Capitulo Cuatro

Era noche cerrada cuando el teleenlace que Eve tenía junto a la cabeza pitó. Su yo policía reaccionó enseguida y se incorporó de golpe.

– Aquí Dallas.

– Dallas, menos mal, Dallas. Necesito ayuda.

Su yo femenino se puso rápidamente a la altura del yo policía y contempló la imagen de Mavis en el mo?nitor.

«Luces», ordenó, y la habitación se iluminó lo bas?tante como para ver con claridad. La cara pálida, un mo?retón debajo del ojo, arañazos sanguinolentos en la me?jilla, el pelo desordenado.

– Mavis. ¿ Qué pasa? ¿ Dónde estás?

– Tienes que venir. -Respiraba con dificultad. Sus ojos estaban vidriosos del susto-. Date prisa, por favor. Creo que está muerta y no sé qué hacer.

Eve no volvió a pedir coordenadas sino que ordenó rastrear la transmisión. Al reconocer la dirección de Leonardo cuando parpadeó al pie del monitor, procuró ha?blar con serenidad y firmeza.

– Quédate donde estás, Mavis. No toques nada. ¿Me entiendes? No toques nada, y no dejes entrar a nadie. ¿Me oyes?

– Sí, sí. Haré lo que dices. Date prisa. Es horrible.

– Voy para allá. -Cuando se dio la vuelta, Roarke se había levantado y estaba poniéndose los pantalones. -Te acompañaré.

Ella no discutió. Cinco minutos después estaban en la calle y atravesando la noche a toda velocidad. Las ca?lles vacías dieron paso primero al constante ir y venir de turistas, al centelleo de las videocarteleras que ofrecían todos los placeres habidos y por haber, luego a los marchosos insomnes del Village que holgazaneaban toman?do sus minúsculas tazas de café condimentado y discu?tiendo de cosas sublimes en cafeterías al aire libre, y por último a los soñolientos hábitats de los artistas.

Aparte de preguntar adonde iban, Roarke no hizo más preguntas, y ella se lo agradeció. Podía ver mental?mente la cara de Mavis, pálida y aterrorizada. Y su mano temblorosa, y lo que la manchaba era sangre..

Un viento fuerte que presagiaba tormenta sacudía las calles. Eve notó su azote al saltar del coche de Roarke antes de que él hubiera aparcado del todo junto al bor?dillo. Recorrió a toda prisa los treinta metros de acera y aporreó la cámara de seguridad.

– Mavis. Soy Dallas. Mavis, por Dios. -Era tal su es?tado de agitación que le llevó diez frustrantes segundos comprender que la unidad estaba rota.

Roarke entró detrás de ella en el ascensor.

Al abrirse la puerta, Eve supo que la cosa era tan fea como había temido. En su anterior visita, el apartamen?to de Leonardo era un espacio alegremente abarrotado, un barullo de colores. Ahora estaba cruelmente desarre?glado. Materiales rotos, mesas volcadas con su conteni?do esparcido por el suelo y roto.

Había sangre en abundancia, manchando las paredes y las sedas como si un niño irascible hubiera pintado en ellas con los dedos.

– No toques nada -le espetó a Roarke-. ¿Mavis? -Dio dos pasos al frente y luego se detuvo al ver que uno de los cortinajes de tela reluciente se movía. Mavis apa?reció detrás y se quedó parada, temblando.

– Dallas, Dallas. Gracias a Dios.

– Bueno, bueno. Tranquila. -Tan pronto se le acercó, Eve se sintió aliviada. La sangre no era de Mavis, aunque su ropa y sus manos estaban salpicadas de ella-. Estás herida.

– La cabeza me da vueltas. Estoy mareada.

– Hazla sentar, Eve. -Cogiendo a Mavis del brazo, Roarke la llevó hasta una silla-. Vamos, querida, siénta?te. Así, muy bien. Tiene un shock, Eve. Trae una manta. Echa la cabeza atrás, Mavis. Bien. Cierra los ojos y res?pira un poco.

– Hace frío.

– Lo sé. -Roarke cogió un trozo de raso roto y la cu?brió-. Respira hondo, Mavis. Despacio, profundamente. -Miró a Eve-. Necesita cuidados médicos.

– No puedo llamar a una ambulancia sin saber antes cuál es la situación. Haz lo que puedas. -Demasiado consciente de lo que seguramente iba a encontrar, Eve pasó al otro lado de la cortina.

Había muerto violentamente. Fue el pelo lo que le confirmó quién había sido la mujer. Aquella gloriosa lla?marada de pelo rojo. Su cara, con su pasmosa y casi eté?rea perfección, había prácticamente desaparecido, aplas?tada y magullada a base de crueles y repetidos golpes.

El arma seguía allí, olvidada. Eve supuso que era una especie de bastón de fantasía, una extravagancia a la moda. Bajo la sangre y las vísceras había algo de plata re?luciente, como de dos centímetros de grosor, con una empuñadura ornamentada en forma de lobo sonriente.

Eve lo había visto metido en un rincón del taller de Leonardo, sólo dos días atrás.

No era necesario comprobar el pulso de Pandora, pero Eve lo hizo. Luego retrocedió con cautela para no contaminar más la escena del crimen.

– Cielo santo -exclamó Roarke detrás, apoyando sus manos en los hombros de Eve-. ¿Qué piensas hacer?

– Lo que sea preciso. Mavis no sería capaz de una cosa así.

Roarke la volvió hacia él.

– No hace falta que me lo digas. Te necesita, Eve. Necesita una amiga, y necesitará un buen policía.

– Lo sé.

– No será fácil para ti ser ambas cosas.

– Será mejor que me ponga en marcha. -Eve volvió junto a Mavis. Su cara parecía cera blanda, y las contu?siones y arañazos resaltaban contra el blanco roto de su piel. Tomó las frías manos de Mavis entre las suyas-. Necesito que me lo cuentes todo. Tómate el tiempo que quieras, pero cuéntamelo todo.

– No se movía. Había mucha sangre, y su cara mira?ba de esa forma extraña. Y… y ella no se movía.

– Mavis. -Imprimió a las manos un rápido apre?tón-. Mírame. Explícame lo que sucedió desde que lle?gaste.

– Yo venía a… yo quería. Pensé que debía hablar con Leonardo. -Se estremeció, tiró del jirón de tela que la cubría con manos ensangrentadas-. Se enfadó la última vez que fue al club a buscarme. Incluso amenazó al apagabroncas, y él no hace esas cosas. Yo no quería que arruinara su carrera, así que pensé hablar con él. Vine aquí, y alguien había roto el sistema de seguridad. En?tonces subí. La puerta no estaba cerrada. A veces se le olvida-murmuró finalmente.

– Mavis, ¿estaba aquí Leonardo?

– ¿Él? -Atontada por la conmoción, escrutó el cuarto con la mirada-. No, creo que no. Le llamé, porque vi todo el alboroto. Nadie me respondió. Y allí… allí había sangre. Mucha sangre. Me dio miedo, Dallas, miedo de que se hu?biera matado o hecho alguna locura, y entonces fui corriendo a la parte de atrás. La vi a ella. Creo… Me acerqué. Creo que lo hice porque me arrodillé a su lado e inten?té gritar. Pero no pude gritar. Y luego creo que algo me golpeó. Me parece… -Se tocó la nuca con los dedos-. Me duele aquí. Pero todo estaba igual cuando recobré el senti?do. Ella seguía allí, y la sangre también. Después te llamé a ti.

– Muy bien. ¿La tocaste, Mavis? ¿Tocaste alguna cosa?

– No lo recuerdo. Creo que no.

– ¿Quién te hizo eso en la cara?

– Pandora.

– Cariño, acabas de decirme que estaba muerta cuan?do llegaste.

– Eso fue antes. Fui a su casa.

– Fuiste esta noche a su casa. ¿A qué hora?

– No lo sé exactamente. Serían las once. Quería de?cirle que me alejaría de Leonardo y hacerle prometer que no estropearía sus planes para el show.

– ¿Os peleasteis?

– Ella estaba colocada. Había gente, una pequeña fiesta o algo así. Se portó muy mal, dijo cosas horribles. Y yo igual. Llegamos a las manos. Ella me abofeteó, me arañó. -Mavis se apartó el cabello para mostrar las heri?das que tenía en el cuello-. Dos personas que allí había nos separaron, y luego me fui.

– ¿Adonde?

– A un par de bares. -Sonrió débilmente-. A mu?chos, en realidad. Sentía lástima de mí misma. Anduve por ahí. Luego se me ocurrió hablar con Leonardo.

– ¿A qué hora llegaste aquí? ¿Lo sabes?

– Tarde, muy tarde. A las tres o las cuatro.

– ¿Sabes dónde está él?

– No. Leonardo no estaba. Yo quería verle, pero día… ¿Qué va a pasar ahora?

– Yo me encargo de todo. Tengo que informar de oto, Mavis. Si no lo hago pronto, la cosa se pondrá muy fea. Tendré que poner todo esto por escrito, y voy a te?ner que llevarte a Interrogatorios.

– Pero, pero… No pensarás que yo…

– Claro que no, Mavis. -Era importante mantener animado el tono, disimular sus propios miedos-. Pero lo vamos a aclarar tan pronto como podamos. Deja que me ocupe de todo. ¿De acuerdo?

– No me encuentro muy bien…

– Tú quédate aquí mientras yo me ocupo. Quiero que intentes recordar detalles. Con quién hablaste anoche, dónde estuviste, qué viste. Todo lo que puedas recordar. Lo repasaremos de arriba abajo dentro de un rato.

– Dallas. -Mavis se estremeció un poco-. Leonardo. Él no sería capaz de hacerle eso a nadie.

– Deja que yo me ocupe de eso -repitió Eve. Luego miró a Roarke, que, comprendiendo la señal, fue a sen?tarse con Mavis.

Eve sacó su comunicador y se alejó.

– Dallas. Tengo un homicidio.

La vida nunca había sido fácil para Eve. En su carrera como policía había visto y hecho demasiadas cosas espe?luznantes. Pero nada le había costado tanto como llevar a Mavis a Interrogatorios.

– ¿Te encuentras bien? No tienes por qué hacerlo ahora.

– No, en la ambulancia me han dado un sedante. -Mavis se tocó el chichón de la nuca-. Me lo ha dormido bastante. Estuvieron haciéndome algo más, de alguna forma han conseguido centrarme un poco.

Eve examinó los ojos de Mavis. Todo parecía nor?mal, pero eso no la tranquilizó.

– Escucha, no te vendría mal ingresar un par de días en el centro de salud.

– No le des más vueltas, Dallas. Prefiero acabar cuanto antes. -Tragó saliva-. ¿Han encontrado a Leo?nardo?

– Aún no. Mavis, si quieres puedes pedir que asista un abogado.

– No tengo nada que ocultar. Yo no la maté, Dallas.

Eve echó un vistazo a la grabadora. Podía esperar un minuto más:

– Mavis, tengo que hacer esto por narices. Ni más ni menos. Si no lo hago, me quitan del caso. Si no soy el primer investigador, no podré servirte de ninguna ayuda.

Mavis se lamió los labios.

– Va a ser duro, ¿no?

– Podría serlo, y mucho. Vas a tener que soportarlo.

Mavis probó a sonreír.

– Bueno, nada es peor que entrar y encontrase a Pan?dora.

Claro que hay cosas peores, pensó Eve, pero no lo dijo. Puso en marcha la grabadora, recitó su nombre e identificación y leyó sus derechos a Mavis. Luego, repa?só con ella lo que habían hablado en la escena del cri?men, procurando concretar las horas.

– Cuando fuiste a casa de la víctima para hablar con ella, había otras personas allí.

– Sí. Parecía una pequeña fiesta. Estaba Justin Young. Ya sabes, el actor. Y Jerry Fitzgerald, la mode?lo. Y otro tipo al que no reconocí. Ya sabes, un ejecu?tivo.

– ¿La víctima te atacó?

– Me dio un puñetazo -dijo Mavis tristemente, pal?pándose el morado en la mejilla-. Empezó poniéndose muy borde. Por el modo en que sus ojos giraban, imagi?no que se había metido algo.

– Te parece que usaba sustancias ilegales.

– Y de las buenas. Quiero decir, tenía los ojos como ruedas de cristal. Ya me había peleado con ella, tú lo viste. -Mavis prosiguió mientras Eve daba un respingo-. Antes no tenía tanta fuerza.

– ¿Devolviste el golpe?

– Creo que la alcancé al menos una vez. Ella me arañó con sus malditas uñas. Yo me lancé a su cabello. Creo que fueron Justin Young y el ejecutivo quienes nos separaron.

– ¿Y luego?

– Supongo que despotricamos un rato, y después me marché.

– ¿Adonde fuiste? ¿Cuánto rato estuviste por ahí?

– Fui a un par de bares. Creo que primero entré en el ZigZag, en la esquina de Lexington y la Sesenta y uno.

– ¿Hablaste con alguien?

– No tenía ganas de hablar. Me dolía la cara y me sentía fatal. Pedí un triple zombie y me quedé allí con la cara larga.

– ¿Cuánto pagaste?

– Pues… creo que introduje mi cuenta de crédito en pantalla.

Bien. Habría un registro, hora, lugar.

– ¿ Adonde fuiste después?

– Estuve andando, entré en un par de tugurios. Esta?ba bastante colocada.

– ¿ Seguiste pidiendo combinados?

– Supongo que sí. Cuando pensé en ir a casa de Leo?nardo estaba como una cuba.

– ¿Cómo llegaste al centro?

– Andando. Necesitaba serenarme un poco, así que caminé. Tomé un par de deslizadores, pero casi todo lo hice a pie.

Confiando en refrescarle la memoria, Eve repitió la información que Mavis acababa de darle.

– Cuando saliste del ZigZag, ¿qué dirección tomaste?

– Acababa de tomar dos triple zombies. Más que an?dar iba a trompicones. No sé hacia adonde. Dallas, no sé cómo se llaman los otros locales donde entré, ni qué más bebí. Todo era muy confuso. Música, gente riendo… al?guien bailando en una mesa.

– ¿Hombre o mujer?

– Un tipo. Muy bien dotado. Llevaba un tatuaje, creo. Quizá era pintado. Seguro que era una serpiente, o un lagarto.

– ¿Qué aspecto tenía el bailarín?

– Jo, Dallas, no miré más arriba de la cintura.

– ¿Hablaste con él?

Mavis se llevó las manos a la cabeza y trató de recordar.

– No lo sé. Estaba realmente mal. Recuerdo que no paré de andar; que fui a casa de Leonardo, pensando que sería la última vez que le vería. No quería estar borracha cuando llegara, así que tomé un Sober Up antes de en?trar. Entonces la encontré a ella, y fue mucho peor que estar ebria.

– ¿Qué fue lo primero que viste al entrar?

– Sangre. Mucha sangre. Cosas rotas por el suelo, más sangre. Tenía miedo de que Leonardo hubiera hecho una tontería y corrí a la zona del taller, y vi a Pandora. -Era un recuerdo que podía evocar con claridad-. La vi. La re?conocí por el pelo, y porque llevaba el mismo conjunto que en la fiesta. Pero su cara… de hecho ni siquiera tenía cara. No pude gritar. Me arrodillé a su lado. No sé qué pensé entonces,, pero sí que tenía que hacer algo. Luego algo me golpeó y cuando desperté te llamé a ti.

– ¿Viste a alguien en la calle mientras entrabas en el edificio?

– No. Era muy tarde.

– Háblame de la cámara de seguridad.

– Estaba rota. Hay gamberros que se dedican a estro?pearlas. No se me ocurrió otra razón.

– ¿Cómo entraste en el apartamento?

– El cerrojo no estaba echado. Simplemente entré.

– ¿Y Pandora estaba muerta cuando tú llegaste? ¿Pe?leaste con ella en el apartamento de Leonardo?

– No. Ya estaba muerta. Dallas…

– ¿ Por qué peleaste con ella las otras veces?

– Ella amenazó con arruinar la carrera de Leonardo. -La cara magullada de Mavis registró emociones diver?sas: miedo, dolor, pena-. Pandora no quería dejarle. Nosotros estábamos enamorados, pero ella no quería soltarlo. Ya viste cómo las gasta, Dallas.

– Leonardo y su carrera son muy importantes para ti.

– Yo le amo -dijo Mavis con voz queda.

– Harías cualquier cosa para protegerle, para evitar que alguien pudiera hacerle daño, personal o profesionalmente.

– Había decidido salir de su vida -declaró Mavis con una dignidad que hizo mella en Eve-. De lo contrario ella le habría hecho daño, y yo no podía dejar que eso sucediera.

– No habría podido hacerle daño, ni a él ni a ti, si hu?biera estado muerta.

– Yo no la maté.

– Fuiste a su casa, discutisteis, ella te pegó y tú te vol?viste. Al salir, te emborrachaste. Conseguiste llegar a casa de Leonardo, la encontraste allí. Quizá discutisteis otra vez, quizá ella te agredió de nuevo. Tú te defendis?te, y la cosa pasó a mayores.

Los grandes ojos cansados de Mavis reflejaron pri?mero perplejidad y luego dolor.

– ¿Por qué dices eso? Sabes que no es verdad.

Inexpresiva, Eve se inclinó hacia adelante:

– Pandora había convertido tu vida en un infierno al amenazar al hombre que amas. Te hizo daño, física?mente. Era más fuerte que tú. Cuando te vio entrar en casa de Leonardo se lanzó sobre ti otra vez. Te tumbó, te diste un golpe en la cabeza. Entonces te entró miedo y agarraste lo que tenías más a mano. Para protegerte. Ella quizá se abalanzó sobre ti y tú le pegaste otra vez. Para protegerte. Entonces perdiste el control y seguiste pegándole y pegándole, hasta ver que estaba muerta.

Mavis sollozó y meneó la cabeza mientras su cuerpo se estremecía.

– No es verdad. Yo no la maté. Ella ya estaba muerta. Por Dios, Dallas, ¿cómo puedes pensar que yo sea capaz de una cosa así?

– Quizá no fuiste tú. -Vamos, presiónala, se ordenó Eve desangrándose por dentro. Presiona más, para que quede constancia-. Quizá fue Leonardo y tú le estás protegiendo. ¿Viste si él perdía el control, Mavis? ¿Aca?so cogió el bastón y la golpeó?

– ¡No, no, no!

– ¿ O quizá llegaste cuando ya la había matado, mien?tras él contemplaba con pánico lo que había hecho? Querías ayudarlo y le dijiste que huyera…

– No. No fue así. -Mavis se levantó de la silla, pálida como la cera, desorbitada la mirada-. Él ni siquiera esta?ba. No vi a nadie en el apartamento. Él no pudo hacerlo. ¿Por qué no escuchas lo que te digo?

– Sí te escucho, Mavis. Siéntate. Vamos, siéntate -re?pitió con más suavidad- Ya casi hemos acabado. ¿Hay alguna cosa que quieras añadir a tu declaración o algún cambio que quieras hacer a su contenido?

– No -murmuró, y se quedó mirando sin expresión más allá de Eve.

– Esto da por terminada la entrevista Uno, Mavis Freestone, archivo Homicidios, Pandora, Dallas, tenien?te Eve. -Anotó la fecha y la hora, desconectó la grabado?ra, respiró hondo-. Lo siento, Mavis, lo siento mucho.

– ¿Cómo has podido? ¿Cómo has sido capaz de de?cirme esas cosas?

– Tengo que decírtelas. Tengo que hacerte esas pre?guntas, y tú has de contestarlas. -Puso una mano firme sobre la de Mavis-. Puede que tenga que hacértelas otra vez, y tú tendrás que contestar de nuevo. Mírame, Mavis. -Esperó a que ella desviase la mirada-. Ignoro lo que los de Identificación van a averiguar, lo que dirán los in?formes del laboratorio. Pero como no tengamos mucha suerte, vas a necesitar un buen abogado.

Mavis palideció.

– ¿Vas a arrestarme?

– No sé si habrá que llegar a eso, pero quiero que es?tés preparada. Ahora vete a casa con Roarke y duerme un poco. Quiero que hagas un esfuerzo por recordar horas, lugares y personas. Si te acuerdas de algo, me lo grabas.

– ¿Y tú qué vas a hacer?

– Mi trabajo. Soy muy buena en eso, Mavis. Recuér?dalo bien, y confía en que yo lo aclare todo.

– ¿Aclararlo todo? -repitió con amargura-. Querrás decir demostrar mi inocencia. ¿No dicen que uno es inocente hasta que se demuestra lo contrario?

– Ésa es una de las grandes mentiras de la vida. -Eve se puso en pie y la condujo hacia el pasillo-. Haré lo que esté en mi mano para cerrar el caso rápidamente. Es lo único que puedo decirte.

– Podrías decir que me crees.

– Eso también te lo digo. -Pero no podía dejar que esa idea interfiriera en su investigación.

Siempre había papeleo. Al cabo de una hora había hecho firmar a Mavis dejándola bajo arresto voluntario en casa de Roarke. Oficialmente, Mavis Freestone constaba como testigo. Extraoficialmente, como Eve sabía, era el primer sospechoso. Con la intención de poner pronto re?medio, entró en su despacho.

– Bueno, ¿qué es eso de que Mavis se ha cargado a una modelo?

– Feeney. -Eve podría haberle besado hasta la última arruga. Estaba sentado a su mesa con su sempiterna bolsa de cacahuetes sobre el regazo y el ceño bien instalado en la frente-. Los rumores corren.

– Ha sido lo primero que he oído al pasar por el res?taurante. Cuando detienen a la amiga de uno de nuestros mejores polis, enseguida se sabe.

– No está detenida. De momento, es testigo de un caso.


– Los media ya se han enterado. Aún no tienen el nombre de Mavis, pero sí la cara de la víctima desparra?mada en la pantalla. Mi mujer me sacó de la ducha para que lo viese. Pandora era todo un personaje.

– Sí, viva o muerta. -Cansada, Eve se apoyó contra la esquina de su mesa-. ¿Quiere un informe detallado de la declaración de Mavis?

– ¿Para qué cree que he venido, si no?

Eve se lo dio escrito en la taquigrafía policial que ambos comprendían y le dejó cejijunto.

– Caramba, Dallas, su amiga lo tiene crudo. Usted misma las vio peleando.

– Sí, en directo y en persona. A saber por qué diablos se le ocurrió enfrentarse otra vez a Pandora… -Se paseó por la habitación-. Eso empeora las cosas. Espero y de?seo que el laboratorio consiga alguna cosa. Pero no pue?do contar con ello. ¿Cómo anda de trabajo, Feeney?

– No me lo pregunte. -Feeney desechó la idea-. ¿Qué necesita?

– Una investigación de su cuenta de crédito. El pri?mer sitio que recuerda es el ZigZag. Si podemos locali?zarla allí, o en alguno de los otros locales a la hora en que se produjo la muerte, ella es inocente.

– De eso puedo encargarme, pero… Alguien estuvo rondando la escena del crimen y le dio un mamporro a Mavis en la cabeza. Es posible que no haya mucho des?fase.

– Lo sé. No puedo dejar ningún cabo suelto. Seguiré la pista de las personas que Mavis reconoció en la fiesta de la víctima, conseguiré declaraciones. He de localizar a un bailarín con una polla enorme y un tatuaje.

– Para que luego digan que este oficio no es divertido.

Ella casi sonrió.

– Necesito encontrar gente que pueda testificar que ella estaba destrozada. Incluso con una dosis de Sober Up, Mavis no pudo serenarse lo suficiente para haber eliminado a Pandora si no paró de beber camino del cen?tro de la ciudad.

– Ella asegura que Pandora se había metido algo.

– Otra cosa que he de comprobar. Luego está Leo?nardo, el escurridizo. ¿Dónde coño estaba? ¿Y dónde está ahora?

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