Capitulo Catorce

Eve había calculado bien. Fichó en la Central a las 9.55 y fue directamente a Interrogatorios. Evitó ir a su despacho, evitó cualquier posible mensaje del coman?dante requiriendo su presencia. Esperaba que para cuan?do tuviera que enfrentarse a él, tendría ya nueva infor?mación que darle.

Redford llegó puntual, eso tenía que admitirlo. Y tan elegante y planchado como la primera vez que Eve le ha?bía visto.

– Teniente, confío en que no tardemos mucho. Es una hora muy inoportuna.

– Entonces empecemos cuanto antes. Siéntese. -Eve cerró la puerta con llave.

En Interrogatorios no había en absoluto una atmós?fera muy agradable. Ni falta que hacía. La mesa era de?masiado pequeña, las sillas muy duras, las paredes sin adornos de ningún tipo. El espejo era, por supuesto, de dos caras y estaba pensado para intimidar todo lo posi?ble al entrevistado. Eve conectó la grabadora y recitó los datos necesarios.

– Señor Redford, tiene usted derecho a un asesor o un representante legal.

– ¿Me está leyendo los derechos, teniente?

– Si me lo pide, lo haré encantada. No se le acusa de nada, pero tiene derecho a un asesor si se le somete a una entrevista formal. ¿Desea un asesor?

– De momento no. -Se quitó una mota de polvo de la manga. Su muñeca brilló en forma de pulsera de oro-. Estoy dispuesto a cooperar en lo que haga falta, como he demostrado viniendo hoy aquí.

– Me gustaría pasarle su declaración previa para que tenga la oportunidad de añadir, suprimir o cambiar cualquier fragmento de la misma. -Introdujo el disco en cuestión. Con mucha impaciencia, Redford escuchó su voz.

– ¿Desea reafirmarse en su declaración?

– Sí, es tan exacta como puedo recordar.

– Muy bien. -Eve recuperó el disco y cruzó las ma?nos-. Usted y la víctima mantenían relaciones sexuales.

– En efecto.

– No era con exclusividad, sin embargo.

– En absoluto. Ninguno de los dos lo deseaba.

– ¿Consumió usted drogas ilegales con la víctima la noche del crimen?

– No.

– ¿En algún otro momento compartió con la víctima el consumo de ilegales?

Redford sonrió y ladeó la cabeza. Eve vio más oro infiltrado en la coleta que le llegaba a los omóplatos.

– No, yo no compartía el gusto de Pandora por los estupefacientes.

– ¿Tenía usted el código de seguridad que abría la casa de la víctima en Nueva York?

– El código de seguridad. -Frunció el entrecejo-. Su?pongo que sí. -Por primera vez pareció intranquilo. Eve casi pudo ver cómo su mente sopesaba la respuesta y las posibles consecuencias-. Supongo que Pandora me lo dio algún día para simplificar las cosas cuando iba a visi?tarla. -Sereno otra vez, sacó su portátil y tecleó unos da?tos-. Sí, aquí lo tengo.

– ¿Utilizó el código para acceder a su casa la noche en que fue asesinada?

– Un sirviente me dejó entrar. No hizo falta usar el código.

– No, claro. Antes del asesinato. ¿Es usted conscien?te de que el sistema de seguridad también conecta y des?conecta el sistema de vídeo?

La cautela volvió a aparecer en los ojos de Redford.

– No sé si la entiendo, teniente.

– Con el código, que según declara obra en su poder, la cámara exterior de seguridad puede ser desactivada. Esa cámara estuvo desactivada durante un período aproximado de una hora después de cometido el asesi?nato. En ese rato, señor Redford, usted declara que estu?vo en su club. A solas. En ese rato, alguien que conocía a la víctima, que estaba en posesión de su código y que co?nocía el funcionamiento del sistema de seguridad de su casa, desactivó el sistema, entró en la casa y al parecer se llevó algo de allí.

– Yo no tenía ningún motivo para hacer ninguna de esas cosas. Estaba en mi club, teniente. Entré y salí con mi llave de código.

– Cualquier socio puede hacer ver que entró y salió sin haberlo hecho. -Eve notó que él se ponía serio-. Us?ted vio una caja, posiblemente china, de anticuario, de la cual ha declarado que la víctima sacó una sustancia y la ingirió. También declara que luego cerró la caja en el to?cador de su dormitorio. La caja no ha sido encontrada. ¿Está seguro de que existe tal caja?

Ahora había hielo en su mirada, pero debajo del mismo, asomando, Eve creyó ver algo más. Pánico no, todavía. Pero sí cautela y preocupación.

– ¿Está seguro de que la caja que describió existe, se?ñor Redford?

– Yo la vi.

– ¿Y la llave?

– ¿La llave? -Cogió un vaso de agua. La mano seguía firme, pero Eve pudo haber jurado que la mente pensaba a toda velocidad-. La llevaba colgada al cuello, de una cadena de oro.

– Ni en el cadáver ni en la escena del crimen se en?contró ninguna llave. Tampoco una cadena.

– Entonces supongo que se la llevó el asesino, ¿ver?dad, teniente?

– ¿Llevaba la llave a la vista?

– No. Pandora… -Su mandíbula estaba tensa-. Muy buena, teniente. Que yo sepa, la llevaba bajo la ropa. Pero como ya he declarado, no soy el único que veía a Pandora sin ropa.

– ¿Por qué le pagaba usted?

– ¿Cómo dice?

– En los últimos dieciocho meses usted hizo transfe?rencias por valor de más de trescientos mil dólares a las cuentas de crédito de la víctima. ¿Por qué?

Redford la miró sin expresión, pero ella vio en sus ojos, por primera vez, el miedo.

– Lo que yo haga con mi dinero es asunto mío.

– Se equivoca. Cuando hay un asesinato la cosa cam?bia. ¿Pandora le estaba chantajeando?

– Eso es ridículo.

– No crea. Ella le amenazó con algo peligroso, emba?razoso para usted, algo con lo que ella disfrutaba. Pan?dora le iba exigiendo pequeños pagos de vez en cuando, y algunos no tan pequeños. Imagino que era el tipo de persona que alardeaba de tener ese poder. Un hombre podría cansarse de esa situación. Un hombre podía ha?ber empezado a ver que sólo quedaba una solución. No era el dinero lo más importante, ¿verdad señor Redford? Era el poder, el dominio, y esa satisfacción personal que ella no dejaba de pasarle por la cara.

Redford empezó a respirar irregularmente, pero sin alterar las facciones.

– Pandora podía llegar a esos extremos, supongo. Pero no tenía nada contra mí, teniente, y yo no hubiera tolerado amenazas.

– ¿Qué habría hecho usted?

– Un hombre en mi posición puede permitirse el lujo de hacer caso omiso. En mi profesión, el éxito importa mucho más que el cotilleo.

– Entonces ¿por qué le pagaba? ¿Por el sexo?

– Eso es un insulto.

– No, imagino que un hombre de su posición no habría pagado por acostarse. Pero eso podía hacerlo to?davía más excitante. ¿Frecuenta usted el Down amp; Dirty, en el East End?

– No frecuento el East End, ni tampoco un club de segunda como ése.

– Pero sabe lo que es. ¿Estuvo alguna vez allí con Pandora?

– No.

– ¿Y solo?

– He dicho que no.

– ¿Dónde estuvo el diez de junio, aproximadamente a las dos de la madrugada?

– ¿Por qué?

– ¿Puede verificar su paradero en esa fecha y hora?

– No sé dónde estuve. No tengo respuesta.

– ¿Sus pagos a Pandora eran pagos de negocios, rega?los tal vez?

– Sí y no. -Golpeó la mesa-. Creo que ahora sí qui?siera consultar a un abogado.

– De acuerdo. Usted manda. Interrumpimos la en?trevista para dejar que un individuo ejerza su derecho a asesoría jurídica. Desconectar. -Eve sonrió-. Es mejor que se lo cuente todo. Que se lo cuente a alguien. Y si no está solo en este asunto, le aconsejo que empiece a pen?sar seriamente en hacer algo. -Se apañó de la mesa-. Afuera hay un teleenlace público.

– Tengo el mío -dijo él muy tieso-. Si es tan amable de decirme dónde puedo hablar en privado. -Cómo no. Venga conmigo.


Eve consiguió eludir a Whitney transmitiendo un infor?me de puesta al día y no apareciendo por su despacho. Luego cogió a Peabody y se dirigió a la salida.

– Ha desconcertado a Redford. De veras que sí.

– Ésa era la idea.

– Fue por la manera de atacarle desde diferentes ángu?los. Primero todo muy correcto y luego, zas, le pone la zancadilla.

– Sabrá levantarse. Aún me queda el pago que le hizo a Fitzgerald para pincharle, pero ahora estará sobre aviso.

– Sí, y ya no le va a subestimar. ¿Cree que lo hizo él?

– Pudo hacerlo. Odiaba a Pandora. Si podemos rela?cionarlo con la droga… ya veremos. -Tantas cosas que explorar, pensó ella, y el tiempo se estaba agotando, ca?mino de la audiencia previa al proceso contra Mavis. Debía descubrir algo decisivo antes de un par de días-. Quiero identificar ese elemento X. Necesito saber quién es la fuente. Es la clave de todo.

– ¿Ahí es donde piensa hacer intervenir a Casto? Es una pregunta profesional.

– Puede que él tenga mejores contactos. En cuanto hayamos aclarado lo de la sustancia desconocida, habla?ré con él. -Su enlace pitó. Eve dio un respingo-. Mierda, mierda y mierda. Es Whitney, seguro. -Se puso seria y respondió-. Aquí Dallas.

– ¿Qué diablos está haciendo?

– Verificando una pista, señor. Voy camino del labo?ratorio.

– Dejé orden de que estuviera en mi despacho a las nueve en punto.

– Lo siento, comandante. No he recibido esa transmisión. No he pasado por mi despacho. Si tiene mi in?forme, verá que esta mañana he estado liada en Interro?gatorios. El hombre está ahora mismo consultando a sus abogados. Creo que…

– Pare el carro, teniente. He hablado con la doctora Mira hace unos minutos.

Eve notó que la piel se le ponía tiesa, fría como el hielo.

– Señor.

– Me decepciona usted, teniente. -Habló despacio, con dureza-. Es una lástima que haya hecho perder tiempo al departamento por este asunto. No tenemos la menor intención de investigar formalmente ni de hacer ningún tipo de pesquisa sobre el incidente. El asunto está cerrado, y así se va a quedar. ¿Lo ha comprendido, teniente?

Alivio, culpa, gratitud: todo revuelto.

– Señor, yo… Sí. Comprendido.

– Muy bien. La filtración a Canal 75 ha originado bastantes problemas en la Central.

– Sí, señor. -Devuelve el golpe, pensó. Piensa en Mavis-. No me cabe duda.

– Usted conoce de sobra la política del departamento sobre filtraciones no autorizadas.

– Perfectamente.

– ¿Cómo está la señorita Furst?

– En pantalla se la veía bastante bien, comandante.

Whitney frunció el entrecejo, pero en su mirada apareció un brillo inequívoco.

– Ándese con ojo, Dallas. Y preséntese en mi despa?cho a las seis en punto. Tenemos una condenada rueda de prensa.

– Buen regate -la felicitó Peabody-. Y todo es ver?dad menos lo de que íbamos camino del laboratorio.

– Pero no he dicho de cuál.

– ¿Y el otro asunto? El comandante parecía mosqueado. ¿Tiene alguna cosa más entre manos? ¿Algo relacio?nado con este caso?

– No; es agua pasada. -Contenta de haber superado el mal trago, Eve fue hacia la puerta de Futures Labora?tories amp; Research, subsidiaria de Industrias Roarke-. Teniente Dallas, policía de Nueva York -anunció por el escáner.

– La están esperando, teniente. Diríjase a la zona de aparcamiento azul. Deje allí su vehículo y tome el trans?porte C hasta el complejo este, sector seis, nivel uno.

Allí los recibió una androide del laboratorio, una morena atractiva de piel blanca como la leche, ojos azul claro y una placa que la identificaba como Anna-6. Su voz era tan melodiosa como unas campanas de iglesia.

– Buenas tardes, teniente. Espero que no haya tenido problema para encontrarnos.

– No, ninguno.

– Muy bien. La doctora Engrave les recibirá en el solárium. Es un sitio muy agradable. Si quieren se?guirme…

– Es un androide -murmuró Peabody por lo bajo, y Anna-6 se volvió sonriendo con toda simpatía.

– Soy un modelo nuevo, experimental. Sólo hay otros nueve como yo, y todos trabajamos aquí, en este complejo. Esperamos estar en el mercado dentro de seis meses. Se ha investigado mucho para fabricarnos y, por desgracia, el precio aún es prohibitivo. Confiamos en que las grandes industrias juzgarán útil ese gasto has?ta que podamos ser producidos en masa a un precio com?petitivo.

Eve ladeó la cabeza.

– ¿ Le ha visto Roarke?

– Por supuesto. Él da el visto bueno a todos los pro?ductos. Participó activamente en este diseño.

– No hace falta que lo jure.

– Por aquí, por favor. -Anna-6 enfiló un largo pasillo abovedado, blanco como un hospital. La docto?ra Engrave opina que su espécimen es muy interesante. Estoy segura de que les será de gran ayuda. -Se detuvo ante una mini pantalla y marcó una secuencia-. Anna-6 -anunció-. Acompañada del teniente Dallas y su ayu?dante.

La pared se abrió a una sala grande llena de plantas y una bonita luz solar artificial. Se oía correr agua y el zumbido perezoso de unas abejas satisfechas.

– Aquí les dejo. Volveré cuando tengan que salir. Pi?dan lo que les apetezca. La doctora Engrave suele olvi?darse de ofrecer nada.

– Vete a sonreír a otro sitio, Anna. -La malhumorada voz pareció salir de una mata de helechos. Anna-6 se li?mitó a sonreír, retrocedió, y la pared volvió a cerrarse-. Ya sé que los androides tienen sus derechos, pero es que me pone frenética. Por aquí, en las espireas.

Eve fue hacia los helechos y se metió cautelosamen?te entre ellos. Arrodillada sobre tierra negra abonada, había una mujer. Su pelo canoso estaba recogido en un moño apresurado, y tenía las manos enrojecidas y sucias de tierra. El mono que quizá fue blanco alguna vez esta?ba tan manchado que era imposible de identificar. La doctora alzó la vista y su cara angosta y vulgar resultó estar tan asquerosa como su ropa.

– Estoy mirando mis gusanos. Es una nueva raza. -Levantó un trozo de tierra con cosas que se movían.

– Muy bonito -dijo Eve, sintiendo cierto alivio cuan?do Engrave sepultó el ajetreado terrón.

– Conque usted es la policía de Roarke. Yo me figu?raba que habría escogido a una de esas pura sangre con el cogote pelado y las tetas gordas. -Frunció los labios y miró de arriba abajo a Eve-. Veo que no, y me alegro. El problema con las pura sangre es que siempre están pi?diendo mimos. A mí que me den un híbrido.

Engrave se limpió las manos en su sucia ropa. Una vez en pie, Eve vio que medía cerca de un metro cin?cuenta.

– Esto de los gusanos es una magnífica terapia. Yo se la recomendaría a mucha gente, así no necesitarían dro?gas para ir tirando.

– Hablando de drogas…

– Sí, sí, por aquí. -Echó a andar a paso de marcha pero luego fue reduciendo la velocidad-. Hay que podar un poco. Hace falta más nitrógeno. Y riego subterráneo, para las raíces. -Se detuvo entre hojas de un insultante verde, larguísimas enredaderas, capullos explosivos-. La cosa ha llegado al punto de que me pagan por cuidar el jardín. Bonito trabajo para el que lo pilla. ¿Sabe qué es esto?

Eve miró una flor de color púrpura y forma de trompeta. Estaba casi segura pero temía una trampa.

– Una flor -dijo.

– Petunia. Bah, la gente ha olvidado el encanto de lo tradicional. -Se detuvo junto a un lavabo, se quitó parte de la tierra que llevaba en las manos, dejando restos entre sus uñas estropeadas-. Hoy en día todos quieren lo exóti?co. Lo grande, lo diferente. Un buen arriate de petunias proporciona mucho placer a cambio de pocos cuidados. Se plantan, sin esperar que sean lo que no son, y a disfru?tarlas. Son sencillas, y no se te marchitan por una nadería. Unas petunias sanas significan algo. En fin.

Se subió a un taburete delante de un banco de traba?jo atiborrado de herramientas, tiestos, papeles, un Auto-Chef con la luz de vacío encendida, y un sofisticado sis?tema informático.

– Lo que me envió usted con ese irlandés ha sido una auténtica bolsa de los truenos. A propósito, él sí conocía las petunias.

– Feeney es un hombre de talentos sorprendentes.

– Le di unos pensamientos para su mujer. -Engrave conectó el ordenador-. Ya he hecho algunos análisis de la muestra que me trajo Roarke. Me dijo muy amable que le corría prisa. Otro irlandés. Dios los conserve. La nueva muestra de polvo me ha dado más trabajo.

– Entonces tiene los resultados…

– No me meta prisa, mujer. Eso sólo vale si me lo dice un irlandés guapo. Y no me gusta trabajar para la poli. -Engrave sonrió a placer-. No aprecian la ciencia. Apuesto a que ni siquiera se sabe la tabla periódica.

– Oiga, doctora… -Para consuelo de Eve, la fórmula apareció en el monitor-. ¿Está controlada esta unidad?

– No se preocupe, tiene contraseña. Roarke me dijo que esto era super secreto. Tranquila, estoy en el ajo desde hace mucho más que usted. -Con una mano de?sechó a Eve y con la otra señaló a la pantalla-. Bien, no entraré en los elementos básicos. Hasta un niño po?dría verlos, conque imagino que ya los habrá identifi?cado.

– Es el desconocido lo que…

– Ya, teniente, ya. El problema está aquí. -Señaló una serie de factores-. La fórmula no ha servido para identi?ficarlo, porque está codificado. Vea. -Alargó el brazo para coger una pequeña platina cubierta de polvo-. Has?ta los mejores laboratorios se las verían y se las desearían para analizar esto. Parece una cosa, huele a otra. Y cuan?do está todo mezclado, como en esta fórmula, es la reac?ción lo que altera la mezcla. ¿Sabe algo de química?

– ¿Es necesario?

– Si más gente supiera de química…

– Doctora Engrave, necesito aclarar un asesinato. Dígame qué es y yo trabajaré a partir de ahí.

– Otro problema de la gente es la impaciencia -le es?petó Engrave, sacando un plato pequeño. Dentó del mismo había unas gotas de un líquido lechoso-. Como a usted no le importa una higa, no le diré lo que he hecho. Dejémoslo en que he realizado unas pruebas, unos cuantos trucos de química básica y que he conseguido aislar su elemento desconocido.

– ¿Es eso de ahí?

– Sí, en su estado líquido. Seguro que su laboratorio le dijo que era una forma de valeriana; una especie oriunda del sudoeste.

Eve la miró.

– ¿Y?

– Se acerca, pero no del todo. Es una planta, por su?puesto, y utilizaron valeriana para cortar el espécimen. Esto es néctar, la sustancia que seduce a aves y abejas y que hace girar el mundo. Un néctar que no procede de ninguna especie nativa.

– Nativa de Estados Unidos, quiere decir.

– No, nativa de ninguna parte. -Engrave alcanzó una maceta y la dejó en la mesa de mala gana-. Aquí tiene a su bebé.

– Qué bonito -dijo Peabody, inclinándose hacia las exuberantes flores que iban de un blanco cremoso a un granate subido. Olisqueó, cerró los ojos y repitió la ope?ración-. Es maravilloso. Es… -La cabeza le daba vuel?tas-. Qué fuerte.

– Y que lo diga. Basta, o no sabrá lo que hace durante una hora. -Engrave apartó la planta.

– ¿Peabody? -Eve la sacudió por el brazo-. Despierte.

– Es como tomarse una copa de champán de un solo trago. -Se llevó una mano a la sien-. Increíble.

– Un híbrido experimental -explicó Engrave-. Nom?bre en clave: Capullo Inmortal. Éste tiene catorce me?ses, y no ha dejado de echar flores. Procede de la colo?nia Edén.

– Siéntese, Peabody. ¿El néctar de esta cosa es lo que estamos buscando?

– De por sí, el néctar es fuerte y provoca en las abejas una reacción semejante a la ebriedad. Les ocurre lo mis?mo con la fruta demasiado madura, como los melocotones caídos, por ejemplo, cuyo zumo está muy concen?trado. A no ser que la ingestión sea mesurada, se ha des?cubierto que las abejas mueren de sobredosis de néctar. Nunca tienen bastante.

– ¿Abejas adictas?

– Como les quiera llamar. De hecho, no se follan a las otras flores porque ésta las tiene seducidas. Su laborato?rio no descubrió nada porque este híbrido está en la lis?ta restringida de las colonias horticulturas y queda bajo jurisdicción de la Aduana Galáctica. La colonia está trabajando para mitigar el problema con el néctar, ya que ocasiona un montón de prejuicios a la hora de su expor?tación.

– Así que Capullo Inmortal es un espécimen contro?lado.

– Por el momento sí. Tiene cierta utilidad en medici?na y especialmente en cosmética. La ingestión del néctar puede producir una luminescencia del cutis, una nueva elasticidad y una apariencia de juventud.

– Pero es un veneno. Su consumo a largo plazo daña el sistema nervioso. Nuestro laboratorio lo ha confirmado.

– El arsénico también, pero las señoras finas lo toma?ban en pequeñas dosis para tener la piel más blanca y más clara. Para algunos, la belleza y la juventud son pro?blemas desesperantes. -Engrave se encogió de hombros en señal de rechazo-. En combinación con los otros ele?mentos de la fórmula, este néctar actúa como activador. El resultado es una sustancia altamente adictiva que au?menta la energía y la fuerza física, potencia el deseo se?xual y la sensación de renovada juventud. Y como, al no estar controlados, estos híbridos pueden propagarse como conejos, nuestro Capullo Inmortal puede seguir produciéndose a bajo precio y gran escala.

– ¿Se propagarían igual en las condiciones en la Tierra?

– Desde luego. La colonia Edén produce plantas y flora en general para las condiciones planetarias.

– Bien, usted tiene unas plantas -reflexionó Eve-. Y un laboratorio, las otras sustancias químicas.

– Y usted tiene una ilegal muy atractiva para las ma?sas. Pague -dijo Engrave con una sonrisa amarga-, sea fuerte, sea guapo, sea joven y sexy. El que consiguió esta fórmula sabía de química y se conocía a sí mismo; y ade?más comprende la belleza del lucro.

– Belleza letal.

– Sí, por supuesto. De cuatro a seis años de consumo regular pueden acabar con cualquiera. El sistema ner?vioso diría basta. Pero cuatro o seis años es muchísimo tiempo y alguien va a obtener, como suele decirse, pin?gües beneficios.

– ¿Cómo sabe usted tanto de esta cosa, como se lla?me, si su cultivo está limitado a Edén?

– Porque soy la mejor en mi campo, porque hago mis deberes y porque resulta que mi hija es apicultora jefe en Edén. Un laboratorio autorizado como éste, o un exper?to en horticultura pueden, con ciertas restricciones, im?portar un espécimen.

– ¿Significa eso que usted ya tenía algunas plantas de esas?

– Casi todo réplicas, simulaciones inofensivas, pero algunas genuinas. Reguladas para consumo controlado, de puertas adentro. Bueno, tengo trabajo con unas ro?sas. Lleve el informe y las dos muestras a sus chicos lis?tos de la Central. A ver si son capaces de sacar algo en claro.


– ¿Se encuentra bien, Peabody? -Eve cogió el brazo de su ayudante con mano firme al abrir la puerta del coche.

– Sí, sólo que muy relajada.

– Demasiado para conducir -dijo Eve-. Pensaba de?cirle que me dejara en la floristería. Plan B: pasamos de largo y come usted alguna cosa para contrarrestar el efecto de la esnifada floral y luego lleva usted las mues?tras y el informe de Engrave al laboratorio.

– Dallas. -Peabody apoyó la cabeza en el respaldo-. De verdad que me siento de maravilla.

Eve la miró con cautela.

– ¿No irá usted a besarme o algo así?

Peabody la miró de reojo.

– No es mi tipo. Además, no es que esté cachonda. Sólo bien. Si tomar eso es parecido a oler esa flor, la gen?te se volverá loca por probarlo.

– Sí. Creo que alguien se ha vuelto ya lo bastante loco para matar a tres personas.


Eve entró a toda prisa en la floristería. Le quedaban veinte minutos si pensaba seguir a los otros sospecho?sos, acosarlos, volver a la Central para archivar su infor?me y asistir a la rueda de prensa.

Divisó a Roarke cerca de unos árboles pequeños y floridos.

– Nuestra asesora floral nos está esperando.

– Lo siento. -Se preguntó para qué querría nadie unos árboles enanos. La hacían sentir como un mons?truo de feria-. Me he retrasado.

– Yo acabo de llegar. ¿Te ha servido de ayuda la doc?tora Engrave?

– Desde luego. Menudo carácter tiene. -Le siguió bajo un fragante emparrado-. He conocido a Anna-6.

– Ah, ya. Creo que esos androides serán un éxito.

– Sobre todo con los adolescentes.

Roarke se rió y le metió prisa.

– Mark, te presento a mi novia, Eve Dallas.

– Ah, sí. -Tenía cara de simpático, y su apretón de manos fue como el de un luchador-. A ver qué podemos hacer. Las bodas son un tema complicado, y no me han dejado mucho tiempo.

– Él tampoco me ha dejado mucho tiempo a mí.

Mark rió y se tocó el pelo plateado.

– Siéntense y relájense. Tomen un poco de té. Tengo muchas cosas que enseñarles.

A ella no le importaba. Le gustaban las flores. Sólo que no sabía que pudiera haber tantas. Pasados cinco minutos, su cabeza empezó a dar vueltas de tanta orquí?dea y lirio y rosa y gardenia.

– Sencillo -decidió Roarke-. Tradicional. Nada de imitaciones.

– Por supuesto. Tengo unos hologramas que quizá les den alguna idea. Como la boda será al aire libre, les sugiero una pérgola, glicinas. Es muy tradicional, y tie?nen una fragancia encantadora, muy al viejo estilo.

Eve estudió los hologramas y trató de imaginarse bajo una pérgola con Roarke, intercambiando prome?sas. El estómago le dio una sacudida.

– ¿Y petunias?

Mark parpadeó:

– ¿Petunias?

– Me gustan las petunias. Son sencillas y no preten?den ser más que lo que son.

– Sí, claro. Quedaría bien. Quizá habría que añadir unas azucenas. En cuanto al color…

– ¿Tiene Capullo Inmortal? -preguntó a bocajarro.

– Inmortal… -Mark abrió los ojos de par en par-. Eso sí que es una especialidad. Difíciles de importar, cla?ro, pero quedan muy espectaculares. Tengo varias imi?taciones.

– No queremos imitaciones -le recordó Eve.

– Me temo que sólo se importan en pequeñas canti?dades, y sólo a floristas y horticultores con autorización. Y para interior. Pero como la ceremonia es al aire libre…

– ¿Vende muchos?

– No, y sólo a otros expertos con licencia. Pero ten?go algo que le gustará aún más…

– ¿Guarda un registro de esas ventas? ¿Puede darme una lista de nombres? Supongo que está conectado a la red de distribución mundial.

– Naturalmente, pero…

– Necesito saber quién encargó esa planta durante los dos últimos años.

Mark miró a Roarke con cara de perplejidad, y éste se pasó la lengua por los dientes.

– Mi novia es una jardinera insaciable.

– Ya veo. Tardaré un poco en conectarme. Dice que quiere todos los nombres.

– De quienes encargaron Capullo Inmortal a la colo?nia Edén en los últimos dos años. Puede empezar por Estados Unidos.

– Si tienen la bondad de esperar, veré lo que puedo hacer.

– Me gusta la idea de la pérgola -proclamó Eve, le?vantándose de pronto cuando Mark se hubo ido-. ¿A ti no?

Roarke se puso en pie y la cogió de los hombros.

– ¿Por qué no dejas que me encargue yo de las flores? Quiero sorprenderte.

– Te deberé una.

– Claro que sí. Puedes empezar a pagarme recordan?do que hemos de asistir al desfile de Leonardo este vier?nes.

– Ya lo sabía.

– Y recordando también que has de pedir tres sema?nas de permiso para la luna de miel.

– Creí que habíamos dicho dos.

– Sí. Ahora me debes una. ¿Quieres decirme por qué de repente te fascina tanto una flor de la colonia Edén? ¿O debo suponer que has encontrado al desconocido?

– Es el néctar. Eso podría relacionar los tres homici?dios. Si consigo un momento de respiro.

– Espero que sea esto lo que está buscando. -Mark volvió con una hoja de papel-. No ha sido tan difícil como yo me temía. No ha habido muchos pedidos de Inmortal. La mayoría de importadores se contenta con imitaciones. Hay ciertos problemas con el espécimen.

– Gracias. -Eve cogió el papel y revisó la lista-. Ya está -murmuró, y luego se volvió a Roarke-. He de irme. Compra muchas flores, carretadas de flores. Y no olvides las petunias. -Salió de estampida mientras sacaba su comunicador-. Peabody.

– Pero… el ramo. El ramo de novia. -Mark miró a Roarke, desconcertado-. No ha escogido nada.

Roarke vio cómo se marchaba.

– Yo sé lo que le gusta -dijo-. Más que ella misma.

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