Cuando su enlace sonó, el día apenas despuntaba. Cerrados todavía los ojos, Eve alargó la mano.
– Bloquear imagen. Aquí Dallas.
– Dallas, teniente Eve. Comunicado. Probable homicidio, varón, detrás del 19 de la calle Ciento Ocho. Pro?ceda inmediatamente.
Notó nervios en el estómago. Eve no estaba en lista de rotación, no tenían por qué llamarla.
– ¿Causa de la muerte?
– Aparentemente una paliza. La víctima no ha podi?do ser identificada debido a las heridas faciales.
– Enterado. Maldita sea. -Sacó las piernas de la cama y parpadeó al ver que Roarke ya se había levantado y es?taba vistiéndose-. ¿Qué estás haciendo?
– Te llevo a la escena del crimen.
– Eres un civil. No se te ha perdido nada en un cri?men.
Él la miró mientras Eve se ponía los téjanos.
– Tienes el coche en el taller, teniente. -Roarke se sintió satisfecho al oírla proferir juramentos-. Te llevo, te dejo allí y luego me marcho a la oficina.
– Como quieras. -Se ajustó la correa del arma.
Era un barrio miserable. Varios edificios exhibían depra?vados graffiti, cristales rotos y esos rótulos desvencija?dos que la ciudad empleaba para condenarlos. Allí vivía gente, por supuesto, apiñada en cuartos nauseabundos, rehuyendo las patrullas, colocándose con la sustancia que ofreciera el máximo subidón.
Había barrios así en todas partes del mundo, pensó Roarke de pie a la débil luz del sol tras la barricada poli?cial. Se había criado en uno parecido, aunque a cinco mil kilómetros, al otro lado del Atlántico.
Comprendía esta clase de vida, la desesperación, el tráfico, igual que comprendía la violencia que había conducido a los resultados que Eve estaba examinando ahora.
Mientras la observaba a ella, a la gente tirada, las pu?tas de la calle y los curiosos, se dio cuenta de que tam?bién comprendía a Eve.
Sus movimientos eran tan veloces como impertur?bable su rostro. Pero su mirada traslucía piedad mien?tras examinaba lo que había sido un hombre. Roarke pensó que Eve era capaz, fuerte y flexible. Pese a las he?ridas, sabría salir adelante. No necesitaba que él la cura?ra, sino que la aceptara.
– Es raro verle aquí, Roarke.
Bajó los ojos para ver a Feeney a su lado.
– He estado en sitios peores.
– Quién no -suspiró Feeney, sacando un donut del bolsillo-. ¿Le apetece?
– Paso. Coma usted.
Feeney deglutió la pasta de tres ávidos mordiscos.
– Será mejor que vaya a ver qué ocurre. -Cruzó la barricada, señalándose el pecho allí donde tenía la placa para apaciguar a los nerviosos agentes de uniforme que vigilaban la escena del crimen.
– Qué suerte que no hayan llegado los media -co?mentó.
Eve levantó los ojos.
– No les interesa este barrio, mientras no se sepa cómo se han cargado al muerto. -Sus manos enguantadas esta?ban ya manchadas de sangre-. ¿Tiene las fotos? -A una señal del técnico de vídeo, Eve pasó las manos por debajo del cuerpo-. Ayúdeme a darle la vuelta, Feeney.
Había caído, o lo habían dejado, boca abajo y había perdido gran cantidad de sangre y sesos por el agujero grande como un puño que tenía en la nuca. El otro lado estaba igual o peor.
– No lleva identificación -informó Eve-. Peabody está en el edificio preguntando puerta por puerta, a ver si alguien le conocía o vio alguna cosa.
Feeney desvió la mirada hacia la parte de atrás del edificio. Había un par de ventanas, cristales mugrientos y rejas gruesas. Escrutó el patio de cemento donde esta?ban acuclillados: un reciclador -roto-, un surtido de ba?sura, cacharros, metal oxidado.
– Qué panorama -comentó-. ¿Lo etiquetamos ya?
– He tomado huellas. Un agente las está verificando. El arma ya está en su bolsa. Tubo de hierro, escondido debajo del reciclador. -Eve estudió el cadáver-. El asesino no dejó arma en el caso de Boomer ni en el de Hetta. Es obvio por qué la dejó en casa de Leonardo. Está ju?gando con nosotros, Feeney, la deja donde hasta un sapo ciego podría encontrarla. ¿Usted qué opina del muerto? -Metió un dedo bajo un tirante ancho, color fucsia.
Feeney gruñó. El cadáver iba vestido a la última moda: pantalón corto por la rodilla a franjas arco iris, camiseta con estampado lunar, zapatillas caras con ador?aos de cuentas.
– Tenía dinero para gastar en ropa de mal gusto. -Feeney volvió a mirar al edificio-. Si vivía aquí, es que no in?vertía en inmobiliarias.
– Un camello -decidió Eve-. De mediano nivel. Vi?vía aquí porque aquí tenía el negocio. -Se limpió las manos de sangre en los téjanos mientras se acercaba un agente.
– Las huellas encajan, teniente. La víctima consta como Lamont Ro, alias Cucaracha. Tiene un largo his?torial, sobre todo en Ilegales. Posesión, fabricación, y un par de atracos.
– ¿Le controlaba alguien? ¿Era soplón?
– Ese dato no sale.
Eve miró a Feeney, quien aceptó la petición de silen?cio con un gruñido. Tendría que averiguarlo él.
– Muy bien. Vamos a embarcarlo. Quiero un infor?me toxicológico. Que entren los del gabinete.
Repasó una vez más la escena del crimen y sus ojos se posaron en Roarke.
– Necesito que me lleve, Feeney.
– De acuerdo.
– Será sólo un minuto. -Fue hacia la barricada-. Creía que ibas a la oficina -le dijo a Roarke.
– Y así es. ¿Has terminado aquí?
– Todavía no. Feeney puede llevarme.
– Estás buscando al mismo asesino, ¿verdad?
Eve iba a decirle que eso era cosa de la policía, pero luego se encogió de hombros. Los media hincarían el diente a la noticia en cuestión de una hora.
– En vista de cómo le han destrozado la cara, creo que es lo más probable. He de…
Los gritos le hicieron volverse. Largos alaridos que podrían haber agujereado un panel de acero. Vio a la mujer, corpulenta, desnuda a excepción de unas bragas rojas, saliendo del edificio. Se lanzó sobre dos policías de uniforme que estaban tomando café, los derribó como si fueran bolos de madera y corrió hacia los restos de Cucaracha.
– Vaya, cojonudo -rezongó Eve, corriendo para in?terceptarla.
A menos de un metro del cadáver, arremetió contra la mujer y la tumbó haciéndole un placaje que acabó con las dos cayendo dolorosamente al piso de cemento.
– ¡Ése es mi hombre! -La mujer agitó los brazos como un pez de noventa kilos, sacudiendo a Eve con sus manos regordetas-. Es mi hombre, poli de mierda.
En interés del orden, de la custodia de la escena del crimen y del instinto de conservación, Eve descargó su puño contra la papada de la mujer.
– ¡Teniente! ¿Se encuentra bien, teniente? -Los agentes uniformados se aprestaron a levantar a Eve. La mujer estaba sin sentido-. Nos ha pillado despreveni?dos. Lo sentimos mucho…
– ¿Que lo sienten? -Eve se desembarazó de ellos y los miró con ceño-. Pero ¿cómo se puede ser tan gilipollas, por el amor de Dios? Un par de segundos más y esa tía habría contaminado la escena. La próxima vez que les encarguen algo más importante que un atasco de tráfico, sáquense la mano de la polla. Bueno, a ver si son capaces de llamar a un médico y que echen un vistazo a esa loca. Luego le buscan algo de ropa y se la llevan a comisaría. ¿Cree que podrán?
No se molestó en esperar respuesta. Echó a andar renqueando con los téjanos rotos y su sangre mezclada con la del muerto. Sus ojos echaban chispas todavía cuando encontraron los de Roarke.
– ¿De qué diablos te estás riendo?
– Siempre es un placer verte trabajar, teniente. -De pronto, le cogió la cara entre las manos y plantó su boca sobre la de ella con un beso que la hizo trastabillar-. Ya ves, no me contengo -le dijo al ver que ella bizqueaba-. Que el médico te eche un vistazo a ti también.
Habían transcurrido varias horas desde el incidente cuando Eve recibió aviso de ir al despacho de Whitney. Flanqueada por Peabody, tomó el paseo aéreo.
– Lo siento, Dallas. Debí haberle cortado el paso.
– Por Dios, Peabody, déjelo ya. Usted estaba en otra parte del edificio cuando ella echó a correr.
– Debí comprender que algún inquilino se lo expli?caría.
– Sí, a todos nos hace falta engrasar el cerebro. Mire, en resumidas cuentas, esa mujer no me hizo más que un par de abolladuras. ¿Sabe algo de Casto?
– Aún está tanteando.
– ¿A usted también?
Peabody notó una crispación en la boca.
– Anoche estuvimos juntos. Pensábamos ir sólo a ce?nar, pero una cosa llevó a la otra. Le juro que no dormía así desde que era una cría. No sabía que el sexo fuese tan buen tranquilizante.
– Yo podía habérselo dicho.
– En fin, Casto recibió una llamada justo después de que me avisaran a mí. Yo creo que como él sabrá quién es la víctima, quizá pueda ayudarnos.
Eve gruñó. No hubieron de esperar en la oficina ex?terior del comandante, sino que las hicieron pasar ense?guida. Whitney les señaló las sillas.
– Teniente, supongo que su informe sobre este últi?mo homicidio está en camino, pero prefiero que me haga un resumen oral.
– Sí, señor. -Eve empezó dando las señas y descrip?ción de la escena del crimen, el nombre y la descripción de la víctima, y detalles sobre el arma encontrada, las he?ridas y la hora de la muerte fijada por el forense-. Las pesquisas de Peabody no han dado" fruto, pero haremos una segunda ronda puerta por puerta. La mujer que vi?vía con la víctima pudo ayudarnos un poco.
Whitney levantó las cejas. Eve todavía llevaba la ca?misa manchada y los téjanos rotos.
– Me han dicho que tuvo usted algún problema.
– Nada importante. -Eve se había dado por satisfecha con la zurra verbal. No había ninguna necesidad de ampliar el castigo a reprimendas oficiales-. La mujer trabajaba de acompañante, pero no tenía créditos para renovar la licencia. Además, es adicta. Tras presionar un poco en ese sentido, pudimos hacer que nos contara algo sobre los movimientos de la víctima la noche anterior. Según su declaración, estuvieron juntos en el aparta?mento hasta más o menos las doce. Habían tomado vino y un poco de Exótica. Él dijo que se marchaba porque tenía que cerrar un negocio. Ella se tomó un Download, y se quedó frita. Como el forense fija la hora de la muer?te sobre las dos de la madrugada, la cosa encaja. Las pruebas indican que la víctima murió donde fue encon?trada a primera hora de la mañana. Y también que fue asesinada por la misma persona que mató a Moppett, Boomer y Pandora.
Tomó aire y prosiguió en tono oficial:
– El primer investigador podrá verificar los movi?mientos de la señorita Freestone en el momento de pro?ducirse ese asesinato.
Whitney calló un momento, pero no dejó de mirar a Eve.
– Aquí nadie cree que Mavis Freestone esté en modo alguno relacionada con este asesinato, y tampoco la ofi?cina del fiscal. Tengo aquí el análisis preliminar de la doctora Mira sobre las pruebas de la señorita Freestone.
– ¿Pruebas? -Olvidada la formalidad, Eve se puso en pie de un brinco-, ¿Qué quiere decir con pruebas? Eso no era hasta el lunes.
– Cambiaron el día, teniente -dijo tranquilamen?te Whitney-. Las pruebas concluyeron a las trece en punto.
– ¿Por qué no se me informó? -el estómago protesta?ba ante los recuerdos desagradables de su propia expe?riencia en Pruebas-. Yo debería haber estado presente.
– Que no lo estuviese obraba en beneficio de todas las partes implicadas. -Whitney levantó una mano-. Antes de que pierda los nervios y se arriesgue a una in?subordinación, déjeme decirle que la doctora deja claro en su informe que la señorita Freestone superó todas las pruebas. El detector de mentiras indica la veracidad de sus declaraciones. En cuanto a lo demás, la doctora Mira opina que el sujeto muy difícilmente podría exhibir la extremada violencia con que fue asesinada Pandora. La doctora Mira recomienda que le sean retirados los car?gos a la señorita Freestone.
– Retirados… -A Eve le ardían los ojos cuando se sentó otra vez-. ¿Cuándo?
– La oficina del fiscal está sometiendo a deliberación el informe de Mira. De manera no oficial, puedo decirle que si no surgen nuevos datos que anulen ese análisis, los cargos serán retirados el lunes. -Vio cómo Eve repri?mía un escalofrío, y aprobó su autodominio-. Las prue?bas físicas son contundentes, pero el informe de Mira y las pruebas acumuladas en la investigación de los casos supuestamente conectados pesan todavía más.
– Gracias.
– Yo no he probado su inocencia, Dallas, ni usted tampoco, pero casi lo consigue. Atrape a ese hijoputa, y pronto.
– Ésa es mi intención. -Su comunicador zumbó. Es?peró el consentimiento de Whitney antes de responder-. Aquí Dallas.
– He recibido tu maldito encargo -dijo Dickie con cara de pocos amigos-. Como si no tuviera nada más que hacer.
– Las protestas después. ¿Qué es lo que tienes?
– Tu último cadáver se había metido una buena dosis de Immortality, justo antes de palmar, según mi opi?nión. Creo que no tuvo tiempo de disfrutarlo.
– Transmite el informe a mi oficina -dijo ella y cortó antes de que pudiera quejarse. Esta vez sonrió al levantarse-. Tengo un asunto pendiente esta noche. Creo que podré atar unos cuantos cabos.
El caos, el pánico y los nervios desechos parecían formar parte de un desfile de alta costura tanto como las mode?los delgadísimas y las telas ostentosas. Era intrigante y divertido a la vez ver cómo cada cual asumía su papel en el espectáculo. El maniquí de labios enfurruñados que encontraba defectos a cualquier accesorio, la ayudante de ajetreados andares que llevaba agujas e imperdibles en el moño, la estilista que se abalanzaba sobre las mo?delos como un soldado impulsado a la batalla, y el des?venturado diseñador de todo aquello que iba y venía retorciéndose las enormes manos.
– Se nos hace tarde. Se nos hace tarde. Necesito a Lissa aquí antes de dos minutos. La música está bien, pero se nos hace tarde.
– Ya vendrá, Leonardo. Cálmate, por Dios.
Eve tardó un momento en reconocer a la estilista. El pelo de Trina era un cúmulo de puntas de color ébano capaces de sacarle el ojo a quien se le acercara a menos de tres pasos. Pero la voz la delataba, y Eve se la quedó mirando mientras otro frenético ayudante la apartaba a co?dazos.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -Un hombre con ojos de búho y una capa por las rodillas se acercó a Eve con cara de perro mordedor-. Quítate esa ropa, por el amor de Dios. ¿No sabes que Hugo está ahí enfrente?
– ¿Quién es Hugo?
El hombre produjo un ruido como de escape de gas y alargó la mano para tirar de la camiseta de Eve.
– Oiga, amigo, ¿quiere conservar los dedos? -Se zafó y le fulminó con la mirada.
– Desnúdate, vamos. Se nos acaba el tiempo.
La amenaza no surtió efecto y el hombre la agarró de los téjanos. Ella pensó en noquearle, pero optó por sacar su placa.
– Quíteme las manos de encima o le meto en la trena por agredir a un policía.
– ¿Usted qué pinta aquí? Tenemos los papeles en re?gla. Pagamos los impuestos. Leonardo, aquí hay una po?licía. No pretenderás que encima hable con la poli.
– Dallas. -Mavis llegó a toda prisa, cargada de telas multicolores-. Aquí sobras. ¿Por qué no estás donde el público? Dios, ¿aún vas vestida así?
– No he tenido tiempo de cambiarme. -Eve le mos?tró la camisa manchada-. ¿Te encuentras bien? No sabía que habían cambiado el día de tus pruebas, hubiera ido a verte.
– No te apures. La doctora Mira se portó de maravi?lla, sabes, pero te diré que me alegro de que todo haya pasado. Prefiero no hablar de ello -dijo rápidamente, echando un vistazo al desorden que la rodeaba-. Al me?nos ahora.
– Está bien. Quiero ver a Jerry Fitzgerald.
– ¿Ahora? El show ya ha empezado. Lo tenemos todo calculado al microsegundo. -Con la destreza de un experto, Mavis se apartó del camino de dos modelos piernilargas-. Tiene que concentrarse, Dallas. -Ladean?do la cabeza, tarareó al unísono con la música-. Su pró?ximo pase es dentro de cuatro minutos escasos.
– Entonces no la entretendré. ¿Dónde está?
– Dallas, Leonardo te…
– ¿Dónde, Mavis?
– Ahí detrás. -Señalando con la mano, le pasó un ro?llo de tela a un ayudante-. En el camerino de la estrella.
Eve consiguió esquivar a la gente y colarse hasta una puerta con el nombre de Jerry en letras de relum?brón. No se molestó en llamar sino que empujó la puer?ta y vio cómo la modelo era embutida en un tubo de lame dorado.
– No voy a poder respirar con esto. Aquí dentro no respira ni un esqueleto.
– Si no hubieras comido tanto paté, querida -le dijo implacable el ayudante-. Vamos, aguanta la respiración.
– Bonito espectáculo -comentó Eve desde el um?bral-. Parece una varita mágica.
– Es uno de los diseños retro. Típico glamour del si?glo pasado. Cono, no puedo ni moverme.
Eve se le acercó y entrecerró los ojos.
– El cosmetólogo ha hecho un buen trabajo. No se ve ningún morado. -Y preguntaría a Trina si realmente ha?bía algún morado que disimular-. He oído que Justin le dio un par de bofetones.
– El muy cerdo. Mira que pegarme en la cara antes de un desfile.
– Yo diría que no se empleó a fondo. ¿Por qué pelea?ron, Jerry?
– Pensó que podía engañarme con una corista. Eso será sobre mi cadáver.
– Una observación interesante, ¿no? ¿Cuándo empe?zó todo?
– Escuche, teniente. Ahora tengo un poco de prisa, y salir a la pasarela con la cara ceñuda podría arruinar mi presentación. Hable usted con Justin.
Jerry cruzó la puerta con pasmosa agilidad, pese a las quejas anteriores. Eve se quedó donde estaba, escu?chando la ovación que señalaba la entrada de Jerry. Seis minutos después, la modelo era sacada de su coraza de lame.
– ¿Cómo se enteró usted?
– Trina. ¡El pelo, por Dios! Caray, es usted insisten?te. Me llegó el rumor, eso es todo. Y cuando se lo co?menté a Justin, lo negó. Pero yo me di cuenta de que mentía.
– Aja. -Eve pensó en los embusteros mientras Jerry permanecía con los brazos extendidos. Trina transformó su mata de pelo negro en un revoltijo de rizos va?liéndose de un secador manual. Jerry se ajustó un ves?tido de seda blanca con ribetes arco iris-. No se ha que?dado mucho tiempo en Maui.
– Me importa una mierda donde esté.
– Regresó anoche a Nueva York. He verificado el puente aéreo. Sabe, Jerry, esto es curioso. Otra vez todo tan oportuno. La última vez que los vi a los dos, pare?cían hermanos siameses. Usted fue con Justin a casa de Pandora y luego a casa de él esa noche. Y seguía allí por la mañana. Tengo entendido que él la acompañaba a sus ensayos para el desfile. No parece que le quedara mucho tiempo para tirarse a una corista.
– Los hay que son muy rápidos. -Jerry ofreció una mano para que el ayudante pudiera ponerle media doce?na de pulseras tintineantes.
– Una pelea en público con muchos testigos y hasta una puntual cobertura informativa. Sabe, a la vista de cómo han ido las cosas, diría que su mutua coartada hace aguas. Si yo fuera la clase de policía que cree en las apariencias.
Jerry comprobó en el espejo la caída de su vestido.
– ¿Qué busca, Dallas? Estoy trabajando.
– Yo también. Déjeme decirle cómo lo veo, Jerry. Usted y su amigo tenían un pequeño negocio con Pan?dora. Pero ella era codiciosa. Daba la impresión de que quería joderlos a los dos. Entonces ocurre algo inespera?do. Aparece Mavis, hay una pelea. A una mujer lista como usted pudo ocurrírsele una idea luminosa.
Ella cogió un vaso y apuró su brillante contenido.
– Ya tiene dos sospechosos, Dallas. ¿No hablaba us?ted de codicia?
– ¿Lo hablaron entre los tres? ¿Usted, Justin y Redford? Usted y Justin se largaron y acordaron una coarta?da. Redford no. Él quizá no es tan listo. Quizá se suponía que usted iba a respaldarle, pero no lo hizo.
Entonces la lleva a casa dé Leonardo. Ustedes están es?perando. ¿Se desmandaron las cosas? ¿Cuál de ustedes cogió el bastón?
– Esto es ridículo. Justin y yo fuimos a casa de él. El sistema de seguridad puede verificarlo. Si quiere acusar?me de algo, traiga una orden. Y ahora, déjeme en paz.
– ¿Fueron usted y Justin lo bastante listos como para no mantener contacto desde la pelea? Yo no creo que él tenga tanto autodominio con usted. De hecho, me juego algo. Mañana tendremos los registros de transmisión.
– ¿Y qué si me llamó? ¿Y qué? -Jerry corrió hacia la puerta mientras Eve empezaba a salir-. Eso no prueba nada. Usted no tiene nada.
– Sí, otro cadáver. -Hizo una pausa y miró hacia atrás-. Supongo que ninguno de ustedes dos tendrá una coartada para el otro en este caso, ¿me equivoco?
– Zorra. -Encendida, Jerry lanzó el vaso, dando a uno de los ayudantes en el hombro-. No puede culpar?me de nada. No puede probar nada.
Mientras el ruido y la confusión crecían en la parte de atrás del escenario, Mavis cerró los ojos.
– Oh, Dallas, ¿cómo has podido? Leonardo la nece?sita para otros diez pases.
– Jerry hará su trabajo. Le gustan demasiado los fo?cos para no hacerlo. Voy a buscar a Roarke.
– Está ahí enfrente -dijo Mavis mientras Leonardo corría a calmar a su estrella-. No salgas con esa pinta. Ponte este vestido. Ya lo han pasado. Sin los adornos y los pañuelos, nadie lo reconocerá.
– Si sólo voy a…
– Por favor. Significará mucho para él si sales con uno de sus diseños, Dallas. La línea es sencilla. Te busca?ré unos zapatos que te vayan bien.
Quince minutos después, con su ropa metida en una bolsa, Eve divisó a Roarke en la primera fila. Aplaudía ade?cuadamente mientras un terceto de modelos pechugonas se meneaba ostensiblemente en sus monos transparentes.
– Fantástico. Es lo que nos gusta ver llevar a las mu?jeres cuando pasean por la Quinta Avenida.
Roarke levantó un hombro.
– En realidad muchos diseños son atractivos. Y a mí no me importaría verte como esa de la derecha.
– Ni lo sueñes. -Eve cruzó las piernas y el vuelo del raso negro susurró en respuesta-. ¿Cuánto rato hemos de quedarnos?
– Hasta que termine. ¿Cuándo te has comprado esto? -Pasó un dedo por las estrechas correas que le ceñían los bíceps.
– Mavis me ha obligado a ponérmelo. Es de Leonar?do, pero sin adornos.
– Quédatelo. Te sienta bien.
Ella se limitó a gruñir algo. Prefería de largo sus té?janos.
– Oh, ahí viene la diva.
Jerry salió contoneándose, y la pasarela era una ex?plosión de color a cada paso de sus zapatos de cristal. Eve prestó poca atención a la falda ondulante y el corpi?ño transparente que estaban provocando un furor gene?ral de aprobación. Observaba única y exclusivamente la cara de Jerry, mientras los críticos de moda hablaban a sus grabadoras y docenas de compradores hacían frené?ticos pedidos con sus enlaces portátiles.
A Jerry se la veía serena mientras apartaba docenas de jóvenes musculosos postrados delante de ella. Vendió el conjunto entre elegantes giros y una buena coreogra?fía que la hizo subir ágilmente a una pirámide de duros cuerpos varoniles.
La multitud aplaudió. Jerry hizo una pose y miró a Eve con gélidos ojos azules.
– Uff -murmuró Roarke-. Eso ha sido un directo. ¿Hay algo que yo deba saber?
– Que le gustaría arañarme la cara -dijo mansamente Eve-. Mi misión ha sido un éxito. -Satisfecha, se prepa?ró para disfrutar el resto del desfile.
– ¿Has visto, Dallas? ¿Lo has visto? -Tras una rápida pi?rueta, Mavis la abrazó-. Al final se han levantado todos. Incluso Hugo.
– ¿Quién diablos es Hugo?
– El hombre más importante de este negocio. Fue uno de los primeros patrocinadores del show, pero eso en vida de Pandora. Si Hugo se hubiera retirado… Bue?no, pero no lo hizo, gracias a que estaba Jerry. Leonardo ha triunfado. Ahora podrá pagar sus deudas. No paran de llegar pedidos. Pronto tendrá su propio showroom, y dentro de unos meses, habrá diseños Leonardo por to?das partes.
– Qué gran noticia.
– Todo ha salido bien. -Mavis se arregló la cara en el espejo del salón de señoras-. He de buscarme otro trabajo, para poder vestir sus diseños en exclusiva. Las cosas vol?verán a ser como tenían que ser. ¿Verdad que sí, Dallas?
– Eso parece. Mavis, ¿fue Leonardo el que acudió a Jerry, o al revés?
– ¿Para el show? En principio fue Leonardo. Pando?ra se lo sugirió.
Un momento, pensó Eve, ¿cómo he pasado esto por alto?
– ¿Pandora quiso que le pidiera a Jerry que actuase en el show?
– Así era ella. -Obedeciendo a un impulso, Mavis sacó un tubo y se quitó la pintura de labios. Estudió su boca desnuda un momento y luego escogió un Berry Crush-. Pandora sabía que Jerry no iba a querer ser la segunda, pese a que se hablaba muy bien de los diseños. Así que por su parte fue como darle un codazo. Ella po?día decir que sí, y ser la segundona, o decir que no y perder la oportunidad de estar en uno de los desfiles más apasionantes de la temporada.
– Y dijo que no.
– Simuló que tenía compromisos previos. Salvó las apariencias. Pero en cuanto Pandora quedó fuera de jue?go, llamó a Leonardo y se ofreció para cubrir la vacante.
– ¿Cuánto sacará?
– ¿Del show? Un millón, más o menos, pero eso no es nada. La cabeza de cartel puede escoger sus modelos con mucho descuento. Y aparte está la cláusula referente a los media.
– ¿Que es…?
– Verás, las grandes modelos salen en los canales de moda, los programas de entrevistas y todo eso. Y enci?ma cobran por cada aparición en público. Un montón de pasta durante los próximos seis meses, con opción a renovar contrato. De este show Jerry podría obtener cinco o seis millones, diseños aparte.
– Quién lo pillara. Jerry saca más de seis millones por la muerte de Pandora.
– Podría mirarse así. Tampoco es que antes estuviera dolida, Dallas.
– Quizá no. Pero seguro que ahora no le duele en ab?soluto. ¿Hará alguna aparición en la fiesta del show?
– Seguro que sí. Ella y Leonardo son las estrellas. Será mejor que nos demos prisa si queremos pillar algún canapé. Estos críticos son como hienas. Ni siquiera de?jan los huesos.
– Tú que llevas tiempo con Jerry y los demás… -em?pezó Eve mientras regresaban al salón-. ¿Alguien con?sume?
– Por Dios, Dallas. -Incómoda, Mavis se encogió de hombros-. No soy un soplón.
– Mavis, ven. -Eve la llevó a un rincón lleno de helechos en maceta-. A mí no me vengas con eso. ¿Alguien consume o no?
– Pues claro. Sobre todo cápsulas y mucho Zero Appetite. El trabajo es duro, Dallas, y no todas las modelos de segunda fila pueden pagar un esculpido. Hay algunas ilegales, pero casi todo se compra sin receta.
– ¿Y Jerry?
– Le va el rollo de la salud. Esa cosa que bebe. Fuma un poco de hierba, pero es una mezcla para calmar los nervios. Nunca la he visto consumir nada dudoso. Pero…
– ¿Pero?
– Verás, es muy celosa de sus cosas, sabes. Hace un par de días una de las chicas no se sentía bien. La resa?ca, supongo. Probó un poco de ese zumo azul de Jerry, y ésta se puso corno una fiera. Quería que la despi?dieran.
– Interesante. A saber qué habrá en ese líquido.
– Un extracto vegetal, supongo. Jerry asegura que es para su metabolismo. Hizo un poco de propaganda di?ciendo que iba a invertir en ello.
– Necesito una muestra. No tengo suficiente para pedir una orden de confiscación. -Hizo una pausa para pensar y sonrió-. Pero creo que sé cómo solucionarlo. Vamos a la fiesta.
– ¿Qué piensas hacer? ¡Dallas! -Dobló el paso y se puso a la altura de las zancadas de Eve-. No me gusta la cara que pones. Por favor, no causes problemas. Vamos, es la gran noche de Leonardo.
– Seguro que un poco más de cobertura informativa incrementará sus ventas.
Entró en el salón donde la multitud giraba ya en la pista de baile o se apiñaba ante las mesas con comida. Al ver a Jerry, Eve fue hacia ella. Roarke vio cómo la mira?ba y se le cruzó.
– De repente tienes aspecto de poli.
– Gracias.
– No sé si era un cumplido. ¿Es que vas a hacer una escena?
– Lo haré lo mejor que sepa. ¿No podrías mantener las distancias?
– Ni pensarlo. -Roarke le cogió de la mano.
– Enhorabuena por el éxito del show -dijo Eve, apartando a un crítico lisonjero para plantarse frente a Jerry.
– Gracias -dijo ésta levantando una copa de cham?pán-. Pero por lo que he visto, usted no es que entienda mucho de moda. -Envió a Roarke una mirada para de?rretirlo-. Aunque sí parece tener un gusto excelente para los hombres.
– Mejor que el suyo. ¿Sabe que a Justin Young lo vie?ron en el club Privacy anoche con una pelirroja? Una pelirroja que guardaba un gran parecido con Pandora.
– Furcia embustera. Él no… -Jerry se contuvo y silbó entre dientes-. Ya le he dicho que me da igual con quién salga.
– ¿Por qué no iba a darle igual? Sin embargo es verdad que después de cierto número de sesiones, ni el esculpido corporal ni los realces faciales pueden vencer la realidad. Supongo que Justin tenía ganas de probar algo más joven. Los hombres son así de cerdos. -Eve aceptó una copa de champán de un camarero que pasaba y sorbió un poco-. No es que usted no esté estupenda. Para su edad. Esos fo?cos de escenario hacen que una mujer se vea… madura.
– Mala puta. -Jerry arrojó su champán a la cara de Eve.
– Sabía que bastaría con eso -murmuró ella mientras pestañeaba de escozor-. Eso es agresión a un agente de la autoridad. Queda usted arrestada.
– No me ponga las manos encima. -Exasperada, Jerry le dio un empujón.
– Y además, resistencia al arresto. Será que es mi no?che de suerte. -De dos rápidos movimientos, le agarró un brazo y se lo torció a la espalda-. Llamaremos a un agente para que se la lleve. No creo que le cueste salir bajo fianza. Ahora pórtese bien y le leeré los derechos mientras salimos. -Lanzó a Roarke una luminosa sonri?sa-. No tardaré.
– Tómate el tiempo que quieras, teniente. -Le arre?bató la copa a Eve y bebió el champán. Esperó diez mi?nutos y luego salió del salón.
Eve estaba en la entrada del hotel, viendo cómo me?tían a Jerry en un coche patrulla.
– ¿Por qué lo has hecho?
– Necesitaba ganar tiempo y una causa probable. El sospechoso ha mostrado tendencias violentas y modales nerviosos, indicativos de consumo de drogas.
Polis, pensó Roarke.
– La sacaste de quicio, Eve -dijo.
– Eso también. Saldrá antes de que la puedan ence?rrar. He de darme prisa.
– ¿Adonde vas? -inquirió él mientras se apresuraban hacia la parte posterior del escenario.
– Necesito una muestra de esa cosa que bebe Jerry. Haciendo un poco de trampa, tengo las manos libres para registrar. Quiero que lo analicen.
– ¿De veras crees que consume ilegales a la vista de todos?
– Creo que las personas como ella (y como Pandora, Young y Redford) son increíblemente arrogantes. Ade?más de guapos y ricos, tienen cierto poder y prestigio. Se sienten por encima de las leyes. -Le miró significativa?mente mientras se metía en el vestidor de Jerry-. Tú tie?nes las mismas tendencias.
– Oh, gracias.
– Tuviste suerte de que llegara yo para llevarte por el buen camino. Vigila la puerta, ¿quieres? Si Jerry tiene un abogado veloz, no me va a dar tiempo a terminar esto.
– Ya, el buen camino, claro -comentó Roarke apos?tándose a la puerta mientras ella efectuaba el registro.
– Jo, aquí hay una fortuna en cosméticos.
– Es su medio de vida, teniente.
– En productos de tocador, yo creo que gasta varios cientos de kilos al año, sólo en tópicos. A saber lo que gasta en ingestivos y esculpido. Ojalá pudiera encontrar un poco de polvo mágico.
– ¿Estás buscando Immortality? -Roarke rió-. Jerry podrá ser altiva, pero no me parece estúpida.
– Quizá tengas razón. -Eve abrió la puerta de una pequeña nevera y sonrió-. Pero aquí dentro hay un en?vase con esa pócima que toma. Un envase cerrado. -Frunciendo los labios, Eve miró hacia donde estaba Roarke-. Supongo que tú no podrías…
– Apartarme del buen camino, ¿verdad? -Suspiró, fue hacia donde estaba ella y examinó el cierre de la bo?tella-. Muy sofisticado. Jerry no quiere arriesgarse. Esta botella parece irrompible. -Mientras hablaba, sus dedos examinaron el mecanismo de cierre-. Búscame una lima de uñas, un clip, algo así.
Eve miró en los cajones.
– ¿Te sirve esto?
Roarke puso ceño al ver las diminutas tijeras de ma?nicura.
– Qué le vamos a hacer. -Forzó el cierre con las pun?tas y luego retrocedió-. Ya está.
– Caray, se te da muy bien.
– Bah, una pequeña habilidad sin importancia, te?niente.
– Sí. -Eve hurgó en su bolso y sacó una bolsa de pruebas. Vertió en ella algo más de cincuenta mililitros-. Creo que será más que suficiente.
– ¿Quieres que la vuelva a cerrar? Sólo será un mo?mento.
– No hace falta. Pasaremos por el laboratorio. Nos va de camino.
– ¿De camino adonde?
– Tengo a Peabody de plantón en la puerta de servicio de Justin Young. -Eve echó a andar con una sonri?sa-. Sabes, Roarke, Jerry tenía razón en una cosa. Tengo muy buen gusto para los hombres. -Tu gusto es impecable, cariño.