Capitulo Seis

– Bueno, ¿cómo quiere que lo hagamos? -Feeney apretó los labios y estudió la pequeña cámara que había en una esquina del ascensor mientras subían-. ¿Los típicos poli bueno y poli malo?

– Es curioso lo bien que funciona.

– Un civil es un blanco fácil.

– Empecemos con «lamento molestarle, agradezco mucho su cooperación». Si nos olemos que está fingien?do, podemos cambiar de táctica.

– Yo quiero hacer de poli malo.

– Lo hace fatal de poli malo, Feeney. Acéptelo.

Él la miró apesadumbrado.

– Soy su superior, Dallas.

– Yo llevo este caso, y hago mejor de poli malo.

– Siempre me toca hacer de poli bueno -murmuró él mientras entraban a un bien iluminado vestíbulo con más mármol y más dorados.

Justin Young abrió la puerta en el momento justo. Al verle Eve pensó que se había vestido para el papel de testigo acomodado pero cooperador: pantalón de lino color ante, informal y caro, y una holgada camisa de seda del mismo color. Calzaba sandalias de última moda con suela gruesa e intrincados adornos en el em?peine.

– Teniente Dallas, capitán Feeney. -Su rostro bella?mente esculpido mostraba arrugas, ojos sobrios y un dramático contraste con la melena ondulada del mismo color que los adornos del vestíbulo. Ofreció una mano engalanada con un gran anillo tachonado de ónices-. Pa?sen, por favor.

– Gracias por acceder a recibirnos tan pronto, señor Young. -Tal vez se estuviera volviendo poco entusiasta, pero un repaso inicial a la habitación hizo pensar a Eve: recargado y supercaro.

– Ha sido una tragedia, un verdadero horror. -Les señaló con un gesto un enorme sofá atiborrado de coji?nes de colores llamativos y telas lustrosas. Al fondo de la sala, alguien había programado un atardecer tropical en la pantalla de meditación-. Es casi imposible aceptar que haya muerto, menos aún que muriera de forma tan re?pentina y violenta.

– Sentimos mucho molestarlo -empezó Feeney, ini?ciando su papel de poli bueno mientras intentaba no quedarse boquiabierto ante el despliegue de lujo-. Para usted ha de ser un momento muy difícil.

– Lo es. Pandora y yo éramos amigos. ¿Puedo ofre?cerles algo? -Tomó asiento, elegante y delgado, en una butaca de orejas que podría haber engullido a un niño.

– No, gracias. -Eve trató de acomodarse entre la montaña de cojines.

– Yo tomaré algo, si no les importa. Tengo los ner?vios de punta desde que supe la noticia. -Inclinándose, Young pulsó un botón de la mesa-. Café, por favor. Para uno. -Echándose hacia atrás, sonrió levemente-. Que?rrán saber dónde estaba cuando murió Pandora. He re?presentado un par de policías en mi carrera. Hice de poli, de sospechoso y hasta de víctima cuando empezaba como actor. Mi imagen siempre me ha hecho parecer inocente.

Levantó la vista mientras un sirviente androide, ves?tido, según notó Eve horrorizada, con el clásico unifor?me de la criada francesa, entraba con una taza y un plati?llo sobre una bandeja de cristal. Justin cogió la taza y se la llevó a los labios.

– Los media no han publicado a qué hora murió exactamente Pandora, pero creo que puedo darles una relación de mis movimientos durante esa noche. Estuve con ella en una pequeña fiesta celebrada en su casa hasta las doce aproximadamente. Jerry y yo (Jerry Fitzgerald) partimos juntos y fuimos a tomar una copa al club pri?vado Ennui. Está muy de moda, y a los dos nos va muy bien dejarnos ver allí. Imagino que sería la una cuando salimos. Hablamos de hacer una ronda, pero confieso que habíamos bebido bastante y que estábamos cansa?dos de hacer relaciones públicas. Vinimos aquí y estuvi?mos juntos hasta las diez de la mañana. Jerry tenía una cita. No fue hasta después de irse ella, mientras yo toma?ba mi primer café, que puse las noticias y me enteré de lo ocurrido.

– Eso cubre toda la noche, desde luego -dijo Eve. Justin lo había recitado todo, pensó ella, como si lo hu?biera ensayado muy bien-. Tendremos que hablar con la señorita Fitzgerald para verificarlo.

– Desde luego. ¿Quieren hacerlo ahora? Está en la sala de relajación. La muerte de Pandora la ha dejado un poco transpuesta.

– Déjela que se relaje un poco más -sugirió Eve-. Dice que usted y Pandora eran amigos. ¿Amantes tam?bién?

– De vez en cuando, nada serio. Frecuentábamos los mismos círculos. Y para serle brutalmente franco dadas las circunstancias, Pandora prefería los hombres fáciles de dominar e intimidar. -Mostró una sonrisa deslum?brante para mostrar que no era de esa clase de hombres-. Prefería tener líos con gente esforzada antes que con quienes ya habían alcanzado el éxito. Raramente gusta?ba de compartir el estréllate.

Feeney aprovechó la ocasión:

– ¿A quién estaba ligada emocionalmente cuando murió?

– Había varios hombres, creo. Alguien que si no me equivoco había conocido en Starlight Station, un empre?sario, decía ella con sarcasmo; el diseñador de moda que según Jerry es brillante: Michelangelo, Puccini o Leo?nardo. Y Paul Redford, el videoproductor que estuvo con nosotros esa noche.

Tomó un sorbito de café y parpadeó.

– Leonardo. Ése era el nombre. Hubo una especie de escaramuza. Mientras estábamos en casa de Pandora se presentó una mujer. Se pegaron por él, una pelea de ga?tos, como en los viejos tiempos. Habría sido divertido de no ser porque resultó muy embarazoso para todos los implicados.

Extendió sus dedos elegantes y pareció un tanto di?vertido a pesar de lo que había dicho. Buen trabajo, pen?só Eve. Mucho ensayo, mucho ritmo: un perfecto profe?sional.

– Paul y yo tuvimos que separarlas.

– ¿Dice que esa mujer fue a casa de Pandora y la agredió físicamente? -preguntó Eve con tono neutral.

– Oh no, para nada. La pobre estaba destrozada. Pandora la insultó a placer y luego la golpeó. -Justin lo ilustró cerrando el puño y hendiendo el aire-. Le dio fuerte de verdad. La otra era menuda, pero aguerrida. Se puso en pie enseguida y embistió. Después empezaron cuerpo a cuerpo, tirándose del pelo y arañándose. La mujer sangraba un poco cuando se fue. Pandora tenía unas uñas mortales.

– ¿Pandora arañó a la otra en la cara?

– No. Pero estoy seguro de que se llevó un buen pro?yecto de cardenal. Creo que en el cuello. Cuatro feos arañazos en un lado del cuello gracias a Pandora. Me temo que no recuerdo cómo se llamaba la chica. Pando?ra sólo la llamó zorra y cosas parecidas. Trataba de no llorar cuando se fue de allí, y le dijo con dramatismo a Pandora que lamentaría lo que había hecho. Luego creo que echó a perder su mutis sorbiendo por la nariz y di?ciendo que el amor todo lo puede.

Muy propio de Mavis, se dijo Eve.

– Y una vez ella se hubo ido, ¿cómo reaccionó Pan?dora?

– Estaba furiosa, excitadísma. Por eso Jerry y yo nos fuimos temprano.

– ¿Y Paul Redford?

– Él se quedó; no sé cuánto rato. -Con un suspiro para indicar que lo sentía, Justin apartó su taza-. Resulta feo decir cosas negativas de Pandora ahora que no puede defenderse, pero ella era muy dura, incluso hiriente. El que la hacía enfadar lo pagaba caro.

– ¿Le pasó a usted alguna vez, señor Young?

– Ya me ocupaba yo de que no. -Su sonrisa fue cauti?vadora-. Me encanta mi carrera y me encanta mi físico, teniente. Pandora no era un peligro para lo primero, pero yo había llegado a presenciar lo que podía hacerle a uno en la cara cuando se enfadaba. Créame, no se hacía la manicura como hojas de cuchillo por un capricho de la moda.

– Tenía enemigos…

– A montones, pero la mayoría estaba aterrorizada. No se me ocurre quién pudo ser capaz de devolverle fi?nalmente el golpe. Y por lo que he oído en las noticias, no creo que ni siquiera Pandora mereciese una muerte tan brutal.

– Apreciamos su franqueza, señor Young. Si le pare?ce bien, nos gustaría hablar ahora con la señorita Fitzgerald. A solas.

Justin levantó una pulcra y elegante ceja.

– Por supuesto. Para cotejar historias.

Eve sonrió.

– Han tenido tiempo de sobra para eso. Pero nos gustaría hablar con ella a solas.

Tuvo el placer de ver cómo su fachada temblaba un poco ante la insistencia. Con todo, él se levantó para ir hacia un pasillo.

– ¿Qué opina? -preguntó Feeney en voz baja.

– Que ha sido una actuación deslumbrante.

– Creo que estamos en la onda. De todos modos, si él y Fitzgerald estuvieron revolcándose toda la noche, eso descarta a Young.

– Su coartada es mutua, los descarta a ambos por igual. Conseguiremos los discos de seguridad en la ad?ministración del edificio y comprobaremos a qué hora llegó cada cual. Sabremos si volvieron a salir.

– Yo no me fío de eso desde lo que pasó en el caso DeBlass.

– Si hicieron trampa con los discos, lo notaremos. -Levantó la vista al oír cómo Feeney se sorbía los dien?tes. Su cara de pocos amigos se había animado un poco. Tenía los ojos vidriosos. Al ver aparecer a Jerry Fitzge?rald, Eve se preguntó por qué Feeney no tenía la lengua colgando como un perro.

Pues sí que estaba bien hecha, pensó Eve. Sus luju?riosos pechos aparecían apenas cubiertos de seda color marfil que se abría en escote hasta el ombligo y luego se detenía brevemente unos milímetros por debajo del nivel del pubis. Una larga y torneada pierna estaba adornada junto a la rodilla con una rosa roja en plena floración.

Jerry Fitzgerald era un capullo en flor, sin duda al?guna.

Luego estaba la cara, suave y soñolienta como si aca?bara de hacer el amor. Su pelo color de ébano era lacio y curvado a la perfección, enmarcando una barbilla re?donda y femenina. Su boca era generosa, húmeda y roja, sus ojos de un azul deslumbrante y bordeados de finas pestañas con puntas doradas.

Mientras ella se posaba en una silla cual pagana diosa del sexo, Eve palmeó la pierna de Feeney a modo de apoyo moral… y de contención.

– Señorita Fitzgerald -dijo Eve.

– Sí -contestó ella con voz de humo sacramental. Aquellos ojos apenas parpadearon al mirar a Eve antes de aplicarse como lapas al rostro poco atractivo y atur?dido de Feeney-. Es horrible, capitán. He probado en el tanque de aislamiento, en el elevador de ánimo, he pro?gramado incluso el holograma con paseos campestres, pues eso siempre me relaja. Pero nada consigue sacarme a Pandora de la cabeza.

Se llevó ambas manos a su cara de incredulidad:

– Debo de parecer una bruja.

– Está usted muy guapa -balbució Feeney-. Des?pampanante. Yo…

– Eche el freno -murmuró Eve dando un codazo a Feeney-. Nos hacemos cargo de su situación, señorita Fitzgerald. Pandora era amiga suya.

Jerry abrió la boca, la cerró y sonrió astutamente.

– Podría decirle que sí, pero usted descubriría ense?guida que no nos llevábamos muy bien. Nos tolerába?mos mutuamente por estar en el mismo negocio, pero a decir verdad no nos soportábamos.

– Ella la invitó a su casa.

– Sólo porque quería tener a Justin allí, y ahora él y yo estamos muy unidos. Pandora y yo nos hablábamos, eso sí, incluso habíamos hecho algunas cosas juntas.

Se puso en pie, bien para lucir el cuerpo, bien porque prefería servirse ella. De un armario esquinero sacó una botella en forma de cisne y escanció parte de su conteni?do azul zafiro en un vaso.

– Primero déjeme decirle que estoy sinceramente preocupada por el modo en que murió. Es terrible pensar que alguien pueda odiarte tanto. Soy de la misma profesión y estoy igualmente expuesta a la mirada del público. Soy una especie de imagen, igual que Pandora. Si le ocurrió a ella… -Se interrumpió y bebió un sorbo-. Podría ocurrirme a mí. Es una de las razones de que esté en casa de Justin hasta que todo se haya resuelto.

– Repasemos sus movimientos en la noche del crimen.

Jerry agrandó los ojos.

– ¿Estoy en la lista de sospechosos? Eso suena hala?gador. -Regresó a la butaca, vaso en mano. Después de sentarse, cruzó sus exquisitas piernas de un modo que hizo vibrar a Feeney-. Jamás tuve arrestos suficientes para otra cosa que lanzarle algunas pullas. La mitad del tiempo, Pandora ni se daba cuenta de que la estaba ata?cando. No era precisamente un gigante de la inteligen?cia, y no sabía de sutilezas.

Cerró los ojos y contó básicamente la misma histo?ria que Justin, aunque ella, al parecer, afinaba más en lo respectivo al altercado de Pandora con Mavis.

– Debo admitir que la estuve animando. A la menu?da, no a Pandora. Esa chica tenía estilo -dijo Jerry-. Era misteriosa y memorable, algo así como un cruce de hospiciana y amazona. Trató de inmovilizarla, pero Pando?ra hubiera fregado el suelo con ella de no ser porque Paul y Justin lo evitaron. Pandora era realmente fuerte. Siempre estaba en el club de salud trabajando la muscu?latura. Una vez la vi lanzar literalmente por los aires a un asesor de modas porque había puesto mal las etiquetas en los accesorios de Pandora antes de un desfile.

Abrió un cajón de la mesa metálica que tenía al lado y buscó una caja esmaltada. Sacó un cigarrillo rojo y lus?troso, lo encendió y exhaló un humo perfumado.

– En fin, la mujer intentó una vez más razonar con Pandora, hizo no sé qué trato con ella acerca de Leonar?do. Es un modisto. Yo creo que la hospiciana y Leonardo eran pareja y que Pandora no estaba dispuesta a per?mitirlo. Leonardo está preparando un show. -Volvió a sonreír con aquella sonrisa de gata-. Desaparecida Pan?dora, tendré que ser yo quien le dé respaldo.

– ¿No estaba usted involucrada en ese desfile de modas?

– Pandora era cabeza de cartel. Ya he dicho que ella y yo habíamos hecho algunas cosas juntas. Un par de ví?deos. Su problema era que aun teniendo tipo, incluso presencia, a la hora de hacer el papel de otra o intentar dar bien en pantalla, era como un palo. Ni más ni menos. Un horror. Pero yo no. -Hizo una pausa para exhalar un nuevo chorro de humo-. Yo soy muy buena y me es?toy concentrando en mi trabajo de actriz. De todos mo?dos, meterme en ese show, con ese diseñador, será un buen empujón para mí en lo concerniente a los media. Sé que suena cruel. Lo siento. -Se encogió de hombros-. La vida es así.

– La muerte de Pandora le llega a usted en un mo?mento oportuno.

– Cuando veo una ocasión, la aprovecho. Yo no mato por una cosa así. Eso cuadraba más con Pandora.

Se inclinó hacia adelante, y su escote se abrió des?preocupadamente.

– Mire, vamos a hablar claro. Soy inocente. Estuve con Justin toda la noche, no vi a Pandora pasadas las doce. Puedo ser franca y decir que no la soportaba, que ella era mi rival de profesión, y que yo sabía que le ha?bría gustado apartar a Justin de mí por puro despecho. Y tal vez lo habría conseguido. Tampoco mato por ningún hombre. -Dedicó a Feeney una mirada untuosa-. Hay muchos hombres interesantes por ahí. Y el hecho es que no habrían cabido en su apartamento todas las personas que la detestaban. Yo sólo soy una más.

– ¿Cuál era su estado de ánimo la noche en que murió?

– Estaba cabreada y colocada. -Con un rápido cam?bio de humor, Jerry echó la cabeza atrás y rió con ga?nas-. Yo no sé qué se habría metido, pero está claro que sus pupilas la delataban. Tenía puesta la directa.

– Señorita Fitzgerald -empezó Feeney en tono pau?sado y como de disculpa-, ¿diría usted que Pandora ha?bía ingerido una sustancia ilegal?

Ella dudó, luego movió sus hombros de alabastro.

– Nada que sea legal le hace sentir a una tan bien. O tan mal. Y ella se sentía bien y mal. Fuera lo que fuese, lo estaba combinando con litros de champán.

– ¿Les ofrecieron a usted y a los demás invitados sus?tancias ilegales? -preguntó Eve.

– Ella no me invitó a compartir nada. Pero sabía que yo no consumo drogas. Mi cuerpo es un templo. -Sonrió al ver que Eve miraba su vaso-. Proteínas, te?niente. Pura proteína. ¿Y esto? -Blandió su delgado ci?garrillo-. Vegetariano, con algo de sedante perfecta?mente legal, para mis nervios. He visto caer a mucha gente poderosa por culpa de un viaje corto y rápido. A mí me van los trayectos largos. Me permito tres ci?garrillos de hierbas al día y alguna copa de vino de vez en cuando. Nada de estimulantes químicos ni píldoras de la felicidad. Por el contrario… -Apartó su vaso-. Pandora ingería cualquier cosa. Era capaz de tragar de todo.

– ¿Sabe usted el nombre de su proveedor?

– Nunca se lo pregunté. No me interesaba en absolu?to. Pero yo diría que esto era algo nuevo. Jamás la había visto tan lanzada, y aunque me duele decirlo, se la veía mejor, más joven. El tono de piel, la textura. Tenía, cómo decirlo, un brillo especial. Si no supiera de qué va, habría dicho que se había sometido a un tratamiento completo, pero las dos vamos a Paradise. Sé que ese día no estuvo en el salón, porque yo sí estuve. Además, se lo pregunté, y ella me sonrió y dijo que había descubierto un nuevo secreto de belleza y que pensaba sacar mucho dinero con ello.


– Muy interesante -comentó Feeney cuando montó de nuevo en el coche de Eve-. Hemos hablado con dos de las tres personas que trataron a la víctima en sus últi?mas horas. Ninguna podía tragarla.

– Pudieron hacerlo juntos -musitó Eve-. Fitzgerald conocía a Leonardo, quería trabajar con él. Nada más fácil que buscarse una coartada mutua.

Él se palpó el bolsillo en donde había guardado los discos de seguridad del edificio.

– Examinaremos esto a ver qué descubrimos. Sigo pensando que nos falta un móvil. El que se cargó a Pandora no sólo quería matarla, quería borrarla*. Nos enfrentamos a un tipo especial de furia. Y no parece que ninguno de esos dos fuera a tomarse tantas moles?tias.

– En un momento dado, cualquiera podría hacerlo. Quiero pasarme por ZigZag y ver si empezamos a concre?tar los movimientos de Mavis. Y necesitamos contactar con ese productor, fijar una entrevista. ¿Por qué no pone a tra?bajar a uno de sus zánganos en las compañías de taxis? No veo a nuestra heroína tomando el metro o un autobús hasta el apartamento de Leonardo.

– Descuide. -Feeney sacó su comunicador-. Si utili?zó algún tipo de servicio privado de transporte, lo averi?guaremos en un par de horas.

– Perfecto. Y veamos si hizo el trayecto sola o si iba acompañada.


El ZigZag tenía poca clientela a mediodía. Vivía de la noche. El público diurno consistía en turistas o en pro?fesionales urbanos a quienes no importaba mucho si la decoración era cursi y el servicio huraño. El club parecía un parque de atracciones que resplandecía de noche pero mostraba su edad y sus defectos a la dura luz del día. Con todo, conservaba esa mística latente que atraía a multitud de noctámbulos.

El ronroneo musical de fondo alcanzaría un volu?men ensordecedor tras la puesta de sol. La estructura de dos niveles estaba dominada por cinco barras y dos pis?tas de baile giratorias que empezaban a moverse a las nueve de la noche. Ahora estaban quietas, y los suelos mostraban los arañazos de los pies danzarines.

La oferta de comida consistía en emparedados y en?saladas, bautizados todos con nombres de rockeros muertos. El especial del día era de mantequilla de ca?cahuete y plátano con aderezo de cebolla y jalapeños. El combinado Elvis amp; Joplin.

Eve y Feeney se acodaron en la primera barra, pidie?ron café solo y estudiaron a la camarera. En contra de lo habitual, no era androide sino humana. De hecho, Eve no había visto ningún androide en el club.

– ¿Trabaja alguna vez en el turno de noche? -le pre?guntó Eve.

– No. Sólo de día. -La camarera dejó el café sobre la barra. Era del tipo alegre, cuadraba más con una presen?tadora de una cadena de alimentos de régimen que sir?viendo bebidas en un club nocturno.

– ¿Quién hay de diez a tres que se fije en la gente?

– Aquí nadie se fija en la gente, si puede evitarlo.

Eve sacó su placa y la dejó sobre la barra:

– ¿Cree que esto le refrescaría la memoria a alguien?

– No lo sé. -Se encogió de hombros, despreocupa?da-. Mire, éste es un local limpio. Tengo un crío en casa, razón por la cual trabajo de día y fui muy quisquillosa a la hora de buscarme un empleo. Hice muchas averigua?ciones antes de decidirme por este sitio. Dennis dirige un club tranquilo, y es por eso que los camareros tienen pulso y no chips. A veces la cosa se desmanda, pero él sabe cómo controlar la situación.

– ¿Quién es ese Dennis y dónde puedo encontrarle?

– Su despacho está arriba a la derecha subiendo las es?caleras, detrás de la primera barra. Él es el dueño de esto.

– Oiga, Dallas. ¿Y si aprovechamos para comer algo? -se quejó Feeney echando a andar detrás de ella-. El Mick Jagger parecía bastante prometedor.

– No sea pesado.

La barra del segundo nivel no estaba abierta, pero al?guien había avisado a Dennis. Un panel de espejo se des?corrió y apareció él, delgado y de rasgos parejos con pe?rilla pelirroja y el pelo negrísimo cortado a lo monje.

– Bienvenidos a ZigZag, agentes. -Su voz era queda como un susurro-. ¿Hay algún problema?

– Necesitamos su ayuda y su cooperación, señor…

– Dennis, a secas. Demasiados nombres es un engo?rro. -Les hizo pasar. El ambiente de parque de atraccio?nes terminaba en el umbral. La oficina era espartana, ae?rodinámica y silenciosa como una iglesia-. Mi santuario -dijo, consciente del contraste-. No se pueden disfrutar ni apreciar los placeres del ruido y la humanidad dan?zante a menos que uno experimente lo contrario. Siéntense, por favor.

Eve probó una silla de aspecto severo y respaldo recto mientras Feeney se acomodaba en otra.

– Estamos tratando de verificar los movimientos de una de sus clientes.

– ¿Motivo?

– Razones oficiales.

– Ya. -Dennis estaba detrás de una plancha de plásti?co brillante que le servía de escritorio-. ¿Día y hora?

– Anoche, entre las once y la una.

– Abrir pantalla. -Una sección de la pared dejó ver un monitor-. Reproducir escáner de seguridad, empezar a las once de la noche.

El monitor, y la habitación, explotaron de sonido, color y movimiento. Por un momento, Eve quedó des?lumbrada. Era una vista general del club en su momento álgido. Una vista bastante señorial, pensó Eve, como si el espectador planeara tranquilamente sobre las cabezas de la clientela.

Le iba a Dennis como anillo al dedo.

El dueño sonrió, evaluando la reacción de ella.

– Borrar audio. -Se hizo el silencio.

Ahora los movimientos parecían de otro mundo. La gente bailaba sobre las pistas giratorias con la cara ilumi?nada por los focos, que captaban expresiones intensas, alegres, feroces. En una esquina discutía una pareja, y a juzgar por el juego de sus cuerpos, estaba claro que la cosa iba en aumento. En otra esquina se producía un ri?tual de emparejamiento con miradas conmovedoras y toquetees íntimos.

Entonces divisó a Mavis. Sola.

– ¿Puede ampliar? -Eve se puso en pie y clavó un dedo en el centro de la imagen.

– Por supuesto.

Ella vio cómo Mavis se hacía más grande y se apro?ximaba. Según la hora que mostraba el monitor, eran las once y cuarenta y cinco. Mavis tenía ya un ojo morado. Y al volver la cabeza para sacarse de encima a un preten?diente, pudieron verse los arañazos en el cuello. Pero no en la cara, advirtió Eve con aprensión. El vestido azul oscuro que llevaba tenía un pequeño rasgón en el hom?bro, pero nada más.

Vio cómo Mavis ahuyentaba a otro par de hombres y luego a una mujer. Apurando su copa, dejó el vaso junto a otros dos ya vacíos sobre la mesa. Se tambaleó un poco al levantarse, recuperó el equilibrio y con la exagerada dignidad de quien lo está pasando realmente mal, se abrió paso a codazos entre la multitud.

Eran las doce y dieciocho minutos.

– ¿Es eso lo que estaba buscando?

– Más o menos.

– Desconectar vídeo. -Dennis sonrió-. La mujer en cuestión viene de vez en cuando. Normalmente es más sociable, le gusta bailar. A veces, incluso canta. Yo creo que tiene un talento especial. ¿Necesita su nombre?

– Sé quién es.

– Bien. -Se puso en pie-. Espero que la señorita Freestone no esté metida en un lío. Se la veía triste.

– Puedo conseguir una orden para hacer una copia de este disco, o usted puede entregármelo sin más.

Dennis levantó una ceja pelirroja:

– Será un placer hacerle una copia. Ordenador, co?piar disco y etiqueta. ¿Alguna cosa más?

– De momento, no. -Eve cogió el disco y se lo guar?dó en su bolso-. Gracias por su cooperación.

– La cooperación es la salsa de la vida -dijo Dennis mientras el panel se cerraba a sus espaldas.


– Un tipo raro -decidió Feeney.

– Y eficiente. Sabe una cosa, Mavis pudo haberse me?tido en una bronca yendo de bar en bar. Pudo haberse arañado la cara o salido con el vestido roto.

– Sí. -Resuelto a comer, se detuvo ante una mesa y pidió un Jagger-. Debería introducir algo en su organis?mo, Dallas, aparte de problemas y trabajo.

– Estoy bien. No sé mucho de clubes nocturnos, pero si ella tenía pensado ver a Leonardo, tuvo que ir ha?cia el sur y el este al salir de aquí. Veamos cuál pudo ser su siguiente parada.

– Bueno. Espere un momento. -Finalmente, su pedi?do salió por la ranura de servicio. Feeney separó el en?voltorio transparente y dio el primer mordisco cuando ya montaban al coche-. Está muy rico. Siempre me gus?tó Mick Jagger.

Eve estaba solicitando un mapa cuando sonó el enla?ce de su vehículo, indicando una transmisión exterior.

– El informe del laboratorio -dijo ella, concentrán?dose en la pantalla-. Oh, maldición.

– Dallas, esto se complica. -Sin más apetito, él se me?tió el emparedado en el bolsillo. Ambos guardaron si?lencio.

El informe era muy claro. De Mavis y solo de Mavis era la piel que había bajo las uñas de la víctima. De Mavis y sólo de ella las huellas en el arma homicida. Y su san?gre, y la de nadie más, la que estaba mezclada con la de Pandora en la escena del crimen.

El enlace pitó otra vez, y ahora apareció un rostro en el monitor: «Fiscal Jonathan Heartley a teniente Da?llas».

– Enterado.

– Hemos dictado orden de arresto contra Freestone, Mavis, acusada de homicidio en segundo grado. Man?tenga la transmisión, por favor.

– No han perdido el tiempo -gruñó Feeney.

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