Capitulo Siete

Quería hacerlo sola. Tenía que hacerlo sola. Podía contar con que Feeney averiguaría cualquier detalle que pudiese atenuar los cargos contra Mavis. Pero el trabajo tenía que hacerse, y ella quería hacerlo sola.

Con todo, se alegró cuando Roarke abrió la puerta.

– Lo noto en tu cara. -Se la cogió entre las manos-. Lo siento, Eve.

– Tengo una orden. He de llevármela para que la fi?chen. No puedo hacer nada más.

– Lo sé. Ven. -La estrechó entre sus brazos mientras ella hundía la cara en su hombro-. Encontraremos la clave que demuestre su inocencia.

– Nada de lo que he averiguado, nada, me sirve de ayuda. Todo empeora las cosas. Las pruebas están ahí. El móvil también, la oportunidad. -Se apartó de Roar?ke-. Si no la conociera, dudaría de ella.

– Pero la conoces.

– Se asustará mucho. -Eve miró escaleras arriba, donde Mavis debía estar esperando-. La oficina del fis?cal me ha dicho que ellos no se opondrán a una fian?za, pero aun así Mavis va a necesitar… Roarke, detesto pedírtelo…

– No tienes por qué. Ya me he puesto en contacto con el mejor abogado criminalista de todo el país.

– No podré devolverte ese favor.

– No te preocupes…

– No me refiero al dinero, Roarke. -Ella se estreme?ció y le cogió las manos-. Tú no la conoces, pero crees en ella porque yo creo. Eso es lo que no puedo devolver?te. He de ir con ella.

– Quieres hacerlo tú sola. -Él lo comprendía, y ya se había convencido de que era mejor no discutir-. Avisaré a sus abogados. ¿De qué se la acusa?

– Homicidio en segundo grado. Tendré que enfren?tarme a los media. Se sabrá que Mavis y yo tenemos una amistad. -Se mesó el cabello-. Eso podría salpicar?te a ti.

– ¿Crees que me preocupa?

Ella sonrió.

– Imagino que no. Puede que me retrase un poco. La traeré de vuelta lo antes que pueda.. -Eve -murmuró él al pie de la escalera-, ella también cree en ti. Y tiene buenos motivos.

– Espero que estés en lo cierto. -Siguió escaleras arriba y recorrió despacio el pasillo hasta el cuarto de Mavis.

Llamó a la puerta.

– Entra, Summerset. Te he dicho que bajaría yo por el pastel. Oh. -Sorprendida, Mavis levantó la vista del ordenador donde había estado intentando escribir una nueva canción. Para animarse un poco se había puesto una malla integral de color zafiro y se había teñido el pelo a juego-. Pensaba que era Summerset.

– Y el pastel.

– Sí, me llamó por el interfono para decir que el coci?nero había preparado un pastel de chocolate triple. Summerset sabe que tengo esta debilidad. Ya sé que no os lleváis muy bien, pero conmigo es un ángel.

– Eso es porque siempre te imagina desnuda.

– Lo que sea. -Mavis empezó a teclear nerviosamente en la consola con sus uñas tricolor-. Además se porta muy bien. Creo que si pensara que le echo el ojo a Roarke sería diferente. Le tiene auténtica devoción. Se diría que lo considera más que un jefe, como si fuera su único hijo o algo así. Es por eso que te da problemas, y el he?cho de que tú seas policía no ayuda mucho. Yo creo que Summerset tiene un bloqueo con la poli.

Mavis calló, temblando visiblemente.

– Lo siento, Dallas, estoy hablando demasiado. Ten?go mucho miedo. Has encontrado a Leonardo, ¿verdad? Algo va mal, muy mal. Está herido, ¿es eso? ¿Está muer?to?

– No, no le ha pasado nada. -Cruzó la habitación y fue a sentarse a los pies de la cama-. Vino a la Central esta mañana. Tenía un corte en el brazo, nada más. Tú y él tuvisteis casi la misma idea ayer noche. Se emborra?chó como una cuba y fue a tu apartamento, y acabó cor?tándose en el brazo con una botella vacía. Luego se des?plomó.

– ¿Borracho, dices? -Mavis se agarró a eso-. Si ape?nas bebe. Sabe que no puede. Me contó que si bebe mu?cho hace cosas que luego no puede recordar. Y dices que fue a mi casa… Oh, qué bueno es. Y después fue a verte a ti porque no podía encontrarme.

– Vino a verme para confesar el asesinato de Pan?dora.

Mavis se echó atrás como si Eve la hubiera golpeado.

– Eso es imposible. Leonardo no haría daño a nadie. Es incapaz. Él sólo intentaba protegerme.

– En ese momento no sabía que tú estabas metida. Dice que debió de discutir con Pandora y que pelearon y la mató.

– Pero eso no es verdad.

– Las pruebas así lo indican. -Eve se frotó los ojos y los dejó apretados un momento-. El corte que tenía en el brazo era de un trozo de botella rota. Su sangre no estaba en la escena del crimen, ni la de Pandora estaba en la ropa que llevaba Leonardo. Todavía no hemos podido fijar sus movimientos con precisión, pero no tenemos nada contra él.

A Mavis le dio un vuelco en el corazón.

– Así pues tú no le creíste.

– Aún no lo he decidido, pero según las pruebas es inocente.

– Menos mal. -Mavis se acercó a ella-. ¿Cuándo po?dré verle, Dallas? Leonardo y yo tenemos cosas de que hablar.

– Tendrás que esperar un poco. -Eve se obligó a mi?rar a Mavis-. He de pedirte un favor, el mayor que nadie te haya pedido nunca.

– ¿Me va a doler?

– Sí. -Eve vio cómo sus intentos por sonreír fracasa?ban-. He de pedirte que confíes en que me ocupe de ti. Que creas que soy tan buena en mi trabajo que nada en absoluto, ni el menor detalle, me pasará desapercibido. He de pedirte que recuerdes que eres mi mejor amiga y que te quiero mucho.

Mavis empezó a jadear. Sus ojos se quedaron secos, ardientes y secos. La saliva se evaporó de su boca.

– Vas a arrestarme, ¿no?

– Han llegado los informes del laboratorio. -Tomó sus manos-. No han sido ninguna sorpresa, porque yo sabía que alguien lo había organizado todo. Me espera?ba esto, Mavis. Confiaba en descubrir algo, lo que fue?se, antes de que eso pasara, pero no he sido capaz. Feeney también está en ello. Es el mejor, Mavis, te lo aseguro. Y Roarke ya ha contactado con los mejores abogados del planeta. Ahora es cuestión de seguir el procedimiento.

– Vas a arrestarme por asesinato.

– En segundo grado. Tampoco es para tanto. Ya sé que suena horrible, pero la oficina del fiscal no intentará poner obstáculos a una fianza. Dentro de unas horas es?tarás otra vez aquí comiendo pastel de chocolate.

Pero Mavis estaba repitiendo en su cabeza una sola frase. Segundo grado. Segundo grado.

– Tendrás que meterme en una celda.

A Eve le ardían los pulmones, y la sensación se iba expandiendo hacia el corazón.

– No por mucho tiempo, te lo aseguro. Feeney está trabajando ahora mismo para que la audiencia prelimi?nar sea rápida. Él tiene muchos resortes para tocar. Cuando hayamos terminado de hacerte la ficha, pasarás la audiencia, el juez fijará la fianza y podrás volver aquí.

Con una alarma de identificación encima para se?guirte los pasos, pensó Eve. Atrapada en casa para eludir a los media. La celda sería un lujo, pero siempre sería una celda.

– Haces que todo parezca fácil.

– No lo será -dijo Eve-, pero lo será más si recuerdas que tienes a un par de polis de primera que te apoyan. No renuncies a ninguno de tus derechos, ¿vale? A nin?guno. Y en cuanto hayamos empezado, esperas que lle?guen los abogados. No me digas nada que no tengas que decir. No digas nada a nadie. ¿Lo has entendido?

– Está bien. -Mavis se puso en pie-. Acabemos de una vez.


Horas después, terminado todo, Eve volvió a casa. Las luces estaban bajas. Esperaba que Mavis se hubiera to?mado el tranquilizante y se hubiera quedado dormida. Eve ya sabía que ella no podría hacerlo.

Sabía que Feeney le habría hecho el favor de llevar personalmente a Mavis a casa de Roarke. Ella había esta?do muy ocupada. La rueda de prensa había sido espe?cialmente nefasta. Como era de esperar, las preguntas sobre su amistad con Mavis habían insinuado un posible conflicto de intereses. Le debía mucho al comandante Whitney por su actuación y por su afirmación de fe ab?soluta en su primer investigador.

El tête-à-tête con Nadine Furst había sido un poco más cómodo. Todo lo que tenías que hacer, pensó lúgu?bremente Eve mientras subía las escaleras, era salvar la vida de una persona, y ellos se alegraban de ponerse de tu lado. Podía ser que Nadine hubiera albergado cierto morbo por la historia, pero estaba claro que se sentía en deuda con Eve. Mavis sería tratada con justicia por Ca?nal 75.

Luego había hecho algo de lo que no se había creído capaz: había llamado al psiquiatra de la policía para con?certar una cita con la doctora Mira. Siempre puedo can?celarla, se recordó mientras se frotaba los ojos llenos de arenilla. Probablemente lo haré.

– Llega tarde, teniente, y el día ha sido muy movido.

Eve bajó las manos y vio a Summerset saliendo de una habitación a su derecha. Como de costumbre, iba vestido severamente de negro, la cara adusta surcada de arrugas desaprobadoras. Odiar a Eve parecía algo que Summerset hacía casi con tanta destreza como llevar la casa.

– No me toques las narices, Summerset.

Él se interpuso en su camino.

– Yo pensaba que, pese a sus muchos defectos, al me?nos era una investigadora competente. Ahora veo que no es así, del mismo modo que no es una amiga compe?tente de alguien que depende de usted.

– ¿En serio crees que después de lo que he tenido que pasar esta noche puedes decirme algo que me afecte?

– Yo no creo que nada le afecte, teniente. Carece us?ted de lealtad y eso es grave. Es usted menos que nada.

– Tal vez puedas sugerirme cómo debería llevar este caso. Quizá tendría que decirle a Roarke que encienda uno de sus JetStars y saque a Mavis del planeta para esconderla en algún punto del universo. Para que pueda seguir en fuga el resto de su vida.

– Al menos es posible que no se durmiese llorando desconsolada.

La flecha dio justo en el corazón, adonde iba dirigi?da. El dolor se sumó a la fatiga.

– Aparta, hijoputa, y no te cruces en mi camino. -Eve pasó por su lado reprimiendo las ganas de correr.

Al entrar en el dormitorio principal, Roarke estaba poniendo la rueda de prensa en pantalla.

– Lo hiciste muy bien -dijo él, levantándose-. La presión era muy grande.

– Sí, soy una gran profesional. -Entró en el baño y se miró en el espejo: una mujer de semblante pálido, ojos oscuros y sombríos, boca de gesto hosco. Y más allá vio impotencia.

– Haces todo lo que puedes -dijo Roarke detrás de ella.

– Le conseguiste buenos abogados. -Ordenó agua fría, se inclinó y se refrescó la cara-. Me pusieron más de una zancadilla en el interrogatorio. Fui dura con ellos. Tenía que serlo. La próxima vez que tenga que interro?gar a un amigo, me aseguraré de contratarlos.

Roarke vio cómo ocultaba la cara en la toalla.

– ¿Cuánto hace que no comes?

Ella se limitó a menear la cabeza. La cuestión carecía de importancia.

– Los periodistas querían sangre. Alguien como yo es una presa suculenta. He tenido un par de casos sona?dos, he salido victoriosa. A algunos les encantaría… Piensa en el índice de audiencia.

– Mavis no te culpa de nada.

– Yo sí -explotó ella, arrojando a un lado la toalla-. Yo sí me culpo, maldita sea. Le dije que confiara en mí, le dije que yo me ocuparía de todo. ¿Y qué he hecho, Roarke? La he arrestado, la he hecho fichar. Huellas, fotografías, identificación de voz, todo está archivado. Le hago pasar dos horas de interrogatorio. La encierro en una celda hasta que los abogados que tú contrataste la sacan bajo fianza pagada por ti. Me odio.

Eve no pudo más y rompió a llorar.

– Ya es hora de que des rienda suelta a tus sentimien?tos. -Roarke la cogió en brazos y la llevó a la cama-. Te sentirás mejor. -Siguió acunándola, acariciándole el pelo.

Siempre que lloraba, pensó él, era como una tor?menta, un tumulto apasionado. Raramente eran unas cuantas lágrimas silenciosas. Para Eve raramente había nada cómodo.

– Esto no mejora -atinó a decir ella.

– Claro que sí. Purgarás una parte de esa culpa que equivocadamente te atribuyes y una parte del dolor al que tienes perfecto derecho. Mañana lo verás todo más claro.

Ella respiraba entrecortadamente. Tenía una espan?tosa jaqueca.

– Esta noche he de trabajar, quiero repasar algunos nombres y lugares.

No, pensó él con serenidad. No lo harás.

– Descansa un poco. Come algo. -Antes de que ella pudiera protestar, él ya estaba camino del AutoChef-. Hasta tu admirable organismo necesita combustible. Además, he de contarte una historia.

– No puedo perder tiempo.

– Nadie dice que lo vayas a perder.

Quince minutos, se dijo ella mientras el aroma de algo sabroso llegaba hasta su nariz.

– La comida rápida y la historia corta, ¿de acuerdo? -Se frotó los ojos sin saber si era vergüenza o alivio lo que sentía tras haber destapado el frasco de las lágri?mas-. Perdona que haya lloriqueado.

– Siempre me tendrás a punto para oírte lloriquear.

– Se le acercó con una tortilla humeante y una taza. Se sentó y le miró los ojos hinchados, exhaustos-. Te ado?ro, Eve.

Ella se sonrojó. Parecía que Roarke era el único que podía hacerla ruborizar.

– Tratas de distraerme. -Cogió el plato y el tenedor-. Con esto siempre lo consigues, y ya no me acuerdo de lo que iba a decir. -Probó los huevos-. Algo así como que eres lo mejor que me ha sucedido en la vida.

– Con eso basta.

Eve levantó la taza, empezó a sorber y frunció el en?trecejo:

– Esto no es café.

– Es té, para variar. Relajante. Creo que estás sobre?cargada de cafeína.

– Puede. -Como los huevos estaban de fábula y ella no tenía fuerzas para discutir, tomó un sorbo de té-. No está mal. Bueno, ¿cuál era la historia?

– Te habrás preguntado por qué sigo teniendo a Summerset pese a que es… menos que solícito contigo.

– Querrás decir pese a que me odia con toda su alma -bufó ella-. Es cosa tuya.

– Nuestra -corrigió él.

– Como quieras, pero no quiero hablar de él ahora.

– Se trata más bien de mí y de un incidente que se podría pensar está relacionado con lo que sientes ahora. -La dejó beber otra vez, calculando que tenía tiempo para contarle la historia-. Cuando yo era muy joven y aún vivía en Dublín, me lié con un hombre y su hija. La muchacha era, qué sé yo, un ángel. Tenía la sonrisa más dulce del firmamento. Practicaban estafas y timos, lo hacían muy bien. Cosas de poca monta, en general, para ir tirando más o menos bien. En esa época, yo es?taba haciendo algo parecido pero me gustaba la varie?dad, y disfrutaba haciendo de ratero u organizando chanchullos. Mi padre vivía aún cuando conocí a Summerset (que entonces no usaba ese nombre) y a su hija Marlene.

– Conque era un estafador -dijo ella entre mordis?cos-. Ya decía yo que le veía algo sospechoso.

– Era bastante brillante. Aprendí muchas cosas de él, y quisiera pensar que él de mí. En cualquier caso, des?pués de recibir yo una paliza delirante por parte de mi querido padre, Summerset me encontró casualmente sin sentido en un callejón. Me acogió y cuidó de mí. No ha?bía dinero para un doctor, y yo no tenía tarjeta médica. Lo que sí tenía era varias costillas rotas, una conmoción cerebral y un hombro fracturado.

– Lo siento. -La imagen despertó otras imágenes, se?cándole la boca-. La vida es un asco.

– Lo fue. Summerset era un hombre de talentos va?rios; sabía algo de medicina. A menudo utilizaba esa ta?padera en su trabajo. No diré tanto como que me salvó la vida. Yo era joven y fuerte y estaba habituado a las pa?lizas, pero él hizo que no sufriera más de la cuenta.

– Le debes algo. -Ella dejó el plato vacío a un lado-. Lo comprendo. Está bien.

– No es eso. Yo le debía un favor y se lo devolví. Él también me debe favores. Después que mi padre acabara como acabó, nos hicimos socios. No diré que él me cria?ra, pues yo cuidaba de mí mismo, pero me dio lo que po?dría considerarse una familia. Yo quería a Marlene.

– La hija. -Sacudió la cabeza para hacerse a la idea-. Lo había olvidado. Es difícil imaginar a ese tipejo como padre de nadie. ¿Dónde está ella?

– Murió. Tenía catorce años, y yo dieciséis. Había?mos estado juntos cerca de seis años. Uno de mis pro?yectos llegó a oídos de un pequeño y especialmente vio?lento sindicato. Creían que yo estaba metiéndome en su territorio, mientras que yo creía estar labrándome uno propio. Me amenazaron. Fui lo bastante altivo para ha?cer caso omiso. Un par de veces trataron de darme una lección, de hacer que los respetara, supongo. Pero a mí era difícil atraparme. Además, estaba empezando a tener cierto prestigio. Incluso ganaba dinero. Lo suficien?te como para comprar entre los dos un piso pequeño y decente. Y a todo eso, Marlene se enamoró de mí.

Hizo una pausa y se miró las manos, recordando, la?mentando.

– Yo le tenía mucho afecto, pero no amor. Marlene era guapa e increíblemente inocente, pese a la vida que llevábamos. Yo no pensaba en ella románticamente, sa?bes, sino como un hombre (porque ya era un hombre) podría pensar en una obra de arte: platónicamente. Nada de sexo. Ella pensaba de otro modo, y una noche entró en mi cuarto y con dulzura se me ofreció. Yo me quedé perplejo, furioso y aterrorizado. Porque era un hombre y, por tanto, me sentía tentado.

Volvió a mirar a Eve.

– Fui cruel con ella. Estaba destrozada porque yo la rechacé. Ella era una niña y yo la hice sufrir. Jamás he podido olvidar la forma en que me miró. Ella confiaba en mí y yo, por hacer lo correcto, la traicioné.

– Como yo he traicionado a Mavis.

– Como tú crees haberla traicionado. Pero hay más. Ella se fue de casa aquella noche. Summerset y yo no lo supimos hasta el día siguiente, cuando los hombres que me buscaban nos avisaron de que la tenían. Nos devol?vieron la ropa que llevaba aquel día, y estaba manchada de sangre. Por primera y última vez en mi vida vi a Sum?merset incapaz de actuar. Yo habría dado cualquier cosa que ellos me hubieran pedido, habría hecho cualquier cosa. Me habría cambiado por ella sin dudarlo. Igual que tú, si pudieras, cambiarías tu sitio con Mavis.

– Sí. Haría cualquier cosa.

– A veces las cosas suceden demasiado tarde. Me puse en contacto con ellos, les dije que negociaría, im?ploré que no le hicieran daño. Pero ellos ya se lo habían hecho. La habían violado y torturado, a aquella encanta?dora muchacha de catorce años que había disfrutado de la vida y que empezaba a sentirse una mujer. A las pocas horas de aquel primer contacto, su cuerpo fue dejado a la puerta de mi casa. La habían utilizado como medio para obtener algo, para ponerle los puntos sobre las íes a un rival, a un advenedizo. Y yo ya no podía hacer nada para cambiar las cosas.

– No fue culpa tuya. -Alargó el brazo para cogerle las manos-. Lo siento. De veras, pero no fue tu culpa.

– No; es verdad. Tardé años en convencerme de eso, en comprender y aceptar. Summerset nunca me culpó. Podría haberlo hecho. Ella era su vida y había sufrido y muerto por mí. Pero él jamás me culpó de nada.

Eve suspiró y cerró los ojos. Sabía lo que Roarke le estaba diciendo al repetir una historia que para él debía ser una pesadilla.

– No pudiste evitar lo que pasó. Sólo podías controlar lo que pasó después, igual que yo sólo puedo hacer todo lo posible para encontrar las respuestas. -Cansinamente, volvió a abrir los ojos-. ¿Qué pasó luego, Roarke?

– Perseguí a los hombres que lo habían hecho y los maté, uno a uno, del modo más lento y más doloroso que pude concebir. -Sonrió-. Cada cual tiene su propio método de encontrar soluciones justas, Eve.

– Erigirse uno mismo en juez no es justicia, Roarke.

– Para ti no. Pero tú encontrarás la solución justa para Mavis. Nadie lo duda.

– No puedo dejar que se someta a un tribunal. -La cabeza le pesaba-. He de encontrar… Necesito ir a… -Ni siquiera pudo llevarse el brazo hasta la cabeza-. Maldita sea, Roarke, me has dado un sedante.

– Duérmete -murmuró él y dulcemente le desabro?chó la pistolera y la dejó a un lado-. Ahora duerme.

Eso hizo, pero incluso los sueños no la dejaron en paz.

Загрузка...