haya probado. El negocio es bueno -añadió con una sonrisa-. Consigues un producto nuevo, haces que la clientela se ponga nerviosa, que desee conocer?lo. Y cuando sale a la calle, la gente compra. Y paga lo que sea.
– Sí, muy buen negocio. -Eve se inclinó hacia la ba?rra-. Tú ni lo pruebes, Crack. Es letal. -Al ver que él desdeñaba el consejo, le puso una mano en su brazo de buey-. Lo digo en serio. Es puro veneno, veneno lento. Si alguien que te importe lo consume, avísale de que lo deje o muy pronto dejarás de verle.
Él la miró detenidamente.
– No me estás tomando el pelo, ¿eh, rostro pálido? No será una treta de poli…
– Ninguna de las dos cosas. En cinco años de consu?mo regular puedes cargarte el sistema nervioso y acabar con tu vida. No es coña, Crack. Y quien lo esté fabrican?do sabe muy bien que es así.
– Vaya manera de hacer dinero.
– Es lo que digo. Bien, ¿dónde puedo encontrar a Hetta?
Crack lanzó un bufido y meneó la cabeza.
– De todos modos, nadie se lo va a creer cuando lo cuente. Los que lo están esperando no, desde luego. -Volvió a mirar a Eve-. ¿Hetta? Jo, no lo sé. No la he visto desde hace semanas. Estas chicas vienen y van, tra?bajan en un local y luego en otro.
– ¿Su apellido?
– Moppett. Lo último que sé es que tenía un cuarto en la Novena, sobre el número ciento veinte. Si alguna vez quieres ocupar su puesto, ricura, no tienes más que decirlo.
Hetta Moppett no pagaba el alquiler desde hacía tres se?manas, ni había paseado por allí su magro trasero. Todo esto según él superintendente del edificio, quien tam?bién informó a Eve que la señorita Moppett disponía de cuarenta y ocho horas para ponerse al día en los atrasos o se le confiscarían sus pertenencias.
Eve escuchó sus airadas quejas mientras subía los tres miserables pisos sin ascensor. Llevaba en la mano el código maestro que el hombre le había dado, y no le cupo duda de que ya lo había utilizado cuando abrió el cuarto de Hetta Moppett.
Era una habitación individual de cama estrecha y sucio ventanuco, con tímidos intentos de ambiente ho?gareño a base de una cortina rosa con volantes y unos cojines baratos del mismo color. Eve hizo un registro rápido, descubrió una agenda de direcciones, un libro de crédito con más de tres mil en depósito, unas cuantas fotografías enmarcadas y un permiso de conducir cadu?cado donde constaba la última dirección de Hetta en Jersey.
El ropero estaba medio vacío y a juzgar por la de?rrengada maleta que había en el estante superior, Eve dedujo que Hetta no tenía nada más. Examinó el enlace, hizo un duplicado de todas las llamadas registradas en el disco y copió el número de la licencia.
Si había salido de viaje, sólo se había llevado unos pocos créditos, la ropa puesta y su permiso de acompa?ñante para trabajar en clubes.
Eve no lo veía claro.
Llamó al depósito desde su coche.
«Listado de muertas anónimas -ordenó-. Rubia, blanca, veintiocho años, unos cincuenta y ocho kilos, metro sesenta. Transmitiendo holograma del permiso de conducir.»
Estaba a unas tres manzanas de la Central de Policía cuando le llegó la respuesta.
– Teniente, tenemos algo. Pero necesitamos prueba dental, adn o huellas para la verificación. La candidata no puede ser identificada vía holograma.
– ¿Por qué? -preguntó Eve, aunque ya lo sabía.
– No le queda cara suficiente.
Las huellas encajaban. El investigador asignado al caso le entregó a Hetta sin pensárselo dos veces. Ya en su des?pacho, Eve examinó las tres carpetas.
– Qué desastre -murmuró-. Las huellas de Moppett estaban archivadas desde que sacó su licencia de acom?pañante. Carmichael podría haberla identificado hace semanas.
– Yo creo que a Carmichael no le interesaba dema?siado una muerta anónima -comentó Peabody.
Eve refrenó su ira, lanzó una mirada a Peabody y dijo:
– Entonces Carmichael se ha equivocado de profe?sión, ¿no? Aquí están los enlaces. De Hetta a Boomer. De Boomer a Pandora. ¿Qué porcentaje de probabili?dad obtuvo cuando preguntó si fueron asesinados por la misma persona?
– Un noventa y seis coma uno.
– Bien. -Eve suspiró de alivio-. Voy a llevar todo esto a la oficina del fiscal. Puede ser que les convenza para que retiren los cargos contra Mavis. Al menos has?ta que reunamos más pruebas. Y si no acceden… -Miró a Peabody-. Entonces lo filtraré para que Nadine Furst lo emita. Es una violación del código, y se lo digo por?que mientras esté asignada a mí en este caso, la res?ponsabilidad recae también en usted. Se expone a una posible reprimenda si se queda conmigo. Puedo ha?cer que le asignen a otra sección antes de que esto se sepa.
– Lo consideraría una reprimenda, teniente. E inme?recida.
Eve guardó silencio por un momento.
– Gracias, DeeDee.
Peabody dio un respingo.
– No me llame DeeDee, por favor.
– Bien. Lleve todo lo que tenemos al departamento electrónico, entrégueselo personalmente y a mano al ca?pitán Feehey. No quiero que estos datos sean transmiti?dos por los canales habituales, al menos mientras yo no hable con el fiscal e intente una pequeña investigación en solitario.
Vio que la luz se encendía en los ojos de Peabody y sonrió. Sabía qué significaba ser nueva y tener la prime?ra oportunidad.
– Vaya al Down amp; Dirty, donde trabajaba Hetta, y cuénteselo a Crack, es el grandullón. No puede equivo?carse. Dígale que trabaja para mí, que Hetta ya es un ca?dáver. Vea qué le puede sacar, a él o a quien sea. Con quién salía, qué pudo haber dicho acerca de Boomer esa noche, qué otras compañías tuvo. Ya sabe.
– Sí, señor.
– Ah, Peabody -Eve metió las carpetas en su bolso y se levantó-, procure no ir de uniforme. Asustaría a los nativos.
El abogado acusador echó por tierra sus esperanzas en sólo diez minutos. Ella siguió discutiendo durante otros veinte, pero fue en vano. Jonathan Heartley le concedió que había una posible conexión entre los tres homici?dios. Era un hombre agradable. Admiraba el trabajo de Eve, su poder de deducción y la ordenada presentación de sus conclusiones. Admiraba a cualquier policía que hiciera su trabajo de un modo ejemplar y le ayudara a mantener alto el índice de condenas.
Pero ni él ni la oficina del fiscal estaban dispuestos a retirar los cargos contra Mavis Freestone. Las pruebas físicas eran demasiado consistentes y el caso, en el punto en que se encontraba, demasiado sólido como para vol?verse atrás.
Sin embargo, Heartley dejaba la puerta abierta. Cuando Eve tuviera otro sospechoso, si eso llegaba a ocurrir, él estaría más que dispuesto a escucharla.
– Calzonazos -murmuró ella al entrar en el Blue Squirrel. Inmediatamente vio a Nadine, que ya estaba sentada estudiando el menú.
– ¿Por qué diablos tiene que ser siempre aquí, Da?llas? -inquirió Nadine.
– Soy persona de hábitos. -Pero el club ya no era el mismo, pensó, no estando Mavis en el escenario largando sus embrolladas letras ataviada con su último y des?pampanante vestido-. Café, solo -pidió Eve.
– Para mí lo mismo. ¿Es malo?
– Espere y verá. ¿Todavía fuma?
Nadine miró alrededor, intranquila.
– En esta mesa no se puede fumar.
– Como si en un tugurio así nos fueran a decir algo. Déme uno, ¿quiere?
– Usted no fuma.
– Me apetece desarrollar hábitos nocivos.
Sin dejar de vigilar, por si había alguien conocido en el local, Nadine sacó dos cigarrillos.
– Quizá le vendría bien algo más fuerte.
– Esto vale. -Se inclinó para que Nadine Furst lo en?cendiese y diese una calada. Tosió-. Caray. Deje que lo pruebe otra vez. Tragó humo, notó que se mareaba, que los pulmones empezaban a quejarse. Enfadada, aplastó el cigarrillo-. Es repugnante. ¿Por qué fuma?
– Una se acostumbra a todo.
– A comer mierda también. Y hablando de mierda. -Eve cogió su café por la abertura de servicio y sorbió con valentía-. Bueno, ¿cómo le ha ido?
– Francamente bien. He estado haciendo cosas para las que no creía tener tiempo. Es curioso cómo una muerte próxima le hace a una darse cuenta de que no lle?gar a tiempo es perder el tiempo. He sabido que Morse será sometido a juicio.
– No está loco. Sólo es un asesino.
– Sólo un asesino. -Nadine se pasó el dedo por la garganta allí donde un cuchillo había hecho manar la sangre-. Usted no cree que ser lo uno le impida ser lo otro.
– No; hay gente a la que le gusta matar. No le dé más vueltas, Nadine, eso no ayuda.
– He procurado no hacerlo. Me tomé unas semanas libres, estuve con mi familia. Eso me fue bien. Y me sir vio para recordar que me gusta mi trabajo. Y soy buena, a pesar de todo…
– Usted no hizo nada malo -la interrumpió Eve im?paciente-; la drogaron, le pusieron un cuchillo en la gar?ganta y se asustó. Olvídese de todo.
– Ya. Está bien. -Nadine exhaló el humo-. ¿Alguna novedad de su amiga? No tuve ocasión de decirle lo mu?cho que siento que tenga problemas.
– Saldrá de ésta.
– Me inclino a pensar que usted se ocupará de ello.
– Exacto, Nadine, y usted me va a ayudar. Traigo unos datos de una fuente policial no identificada. No, nada de grabadoras, anótelo -ordenó al ver que ella abría el bolso.
– Lo que usted diga. -Buscó en el fondo, sacó un bo?lígrafo y una libreta-. Dispare.
– Tenemos tres homicidios, y las pruebas apuntan a un solo asesino para los tres. Primero, Hetta Moppett, bailarina a tiempo parcial y acompañante con licencia para trabajar en clubes, muerta a golpes el 28 de mayo, aproximadamente a las dos de la mañana. La mayoría de los golpes en la cara y la cabeza, de tal forma que sus facciones quedaron desdibujadas.
– Ah -dijo Nadine sin añadir más.
– Su cuerpo fue descubierto, sin identificación, a las seis de la mañana siguiente y archivado como muerta anónima. En el momento del crimen, Mavis Freestone estaba en ese escenario que tiene usted detrás, vomitando como una loca delante de unos ciento cincuenta testigos.
Las cejas de Nadine se enarcaron.
– Caramba, caramba. Siga, teniente.
Y eso hizo Eve.
De momento no podía hacer nada mejor. Cuando la no?ticia viera la luz, era dudoso que alguien del departa mentó pudiese adivinar quién había sido la fuente. Pero en cualquier caso, nadie podría probarlo. Y Eve, tanto por Mavis como por sí misma, mentiría sin inmutarse cuando le preguntaran al respecto.
Invirtió unas horas más en la Central, tuvo que pasar el mal trago de contactar con el hermano de Hetta -úni?co pariente próximo que se pudo localizar- y comuni?carle la muerte de su hermana.
Tras aquel alegre interludio volvió a repasar a con?ciencia todas las pruebas forenses que los del gabinete de identificación habían obtenido en el caso Moppett.
La habían matado allí mismo, sin duda. El asesinato había sido limpio, probablemente rápido. Un codo mal?trecho como única herida defensiva. Aún no habían en?contrado ningún arma homicida.
Tampoco en el caso de Boomer, reflexionó Eve. Unos cuantos dedos fracturados, la astucia de un brazo roto, las rodillas aplastadas: todo eso antes de la muerte. No podía llamarse otra cosa que tortura. Boomer debió tener algo más que información: una muestra, la fórmu?la, y el asesino había ido por las dos cosas.
Pero Boomer se había resistido. El asesino, a saber por qué razón, no había tenido tiempo o ganas de arries?garse a ir a casa de Boomer y registrarla.
¿Por qué habían arrojado a Boomer al río? Para ga?nar tiempo, especuló Eve. Pero el truco no había funcio?nado y el cuerpo había sido hallado e identificado rápi?damente. Ella y Peabody habían estado en la pensión poco después del hallazgo y habían etiquetado las prue?bas.
Bueno, ahora Pandora. Ella sabía demasiado, quería demasiado, resultó ser un socio inestable, amenazó con hablar a personas poco recomendables. Una de estas co?sas, reflexionó Eve frotándose la cara con las manos.
En la muerte de Pandora había habido más saña, más pelea, más destrozos. Claro que ella iba ciega de Immortality. No era una pobre bailarina de club atrapada en un callejón, ni un patético soplón que sabía más de la cuen?ta. Pandora era una mujer poderosa, inteligente y ambi?ciosa. Aparte de tener unos bíceps bien desarrollados.
Tres cadáveres, un asesino y un vínculo entre ellos. Ese vínculo era el dinero.
Pasó todos los sospechosos por el ordenador para verificar las transacciones normales. El único que tenía problemas era Leonardo. Estaba endeudado hasta las cejas, y algo más.
Claro que la codicia carecía de saldo. Era propiedad de ricos como de pobres. Hurgó un poco más y descu?brió que Redford había estado escamoteando fondos. Reintegros, depósitos, más reintegros. Transferencias electrónicas que habían saltado de costa a costa y a los satélites vecinos.
Muy interesante, pensó Eve, y más cuando descu?brió una transferencia desde su cuenta en Nueva York a la de Jerry Fitzgerald. Ciento veinticinco mil dólares.
– Hace tres meses -musitó, volviendo a comprobar la fecha-. Mucho dinero para ser dos amigos. Ordena?dor, revisar todas y cada una de las transferencias desde esta cuenta a todas y cada una de las cuentas a nombre de Jerry Fitzgerald o Justin Young en los últimos doce meses.
COMPROBANDO. NO SE REGISTRAN TRANSFERENCIAS.
– Comprobar transferencias desde todas y cada una de las cuentas a nombre de Redford a las cuentas previa?mente solicitadas.
COMPROBANDO. NO SE REGISTRAN TRANSFERENCIAS.
– Vale, está bien, a ver esto: comprobar transferen?cias desde todas y cada una de las cuentas a nombre de Redford a todas y cada una de las cuentas a nombre de Pandora.
COMPROBANDO. SIGUEN TRANSFERENCIAS: DIEZ MIL DE NEW YORK CENTRAL ACCOUNT A NEW YORK CENTRAL ACCOUNT, PANDORA, 6-2-58. SEIS MIL DE LOS ANGELES ACCOUNT A NEW LOS ANGELES SECURTTY, PANDORA, 19-3-58. DIEZ MIL DE NEW YORK CENTRAL ACCOUNT A NEW LOS ANGELES SECURITY, PANDORA, 4-5-58. DOCE MIL DE STARLIGHT STATION BONDED A STARLIGHT STATION BONDED, PANDORA, 12-6-58. NO SE ENCUENTRAN MAS TRANSFERENCIAS.
– Ha de ser eso. ¿Te estaba chupando la sangre, ami?go, o traficaba para ti? -Eve deseó tener a mano a Feeney y luego dio el siguiente paso-. Ordenador, compro?bar año anterior, mismas fechas.
Mientras el ordenador trabajaba, se programó café y sopesó distintas tramas.
Dos horas después tenía los ojos hinchados y le do?lía el cuello, pero había conseguido más que suficiente para justificar otra entrevista con Redford. Hubo de dialogar con el correo electrónico de Redford, pero al menos tuvo el placer de solicitar su presencia en la Cen?tral el día siguiente a las diez de la mañana.
Tras dejar sendas notas para Peabody y Feeney, de?cidió dar por finalizada la jornada.
Su estado de ánimo no mejoró al encontrarse una nota de Roarke en el enlace de su coche.
«No hay forma de dar contigo, teniente. Ha surgido algo que requiere mi presencia. Supongo que ya estaré en Chicago cuando te llegue esto. Quizá tenga que que?darme allí a dormir, a no ser que arregle esto rápido. Po?demos vernos en el River Palace si lo necesitas, de lo contrario, nos veremos mañana. No te quedes trabajan?do toda la noche. Me enteraría.»
Molesta, Eve desconectó el aparato.
– ¿Y qué diablos voy a hacer si no? -inquirió en voz alta-. No puedo dormir si tú no estás.
Cruzó la puerta giratoria y vio con cierta esperanza que había luces por todas partes. Roarke había cancela?do la reunión, solucionado el problema o perdido el transporte. Lo que fuera, se dijo, pero estaba en casa. Entró por la puerta con una sonrisa de bienvenida y si?guió el sonido de la risa de Mavis.
Había cuatro personas tomando copas y canapés en el salón, pero Roarke no estaba entre ellas. Agudo poder de observación, teniente, pensó Eve sombría, y registró con la vista la habitación antes de que nadie la viera.
Mavis seguía riendo, vestida con lo que sólo ella consideraría ropa de andar por casa. Su malla integral roja estaba tachonada de estrellas plateadas y cubierta por un blusón esmeralda, holgado y abierto. Se colum?piaba sobre tacones de aguja de quince centímetros mientras le hacía arrumacos a Leonardo, quien la rodea?ba con un brazo mientras la otra mano sostenía un vaso lleno de algo transparente y efervescente.
Una mujer se atiborraba a canapés con la precisión y la velocidad de un androide cortando chips en una fábrica. Llevaba el pelo en prietos tirabuzones, cada extremo adornado con un tono de joya diferente. Su lóbulo izquierdo estaba incrustado de aretes de plata que sostenían una cadena retorcida pasando por el puntiagudo mentón hasta la otra oreja, a la que queda?ba fijada mediante un botón grande como un dedo pul?gar. Un costado de la fina nariz afilada lucía un tatuaje en forma de capullo de rosa. Por encima de sus ojos azul eléctrico, sus cejas eran sendas uves de color púr?pura.
Lo cual hacía juego, vio Eve no sin asombro, con el minúsculo mono que terminaba en vuelta justo al sur de su entrepierna. Llevaba unos elásticos estratégicamente colocados sobre los grandes pechos desnudos a fin de cubrir los pezones.
A su lado, un hombre con lo que parecía un mapa ta?tuado en la calva observaba la acción desde sus gafas de lentes rosadas, sorbiendo de lo que Eve dedujo debía ser uno de los vinos blancos de reserva de la bodega de Roarke. Su atuendo consistía en un holgado pantalón corto que le llegaba hasta unas rodillas huesudas y un patrióti?co peto rojo, blanco y azul.
Eve pensó por un momento en subir a hurtadillas al piso de arriba y encerrarse en su despacho.
– Sus invitados -dijo Summerset a su espalda en un tono de desdén- la estaban esperando.
– Mire, amigo, ésos no son mis…
– ¡Dallas! -chilló Mavis, aproximándose peligrosa?mente sobre sus tacones de última moda. Dio a Eve un abrazo de oso borracho que casi dio con las dos en el suelo-. Llegas muy tarde. Roarke ha tenido que irse a no sé dónde, dijo que no le importaba si venían Biff y Tri?na. Se mueren de ganas de conocerte. Leonardo te pre?parará una copa. Oh, Summerset, los canapés son fabu?losos. Eres un encanto.
– Me alegro de que los estén disfrutando -dijo Sum?merset, gozoso. No de otra manera podía expresarse la luminosa mirada soñadora que lanzó su rostro sepulcral antes de que se perdiera por el pasillo.
– Vamos, Dallas, únete a la fiesta.
– Tengo mucho trabajo, en serio. -Pero Eve ya esta?ba casi en el salón, arrastrada por Mavis.
– ¿Le sirvo una copa, Dallas? -ofreció Leonardo con una sonrisa de perro apaleado. Eve se desmoronó.
– Claro. Estupendo. Un poco de vino.
– Un vino absolutamente extraordinario. Me llamo Biff. -El hombre del mapa tatuado en la cabeza le ofre?ció una mano enjuta y delicada-. Es un honor conocer a la defensora de Mavis, teniente Dallas. Tenías toda la razón, Leonardo -añadió con mirada intensa tras las gafas rosadas-. La seda color bronce le va perfecta.
– Biff es un experto en telas -explicó Mavis con voz que seguía espumeando-. Trabaja con Leonardo de toda la vida. Han estado preparando juntos tu ajuar.
– Mi…
– Y ésta es Trina. Se encargará del peinado.
– No me digas. -Eve sintió que la sangre se le iba a los pies-. Vaya, yo no… -Hasta la mujer menos vanido?sa puede sentir pánico cuando se enfrenta a una estilista con un arco iris de tirabuzones-. No creo que…
– Gratis -anunció Trina con el equivalente vocal del hierro oxidado-. Si demuestras la inocencia de Mavis, tienes la puerta abierta de mi salón para el resto de tu vida. -Cogió un mechón de pelo de Eve y apretó-. Bue?na textura, buen peso, mal corte.
– El vino, Dallas.
– Gracias. -Lo necesitaba-. Me alegro de conocerles, pero tengo un trabajo pendiente que no puede esperar.
– Oh, no seas mala. -Mavis se colgó de su brazo como una sanguijuela-. Han venido para hacer lo tuyo.
Ahora la sangre se le escapó a Eve por los dedos de los pies:
– ¿Lo mío?
– Lo tenemos todo organizado arriba. El taller de Leonardo, el de Biff, el de Trina. El resto de abejas tra?bajadoras empezará a zumbar mañana por la mañana.
– ¿Abejas? -balbuceó Eve-. ¿Zumbar…?
– Para el show. -Totalmente sobrio y menos dis?puesto a creer que era bienvenido, Leonardo tocó a Ma?vis en el brazo para contener su entusiasmo-. Palomita, es posible que Dallas no quiera que se le llene la casa de gente. Quiero decir… -Escurrió el bulto-. Estando tan cerca la boda.
– Es la única forma de trabajar juntos y terminar los diseños para el desfile. -Con mirada suplicante, Mavis se volvió a Eve-. A ti no te importa, ¿verdad? No estorba?remos nada. Leonardo tiene mucho que hacer. Habrá que modificar algunos modelos porque… porque Jerry Fitzgerald será cabeza de cartel.
– Otro tono -terció Biff-. Otro tipo de piel. Diferen?te del de Pandora -terminó, pronunciando el nombre que todos habían eludido.
– Sí. -Mavis tenía la sonrisa a punto-. Total, que hay un montón de trabajo extra. Roarke dijo que no había problema. Como la casa es tan grande… Ni siquiera te enterarás de que están aquí.
Gente entrando y saliendo, pensó Eve. Una pesadi?lla para el sistema de seguridad.
– No te preocupes -dijo. Ya se preocuparía ella.
– Te dije que todo iría bien -Mavis besó a Leonardo en la barbilla-. Dallas, le prometí a Roarke que esta no?che no dejaría que te encerraras en tu cuarto. Tendrás que dejar que te mime. Tenemos pizza.
– Qué bien. Oye, Mavis…
– Todo va sobre ruedas -prosiguió ella, apretando con dedos desesperados el brazo de Eve-. En Canal 75 han hablado de esa nueva pista, de los otros asesinatos, de una conexión con las drogas. Yo ni siquiera conocía a los otros muertos, Dallas, de modo que nadie dudará de que lo hizo otro. Y terminará la pesadilla.
– Creo que aún falta un poco para eso. -Eve calló, sintiéndose mal al ver un atisbo de pánico en sus ojos. Sonrió forzadamente-. Sí, pronto terminará todo. Con?que pizza, ¿eh? Tomaré un poco.
– Magnífico. Bien. Voy a buscar a Summerset y de?cirle que estamos listos. Llévala arriba y enséñaselo, ¿vale? -Salió disparada.
– Le ha venido muy bien -dijo Leonardo en voz baja- ese telediario. Mavis necesitaba ánimos. El Blue Squirrel la ha despedido.
– ¿Cómo?
– Cabrones -masculló Trina con la boca llena.
– La dirección decidió que no le convenía tener una acusada de asesinato como cabeza de cartel. Le ha senta?do fatal. La idea de todo esto fue mía, para distraerla. Debería haberlo consultado antes con usted, lo siento.
– No pasa nada. -Eve bebió un poco más de vino y se decidió-. Bueno, vamos por lo mío.