– ¿Era necesario pegarle? -preguntó Leonardo.
– Sí -respondió, Eve.
Él dejó su escáner y suspiró.
– Va a convertir mi vida en un infierno, lo sé.
– Mi cara, mi cara… -Mientras recuperaba el sentido, Pandora se puso en pie tambaleándose al tiempo que se palpaba la mandíbula-. ¿Me ha salido un morado? ¿Se nota? Dentro de una hora tengo sesión.
Eve se encogió de hombros:
– Mala suerte.
Pasando de un humor a otro como una gacela enlo?quecida, Pandora dijo entre dientes:
– Te acordarás de mí, zorra. No trabajarás nunca en pantalla ni en disco, y te aseguro que no vas a pisar una sola pasarela. ¿Sabes quién soy?
En aquellas circunstancias, estar desnuda no hizo sino poner de peor humor a Eve:
– ¿Cree que me importa?
– Pero qué pasa aquí. Caray, Dallas, si Leonardo sólo quiere hacerte un vestido… Oh. -Mavis, que venía a toda prisa con los vasos de té, se paró en seco-: Pandora.
– Tú. -A Pandora le quedaba bastante veneno enci?ma. Saltó sobre Mavis con la consiguiente rotura de vasos. Segundos después, las dos mujeres peleaban en el suelo y se tiraban del pelo.
– Por el amor de Dios. -De haber llevado encima una porra, Eve la habría usado contra aquel par-. Basta ya. Maldita sea, Leonardo, écheme una mano antes de que se maten. -Eve se metió entre las dos, tirando aquí de un brazo, allá de una pierna. Por pura diversión pro?pinó un codazo extra a las costillas de Pandora-. La me?teré en una jaula, lo juro. -A falta de otra cosa, se sentó encima de Pandora y alcanzó sus vaqueros para sacar la placa que llevaba en el bolsillo-. Mire esto. Soy policía. De momento tiene dos cargos por agresión. ¿Quiere más?
– Sácame de encima tu culo huesudo.
No fue la orden sino la relativa serenidad, con que ésta fue pronunciada lo que hizo moverse a Eve. Pando?ra se levantó, se alisó con las manos el ceñido traje negro, sorbió por la nariz, echó atrás su lujuriosa melena color llama, y finalmente lanzó una frígida mirada con sus ojos esmeralda de largas pestañas.
– Conque ahora ya no tienes suficiente con una, Leo?nardo, ¡Canalla! -Alzando su escultural mentón, Pan?dora fulminó con la mirada a Eve y luego a Mavis-. Puede que tu libido vaya en aumento, pero tu gusto se está deteriorando.
– Pandora. -Tembloroso, temiendo aún un ataque, Leonardo se humedeció los labios-. He dicho que te lo explicaría. La teniente Dallas es clienta mía:
Ella escupió como una cobra:
– Vaya, ¿es así cómo las llaman ahora? ¿Crees que puedes dejarme a un lado como si fuera el periódico de ayer? Seré yo quien diga cuando hemos terminado.
Cojeando ligeramente, Mavis se acercó a Leonardo y le pasó un brazo por la cintura.
– Él no te necesita ni te quiere para nada.
– Me importa un comino lo que él quiera, pero ¿necesitar? -Sus gruesos labios formaron una sonrisa per?versa-. Tendrá que explicarte las cosas de la vida, pe?queña. Sin mí, el mes que viene no habrá desfile con esos harapos de segunda. Y sin desfile no podrá vender nada, y sin ventas no podrá pagar todo ese material, todo ese inventario, y tampoco el bonito préstamo que le con?cedieron.
Pandora inspiró hondo y examinó las uñas que se había partido en la pelea. La furia parecía sentarle tan bien como el traje superceñido.
– Esto te va a costar muy caro, Leonardo. Tengo la agenda muy apretada para mañana y pasado, pero sabré encontrar el momento para charlar con tus promotores. ¿Qué crees que van a decir cuando les cuente que no pienso rebajarme a ir por la pasarela con esa mierda de diseños tuyos?
– No puedes hacerme eso, Pandora. -El pánico se notaba en cada palabra, un pánico que, Eve estaba segu?ra, era para la pelirroja como un pico para un adicto-. Me vas a hundir. Lo he invertido todo en este show. Tiempo, dinero…
– Qué lástima que no lo pensaras antes de encapri?charte de esa mequetrefe. -Los ojos de Pandora eran apenas dos hendiduras-. Creo que podré arreglarlo para almorzar con varios de los paganos a finales de semana. Encanto, tienes un par de días para decidirte. O te libras del juguete nuevo, o pagas las consecuencias. Ya sabes dónde buscarme.
Se marchó con los andares exagerados de una mode?lo y señaló su salida con un portazo.
– Mierda. -Leonardo se hundió en una silla y ocultó la cara entre las manos-. Siempre escoge el momento más oportuno.
– No permitas que te haga eso. Que nos haga eso. -Al borde del llanto, Mavis se acuclilló ante él-. No puedes dejar que dirija tu vida ni que te haga chantaje.
– Inspirada, Mavis se puso en pie de un brinco-. Eso es chantaje, ¿verdad, Dallas? Corre a arrestarla.
Eve terminó de abrocharse la camisa que acababa de ponerse.
– Querida, no puedo arrestarla por decir que no piensa ponerse sus modelos. Puedo encerrarla por agre?sión, pero seguro que saldría casi antes de que yo cerrara la puerta de la celda.
– Pero es un chantaje. Leonardo ha puesto todo cuanto tiene en esa presentación. Lo perderá todo si no se celebra.
– De veras que lo siento. No es un asunto policial ni de seguridad. -Eve se arregló el pelo-. Mira, ella estaba muy cabreada. Y se había metido algo, a juzgar por sus pupilas. Ya se le pasará.
– No. -Leonardo se apoyó en el respaldo-. Querrá hacérmelo pagar, seguro. Habrá usted comprendido que éramos amantes. Las cosas se estaban enfriando. Pando?ra llevaba fuera del planeta unas cuantas semanas, y yo consideré que lo nuestro había terminado. Entonces co?nocí a Mavis. -Su mano buscó la de ella y la apretó-. Ha?blé brevemente con Pandora para decirle que todo había terminado. Al menos lo intenté.
– Ya que Dallas no puede ayudarte, sólo queda una posibilidad. -Mavis estaba temblando-. Tienes que volver con ella. Es la única salida. -Y añadió antes que Leonardo pudiera protestar-: No volveremos a vernos, al menos hasta que haya pasado el show. Puede que entonces poda?mos empezar de nuevo. No puedes permitir que Pandora hable con tus promotores y despotrique de tus diseños.
– ¿Y crees que podría hacer eso?, ¿volver con ella?, ¿tocarla después de esto, después de haberte conocido a ti? -Se puso en pie-. Te quiero, Mavis.
– Oh. -Ella rompió a llorar-. Oh, Leonardo. Ahora no. Te quiero demasiado para ver cómo ella te arruina. Me marcho para salvarte.
Salió precipitadamente, dejándolo con la boca abierta.
– Estoy atrapado. La muy zorra es capaz de dejarme sin nada. Sin la mujer que amo, sin trabajo, sin nada. Se?ría capaz de matarla por meterle miedo a Mavis. -Inspi?ró hondo y se miró las manos-. Un hombre puede de?jarse atraer por la belleza y no ver lo que hay debajo.
– ¿Importa mucho lo que Pandora les diga a esas per?sonas? No habrían invertido su dinero si no creyeran en su trabajo.
– Pandora es una de las top models del planeta. Tiene poder, prestigio, influencias. Unas palabras de ella a la persona adecuada pueden significar el triunfo o el fraca?so para un hombre en mi posición. -Levantó una mano hasta una fantasía de mallas y piedras que pendía a su lado-. Si hace pública su opinión de que mis diseños son inferiores, las ventas previstas se vendrán abajo'. Ella sabe exactamente cómo conseguirlo. Llevo toda la vida trabajando para esta presentación, y Pandora sabe cómo hacerme daño. Además, la cosa no acabará ahí.
Dejó caer la mano y prosiguió:
– Mavis aún no lo comprende. Pandora es capaz de tener ese rayo láser pendiendo sobre mi cuello durante el resto de mi vida profesional, o de la suya. No me li?braré de Pandora, teniente, hasta que ella decida que he?mos terminado.
Cuando Eve llegó a su casa, estaba extenuada. Una se?sión extra de lloros y recriminaciones con Mavis la había dejado sin fuerzas. De momento al menos, su amiga se había calmado con una libra de helados y varias horas de vídeo en el viejo apartamento de Eve.
Deseosa de olvidar las convulsiones emocionales, fue directamente al dormitorio y se tumbó boca abajo en la cama. El gato Galahad saltó a su lado, ronronean?do como un loco. En vista de que unos cuantos empujones de cabeza no dieron resultado, Galahad se puso a dormir. Cuando Roarke la encontró, Eve no había mo?vido ni un párpado.
– ¿Qué? ¿Cómo ha ido el día?
– Odio ir de compras.
– Es que no le has cogido el tranquillo.
– ¿Para qué? -Curiosa, Eve se dio la vuelta y le miró-. A ti sí te gusta comprar cosas.
– Pues claro. -Roarke se estiró a su lado, acariciando al gato cuando éste se le subió al pecho-. Me produce casi tanta satisfacción como poseer cosas. Ser pobre, querida teniente, es un asco.
Ella se quedó pensando. Como había sido pobre una vez y había logrado abrirse camino, no podía estar en desacuerdo.
– En fin, creo que lo peor ya ha pasado.
– Te has dado mucha prisa -dijo él, un tanto preocu?pado-. Ya sabes, Eve, que no tienes por qué escoger nada.
– Creo que Leonardo y yo hemos llegado a un en?tendimiento. -Al mirar el cielo color lejía por la venta?na cenital, frunció el entrecejo-. Mavis está enamorada de él.
– Vaya, vaya. -Entrecerrados los ojos, Roarke siguió acariciando al gato, pensando en hacerle lo mismo a Eve.
– No; hablo en serio. -Soltó un largo suspiro-. El día no ha ido lo que se dice demasiado bien.
Roarke tenía en la cabeza las cifras de tres importan?tes negocios. Desechó la idea y se aproximó a Eve.
– Soy todo oídos.
– Leonardo, un tipo imponente y extrañamente atractivo… bueno, qué sé yo. De auténtica sangre ameri?cana, diría yo. Tiene la estructura ósea y la tez de norte?americano, bíceps como torpedos aeronáuticos y un deje de magnolias en la voz. No se me da bien juzgar, pero cuando se puso a hacer bocetos me pareció un tipo con mucho talento. En fin, yo estaba allí desnuda…
– No me digas -dijo Roarke, y apartando al gato se puso encima de ella.
– Para las medidas. -Compuso un gesto burlón.
– Sigue, sigue.
– Bien. Mavis había ido a buscar el té…
– Qué oportuno.
– Y entonces apareció ella, como quien dice babean?do. Una tía de bandera; casi un metro ochenta, delgada como un rayo láser, casi un metro de pelo rojizo y una cara… bien, usaré las magnolias otra vez. Se puso a gri?tarle, y el gran tipo se acobardó, así que la mujer se lanzó sobre mí. Tuve que neutralizarla.
– Le pegaste.
– Bueno, sí, para evitar que ella me rajase la cara con sus uñas como cuchillos.
– Santo Dios. -La besó, primero una mejilla y luego la otra, después el mentón-. ¿Por qué será que haces sa?lir la bestia que todos llevamos dentro?
– Cosa de la suerte, supongo. Bueno, pues la tal Pan?dora…
– ¿Pandora? -Roarke alzó la cabeza y achicó los ojos-. La modelo.
– Sí, se supone que es el no va más en su profe?sión.
Él se echó a reír, primero con mesura y luego a rien?da suelta hasta que se tumbó de nuevo boca arriba.
– Le diste un guantazo a la preciosa Pandora. ¿No le atizarías en ese culo perfecto que tiene?
– Pues sí. -Eve empezó a comprender, y de pronto sintió una repentina punzada de celos-. La conoces.
– Se podría decir que sí.
– Ya.
Roarke arqueó una ceja, más divertido que pruden?te. Eve se había incorporado y le miraba ceñuda. Por primera vez desde que se conocían, él notó un toque de verde en su mirada.
– Coincidimos un día, una cosa breve. -Se rascó la barbilla-. Lo recuerdo muy vagamente.
– Cabrón.
– Procuraré esforzarme. ¿Estabas diciendo?
– ¿Hay alguna mujer excepcionalmente guapa con la que no te hayas acostado?
– Te haré una lista. Bien, noqueaste a Pandora…
– Sí. -Eve lamentaba haberle dado un puñetazo-. Se puso a gimotear, y entonces entró Mavis y la otra se le echó encima. Empezaron a tirarse de los pelos y a ara?ñarse; mientras, Leonardo se retorcía las manos.
Roarke la hizo poner encima suyo.
– Llevas una vida muy interesante, sabes.
– Al final, Pandora amenazó a Leonardo: o abando?naba a Mavis o ella echaba por tierra el desfile de modas que él está preparando. Aparentemente Leonardo ha in?vertido en eso todo lo.que tiene, incluido un préstamo sustancioso. Si ella boicotea la presentación, él va a la quiebra.
– Muy típico de ella.
– Cuando Pandora se marchó, Mavis…
– ¿Todavía estabas desnuda?
– Me estaba vistiendo. Mavis optó por un sacrificio supremo. Todo fue muy dramático. Leonardo le declaró su amor, ella se echó a llorar y luego salió corriendo. Jo, me sentía como un mirón con gafas especiales. Hice que Mavis se instalara en mi viejo apartamento, al menos por una noche. No tiene que ir al club hasta mañana.
Roarke sonrió.
– Ah, los viejos dramas. Siempre acaban al borde de un precipicio. ¿Qué piensa hacer tu héroe?
– Menudo héroe -murmuró ella-. Mierda, me cae bien, aunque sea un gallina. Lo que le gustaría hacer es aplastarle la cabeza a Pandora, pero probablemente ce?derá. Es por eso que había pensado decirle a Mavis que se venga a vivir aquí unos días.
– Por supuesto.
– ¿De veras?
– Como tú has dicho a menudo, esta casa es muy grande. Y a mí me cae bien Mavis.
– Ya lo sé. -Eve le dedicó una de sus rápidas y ex?trañas sonrisas-. Gracias. Bueno, ¿y a ti cómo te ha ido?
– He comprado un pequeño planeta. Es broma -dijo al ver que ella se quedaba boquiabierta-. Lo que sí he hecho es negociar la compra de una comuna agrícola en Taurus Five.
– ¿Agrícola, dices?
– La gente tiene que comer. Reestructurándola un poco, la comuna podría proporcionar grano a las colo?nias manufactureras de Marte, donde tengo un negocio importante. Así, una cosa va por la otra.
– Si tú lo dices. Y siguiendo con Pandora…
Roarke la hizo rodar y le quitó la camisa que ya le había desabrochado.
– No creas que me has despistado -le dijo ella-. ¿Cuánto es «breve» para ti?
Él hizo una especie de encogimiento de hombros y empezó a mordisquearle el cuello.
– Una noche, una semana… -Su cuerpo subió de temperatura cuando él puso los labios sobre un pecho-. Un mes… Oye, ahora sí me estás distrayendo.
– Puedo hacerlo mejor -prometió él. Y lo cumplió.
Visitar el depósito de cadáveres era una mala forma de empezar el día. Eve recorrió los silenciosos pasillos em?baldosados de blanco procurando no sentirse molesta porque la hubieran llamado para ver un cadáver a las seis de la mañana.
Y, encima, era un ahogado.
Se detuvo ante una puerta, mostró su placa a la cámara de seguridad y esperó a que le dieran acceso elec?trónico.
Una vez dentro, vio a un técnico frente a un muro de contenedores refrigerados. Estarían casi todos ocupa?dos, pensó. En verano moría mucha gente. -¿Teniente Dallas? -La misma. Tiene algo para mí, creo. -Acaba de entrar. -Con la despreocupada alegría de su profesión, el hombre se aproximó a un cajón y marcó el código para visionar. La cerradura y la refrigeración quedaron desconectadas, y el cajón (con su ocupante) se deslizó hacia fuera entre una neblina helada-. La agente en cuestión creyó reconocerlo como uno de sus colabo?radores.
– Ya. -A la defensiva, Eve tomó aire y exhaló varias veces. Contemplar la muerte violenta no era nuevo para ella. Ignoraba si habría podido explicar que resultaba más fácil, cuando no menos personal, examinar un cuer?po allí donde había fenecido. En el prístino y casi virgi?nal entorno del depósito, la cosa resultaba mucho más obscena.
– Johannsen, Carter. Alias Boomer. Última direc?ción conocida, una pensión en Beacon. Ladrón de poca monta, soplón profesional, traficante ocasional de ilega?les, una excusa lamentable para un humanoide. -Eve suspiró mientras examinaba lo que quedaba del muer?to-. Caray, Boomer, ¿pero qué te han hecho?
– Instrumento romo -dijo el técnico, tomándose en serio la pregunta-. Posiblemente un tubo o un bate del?gado. Habrá que hacer más pruebas. Mucho forcejeo. Sólo estuvo un par de horas en el río; las contusiones y laceraciones están a la vista.
Eve desconectó, dejando que el otro se diera impor?tancia. No necesitaba a nadie para entender lo que había pasado.
Boomer nunca había sido guapo, pero le habían desfigurado la cara. Había sido golpeado brutalmente; la nariz aplastada, la boca casi borrada a golpes y tumefac?ta. Los cardenales en el cuello indicaban estrangula-miento, así como los vasos sanguíneos rotos que salpica?ban de lunares el resto de la cara.
Su torso estaba morado, y por el modo en que des?cansaba su cuerpo Eve adivinó que le habían partido el brazo. El dedo que faltaba en la mano izquierda era una vieja herida de guerra; recordó que él solía presumir de dio.
Alguien fuerte, furioso y decidido se había cargado al pobre y patético Boomer.
– La agente verificó las huellas parciales que la vícti?ma había dejado como identificación.
– Bien. Mándeme una copia de la autopsia. -Eve se dio la vuelta para marchar-. ¿Quién es la agente que ha hablado conmigo?
El técnico sacó su libreta y pulsó unas teclas:
– Peabody, Delia.
– Peabody. -Por primera vez, Eve sonrió levemen?te-. Es una chica activa. Si alguien pregunta por el muer?to, quiero saberlo enseguida.
Camino de la Central, Eve contactó con Peabody. La cara seria y serena de la agente apareció en pantalla.
– Dallas.
– Sí, teniente.
– Usted encontró a Johannsen.
– Señor. Estoy terminando mi informe. Puedo en?viarle una copia.
– Se lo agradeceré. ¿Cómo le identificó?
– Llevaba un porta-ident en mi equipo, señor. Le tomé las huellas. Sus dedos estaban muy magullados, así que sólo conseguí un parcial, pero todo apuntaba a Jo?hannsen. He sabido que hace tiempo fue uno de sus in?formadores…
– Así es. Buen trabajo, Peabody.
– Gracias, señor.
– Peabody, ¿le interesaría ser mi ayudante en el caso?
El control falló un instante, lo suficiente para mos?trar un brillo en los ojos de la agente.
– Sí, señor. ¿Es usted el primer investigador?
– Boomer era mío -dijo Eve sin más-. Este caso lo soluciono yo. Dentro de una hora en mi despacho, Pea?body.
– Sí, señor. Gracias, señor,
– Sólo Dallas -murmuró Eve-. ¿Está claro?
Pero Peabody ya había interrumpido la transmisión.
Eve miró la hora, bufó ante la lentitud del tráfico y dio un rodeo de tres manzanas hasta una cafetería para vehícu?los. El local era ligeramente menos feo que el de la Cen?tral de Policía. Animada por ello y por lo que supuesta?mente era un bollo dulce, dejó su vehículo y se dispuso a informar a su jefe.
Mientras subía en el ascensor, notó que la espalda se le ponía rígida. Decirse que la cosa no tenía importancia, que ya era agua pasada, no pareció surtir efecto. El re?sentimiento y el daño que había generado un caso pre?vio no desaparecerían jamás del todo.
Entró en el vestíbulo de administración, con sus aje?treadas consolas, sus paredes oscuras y sus moquetas raí?das. Se anunció ante la recepción del comandante Whitney, y la aburrida voz de un portero electrónico le pidió que esperase.
Eve prefirió quedarse donde estaba que ir a mirar por la ventana o matar el rato con una de las vetustas máquinas de discos. La pantalla que tenía detrás vomitaba noticias sin volumen. De todos modos, no le habrían interesado.
Semanas atrás había tenido oportunidad de hartarse de los media. Pensó que, al menos, alguien tan bajo en la escala alimenticia como Boomer no generaría mucha publicidad. La muerte de un soplón no elevaba el índice de audiencia.
– El comandante Whitney la verá ahora, Dallas, te?niente Eve.
La puerta de seguridad se abrió automáticamente y Eve torció hacia el despacho de Whitney.
– Teniente.
– Comandante. Gracias por recibirme.
– Tome asiento.
– No, gracias. Seré breve. Acabo de identificar a un ahogado en el depósito. Era Carter Johannsen, uno de mis soplones.
Whitney, hombre de aspecto imponente, rasgos du?ros y ojos cansados, se retrepó en su silla.
– ¿Boomer? Preparaba explosivos para ladrones ca?llejeros. Se quedó sin el índice de la mano derecha.
– La izquierda -corrigió Eve-. Señor.
– La izquierda. -Whitney cruzó las manos sobre la mesa y la miró con detenimiento. Había cometido un error con Eve, un error en un caso que le había afectado a él personalmente. Sabía que ella aún no le había perdo?nado. Contaba con su respeto y con su obediencia, pero la nebulosa amistad que pudo haber existido entre ellos había pasado a la historia.
– Supongo que se trata de un homicidio.
– No tengo el resultado de la autopsia, pero parece que la víctima fue golpeada y estrangulada antes de en?trar en el río. Me gustaría ocuparme del asunto.
– ¿Trabajaba actualmente con él en alguna investiga?ción?
– No, señor. De vez en cuando proporcionaba datos a los de Ilegales. Necesito averiguar con quién trabajaba en ese departamento.
Whitney asintió con la cabeza.
– ¿Cuántos casos tiene ahora, teniente?
– Me las arreglo bien.
– Es decir, no tiene un minuto libre. Dallas, la gente como Johannsen siempre se busca líos, hasta que los en?cuentra. Usted y yo sabemos que el índice de asesinatos crece en época de tanto calor. No puedo dejar que uno de mis mejores investigadores pierda el tiempo en un caso como éste.
Eve sé quedó boquiabierta.
– Boomer era mío. Fuera lo que fuese, comandante, era mío.
La lealtad, pensó el comandante, hacía de la teniente Dallas uno de sus mejores elementos.
– Le doy veinticuatro horas -dijo-. Téngalo abierto en sus archivos hasta setenta y dos. Después tendré que transferir el caso a otro investigador.
Era lo que ella esperaba.
– Me gustaría contar con la agente Peabody.
Él la miró incrédulo.
– ¿Quiere que apruebe un ayudante en un caso así?
– Necesito a Peabody -dijo Eve sin pestañear-. Ha demostrado ser excelente en su trabajo. Va para detecti?ve. Creo que lo conseguirá pronto con un poco de expe?riencia.
– Se la dejo tres días. Si surge algo más importante, las retiro a las dos.
– Sí, señor.
– Dallas -empezó Whitney cuando ella se disponía a marchar. Se tragó su orgullo-. Eve… Aún no he tenido ocasión de desearle lo mejor, personalmente, para su boda.
La sorpresa asomó a los ojos de Eve antes de que pu?diera controlarse.
– Gracias.
– Espero que sea feliz.
– Yo también.
Un poco inquieta, se dirigió por el laberinto de la Central hasta su despacho. Tenía que pedir otro favor.
Antes de coger el teleenlace cerró la puerta para mayor intimidad.
– Feeney, capitán Ryan. División Electrónica de De?tectives.
Sintió alivio cuando la arrugada cara asomó a su pantalla.
– Hoy ha llegado pronto, Feeney.
– Jo, ni siquiera he podido desayunar -repuso Feeney con tono quejumbroso y la boca llena-. Uno de los ter?minales falla un poco y solamente yo puedo arreglarlo.
– Ser indispensable es duro. ¿Podría arreglarme una búsqueda… de forma oficiosa?
– Es mi especialidad. Adelante.
– Alguien se ha cargado a Boomer.
– Vaya. -Dio otro mordisco-. Era un mierda, pero le salían bien las cosas. ¿Cuándo ha sido?
– No estoy segura; lo pescaron del East River esta mañana. Sé que a veces informaba a alguien de Ilegales. ¿Podría averiguarlo?
– Relacionar a un soplón con su preparador es un poco peliagudo, Dallas. En esas cosas hay que extremar las medidas de seguridad.
– ¿Sí o no, Feeney?
– Puedo hacerlo, sí -refunfuñó él-. Pero no quiero que mi nombre salga a relucir. A ningún poli le gusta que miren en sus archivos.
– Dígamelo a mí. Se lo agradezco. Quien lo hizo se empleó a fondo. Si Boomer sabía algo que justificara quitarlo de en medio, no era de mi terreno.
– Entonces será de otro. Ya la llamaré.
Eve se apartó de la pantalla y trató de poner en or?den sus ideas. Evocó la cara hinchada de Boomer. Un tubo o quizá un bate, pensó. Pero puños también. Sabía lo que unos nudillos fuertes podían hacerle a una cara. Lo había experimentado en carne propia. Su difunto pa?dre tenía las manos grandes. Era de las cosas que intentaba fingir que no recordaba. Pero sabía de qué iba: el impacto del golpe antes de que el cerebro registrara el dolor. ¿Qué había sido peor?, ¿las palizas o las viola?ciones? Ambas cosas estaban íntimamente ligadas en su mente, en sus temores.
Y el brazo de Boomer, curiosamente doblado. Roto, se dijo, y dislocado. Tenía un vago recuerdo del espan?toso ruido de un hueso al romperse, la nausea que se su?maba al dolor, el agudo gemido que sustituía al grito cuando alguien te tapaba la boca con una mano.
El sudor frío y el terror de saber que esos puños vol?verían a golpear y golpear hasta matarte. Hasta que uno rezaba al Todopoderoso para morir cuanto antes.
La llamada a la puerta le hizo dar un respingo. Vio a Peabody fuera, con el uniforme recién planchado y la es?palda recta.
Eve se pasó una mano por la boca para tranquilizar?se. Era hora de ponerse a trabajar.